La polémica con los anarquistas
breve fragmento del trabajo de V.I. Lenin «El Estado y la revolución» - año 1997
publicado por el blog Universidad obrera
[...] Esta polémica se remonta a 1873. Marx y Engels escribieron para un almanaque socialista italiano unos artículos contra los proudhonianos, “autonomistas” o “antiautoritarios”, artículos que sólo en 1913 vieron la luz, en alemán, en la revista Neue Zeit19.
“… Si la lucha política de la clase obrera –escribió Marx, ridiculizando a los anarquistas y su negación de la política- asume formas violentas, si los obreros sustituyen la dictadura de la burguesía con su dictadura revolucionaria, cometen un terrible delito de leso principio, porque, para satisfacer sus míseras necesidades vulgares de cada día, para vencer la resistencia de la burguesía, dan al Estado una forma revolucionaria y transitoria en vez de deponer las armas y abolirlo…” Neue Zeit, 1913-1914, año 32, t. 1 pág 40)
¡He ahí contra qué “abolición” del Estado se manifestaba exclusivamente Marx al refutar a los anarquistas! No en modo alguno contra el hecho de que el Estado desaparezca al desaparecer las clases o sea suprimido al suprimirse éstas, sino contra el hecho de que los obreros renuncien al empleo de las armas, a la violencia organizada, es decir, al Estado, que debe servir “para vencer la resistencia de la burguesía”.
Marx subraya adrede –para que no se tergiverse el verdadero sentido de su lucha contra el anarquismo- la “forma revolucionaria y transitoria” del Estado que el proletariado necesita. El proletariado necesita del Estado sólo temporalmente. No discrepamos, ni mucho menos, de los anarquistas en cuanto a la abolición del Estado como objetivo. Lo que sí afirmamos es que, para lograr ese objetivo, es necesario usar temporalmente los instrumentos, los medios y los métodos del poder estatal contra los explotadores, de la misma manera que para destruir las clases es necesaria la dictadura temporal de la clase oprimida. Marx elige contra los anarquistas el planteamiento más tajante y más claro del problema: al derrocar el yugo de los capitalistas, ¿deberán los obreros “deponer las armas” o emplearlas contra los capitalistas para vencer su resistencia? Y el empleo sistemático de las armas por una clase contra otra clase, ¿qué es sino “una forma transitoria” de Estado?
Que cada socialdemócrata se pregunte si es así como ha planteado él la cuestión del Estado en su polémica con los anarquistas, si esasí como la han planteado la inmensa mayoría de los partidos socialistas oficiales de la II Internacional.
Engels expone estas mismas ideas de un modo todavía más detallado y popular, ridiculizando, en primer término, el embrollo ideológico de los proudhonianos, quienes se llamaban “antiautoritarios”; es decir, negaban toda autoridad, toda subordinación, todo poder. Tomad una fábrica, un ferrocarril o un barco en alta mar, dice Engels: ¿no es evidente, acaso, que sin cierta subordinación y, por lo tanto, sin cierta autoridad o poder, será imposible el funcionamiento de ninguna de estas complejas empresas técnicas, basadas en el uso de máquinas y en la operación de muchas personas con arreglo a un plan?
“… Cuando he puesto parecidos argumentos a los más furiosos antiautoritarios –escribe Engels- no han sabido responderme más que esto: “¡Ah!, eso es verdad, pero aquí no se trata de que nosotros demos al delegado una autoridad, sino ¡de un encargo!” Estos señores creen cambiar la cosa con cambiarle el nombre…”
Después de demostrar así que autoridad y autonomía son conceptos relativos, que su esfera de actividad cambia con las distintas fases del desarrollo social y que es absurdo aceptarlos como algo absoluto, y añadiendo que el campo de aplicación de las máquinas y de la gran industria se ensancha cada vez más, Engels pasa de las consideraciones generales acerca de la autoridad al problema del Estado.”
… Si los autonomistas –prosigue- se limitasen a decir que la organización social del porvenir restringirá la autoridad hasta el límite estricto en que la hagan inevitable las condiciones de la producción, podríamos entendernos; pero, lejos de esto, permanecen ciegos para todos los hechos que hacen necesaria la cosa y arremeten con furor contra la palabra.”
