Clases sociales o “clases sexuales”, una crítica marxista al “feminismo radical”
Escrito por David García Colín Carrillo y Gianninna Ninnette Torres Ramírez
Antoine Artous en su libro “Los orígenes de la opresión de la mujer” critica las tesis del “feminismo radical” de Christine Dupont. Ésta sostiene el siguiente razonamiento:
“Se observa la existencia de dos modos de producción en nuestra sociedad: 1) la mayoría de las mercancías se producen según el modo de producción industrial.
2) Los servicios domésticos, la crianza de los hijos y un determinado número de mercancías se producen según el modo de producción familiar.
El primer modo de producción da lugar a la explotación capitalista. El segundo da lugar a la explotación familiar, o exactamente, patriarcal. Y por tanto, coexistirían en cierto modo dos clases: la clase de los proletarios, surgida de la explotación capitalista, y la clase de las mujeres, surgida de la explotación patriarcal”.1
El error garrafal del feminismo de Christine Dupont –que ha sido sostenido también por la feminista radical Shulamith Firestone- es que separa de manera mecánica la familia patriarcal del modo de producción y los supone como dos realidades independientes. Esta separación mecánica y artificial le permite establecer la existencia de una “clase sexual” de mujeres explotadas por la “clase sexual” de los machos opresores –enfrentando a los trabajadores en líneas de género-, pero lo único que se demuestra es que no se entiende en absoluto ni el origen del patriarcado, ni qué es una clase social, ni la vinculación entre familia y modo de producción. El “radicalismo” aparente de este tipo de feminismo oculta una teoría reaccionaria.
Hemos tratado de demostrar, siguiendo a Engels, que la familia monogámica patriarcal responde a la necesidad de preservar la herencia centrada en el varón y, por tanto, está íntimamente relacionada con la propiedad privada [https://old.laizquierdasocialista.org/node/3842]. El patriarcado, por su parte, es resultado de la concentración de riquezas acumuladas por los varones de la clase dominante. A esto se debe que ni la familia monogámica ni el patriarcado sean exclusivos del capitalismo, sino más o menos transversales a todo modo de producción clasista –omitimos, por el momento, las infinitas variaciones de forma-. El origen de la opresión de clase tendió a centrar la riqueza en manos de los varones como una ruptura de la división primitiva del trabajo (mujeres predominantemente recolectoras y varones predominantemente cazadores) –misma que no implicaba, en los marcos del comunismo primitivo, opresión de género- en donde los rebaños recién domesticados y el excedente creciente no sólo generó la diferenciación y la desigualdad social, sino la subordinación de la mujer al hombre.
Por tanto, la familia y su evolución, desde el clan primitivo de cazadores recolectores comunistas, no puede separarse, como realidad con autonomía absoluta, con respecto al desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción que determinan la forma y el contenido de esta “célula” de la sociedad.
Por otra parte, la opresión y esclavización de la mujer en la esfera doméstica patriarcal no puede equipararse mecánicamente a la opresión de la mujer y hombre trabajadores en la producción capitalista -aun cuando ésta y aquélla se apoyen y determinen recíprocamente-. La existencia de una clase social se establece por las relaciones de producción, determinadas, a su vez, por la propiedad privada de los medios de producción fundamentales. La burguesía explota la fuerza de trabajo porque aquélla monopoliza los medios de producción y el obrero no tiene otra opción –al carecer de medios de producción propios- que vender su fuerza de trabajo. La opresión de la mujer en el hogar no convierte al obrero en una clase social –porque el obrero no detenta ningún medio de producción-. Expresa, sin embargo, a una sociedad dividida en clases que somete a la mujer trabajadora a una múltiple opresión (como trabajadora, como mujer, como indígena, etc). La opresión de la mujer obrera por su marido trabajador reproduce formalmente las relaciones patronales –el obrero machista se comporta como un patrón en su hogar- pero en estricto sentido no lo convierte en clase dominante. El obrero no tiene manera de “realizar” en el mercado de forma capitalista la opresión de “su” mujer en el hogar, tan es así que sin el salario la familia corre el riesgo inminente de morir de hambre. Por supuesto, esto no hace menos odiosa y nefasta la esclavitud doméstica de la mujer –cuyo trabajo no remunerado es funcional para el capital- pero es necesario ser muy precisos en los términos si queremos una lucha efectiva contra toda explotación y opresión, y no caer en la pendiente resbaladiza del pensamiento burgués.
Aunque la familia monogámica patriarcal ha existido mucho antes del surgimiento del capitalismo actualmente ambos son fenómenos que se determinan recíprocamente. Si bien es cierto que la extracción de plusvalía se da en la esfera de la producción, la burguesía no puede presidir de la esclavización de la mujer trabajadora en el hogar de la misma forma que no puede prescindir de otras esferas del capital que no están involucradas directamente con el capital productivo (por ejemplo, el transporte, el capital comercial, bancario, etc.). La burguesía requiere de la familia patriarcal porque sin el trabajo no remunerado de la mujer la clase dominante tendría que absorber los gastos que la familia monogámica absorbe con el salario y el trabajo doméstico: la burguesía tendría que invertir en casas cuna, guarderías, lavanderías, más escuelas, comedores públicos, etc. Además, la familia no sólo absorbe esos gastos –disminuyendo el salario absoluto y relativo del obrero, y, por tanto, aumentando la plusvalía- sino que reproduce la fuerza de trabajo y los valores de la clase dominante. Así pues, la familia tradicional es, en términos generales, indispensable para la perpetuación del capital.
Es verdad que la organización y lucha de los trabajadores ha obligado al estado burgués a invertir en el llamado “Estado de bienestar” pero en el capitalismo estas conquistas –que tienden a aflojar las cadenas de la esclavitud doméstica- son provisionales, frágiles, imperfectas, incompletas. Desde hace décadas, en prácticamente todo el mundo, estas conquistas han sido sistemáticamente desmanteladas y allí donde se mantienen por encima del promedio –como pasa en algunos países escandinavos- es sólo por excepción a la regla.
“Teorizar” sobre la existencia de “clases sexuales” no sólo es teóricamente equivocado, sino que sus consecuencias políticas son absolutamente reaccionarias: divide y confronta a las masas oprimidas en función del género dificultando la lucha por el socialismo. Esto es un crimen para el movimiento y es muy conveniente para una clase dominante (formada por hombres y mujeres) que está interesada en mantener a la familia tradicional (para explotar y oprimir a hombres y mujeres de la clase trabajadora). La familia monogámica y patriarcal no podrá ser desmontada sin liquidar la opresión de clase, lo que significa acabar con la última expresión de ésta: el capitalismo.
Se supone que Antoine Artous está en desacuerdo con Christine Dupont e intenta hacer un análisis marxista de la opresión de género, pero la verdad es que –como suele suceder con los mandelistas- claudica frente a los argumentos y las modas de la pequeña burguesía y termina sosteniendo las mismas tesis centrales del feminismo burgués: que la opresión de la mujer no tiene una relación directa con las relaciones de propiedad. Aunque aclara correctamente que entre el modo de producción y la familia monogámica existe una vinculación orgánica, y que la situación social de la mujer burguesa no es en nada parecida a la situación social de la mujer proletaria, al final afirma, aunque de manera insegura y pusilánime, que la opresión de la mujer ha existido siempre incluso en las sociedades que no están divididas en clases. Con esta claudicación expulsa el feminismo burgués por la puerta para dejarlo entrar por las ventanas. Con total ligereza se afirma que: “Engels seguramente se equivocaba cuando atribuía a la aparición de las sociedades de clase y de la propiedad privada el origen histórico de la opresión de la mujer”.2
Según Antoine Artous “lo importante […] es comprender que en estas sociedades [sociedades sin clases sociales] las formas de poder social no se organizan en torno al poder de una clase sobre otra sino en torno al poder del grupo de hombres sobre el grupo de mujeres, y que éstas, una vez más, e incluso cuando participan en la producción social, tienen como primera determinación el lugar que ocupan en las relaciones de parentesco”.3 Para sostener la existencia de opresión en sociedades que viven en bandas y aldeas Antoine señala que nadie ha probado la existencia del matriarcado y que incluso entre muchas sociedades matrilineales y matrilocales es en el hermano de la madre o los hermanos de ésta en dónde recae la autoridad en el hogar. También se señala la existencia de casas especiales para hombres y el rapto de mujeres como botín.
El error de Antoine Artous es que su método es formal y no dialéctico, razona en términos de “a” o “b”. Como no se ha probado la existencia del matriarcado, entonces sólo queda el patriarcado como forma omnipresente. Hemos tratado de demostrar [https://old.laizquierdasocialista.org/node/3842] que en las sociedades de cazadores y recolectores la relación entre los géneros tiende a ser equilibrada: aunque el producto carnívoro de la caza realizada, en términos generales, por los varones es muy codiciada no es menos cierto que el producto de la recolección, realizada normalmente por las mujeres, es la más recurrente y, por tanto, indispensable. Antoine cita a Godelier metiendo en un solo saco a sociedades horticultura, guerreras y otras de cazadores recolectores, pero es el mismo Godelier el que nos informa que entre los cazadores recolectores suele haber toda clase de formas de filiación y residencia. En el caso de los bosquimanos, por ejemplo, la relativa igualdad entre los géneros se manifiesta en los patrones de residencia ambilocalidad –es decir, no existe preferencia para que el varón se vaya a vivir al clan de la mujer o a la inversa- y la ambilinealidad –a veces la filiación se traza por la línea materna o paterna, sin preferencia aparente-. También hemos tratado de mostrar –incluso de forma estadística hasta donde nos ha sido posible [véase tabla en: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] que las sociedades no clasistas que se sustentan mediante la pequeña agricultura tienden a ser matirlineales y/o matrilocales lo que se relaciona con una participación destacada de la mujer en la obtención de los productos del campo y los simbolismos femeninos asociados a la horticultura, es decir, al papel de la mujer en la producción social. Pero la existencia de la matrilocalidad y la matrilinealidad no equivale a opresión alguna del género opuesto –a la existencia del algún matriarcado- sino simplemente una determinada división del trabajo y una alta valoración de la mujer.
Creemos que Antoine confunde en buena medida una división natural del trabajo con opresión de género. Es cierto que la división del trabajo en mujeres recolectoras y hombres cazadores es parte de un bajo desarrollo de las fuerzas productivas, especialmente de una tecnología de la edad de piedra, pero esta división espontánea del trabajo en las sociedades de cazadores recolectores no equivale a opresión de un género sobre otro. Ver en esto opresión de género es dar un salto al vacío injustificado y distorsionar una diferencia más allá de sus límites. Por lo demás, esa división del trabajo no tendrá ninguna razón de ser en un comunismo que se basará en fuerzas productivas modernas, en donde la fuerza del varón ya no juega ningún papel.
Los fenómenos contradictorios que Antoine Artous señala de forma genérica, dando apenas unos ejemplos sacados de contexto y realizando falsas generalizaciones, demuestran algo muy diferente: no que la opresión de la mujer ha existido siempre, sino que el formalismo es incapaz de entender los fenómenos de transición donde abundan elementos nuevos y viejos de forma simultánea. Hemos visto que la agricultura permite la acumulación y la acumulación la diferenciación social. Además, hemos señalado que en situaciones concretas la explotación de cotos de labranza –también de pesca, caza y recolección- puede provocar enfrentamientos por territorios limitados. La acumulación y la guerra promueven elementos embrionarios –más o menos desarrollados- de opresión de la mujer incluso antes de que esas desigualdades y privilegios de casta se consoliden en la forma de relaciones de clase. Así, sociedades fuertemente guerreras –por ejemplo, los Yanomano del Brasil- pueden llegar a ser fuertemente machistas y usar a las mujeres como botín de guerra. Hemos interpretado, por ejemplo, la ovunculocalidad (donde el poder tiende a recaer sobre el hermano de la madre) como el intento de sociedades guerreras, que aún no derriba ni la matrilinealidad y/o la matrilocalidad, de fijar el poder en manos del varón –incluso Marvin Harris ha sostenido esta hipótesis, aunque de manera diferente a la nuestra-. Pero aun en las sociedades tribales donde la guerra existe o existió –por ejemplo, en los iroqueses estudiados por Morgan- la mujer sigue teniendo un alto estatus social y, si bien los hombres suelen ocupar los cargos de jefes, las mujeres solían imponerse en las asambleas comunales.
Las “casas para hombres” de las sociedades tribales, donde los hombres viven solos durante cierto periodo como parte de ritos de iniciación, son un fenómeno relacionado, en nuestra opinión, con la fijación de roles específicos normalmente señalados por la diferenciación social y la división del trabajo que, en determinado momento, se traducen en la formación de castas. Las castas hindúes son un ejemplo extremo de este fenómeno. Es verdad que las “casas para hombres” suele acompañarse de la imposición de roles de género desventajosos para la mujer, pero una vez más hablamos de procesos de acumulación asociados con el surgimiento de clases sociales que el marxismo siempre ha señalado.
