La clase obrera argentina protagonizó grandes luchas. Algunas se recuerdan más (el Cordobazo, el Argentinazo), otras quedaron atrás y no todos las recuerdan. Una de ella fue la llamada Semana Trágica, de enero de 1919. Se trató de una huelga que comenzó en los talleres metalúrgicos Vasena (ubicados en el barrio porteño de Barracas) y que se extendió hasta desarrollar una huelga general con características insurreccionales. Los trabajadores enfrentaron duro y parejo a las fuerzas represivas del Estado.
El “padre” del radicalismo –Hipólito Yrigoyen- respondió con una brutal represión, dejando un tendal de muertos. Recordemos: se trata del primer gobierno democrático elegido desde la ley Sáenz Peña. No está de más señalarlo, sobre todo, cuando muchos asocian la matanza de obreros exclusivamente con el fascismo o la dictadura, embelleciendo así la democracia.
El conflicto se originó por una serie de reclamos económicos: aumento salarial, fin del pago a destajo, reducción de horarios de trabajo, pago de horas suplementarias, reincorporación de obreros despedidos por una huelga. Era un contexto de luchas que se extendió hasta 1921, donde se destacaron la huelga de los trabajadores portuarios de la FOM (1916), la huelga de policías (a tomar nota) y la de petroleros en Comodoro Rivadavia (diciembre del ’18), entre otras. Incluso la huelga de los talleres Vasena se ve continuada de huelgas de municipales rosarinos, un conflicto tranviario en Mendoza y otra huelga de la FOM que estalló el 7 de enero.
¿Qué corrientes había en el movimiento obrero? Socialistas, sindicalistas revolucionarios y anarquistas. Los primeros postulaban el reformismo y la solución parlamentaria a la crisis. Los segundos se decían “revolucionarios” pero eran cada vez más reformistas, al punto de ser la primera burocracia sindical. Repudiaban la vida política y decían que había que recurrir a la acción directa, aunque prefirieron negociar los reclamos con el gobierno. Los terceros alentaban la insurrección y confrontaban con el Estado y las patronales. Sin embargo, esperaban que la clase obrera fuera espontáneamente revolucionaria: en algún momento se iba a producir una huelga, que se iba a prolongar, se iba a hacer general y todo se iba a caer.
El detonante de la huelga en los talleres Vasena fue la muerte de cuatro obreros a manos de la policía. Al día siguiente (día 9), las dos FORA (federaciones de trabajadores) decretaron la huelga general en todo el país. Mientras se producían negociaciones con la FORA IX, todo estalló en la calle. A las 17 horas el cortejo fúnebre llegó a la Chacarita y policías y bomberos dispararon a mansalva a la multitud desde los murallones del cementerio. Eso conllevó tiroteos en los talleres y en muchos barrios como la Boca (aunque sin gas pimienta). A la lucha se sumaron los ferroviarios de la Federación Obrera Ferrocarrilera. En el resto del país, una enorme cantidad de huelgas daba cuenta de la extensión del movimiento. Le respondieron la policía y civiles armados: la Liga Patriótica.
Finalmente, la FORA IX (controlada por los sindicalistas revolucionarios) negoció levantar la huelga, a cambio de las reivindicaciones de los obreros de Vasena. Pero la huelga resistió un poco más por la acción de los gremios solidarios y el impulso de los anarquistas. Ya desde el 13 comenzó a agotarse y sindicalistas y, sobre todo, anarquistas, fueron perseguidos y asesinados por parte del gobierno.
Se habla de 100 a 700 muertos y 400 a 2 mil heridos. También 20 mil a 50 mil detenidos. Vaya gobierno “popular”. A esos hay que sumar los caídos durante huelgas de peones de campo entre 1918 y 1922 (Tres Arroyos, Villaguay, Gualeguaychú, Arrecifes, Leones, Oncativo, Tandil), los de la Patagonia, y los de La Forestal, en Santa Fe, y quizás muchas más. Cuando uno suma todas esas cifras y las compara con el tamaño de la población en ese período, se da cuenta que el gobierno de Yrigoyen fue tal vez más represivo con la clase obrera que el régimen de Videla. Todavía falta que un historiador afine el lápiz y, calculadora en mano, le ponga números a todo esto.
Allí está una de las principales lecciones de la Semana Trágica: las contradicciones de clase, tarde o temprano, se llevan por delante todos los instrumentos con los cuales se pretende hacer creer que todos los argentinos somos “iguales”. Estos hechos no hacen más que desnudar que la democracia es un régimen de dominación, donde la violencia tiene un papel fundamental.
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