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    Lenin en el camino de la revolución

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    Mensaje por proleinternacionalista Lun Feb 21, 2011 7:31 pm

    Conferencia de Amadeo Bordiga en la Casa del Pueblo de Roma, el 24 de febrero de 1924

    Debo anticipar dos advertencias: no me propongo continuar la pauta de las conmemoraciones oficiales, no haré una biografía de Lenin, ni contaré una serie de anécdotas sobre él. Intentaré trazar desde un punto de vista histórico y crítico marxista la figura y la labor de Lenin en el movimiento de emancipación revolucionaria de la clase obrera mundial: estas síntesis sólo son posibles mediante la contemplación de los hechos con una amplia perspectiva de conjunto, sin descender a lo particular de carácter analítico, periodístico, a menudo chismoso e insignificante. No creo que tenga derecho a hablar de Lenin, a petición de mi partido, por el hecho de ser "el hombre que ha visto a Lenin" o que ha tenido la suerte de hablar con él, sino por haber participado, como militante de la causa proletaria, en la lucha por los mismos principios que Lenin personifica. Por otra parte, un detallado material biográfico ha sido puesto ya a disposición de los camaradas por toda nuestra prensa.

    En segundo lugar, dada la amplitud del tema que se me ha propuesto, además de ser necesariamente incompleto, habré de pasar velozmente sobre cuestiones primordiales, y dejar constancia que los planteamientos de éstas ya son conocidos por los camaradas que me escuchan: todos los problemas del movimiento revolucionario han sido tratados por Lenin. Así pues, sin pretender en absoluto agotar el argumento, habré de ser al mismo tiempo, no sólo breve, sino incluso excesivamente sintético.

    EL RESTAURADOR TEÓRICO DEL MARXISMO.

    No necesito exponer la historia de las falsificaciones y manipulaciones, durante los años que precedieron a la primera guerra mundial, de la doctrina revolucionaria marxista, tan admirablemente diseñada por Engels y Marx en todas sus partes, y cuya clásica síntesis permanece en el Manifiesto de los comunistas de 1847. Y tampoco puedo desarrollar aquí, paralelamente, la historia de la lucha, que nunca cesó, de la izquierda marxista contra las falsificaciones y degeneraciones. En esta lucha Lenin dio una contribución de primerísimo orden.

    Ante todo consideremos la obra de Lenin como restaurador de la doctrina filosófica del marxismo, o, para expresarnos mejor, de la concepción general de la naturaleza y de la sociedad, propia del sistema de conocimientos teóricos de la clase obrera revolucionaria, a la cual le es necesaria no sólo una opinión acerca de los problemas de la economía y de la política, sino también una toma de posiciones sobre todo el cuadro de cuestiones que ahora indicaremos.

    En un cierto momento de la compleja historia del movimiento marxista, a la que volveré a hacer referencia más tarde, surge una escuela, capitaneada por el filósofo Bogdanof, que quisiera someter a revisión la concepción materialista y dialéctica marxista, para dar al movimiento obrero una base filosófica de carácter idealista y casi místico. Esta escuela quisiera hacer reconocer a los marxistas una pretendida superación de la filosofía materialista y científica por parte de las modernas escuelas filosóficas neoidealistas. Lenin les respondió de modo definitivo con una obra (Materialismo y empirocriticismo) desgraciadamente poco traducida y poco conocida, aparecida en ruso en 1908, en la cual, tras un poderoso trabajo de preparación, desarrolla una crítica de los sistemas filosóficos idealistas antiguos y modernos, defiende la concepción del realismo dialéctico de Marx y Engels en su brillante integridad, superadora de la maraña en que se enredan los filósofos oficiales, demuestra por fin como las escuelas idealistas modernas son expresión de un estado de ánimo reciente de la clase burguesa, y que su penetración en el pensamiento del partido proletario no responde más que a un estado psicológico de impotencia, de turbación, que no es más que la consecuencia ideológica de la situación efectiva de derrota del proletariado ruso después de 1905. Lenin establece, de un modo que para nosotros excluye posteriores dudas, que "no puede haber una doctrina socialista y proletaria sobre bases espirituales, idealistas, místicas o morales".

    Lenin defiende el conjunto de la doctrina marxista en otro frente, el de las valoraciones económicas y la crítica al capitalismo. Marx ha dejado incompleta su monumental obra El Capital, pero ha dejado al proletariado un método de estudio y de interpretación de los hechos económicos que ha de aplicarse a los nuevos datos suministrados por el reciente desarrollo del capitalismo, sin desnaturalizar su potencialidad revolucionaria.

    El revisionismo, sobre todo alemán, intenta hacer trampas en este terreno, elaborando "nuevas" doctrinas que constituyen rectificaciones, en apariencia secundarias, pero en realidad sustanciales, a la doctrina del Maestro. Y decimos "hacer trampas" en cuanto está demostrado (por Lenin mejor que por ningún otro) que no se trata sólo de resultados científicos objetivos a los que se habría llegado limpiamente, sino de un proceso de oportunismo político y de corrupción de los líderes del proletariado, e incluso de doblegarse al recurso de quitar de la circulación importantes escritos de Marx y Engels, cuyo pensamiento se intentaba en parte falsificar, en parte rectificar.

    Colaborando con otros economistas, entre ellos Rosa Luxemburg, y el Kautsky de los mejores años, en la continuación de la crítica económica de Marx, Lenin sostuvo en innumerables trabajos que los modernos fenómenos del capitalismo, los monopolios económicos, la lucha imperialista por los mercados coloniales, fueron perfectamente interpretados por la ciencia económica marxista, sin tener que modificar ninguna de sus tesis fundamentales sobre la naturaleza del capitalismo, sobre la acumulación de sus beneficios mediante la explotación de los asalariados. En 1915 Lenin resumió estos resultados en su libro de vulgarización sobre el Imperialismo, que permanece como un texto fundamental de la literatura comunista: esta actitud teórica implicaba algunas consecuencias políticas de las que hablaremos más tarde, de lucha contra el oportunismo y de bancarrota de los viejos líderes en la [primera] guerra mundial.

    Una lucha teórica, en el campo más restringido de Rusia, condujo también a Lenin contra los falsificadores burgueses del marxismo, que pretendían aceptar, no el contenido político revolucionario, sino el sistema y el método económico e histórico, para demostrar que en Rusia el capitalismo había vencido al feudalismo, ocultando apenas bajo esta adhesión sus propósitos de represión del posterior avance del proletariado.

    Lenin, como hemos visto, se nos presenta pues, en su obra teórica, como el defensor de la indivisibilidad de las partes que componen la concepción marxista. Y no lo hace por fanático dogmatismo (nadie menos que él merecería esta acusación), sino fundamentando su demostración en el examen de una enorme cantidad de hechos y de experiencias, suministrados por su excepcional cultura de estudioso y militante, e iluminados por su incomparable genialidad. Debemos rechazar, como lo hizo Lenin, a todos esos apresurados usurpadores de una "de las partes" del marxismo, arbitrariamente separadas: ya sean economistas burgueses que se sienten cómodos con el método del materialismo histórico, como sucedía hace unos años; ya sean intelectuales ligados a las escuelas filosóficas del neoidealismo, que pretenden conciliarlo con la aceptación de las tesis sociales y políticas comunistas; ya sean camaradas que escriben libros para afirmar que comparten la parte "histórico-política" del marxismo, pero luego proclaman caduca toda la parte económica, o sea las doctrinas fundamentales para la interpretación del capitalismo.

    Lenin en varias ocasiones ha analizado y criticado actitudes análogas, brillante y "marxísticamente" ha encontrado los auténticos motivos fuera y en contra de los intereses del verdadero proceso de emancipación proletaria, y no menos brillantemente ha prevenido a tiempo las peligrosas consecuencias oportunistas que desembocaban en la rendición a la causa enemiga, por vía más o menos directa, salvo, se entiende, la fidelidad a nuestra bandera de tal o cual camarada individualmente considerado. En el camino de Lenin debemos responder a los que se "dignan" a aceptar nuestras opiniones a título de inventario, con arbitrarias distinciones, con divisiones extravagantes, que en realidad nos harán un favor si evitan aceptar el "resto" del marxismo, porque la mayor potencia de éste radica en ser una perspectiva de conjunto del reflejo, en la conciencia de una clase revolucionaria, de los problemas del mundo natural y humano, de los hechos políticos, sociales y económicos al mismo tiempo.

    La obra restauradora de Lenin es más grandiosa, o por lo menos más destacada universalmente, en la parte "política" de la doctrina marxista, entendiendo como tal la teoría del Estado, del Partido, del proceso revolucionario, sin excluir que esta parte, que mejor llamaremos "programática", contemple también todo el proceso "económico" que se abre con la victoria revolucionaria del proletariado. La dispersión triunfal de los equívocos, de los engaños, de la mezquindad, de los prejuicios de oportunistas, revisionistas, pequeño-burgueses, anarcosindicalistas, se hace en esta parte de forma aún más palpitante y sugestiva. Después de Lenin, las armas polémicas en este terreno han sido despedazadas en las manos de todos nuestros antagonistas, vecinos o lejanos: aquellos que aún las empuñan sólo demuestran su ignorancia, esto es su ausencia del proceso viviente que asume la lucha del proletariado anhelante de su liberación. Recorramos a grandes trazos esta serie de tesis que son otros tantos fragmentos de realidad enclavados en los jalones de una doctrina insuperablemente cierta y vital. No tenemos más que seguir a Lenin: sean las tesis de los primeros congresos de la nueva Internacional, sean los discursos, sean los programas y las proclamas del partido bolchevique en el camino de la victoria, sea por fin la paciente y genial exposición de Estado y Revolución en el que se demuestra como las tesis tratadas no hayan dejado nunca de ser las de Marx y Engels, en la auténtica interpretación de los textos clásicos y en la verdadera comprensión del método y el pensamiento de los maestros, desde la primera formulación en el Manifiesto hasta las valoraciones de los acontecimientos en el período sucesivo, y sobre todo de las revoluciones de 1848 a 1852 y de la Comuna de París: obra de refuerzo de la vanguardia histórica del proletariado mundial, que Lenin retoma y enlaza con las batallas revolucionarias rusas: la derrota de 1905 y la aplastante revancha de doce años más tarde.

    El problema de la interpretación del Estado fue resuelto en el cuadro de la doctrina histórica de la lucha de clases: el Estado es la organización de la fuerza de la clase dominante, que nacida revolucionaria, se ha hecho conservadora de sus posiciones. Igual que para el resto de los problemas no se trata del Estado, considerado como una inmanente y metafísica entidad que espera la definición y el juicio del filosofastro reaccionario o anarquizante, sino del Estado burgués, expresión de la potencia capitalista, del mismo modo que luego se tratará del Estado obrero, así como más tarde se tenderá a la desaparición del Estado político. Todas estas fases se sitúan en el proceso histórico, tal como nuestro análisis histórico nos consiente trazarlo, en una sucesión dialéctica, cada cual naciendo de la precedente y constituyendo su negación. ¿Qué las separa? Entre el Estado de la burguesía y el del proletariado sólo puede situarse la culminación de una lucha revolucionaria, en la que la clase proletaria es guiada por el partido político comunista, que vence al derribar con la fuerza armada al poder burgués y constituir el nuevo poder revolucionario, que ejecuta ante todo la demolición de la vieja máquina estatal en su totalidad y organiza la represión, con los medios más enérgicos, de las tentativas contrarrevolucionarias.

    Debe responderse a los anarquistas que el proletariado no puede suprimir inmediatamente toda forma de poder, pero debe asegurar su poder. Debe responderse a los socialdemócratas que el camino del poder [para el proletariado] no es el pacífico camino de la democracia burguesa, sino el de la guerra de clase, y sólo ése. Lenin es nuestro líder en la larga defensa de estas posiciones tan falsificadas del marxismo: la crítica de la democracia burguesa; la demolición de la añagaza legalista y parlamentaria; la mofa, con el vigor sarcástico y corrosivo de la polémica enseñado por Marx y Engels, del sufragio universal y panaceas parecidas. Estas posiciones son armas del proletariado y de los partidos que están en el terreno del marxismo.

