Conferencia de Amadeo Bordiga en la Casa del Pueblo de Roma, el 24 de febrero de 1924
Debo anticipar dos advertencias: no me propongo continuar la pauta de las conmemoraciones oficiales, no haré una biografía de Lenin, ni contaré una serie de anécdotas sobre él. Intentaré trazar desde un punto de vista histórico y crítico marxista la figura y la labor de Lenin en el movimiento de emancipación revolucionaria de la clase obrera mundial: estas síntesis sólo son posibles mediante la contemplación de los hechos con una amplia perspectiva de conjunto, sin descender a lo particular de carácter analítico, periodístico, a menudo chismoso e insignificante. No creo que tenga derecho a hablar de Lenin, a petición de mi partido, por el hecho de ser "el hombre que ha visto a Lenin" o que ha tenido la suerte de hablar con él, sino por haber participado, como militante de la causa proletaria, en la lucha por los mismos principios que Lenin personifica. Por otra parte, un detallado material biográfico ha sido puesto ya a disposición de los camaradas por toda nuestra prensa.
En segundo lugar, dada la amplitud del tema que se me ha propuesto, además de ser necesariamente incompleto, habré de pasar velozmente sobre cuestiones primordiales, y dejar constancia que los planteamientos de éstas ya son conocidos por los camaradas que me escuchan: todos los problemas del movimiento revolucionario han sido tratados por Lenin. Así pues, sin pretender en absoluto agotar el argumento, habré de ser al mismo tiempo, no sólo breve, sino incluso excesivamente sintético.
EL RESTAURADOR TEÓRICO DEL MARXISMO.
No necesito exponer la historia de las falsificaciones y manipulaciones, durante los años que precedieron a la primera guerra mundial, de la doctrina revolucionaria marxista, tan admirablemente diseñada por Engels y Marx en todas sus partes, y cuya clásica síntesis permanece en el Manifiesto de los comunistas de 1847. Y tampoco puedo desarrollar aquí, paralelamente, la historia de la lucha, que nunca cesó, de la izquierda marxista contra las falsificaciones y degeneraciones. En esta lucha Lenin dio una contribución de primerísimo orden.
Ante todo consideremos la obra de Lenin como restaurador de la doctrina filosófica del marxismo, o, para expresarnos mejor, de la concepción general de la naturaleza y de la sociedad, propia del sistema de conocimientos teóricos de la clase obrera revolucionaria, a la cual le es necesaria no sólo una opinión acerca de los problemas de la economía y de la política, sino también una toma de posiciones sobre todo el cuadro de cuestiones que ahora indicaremos.
En un cierto momento de la compleja historia del movimiento marxista, a la que volveré a hacer referencia más tarde, surge una escuela, capitaneada por el filósofo Bogdanof, que quisiera someter a revisión la concepción materialista y dialéctica marxista, para dar al movimiento obrero una base filosófica de carácter idealista y casi místico. Esta escuela quisiera hacer reconocer a los marxistas una pretendida superación de la filosofía materialista y científica por parte de las modernas escuelas filosóficas neoidealistas. Lenin les respondió de modo definitivo con una obra (Materialismo y empirocriticismo) desgraciadamente poco traducida y poco conocida, aparecida en ruso en 1908, en la cual, tras un poderoso trabajo de preparación, desarrolla una crítica de los sistemas filosóficos idealistas antiguos y modernos, defiende la concepción del realismo dialéctico de Marx y Engels en su brillante integridad, superadora de la maraña en que se enredan los filósofos oficiales, demuestra por fin como las escuelas idealistas modernas son expresión de un estado de ánimo reciente de la clase burguesa, y que su penetración en el pensamiento del partido proletario no responde más que a un estado psicológico de impotencia, de turbación, que no es más que la consecuencia ideológica de la situación efectiva de derrota del proletariado ruso después de 1905. Lenin establece, de un modo que para nosotros excluye posteriores dudas, que "no puede haber una doctrina socialista y proletaria sobre bases espirituales, idealistas, místicas o morales".
Lenin defiende el conjunto de la doctrina marxista en otro frente, el de las valoraciones económicas y la crítica al capitalismo. Marx ha dejado incompleta su monumental obra El Capital, pero ha dejado al proletariado un método de estudio y de interpretación de los hechos económicos que ha de aplicarse a los nuevos datos suministrados por el reciente desarrollo del capitalismo, sin desnaturalizar su potencialidad revolucionaria.