Estos casos contradictorios demuestran que la opresión de la mujer está relacionada con el surgimiento incipiente de la propiedad y la riqueza en pocas manos, normalmente en manos de un grupo de varones que están en proceso de convertirse en parte de una casta dominante –que oprime tanto a mujeres como a hombres-.
Estos elementos apoyan la tesis de Engels y demuestran que Antoine no ha entendido nada y se ha enredado en fenómenos transitorios y contradictorios que sólo se pueden interpretar de forma dialéctica. Al eternizar la opresión de la mujer- aún cuando Antoine Artous hable de la necesidad del socialismo- se claudica por completo frente a los prejuicios burgueses y se abona al feminismo burgués que insiste en que la opresión de la mujer nada tiene que ver con factores materiales sino con misteriosos fenómenos ideológicos cuyo origen es desconocido o, peor aún, son propios del diabólico género masculino como tal. Esto es feminismo burgués de la peor especie.
1 Antoine Artous, Los orígenes de la opresión de la mujer, Barcelona, Fontamara, 1982, p. 98-99.
2 Ibid. p. 113.
3 Ibid. p. 119.
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Clases sociales o “clases sexuales”, una crítica marxista al “feminismo radical”
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De la familia primitiva a la familia monogámica, un análisis marxista
Escrito por: David Rodrigo García Colín Carrillo
Introducción
“En su origen la palabra familia […] Famulus quiere decir esclavo doméstico, y la familia designa el conjunto de esclavos pertenecientes a un mismo hombre” (F. Engels)
Muchos antropólogos consideran que la familia nuclear –compuesta por la unión de un hombre una mujer y su descendencia- es la forma básica y universal de toda estructura familiar “Ralph Linton sostenía el punto de vista de que la fórmula padre-madre-hijos es el sustrato de todas las demás estructuras familiares”,[1] Por el contrario, la estructura familiar de los pueblos preestatales actuales, en conjunto con las evidencias arqueológicas del paleolítico, cuentan una historia muy diferente. Como veremos, en estas sociedades la estructura familiar no es la estructura nuclear; el clan o gen entero es una unidad de lazos consanguíneos, los clanes o gens son las células que constituyen la tribu (entre los iroqueses y entre las tribus griega, ateniense, romana, celta y germana había estructuras intermedias entre la gens y la tribu llamadas fatrias y en el caso de los iroqueses confederaciones de tribus).
Esta estructura de familia en muchos sentidos es opuesta a la familia monogámica; la confusión de muchos comentaristas proviene de identificar automáticamente la existencia de relaciones de pareja de cierta duración con la existencia de familia nuclear. Los lazos familiares clánicos, haciendo abstracción momentánea de otros elementos, forman patrones de conducta, de expectativas, patrones solidarios que no encontramos en la familia nuclear. Por ejemplo, entre los pigmeos Efe un estudio realizado en 1987 encontró que “con frecuencia la madre no era la primera en cuidar a su hijo y que a menudo otras mujeres cuidaban al niño durante su infancia. Los niños de cuatro meses sólo pasaban un 40% del tiempo con sus madres siendo transferidos frecuentemente a otros cuidadores 8,3 veces cada hora por término medio. Muchos individuos contribuían a la crianza: un promedio de 14,2 personas distintas cuidaron de un niño durante un periodo de observación de ocho horas”.[2] Este patrón de cuidado de los niños no es un caso aislado de los pigmeos Efe, parece ser un patrón en los pueblos cazadores recolectores; entre los Agta, por ejemplo “El niño es pasado ansiosamente de una persona a otra hasta que todos han tenido oportunidad de apretar, acurrucar, oler y admirar al recién nacido [...] por consiguiente la primera experiencia del niño implica a una comunidad de parientes y amigos. Luego será constantemente mimado, llevado de un lado a otro, querido, olisqueado y estimulado genitalmente”.[3] Esto significa que la crianza de los niños no se da en la familia nuclear - en realidad no existe familia nuclear sino emparejamientos de cierta duración – la crianza de los niños es una cuestión social que involucra a todo el clan, es por tanto incorrecto ver familias nucleares donde hay emparejamientos-. Además, en muchos de los pueblos actuales que basan su subsistencia en la caza y la recolección –y en las tribus prehistóricas de los atenienses, griegos, romanos, celtas y germanos- los matrimonios son exógamos (es decir: el hombre y la mujer deben buscar pareja fuera de su propia gen), esto hace que los emparejamientos (de fácil disolución) no puedan se la base de la sociedad pues la mujer y el hombre pertenecen a gens o clanes distintos; al respecto señala Engels que:
Bajo la constitución de la gens, la familia (nuclear) nunca pudo ser ni fue una unidad orgánica, porque el marido y la mujer pertenecían por necesidad a dos gentes diferentes. La gens entraba por completo en la fatria, y la fatria en la tribu; la familia entraba a medias en la gens del marido, a medias en el de la mujer […] y sin embargo todos los trabajos históricos hechos hasta el presente parten del absurdo principio, que ha llegado a ser sagrado, sobre todo en el siglo XVIII, de que la familia monogámica, apenas más antigua que la civilización, es el núcleo alrededor del cual cristalizaron poco a poco la sociedad y el Estado”.[4]
Más de un siglo después de que Engels escribiera estas líneas la mayoría de los estudios antropológicos siguen partiendo del absurdo de suponer que la familia monogámica es eterna.
Durante la segunda mitad del siglo XIX se comenzó a estudiar a la familia desde un punto de vista evolutivo. El filósofo suizo de tendencia idealista Johann J. Bachofen fue el primero que propuso un esquema evolutivo de la estructura familiar comenzando con el matriarcado, siendo sustituido por el patriarcado. Bachofen atribuía la causa de esta transición al cambio de las ideas religiosas dominantes, es aquí donde cobra relieve la base idealista de su teoría. El mérito de Bachofen, sin embargo, fue el de haber señalado que la familia patriarcal no era universal ni inmutable y que en tiempos antiguos la sociedad había trascurrido por una etapa donde la mujer tenía un estatus muy diferente al actual. Lewis H. Morgan fue el primer antropólogo que explicó, desde un punto de vista predominantemente materialista y con datos empíricos, la evolución de las estructuras familiares proponiendo una serie de estadios evolutivos más complejos que la visión simple de Bachofen. Engels, desde el punto de vista del materialismo histórico, retomó esa clasificación asociando diversas estructuras familiares y terminologías de parentesco con diversas fases del desarrollo de las fuerzas productivas.
De acuerdo a este esquema evolutivo la estructura familiar tiende a sucederse en una serie de etapas históricas que van desde el intercambio sexual sin trabas, la familia consanguínea (en la que se convierte en tabú las relaciones sexuales entre padres e hijos), la familia punalúa (se convierte en tabú las relaciones sexuales entre hermanos y más tarde primos cercanos y lejanos), la familia siandíasmica (parejas de fácil disolución, conviviendo en una “casa grande” bajo el liderazgo de una matriarca o un patriarca); y finalmente, la familia monogámica como expresión de la división de la sociedad en clases; en cada una de estas etapas sucesivas el círculo de conyugues comunes (propios del matrimonio por grupos) se va estrechando hasta que, finalmente, con el surgimiento de la propiedad privada, se origina la familia nuclear.
En lugar de la terminología morgiana los antropólogos usan otros conceptos en los cuales se clasifican los tipos de familia sin que se establezca un nexo evolutivo e histórico entre estas formas y, en la mayoría de los casos, sin que se señale un nexo entre las formas de vida y de producción con la existencia de dichas formas; además se presupone que en todas ellas la familia nuclear es el sustrato de la estructura familiar. Los antropólogos hablan de clanes matrilineales (en los cuales la descendencia se cuenta por línea femenina) y matrilocales (en los cuales el hombre se va a vivir al clan de su mujer), ovunculocales (en los cuales la pareja se va a vivir a la esfera doméstica del hermano de la madre de la novia); clanes patrilineales (en los cuales la descendencia se establece por línea paterna); clanes patrilocales (en los cuales la mujer va a vivir al clan del hombre); clanes ambilineales (la descendencia se cuenta por ambas líneas a la vez). Esta clasificación puramente descriptiva es totalmente compatible con la visión evolutiva de Engels y explicable desde un punto de vista marxista. En contraste con la mayoría de los antropólogos, Marvin Harris, el padre del llamado “materialismo cultural”, ha tratado de explicar estas estructuras familiares desde un punto de vista materialista aunque de manera divergente a la interpretación de Morgan y a la interpretación marxista clásica. Si bien Harris señala el nexo con la forma de vida y producción de estas formas no señala claramente la existencia de un nexo evolutivo e histórico entre éstas, debatiremos la tesis de Harris.
Es necesario advertir al lector contra posibles malas interpretaciones: no pretendemos afirmar que todas las sociedades hayan atravesado las diversas formas familiares que estudiaremos u obedeciendo rígidamente un orden preestablecido; nuestra intención, por el contrario, es mostrar que existen ciertas tendencias históricas que se manifiestan de manera estadística y no de forma mecánica o unidireccional. Por ejemplo: las sociedades cazadoras, horticultoras y tribales suelen organizarse en clanes, los clanes tienden a vincularse por medio de la exogamia cuando necesitan aliarse para fines productivos, de intercambio o bélicos; las personas suelen gozar de una amplia libertad sexual en las sociedades cazadoras recolectoras; los clanes tienden a presentar divisiones internas cuando se requiere el cuidado de huertos y animales de granja; la mujer suele tener alta consideración social cuando juega un papel productivo mientras que suele ser denigrada allí donde la propiedad privada y la guerra son socialmente relevantes; es más probable que una sociedad horticultora sea matrilineal que una sociedad pastora, que suele ser patriarcal, etc. Esto no es lo mismo que afirmar que todas las sociedades horticultoras son matrilineales, afirmación que sería falsa y estaría infectada de pensamiento mecánico. Si bien las simplificaciones son peligrosas, las tendencias históricas que abordaremos –que constituyen simplificaciones necesarias - nos ayudarán a explicar cómo la humanidad pasó de vivir de forma generalizada en clanes –hace apenas unos 11 mil años- a la familia monogámica que domina en gran parte del mundo “civilizado” de nuestros días.
La interpretación marxista de la familia ha caído en desuso, entre otras razones, porque para sostenerla es necesario considerar periodos muy largos de tiempo y formas de sociedad que ya no existen o existen muy modificadas en la actualidad. La dificultad radica en que la mayoría de las estructuras familiares del esquema de Morgan se refieren al paleolítico inferior, medio y superior, es decir, a periodos históricos que comenzaron hace 2 millones de años y que concluyeron hace 10 mil o 12 mil años. Lamentablemente las estructuras familiares, por sí mismas, no dejan huellas directas en el registro arqueológico. Desde un punto de vista estrechamente empírico podemos afirmar muy poco con respecto a las formas de familia existentes durante el paleolítico; sin embargo la tarea de la ciencia es encontrar leyes generales a través del estudio de lo particular. La ciencia funciona con abstracciones que pretenden reproducir en condiciones “puras” las leyes subyacentes a los fenómenos. En el terreno de la sociedad y la historia descubrir esos patrones es infinitamente más difícil que en la física porque en la sociedad humana el determinismo no es unilineal, se trata de uno de los fenómenos más complejos que conocemos; sin embargo, no es una tarea imposible. Es cierto que en este terreno hay que caminar con muchas reservas, pero elementos de la antropología física (por ejemplo el menor dimorfismo sexual entre el macho y la hembra humanas), la arqueología (las características de los campamentos paleolíticos), el modo de producción propio de los cazadores recolectores del paleolítico; el modo de vida y la estructura familiar de cazadores recolectores contemporáneos, vestigios literarios y religiosos de formas de familia ya desaparecidas, son elementos muy valiosos para deducir algunas cuestiones muy generales de carácter hipotético con respecto a la evolución de la estructura familiar. El estudio del genoma está abriendo una puerta para estudiar este tema, se ha descubierto, por ejemplo, que los Neandertales –al menos un grupo de bandas relacionadas que vivieron en El Sidrón- eran patrilocales, intercambiaban mujeres entre bandas distintas; estos estudios pueden responder preguntas que de otra forma parecen irresolubles. Pasemos pues a analizar estos elementos a la luz de la teoría marxista.
Las hordas Australopithecinas
australop.jpgEngels señalaba que no es posible trazar paralelismos mecánicos entre las formas de organización social del reino animal, de nuestros primos los antropoides, con la estructura familiar de los seres humanos; los seres humanos no somos animales (al menos no en el sentido de estar determinados solamente por la biología) y nuestras formas de socializar no responden a simples impulsos instintivos sino a la evolución histórica y cultural. Además, en el reino animal podemos encontrar toda clase de emparejamientos que van desde la monogamia a la poligamia pasando por la poliandria (Engels menciona el caso de la Tenia solium gusano que se reproduce copulando consigo mismo), incluso en el caso de nuestros primos los póngidos Engels sostenía que debíamos tener reservas con trazar paralelismos pues eran pocos los estudios acerca de las relaciones sociales entre ellos. No obstante actualmente contamos con más información acerca de la forma de vida de nuestros primos cercanos que son pertinentes porque el Australophithecus estaba lejos de haber salido del reino animal y su modo de vida pudo haber sido similar al de algunos póngidos.