“¿Por qué los antiautoritarios no se limitan a clamar contra la autoridad política, contra el Estado? Todos los socialistas están de acuerdo en que el Estado político, y con él la autoridad política, desaparecerán como consecuencia de la próxima revolución social, es decir, que las funciones públicas perderán su carácter político, trocándose en simples funciones administrativas, llamadas a velar por los verdaderos intereses sociales. Pero los antiautoritarios exigen que el Estado político autoritario sea abolido de un plumazo, aun antes de haber sido destruidas las condiciones sociales que lo hicieron nacer. Exigen que el primer acto de la revolución social sea la abolición de la autoridad”
“¿No han visto nunca una revolución estos señores? Una revolución es, indudablemente, la cosa más autoritaria que existe; es el acto mediante el cual una parte de la población impone su voluntad a la otra parte por medio de fusiles, bayonetas y cañones, medios autoritarios si los hay, y el partido victorioso, si no quiere haber luchado en vano, tiene que mantener este dominio por medio del terror que sus armas inspiran a los reaccionarios. ¿La Comuna de París habría durado acaso un solo día de no haber empleado esta autoridad del pueblo armado frente a los burgueses? ¿No podemos, por el contrario, reprocharle el no haberse servido lo bastante de ella? Así pues, una de dos, o los antiautoritarios no saben lo que dicen, y en este caso no hacen más que sembrar la confusión; o lo saben, y en este caso traicionan al movimiento del proletariado. En uno y otro caso, sirven a la reacción” (pág. 39).
En este pasaje se abordan cuestiones que deben ser examinadas en conexión con la correlación entre la política y la economía durante la extinción del Estado (tema al que consagramos el capítulo siguiente). Dos de esas cuestiones son la transformación de las funciones públicas, que dejan de ser políticas para convertirse en simplemente administrativas, y el “Estado político”. Esta última expresión, tan capaz de suscitar equívocos, alude al proceso de extinción del Estado: el Estado moribundo, al llegar a una cierta fase de su extinción, puede calificarse de Estado no político.
En este pasaje de Engels, la parte más notable es, una vez más, su razonamiento contra los anarquistas. Los socialdemócratas que pretenden ser discípulos de Engels han polemizado millones de veces con los anarquistas desde 1873, pero n o exactamente como pueden y deben hacerlo los marxistas. El concepto anarquista de la abolición del Estado es confuso y no revolucionario: así planteaba la cuestión Engels. Los anarquistas no quieren ver precisamente la revolución en su nacimiento y desarrollo, en sus tareas específicas respecto a la violencia, la autoridad, el poder y el Estado.
La crítica corriente del anarquismo por los socialdemócratas de nuestros días ha degenerado en la más pura vulgaridad pequeñoburguesa: “¡Nosotros reconocemos el Estado; los anarquistas no!” Por supuesto, semejante vulgaridad no puede por menos de repugnar a los obreros, por poco reflexivos y revolucionarios que sean. Engels dice otra cosa: recalca que todos los socialistas reconocen la desaparición del Estado como resultado de la revolución socialista. Luego plantea de manera concreta el problema de la revolución, justamente el problema que los socialdemócratas suelen soslayar a causa de su oportunismo, cediendo, por decirlo así, la exclusiva de su “estudio” a los anarquistas. Y al plantear este problema, Engels agarra el toro por los cuernos: ¿No hubiera debido la Comuna emplear más el poder revolucionario del Estado, es decir, del proletariado armado organizado como clase dominante?
De ordinario, la socialdemocracia oficial imperante eludía el problema de las tareas concretas del proletariado en la revolución, bien con simples burlas de filisteo, bien, en el mejor de los casos, con la frase sofística y evasiva de “¡Ya veremos!”. Y así se concedía a los anarquistas el derecho de decir que esta socialdemocracia incumplía su tarea de dar una educación revolucionaria a los obreros. Engels aprovecha la experiencia de la última revolución proletaria precisamente para estudiar del modo más concreto qué debe hacer el proletariado, y cómo, en lo que atañe a los bancos y al Estado. [...]
breve fragmento del trabajo de V.I. Lenin «El Estado y la revolución» - año 1997
publicado por el blog Universidad obrera
[...] Esta polémica se remonta a 1873. Marx y Engels escribieron para un almanaque socialista italiano unos artículos contra los proudhonianos, “autonomistas” o “antiautoritarios”, artículos que sólo en 1913 vieron la luz, en alemán, en la revista Neue Zeit19.