    Afirmándose de forma magistral en las bases de la doctrina, Lenin resuelve todos los problemas del régimen proletario y del programa de la Revolución. "No basta con tomar posesión del aparato estatal", dicen Marx y Engels comentando a muchos años de distancia el Manifiesto, tras la experiencia de la Comuna de París. La economía capitalista debe evolucionar lentamente hacia el socialismo, mientras se prepara legalmente el poder obrero, concluyen arbitrariamente los oportunistas, con un "fraude" teórico que llegará a ser clásico. Y sin embargo Lenin viene para aclarar que es necesario, "además" de tomar posesión del viejo aparato estatal, hacerlo añicos y poner en su lugar la Dictadura proletaria. Y ésta no se alcanza por vías democráticas, ni se fundamenta en "principios" inmortales (para el filisteo) de la democracia. La Dictadura proletaria excluye de la nueva libertad, de la nueva igualdad política, de la nueva "democracia proletaria" (como le gustaba decir al propio Lenin, dando a la democracia una interpretación más etimológica que histórica) a los miembros de la derrotada burguesía. Que sólo así se plantea sobre bases realistas la libertad para el proletariado de vivir y de gobernar, ha sido aclarado por Lenin con propuestas de cristalina evidencia y de magnífica coherencia teórica. Que litigue quien quiera sobre la conculcada libertad de asociación y de prensa, torpes instrumentos, sean maliciosos o inconscientes, de una restauración antiproletaria. Tal litigante sería, gracias a Lenin, clamorosamente batido; en la práctica esperamos que encuentre siempre suficiente plomo de la Guardia Revolucionaria, para superar su poca accesibilidad a los argumentos teóricos.

    Acerca del objetivo económico del nuevo régimen, Lenin explica - no sólo en lo que concierne a Rusia, de lo que hablaremos luego, sino en líneas generales - también la necesaria graduación evolutiva, como la auténtica naturaleza de las distinciones que lo contraponen al orden de la economía privada burguesa, en el campo de la producción, la distribución y todas las actividades colectivas.

    También aquí está el legado luminoso, en línea directa con las fuentes más auténticas de la doctrina marxista; con las respuestas de Carlos Marx a las mil banales confusiones, tanto de los adversarios burgueses como de los seguidores de Proudhon, Bakunin o Lassalle; con la mejor polémica de la izquierda marxista contra el sindicalismo soreliano. La aparente contradicción - tras la conquista del poder ¿existirá aún una burguesía que reprimir con las armas dictatoriales; habrán todavía elementos residuales del proletariado y más aún del semiproletariado que someter con una disciplina legal; habrá una intervención "despótica" (Marx) con los decretos del nuevo poder, en los hechos económicos, como el reconocimiento por parte de éste de deber "esperar" para suprimir ciertas formas capitalistas en determinados campos de la economía? - es resuelta de modo lógico, exhaustivo, maravilloso, en la construcción de un programa revolucionario que no teme la realidad, que no tiene miedo de enfrentarse a ella; que no tiene miedo de sostenerla y triturarla en sus divisiones parciales, porque ha llegado el momento de pasar sobre los argumentos y las formas muertas, en el implacable proceso de las evoluciones y las Revoluciones.

    Como factor necesario en toda esta lucha innovadora, contra las degeneraciones del laborismo y del sindicalismo, Lenin traza la misión del partido político, de clase, marxista y centralizado, casi disciplinado militarmente en los momentos álgidos de la batalla, y a los oportunistas les echa en cara que la política de la clase revolucionaria no es una burda maniobra parlamentaria, sino estrategia de guerra civil, movilización para la insurrección decisiva, preparación para gestionar el nuevo orden.

    Y como coronación del magistral edificio, tras los esfuerzos y dolores del parto de un nuevo régimen, previstos en el clásico pasaje de Engels (las necesarias exigencias de la norma de sacrificio para las milicias de vanguardia), se alza la segura y científica previsión, que no podemos confiar a las místicas impaciencias de los impotentes pensadores de una sociedad sin Estado y sin prohibiciones, ni a una Economía fundada en la satisfacción al límite de las necesidades de cada uno de sus componentes, ni a la completa libertad del Hombre, considerado como individuo; sino que debemos confiar a la especie humana viviente, solidaria en el completo y racional dominio de las fuerzas y los recursos naturales.

    A Lenin se debe pues la reconstrucción de nuestro "programa", además de nuestra crítica del mundo en general y del régimen burgués en particular, que en su conjunto completan las elaboraciones teóricas de la ideología propia del proletariado moderno.

    EL EJECUTOR DE LA POLÍTICA MARXISTA.

    La obra teórica de Lenin no puede considerarse separadamente de su obra política: las dos se entrelazan continuamente y nosotros la hemos dividido sólo por comodidad formal de exposición. Al mismo tiempo que restablece la concepción y el programa revolucionario del proletariado, Lenin se convierte en uno de los mayores líderes políticos, y ejecuta en la práctica de la lucha de clases los principios que defiende en el terreno de la crítica doctrinal. El campo de esta grandiosa actividad durante los años de su no larga vida fue no sólo Rusia, sino todo el movimiento proletario internacional.

    Consideraremos primero la obra de Lenin durante más de treinta años de lucha política en Rusia, hasta el momento en que se presenta como jefe del primer Estado obrero. Adversarios de todas las orillas han querido negar la continuidad y la unidad entre esta tarea de gran figura histórica de Lenin y su doctrina marxista. No se trataría de una realización del programa político del proletariado del Occidente capitalista y "civil", de una efectiva victoria del socialismo como aparece en los países económicamente desarrollados, sino de un fenómeno histórico espúreo, propio de un país atrasado como Rusia, de un movimiento, de una revolución, de un gobierno, "asiáticos", que no tienen el derecho de relacionarse con el objetivo histórico del proletariado mundial, y que por esto mismo no puede ser considerado como su primera victoria, como la prueba histórica de la realización de sus ideales revolucionarios. El burgués occidental dice esto para asegurar la imposibilidad del "contagio" bolchevique, el oportunista socialdemócrata para no ser obligado a admitir la liquidación de sus previsiones programáticas de colaboración de clases y de evolucionismo pacífico y legal, que pretende desvergonzadamente que son propias del proletariado progresista de los países más "civilizados", el anarquista para atribuir a la naturaleza del pueblo ruso y a las tradiciones del absolutismo las características represivas de las revoluciones, y para obstinarse en no ver la prueba evidente, de su ineluctable necesidad.

    No puede haber una tesis más estúpida. Lenin representa el contenido internacional, mundial e incluso occidental (si por Occidente entendemos el conjunto de los países poblados por la raza blanca e infestados por las más modernas delicias del capitalismo industrial) de la revolución rusa. Los datos lo hacen evidente, al margen de aquellos argumentos que batallan por la valoración marxista y comunista del devenir proletario en todos los países.

    Vladimiro Ilich Ulianov nació en 1870, y veinte años después se inició en la lucha política rusa. ¿Qué significa esta fecha, 1890, además del momento de las primeras armas del futuro gran líder proletario? Antes de esta época, con una antigüedad de varios decenios ya existía en Rusia un movimiento revolucionario notable y multiforme. A la supervivencia del absolutismo y del feudalismo derrocado en el resto de Europa por las revoluciones democráticas burguesas, le acompañó un movimiento que pretendía derribar el régimen zarista, y que buscó afanosamente precisar el contenido positivo de su oposición.

    La naciente burguesía capitalista, la burguesía media con sus intelectuales, el resto de ciudadanos oprimidos por el intolerable peso de los privilegios de la aristocracia, del clero, de los altos funcionarios y oficiales, participaron en este movimiento caótico, que también tuvo páginas bellísimas de lucha y de heroísmo, y nunca se sometió ante la feroz represión del gobierno de los zares. Digamos enseguida que los bolcheviques rusos no reniegan su afiliación a las mejores tradiciones de este movimiento de los años sesenta, setenta y ochenta; pero Lenin y el bolchevismo representan, en medio de esta vasto cuadro, la aportación de un ingrediente particular y original, destinado a prevalecer sobre el resto de factores. Porque la fecha de 1890, inicio de Lenin en la liza política, coincide sencillamente con la aparición en Rusia de la clase obrera. Los capitales, las máquinas, la técnica industrial de Occidente llegan ya a los confines de la Santa Rusia zarista, que parecen separar dos mundos, pero no pueden poner diques a las omnipotentes fuerzas de expansión del capitalismo moderno. Con su ingreso, con el surgimiento de las grandes fábricas, surge, ante todo en algunos centros urbanos, un verdadero proletariado industrial.

    Ya antes de Lenin y del resto de marxistas socialdemócratas

    rusos, los dirigentes intelectuales del movimiento de oposición al zarismo dependían angustiosamente de las ideologías y la literatura de los movimientos revolucionarios occidentales, de los que se servían en la elaboración de su propio programa y de sus propias reivindicaciones. Esta importación ideológica ha sido aún más activa a causa de la continua emigración de los perseguidos a los centros intelectuales del extranjero, además de la facilidad de asimilación de la raza eslava. Pero no se trata sólo de una importación de ideología, sino de encontrar la que corresponde al devenir efectivo de las condiciones sociales en Rusia, y que encuentre en ellas una concreta base de clase. El mismo marxismo penetra en Rusia, como teoría, con alguien que cronológicamente precede a Lenin, y que en sus buenos tiempos se nos presenta como unos de los mejores marxistas, y como maestro del propio Lenin: Plejanov.

    Pero Lenin, al mismo tiempo se arma del conjunto de doctrinas ya elaboradas por el movimiento obrero avanzado de Occidente, y desarrolla su actividad política en medio de la naciente clase obrera, siguiendo los problemas concretos de su vida en las fábricas, y elaborando su original función en el cuadro de la vida rusa. Desde entonces, para Lenin, la clase obrera, la última llegada, estadísticamente insignificante en la inmensa población del imperio de los zares, se presenta como la protagonista de la inevitable revolución. Esto no puede interpretarse como una función, una aportación "específicamente rusa", pero podría serlo si la llegada desde Occidente de los medios y las condiciones del capitalismo desarrollado fueran acompañadas de la crítica ya elaborada de las características esenciales del capitalismo, interpretaciones de los más variados ambientes sociales y momentos históricos: el materialismo histórico y la crítica de la economía burguesa de los marxistas occidentales.

    Si los cretinos de la polémica periodística quieren servirnos otro Lenin, además del místico Lenin mogólico, del Lenin profesor alemán y agente pangermánico, no tenemos más que recordarles que Carlos Marx, de quien Lenin encontró preparada la mentalidad que le hacía falta, fue llamado por los ignorantes agente alemán, mientras trazaba los materiales de su doctrina en gran parte del país en el que el capitalismo había alcanzado antes su desarrollo económico, Inglaterra, al tiempo que tenía en cuenta los datos de la más característica de las revoluciones burguesas, la de Francia, de forma preeminente. Uno y otro, Marx y Lenin, vivieron mucho tiempo fuera de sus países de origen, uno y otro, como todos los grandes revolucionarios, también personalmente, adoptaron actitudes psicológicas opuestas a las características de su nacionalidad. Al pedante universitario alemán no se podría hallar nada más opuesto que el tipo mentalmente brillante y vibrante representado por Carlos Marx, sin que tuviera nada que envidiar al profesor alemán en cuanto a tenaz laboriosidad y completa preparación. A la inercia mística y contemplativa del ruso se opuso de forma tajante el realismo del pensamiento, la precisión y la intensidad en el trabajo de la formidable máquina humana de intenso rendimiento que fue Lenin. Marx era, es cierto, un hebreo, y si esto fuese un defecto, que no lo es, ¡tampoco podría imputársele a Lenin! Pero estos no son sino los últimos argumentos de esos cretinos ignorantes, cuyo rechazo nos permite definir en estos dos colosos a los dos mayores exponentes de un movimiento, a quien ningún otro puede disputar, ni siquiera de muy lejos, la no retórica calificación de mundial.