Dentro del orden de los primates (orden al que pertenece el ser humano) podemos encontrar toda clase de formas de estructura social y modos de relación entre hembras y machos; relaciones que van desde lo que podríamos llamar matriarcado, poliandria, poliginia, dominio del macho e, incluso, monogamia.[5] Entre nuestros primos más lejanos (los Prosimii) encontramos variantes de una especie de matriarcado; en los Prosimii lemuriformes“[…] las hembras dominan a menudo a los machos, concretamente en el acceso al alimento […][6]”; entre los Prosimii lorisiformes Galaginae encontramos algo parecido a la “ginecocracia” pues “las hembras, sobre todo las madres e hijas adultas jóvenes, viven juntas en pequeños grupos, en tanto que los machos viven dispersos[7]”; mientras que en los Prosimii tarsiformes encontramos lo más parecido a la monogamia: grupos familiares de una pareja y sus crías. También en el suborden de los Antropoidea (suborden al que pertenece el Homo sapiens) nos encontramos con toda clase de formas de relación; entre los macacos y mandriles, por ejemplo, el núcleo de la banda está formado por hembras estrechamente relacionadas entre sí mientras que los Gibones y Siamangs viven en grupos formados una hembra y un macho emparejados de por vida en la que se expulsa del núcleo familiar a los jóvenes maduros; entre los Póngidos (familia más cercana a los homínidos) nos encontramos tanto con el dominio total del macho como con bandas en las que no es muy claro el dominio de algún género en particular. Los Orangutanes son la excepción entre los primates superiores al ser los únicos que viven solos; los Gorilas por su parte presentan un pronunciado dimorfismo sexual (el macho puede pesar alrededor de los 200 kilos mientras la hembra pesa la mitad); la banda está regida por un macho dominante (espalda plateada), que utiliza su fuerza bruta para aparearse con todas las hembras del grupo. Los chimpancés viven en bandas en las que, a pesar de todos los estudios, no es del todo clara su organización social pero existe dimorfismo sexual entre machos y se ha visto que los machos usan a menudo su fuerza superior para forzar a la hembra a aparearse.
Un caso interesante de socialización entre hembras y machos, quizá pertinente para imaginar las interacciones australopithecinas, es el de los chimpancés pigmeos del Congo (bonobos). Esta especie apenas se descubrió en la selva del Congo en 1929. Su caso es especial porque, a diferencia de los chimpancés comunes, los machos y hembras pueden copular durante todo el año, aquéllos muestran una gran tolerancia para con otros machos que también copulan con las hembras. Los miembros de la horda bonobo tienen sexo de manera indiscriminada: machos con hembras, machos con machos, hembras con hembras, ancianos con jóvenes, adultos con niños, sexo grupal, etc. Las hembras suelen frotar sus vulvas mutuamente, mientras que los machos suelen colgarse de los árboles frente a frente frotando sus penes, una pareja puede copular mientras el macho realiza sexo oral a otro individuo, etc. Además de los seres humanos, estos primates son los únicos que no están sujetos a los periodos de celo (aunque las hembras pueden quedar preñadas cada 6 meses, mantienen relaciones sexuales todo el año). De manera permanente la hembra chimpancé pigmeo presenta una ligera inflamación en la zona perineal que muestra a los machos su disponibilidad permanente para el sexo. ¡Son los únicos primates que han sido observados teniendo sexo cara a cara, “beso francés” y sexo oral! El sexo, para los bonobos como para los humanos, no es sólo reproductivo sino que tiene un contenido social, sirve para estrechar los lazos, intercambiar favores, descargar energía, interactuar, reconciliarse, etc. Este caso es relevante para el estudio de nuestros antepasados porque estos chimpancés muestran comportamientos sociales más estrechos que el chimpancé común. La horda permanece junta durante periodos más largos, las bandas no se dispersan en tropas más pequeñas de hembras o machos solos, suelen compartir su alimento con mayor frecuencia, las hordas suelen fusionarse con otras o dividirse de manera similar a la unión-fusión de los clanes cazadores recolectores humanos. En correlación con lo anterior, el sexo parece ser una manifestación de los fuertes vínculos sociales entre los bonobos. Esto nos provee elementos para especular sobre las formas de organización sexual de los Australopithecus porque éstos eran poco más que chimpancés erectos. Su sobrevivencia exigía que su comportamiento fuera mucho más social que el de sus ancestros no homínidos, sus interacciones se parecían probablemente al de los chimpancés pigmeos con los cuales estamos emparentados genéticamente en un 98%. ¿No es este el “intercambio sexual sin trabas” del que hablaba Engels para describir la primera etapa de la familia primitiva?
¿Intercambio sexual sin trabas?
Con el surgimiento del género Homo los factores culturales en el emparejamiento empiezan a cobrar preeminencia progresiva sobre las consideraciones puramente biológicas. Sabemos por sus fósiles y por su tecnología que eran más sociales que ningún otro animal anterior a él y que presentaban menor dimorfismo sexual, lo que demuestra un cambio en sus patrones sociales (específicamente la relación entre machos y hembras) con relación a los Australopithecus. El periodo que abarca el paleolítico inferior o fase inferior del salvajismo es la etapa en la que nos encontramos con homínidos carroñeros y eventuales cazadores que se encontraban al borde de la extinción; es probable que en su punto álgido la población de Homo habilis en el mundo no superara los 250,000 individuos, mientras que la población mundial de erectus no debieron pasar del millón de individuos.
Observamos a una población desperdigada en hordas de unas pocas decenas de miembros. Estos pequeños grupos debían realizar grandes desplazamientos que implicaban que las oportunidades de contacto sexual entre diferentes bandas de los primeros homínidos eran muy reducidas, la reproducción tenía que darse al interno de dichas bandas. El proceso social de reparto de la carne a los niños, mujeres embarazadas y ancianos determinaba que en el seno de estas bandas los lazos fueran muy estrechos y que la banda fuera una unidad social de supervivencia, económica y reproductiva. En este contexto, para optimizar las posibilidades de sobrevivencia, no podían existir limitaciones biológicas en torno al intercambio sexual (la terminología de parentesco carecía por completo de sentido). Si la población estaba al borde de la extinción –y si la hordas se componían de una docena de miembros- no podían existir barreras culturales entre la reproducción entre sujetos en edad reproductiva, la supervivencia exigía que no existieran tales prejuicios, o mejor dicho, la falta de trabas biológicas al libre intercambio sexual implica ya un triunfo de la cultura sobre la naturaleza.
El estudio genético de un hueso de falange neandertal encontrado en 2010 en una cueva de Denisova Siberia revela que al menos esta banda neandertal no discriminaba entre parientes consanguíneos al momento de reproducirse. El co-director del proyecto internacional “genoma neandertal” Montgomery Slatkin reveló que el individuo neandertal era producto de una unión consanguínea: “Hicimos simulaciones de varios escenarios de endogamia y descubrimos que los padres de este individuo Neandertal eran medio hermanos de una misma madre, o dobles primos carnales, o tío y sobrina, tía y sobrino, abuelo y nieta, o abuela y nieto[8]” para el neandertal no debió haber nada de incestuoso en el asunto dado que tales clasificaciones familiares simplemente no existían. Aunque esta banda neandertal practicaba la endogamia o una suerte de intercambio sexual sin trabas, los estudios de otra banda sepultada en una cueva española han revelado que el neandertal practicaba la exogamia, intercambiando mujeres entre bandas, probablemente ahí donde debía establecer alianzas entre grupos para la caza de grandes presas.
Como ya hemos señalado, la hembra humana, además de la hembra chimpancé pigmeo, es la única dentro del orden de los primates que puede tener relaciones sexuales en cualquier época del año, el sexo en los humanos no responde a una función puramente reproductiva sino un medio de reforzamiento de los lazos sociales, una posible prueba del carácter originalmente polígamo de nuestra especie. El intercambio sexual primitivo podría ser un indicador del grado en que los primeros homínidos se separaban del reino animal a favor de pautas culturales de apareamiento.
En el paleolítico inferior (etapa inferior del salvajismo) el posible intercambio sexual sin trabas pudo implicar, desde el punto de vista de la terminología moderna, no existía la división cultural entre padres e hijos (ni mucho menos primos, tíos, sobrinos, etc.) como elemento inhibidor del intercambio sexual; todos los hombre y mujeres en edad reproductiva podían establecer contacto sexual; como explica Engels:
La tolerancia recíproca entre machos adultos, la falta de celos, eran las condiciones necesarias para la formación de esos grupos extensos y duraderos en el seno de los cuales únicamente es donde ha podido realizarse la evolución de la animalidad hacia la humanidad […] el matrimonio por grupos, la forma en que grupos enteros de hombres y grupos enteros de mujeres se poseen recíprocamente, es forma que deja poquísimo lugar a los celos […] y que, por tanto, es desconocida entre los animales.[9]
El menor dimorfismo sexual -menor en la medida en que ascendemos en la genealogía humana- tanto como la existencia de la familia por grupos (clanes en los cuales todos los hombres y mujeres de un clan son conyugues potenciales de otros hombres y mujeres de otro clan) común en las sociedades preestatales sugieren la existencia de dicha etapa. Todavía hoy, las sociedades clánicas viven en casas comunales en las cuales no existe la noción de privacidad o espacio privado, las parejas suelen tener relaciones sexuales sin preocuparse por ser observados y nadie se escandaliza por ello. Tampoco existe vergüenza ante la desnudez propia o ajena. Por ejemplo: “La [mujer] papú de Nueva Guinea no se avergüenza de su desnudez, pero […] enrojece, presa de infinita turbación, si alguien la ve sin el trozo de tela que pende de la cabeza de cada una de las habitantes de la aldea que observe las conveniencias. Habitantes de diversas tribus africanas y sudamericanas que se pasean dignamente completamente desnudos, se avergüenzan enormemente si alguien los ve comiendo [quizá porque el acto de comer es algo que debe hacerse en colectivo]”.[10]
Si bien los campamentos que se han encontrado de este periodo no nos dicen automáticamente qué forma de familia los ocupó, lo que parece claro es que no corresponden con una estructura monogámica. Uno de los campamentos es el del yacimiento de Terra Amata en Francia: se trata de una cabaña de aproximadamente 9x5 metros[11] un espacio bastante amplio si pensamos que en estas estructuras habitaban parejas aisladas. Si bien es cierto la situación está muy lejos de clara puesto que los campamentos base han sido interpretados, también, como lugares de despiece de animales más que como viviendas.
Exogamia
Según nuestra hipótesis el proceso de evolución de la familia prehistórica expresa en su desarrollo dos tendencias contradictorias: una fuerza centrífuga que tiende a dividir las gens en otras nuevas, con el objetivo de dispersar la población sobre un territorio más amplio -aliviando las tensiones entre los recursos disponibles y el tamaño de la población-; y una tendencia centrípeta que tiende a unirlas para formar alianzas ante tareas sociales como la caza y la defensa. Ambas tendencias se explican por la interacción entre el desarrollo de la tecnología de piedra, el crecimiento de la población y los recursos disponibles.[12] De esta manera el crecimiento de la población producto de mejores herramientas podría dar lugar al siguiente estadio en la evolución de la familia; llega a un punto en el desarrollo de la banda en el que debe dividirse para aprovechar de mejor manera los recursos disponibles. Sabemos que dicha división tuvo que darse puesto que aun hoy en día los pueblos cazadores recolectores dividen –o fusionan- sus gens o bandas cuando alcanzan un tamaño determinado en otras “hermanas”, las cuales reproducen de idéntica manera la vida de cazador recolector del clan original.