El revisionismo, sobre todo alemán, intenta hacer trampas en este terreno, elaborando "nuevas" doctrinas que constituyen rectificaciones, en apariencia secundarias, pero en realidad sustanciales, a la doctrina del Maestro. Y decimos "hacer trampas" en cuanto está demostrado (por Lenin mejor que por ningún otro) que no se trata sólo de resultados científicos objetivos a los que se habría llegado limpiamente, sino de un proceso de oportunismo político y de corrupción de los líderes del proletariado, e incluso de doblegarse al recurso de quitar de la circulación importantes escritos de Marx y Engels, cuyo pensamiento se intentaba en parte falsificar, en parte rectificar.
Colaborando con otros economistas, entre ellos Rosa Luxemburg, y el Kautsky de los mejores años, en la continuación de la crítica económica de Marx, Lenin sostuvo en innumerables trabajos que los modernos fenómenos del capitalismo, los monopolios económicos, la lucha imperialista por los mercados coloniales, fueron perfectamente interpretados por la ciencia económica marxista, sin tener que modificar ninguna de sus tesis fundamentales sobre la naturaleza del capitalismo, sobre la acumulación de sus beneficios mediante la explotación de los asalariados. En 1915 Lenin resumió estos resultados en su libro de vulgarización sobre el Imperialismo, que permanece como un texto fundamental de la literatura comunista: esta actitud teórica implicaba algunas consecuencias políticas de las que hablaremos más tarde, de lucha contra el oportunismo y de bancarrota de los viejos líderes en la [primera] guerra mundial.
Una lucha teórica, en el campo más restringido de Rusia, condujo también a Lenin contra los falsificadores burgueses del marxismo, que pretendían aceptar, no el contenido político revolucionario, sino el sistema y el método económico e histórico, para demostrar que en Rusia el capitalismo había vencido al feudalismo, ocultando apenas bajo esta adhesión sus propósitos de represión del posterior avance del proletariado.
Lenin, como hemos visto, se nos presenta pues, en su obra teórica, como el defensor de la indivisibilidad de las partes que componen la concepción marxista. Y no lo hace por fanático dogmatismo (nadie menos que él merecería esta acusación), sino fundamentando su demostración en el examen de una enorme cantidad de hechos y de experiencias, suministrados por su excepcional cultura de estudioso y militante, e iluminados por su incomparable genialidad. Debemos rechazar, como lo hizo Lenin, a todos esos apresurados usurpadores de una "de las partes" del marxismo, arbitrariamente separadas: ya sean economistas burgueses que se sienten cómodos con el método del materialismo histórico, como sucedía hace unos años; ya sean intelectuales ligados a las escuelas filosóficas del neoidealismo, que pretenden conciliarlo con la aceptación de las tesis sociales y políticas comunistas; ya sean camaradas que escriben libros para afirmar que comparten la parte "histórico-política" del marxismo, pero luego proclaman caduca toda la parte económica, o sea las doctrinas fundamentales para la interpretación del capitalismo.
Lenin en varias ocasiones ha analizado y criticado actitudes análogas, brillante y "marxísticamente" ha encontrado los auténticos motivos fuera y en contra de los intereses del verdadero proceso de emancipación proletaria, y no menos brillantemente ha prevenido a tiempo las peligrosas consecuencias oportunistas que desembocaban en la rendición a la causa enemiga, por vía más o menos directa, salvo, se entiende, la fidelidad a nuestra bandera de tal o cual camarada individualmente considerado. En el camino de Lenin debemos responder a los que se "dignan" a aceptar nuestras opiniones a título de inventario, con arbitrarias distinciones, con divisiones extravagantes, que en realidad nos harán un favor si evitan aceptar el "resto" del marxismo, porque la mayor potencia de éste radica en ser una perspectiva de conjunto del reflejo, en la conciencia de una clase revolucionaria, de los problemas del mundo natural y humano, de los hechos políticos, sociales y económicos al mismo tiempo.