    No puedo hacer ahora la historia de la función política de Lenin en Rusia, porque habría de exponer la compleja historia del partido bolchevique y de la mayor Revolución que la historia ha conocido, y los datos de todo esto aún nos son desconocidos en su mayor parte.

    Lenin se nos aparece, ante todo, de forma sugestiva en la crítica de todas las posiciones teóricas y políticas del resto de movimientos de oposición al zarismo; y sobre todo de aquellos que fabrican teorías espúreas para la acción de la clase obrera.

    En esta lucha contra todas las formas de oportunismo Lenin fue implacable, y no dudó ante las consecuencias más graves.

    Lenin contrapuso una ideología de la clase proletaria al liberalismo político burgués que, a través de los intelectuales, empujados necesariamente a la rebeldía, tendía a difundirse en el proletariado. Uno de los dirigentes de los "narodniki" había declarado que "la clase obrera era de una gran importancia para la revolución". En esta frase se traducía el propósito de la burguesía de "servirse" de las masa proletarias para derribar el absolutismo, para después, como en Francia un siglo antes, establecer su propio dominio también, y sobre todo, contra el proletariado. Pero Lenin encarna la respuesta: no es la clase obrera quien servirá para hacer la revolución de los burgueses; sino que la revolución en Rusia será hecha por la clase obrera y para la clase obrera.

    Fortalecido por esta genial intuición histórica, formidablemente confirmada por estudios completos sobre la naturaleza y el grado de desarrollo de la economía rusa, Lenin pudo luchar contra todas las falsificaciones del programa revolucionario y los diversos partidos y grupos oportunistas. Del mismo modo que combatió ese marxismo burgués que hemos citado, luchó también contra el "economicismo", que pretendía que debía dejarse a la burguesía la lucha política contra el zarismo, y mantener la actividad del proletariado en el terreno de las mejoras económicas, aplazando el surgimiento de un partido político obrero para cuando la burguesía hubiese conquistado el poder y las "libertades políticas". En esta lucha teórica, que se desarrolló hacia 1900, se mostró el contenido de la campaña contra el revisionismo internacional, representado por Bernstein en la época anterior a la primera guerra mundial, el oportunismo nacionalista de los socialistas durante los años de guerra, y el menchevismo de posguerra. En 1903, Lenin decidió la escisión del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, proclamada en el Congreso de Londres, si bien la división formal definitiva llegó algo más tarde. Aparentemente la disputa trataba cuestiones de técnica organizativa interna: importantísimas a pesar de todo para un partido que lucha con medios ilegales en un ambiente de feroz reacción. Pero el motivo de la división, como los años siguientes debían demostrar, era fundamental y profundo. La escisión fue querida y preparada implacablemente por Lenin, que pronunció entonces aquella frase: "antes de unirse es necesario separarse", en la que se resume una de sus mayores enseñanzas, es decir, que el proletariado jamás podrá vencer sin liberarse antes de los traidores, los ineptos, los dubitativos; que la amputación de las partes enfermas del cuerpo del partido revolucionario, no será nunca suficientemente valiente. Naturalmente Lenin fue llamado divisor, fraccionario, sectario, centralizador, autócrata, y todo lo que queráis. Él se limitó a reírse de toda esta verborrea que no puede faltar a los oportunistas cuando ven desarticuladas sus maniobras, igual que toda su vacía retórica sobre la unidad, que al margen de las condiciones de homogeneidad y claridad en los objetivos, no es para los marxistas más que una palabra sin sentido.

    Otras discrepancias se dibujaron antes de llegar a la final y clamorosa de los años de guerra. La obra clarificadora de Lenin, de amplia visión de futuro, continuó reforzándose, acumulando las auténticas condiciones de la futura victoria revolucionaria. En algunos momentos Lenin, exiliado en el extranjero, recogió muy pocas adhesiones de los simples obreros para él y su grupúsculo de fieles, pero no dudó nunca del éxito de su lucha. El futuro le dió la razón. Los grupúsculos se convirtieron en millares y millares de proletarios que en 1917 descalabraron el zarismo y el capitalismo, en millones de hombres que desfilaron en manifestaciones interminables ante el cadáver de su dirigente, siete años después.

    No podemos ocuparnos con mayor rigor de la crítica de los bolcheviques a los liquidadores, que después de 1905 querían renunciar a las acciones ilegales del partido alegando la supuesta vigencia de una constitución concedida por el emperador; ni de la crítica al partido socialista revolucionario, y a su programa, que ponía en primera línea la clase campesina, pretendiendo que en Rusia la Revolución proletaria no tendría como cuestión central la abolición del capitalismo privado, y a sus métodos pequeño-burgueses; ni tampoco de la crítica a los anarquistas, a los sindicalistas, y a tantas otras corrientes políticas de menor importancia que se agitaban en el caleidoscopio del período prerevolucionario.

    Lenin creó el partido que debía responder de forma brillantísima a las exigencias revolucionarias, magnífico instrumento de acción y de lucha. Y llegó la hora del paso de la crítica polémica y de la paciente organización preparatoria a la batalla abierta. En torno a los protagonistas de innumerables luchas se empieza a formar la concentración de las fuerzas revolucionarias, en la órbita del partido de la vanguardia

    obrera se unen los soldados cansados de la guerra y los campesinos pobres. Los Soviets, surgidos en 1905 durante la primera gran lucha revolucionaria en la que el bolchevismo se ha probado y afirmado vigorosamente, en 1917 se orientan poco a poco hacia el partido de Lenin. En este período de acción las cualidades de Lenin emergen de un modo fantástico, que se prestaría a cualquier forma de glorificación mística, si lo que sucedió no fuese para nosotros los marxistas la necesaria coronación de una tan completa y exhaustiva preparación de las condiciones revolucionarias en todos los campos. En la insurrección de Julio Lenin, pese a la tentación de un instante, dijo que no había llegado aún el momento de jugarse el todo por el todo; pero en las jornadas de Octubre, solo o casi solo, comprendió que había llegado el momento que es necesario no dejar pasar, y lanzó con mano infalible el golpe decisivo, encuadrando en la magnífica maniobra política de un partido la crisis formidable de la lucha de las opuestas fuerzas sociales de la que la clase obrera debía salir triunfante.

    La crítica teórica de la democracia y del liberalismo burgués culminó en la acción, con la expulsión a la fuerza por los trabajadores armados de aquel "montón de bribones" que era la Asamblea Constituyente, ¡democráticamente elegida!

    La consigna de Lenin: ¡todo el poder para los Soviets!, había vencido; la Dictadura del proletariado teorizada por Marx hacía su tremenda entrada en la realidad de la historia. La contrarrevolución, pese a sus múltiples esfuerzos, no vencerá jamás; deberá retroceder ante la implacable fuerza del Terror revolucionario, del mismo modo que la acumulación de las dificultades internas de la economía rusa y los fracasos del proletariado en los demás países no conseguirá agotar el éxito de la obra de gobierno encabezado por Lenin. Lenin y su partido continúan en la nueva fase su obra, distinta pero no menos ardua, aumentando siempre su fuerza y experiencia.

    Hemos hablado muy poco de Lenin como realizador de una política marxista en Rusia y nos falta aún toda su actividad internacional. También aquí la lucha contra las desviaciones marxistas no es sólo teórica, sino también política y organizativa. Cuando aún no era tan conocido entre las masas

    como los líderes tradicionales de los partidos de la II Internacional, Lenin animó en el seno de ésta la corriente de izquierda y su lucha contra el revisionismo. A él se debe que en el Congreso de Estocolmo se aprobara la moción que preconizaba la huelga general en caso de guerra.

    Sobrevino la guerra y Lenin fue el primero en comprender que la II Internacional había terminado para siempre en la vergonzosa quiebra del 4 de agosto de 1914. En el seno de la oposición socialista a la guerra que se reunió en Zimmerwald y en Kienthal, se polarizó una izquierda en torno a la fórmula de Lenin expresada en la consigna de transformación de la guerra imperialista en guerra de clases. Y se fue hacia la fundación de la nueva Internacional, que se produjo en 1919 en la capital del primer Estado proletario, constituida ya sobre sólidas bases marxistas y sobre el grandioso ensayo de acción política proletaria, con la victoria del partido comunista ruso.

    Tras la restauración de la teoría proletaria, la obra de la Tercera Internacional crece con las divisiones entre los oportunistas de todos los países, con la marginación de los reformistas, socialdemócratas y centristas de todo tipo de las filas de la vanguardia obrera mundial. La palingenesia se desarrolló en todos los viejos partidos, y se constituyeron las bases de los nuevos partidos revolucionarios del proletariado. Lenin guió con mano férrea la difícil operación ahuyentando incertezas y posibles debilidades.

    Más adelante diremos alguna cosa sobre las razones por las que la gigantesca batalla aún no ha alcanzado en todos los países el éxito definitivo, y cómo nos abandona el mejor estratega del proletariado en un momento en el que en muchos frentes la lucha no se nos presenta favorable.

    La obra política de la nueva Internacional contiene algunos aspectos esenciales de los que pocas cosas diremos. La restauración teórica marxista condujo sin más a las conclusiones fundamentales del primer Congreso constituyente en materia programática, y a una mejor elaboración de buena parte de las doctrinas en el segundo, el de 1920, el mejor Congreso de la Internacional. Y así fue en las cuestiones sobre las condiciones de admisión, sobre la tarea del partido comunista, sobre el significado de los Consejos de obreros y campesinos, ó sobre el trabajo en los sindicatos. Pero otras cuestiones fueron tratadas, con no menor fidelidad al método marxista en líneas generales, pero con un carácter más acentuado de originalidad respecto a las lagunas más graves del movimiento socialista tradicional.

    Así sucedió con la cuestión nacional y colonial. Rechazado en el terreno teórico y práctico, y sin posibilidades de equívoco, el socialnacionalismo fue condenado, con sus sofismas sobre la defensa nacional, la guerra por la democracia y la libertad o la restauración del principio jurídico burgués de nacionalidad. Fue marxista y dialécticamente valorada la importancia de las fuerzas sociales y políticas que se contraponían a la potencia de los principales Estados burgueses imperialistas allí donde aún no existía un proletariado modernamente desarrollado, esto es, en las colonias y en los pequeños países sojuzgados por las grandes potencias capitalistas. Fue así como se construyó, sobre una plataforma exquisitamente clasista, una síntesis política genial de lucha política del proletariado europeo, y del resto de los países más modernos, contra las grandes fortalezas burguesas; y de los movimientos de rebelión de los países coloniales, con el objetivo de socavar, con la ayuda de todas estas fuerzas, las bases mundiales de las fortificaciones defensivas del sistema capitalista. El proletariado comunista mundial conserva con esta posición una actitud de dirección y de vanguardia, y nada impide que sus tesis ideológicas sean el objetivo de sus realizaciones, que sigue siendo su dictadura de clase, del mismo modo que no cede en absoluto a las efímeras y erróneas premisas teóricas y políticas de los nacionalrevolucionarios semiburgueses de los países mencionados, a los que, en cuanto sea posible, los partidos proletarios comunistas deberán impedir la dirección del movimiento. Esta delicada cuestión histórica no excede el cuadro de la dialéctica revolucionaria, a condición de que sea confiada a fuerzas políticas marxísticamente maduras. No cabe excluir que pueda llegarse a un período en el que esa dialéctica quisiera presentarse sobre todo como una "nueva" consigna que diferenciara las actitudes de la Internacional de aquellas demasiado rígidas de la clásica izquierda marxista; lo cual podría hacerse sólo por algún oportunista que no renunciara a vivir, quien sabe con qué proyectos, en los márgenes de la Internacional. En los términos teóricos dados por Lenin a la cuestión, y bajo su dirección política, no era de temerse tal peligro, y no se verificó ninguna atenuación, sino más bien una intensificación de la eficacia revolucionaria mundial.