Una de las maneras en las que se podría haber facilitado dicha división originaria es volviendo tabú la reproducción entre ciertos individuos. Dicha división era importante porque facilitaba las condiciones para que los hijos fundaran nuevos campamentos. Creando una nueva estructura familiar que Morgan llamó familia consanguínea, con ello se inventó el tabú del incesto y la diferencia nominal entre padres e hijos. En esta etapa debemos suponer que aún los clanes eran endógamos y que todos los hombres y mujeres del clan exceptuando padres e hijos eran parejas potenciales. Engels lo explica de la siguiente manera:
Los grupos conyugales se separan según las generaciones: todos los abuelos y abuelas, en el límite de la familia, son maridos y mujeres entre sí; lo mismo sucede con sus hijos, es decir, los padres y la madres; los hijos de estos forman el tercer círculo de conyugues comunes; y sus hijos, es decir, los biznietos el cuarto. En esta forma de la familia, los ascendientes y descendientes, los padres y los hijos, son los únicos que están excluidos de los derechos y los deberes (pudiéramos decir) del matrimonio […] el vínculo de hermano y hermana, en ese periodo, tiene consigo el ejercicio del comercio sexual recíproco […] La familia consanguínea ha desaparecido. Ni aún los pueblos más groseros de que habla la historia nos presentan ningún ejemplo de ella. Pero nos vemos obligados a que ha debido existir, puesto que el sistema de parentesco [más bien terminología de parentesco] que aún reina hoy en toda polinesia, expresa grados de parentesco consanguíneo que sólo han podido nacer con esa forma de familia, que exige esa forma como estado previo necesario”.[13]
La exogamia –por otra parte- sirvió como un mecanismo de vinculación entre las distintas bandas o gens para hacer frente a tareas productivas como la caza de grandes presas. De esta forma, si estamos en lo correcto, las bandas se dividen para dispersarse y luego se vinculan con fines de defensa y cacería comunes. En un interesante artículo Luis Guzmán Palomino señala al respecto:
El antecesor del Homo erectus vivía en grupos autónomos y consanguíneos, desprovistos de organización específica alguna. Pero, luego, los miembros de la banda empezaron a repartirse, de manera eventual, las tareas del trabajo cotidiano, y esta especialización de las tareas se fue acentuando en el erectus, para desembocar en un tipo de vida familiar y en una modificación de las costumbres sexuales. La promiscuidad e incesto llegan a ser menos frecuentes; los consortes se eligen fuera de la familia, y, luego, fuera de la banda. Fueron precisamente las uniones entre miembros de bandas distintas -es decir, la exogamia- las que contribuyeron más a la cooperación de unas bandas con otras. La cooperación entre grupos se hace más necesaria en la medida que la vida del erectus depende de la caza. Una banda sola no disponía de elementos suficientes para realizar una caza a gran escala, como la de elefantes llevada a cabo en Torralba y Ambrona. Por los testimonios recogidos en estos lugares, se puede concluir, con cierta probabilidad, que dos o tres bandas, sin duda emparentadas, conjuntaron sus esfuerzos durante varios años en sus cacerías de elefantes. Esta cooperación no fue, sin embargo, continuada y organizada hasta el advenimiento del Homo sapiens”.[14]
Un descubrimiento asombroso, que arroja mucha luz sobre los tipos de familia primitiva, se logró con el análisis genético de un grupo de doce neandertales que murieron en una cueva asturiana en El Sidrón, hace 49 mil años; los estudios revelaron que todos los hombres son del mismo linaje, mientras que las mujeres pertenecen a tres linajes diferentes.[15] Esto revela que las bandas neandertal eran patrilineales (la mujer se va a vivir al clan del varón), esta costumbre estrechaba los lazos entre bandas necesarios para la cacería de grandes presas. Es probable, en este caso, que la fuerza muscular fuera la responsable de la patrilocalidad. Queda demostrado, así, que ya en el Paleolítico medio, al menos algunas bandas neandertales, practicaban la exogamia. Es de suponerse que algo parecido sucedía con otras especies de Homo sapiens arcaicos, en tanto la cacería de grandes presas exige el trabajo mancomunado de dos o más bandas.
Otro elemento que fortalece la hipótesis lo constituyen los restos de los pocos campamentos completos que se han encontrado pertenecientes al paleolítico superior:
El yacimiento de Dolni Vestonice, situado en lo que actualmente es la República checa, data de unos 25.000 años, y eso uno de los pocos casos en los que existe un plano del campamento completo. El asentamiento parece estar formado por cuatro cabañas en forma de tienda de campaña, construidas probablemente con pieles de animales, con un hogar enorme en el centro. Alrededor de su parte exterior había una gran cantidad de huesos de mamut, algunos clavados en la tierra (…) y cada cabaña acogía, probablemente a un grupo de familias relacionadas, que sumaban entre 20 y 50 personas […].[16]
Es probable que cada una de estas cabañas estuviera habitada por un clan, gen o por un círculo de conyugues comunes de la misma forma que las cabañas del Homo erectus pekinensis encontradas en Choukoutien pertenecían a bandas de unos 25 miembros. Puesto que el número de individuos se corresponde aproximadamente a la cantidad de individuos por banda de algunos pueblos de cazadores recolectores modernos (los aborígenes australianos), es posible suponer que la gens en esta etapa ya se había dividido en gens o clanes hermanos.
Es verdad que en el terreno de la evidencia arqueológica no es posible establecer determinaciones mecánicas y automáticas entre la estructura de los vestigios de la viviendas paleolíticas y las formas de familia que existieron hace cientos de miles de años. La forma de las viviendas está determinada por multitud de factores como el nivel técnico, los materiales disponibles, el clima y el tipo de relaciones sociales dominantes; así los enormes palacios de las clases dominantes de los diversos modos de producción reflejan, no sólo las capacidades arquitectónicas, sino ante todo una de las manifestaciones más palpables de la existencia de una clase dominante.[17] Lo que sí podemos decir es que los campamentos neolíticos se corresponden con relaciones clánicas, no con familias monogámicas.
Con el progresivo desarrollo de la población, se sumó a los tabúes sexuales la exclusión de los padres e hijos, los hermanos y hermanas -al principio exclusión de los hermanos carnales y después de los colaterales- quienes ya no podían ser conyugues comunes, surgiendo con ello lo que Morgan llamó familia punalúa. La necesidad de reforzar la exogamia para promover alianzas entre los diversos clanes, así como una posible tendencia a evitar relaciones que pudieran resultar en individuos con malformaciones, fueron factores que impulsaron la sucesiva creación de tabús en el intercambio sexual entre parientes. Engels explica que:
“Según la costumbre hawaiana cierto número de hermanas carnales o más lejanas (es decir, primas en primero, segundo y otros grados), eran mujeres comunes de sus maridos comunes, de los cuales quedaban excluidos los hermanos de ellas; esos hombres, por su parte, tampoco se llamaban a sí hermanos (lo cual ya no tenía necesidad de ser), sino punalúa, es decir, compañero íntimo […] De igual modo una serie de hermanos uterinos o más lejanos, tenían en común cierto número de mujeres, con la exclusión de las hermanas de ellos y esas mujeres se llamaban entre sí punalúa […] comunidad recíproca de hombre y mujeres en el seno de un determinado círculo de familia, pero del cual se excluían al principio los hermanos carnales, y más tarde, los hermanos más lejanos de las mujeres, e inversamente también las hermanas de los hombres […] por eso se hace necesaria por primera vez la clase de los sobrinos y sobrinas, de los primos y las primas”.[18]
Exogamia y “matrimonio por grupos”
Cuando los invasores europeos llegaron a América se encontraron con la costumbre en la cual los pueblos intercambiaban mujeres para establecer vínculos y relaciones interétnicas, los invasores aprovecharon esta costumbre para establecer alianzas con poblaciones hostiles a los mexicas. El servicio de Malitzin –quien fue entregada a las huestes de Cortés junto con otras veinte mujeres- fue invaluable para los conquistadores. Quizá la exogamia patrilineal pueda explicar, al menos en parte, este patrón; aunque en el imperio mexica la exogamia se había convertido en un privilegio de la élite, destinado a establecer alianzas cupulares, mientras que el pueblo llano no podía escoger conyugue fuera de su aldea ya que al ser la fuente que suministraba la leva para el ejército, el Estado no podía permitir que las aldeas establecieran alianzas por sí mismas.
La exogamia, en sociedades más simples, no conoce la interferencia estatal y parece estar extendida –aunque no de forma absoluta o exclusiva-entre los cazadores recolectores y entre pueblos de horticultores. Por ejemplo, mujeres de las tribus del norte de África (Argelia, Libia); tribus de Etiopía y Sudán se ofrecen voluntariamente al forastero. Según un estudio publicado en 1968 por Duveyrier[19] las mujeres, ya estuviesen solteras, casadas o viudas gozaban de extraordinaria libertad e independencia, otorgaban la “amistad del muslo” (así se refiere Duveyrier a la hospitalidad sexual que las mujeres brindada al forastero) y "muestran complacencia en divertirse con quien les parece"; en Kenia, por ejemplo, la mujer, aun cuando tenga pareja, puede otorgar la “amistad del muslo” al invitado. Engels dedica una parte de su libro “El Origen de la familia, la propiedad privada y el estado” a mostrar los vestigios expresados en ritos religiosos y festivos de ese tipo de comportamiento sexual entre los pueblos tribales, vestigios que sobrevivían aún bajo el ropaje religioso entre los griegos y otras civilizaciones antiguas. Engels explica con respecto a este fenómeno que: “Entre los negros australianos del monte Gambier, en Australia del sur, es donde” [el misionero Lorimer Fison] “encontró el grado más inferior de desarrollo. La tribu entera se divide allí en dos grandes clases. Está terminantemente prohibido el comercio sexual en el seno de cada una de estas clases; en cambio todo hombre de cada una de ellas es marido nato de toda mujer de la otra y recíprocamente. No son los individuos, son grupos enteros los que están casados unos con otros, clase con clase”.[20] Este mismo patrón exógamo lo encontramos entre los Bosquimanos y entre los Pigmeos –ambos, cazadores recolectores- y entre pueblos horticultores como los Iroqueses, los Yanomano, los Trobiandeses, etc.
El matrimonio por grupos –entendido como exogamia- no implica que los hombres estén copulando compulsivamente con todas las mujeres existentes fuera su clan, si una persona ha encontrado una pareja sexual –que como vemos debe ser de otro clan- no necesariamente debe mantener relaciones sexuales con otras personas (además, debido quizá a la falta de medios anticonceptivos fiables, el sexo indiscriminado no parece ser la norma). Engels ya había lo señalado: “[…] aún no existen las restricciones impuestas más tarde por la costumbre. Pero de esto no se deduce de ninguna manera que en la práctica cotidiana hubiese un confuso revoltillo. De ningún modo quedan excluidas las uniones temporales a plazo, hasta el punto de que forman la mayoría de los casos aun en el matrimonio por grupos”.[21] Sin embargo, los hombres y las mujeres gozan de una notable libertad sexual, no existe la noción de promiscuidad ni la de hijos ilegítimos.
Algunos antropólogos sostienen la tesis de que la reproducción sexual humana, al implicar un hembra y un macho, implica también la creación de ciertos lazos afectivos que favorecen el establecimiento de relaciones de pareja con cierta estabilidad. Aunque esta teoría tiene cierta verosimilitud, la historia muestra que una relación afectiva fuerte entre una pareja sexual no excluye necesariamente el establecimiento simultáneo de otras relaciones con lazos afectivos igualmente fuertes. Lazos afectivos entre diversas parejas sexuales no se encuentran con el obstáculo de tabús desarrollados en etapas posteriores de la historia. Los indios barí de Venezuela y Colombia, por ejemplo, creen que “un niño no nace del esperma de un único hombre, sino de la acumulación de esperma en el útero de una mujer. Una buena madre intentará tener relaciones sexuales con varios hombres diferentes, en especial cuando está embarazada”.[22] Esta creencia refuerza la idea de que el sentimiento de pertenencia romántica está relacionado con el sentido de propiedad, que surge tras la producción de un excedente convertido en propiedad privada. El amor de pareja no necesariamente implica fidelidad, se debe reconocer que el amor se configura históricamente aun cuando ello pueda parecer un sacrilegio al amor verdadero tal como se concibe desde la óptica de la familia monogámica.
Familia sindiásmica, “casas grandes”
tribu.jpgLa familia sindiásmica es, de acuerdo a la hipótesis de Engels, el siguiente estadio en la evolución de la familia; se caracteriza por la existencia de lasos conyugales más fuertes (aunque para los estándares de la civilización de fácil disolución) y, sobre todo, por la coexistencia de varias generaciones de parejas más o menos estables viviendo en un mismo techo, bajo la dirección de una matriarca o un patriarca.
La revolución neolítica, una de las revoluciones más importantes de la historia, imprimió su sello sobre la evolución de la estructura familiar; el primer cambio en la estructura familiar se dio con la invención de la agricultura y aún más profundamente con la invención de la ganadería y la subsecuente utilización de la fuerza animal en las labores del campo que disminuyeron el papel de la mujer en la producción de alimentos. El factor legado por la revolución neolítica y que imprime su sello sobre la familia es el surgimiento de la propiedad privada y la progresiva importancia de la riqueza, que generalmente pertenece al hombre. La riqueza, además, promueve la guerra regular, lo que impulsa las tendencias machistas. Con el surgimiento de los primeros huertos comenzó a surgir la propiedad privada sobre la tierra, al comienzo como una sesión de la propiedad colectiva del clan a ciertas familias. Los emparejamientos pasajeros ya existían antes de esta revolución pero la propiedad privada sobre los huertos y el ganado agregó el elemento del cálculo económico consolidando dichas uniones con miras a la herencia.
La familia sindiásmica aparece como la vinculación de una generación de parejas en la misma esfera doméstica y bajo la dirección de una pareja conyugal o una matriarca (generalmente cuando son más horticultores que pastores) o un patriarca (generalmente cuando los rebaños ya son de cierta proporción y cuando la guerra es recurrente), la determinación de esta forma se da en función de la producción de horticultura (huertos) y el cuidado de los rebaños. La propiedad territorial es mayor a la capacidad de las parejas aisladas de trabajarla pero los suficientemente pequeña para ser trabajada por un conjunto de parejas conyugales (que adquieren nueva fuerza de trabajo por medio de nuevos enlaces matrimoniales que se integran a la unidad familiar) que empiezan a dividir al clan.