La obra restauradora de Lenin es más grandiosa, o por lo menos más destacada universalmente, en la parte "política" de la doctrina marxista, entendiendo como tal la teoría del Estado, del Partido, del proceso revolucionario, sin excluir que esta parte, que mejor llamaremos "programática", contemple también todo el proceso "económico" que se abre con la victoria revolucionaria del proletariado. La dispersión triunfal de los equívocos, de los engaños, de la mezquindad, de los prejuicios de oportunistas, revisionistas, pequeño-burgueses, anarcosindicalistas, se hace en esta parte de forma aún más palpitante y sugestiva. Después de Lenin, las armas polémicas en este terreno han sido despedazadas en las manos de todos nuestros antagonistas, vecinos o lejanos: aquellos que aún las empuñan sólo demuestran su ignorancia, esto es su ausencia del proceso viviente que asume la lucha del proletariado anhelante de su liberación. Recorramos a grandes trazos esta serie de tesis que son otros tantos fragmentos de realidad enclavados en los jalones de una doctrina insuperablemente cierta y vital. No tenemos más que seguir a Lenin: sean las tesis de los primeros congresos de la nueva Internacional, sean los discursos, sean los programas y las proclamas del partido bolchevique en el camino de la victoria, sea por fin la paciente y genial exposición de Estado y Revolución en el que se demuestra como las tesis tratadas no hayan dejado nunca de ser las de Marx y Engels, en la auténtica interpretación de los textos clásicos y en la verdadera comprensión del método y el pensamiento de los maestros, desde la primera formulación en el Manifiesto hasta las valoraciones de los acontecimientos en el período sucesivo, y sobre todo de las revoluciones de 1848 a 1852 y de la Comuna de París: obra de refuerzo de la vanguardia histórica del proletariado mundial, que Lenin retoma y enlaza con las batallas revolucionarias rusas: la derrota de 1905 y la aplastante revancha de doce años más tarde.
El problema de la interpretación del Estado fue resuelto en el cuadro de la doctrina histórica de la lucha de clases: el Estado es la organización de la fuerza de la clase dominante, que nacida revolucionaria, se ha hecho conservadora de sus posiciones. Igual que para el resto de los problemas no se trata del Estado, considerado como una inmanente y metafísica entidad que espera la definición y el juicio del filosofastro reaccionario o anarquizante, sino del Estado burgués, expresión de la potencia capitalista, del mismo modo que luego se tratará del Estado obrero, así como más tarde se tenderá a la desaparición del Estado político. Todas estas fases se sitúan en el proceso histórico, tal como nuestro análisis histórico nos consiente trazarlo, en una sucesión dialéctica, cada cual naciendo de la precedente y constituyendo su negación. ¿Qué las separa? Entre el Estado de la burguesía y el del proletariado sólo puede situarse la culminación de una lucha revolucionaria, en la que la clase proletaria es guiada por el partido político comunista, que vence al derribar con la fuerza armada al poder burgués y constituir el nuevo poder revolucionario, que ejecuta ante todo la demolición de la vieja máquina estatal en su totalidad y organiza la represión, con los medios más enérgicos, de las tentativas contrarrevolucionarias.
Debe responderse a los anarquistas que el proletariado no puede suprimir inmediatamente toda forma de poder, pero debe asegurar su poder. Debe responderse a los socialdemócratas que el camino del poder [para el proletariado] no es el pacífico camino de la democracia burguesa, sino el de la guerra de clase, y sólo ése. Lenin es nuestro líder en la larga defensa de estas posiciones tan falsificadas del marxismo: la crítica de la democracia burguesa; la demolición de la añagaza legalista y parlamentaria; la mofa, con el vigor sarcástico y corrosivo de la polémica enseñado por Marx y Engels, del sufragio universal y panaceas parecidas. Estas posiciones son armas del proletariado y de los partidos que están en el terreno del marxismo.
Afirmándose de forma magistral en las bases de la doctrina, Lenin resuelve todos los problemas del régimen proletario y del programa de la Revolución. "No basta con tomar posesión del aparato estatal", dicen Marx y Engels comentando a muchos años de distancia el Manifiesto, tras la experiencia de la Comuna de París. La economía capitalista debe evolucionar lentamente hacia el socialismo, mientras se prepara legalmente el poder obrero, concluyen arbitrariamente los oportunistas, con un "fraude" teórico que llegará a ser clásico. Y sin embargo Lenin viene para aclarar que es necesario, "además" de tomar posesión del viejo aparato estatal, hacerlo añicos y poner en su lugar la Dictadura proletaria. Y ésta no se alcanza por vías democráticas, ni se fundamenta en "principios" inmortales (para el filisteo) de la democracia. La Dictadura proletaria excluye de la nueva libertad, de la nueva igualdad política, de la nueva "democracia proletaria" (como le gustaba decir al propio Lenin, dando a la democracia una interpretación más etimológica que histórica) a los miembros de la derrotada burguesía. Que sólo así se plantea sobre bases realistas la libertad para el proletariado de vivir y de gobernar, ha sido aclarado por Lenin con propuestas de cristalina evidencia y de magnífica coherencia teórica. Que litigue quien quiera sobre la conculcada libertad de asociación y de prensa, torpes instrumentos, sean maliciosos o inconscientes, de una restauración antiproletaria. Tal litigante sería, gracias a Lenin, clamorosamente batido; en la práctica esperamos que encuentre siempre suficiente plomo de la Guardia Revolucionaria, para superar su poca accesibilidad a los argumentos teóricos.