    De la cuestión "agraria" podremos resumir pocas cosas. Pero incluso en la toma de posición del segundo congreso sobre tal cuestión, aunque guardando el fondo de las cosas, no se trata más que de un análisis que se hizo poniendo a la luz el auténtico punto de vista marxista del problema de la economía agrícola.

    También en este campo Lenin nos había dado notables trabajos teóricos. Políticamente la Internacional resolvió finalmente este problema, que para los oportunistas resultaba cómodo no afrontarlo, en cuanto éstos exigían una hábil maniobra, alejándose engañosamente de las tesis revolucionarias de que el proletariado industrial será el primer motor de la revolución, a su posición oportunista de cortejadores de los intereses y privilegios de categoría de una pretendida aristocracia obrera, que querían convertir en una alianza con el capital. La doctrina agraria de la Tercera Internacional se funda en el abecé del marxismo, poniendo en claro qué es la empresa agrícola moderna e industrial; la pequeña empresa tradicional; y sobre todo el régimen de la pequeña propiedad sometida a los grandes latifundios de un único propietario, explotador de muchas familias de jornaleros de la tierra. La construcción económica gradual del socialismo, ya reivindicada y justificada en la teoría general de la Internacional Comunista, implica evidentemente que la dictadura proletaria debe aportar a estas distintas capas sociales agrícolas soluciones diferentes. Sólo para la primer capa existe una coincidencia con el programa socializador de la gran industria, mientras que para la tercera el programa inmediato no puede ser otro que la eliminación del latifundista y la consigna de la tierra para las familias campesinas, hasta que no maduren las condiciones técnicas de un cultivo concentrado y de tipo industrial, en una segunda etapa histórica. Desde este claro análisis teórico de un problema que a los oportunistas les ha sido siempre cómodo no verlo, se desprenden de forma indiscutible relaciones políticas entre el proletariado industrial y las distintas clases campesinas: paralelismo completo con los jornaleros en las haciendas industrializadas, alianza con los campesinos pobres que trabajan directamente la tierra, relaciones que deben equipararse contingentemente con las de los campesinos medios. De los segundos se obtiene por esta vía una contribución fundamental a la revolución, sin descuidar nunca la preeminencia que en ésta tiene el gran proletariado urbano: preeminencia sancionada en la propia constitución de la república soviética al conceder un peso mucho mayor en la representación a los obreros respecto a los de la gran masa campesina, y al hecho de que es la primera en dar su personal a la nueva máquina del Estado obrero.

    También aquí son más que posibles las exageraciones y los equívocos, con tal que esta prioridad de los objetivos revolucionarios no sea olvidada. Notabilísimas son a este propósito las reprimendas del camarada Trotsky a las tendencias "campesinas" que ahijan el oportunismo en el partido francés. Y nos parece esencial no olvidar, aunque no viene ahora al caso, no siendo necesario para engrandecer la obra de la Internacional que no lo necesita, el afirmar que se trata de soluciones nuevas e imprevistas respecto a la línea marxista fundamental, un cebo casi para ciertas actitudes dudosas. No se trata de presentar, como quisiera el camarada Zinoviev, aunque no existiera sobre esto ningún desacuerdo, el bolchevismo o el leninismo como una doctrina para sí, que expone la ideología revolucionaria del proletariado en alianza con los campesinos. Esta (no en las intenciones de nuestro compañero, sino en las visiones de las corrientes oportunistas) podría prestarse como fórmula teórica a los contrarrevolucionarios, camuflados de partidarios de un repliegue histórico del contenido de la revolución rusa. Mientras entre las más hermosas tradiciones del partido bolchevique permanece la genial intuición histórica con la que se ha enfrentado al programa socialrevolucionario, al que ha "robado" un punto esencial; pero para hacerlo realidad no la clase campesina, sino la obrera: porque sólo la segunda, y no con sus propias fuerzas, puede guiar a la primera a la liberación.

    No puedo aquí dar más que un esbozo sobre tales cuestiones, pero los compañeros conocen, o pueden leer, un pequeño folleto mío de vulgarización sobre la "cuestión agraria" y, aún mejor, las tesis del segundo congreso de nuestro partido sobre la misma cuestión, que representan la unánime toma de posición de los comunistas italianos sobre la plataforma que he intentado recordar brevemente.
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    Lenin en el camino de la revolución Empty Re: Lenin en el camino de la revolución

    Mensaje por proleinternacionalista Lun Feb 21, 2011 7:32 pm

    EL SUPUESTO OPORTUNISTA TÁCTICO

    Pasemos ahora a considerar el aspecto más delicado y difícil de la figura de Lenin, el que se refiere a sus criterios tácticos. La táctica no es ciertamente una cuestión separada del problema de la doctrina, del programa, de la política general. Por esta razón, nosotros rechazamos con todas nuestras fuerzas la interpretación que nos presenta a Lenin, el fustigador del oportunismo - de quien dió por primera vez la definición Federico Engels, cuando, como si preveyera las falsificaciones de Bernstein, condenó la actitud de quien con los problemillas cotidianos comprometía la visión y la preparación de las proyectadas finalidades programáticas - como si hubiera hecho en la práctica concesiones fatales a la flexibilidad equívoca, a la diplomacia de los rufianes, al supuesto "realismo", entendido como lo entiende el tendero y el filisteo.

    En esta falsa impresión insiste el burgués para vencer en no se sabe qué revancha sobre el "utopismo" atribuido idiotamente a Lenin y a su escuela. Sobre ésta insiste el oportunista por razones parecidas, y el anarquista para reclamar para él la ilusoria capacidad de no contrariar nunca su fidelidad íntegra a las actitudes revolucionarias. No puedo aquí desarrollar ni si quiera mínimamente, y por múltiples razones, toda la cuestión de la táctica comunista, que haremos en otro lugar. Me propongo tan sólo exponer algunas observaciones sobre el Lenin táctico y ejecutor político, y revindicar el verdadero carácter de su obra. Mañana un debate sobre este carácter puede llegar a ser importantísimo, no excluyéndose, y veremos por qué, que desde algunas partes se invoque una enseñanza de Lenin trocada en lo contrario de lo que verdaderamente significa, porque no se ha sabido considerarla en el conjunto, tan formidable y complejo como unitario, de su obra. Porque nosotros negamos que exista una discordancia, incluso mínima, entre el Lenin rígido e implacable de los años de discusiones y preparación, y el Lenin infatigable de las múltiples realizaciones.

    También aquí conviene examinar primero la táctica de Lenin como dirigente de la revolución rusa, y luego como líder de la Internacional Comunista. Mucho habría que decir sobre lo que fue la táctica del partido bolchevique antes de la revolución. Ya hemos dicho cual fue el objetivo de este partido tanto en sus grandes líneas programáticas como en la crítica de los adversarios, quedaría por tratar su conducta en las relaciones con otros partidos afines en las distintas situaciones contingentes, que precedieron a la gran acción autónoma de 1917.

    Esta materia importantísima es constantemente invocada por los comunistas rusos en su toma de posición sobre los problemas de la táctica internacional, e indiscutiblemente es y será siempre tenida en cuenta en los debates de la Internacional.

    Limitémonos a recordar un argumento de primera importancia, con el que los mismos camaradas rusos estuvieron en su momento en desacuerdo: la paz de Brets-Litowsk en 1918 con la Alemania imperialista, querida sobre todo por la clarividencia de Lenin. ¿Significó esta paz un compromiso con el militarismo kaiserista y capitalista? Sí, si se juzga desde un punto de vista superficial y formalista, no, si se sigue un criterio dialéctico marxista. En aquella ocasión Lenin impulsó la única política que tenía en cuenta las grandes finalidades revolucionarias.

    Se trataba de poner de relieve el estado de ánimo que había lanzado a las masas rusas a su asalto revolucionario: abandono del frente bélico entre naciones, para derrocar al enemigo interno. Y se intentaba reflejar esta situación derrotista en las filas del ejército germánico, como se había hecho desde el primer momento con las "confraternizaciones". El porvenir ha dado la razón a Lenin y señalado el error de quienes juzgaban superficialmente que se debía continuar la lucha contra la Alemania militarista, sin cuidarse ni de las consideraciones programáticas a largo plazo, ni de las prácticas (por esta vez totalmente coincidentes con las primeras: lo que no siempre sucede, y es entonces cuando las dificultades del problema táctico son más graves) que demostraban la certeza de la derrota por razones de técnica militar. El general Ludendorf ha declarado en sus memorias que el hundimiento del frente germano, tras una serie de clamorosas victorias militares en todos los sectores, en un momento en que la situación técnicamente era buena en todos los aspectos, se produjo por razones morales, es decir, políticas: los soldados ya no querían combatir más. La política genialmente revolucionaria de Lenin, al mismo tiempo que hablaba un lenguaje de transacciones protocolarias con los delegados del Káiser, supo encontrar el camino revolucionario para despertar, bajo el uniforme del soldado-autómata alemán, al proletario explotado que era conducido al matadero en interés de sus opresores.

    Brest-Litowsk no sólo salvó la revolución rusa del ataque del capitalismo germano, que los Aliados se apresuraron a reemplazar con no menos insolencia contrarrevolucionaria, sino que ganó los meses necesarios para hacer del ejército rojo un baluarte invencible, y además ha determinado la derrota de Alemania en Occidente, que erróneamente ha glorificado la supuesta habilidad estratégica de Foch o de Deinz, jefes militares de los Aliados, cuya inferioridad profesional había sido demostrada durante la guerra en cientos de ocasiones.

    Queremos pasar ahora al argumento en el que se suele insistir para mostrar al Lenin de las concesiones y de las transacciones, el de la Nueva Política Económica (NEP) rusa, aunque lo tratemos brevemente.

    Hemos recordado lo que debe pensarse de la meta económica de la revolución proletaria, de su necesario gradualismo y de su internacionalismo, y también hemos reclamado, aunque fugazmente, el significado teórico y político de las relaciones que lógicamente los proletarios industriales de Rusia debían establecer con las clases campesinas. Pero nuestros adversarios políticos dicen que no sólo hemos tratado de avanzar muy lentamente hacia un régimen socialista y luego comunista, sino que se ha tratado de un auténtico retroceso hacia posiciones ya superadas, un restablecimiento de formas puramente burguesas que se esperaba suprimir, a causa de las negociaciones con el capitalismo mundial al que se había declarado una guerra sin cuartel. Y esto demostraría que Lenin y los comunistas se han prestado a practicar el mismo oportunismo que habían reprochado clamorosamente a los demás.

    Sin embargo nosotros sostenemos que no puede hablarse

    de oportunismo, ya que esta grandiosa maniobra táctica se encuadraba en el pensamiento teórico presentado por Lenin, y aplicado día a día bajo su guía, desde casi dos años antes, y, para ser claros, en la magnífica formulación que daba del problema León Trotsky en su formidable discurso al IV Congreso Mundial, con la mirada puesta, de forma constante y tenaz, en el supremo interés del proceso revolucionario y el triunfo final en la compleja lucha contra las múltiples y formidables resistencias del capitalismo. Una sola consigna: Lenin es nuestra garantía.