De acuerdo con Engels esta forma familiar la podíamos encontrar en algunos pueblos serbios y búlgaros; entre los alemanes de la antigüedad; entre los celtas; en la India, y en los calpullis prehispánicos de los mexicas.
Esta forma de familia, que antecede a la familia nuclear, no rompe aún los lazos clánicos de sangre pues, si bien los asuntos domésticos comienzan a ser parte de la esfera privada de la familia, ésta aún se encuentra inserta a un clan y el clan a la tribu; aunque la riqueza privada que comienzan a ostentar las familias es el comienzo del fin del comunismo primitivo.
Todavía hoy vemos cómo los granjeros tienden a vivir en casas grandes en donde una generación de parejas, viviendo bajo el mismo techo, se dedican a trabajar sus tierras y cuidar sus animales. Esta forma de familia no es equivalente a una simple suma de familias nucleares pues las expectativas familiares, la educación, los lazos de solidaridad involucran a una “familia extensa” completa la cual, en parte, estructura la mentalidad, psicología y las obligaciones de los individuos. Por ejemplo:
Entre los Bathonga del sur de Mozambique, la vida doméstica está bajo el control de los varones de más edad de la primera generación de una familia extensa poligínica. Estos prestigiosos y poderosos hombres forman en efecto el consejo de administración de una sociedad anónima de tipo familiar. Eran responsables de tomar decisiones sobre las posesiones de tierra, ganado y edificios del grupo doméstico; organizaban el esfuerzo de subsistencia de los productores corresidentes, especialmente de mujeres y niños, asignándoles campos, cultivos y trabajos estacionales”. Entre los Rajputs de la India por ejemplo “las familias extensas toman medidas severas para mantener la subordinación de cada pareja casada. A un joven y a su esposase les prohíbe incluso hablar entre sí en presencia de personas mayores, lo que significa que sólo pueden conversar subrepticiamente por la noche […] en este caso el marido no debe mostrar un interés manifiesto por el bienestar de su esposa; si ésta se encuentra enferma incumbe a su suegra o suegro cuidar de ella […]”.[23]
Lo destacable es que existe una notable vinculación entre la forma de la familia y el contexto en el cual los hombres y las mujeres producen sus alimentos. Marvin Harris señala el centro de la cuestión: “¿por qué tantas sociedades tienen familias extensas? Probablemente, porque muchas veces las familias nucleares no disponen de suficiente mano de obra masculina y femenina para desempeñar con eficiencia las tareas domésticas y de subsistencia. Las familias extensas proporcionan un mayor contingente de mano de obra y pueden realizar una variedad de actividades simultáneamente”.[24]
La horticultura en la que no se utiliza la tracción animal para labrar la tierra es una actividad que en la mayoría de los casos puede realizarse igualmente por hombres y mujeres, por lo que la relativa igualdad comunista (incluso supremacía del sexo femenino) aún no se ve quebrada por la simple invención de la agricultura, de hecho la pérdida de la fuerza productiva de la mujer cuando ésta se va a vivir al clan del hombre debe compensarse con el “precio de la novia” que mucha gente confunde con la dote, pero en realidad “el precio de la novia” y la dote son opuestos. Progresivamente, conforme nos acercamos al surgimiento de la civilización, el polo se va cargando hacia el sexo masculino, puesto que los nuevos animales domesticados tienden a pertenecer al hombre. La división sexual del trabajo durante el comunismo primitivo consistía en que, por regla general, la mujer fuera predominantemente recolectora y el hombre cazador, los animales que antes eran cazados y ahora se habían domesticado tendían a estar bajo control del hombre; si bien los animales de tiro liberan a hombres y mujeres de tareas pesadas de la labranza, disminuyen notablemente el peso de las mujeres en la producción y, por ende, tiende a menoscabar su status social en la misma proporción en que crece el del género masculino. Dicha caída del papel de la mujer se expresa en la dote: el clan entrega junto con la mujer una compensación por la carga que significa una boca improductiva que alimentar, el “precio de la novia” compensaba a la familia original de la novia –al contrario- la pérdida de lo que aportaba la mujer con su trabajo.
La posición de las mujeres se va degradando, además, en la medida en que los enfrentamiento armados y el monopolio masculino en el uso de las armas se torna más importante en la sociedad. De esta manera, la consolidación de la relación conyugal, como producto de la necesidad cada vez mayor de la herencia (propiedad que en lugar de pasar al clan es ahora propiedad de intereses privados), es continuada por el paso de la matrilocalidad (el hombre se va vivir al clan de la mujer) a la patrilocalidad (la mujer se va a vivir al clan del hombre) y, posteriormente, de la matrilinealidad (la descendencia se cuenta por línea femenina) a la patrilinealidad (la descendencia se cuenta por línea paterna) como un reflejo de que el poder económico del varón va relegando progresivamente a la mujer.
Última edición por pablo13 el Sáb Mar 30, 2019 4:40 am, editado 1 vez
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El status de la mujer en el comunismo primitivo, evidencias en los mitos
En abstracto parecería que hay más motivos para que el ser humano invente diosas que los dioses varones que dominan las principales religiones del mundo civilizado: todo ser humano proviene del vientre materno, y de cierta manera regresa a él cuando muere y se reintegra a la tierra, es más fácil relacionar la gestación y el parto con los ciclos de la naturaleza; los pueblos cazadores recolectores suelen relacionar los patrones migratorios y los ciclos de las plantas con las fases de la luna y con la “madre tierra”; además, los ciclos lunares están relacionados con la menstruación; no es casualidad que la luna suela estar relacionada con fuerzas femeninas. Si a esto agregamos el hecho de que en las sociedades del “comunismo primitivo”, y aún entre los pueblos horticultores, el papel de la mujer en la producción –como recolectora, horticultora y alfarera- es relevante; la pregunta correcta es, entonces, porque en las sociedades divididas en clases –es decir en las sociedades “civilizadas”- Dios es varón y no mujer. Veremos que la respuesta a esta cuestión, como ya hemos esbozado, está íntimamente relacionada con el surgimiento de las clases sociales, la propiedad y la guerra.
venus-mujer.jpgHay muchas evidencias de que el status de la mujer nunca fue tan elevado como durante el paleolítico. El arte del paleolítico, vestigios del pensamiento mágico, la tradición oral de los pueblos preestatales; señalan una época en la que la mujer gozaba de una consideración social infinitamente mayor que durante toda la civilización, antes que la división de la sociedad en clases derribara a la mujer del pedestal de respeto y admiración que tuvo durante la mayor parte de la historia de la humanidad, encadenándola a la esclavitud de la familia monogámica. La evidencia que da el arte del lugar que ocupaba la mujer durante el comunismo primitivo no deja mucho lugar a dudas. Las famosas “Venus primitivas” (pequeñas esculturas de mujeres con sus aparatos reproductivos exagerados) son un fenómeno muy extendido en culturas del paleolítico superior, que no tuvieron contacto alguno; Marvin Harris señala que:
Las figurillas y las estatuas femeninas encontradas en muchas culturas preestatales de Europa y Asia suroccidental ofrecen más elementos de juicio indicativos de organizaciones matrilineales. Por ejemplo, en Malta, el Templo de Tarxien, erigido con anterioridad al 2000 a. C.; contenía una estatua de piedra de un metro ochenta de altura de una mujer gorda, sentada. El tema de las señoras gordas se repite en varias versiones menores encontradas en los templos malteses, asociadas con los entierros humanos, los altares y los huesos de los animales sacrificados los cual indica el culto a los antepasados femeninos.[25]
Además de las “Venus primitivas” están las representaciones de seres humanos que en la mayoría de los casos son mujeres, así lo señala Jean-Pierre Durad:
Mientras que las pinturas de mujeres son frecuentes en el arte del paleolítico superior las pinturas de hombres o de niños son comparativamente más raras. Y de este hecho suele concluirse que esta disparidad se debe al estatus de la mujer en las sociedades de esa época […] Patricia Rice por su parte demostró que en estas figuras (las Venus) la mujer aparece representada en toda una variedad de formas de cuerpos y edades, no solamente a las embarazadas, por lo que constituyen símbolos de matriarcado más que de maternidad. […] Olga Soffer, examinó los vestidos de algunas Venus, señalando que si las características de las mujeres son representadas con tanta frecuencia esto debe significar que las mujeres estaban muy bien consideradas en esas sociedades, así como que algunas de ellas alcanzaron posiciones de gran relevancia en el paleolítico superior.[26]
También existen claras evidencias del elevado status de la mujer provenientes de la literatura antigua y la mitología. La genealogía de los dioses de las principales civilizaciones se remonta a deidades femeninas. Si fuera verdad que “Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza” debió haber sido Adán el que naciera de la costilla de Eva: las diosas de la fertilidad Ianna o Ishtar en Mesopotamia, Isis en Egipto, Deméter y Afrodita en Grecia; Coatlicue, Tonantzin o Cihuacoatl con los mexicas; Pachamama con los incas; serían descendientes de las primeras diosas que inventó la humanidad, expresión del estatus que la mujer tuvo en un remoto pasado, antes del dominio patriarcal y la sustitución de las deidades femeninas por las masculinas. Poca gente repara en el hecho de que el nombre de nuestro planeta proviene de la versión romana de la diosa griega Gea, llamada Terra.
Los mitos son una expresión fantástica donde se encuentra el reflejo deformado de relaciones sociales reales. Engels, basándose en Bachofen, encontró pruebas en los relatos mitológicos de relaciones matriarcales entre los antiguos griegos. Es probable que vestigios del derecho materno original de las primeras poblaciones mesoamericanas puedan ser rastreados en leyendas presentes en el pueblo mexica, fuentes como el libro III del Códice Florentino recoge la famosa historia del nacimiento de Huitzilopochtli y el desmembramiento de la diosa lunar. Coatlicue es la madre de Huitzilopochtli, una diosa primordial. Ésta resulta embarazada cuando recoge un ovillo de plumas que luego guarda bajo su huipil, lo que nos dice que la diosa es embarazada por el cielo. Los 400 hermanos surianos de la diosa lunar Coyolxauhqui quieren matar a su madre Coatlicue –la de la falda de serpientes- porque ésta los ha deshonrado, lo que nos dice que aunque las 400 tribus siguen venerando a deidades femeninas la virginidad de la mujer ya es exigida socialmente como consecuencia la propiedad del varón, la herencia y la fuerza bruta guerrera. La nueva situación social debe expresarse en la fundación de un nuevo mito.
El mito mexica no es el único en donde una diosa es desmembrada por un varón. Pachamama de los incas es desmembrada por el dios del fuego, Huacon, y en Babilonia, la diosa madre original –Tiamat- es implacablemente liquidada por Marduk –el dios del cielo y el sol- para tomar el mando. En el mito Enuma Elish se relata:
Su cuerpo [de Tiamat] estaba distendido y su boca completamente abierta.
Él disparó la flecha, le desgarró el vientre,
Le atravesó las entrañas, le partió el corazón.
Habiéndola sometido, le extinguió la vida.
Arrojó su cadáver y lo pisoteó.
El señor pisó las piernas de Tiamat,
Con su maza despiadada le aplastó el cráneo.
Este dominio se expresa, también, en la mítica águila que devora a la serpiente; señal que el dios de la guerra dio a los mexicas cuando salieron de Aztlán para encontrar su "tierra prometida". La imagen puede expresar el dominio del Dios de la guerra y el Sol -asociado al águila- que "devora", mediante tributos y sacrificios rituales, a otros grupos agricultores -simbolizados por la serpiente, deidad terrestre, asociada a la fertilidad-.En la sociedad mexica –y en general en todas las civilizaciones de Mesoamérica- el dominio del hombre era ya incuestionable, sin embargo, hay que recordar que el pueblo mexica procedía de una tribu nómada proveniente de Aztlán-Chicomóztoc-Culhuacan, lugar que estudiosos serios como León Portilla[27] han ubicado en el sureste norteamericano, donde aún habitan pueblos que hablan lenguas emparentadas con el Nahua –como los Zunis y Hopis, en general los llamados “Indios Pueblo”, descendientes de los Anazasi- que fueron matrilineales. Un dato sugerente al respecto es el hecho de que cuando Moctezuma Ilhuicamina envía, a mediados del siglo XV, una peregrinación a Aztlán, sus emisarios regresan con regalos de sus ancestros, relatando que se encontraron con la diosa Cuatlicue. El encuentro mítico pudo haber sido obra de alucinógenos pero tal vez exprese el hecho real de que los pueblos de donde provenían los aztecas adoraban a una diosa que los mexicas identificaban con la madre de Huitzilopochtli.