“… Si la lucha política de la clase obrera –escribió Marx, ridiculizando a los anarquistas y su negación de la política- asume formas violentas, si los obreros sustituyen la dictadura de la burguesía con su dictadura revolucionaria, cometen un terrible delito de leso principio, porque, para satisfacer sus míseras necesidades vulgares de cada día, para vencer la resistencia de la burguesía, dan al Estado una forma revolucionaria y transitoria en vez de deponer las armas y abolirlo…” Neue Zeit, 1913-1914, año 32, t. 1 pág 40)
¡He ahí contra qué “abolición” del Estado se manifestaba exclusivamente Marx al refutar a los anarquistas! No en modo alguno contra el hecho de que el Estado desaparezca al desaparecer las clases o sea suprimido al suprimirse éstas, sino contra el hecho de que los obreros renuncien al empleo de las armas, a la violencia organizada, es decir, al Estado, que debe servir “para vencer la resistencia de la burguesía”.
Marx subraya adrede –para que no se tergiverse el verdadero sentido de su lucha contra el anarquismo- la “forma revolucionaria y transitoria” del Estado que el proletariado necesita. El proletariado necesita del Estado sólo temporalmente. No discrepamos, ni mucho menos, de los anarquistas en cuanto a la abolición del Estado como objetivo. Lo que sí afirmamos es que, para lograr ese objetivo, es necesario usar temporalmente los instrumentos, los medios y los métodos del poder estatal contra los explotadores, de la misma manera que para destruir las clases es necesaria la dictadura temporal de la clase oprimida. Marx elige contra los anarquistas el planteamiento más tajante y más claro del problema: al derrocar el yugo de los capitalistas, ¿deberán los obreros “deponer las armas” o emplearlas contra los capitalistas para vencer su resistencia? Y el empleo sistemático de las armas por una clase contra otra clase, ¿qué es sino “una forma transitoria” de Estado?
Que cada socialdemócrata se pregunte si es así como ha planteado él la cuestión del Estado en su polémica con los anarquistas, si esasí como la han planteado la inmensa mayoría de los partidos socialistas oficiales de la II Internacional.
Engels expone estas mismas ideas de un modo todavía más detallado y popular, ridiculizando, en primer término, el embrollo ideológico de los proudhonianos, quienes se llamaban “antiautoritarios”; es decir, negaban toda autoridad, toda subordinación, todo poder. Tomad una fábrica, un ferrocarril o un barco en alta mar, dice Engels: ¿no es evidente, acaso, que sin cierta subordinación y, por lo tanto, sin cierta autoridad o poder, será imposible el funcionamiento de ninguna de estas complejas empresas técnicas, basadas en el uso de máquinas y en la operación de muchas personas con arreglo a un plan?
“… Cuando he puesto parecidos argumentos a los más furiosos antiautoritarios –escribe Engels- no han sabido responderme más que esto: “¡Ah!, eso es verdad, pero aquí no se trata de que nosotros demos al delegado una autoridad, sino ¡de un encargo!” Estos señores creen cambiar la cosa con cambiarle el nombre…”
Después de demostrar así que autoridad y autonomía son conceptos relativos, que su esfera de actividad cambia con las distintas fases del desarrollo social y que es absurdo aceptarlos como algo absoluto, y añadiendo que el campo de aplicación de las máquinas y de la gran industria se ensancha cada vez más, Engels pasa de las consideraciones generales acerca de la autoridad al problema del Estado.”
… Si los autonomistas –prosigue- se limitasen a decir que la organización social del porvenir restringirá la autoridad hasta el límite estricto en que la hagan inevitable las condiciones de la producción, podríamos entendernos; pero, lejos de esto, permanecen ciegos para todos los hechos que hacen necesaria la cosa y arremeten con furor contra la palabra.”