    En un primer período el problema fundamental de la revolución rusa ha sido el de la lucha militar, que continuaba directamente la ofensiva revolucionaria, en su rechazo de las múltiples contraofensivas reaccionarias, no tanto en el frente político interno, como en todos los frentes que hubieron de crearse contra las hordas blancas de las grandes y pequeñas potencias burguesas. En este épica lucha, que sólo a fines de 1920 pudo darse por terminada, tras los episodios y fases que aquí no voy a recordaros, el ejército y la policía rojas se comportaron tan brillantemente decididos en triturar al enemigo, que nadie sabría hablar de compromisos y de renuncias a la amplísima valoración dada al conflicto de clase entre revolución y contrarrevolución. Nada autoriza hasta ahora a suponer que esta decisión sería revocada si se agudizara, o mejor se trasladara al terreno militar, el antagonismo entre proletariado y capitalismo mundial sobre la que se ha construido la política del primer Estado obrero y campesino. Ahora bien, en tal período el problema de la construcción del socialismo se presentaba como secundario, ya que se trataba por una parte de impedir que la conquista político-militar del proletariado pudiera ser aplastada, y por otra parte se trataba de provocar la extensión de la victoria revolucionaria a otros países. A principios de 1921 esta fase tocó a su fin. Por una parte la revolución en Europa se presentaba momentáneamente como lejana ante el fenómeno general de la ofensiva capitalista contra las organizaciones proletarias, y por otra parte la lucha por derrotar violentamente el régimen de los Soviets había sido abandonada por las potencias burguesas. No se trata ya sólo de vivir algo mejor y conducir la lucha, cuya misma necesidad, ante el peligro de una restauración burguesa y zarista, ha mantenido unidas a las distintas clases revolucionarias, sino de organizar bajo fórmulas que sólo pueden ser contingentes y transitorias, la economía de un país como Rusia, en el que la fuerza política del capitalismo y del resto de fuerzas reaccionarias (como el feudalismo agrario) ha sido derrotada; pero que debido a las condiciones técnicas, económicas y sociales, por el desconcierto causado por siete años de guerra, de revoluciones y de bloqueo, no se puede hablar de constituir un régimen económico plenamente socialista.

    Acaso por esta razón deberíamos llamar a los mandamases de las hordas blancas dispersas y derrotadas, y declarar que como no podemos constituir de un golpe la economía comunista, les devolvemos de nuevo el poder para que gestionen el país bajo una economía burguesa. O bien podríamos encontrar el remedio en el desarme del aparato del ejército y del Estado revolucionarios, para apelar a las misteriosas iniciativas "libres" y "espontáneas" del "pueblo", como afirman los anarquistas sin comprender que proponen la mismísima cosa dicha anteriormente. Ambas opciones se las dejaremos a los dementes y a los deficientes.

    Un límpido y valiente análisis marxista de carácter muy diferente guía a los bolcheviques, con Lenin a la cabeza, hacia la difícil solución.

    La necesidad política y militar había "impuesto", en ese primer período, un conjunto de medidas económicas que no eran adoptadas por sí mismas, sino para romper la resistencia de ciertas clases y estamentos. Lenin definió este conjunto de medidas como "comunismo de guerra". Así se tuvo que demoler despiadadamente, sin poder pensar en vías intermedias, el viejo aparato administrativo de la industria rusa, que estaba, en un país atrasado, aún enormemente concentrado; expropiar no sólo a los grandes latifundistas, sino también al mediano propietario agrícola porque constituía un estamento antirevolucionario que debía ser puesto fuera de combate; monopolizar completamente el comercio del grano, no pudiendo asegurar de otro modo el aprovisionamiento de las grandes ciudades y del ejército. Podemos preguntarnos si el Estado proletario hubiera podido dirigir y construir una organización socialista sustituyendo todas estas formas impuestas por necesidad.

    Acabado dicho período, el problema se planteó en términos esencialmente económicos, y se dió en consecuencia, una solución nueva y distinta. Hoy todo esto aparece claramente, sin más que hacer un examen no enturbiado por prejuicios seudorevolucionarios. En el cuadro de la revolución rusa se reconocen, dice Lenin, las más variadas formas económicas: régimen agrícola patriarcal, pequeña producción agraria para el mercado, capitalismo privado, capitalismo de Estado, socialismo. La lucha no se lleva económicamente hasta el punto de plantearse el paso del capitalismo de Estado al socialismo, sino por el contrario en la lucha contra este "capitalismo de Estado", contra la "lacra" de la economía campesina pequeño-burguesa, y contra el capitalismo privado. Qué cosa sea el capitalismo de Estado señalado por Lenin, ha sido bien explicado por Trotsky en el ya citado discurso (que debería ser publicado en italiano en un folleto popularísimo). No se trata, como en el tradicional significado de la frase, de la socialización realizada por un Estado "burgués", sino de la socialización, efectuada más bien, en ciertos campos de la economía, por el poder político proletario, pero con reservas y limitaciones que equivalen a dejar intacto el supremo control político y financiero del Estado, adoptando todavía los métodos de "cálculo comercial" capitalista.

    Es decir, el Estado ruso hace de empresario y productor, pero no puede ser, en las condiciones reales económicas rusas, el único empresario, como sucedería en un régimen "socialista"; porque debe permitir que la distribución se haga, no con un aparato de Estado, sino mediante el mercado libre de tipo burgués, donde se deja intervenir al pequeño campesino vendedor, al pequeño empresario industrial, y en ciertas ocasiones al capitalista medio local y al gran capitalista extranjero, en sociedades y fábricas controladas sin embargo fuertemente por la república obrera y sus adecuados organismos.

    Actuar de otra forma, sobre todo en relación a la cuestión agraria, sólo significaría paralizar toda posibilidad de vida de la producción. No pudiendo hablarse de socialización, y mucho menos de gestión estatal con una cuota apreciable, en una agricultura tan rudimentaria como la rusa, no había otro modo para hacer producir al campesino que la libertad de comercio de los productos agrícolas, tras hacerles entregar al Estado un impuesto "en especie" que sustituyó en la época indicada a las incautaciones introducidas por necesidad durante el "comunismo de guerra".

    Esta nueva orientación de la política económica, se presenta como una especie de retirada, pero esta retirada, en el sentido efectivo que se le da ahora, no es más que un momento inevitable de la compleja evolución del capitalismo y del precapitalismo al socialismo. Momento previsible también para las demás revoluciones proletarias, pero evidentemente de importancia mucho menor, cuanto más desarrollado sea el gran capitalismo, y cuanto más extenso sea previamente el "territorio" de la victoria proletaria.

    Debe subrayarse otro peligro que la NEP [Nueva Política Económica] encauzó a tiempo: el desclasamiento del proletariado industrial. Las dificultades de aprovisionamiento de los grandes centros habían determinado una migración de trabajadores de las fábricas hacia el campo. Esto, además de consecuencias económicas, tenía otra consecuencia gravísima de naturaleza socio-política, que aislaba la revolución y sus órganos de su base principal. Las medidas adoptadas permitieron afrontar también este fenómeno, levantar de nuevo el nivel de vida económica, y luchar contra el flagelo natural de la carestía, que venía a añadirse desgraciadamente a las demás dificultades provocadas por el adversario.

    Entre las medidas que caracterizan la nueva política económica se incluye, naturalmente, la instauración de un modus vivendi económico e incluso diplomático con los Estados burgueses. Ninguna teoría seria de la revolución puede pretender que, en presencia de Estados burgueses y proletarios, deba darse permanentemente la guerra. Esta guerra es por supuesto posible, pero al proletariado le interesa suscitarla sólo cuando haga precipitar favorablemente situaciones de guerra civil en el seno de los países burgueses, que es la vía "natural" que conduce a la victoria del proletariado. No hay pues nada de extraño, mientras esto no sea posible desde el punto de vista comunista, que habiendo constatado por su parte los Estados burgueses la imposibilidad de suscitar en Rusia una revuelta anticomunista, estemos en un período de tregua militar y de relaciones económicas de las que ambas partes esbozan la necesidad en forma concreta. Sería pues ridículo empequeñecer tal problema por la repugnancia de ciertos contactos protocolarios y exigencias de la etiqueta.

    La misma situación que provocó la ruptura de la Conferencia de Ginebra, demuestra que el gobierno ruso no renuncia en absoluto a las cuestiones de principio y no indica de ningún modo

    el regreso a las reglas de la economía privada, como les gusta insinuar constantemente a todos nuestros adversarios. Arrancando al capitalismo, aunque sea a costa de una adecuada retribución de los diversos recursos naturales rusos, algunas de sus fuerzas promotoras de la gran producción, se prosigue la obra teorizada por Lenin para suprimir poco a poco la pequeña economía industrial agraria y comercial, que es enemiga del proletariado, y la principal enemiga donde como en Rusia la organización del dominio político del gran capitalismo ya ha sido puesta fuera de combate. El problema de las relaciones políticas con la clase campesina no ha sido resuelto con una fórmula que huela a oportunismo, porque, aunque se hacen concesiones al pequeño campesino, no debe perderse de vista que ello es un factor revolucionario en cuanto su lucha contra el boyardo se ha saldado con la lucha del proletariado contra el capitalismo, pero en el futuro el programa obrero debe vencer y superar definitivamente al programa de alianza con el campesinado.

    Tras estos esbozos incompletos pasaré al concepto que muchos se han hecho de la táctica preconizada por Lenin para la Internacional Comunista, y de sus vivaces críticas a los criterios tácticos de la "izquierda".

    El método del que se sirve Lenin para el examen de los problemas de orden táctico y para construir la teoría del "compromiso", es plenamente satisfactorio. Pero acto seguido debo decir que, a mi parecer, el amplio objetivo de la elaboración, con este método, de la táctica que la Internacional debe adoptar, no está resuelto ni mucho menos. Lenin nos deja agotada la cuestión de la doctrina y del programa, pero no la cuestión de la táctica. Subsiste el peligro de que el método táctico de Lenin sea desnaturalizado hasta el punto de extraviar la visión de sus claros presupuestos programáticos revolucionarios: lo cual podría eventualmente poner en peligro la propia consistencia de nuestro programa. Por parte de algunos elementos de derecha de la Internacional se invoca, con demasiada frecuencia, el criterio táctico de Lenin para justificar formas de adaptación y de renuncia potencial, que no tienen nada en común con la línea brillantemente revolucionaria y finalista que atraviesa la grandiosa obra de Lenin en su totalidad. El problema es extremadamente grave y delicado.

    ¿Cuál es la crítica esencial de Lenin a los errores de "izquierda"? Condena toda valoración táctica, que en vez de reclamarse del realismo positivo de nuestra dialéctica histórica y del valor efectivo de actitudes y medios tácticos, queda prisionera de ingenuas fórmulas abstractas, morales, místicas o estéticas, de las que brotan de improviso resultados totalmente extraños a nuestro método. Toda reprimenda al verbalismo seudorrevolucionario que a menudo toma arbitrariamente el lugar de los auténticos argumentos marxistas, no sólo es justa, sino perfectamente a tono con el cuadro del grandioso trabajo de restauración de los valores revolucionarios "serios", debido a Lenin, y que nosotros humildemente intentamos seguir en sus líneas fundamentales. Todos los argumentos tácticos basados en la fobia a ciertas palabras, a ciertos gestos, a determinados contactos, bajo una pretendida pureza y peligro de contaminación de los comunistas en la acción, son ridículos y constituyen el necio infantilismo con el que Lenin se batió, hijo de los prejuicios teóricos burgueses de sabor antimaterialista. Sustituir la táctica marxista por una doctrinilla moral es una estupidez.

    Esto no significa que ciertas conclusiones tácticas sostenidas por la izquierda, y defendidas por muchos con argumentos ingenuos, no puedan presentarse como puntos de llegada de un efectivo análisis marxista desprovisto de toda veleidad ética y estética, y perfectamente preparado para aceptar, conocido el fallo, las exigencias de la táctica revolucionaria, aunque les falte elegancia y nobleza en su aspecto más inmediato. Por ejemplo, en las tesis tácticas del segundo congreso de nuestro partido, que constituían un intento en el sentido antes citado, al mismo tiempo que se critica el método táctico del frente único de los partidos políticos como órgano permanente por encima de éstos, no se emplea nunca, para llegar a tales conclusiones, el argumento de que es indigno para los comunistas tratar con los dirigentes oportunistas, o aproximarse a ellos. Creo que la misma palabra oportunista debería cambiarse, por su sabor moralista. He mencionado el problema no para discutirlo, sino sólo a título de ejemplo explicativo.