Acerca del objetivo económico del nuevo régimen, Lenin explica - no sólo en lo que concierne a Rusia, de lo que hablaremos luego, sino en líneas generales - también la necesaria graduación evolutiva, como la auténtica naturaleza de las distinciones que lo contraponen al orden de la economía privada burguesa, en el campo de la producción, la distribución y todas las actividades colectivas.
También aquí está el legado luminoso, en línea directa con las fuentes más auténticas de la doctrina marxista; con las respuestas de Carlos Marx a las mil banales confusiones, tanto de los adversarios burgueses como de los seguidores de Proudhon, Bakunin o Lassalle; con la mejor polémica de la izquierda marxista contra el sindicalismo soreliano. La aparente contradicción - tras la conquista del poder ¿existirá aún una burguesía que reprimir con las armas dictatoriales; habrán todavía elementos residuales del proletariado y más aún del semiproletariado que someter con una disciplina legal; habrá una intervención "despótica" (Marx) con los decretos del nuevo poder, en los hechos económicos, como el reconocimiento por parte de éste de deber "esperar" para suprimir ciertas formas capitalistas en determinados campos de la economía? - es resuelta de modo lógico, exhaustivo, maravilloso, en la construcción de un programa revolucionario que no teme la realidad, que no tiene miedo de enfrentarse a ella; que no tiene miedo de sostenerla y triturarla en sus divisiones parciales, porque ha llegado el momento de pasar sobre los argumentos y las formas muertas, en el implacable proceso de las evoluciones y las Revoluciones.
Como factor necesario en toda esta lucha innovadora, contra las degeneraciones del laborismo y del sindicalismo, Lenin traza la misión del partido político, de clase, marxista y centralizado, casi disciplinado militarmente en los momentos álgidos de la batalla, y a los oportunistas les echa en cara que la política de la clase revolucionaria no es una burda maniobra parlamentaria, sino estrategia de guerra civil, movilización para la insurrección decisiva, preparación para gestionar el nuevo orden.
Y como coronación del magistral edificio, tras los esfuerzos y dolores del parto de un nuevo régimen, previstos en el clásico pasaje de Engels (las necesarias exigencias de la norma de sacrificio para las milicias de vanguardia), se alza la segura y científica previsión, que no podemos confiar a las místicas impaciencias de los impotentes pensadores de una sociedad sin Estado y sin prohibiciones, ni a una Economía fundada en la satisfacción al límite de las necesidades de cada uno de sus componentes, ni a la completa libertad del Hombre, considerado como individuo; sino que debemos confiar a la especie humana viviente, solidaria en el completo y racional dominio de las fuerzas y los recursos naturales.
A Lenin se debe pues la reconstrucción de nuestro "programa", además de nuestra crítica del mundo en general y del régimen burgués en particular, que en su conjunto completan las elaboraciones teóricas de la ideología propia del proletariado moderno.
EL EJECUTOR DE LA POLÍTICA MARXISTA.
La obra teórica de Lenin no puede considerarse separadamente de su obra política: las dos se entrelazan continuamente y nosotros la hemos dividido sólo por comodidad formal de exposición. Al mismo tiempo que restablece la concepción y el programa revolucionario del proletariado, Lenin se convierte en uno de los mayores líderes políticos, y ejecuta en la práctica de la lucha de clases los principios que defiende en el terreno de la crítica doctrinal. El campo de esta grandiosa actividad durante los años de su no larga vida fue no sólo Rusia, sino todo el movimiento proletario internacional.
Consideraremos primero la obra de Lenin durante más de treinta años de lucha política en Rusia, hasta el momento en que se presenta como jefe del primer Estado obrero. Adversarios de todas las orillas han querido negar la continuidad y la unidad entre esta tarea de gran figura histórica de Lenin y su doctrina marxista. No se trataría de una realización del programa político del proletariado del Occidente capitalista y "civil", de una efectiva victoria del socialismo como aparece en los países económicamente desarrollados, sino de un fenómeno histórico espúreo, propio de un país atrasado como Rusia, de un movimiento, de una revolución, de un gobierno, "asiáticos", que no tienen el derecho de relacionarse con el objetivo histórico del proletariado mundial, y que por esto mismo no puede ser considerado como su primera victoria, como la prueba histórica de la realización de sus ideales revolucionarios. El burgués occidental dice esto para asegurar la imposibilidad del "contagio" bolchevique, el oportunista socialdemócrata para no ser obligado a admitir la liquidación de sus previsiones programáticas de colaboración de clases y de evolucionismo pacífico y legal, que pretende desvergonzadamente que son propias del proletariado progresista de los países más "civilizados", el anarquista para atribuir a la naturaleza del pueblo ruso y a las tradiciones del absolutismo las características represivas de las revoluciones, y para obstinarse en no ver la prueba evidente, de su ineluctable necesidad.