“¿Por qué los antiautoritarios no se limitan a clamar contra la autoridad política, contra el Estado? Todos los socialistas están de acuerdo en que el Estado político, y con él la autoridad política, desaparecerán como consecuencia de la próxima revolución social, es decir, que las funciones públicas perderán su carácter político, trocándose en simples funciones administrativas, llamadas a velar por los verdaderos intereses sociales. Pero los antiautoritarios exigen que el Estado político autoritario sea abolido de un plumazo, aun antes de haber sido destruidas las condiciones sociales que lo hicieron nacer. Exigen que el primer acto de la revolución social sea la abolición de la autoridad”
“¿No han visto nunca una revolución estos señores? Una revolución es, indudablemente, la cosa más autoritaria que existe; es el acto mediante el cual una parte de la población impone su voluntad a la otra parte por medio de fusiles, bayonetas y cañones, medios autoritarios si los hay, y el partido victorioso, si no quiere haber luchado en vano, tiene que mantener este dominio por medio del terror que sus armas inspiran a los reaccionarios. ¿La Comuna de París habría durado acaso un solo día de no haber empleado esta autoridad del pueblo armado frente a los burgueses? ¿No podemos, por el contrario, reprocharle el no haberse servido lo bastante de ella? Así pues, una de dos, o los antiautoritarios no saben lo que dicen, y en este caso no hacen más que sembrar la confusión; o lo saben, y en este caso traicionan al movimiento del proletariado. En uno y otro caso, sirven a la reacción” (pág. 39).
En este pasaje se abordan cuestiones que deben ser examinadas en conexión con la correlación entre la política y la economía durante la extinción del Estado (tema al que consagramos el capítulo siguiente). Dos de esas cuestiones son la transformación de las funciones públicas, que dejan de ser políticas para convertirse en simplemente administrativas, y el “Estado político”. Esta última expresión, tan capaz de suscitar equívocos, alude al proceso de extinción del Estado: el Estado moribundo, al llegar a una cierta fase de su extinción, puede calificarse de Estado no político.
En este pasaje de Engels, la parte más notable es, una vez más, su razonamiento contra los anarquistas. Los socialdemócratas que pretenden ser discípulos de Engels han polemizado millones de veces con los anarquistas desde 1873, pero n o exactamente como pueden y deben hacerlo los marxistas. El concepto anarquista de la abolición del Estado es confuso y no revolucionario: así planteaba la cuestión Engels. Los anarquistas no quieren ver precisamente la revolución en su nacimiento y desarrollo, en sus tareas específicas respecto a la violencia, la autoridad, el poder y el Estado.
La crítica corriente del anarquismo por los socialdemócratas de nuestros días ha degenerado en la más pura vulgaridad pequeñoburguesa: “¡Nosotros reconocemos el Estado; los anarquistas no!” Por supuesto, semejante vulgaridad no puede por menos de repugnar a los obreros, por poco reflexivos y revolucionarios que sean. Engels dice otra cosa: recalca que todos los socialistas reconocen la desaparición del Estado como resultado de la revolución socialista. Luego plantea de manera concreta el problema de la revolución, justamente el problema que los socialdemócratas suelen soslayar a causa de su oportunismo, cediendo, por decirlo así, la exclusiva de su “estudio” a los anarquistas. Y al plantear este problema, Engels agarra el toro por los cuernos: ¿No hubiera debido la Comuna emplear más el poder revolucionario del Estado, es decir, del proletariado armado organizado como clase dominante?
De ordinario, la socialdemocracia oficial imperante eludía el problema de las tareas concretas del proletariado en la revolución, bien con simples burlas de filisteo, bien, en el mejor de los casos, con la frase sofística y evasiva de “¡Ya veremos!”. Y así se concedía a los anarquistas el derecho de decir que esta socialdemocracia incumplía su tarea de dar una educación revolucionaria a los obreros. Engels aprovecha la experiencia de la última revolución proletaria precisamente para estudiar del modo más concreto qué debe hacer el proletariado, y cómo, en lo que atañe a los bancos y al Estado. [...]
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Lenin en su despacho de trabajo
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