    Teniendo en cuenta los últimos datos de la experiencia táctica de la Internacional, y el hecho de que desde hace dos años no es Lenin su animador, tenemos el derecho de sostener que el problema aún ha de ser discutido para llegar a una solución. Nos oponemos a que el realismo marxista de Lenin sea reducido a la fórmula de que cualquier opción táctica sea buena para nuestros fines. La táctica influye a su vez en quien la adopta, y no puede decirse que un auténtico comunista, con el mandato de la auténtica Internacional y del auténtico partido comunista, pueda ir donde quiera con la seguridad de que no se equivocará. Hemos visto el reciente ejemplo, que señalamos de pasada, del gobierno obrero de Sajonia. El presidente de la Internacional ha tenido que decir, justamente escandalizado, que el compañero enviado al puesto de canciller del Estado, en lugar de seguir la táctica revolucionaria prefijada, y organizar el armamento del proletariado, ha quedado prisionero de la observancia de la legalidad. No se trataba ya, dijo Zinoviev, de hacer propuestas de acción comunista, sino del respeto puramente germánico a la cancillería del Estado. La frase es fuerte, y digna de Marx (quizás es del mismo Marx), pero Zinoviev debe preguntarse si la causa del fracaso radica en las cualidades del camarada, o en la propia táctica planteada, que se enfrentaba a dificultades insuperables.

    ¿"Ampliar" más allá de todo límite la posibilidad de los proyectos tácticos, no choca con nuestras propias conclusiones teóricas y programáticas, puntos de llegada de un auténtico examen realista, controlado por una continua y amplia experiencia? Calificamos de ilusa, y en contradicción con nuestros principios, una táctica que pretenda sustituir la destrucción y demolición de la máquina estatal burguesa, punto fundamental señalado vigorosamente como tal por Lenin, por la penetración de no sabemos qué caballo de Troya dentro de la propia máquina, la ilusión - verdaderamente seudorrevolucionaria y peequeño-burguesa - de hacerla saltar con la piedra filosofal.

    La situación, acabada en el ridículo, de los ministros comunistas sajones demuestra que no se puede tomar la fortaleza capitalista con estratagemas que eluden el asalto frontal de las masas revolucionarias. Es un grave error hacer creer al proletariado que se poseen esos atajos para facilitar el duro camino, para "economizar" su esfuerzo y sacrificio. El haber creído ésto ha determinado un grave estado de desilusión en el partido alemán, que tiene desagradables consecuencias, aunque sea discutible que haya provocado la gravísima de no haber desencadenado el ataque general directo en un momento en el que habría triunfado. Ahora los comunistas alemanes dan la consigna de la insurrección general y de la dictadura proletaria. Pero antes debería decirse que existen situaciones y relaciones de fuerza muy variables, y en muchos casos no se puede dar esa consigna como fórmula inmediata, aunque puede asegurarse de forma general que sólo hay una vía maestra por la que se deberá pasar necesariamente; porque no existen revoluciones a medias, sino revoluciones.

    Muchos quieren hacernos creer que la mentalidad de Lenin fue la de dejar en blanco la página sobre la que debe escribirse el cotidiano trabajo táctico, excluyendo toda generalización. Este sería el pretendido realismo "auténticamente marxista". Así es como vemos aparecer un "auténtico marxismo", que mañana podría convertirse en algo análogo al "auténtico socialismo" azotado por Carlos Marx. Todo lo que sabemos de Lenin y del contenido de síntesis colosal de su obra, nos autoriza a rechazar esta falsificación, que lo rebajaría a nivel del oportunismo vulgar, a cuya denuncia ha dedicado toda su vida. El método táctico marxista debe ser separado de preconceptos sacados de ideologías arbitrarias y actitudes psicológicas introducidas de refilón, debe reclamarse de la realidad y de la experiencia; pero esto no significa descender al chismoso y cobarde "eclecticismo", marcado a su vez por una campaña del bolchevismo ruso, que esconda la pereza pequeño-burguesa de los falsos revolucionarios. Nuestro realismo y experimentalismo rechazan gratuitas abstracciones ideológicas, pero tienden, en la elaboración de la consciencia del movimiento, a reunir sobre bases rigurosamente científicas una dirección unitaria y sintética, no caprichosa y arbitraria, de la práctica cotidiana.

    En Lenin afirmamos la valoración táctica, totalmente libre de prejuicios en el sentido de que él, menos que nadie, no se dejaba guiar por sugestiones sentimentales extemporáneas, ni por obstinaciones formales, ni abandonó nunca la plataforma revolucionaria, esto es, su coordinación a la finalidad suprema e integral de la revolución mundial. Y esta coordinación debe ser precisada y aclarada en las discusiones sobre táctica en la Internacional, a las que Lenin ha dado el método, y sin duda incluso la formulación de algunos resultados, pero sin dejarnos una elaboración completa, porque esto no era hasta hoy históricamente posible. Al proseguir el trabajo, la Internacional

    debe cuidarse del peligro de que la tesis de máxima libertad táctica no sirva para encubrir el abandono y la deserción de la "plataforma" de Lenin, esto es, la pérdida de vista de las finalidades revolucionarias. Perdidas éstas de vista, sería puro voluntarismo antirealista lo que quedaría de las decisiones tácticas, consideradas ya no como un conjunto sintético de consignas, sino, por así decirlo, como la simple firma de una o más personas. Esto invertiría toda la disciplina unitaria, en su sentido verdaderamente fecundo, de nuestra organización. Y no diré nada más sobre el tema.

    A quien quiera subrayar excesivamente en Lenin al táctico "sin reglas fijas", nosotros le opondremos siempre la unidad que enlaza toda su obra política. Lenin es ese gran Lenin que, fija la mirada en la meta final revolucionaria, no temió hacerse llamar en la época de preparación de la revolución, el disgregador, el centralizador, el autócrata, el devorador de sus maestros y amigos.

    Es el contribuyente despiadado a la claridad y la precisión, cuando esto conlleva la quiebra de falsas concordias y alianzas postizas. Es el hombre que sabe contemporizar cuando es el caso, pero que llegado el momento sabe actuar decididamente, y que, como ya he recordado, en octubre de 1917, frente a las propias dudas del Comité Central de su partido, tras haberlo inundado de mensajes apremiantes, corre en persona a Petrogrado, incita a los obreros a empuñar las armas, y supera todas las incertidumbres. Un burgués, que le oyó hablar, explicaba: me habían hablado de su lenguaje frío, realista, práctico: no he oído más que una serie de ardientes incitaciones a la lucha: ¡tomad el poder! ¡derribad a la burguesía! ¡echad al gobierno!

    Ahora el Lenin de las ponderadas valoraciones tácticas es el mismísimo hombre que encierra en potencia esas facultades de audacia revolucionaria. Muchas marmotas querrían revestirse con la piel de este león. Por esto nosotros diremos a todos esos que invocan la habilidad y elasticidad en la táctica, citando a Lenin, pero de cuya potencialidad revolucionaria tenemos motivos para dudar: haced lo mismo, mostradnos que también podéis encarnar la imperiosa necesidad de la victoria de la revolución, que en el instante culminante está hecha de irresistible arrojo y de golpes decididos, ¡y después tendréis el derecho de hablar en su nombre!

    No, Lenin no es el símbolo de la práctica accidental del oportunismo, sino el de la férrea unidad de la fuerza y de la historia de la revolución.

    LA FUNCIÓN DEL DIRIGENTE

    Lenin ha muerto. El coloso ha abandonado su obra, y no sólo desde ayer. ¿Qué significa esto para nosotros? ¿Cuál es el puesto de la función de los dirigentes en el conjunto de nuestro movimiento? ¿Cuáles serán las consecuencias de la desaparición del mejor dirigente sobre la acción del partido comunista ruso y la Internacional Comunista, y sobre el conjunto de la lucha revolucionaria mundial? Aplacemos un poco, antes de llegar a la conclusión final de este ya largo discurso, nuestra valoración de este importante problema.

    Hay quienes truenan contra los dirigentes, que quisieran minusvalorar, y describen, o fantasean, una revolución "sin jefes". El mismo Lenin ilumina con su nítida crítica esta cuestión, despejándola de todo confusionismo superficial. Existen, como realidad histórica, las masas, las clases, los partidos y los dirigentes. Las masas están divididas en clases, las clases están representadas por partidos políticos, y éstos son dirigidos por unos líderes: la cosa es bien simple. Hablando concretamente, el problema de los jefes ha tomado un aspecto especial en la II Internacional. Sus dirigentes parlamentarios y sindicales habían fomentado los intereses de ciertas categorías particulares del proletariado, a quienes tendían a otorgar determinados privilegios a través de compromisos contrarrevolucionarios con la burguesía y el Estado.

    Estos jefes acabaron por cortar el lazo que los unía al proletariado revolucionario, ligándose cada vez más al carro de la burguesía. En 1914 se desveló abiertamente que habían dejado de ser instrumentos de la acción proletaria para convertirse en puros y simples agentes del capitalismo. Esta crítica y la justa indignación contra ellos no nos debe descarriar hasta el punto de negar que los líderes, aunque dirigentes muy diferentes de aquellos, existirán, y no pueden dejar de existir también en los partidos y en la Internacional revolucionaria. Que las funciones dirigentes hayan de transformarse automáticamente, cualquiera que sea la organización y sus relaciones, en una forma de tiranía o de oligarquía, es un argumento tan trillado y descabellado que hasta Maquiavelo, hace cinco siglos, pudo ofrecernos en El Príncipe una crítica de cristalina evidencia. Es cierto que el proletariado se plantea este problema, no siempre fácil, de tener unos jefes y evitar que sus funciones se conviertan en arbitrarias y traicionen los intereses de clase. Pero no es menos cierto que este problema no se resuelve obstinándose en no verlo, o pretendiendo alejarlo con la abolición de los jefes, medida que nadie sabría luego indicar en que consiste.

    Desde nuestro punto de vista materialista histórico, la función de los líderes debe estudiarse saliendo decididamente fuera de los límites angustiosos en que lo encierra la concepción individualista vulgar. Para nosotros un individuo no es una entidad, una unidad cerrada y separada del resto, una máquina autosuficiente, cuyas funciones estén alimentadas por un hilo directo que le une a la potencia creadora divina; ni tampoco esa abstracción filosófica, que ocupa el mismo lugar de la anterior, de la inmanencia, la independencia del espíritu y parecidos galimatías. Las manifestaciones y funciones del individuo son determinadas por las condiciones generales del ambiente y de la sociedad, y por la historia de ésta. Lo que se elabora en el cerebro de un hombre ha sido preparado en sus relaciones con otros hombres y en las acciones, también de naturaleza intelectiva, de otros hombres. Algunos cerebros privilegiados y entrenados, máquinas mejor construidas y perfeccionadas, traducen, expresan y reelaboran mejor un patrimonio de conocimientos y de experiencias que no existiría si no se apoyara sobre la vida de la colectividad. El líder, más que inventar, lo que hace es revelar la masa a sí misma, y siempre consigue que pueda reconocer mejor cuál es su situación respecto al mundo social y el devenir histórico. Y consigue que la masa pueda expresar en fórmulas externas exactas su tendencia a actuar en el sentido determinado por los condicionamientos de los factores sociales, cuyo mecanismo, por fin, se interpreta partiendo de la investigación de los elementos económicos. Así pues, la mayor aportación del materialismo histórico marxista, como solución genial al problema de la determinación y de la libertad humana, radica en haber sacado el análisis del círculo vicioso del individuo aislado del ambiente, y haberlo llevado al estudio experimental de la vida de la colectividad. De manera que la verificación del método determinista marxista, realizado por los hechos históricos, nos permiten concluir que es acertado nuestro punto de vista objetivable y científico al considerar estas cuestiones, aunque la ciencia en su actual grado de desarrollo no pueda decirnos mediante qué funciones las determinaciones somáticas y materiales sobre los organismos de los hombres se expresan en procesos psíquicos colectivos e individuales.