No puede haber una tesis más estúpida. Lenin representa el contenido internacional, mundial e incluso occidental (si por Occidente entendemos el conjunto de los países poblados por la raza blanca e infestados por las más modernas delicias del capitalismo industrial) de la revolución rusa. Los datos lo hacen evidente, al margen de aquellos argumentos que batallan por la valoración marxista y comunista del devenir proletario en todos los países.
Vladimiro Ilich Ulianov nació en 1870, y veinte años después se inició en la lucha política rusa. ¿Qué significa esta fecha, 1890, además del momento de las primeras armas del futuro gran líder proletario? Antes de esta época, con una antigüedad de varios decenios ya existía en Rusia un movimiento revolucionario notable y multiforme. A la supervivencia del absolutismo y del feudalismo derrocado en el resto de Europa por las revoluciones democráticas burguesas, le acompañó un movimiento que pretendía derribar el régimen zarista, y que buscó afanosamente precisar el contenido positivo de su oposición.
La naciente burguesía capitalista, la burguesía media con sus intelectuales, el resto de ciudadanos oprimidos por el intolerable peso de los privilegios de la aristocracia, del clero, de los altos funcionarios y oficiales, participaron en este movimiento caótico, que también tuvo páginas bellísimas de lucha y de heroísmo, y nunca se sometió ante la feroz represión del gobierno de los zares. Digamos enseguida que los bolcheviques rusos no reniegan su afiliación a las mejores tradiciones de este movimiento de los años sesenta, setenta y ochenta; pero Lenin y el bolchevismo representan, en medio de esta vasto cuadro, la aportación de un ingrediente particular y original, destinado a prevalecer sobre el resto de factores. Porque la fecha de 1890, inicio de Lenin en la liza política, coincide sencillamente con la aparición en Rusia de la clase obrera. Los capitales, las máquinas, la técnica industrial de Occidente llegan ya a los confines de la Santa Rusia zarista, que parecen separar dos mundos, pero no pueden poner diques a las omnipotentes fuerzas de expansión del capitalismo moderno. Con su ingreso, con el surgimiento de las grandes fábricas, surge, ante todo en algunos centros urbanos, un verdadero proletariado industrial.
Ya antes de Lenin y del resto de marxistas socialdemócratas
rusos, los dirigentes intelectuales del movimiento de oposición al zarismo dependían angustiosamente de las ideologías y la literatura de los movimientos revolucionarios occidentales, de los que se servían en la elaboración de su propio programa y de sus propias reivindicaciones. Esta importación ideológica ha sido aún más activa a causa de la continua emigración de los perseguidos a los centros intelectuales del extranjero, además de la facilidad de asimilación de la raza eslava. Pero no se trata sólo de una importación de ideología, sino de encontrar la que corresponde al devenir efectivo de las condiciones sociales en Rusia, y que encuentre en ellas una concreta base de clase. El mismo marxismo penetra en Rusia, como teoría, con alguien que cronológicamente precede a Lenin, y que en sus buenos tiempos se nos presenta como unos de los mejores marxistas, y como maestro del propio Lenin: Plejanov.
Pero Lenin, al mismo tiempo se arma del conjunto de doctrinas ya elaboradas por el movimiento obrero avanzado de Occidente, y desarrolla su actividad política en medio de la naciente clase obrera, siguiendo los problemas concretos de su vida en las fábricas, y elaborando su original función en el cuadro de la vida rusa. Desde entonces, para Lenin, la clase obrera, la última llegada, estadísticamente insignificante en la inmensa población del imperio de los zares, se presenta como la protagonista de la inevitable revolución. Esto no puede interpretarse como una función, una aportación "específicamente rusa", pero podría serlo si la llegada desde Occidente de los medios y las condiciones del capitalismo desarrollado fueran acompañadas de la crítica ya elaborada de las características esenciales del capitalismo, interpretaciones de los más variados ambientes sociales y momentos históricos: el materialismo histórico y la crítica de la economía burguesa de los marxistas occidentales.