Bachofen –como hemos señalado- encontró pruebas de su tesis acerca de una etapa de matriarcado basándose en la literatura clásica griega, tal como comenta Engels:
Bachofen presenta el Orestes de Esquilo, como el cuadro dramático de la lucha entre el derecho materno agonizante y el derecho paterno naciente y vencedor en la época heroica. Clitemnestra, por amor a su amante Egisto, ha matado a su marido Agamenón al regresar éste de la guerra de Troya; pero Orestes, hijo de Clitemnestra y de Agamenón, venga la muerte de su padre matando a su madre. Persíguenle por este hecho las Erinias, demoniacas protectoras del derecho materno; el matricidio era, pues, el más odioso y el más inexpiable de los crímenes. Pero le protegen las dos divinidades que representan en este caso el orden nuevo, el derecho paterno: Apolo, que por conducto de su oráculo, ha incitado a Orestes a cometer ese acto, y Minerva, que llamada como juez oye a las dos partes. Todo el litigio se resume brevemente en la discusión habida entre Orestes y las Erinias. Orestes se apoya en que Clitemnestra ha cometido un doble delito, matando al esposo de ella y al padre de él. ¿Por qué le persiguen las Erinias a él y no a ella, que es mucho más culpable? La respuesta es sorprendente: No estaba unida por los vínculos de sangre al hombre a quien ha matado […] hay el mismo número de votos en pro de la absolución y en pro de la condena; entonces Minerva, en calidad de presidente, vota a favor de Orestes y le absuelve. El derecho paterno ha vencido al derecho materno; los dioses de la raza joven, como los llaman las mismas Erinias, pueden más que éstas, las cuales se dejan por último convencer también para ponerse al servicio del nuevo orden de cosas.[28]
Bachofen atribuye la causa del paso del derecho materno al paterno a la sustitución de las creencias religiosas. El mérito de Bachofen está en haber señalado por primera vez una época en donde no existía la familia patriarcal y en haber interpretado correctamente la literatura antigua como un vestigio de un pasado donde dominaba el derecho materno; pero al mismo tiempo, nos señala Engels, prueba que Bachofen:
Cree en la Erinias, en Apolo y en Minerva por lo menos, tanto como en ellos creía Esquilo en su época; en efecto, cree que esas divinidades realizaron en los tiempos heroicos de Grecia el milagro de echar abajo el derecho materno y sustituirlo por el derecho paterno. Claro es que semejante concepto, según el cual se considera la religión como la palanca principal de la historia del mundo, tiene que ir a parar, por último, al más perfecto misticismo.[29]
El pasaje de Orestes ante referido es interesante también porque nos revela parte del significado del llamado “derecho materno”; Agamenón esposo de Clitemnestra no está unido con vínculos de sangre a su esposa porque proviene de un clan distinto, lo cual es consistente con una de las características de muchas tribus preestatales matrilocales en donde el esposo se va a vivir con los parientes clánicos de la mujer. Marvin Harris hace un extenso recuento de los elementos que nos permiten afirmar que Tribus que bordeaban el umbral del Estado tuvieron formas matrilineales o matrilocales, vale la pena citar extensamente su recuento porque confirma la idea de Bachofen:
[…] el gran egiptólogo Flinders Petrie opinaba que las divisiones administrativas, o nomos, del Egipto dinástico primitivo habían sido en otro tiempo clanes matrilineales y que, en los tiempos más antiguos, la residencia posmarital era matrilocal. Estrabón, el historiador griego, escribió que los antiguos pueblos de Creta reverenciaban predominantemente deidades femeninas, otorgaban a las mujeres un papel destacado en la vida pública y practicaban la matrilocalidad. Plutarco afirma que en Esparta el matrimonio era matrilocal y que las mujeres gobernaban a los hombres. El gran clasicista Gilbert Murray estaba convencido de que, en Grecia, de tiempos homéricos, los hijos se marchaban a aldeas extranjeras para servir y casarse con las mujeres que poseían allí la tierra. Herodoto dijo de los lidios que habitaban el extremo oriental del mediterráneo: tienen una costumbre singular que los diferencia de todas las demás naciones del mundo: llevan el nombre de sus madres, no el de sus padres. Con respecto a los germanos primitivos, Tácito escribió que los hijos de una hermana tienen la misma posición con respecto a su tío que a su padre y algunos incluso consideran al primero como el vínculo más fuerte […] Además, la descripción de Tácito sobre el estatus relativamente alto de las mujeres en la antigua Germania está sustentado por los descubrimientos de mujeres vestidas como guerreros y enterradas al lado de hombres vestidos del mismo modo. Livio informa que las curiae, o primeras divisiones administrativas, recibieron este nombre por las sabinas a las que supuestamente violaron los seguidores de Rómulo. Por último, Briffault subraya que la nomenclatura romana de parentesco hacía una distinción entre el hermano del padre y el hermano de la madre. El primero se llamaba patruus y el segundo avunculus. La apalabra latina que significa antepasado es avus. Por ello, como ocurría en el caso de un sistema matrilineal, el hermano de la madre era designado con una palabra que denotaba el antepasado común con el hijo de la hermana. (El hecho de que la palabra inglesa uncle derive de la palabra que significa hermano de la madre denota la importancia anterior de las relaciones hermano de la madre hijo de la hermana).[30]
Así, además de los antiguos griegos, hay evidencia de que las antiguas tribus germanas, lidias, etruscas y romanas tuvieron linajes femeninos. En el África reciente “son de tendencia matriarcal y reconocen la filiación por línea femenina, regiones del África occidental y la mayor parte de los pueblos Bantúes del África Central, por encima del Ecuador, desde la República Democrática del Congo Zaire, el ex-Congo Belga hasta Zambia, la ex-Rodesia del Norte y Malaui”. Algunas de estas Tribus practican un mezcla entre “patriarcado” y “matriarcado” muy probablemente como una señal de evolución del “derecho materno” al paterno. Así por ejemplo, los Ndembu del noroeste de Zambia son matrilineales (la descendencia y la herencia se transmite por línea femenina) pero su residencia es patrilocal (la mujer se va a vivir al clan del marido). Los pueblos Tumbuka de África central eran matrilineales hasta que fueron invadidos en 1780 por tribus guerreras patrilineales. Según nos dice Wölfel los Berberiscos, Bereberes, Tuareg del norte de áfrica (Argelia y Libia) eran matrilineales hasta hace poco.
Como señalaba Morgan también son “matrilineales” y “matrilocales” muchas de las Tribus norteamericanas donde, en ocasiones, también se observa una mezcla entre “derecho materno” y paterno. La mayor parte de las Tribus norteamericanas en la época del “descubrimiento” eran “matrilineales”: tribus del sureste de Norteamérica (Cherokees, Creek, Chotaw, Pawnws, Natchez, Ononaga, Iroqueses); tribus de Nuevo México y Arizona (indios Hopi, Indios Navajo, Indios Pueblo) fueron “matrilineales” o “matrilocales” o ambas, los pueblos de Nuevo México y Arizona creían descender de una madre ancestral o grandes madres primordiales (las Diosas Hermanas Uretsiti y Nautsiti, la primera Antepasada de los indios Pueblo occidentales y la segunda de los indios Navajos del suroeste); los Indios Mandan que habitaban las praderas desde Dakota del norte hasta Texas eran matrilineales; la confederación de 5 tribus de Nueva York (Iroqueses) eran matrilineales y matrilocales –Morgan vivió dentro de la Tribu de los Sénecas cuya obra “Ancient Society”, como se sabe, fue ampliamente citada por Engels-, los iroqueses creían que la raza humana provenía de las diosas primordiales: Diosa del maíz, Diosa de la judía; Diosa de la habichuela, Diosa de la alubia y Diosa de la calabaza; las Tribus nómadas de Delawere y Virginia eran matrilineales; también lo eran las tribus de California; Entre los pueblos de los indios Tlingits / Tlinkit de Alaska, y entre los Kwakiutls de las costas noroccidentales de Canadá, la descendencia era matrilineal.[31]
Hay elementos para afirmar que algunas de las sociedades indígenas de Sudamérica eran matrilineales antes de la conquista; por ejemplo, los Incas mezclaban matrilinealidad y patrilocalidad. En un estudio del Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA) sobre los pueblos originarios de América podemos leer lo siguiente:
Uno de los investigadores más acuciosos de los pueblos andinos, Ricardo Latcham, afirmó que la mayoría de las sociedades precolombinas estaba basada en el matriarcado […] Esta descendencia ha sido comprobada en muchos pueblos aborígenes. Por ejemplo, los mapuches (o araucanos del sur de Chile) tenían filiación materna. El hombre no podía desposar a una mujer del mismo tótem, pero era lícita la relación sexual entre hijos e hijas del mismo padre, siempre que fueran de tótem diferente. En lengua araucana se encuentran palabras que indican esta relación: lacutún, unión entre abuelo y nieta; lamuentún, entre hermano y hermana de padre. Durante la Colonia se dictaron reglamentos prohibiendo estas uniones que para los españoles constituían pecados monstruosos. Sin embargo, para el araucano, algunos de los matrimonios permitidos a los españoles eran altamente incestuosos; por ejemplo, el entre primos, si éstos fuesen hijos de tías maternas porque entre ellos, éstos eran siempre del mismo tótem […]. La importancia de la mujer en estas sociedades agro-alfareras se manifestó también en el plano mágico-religioso, con el culto a las diosas de la Fertilidad o a la Diosa-Madre.[32]
En las sociedades matrilocales y matrilineales las mujeres dominan en diversos aspectos de la vida social. Engels señala que “Las mujeres eran el gran poder dentro de los clanes (gentes), los mismo que fuera de ellos”[33].De la misma forma, Marvin Harris describe el destacado papel de las mujeres dentro de las sociedades matrilineales:
“Los asuntos de este poblado comunal estaban dirigidos por una mujer mayor que era un pariente materno cercano de la esposa del hombre. Era esta matrona la que organizaba el trabajo que desarrollaban las mujeres de la comuna en los hogares y en campos. Era la que asumía el almacenaje de las cosechas y quien los repartía a medida que se necesitaban. Cuando los maridos no estaban fuera en alguna expedición – ausencias de un año eran frecuentes – dormían y comían en las viviendas comunales dirigidas por las mujeres pero carecían casi por completo del control sobre la forma en que sus mujeres vivían y trabajaban. Si un marido era mandón o poco cooperativo, la matrona podía en cualquier momento ordenarle que cogiera su manta y se marchara, dejando a sus hijos para que fueran cuidados por su esposa y por las demás mujeres de la comuna. […] Si una acción que se proponía” (el consejo de ancianos) “no era de su agrado podía rehusar entregar los alimentos almacenados, los cinturones de cuentas, los adornos de plumas, los mocasines, las pieles y las guarniciones [...] ni los festivales religiosos podían celebrarse podían celebrarse a menos que las mujeres decidieran entregar los acopios necesarios. Incluso el Consejo de Ancianos no se reunía si las mujeres decidían rehusar alimentos para la ocasión.[34]
En el famoso Atlas Etnográfico de Peter Murdock, publicado en 1967, en donde se muestrea a más de 1179 etnias actuales se pueden contabilizar 15% con formas de filiación matrilineales aun cuando la mayor parte de su muestra corresponde a pueblos agricultores y pastores (factores que tienden a cargar el polo hacia el lado masculino), si a la muestra de Murdock pudiéramos agregar a los clanes y tribus que existían antes de la colonización veríamos como la proporción de sociedades matrilineales aumentaría de manera muy considerable (véase tabla más adelante). Es verdad que existen toda clase de variantes tal como afirma Godelier: “en el seno de las sociedades de cazadores y recolectores existen ya formas patrilineales, bilaterales e incluso matrilineales”,[35] estas formas concretas deben estudiarse concretamente, tratando de detectar los factores que las determinan y sus tendencias evolutivas, no obstante, la extensión de las formas matrilineales y matrilocales debe ser algo más que una mera casualidad.
Marvin Harris sostiene, sin embargo, que las sociedades matrilineales y matrilocales no pueden ser confundidas con matriarcados porque en la mayoría de los casos –como el de los iroqueses-, son los hombres los que ocupan los cargos de saquem (jefes). Los asuntos de la tribu son tratados por el “consejo de ancianos” formado por los jefes y saquem de las gens o clanes que forman la tribu (los cuales son elegidos democráticamente en asambleas al interno de cada gens o clan). Probablemente esta preponderancia de los hombres en los consejos se deba a su papel predomínate en el uso de las armas y la frecuencia de los enfrentamientos militares entre las tribus de los iroqueses; se sabe, sin embargo, de tribus africanas (Bokongos del Congo Zaire) en las cuales las mujeres pueden ser elegidas como jefes de la tribu.