    El cerebro del líder es un instrumento material que funciona gracias a las relaciones con toda la clase y el partido; las formulaciones que el jefe da como teórico y las normas que prescribe como dirigente práctico, no son creaciones propias, sino precisiones de una conciencia cuyos materiales pertenecen a la clase-partido y son producto de una vastísima experiencia. No siempre todos los datos de esta experiencia se le aparecen al jefe bajo la forma de una mecánica erudición, de suerte que podemos explicarnos de forma realista ciertos fenómenos intuitivos que son tildados como adivinaciones que, lejos de probarnos la trascendencia de tales individuos sobre la masa, nos demuestran aún mejor nuestra afirmación de que el líder es el instrumento operativo y no el motor del pensamiento y de la acción común.

    El problema de los dirigentes no se puede plantear del mismo modo en todas las épocas históricas, porque sus datos se modifican y evolucionan. Debemos abandonar las concepciones que pretenden que estos problemas se resuelven de forma inmanente, en la eternidad de los hechos espirituales. Como nuestra concepción de la historia del mundo asigna un puesto especial a la victoria de clase del proletariado, primera clase que vence poseyendo una teoría exacta de las condiciones sociales y con el conocimiento de su propio objetivo, que puede "saliendo de la prehistoria humana" organizar el dominio del hombre sobre las leyes económicas, del mismo modo la función del líder proletario es un fenómeno nuevo y original en la historia. Y por eso podemos enviar a hacer puñetas a los que quieren resolverlo citando las prevaricaciones de Alejandro o de Napoleón. En efecto, la biografía encuentra nuevas características para la especial y luminosa figura de Lenin, aunque no haya vivido el período que aparecerá como el clásico de la revolución proletaria, cuando ésta muestre sus mayores fuerzas para terror de los filisteos. Los clichés históricos tradicionales de la codicia de poder, de la ambición, del satrapismo, empalidecen y embobecen al ser comparados directamente con la sencilla y férrea historia de su vida, y en particular con su habitus personal.

    Los dirigentes y el dirigente son aquellos y aquel que mejor o con mayor eficacia piensan el pensamiento y quieren la voluntad de la clase, construcciones necesarias, en cuanto activas, de las premisas que nos dan los factores históricos. Lenin fue un caso eminente, extraordinario, de esta función, tanto por su intensidad como por su magnitud. Por maravilloso que sea seguir la obra de este hombre para poder entender nuestra dinámica colectiva en la historia, no admitiremos que su presencia condicionara el proceso revolucionario a la cabeza del cual lo hemos visto, y mucho menos que su desaparición detenga a la clase obrera en su camino.

    La organización en partido que permite a la clase ser verdaderamente tal clase y vivir como tal, se presenta como un mecanismo unitario en el que varios "cerebros" (realmente no sólo los cerebros sino también otros órganos individuales) asumen tareas diversas según aptitudes y potencialidad, todas al servicio de un objetivo y de un interés que progresivamente se unifica siempre más íntimamente "en el tiempo y en el espacio" (esta cómoda expresión tiene un significado empírico y no trascendente). No todos los individuos ocupan pues el mismo puesto, ni tienen el mismo peso en la organización, de forma que esta división de tareas se efectúa mediante una planificación más racional (y lo que vale hoy para el partido-clase valdrá mañana para la sociedad). Se excluye por supuesto que quien se encuentre más alto posea privilegios sobre los demás. Nuestra evolución revolucionaria no va hacia la desintegración, sino hacia una relación cada vez más científica entre los individuos.

    Relación que es antiindividualista en cuanto es materialista; no cree en el alma o en un contenido metafísico y trascendente del individuo, pero inserta sus funciones en un cuadro colectivo, creando una jerarquía que evoluciona hacia una creciente eliminación de las coerciones, sustituidas por la racionalidad técnica. El partido es ya el ejemplo de una colectividad sin coerciones. Estos elementos generales de la cuestión muestran que nadie mejor que nosotros ha ido más allá del vanal significado del igualitarismo y la democracia "numérica". Si no creemos en el individuo como base suficiente de actividad, ¿qué valor puede tener para nosotros el número bruto de los individuos? ¿Qué puede significar para nosotros democracia o autocracia? Ayer teníamos una máquina de primerísimo orden (un "campeón" de "clase" excepcional, dirían los deportistas), y podíamos situarla en el ápice supremo de la pirámide jerárquica. Hoy esto no es posible, pero el mecanismo puede seguir funcionando con una jerarquía distinta en cuanto en la cumbre habrá un órgano colectivo, constituido, se entiende, por elementos escogidos. La cuestión no se nos plantea con un contenido jurídico, sino como un problema técnico sin prejuicios ni sofismas de derecho constitucional, o incluso natural. No hay razón de principio alguna para que en nuestros estatutos no se escriba la palabra "jefe" o "comité de dirigentes". De esta premisa parte una solución marxista a la cuestión de la elección: elección hecha sobre todo por la historia dinámica del movimiento y no por la vanalidad de las consultas electorales. Preferimos no escribir en las normas organizativas la palabra jefe, porque no siempre tendremos en nuestras filas una individualidad con la fuerza de un Marx o un Lenin. En conclusión, si existe el hombre, el "instrumento" de excepción, el movimiento lo utiliza; pero el movimiento vive de igual modo cuando no se encuentra tal eminente personalidad. Nuestra teoría del dirigente está muy lejos de las estupideces con la que las teologías y políticas oficiales demuestran la necesidad de los pontífices, de los reyes, de los "primeros ciudadanos", de los dictadores, y de los "Duces" o "Caudillos", pobres marionetas que se engañan al creer que hacen la historia.

    Más aún, este proceso de elaboración de materiales pertenecientes a una colectividad, que vemos en el individuo dirigente, el cual toma de la colectividad y a ella le devuelve energías potenciadas y transformadas, no puede cortarse ni con su desaparición de este círculo. La muerte del organismo Lenin no significa en modo alguno el fin de su función dirigente, si, como hemos demostrado, en realidad el material por él elaborado debe ser aún alimento vital de la clase y del partido. En este sentido, exclusivamente científico, e intentando guardarnos en la medida de lo posible de conceptos y amplificaciones literarias, podemos hablar de inmortalidad. Y dada la particular importancia histórica de Lenin y de su labor, podemos señalar que tal inmortalidad es más profunda que la de los héroes tradicionales de que nos hablan la mística y la literatura.

    La muerte no es para nosotros el eclipse de una vida conceptual, puesto que ésta no se fundamenta tanto en la persona como en entes colectivos, sino un puro hecho físico científicamente valorable. Nuestra absoluta certeza de que la función intelectiva que correspondía al órgano cerebral de Lenin y de la muerte física presa para siempre en ese órgano, no se traduce en un Lenin incorpóreo que podemos evocar como presencia invisible a nuestros sentidos. Que aquella máquina potente y admirable ha sido destruida para siempre, se transforma en la certeza de que su función continúa y se perpetúa en la de los órganos de batalla, en cuya dirección él sobresalió. Ha muerto. La autopsia ha mostrado cómo. Con el progresivo endurecimiento de los vasos cerebrales sometidos a una excesiva e incesante presión. Ciertos mecanismos de altísima potencia tienen una vida mecánica breve; su excepcional esfuerzo es una condición de su precoz inutilización.

    Quien ha matado a Lenin ha sido ese proceso fisiológico, determinado por el titánico trabajo al que en los años decisivos él quiso, y debía someterse, porque la función colectiva exigía el mayor rendimiento, y no podía ser de otro modo. Las resistencias que se oponían a la labor revolucionaria han arruinado ese magnífico aparato, pero después que éste hubo despedazado los puntos vitales de la materia adversa en la que operaba.

    El propio Lenin ha escrito que, incluso después de la victoria política del proletariado, la lucha no ha terminado; que no podemos, muerta la burguesía, deshacernos sin más de su monstruoso cadáver, que permanece y se descompone entre nosotros, mientras sus pestilentes efluvios impregnan el aire que respiramos. Estos productos venenosos, en sus múltiples formas, han dado cuenta del mejor de los artífices revolucionarios. Y toman forma en el inhumano trabajo necesario para afrontar las acciones militares y políticas de la reacción mundial y las tramas de las sectas contrarrevolucionarias, o bien en el espasmódico esfuerzo para salir de las atroces estrecheces del hambre provocada por el bloque capitalista, al que Lenin debía someter su organismo, sin poder evitarlo. Toman también la forma de los disparos de revólver de la socialrevolucionaria Dora Kaplan, que permanecen incrustados en la carne de Lenin, contribuyendo a la obra demoledora. Esforzándonos en ser dignos de la objetividad de nuestro método, sólo podemos encontrar en esta valoración de los fenómenos patológicos en la vida social el modo de expresar un juicio sobre ciertas actitudes que de otra manera no serían susceptibles, en su insultante insensatez, de ser juzgadas. Como la de nuestros anarquistas que han comentado la desaparición del mejor luchador de la clase revolucionaria bajo el título: ¿Luto o fiesta? También éstos son fermentos de un pasado que debe desaparecer: el futurismo paranoico ha sido siempre una de las manifestaciones de las grandes crisis. Lenin se ha sacrificado en la lucha contra estas supervivencias que lo rodeaban incluso en la triple fortaleza de la primera revolución; la lucha será aún larga; pero finalmente el proletariado vencerá alejándose de las múltiples y piadosas exhalaciones de un estado social de desorden y servidumbre, así como de su desagradable recuerdo.

    NUESTRO PROYECTO DE FUTURO

    En el momento de la muerte de Lenin un interrogante se presenta ante nosotros, que no vamos a rehuir. ¿Ha fallado la gran previsión de Lenin? La crisis revolucionaria que esperábamos con él, ¿ha sido aplazada?, ¿durante cuánto tiempo?

    No es la primera vez que los marxistas oímos como se nos reprocha que las previsiones revolucionarias, "catastróficas", de nuestros maestros han sido desmentidas por los hechos. Sobre todo en las obras de los socialistas oportunistas se enumera con complacencia las muchas veces que Marx ha esperado la revolución sin que ésta llegara.

    En 1847, en 1849, en 1850, en 1862 y en 1872, Marx repite su convicción - y citamos con mayor o menor exactitud los pasajes de referencia - que la crisis económico-política del capitalismo correspondiente a aquella época dada se resolverá en la revolución social. Los pasajes están sacados a troche y moche de las obras teóricas de ese corpus complejo que son los materiales del marxismo. Naturalmente esos críticos son los mismos que luego querrían servirnos un Marx reformista, calmado como un "pacífico ocaso"; sin que sepan decirnos como puede conciliarse este Marx con el Marx que anuncia, precipitado e impaciente, catástrofes apocalípticas. Pero dejemos a esos críticos, y veamos que podemos decir del delicado argumento de la previsión revolucionaria.

    Si consideramos la actividad de un partido marxista en su aspecto puramente teórico de estudio de la situación y de sus desarrollos, debemos ciertamente admitir que, si esta elaboración fuese llevada a su máxima precisión, debería ser posible, al menos en las líneas más generales, decir si se está más o menos cerca de la crisis revolucionaria definitiva. Sin embargo, en primer lugar, las conclusiones de la crítica marxista son constantemente elaboradas en el curso de la transformación del proletariado en clase siempre más consciente, y aquel grado de perfección no es más que un límite al que se esfuerzan en aproximarse. En segundo lugar nuestro método, más que la pretensión de formular una profecía en toda regla, aplica de forma inteligente el determinismo para establecer enunciados en los que la hipótesis de una fecha está condicionada por ciertas premisas. Más que saber lo que sucederá, nos interesa llegar a decir como se desarrollará determinado proceso cuando se verifiquen ciertas condiciones, y qué habrá de diferente si tales o cuales condiciones fueran distintas. La afirmación fundamental de Marx y de Lenin, que nosotros reivindicamos como no desmentida, es la de que el capitalismo moderno impone de forma general las condiciones necesarias para la revolución proletaria, y que cuando ésta llegue, no podrá llegar sino según un cierto proceso que en grandes líneas ha sido anunciado por nosotros como punto de llegada de una vasta crítica, fundamentada en la experiencia.