Si los cretinos de la polémica periodística quieren servirnos otro Lenin, además del místico Lenin mogólico, del Lenin profesor alemán y agente pangermánico, no tenemos más que recordarles que Carlos Marx, de quien Lenin encontró preparada la mentalidad que le hacía falta, fue llamado por los ignorantes agente alemán, mientras trazaba los materiales de su doctrina en gran parte del país en el que el capitalismo había alcanzado antes su desarrollo económico, Inglaterra, al tiempo que tenía en cuenta los datos de la más característica de las revoluciones burguesas, la de Francia, de forma preeminente. Uno y otro, Marx y Lenin, vivieron mucho tiempo fuera de sus países de origen, uno y otro, como todos los grandes revolucionarios, también personalmente, adoptaron actitudes psicológicas opuestas a las características de su nacionalidad. Al pedante universitario alemán no se podría hallar nada más opuesto que el tipo mentalmente brillante y vibrante representado por Carlos Marx, sin que tuviera nada que envidiar al profesor alemán en cuanto a tenaz laboriosidad y completa preparación. A la inercia mística y contemplativa del ruso se opuso de forma tajante el realismo del pensamiento, la precisión y la intensidad en el trabajo de la formidable máquina humana de intenso rendimiento que fue Lenin. Marx era, es cierto, un hebreo, y si esto fuese un defecto, que no lo es, ¡tampoco podría imputársele a Lenin! Pero estos no son sino los últimos argumentos de esos cretinos ignorantes, cuyo rechazo nos permite definir en estos dos colosos a los dos mayores exponentes de un movimiento, a quien ningún otro puede disputar, ni siquiera de muy lejos, la no retórica calificación de mundial.
No puedo hacer ahora la historia de la función política de Lenin en Rusia, porque habría de exponer la compleja historia del partido bolchevique y de la mayor Revolución que la historia ha conocido, y los datos de todo esto aún nos son desconocidos en su mayor parte.
Lenin se nos aparece, ante todo, de forma sugestiva en la crítica de todas las posiciones teóricas y políticas del resto de movimientos de oposición al zarismo; y sobre todo de aquellos que fabrican teorías espúreas para la acción de la clase obrera.
En esta lucha contra todas las formas de oportunismo Lenin fue implacable, y no dudó ante las consecuencias más graves.
Lenin contrapuso una ideología de la clase proletaria al liberalismo político burgués que, a través de los intelectuales, empujados necesariamente a la rebeldía, tendía a difundirse en el proletariado. Uno de los dirigentes de los "narodniki" había declarado que "la clase obrera era de una gran importancia para la revolución". En esta frase se traducía el propósito de la burguesía de "servirse" de las masa proletarias para derribar el absolutismo, para después, como en Francia un siglo antes, establecer su propio dominio también, y sobre todo, contra el proletariado. Pero Lenin encarna la respuesta: no es la clase obrera quien servirá para hacer la revolución de los burgueses; sino que la revolución en Rusia será hecha por la clase obrera y para la clase obrera.
Fortalecido por esta genial intuición histórica, formidablemente confirmada por estudios completos sobre la naturaleza y el grado de desarrollo de la economía rusa, Lenin pudo luchar contra todas las falsificaciones del programa revolucionario y los diversos partidos y grupos oportunistas. Del mismo modo que combatió ese marxismo burgués que hemos citado, luchó también contra el "economicismo", que pretendía que debía dejarse a la burguesía la lucha política contra el zarismo, y mantener la actividad del proletariado en el terreno de las mejoras económicas, aplazando el surgimiento de un partido político obrero para cuando la burguesía hubiese conquistado el poder y las "libertades políticas". En esta lucha teórica, que se desarrolló hacia 1900, se mostró el contenido de la campaña contra el revisionismo internacional, representado por Bernstein en la época anterior a la primera guerra mundial, el oportunismo nacionalista de los socialistas durante los años de guerra, y el menchevismo de posguerra. En 1903, Lenin decidió la escisión del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, proclamada en el Congreso de Londres, si bien la división formal definitiva llegó algo más tarde. Aparentemente la disputa trataba cuestiones de técnica organizativa interna: importantísimas a pesar de todo para un partido que lucha con medios ilegales en un ambiente de feroz reacción. Pero el motivo de la división, como los años siguientes debían demostrar, era fundamental y profundo. La escisión fue querida y preparada implacablemente por Lenin, que pronunció entonces aquella frase: "antes de unirse es necesario separarse", en la que se resume una de sus mayores enseñanzas, es decir, que el proletariado jamás podrá vencer sin liberarse antes de los traidores, los ineptos, los dubitativos; que la amputación de las partes enfermas del cuerpo del partido revolucionario, no será nunca suficientemente valiente. Naturalmente Lenin fue llamado divisor, fraccionario, sectario, centralizador, autócrata, y todo lo que queráis. Él se limitó a reírse de toda esta verborrea que no puede faltar a los oportunistas cuando ven desarticuladas sus maniobras, igual que toda su vacía retórica sobre la unidad, que al margen de las condiciones de homogeneidad y claridad en los objetivos, no es para los marxistas más que una palabra sin sentido.