Hay que advertir, para evitar simplificaciones erróneas, que los símbolos femeninos pueden estar determinados por causas diversas o por su combinación: no necesariamente reflejan formas matrilineales o matrilocales, no siempre simbolizan la fertilidad de la tierra, a veces pueden simbolizar la fertilidad de las presas de caza, pueden ser producidos por sociedades cazadoras recolectores u otras agricultoras. La distribución de las famosas “Venus” femeninas europeas, por ejemplo, sugiere que su uso era el de amuletos para procurar la fertilidad de la megafauna, cuyas manadas eran seguidas por bandas de cazadores recolectores; utilidad similar parecen tener las pinturas rupestres de Francia y España –la reproducción de los animales deseados-. Existe una aparente correlación entre la relativa escasez o dificultad para obtener la carne y la abundancia de pequeñas esculturas de mujeres gordas, que serían fetiches para invocar la reproducción de los animales cazados y servir, a la vez, de amuletos mágicos. Los primeros cazadores recolectores de América que cruzaron el Estrecho de Bering y obtuvieron su sustento de la caza de mamuts y de la megafauna del pleistoceno –de hecho cruzaron el estrecho siguiendo las manadas- no fabricaban los amuletos que sus pares hicieron en Europa. Según Peter Watson, esta ausencia se explica por las mismas causas que explican su presencia en el Viejo Mundo: la inusitada abundancia de presas como el mamut fueron tales que la cultura Clovis del Nuevo Mundo no requirió de rituales para procurar la reproducción de estas manadas, al grado que los cazadores podían darse el lujo de desperdiciar la mayor parte de sus presas –que cazaron hasta la extinción-y sólo consumir las partes más apetitosas. La producción de figurillas femeninas en el contexto de la caza prehistórica europea desapareció, para reaparecer junto con la emergencia de incipientes sociedades agrícolas, pero su manufactura estaba motivada por factores un tanto diferentes –aunque quizá compartieran con aquéllas, organizaciones sociales de tipo matrilineal-. Parece ser que es el contexto agrícola el que explica la construcción del Templo de Tarxien en Malta, con su asombrosa diosa madre de dos metros de altura- la escultura de gran formato más antigua de la historia-. Es posible que las Diosas Madre hechas de barro -que tanto abundan en el arcaico mesoamericano- estén relacionadas, igualmente, con los nacientes cultivos; es decir, con la fertilidad de la tierra. Es difícil saber –hasta que los estudios genéticos no lo aclaren- si este culto estaba también vinculado con relaciones de residencia y filiación femeninas; por lo menos este era el caso con los llamados Pueblos Indio de noroeste de Norteamérica que –como señalamos en otra parte- pudieron ser los ancestros de los mexicas y otras tribus chichimecas. Lo cierto es que con la creciente recurrencia de la guerra y la correlativa fuerza masculina, las representaciones femeninas de la fertilidad –que nunca desaparecieron del todo- fueron subordinándose a nuevos cultos fálicos, en un proceso análogo al que observamos en Europa con el creciente culto al Toro –que en un principio parece estar relacionado con la vinculación simbólica entre la luna y los cuernos de estos animales- y una nueva representación de falos como alternativa machista de culto a la fertilidad. Es verdad que el culto a la tierra nunca dejo de ser relevante en el Nuevo Mundo, sobre todo para sociedades que no conocieron la ganadería y que dependían totalmente de la bondad de la “madre tierra”, sin embargo –como hemos visto- este culto se subordinó a los temas bélicos y machistas.
¿Cuál es la causa de la relativa igualdad de género e incluso preponderancia de la mujer en buena parte de los pueblos preestatales? En las sociedades de cazadores recolectores y en los pueblos horticultores tanto las mujeres como los hombres juegan un papel importante en la producción, incluso el papel de la mujer puede ser más importante que el del varón. En los pueblos cazadores recolectores la fuente más recurrente de alimentación suele provenir de la recolección que de la caza cuyo éxito puede ser bastante irregular. Aunque es cierto que la caza del varón es más codiciada por lo que es más probable que la relación entre los géneros tienda la igualdad; tal parece ser el caso de los Bosquimanos o Kung san del Kalahari (pueblos cazadores recolectores comunistas) donde la descendencia se cuenta por línea tanto paterna como materna (es decir son ambilineales) y la pareja puede vivir a veces en el clan de ella o el de él. Si el papel de la recolección es nulo frente a la caza, como es el caso excepcional de los inuit o esquimales, el papel del hombre será predomínate; en el caso de los esquimales, además, la caza es relativamente individualista (situación excepcional entre pueblos preestatales) y este factor que parece promover la existencia de familias nucleares que se bastan más o menos así mismas.
Parece ser que entre las sociedades comunistas horticultoras el papel de la mujer en la producción tiende a aumentar puesto que las labores del campo (hasta antes del uso de animales de tiro) son, en general, realizadas por la mujer como una extensión de su papel como recolectoras; las mujeres son, en general, las que producen la alfarería y los productos textiles. Como una expresión del papel de la mujer en la producción (horticultura) éstas tienden a ser el símbolo de la fertilidad; en el caso de sociedades cazadoras recolectoras pueden ser la reproducción de los animales cazados, es posible que de ahí deriven la reproducción de la “Venus Primitivas” con sus características formas regordetas y mamas exageradas. Engels señala que la incertidumbre de la paternidad, producto de una mayor libertad sexual, influye en el elevado status de la mujer puesto que lo único seguro es la identidad de la madre.
Es importante notar que las tendencias pueden contraponerse; así, por ejemplo, la invención de la agricultura aumenta inicialmente el papel de la mujer en la producción pero, al mismo tiempo, aumenta el excedente, la población y las tensiones iones entre diversas aldeas para explotar un territorio determinado, tensiones que pueden derivar en enfrentamientos armados. Los enfrentamientos armados tienden a aumentar el papel de la fuerza muscular y por tanto estatus masculino. En tanto los hombres son más eficientes en el manejo de arcos, mazas, palos, carreras cortas, y el embarazo y la lactancia limitan, además, la movilidad de la mujer; los hombres, por ende, tienden a ostentar el monopolio de las armas. Cuando la importancia del uso de las armas aumenta socialmente, lo mismo sucede con el papel de los varones en la sociedad. Así los horticultores Trobriandeses y los Yanomano que son tribus fuertemente guerreras –aun cuando no están divididos en clases sociales- son, también, fuertemente machistas, practicantes del infanticidio femenino, maltratan normalmente a la mujer y castigan el adulterio femenino cruelmente.
Para explicar el origen de la matrilinealidad y matrilocalidad Marvin Harris sostuvo una hipótesis que difiere con la que hemos tratado de fundamentar en este texto y que debemos tomar en cuenta ya que podría ser correcta. De acuerdo a Harris la existencia del matrilinaje en pueblos preestatales tiende a surgir en tribus que realizan la guerra a larga distancia; como un mecanismo para que los intereses consanguíneos del clan y la tribu queden en manos del linaje del clan en cuestión, Harris los explica del modo siguiente:
Los hombres casados que se mudan a una casa comunal matrilocal iroquesa provienen de familias y aldeas distintas. El cambio de residencia les impide ver sus intereses exclusivamente en términos de lo que es bueno para sus padres, hermanos e hijos y, al mismo tiempo, los pone en contacto con los hombres de aldeas cercanas. Esto promueve la paz entre aldeas vecinas y establece las bases para que los hombres cooperen en la formación de grandes bandas guerreras capaces de atacar a enemigos situados a cientos de kilómetros de distancia […] Los cambios de las organizaciones patrilineales a matrilineales surge como un intento por parte de los hombres ausentes de transferir a sus hermanas el cuidado de las casas, las tierras y las propiedades de posesión conjunta. Los hombres ausentes confían en sus hermanas más que en sus esposas porque éstas provienen de grupos de interés paternos foráneos y sus lealtades están divididas. Sin embargo, las hermanas que permanecen en casa tienen los mismos intereses de propiedad que los hermanos.[36]
Así pues, la matrilinealidad surgió en interés de los hombres y no de las mujeres, la flecha del desarrollo va de la patrilinealidad a la matrilinealidad poco antes del surgimiento del Estado y poco antes de que la patrilinealidad se impusiera de nuevo en beneficio de los hombres, Harris cita el Atlas etnográfico de George P. Murdock en donde los clanes matrilineales son sólo el 15% del total; adicionalmente señala que la ovunculocalidad es un intento de mantener el control en manos del varón (en los hermanos de la esposa).
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Es probable que esta tesis sea correcta para las tribus norteamericanas que hemos estudiado antes, sin embargo, a nuestro juicio, la tesis de Harris tiene algunos puntos al menos discutibles: su tesis se sostiene en la existencia de guerras recurrentes y regulares, no obstante, son los mismos textos de Harris los que nos informan que no existe evidencia contundente de que los pueblos de paleolítico practicaran la guerra de una forma regular, así la guerra no puede considerarse un factor central para explicar la filiación y patrón de residencia centrada en la mujer. Estos pueblos estaban muy lejos del umbral estatal, así la flecha cronológica parece apuntar entonces de manera opuesta a la sostenida por Harris. Es perfectamente posible, sin embargo, que la caza a grandes distancias de la megafauna pleistocena, practicada según se cree sobre todo por varones, pudo constituir otro factor, además de los ya señalados, para centrar el linaje en la mujer, entonces la interpretación de Harris (haciendo a un lado el tema de la guerra y el comercio que eran actividades marginales) podría ser un factor complementario si es que no explica completamente el enigma.
Por otra parte, el Atlas etnográfico de Murdock debe ser tamizado para no incurrir en interpretaciones erróneas: dentro de las 1179 de las sociedades estudiadas por Murdock se deberían considerar ante todo aquellas que sobreviven por medio de la caza y la recolección, y a los pueblos horticultores que no practican la guerra de manera regular, o aquellos que la practican a grandes distancias; de otro modo meteríamos en el mismo saco a tribus pastoras, aquéllas que conocen la agricultura y la domesticación de animales; aquéllas que practican la guerra o viven en un entorno urbanizado; además el Atlas de Murdock no se reduce a sociedades que viven de bandas y aldeas, por no hablar de la influencia que sobre éstas ejerce la civilización y las técnicas e instrumentos modernos. Con todo es sorprendente que Murdock pueda contar dentro de la filiación materna al 15% de las sociedades que están presentes en su muestra. Es verdad que de las 1,170 sociedades estudiadas por Murdock en su atlas Etnográfico 859 (el 72%) son poligínicas (un hombre varias mujeres) pero la mayor parte de las sociedades incluidas en su muestra son sociedades pastoras o utilizan la tracción animal para las labores del campo, en ellas el poder del varón se refuerza con el tamaño de su rebaño, el cual incluye un harén de mujeres bajo su dominio.
A continuación se presenta una tabla[37] con algunas de las pocas sociedades matrilineales y matrilocales actuales; se observa una correlación entre las formas de subsistencia y las formas familiares dominantes –sobre todo parece existir una correlación entre horticultura y filiaciones femeninas-, que parece apoyar la interpretación que hemos sostenido. Esta correlación es importante porque lo que nos interesa no es el número absoluto de sociedades matrilineales en el mundo, sino la correlación entre las formas de filiación y residencia, por un lado, y el modo de producción por otro; dicha correlación no puede ser casualidad. Por supuesto, no pretendemos presentar una tabla exhaustiva pero creemos que la muestra de 32 pueblos matrilineales o matrilocales no deja de tener interés para el tema que nos ocupa. (Algunos pueblos aparecen en la tabla como “cazadores de cabezas” porque presuntamente lo fueron en el momento de ser estudiadas o en alguna época de su historia, en realidad no existen, salvo alguna excepción, tribus “cazadoras de cabezas” –a excepción de tribus utilizadas como milicias o grupos de choque por los países imperialistas-)
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La familia monogámica
Mientras que en los inicios de la revolución neolítica las labores del campo se hacen con azadas de mano que pueden ser utilizadas igual de eficientemente por hombres y mujeres, la introducción del arado de tracción animal tiende a relegar a las mujeres de las labores del campo y a devaluar su papel y valoración social ya que “con dos bueyes y un arado un hombre puede cultivar en un día una superficie mucho mayor que una mujer con una azada”.[38] Así en los pueblos horticultores de África, que utilizan azadas de mano, la mujer suele tener una alta valoración social; mientras que los pueblos agrícolas de la India, que utilizan tracción animal, suele tener una relación de género bastante desventajosa, a tal grado que muchas mujeres son obligadas a arrojarse a la pila funeraria de sus maridos. Marvin Harris señala la asombrosa reacción en cadena que hace que la tracción animal en las labores del campo aumente el status del varón en detrimento de la mujer:
Donde quiera que consiguieron el control sobre los arados consiguieron el control de los grandes animales de tiro. Dondequiera que uncieron estos animales al arado también lo hicieron a toda clase de carretas y vehículos. Por consiguiente, con la invención de la rueda por Eurasia los hombres acoplaron a los animales a los principales medios de transporte terrestre. Esto le proporcionó el control sobre el transporte de la cosechas a los mercados y a partir de ahí no había más que un corto paso hacia el dominio del comercio y los intercambios tanto locales como a larga distancia. Con la invención del dinero los hombres se convirtieron en los principales mercaderes. A medida que los intercambios y el comercio aumentaron en importancia tuvieron que ir anotándose y fue a estos hombres dedicados al comercio y al intercambio a los que correspondió la tarea de realizarlos. Y con la invención de la escritura y las matemáticas los hombres hicieron su aparición en la escena como los primeros escribas y contables. Por extensión, los hombres se convirtieron en el sexo ilustrado: podían leer, escribir y efectuar cálculos. En consecuencia fueron los hombres, y no las mujeres, los primero filósofos, teólogos y matemáticos históricamente conocidos en los primeros estados agrarios de Europa, Asia suroccidental, India y China.[39]
La existencia de un excedente considerable por encima de las necesidades básicas, posibilitado por la revolución neolítica, proporcionó las condiciones materiales para la concentración de la riqueza en pocas manos, a medida que la importancia de ese excedente aumentaba, la importancia de la herencia también lo hacía. Pero esa riqueza, como hemos visto – sobre todo a partir del uso de la fuerza animal en la producción-, tendía a pertenecer a los hombres, este hecho entraba en contradicción con la existencia de la matrilocalidad y la matrilinealidad ya que, con arreglo al viejo estado de cosas, la riqueza de los hombres pertenecía a la línea materna, a la gens de la mujeres y no a la gens del hombre. Por eso, consideramos que no es casualidad, que Godelier pueda afirmar que “el estudio factorial de 577 sociedades de muestreo mundial establecido por Murdock tiende a demostrar que para el conjunto del mundo la descendencia ha evolucionado desde formas matrilineales o formas patrilineales”.[40] La guerra, el ganado, la mano de obra esclava fueron factores que impulsaron el paso de la matrilocalidad a la patrilocalidad (es posible interpretar la ovunculocalidad, común en pueblos preestatales, – en donde la pareja se va a vivir a la esfera doméstica del hermano de la madre- como una etapa que señala la transición del derecho materno al paterno) y posteriormente de la matrilinealidad a la patrilinealidad; por eso no es extraño que en muchos pueblos preestatales se observe una desconcertante mezcla entre matrilinealidad con patrilocalidad, matrilinealidad con ovunculocalidad, etc.