    Si quisiéramos volver a la cuestión de como puede acelerarse este proceso por parte del partido proletario, no nos sería difícil alcanzar la siguiente conclusión. El partido debe saber prepararse para saber qué hacer en las más distintas

    eventualidades, pero puesto que es un dato empírico de la historia, y no el aljibe de la verdad absoluta e indiscutible, no creemos que sea un nec plus ultra. Es interesante que el partido no sólo sepa que cuando la revolución llegue se deberá actuar de forma adecuada y estar perfectamente preparados, sino que crea que la revolución vendrá lo más pronto posible. La revolución total como objetivo dominante debe inspirar de tal modo la acción del partido, incluso a muchos años vista, que, a condición de no caer en groseros errores en la valoración inmediata de las relaciones de fuerza, pueda afirmarse que es útil que las previsiones revolucionarias se anticipen algo a los acontecimientos.

    La historia nos demuestra que quienes no han creído en las revoluciones nunca las han hecho; quienes tantas veces las han esperado como inminentes, a menudo, si no siempre, las han visto realizarse. Es cierto que, menos que para ningún otro movimiento, el objetivo final se nos plantea con la función de un mito, motor y determinante de la acción, pero no es menos cierto que en la consideración objetiva y marxista de la formación de una psicología de las masas y también de los líderes, este incremento de las probabilidades revolucionarias puede realizar, en condiciones adecuadas, una tarea útil.

    No estamos diciendo que un dirigente comunista deba asegurar siempre la inminencia de la revolución aunque sepa que es imposible. Por el contrario debe evitar esa peligrosa demagogia, y sobre todo debe prever las dificultades de los problemas revolucionarios. Pero en cierto sentido la perspectiva revolucionaria debe ser reavivada en la ideología del partido y de la masa, como se reaviva en la mente de los propios dirigentes, bajo la forma de una aproximación en el tiempo a nuestras posiciones.

    Marx vivió esperando la revolución, y esto le coloca para siempre por encima de la injuria que el revisionismo le ha hecho. Lenin después de 1905, cuando el menchevismo desesperaba de la revolución proletaria, la esperaba para 1906. Lenin se ha equivocado; ¿pero que impresiona más a los trabajadores, este error, que no sólo no ha determinado ningún desastre estratégico, sino que ha asegurado la vía autónoma del partido revolucionario, o el hecho de que cuando, si se quiere con retraso, la revolución ha llegado, Lenin ha sabido colocarse a la cabeza, mientras los mencheviques se han pasado innoblemente al enemigo?

    Una o más de estas previsiones fallidas no empequeñecen y no empequeñecerán la figura de Lenin, de la misma forma que no disminuyen la figura de Marx, en cuanto Lenin en realidad ha hecho "catar" a la burguesía lo que es una revolución. Que sean los patrones y reformistas, o los anarquistas, quienes protesten que "no hubo una revolución", ya que sólo sirve para someterlos al ridículo que se merecen a ojos de los proletarios de a pie.

    En resumen, de las dos partes de que se compone cada una de nuestra conclusiones o "previsiones" revolucionarias, la segunda es la vital; la primera, que si se quiere puede traducirse en una fecha que se intenta prefijar, tiene un valor secundario, es un postulado que se debe plantear por necesidades de agitación y de propaganda; es una hipótesis parcialmente arbitraria como todas aquellas que debe darse necesariamente cualquier ejército que prepare sus planes en función de los movimientos del enemigo y otras circunstancias independientes de la voluntad de quien lo dirige.

    ¿Queremos realmente preguntarnos qué perspectivas se nos plantean hoy? Los comunistas de todo el mundo reivindican la tesis de Lenin de que la guerra mundial ha abierto la crisis revolucionaria "final" del mundo capitalista. Pueden haber habido errores secundarios en la valoración de la rapidez de esta crisis, y en la rapidez con la que el proletariado mundial habría podido aprovecharse, pero seguimos sosteniendo la parte esencial de la afirmación, en cuanto siguen en pie las consideraciones de hecho sobre las que se sustenta.

    Es posible que atravesemos una fase de depresión de la actividad revolucionaria, no en el sentido de un restablecimiento del orden capitalista en sus fundamentos, sino en el sentido de que la combatividad revolucionaria será menor o menos afortunada, y esto, precisamente porque no desmiente la valoración esencial de Lenin, nos expone al peligro de una fase de actividad oportunista.

    En el preámbulo de Estado y Revolución el propio Lenin dice que es inevitable que los grandes pioneros revolucionarios sean falsificados; como ha sucedido con Marx y sus mejores seguidores. ¿Escapará Lenin a este destino? Seguro que no, si bien es cierto que el intento tendrá menor eco entre las filas del proletariado, que por instinto seguirá asociando el nombre de Lenin no con la palabra desconfianza, sino con la persuasión generosa para combatir. Continuamente vemos a los burgueses de todo el mundo, atónitos y consternados ante la solidez del régimen fundado por Lenin, como dan señales ahora, cuando el luto de cientos de millones de hombres se manifiesta de forma que supera todos los recuerdos históricos de demostraciones colectivas, de consolarse con la descripción de un Lenin distinto de su ideología, de su causa, de su bandera, un Lenin vencedor, sí, pero por haber sabido recular en una parte del frente, por haber abandonado partes fundamentales de su programa. Rechazamos estos cumplidos engañosos: el mejor revolucionario no tiene necesidad de las aprobaciones de sus adversarios, ni de concesiones por parte de los escribas de la prensa del capital. No creemos en la sinceridad de estos homenajes a través del frente de clase, y no reconocemos en ellos más que un nuevo aspecto de las influencias que la burguesía organiza para dominar cuanto puede la ideología del proletariado. En torno al féretro de Lenin se une el ardiente fervor de millones de proletarios de todo el mundo, y el odio, aunque no siempre manifiesto, de la canalla capitalista, a quien él hizo sentir en carne viva el aguijón de la revolución, el implacable buril que buscará su corazón hasta encontrarlo.

    Esta hipócrita actitud del pensamiento burgués, preludia con toda seguridad otros intentos de falsificación, más o menos cercanos a nosotros, contra los que los militantes de mañana tienen el deber de combatir; y de proteger, si no es posible con la misma genialidad, sí con la misma decisión que Lenin demostró en su defensa de los maestros del marxismo.

    No puedo ahora ni siquiera trazar un esbozo de análisis de la actual situación mundial. Estamos ante un retroceso de las fuerzas de la clase obrera en muchos países, donde predominan formaciones de tipo fascista. Y no somos tan ingenuos como para contraponer a esos países, además de la gran y gloriosa Unión Soviética de Rusia, aquellos en los que se inician y preparan otras "gestas" de la izquierda burguesa y de la socialdemocracia con sus respectivos Macdonal y Vandervelde. La ofensiva capitalista ha sido y es un hecho internacional que intenta conseguir la unificación de las fuerzas antiproletarias para enfrentarse política y militarmente a las amenazas revolucionarias, para reducir cuando pueda las condiciones económicas y de vida de la clase trabajadora.

    Pero si bien, en grandes líneas, se trata del intento burgués de suplir con esta disminución de la retribución del trabajo las pérdidas causadas por la guerra a la masa de las riquezas, el mismo éxito de la ofensiva política en muchos países, y el examen de los resultados desde el punto de vista de la economía mundial, nos permite concluir que sin duda la desorganización aportada al sistema burgués es irreparable. Los aparentes renacimientos y todas las soluciones intentadas no se resuelven más que en posteriores dificultades y en insolubles contradicciones. Todos los países del mundo se encaminan hacia un ulterior depresión económica, y hoy, por no citar otro caso, asistimos a la pérdida por Francia de su potencia financiera, baluarte político de la reacción burguesa, como repercusión de la crisis en las cuestiones de las reparaciones de guerra. A todo esto no puede contraponerse ciertamente la alabada mejora de la economía italiana, que, aun cuando tuviera razón la martilleante propaganda con la que se quiere acreditarla, no modificaría el cuadro general. Pero todos sabéis como en Italia, no sólo el proletariado, sino también las clases superiores, atraviesan un período de malestar y de tensión económica que se agrava cada día. En Italia existe un aparato político que mejor que ningún otro tiende a trasladar las consecuencias sobre las espaldas de las clases trabajadoras, protegiendo sobre todo los intereses de las más altas capas sociales industriales y agrarias. Ellos son los que salen ganando.

    La contraofensiva burguesa es para nosotros la prueba de que la revolución es inevitable, y hasta las clases dominantes son ya conscientes de ello. Puesto que la superioridad de la doctrina marxista se hace evidente, las clases adversarias están obligadas a sentir su validez, y actúan según esta sensación, a pesar de los continuos abortos de doctrinas y de restauraciones ideológicas que ponen en circulación para uso de las multitudes. Si pudiéramos examinar los medios con los que la burguesía ha hecho cuanto podía para hallar salida a las indicadas "previsiones científicas", arrojadas a la cara de los teóricos del proletariado, veríamos el emparejamiento de los engañosos expedientes de colaboración económica y política de los que aún son, eran y serán abanderados los demócratas y los socialdemócratas, con el método del contraataque abierto y de las expediciones punitivas. Esto demuestra que para la reacción ya están en juego todos sus recursos, y que pronto no tendrá ya nada que oponer a su inevitable quiebra, aunque a la victoria de la revolución prefiera la quiebra, con el régimen burgués, de toda vida social humana.

    Aquí no podemos avanzar como se desarrollará esta quiebra, y como repercutirá en la formación de vanguardias de lucha del proletariado, acechada por alicientes y prepotencias adversarias. Pero toda nuestra experiencia, y la doctrina extraída de ésta por la clase obrera, la colosal contribución aportada a esta obra titánica por el propio Lenin, nos llevan a concluir que no veremos una base estable de restablecimiento del capitalismo hasta ahora conocido y del dominio burgués. A través de continuas sacudidas, no sabemos cuantas, llegaremos al fin que la teoría marxista y el ejemplo de la revolución rusa nos señalan.

    Lenin puede no haber calculado bien la distancia que nos separa de este objetivo histórico; pero nosotros estamos autorizados a sostener, con una formidable batería de argumentos, que, en el laborioso camino, la historia de mañana pasará por Lenin, reproducirá las fases revolucionarias del proyecto marxista, que él ha revitalizado en la teoría y templado en la práctica.

    Esta es la inmutable posición que asumimos ante cualquier momentáneo predominio de las fuerzas adversarias, igual que ante cualquier intento de torcido revisionismo de mañana.

    Las armas teóricas, políticas, organizativas, que Lenin nos entrega, ya han sido probadas en la batalla y en la victoria, están lo bastante templadas como para poder defender con ellas la obra de la revolución: su obra.

    La obra de Lenin nos muestra luminosamente nuestro objetivo final, y siguiendo su admirable trazado, también nosotros, el proletariado comunista mundial, demostraremos como los revolucionarios saben arriesgarlo todo en el momento supremo, del mismo modo que sabrán esperar, en las atormentadas vigilias, sin traicionar, sin vacilar, sin dudar, sin desertar, ni abandonar ni por un momento la grandiosa obra de demolición del monstruoso edificio de la opresión burguesa.



    Traducido del italiano por Balance, noviembre de 1998.


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