Otras discrepancias se dibujaron antes de llegar a la final y clamorosa de los años de guerra. La obra clarificadora de Lenin, de amplia visión de futuro, continuó reforzándose, acumulando las auténticas condiciones de la futura victoria revolucionaria. En algunos momentos Lenin, exiliado en el extranjero, recogió muy pocas adhesiones de los simples obreros para él y su grupúsculo de fieles, pero no dudó nunca del éxito de su lucha. El futuro le dió la razón. Los grupúsculos se convirtieron en millares y millares de proletarios que en 1917 descalabraron el zarismo y el capitalismo, en millones de hombres que desfilaron en manifestaciones interminables ante el cadáver de su dirigente, siete años después.
No podemos ocuparnos con mayor rigor de la crítica de los bolcheviques a los liquidadores, que después de 1905 querían renunciar a las acciones ilegales del partido alegando la supuesta vigencia de una constitución concedida por el emperador; ni de la crítica al partido socialista revolucionario, y a su programa, que ponía en primera línea la clase campesina, pretendiendo que en Rusia la Revolución proletaria no tendría como cuestión central la abolición del capitalismo privado, y a sus métodos pequeño-burgueses; ni tampoco de la crítica a los anarquistas, a los sindicalistas, y a tantas otras corrientes políticas de menor importancia que se agitaban en el caleidoscopio del período prerevolucionario.
Lenin creó el partido que debía responder de forma brillantísima a las exigencias revolucionarias, magnífico instrumento de acción y de lucha. Y llegó la hora del paso de la crítica polémica y de la paciente organización preparatoria a la batalla abierta. En torno a los protagonistas de innumerables luchas se empieza a formar la concentración de las fuerzas revolucionarias, en la órbita del partido de la vanguardia
obrera se unen los soldados cansados de la guerra y los campesinos pobres. Los Soviets, surgidos en 1905 durante la primera gran lucha revolucionaria en la que el bolchevismo se ha probado y afirmado vigorosamente, en 1917 se orientan poco a poco hacia el partido de Lenin. En este período de acción las cualidades de Lenin emergen de un modo fantástico, que se prestaría a cualquier forma de glorificación mística, si lo que sucedió no fuese para nosotros los marxistas la necesaria coronación de una tan completa y exhaustiva preparación de las condiciones revolucionarias en todos los campos. En la insurrección de Julio Lenin, pese a la tentación de un instante, dijo que no había llegado aún el momento de jugarse el todo por el todo; pero en las jornadas de Octubre, solo o casi solo, comprendió que había llegado el momento que es necesario no dejar pasar, y lanzó con mano infalible el golpe decisivo, encuadrando en la magnífica maniobra política de un partido la crisis formidable de la lucha de las opuestas fuerzas sociales de la que la clase obrera debía salir triunfante.
La crítica teórica de la democracia y del liberalismo burgués culminó en la acción, con la expulsión a la fuerza por los trabajadores armados de aquel "montón de bribones" que era la Asamblea Constituyente, ¡democráticamente elegida!
La consigna de Lenin: ¡todo el poder para los Soviets!, había vencido; la Dictadura del proletariado teorizada por Marx hacía su tremenda entrada en la realidad de la historia. La contrarrevolución, pese a sus múltiples esfuerzos, no vencerá jamás; deberá retroceder ante la implacable fuerza del Terror revolucionario, del mismo modo que la acumulación de las dificultades internas de la economía rusa y los fracasos del proletariado en los demás países no conseguirá agotar el éxito de la obra de gobierno encabezado por Lenin. Lenin y su partido continúan en la nueva fase su obra, distinta pero no menos ardua, aumentando siempre su fuerza y experiencia.
Hemos hablado muy poco de Lenin como realizador de una política marxista en Rusia y nos falta aún toda su actividad internacional. También aquí la lucha contra las desviaciones marxistas no es sólo teórica, sino también política y organizativa. Cuando aún no era tan conocido entre las masas
como los líderes tradicionales de los partidos de la II Internacional, Lenin animó en el seno de ésta la corriente de izquierda y su lucha contra el revisionismo. A él se debe que en el Congreso de Estocolmo se aprobara la moción que preconizaba la huelga general en caso de guerra.
Sobrevino la guerra y Lenin fue el primero en comprender que la II Internacional había terminado para siempre en la vergonzosa quiebra del 4 de agosto de 1914. En el seno de la oposición socialista a la guerra que se reunió en Zimmerwald y en Kienthal, se polarizó una izquierda en torno a la fórmula de Lenin expresada en la consigna de transformación de la guerra imperialista en guerra de clases. Y se fue hacia la fundación de la nueva Internacional, que se produjo en 1919 en la capital del primer Estado proletario, constituida ya sobre sólidas bases marxistas y sobre el grandioso ensayo de acción política proletaria, con la victoria del partido comunista ruso.