La propiedad privada de proporciones considerables en manos del varón proporcionó las bases para la exigencia a las mujeres de fidelidad y virginidad, para asegurar al hombre que sus bienes materiales serían heredados a sus propios hijos y no a los de cualquier otro. La incorporación de la mano de obra esclava a la unidad familiar, sustituyendo las labores productivas de la mujer por la mano de obra esclava, la convirtieron en la esclava improductiva de las tareas domésticas y en la incubadora de los hijos legítimos del hombre. La relativa libertad del intercambio sexual de los clanes y gens se convirtió en un privilegio de los hombres y en un pecado imperdonable para la mujer, la libertada sexual se envileció y degeneró en la forma de prostitución o la venta de los favores sexuales, que antes era una actividad desinteresada que aún no era cubierta por la hipocresía y la vergüenza. Con la familia monogámica la prostitución se convierte en la única mercancía para mujeres empobrecidas en provecho del disfrute indigno del varón.
Este cambio se expresó en nuevos apetitos de los dioses. Éstos, como reflejo deforme de las relaciones sociales humanas, han deseado y se les ha ofrendado lo que ha sido precioso o deseado por los seres humanos a través del tiempo, por ello, se les ofrecía ganado en sacrificio en los pueblos pastores, vino y pulque como medio de comunión y comunicación –todavía las llamamos “bebidas espirituosas”-, se les han hecho sacrificios humanos en sociedades que conocieron el canibalismo y/o en algunas que debían imponer temor, se les ha ofrecido limosna en dinero en sociedades monetarias y –lo que es más interesante en el tema que analizamos ahora- se les han dedicado sacerdotisas vírgenes ahí donde los hombres han valorado la virginidad que garantiza la sucesión de la herencia y en donde el harén ha sido símbolo de estatus, riqueza y poder. Los dioses, como los hombres en las civilizaciones patriarcales, desean mujeres vírgenes, “inmaculadas”, que estén a su servicio. Así, cuando le reces a tu Dios, no olvides que, en realidad, le estás rezando al reflejo deforme de una sociedad injusta.
El emparejamiento que antes representaba el reforzamiento de las relaciones entre diversas gens y que era fácilmente disoluble, se convirtió, con la familia monogámica, en un negoció en el cual la mujer se vende de una vez y para siempre a un varón más o menos pudiente, una prostitución oficial cuya divergencia con la prostitución proscrita está en el hecho de que no está socialmente condenada y en que la mujer vende sus favores sexuales a un solo hombre para el resto de su vida, mientras que en la prostitución corriente el sexo se vende a diferentes hombres a tiempo pactado. Así, la familia monogámica surge por la necesidad de la transmisión de la herencia paterna; ello no impide que si el varón es lo suficientemente rico pueda sostener su harén y mantener bajo una forma modificada a una especie de familia sindiásmica (cuyo contenido, no obstante, es totalmente diferente), como sucede en algunos pueblos orientales, con la diferencia de que la mujer ya no juega ningún papel en la producción reduciendo su rol a un objeto sexual y de placer. La poliandria del varón y la estricta monogamia de la mujer en este contexto es una forma modificada de la familia monogámica, un lujo con respecto a esta, ya que cumple con las mismas funciones y obedece más o menos a las mismas causas. La propiedad y la degradación social de la mujer son la base y consecuencia de la familia monogámica. La esclavitud doméstica de la mujer será abolida cuando, tras la expropiación de la burguesía, las labores del hogar sean sustituidas- al menos casi en su totalidad- con lavanderías públicas, comedores, guarderías, casas cuna, etc. Los trabajos domésticos que pervivan o se repartirán de forma equitativa o serán asumidos por trabajadores pagados por el Estado, antes de que herramientas robotizadas terminen por erradicar un trabajo odioso. La aspiración de los marxistas no es que se le pague a la mujer un salario por el trabajo doméstico, sino la erradicación del trabajo doméstico que en la sociedad burguesa se carga sobre la espalda de la mujer, para así ahorrarle al Estado burgués los costos de muchos servicios sociales y, sobre todo, reproducir de mejor manera, en el seno de la familia burguesa, la ideología dominante.
Hemos visto que la familia nuclear no es la forma natural de organización parental, sino un producto histórico, resultado del surgimiento de la propiedad, cuya finalidad es perpetuar a ésta. Durante la mayor parte de la historia humana, los seres humanos nos organizamos en clanes igualitarios cuyos integrantes estaban emparentados; la estructura clánica experimentó una serie de transformaciones como expresión del crecimiento poblacional y la necesidad de alianzas entre los clanes; en función de esto, los clanes de dividían o se fusionaban. Esta estructura clánica fue disolviéndose con el surgimiento de la agricultura y la ganadería lo cual no sólo dividió a la sociedad en poseedores y desposeídos, sino que el polo de poder tendió a concentrarse cada vez más en el varón propietario. El mito y su evolución constituyen una expresión muy interesante de este cambio, las diosas primigenias –expresión del papel relevante de la mujer como recolectora, tejedora, alfarera y como expresión de la fertilidad de la fertilidad de la tierra y los animales- cedieron su lugar a dioses varones todopoderosos y despóticos. La familia monogámica burguesa es la última expresión de la sociedad dividida en clases. Sus funciones económicas y sociales deberán ser absorbidas de forma nueva con la expropiación de los medios de producción, liberando a la mujer trabajadora de la doble explotación a la que se la somete. Es evidente que más de 6 mil años de sometimiento de la mujer y machismo no se eliminarán de forma automática. Además de guarderías, lavanderías, comedores, etc., que se deberán multiplicar de forma exponencial, será necesario implementar una ofensiva cultural para eliminar de la mente de los hombres milenios de prejuicios. En una sociedad que no se base en las divisiones de clase, las relaciones de pareja serán enteramente determinadas por la mutua voluntad al margen de toda coerción económica e ideológica y las relaciones entre padres e hijos sólo se regirán por los vínculos filiales; no por la propiedad, la herencia y el dinero. El cemento de las relaciones sociales –además de los vínculos productivos- estará construido con las afinidades producidas con las múltiples dimensiones en que el ser humano es capaz de desarrollarse –vínculos culturales, artísticos, científicos, deportivos, etc.-.
[1] Harris, Marvin; Introducción a la antropología general, Madrid, Alianza Editorial, 2003, p. 398.
[2] Ibid., p. 580.
[3] Loc. Cit.
[4] Engels, F., El Origen de la Familia La propiedad Privada y el Estado, México, Editores Mexicanos Unidos, 1988, p. 114.
[5] Diamond, Jared; ¿Por qué es tan divertido el sexo?, Barcelona, Debate, 1999.
[6] R. Ember, Carol; et al, Atropología, Madrid, Pearson, 2002, p.66.
[7] Ibid., p.67.
[8] [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] (link is external)
[9] Engels, F., El origen de la familia la propiedad privada y el estado, México, Editores Mexicanos Unidos, p.38.
[10] Citado en: Shinkin, A. F. Ética marxista, México, Grijalva, 1966, p. 37.
[11] R. Ember, Carol; et al, Antropología, Madrid, Pearson, 2002, p.142.
[12] Para no caer en un burdo maltusianismo debemos insistir que el factor de los recursos disponibles no puede verse como una barrera fija, se trata de una barrera que se rompe progresivamente con el uso de nuevas técnicas e instrumentos productivos, es decir, ante el desarrollo de la productividad del trabajo.
[13] Engels, El origen de la familia la propiedad privada y el estado, México, Editores Mexicanos Unidos, 1988, pp. 41-42.
[14] Guzmán Palomino, Luís;“El Proceso de Hominización y los Fundamentos de la Sociedad”, (ví: 9 de diciembre 2009) [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] (link is external).
[15] [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] (link is external)
[16] R. Ember, Carol; “Antropología”, Madrid, Pearson, 2002, p. 170.
[17] Los arqueólogos utilizan la diferenciación en riqueza reflejada en las viviendas como un criterio inequívoco de la existencia de castas o clases sociales.
[18] Engels, El origen de la familia la propiedad privada y el estado, México, Editores Mexicanos Unidos, 1988, pp. 43-44.
[19] Martin Cano Abreu, Francisca; “Sociedades matrilineales de África” (ví: 10 de julio 2009), [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] (link is external)
[20] Engels, El Origen de la Familia la Propiedad Privada y el estado, México, Editores Mexicanos Unidos, 1988, p. 48.
[21] Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, México, Editores mexicanos unidos, 1988, p., 40.
[22] Noah Yuval, Harari; De animales a dioses, México, Debate, 2015, pp. 56-57.
[23] Harris, Marvin; Introducción a la Antropología general, Madrid, Alianza Editorial, 2003, pp. 405-406.
[24] Ibid., p. 406.
[25] Harris, Marvin; Caníbales y reyes, Alianza Editorial, Madrid, 2006, p 123.
[26] Citado en: Ember, Carol; et al, Antropología, Antropología, Madrid, Pearson, 2002, p.175.
[27] León Portilla, “Aztlán: ruta de venida y de regreso”, Letras Libres: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] (link is external)
[28]Engels, F., El Origen de la familia la propiedad privada y el estado, México, Editores Mexicanos Unidos, 1988, pp. 10-11.
[29] Ibid., pp. 11-12.
[30] Harris, Marvin; Caníbales y Reyes, Madrid, Alianza Editorial, 2006, pp. 120-122.
[31] Martín Cano Abreu, F “Sociedades Matrilineales de Norteamérica” (en línea); [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] (link is external), http.
[32] CELA, “Historia de Nuestra América, Los Pueblos Originarios”, 2007, en: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] (link is external)
[33] Engels, F., El Origen de la familia la propiedad privada y el estado, México, Editores Mexicanos Unidos, 1988, p. 54.
[34] Harris, Marvin; Introducción Antropología general, Madrid, Alianza Editorial, 200, pp. 549-550.
[35] Godelier. Maurice; Las sociedades precapitalistas, México, Quinto Sol, 1978, p.145.
[36].Harris, Marvin; Caníbales y reyes, Madrid, Alianza Editorial, 2006, pp. 91-92.
[37] Para elaborar la tabla siguiente me he basado en la lista de sociedades matrilineales y matrilocales que aparece en: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] (link is external), en la tabla no he omitido prácticamente ninguna cultura de la fuente original por lo que no se me puede acusar de haber sesgado intencionalmente la muestra, en la tabla original no aparece la forma de producción de estas sociedades, esta información la obtuve de la muestra cruz cultural estándar que se encuentra en la siguiente liga de la red: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] (link is external), y de la información que se obtiene de una búsqueda general en la web. Frecuentemente las muestras de los etnólogos resultan exasperantes, tal es el caso de la muestra antes citada, centran su atención en los aspectos simbólicos, soslayando las formas de producción de una forma totalmente ecléctica.
[38] Gordon Childe, Los orígenes de la Civilización, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, p.152.
[39] Harris, Marvin; Introducción a la antropología general, Madrid, Alianza Editorial, 2003, p. 556.
[40] Godelier, Maurice; Las Sociedades Precapitalistas, México, Quinto Sol, 1978, p. 146.
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