Tras la restauración de la teoría proletaria, la obra de la Tercera Internacional crece con las divisiones entre los oportunistas de todos los países, con la marginación de los reformistas, socialdemócratas y centristas de todo tipo de las filas de la vanguardia obrera mundial. La palingenesia se desarrolló en todos los viejos partidos, y se constituyeron las bases de los nuevos partidos revolucionarios del proletariado. Lenin guió con mano férrea la difícil operación ahuyentando incertezas y posibles debilidades.
Más adelante diremos alguna cosa sobre las razones por las que la gigantesca batalla aún no ha alcanzado en todos los países el éxito definitivo, y cómo nos abandona el mejor estratega del proletariado en un momento en el que en muchos frentes la lucha no se nos presenta favorable.
La obra política de la nueva Internacional contiene algunos aspectos esenciales de los que pocas cosas diremos. La restauración teórica marxista condujo sin más a las conclusiones fundamentales del primer Congreso constituyente en materia programática, y a una mejor elaboración de buena parte de las doctrinas en el segundo, el de 1920, el mejor Congreso de la Internacional. Y así fue en las cuestiones sobre las condiciones de admisión, sobre la tarea del partido comunista, sobre el significado de los Consejos de obreros y campesinos, ó sobre el trabajo en los sindicatos. Pero otras cuestiones fueron tratadas, con no menor fidelidad al método marxista en líneas generales, pero con un carácter más acentuado de originalidad respecto a las lagunas más graves del movimiento socialista tradicional.
Así sucedió con la cuestión nacional y colonial. Rechazado en el terreno teórico y práctico, y sin posibilidades de equívoco, el socialnacionalismo fue condenado, con sus sofismas sobre la defensa nacional, la guerra por la democracia y la libertad o la restauración del principio jurídico burgués de nacionalidad. Fue marxista y dialécticamente valorada la importancia de las fuerzas sociales y políticas que se contraponían a la potencia de los principales Estados burgueses imperialistas allí donde aún no existía un proletariado modernamente desarrollado, esto es, en las colonias y en los pequeños países sojuzgados por las grandes potencias capitalistas. Fue así como se construyó, sobre una plataforma exquisitamente clasista, una síntesis política genial de lucha política del proletariado europeo, y del resto de los países más modernos, contra las grandes fortalezas burguesas; y de los movimientos de rebelión de los países coloniales, con el objetivo de socavar, con la ayuda de todas estas fuerzas, las bases mundiales de las fortificaciones defensivas del sistema capitalista. El proletariado comunista mundial conserva con esta posición una actitud de dirección y de vanguardia, y nada impide que sus tesis ideológicas sean el objetivo de sus realizaciones, que sigue siendo su dictadura de clase, del mismo modo que no cede en absoluto a las efímeras y erróneas premisas teóricas y políticas de los nacionalrevolucionarios semiburgueses de los países mencionados, a los que, en cuanto sea posible, los partidos proletarios comunistas deberán impedir la dirección del movimiento. Esta delicada cuestión histórica no excede el cuadro de la dialéctica revolucionaria, a condición de que sea confiada a fuerzas políticas marxísticamente maduras. No cabe excluir que pueda llegarse a un período en el que esa dialéctica quisiera presentarse sobre todo como una "nueva" consigna que diferenciara las actitudes de la Internacional de aquellas demasiado rígidas de la clásica izquierda marxista; lo cual podría hacerse sólo por algún oportunista que no renunciara a vivir, quien sabe con qué proyectos, en los márgenes de la Internacional. En los términos teóricos dados por Lenin a la cuestión, y bajo su dirección política, no era de temerse tal peligro, y no se verificó ninguna atenuación, sino más bien una intensificación de la eficacia revolucionaria mundial.
De la cuestión "agraria" podremos resumir pocas cosas. Pero incluso en la toma de posición del segundo congreso sobre tal cuestión, aunque guardando el fondo de las cosas, no se trata más que de un análisis que se hizo poniendo a la luz el auténtico punto de vista marxista del problema de la economía agrícola.
También en este campo Lenin nos había dado notables trabajos teóricos. Políticamente la Internacional resolvió finalmente este problema, que para los oportunistas resultaba cómodo no afrontarlo, en cuanto éstos exigían una hábil maniobra, alejándose engañosamente de las tesis revolucionarias de que el proletariado industrial será el primer motor de la revolución, a su posición oportunista de cortejadores de los intereses y privilegios de categoría de una pretendida aristocracia obrera, que querían convertir en una alianza con el capital. La doctrina agraria de la Tercera Internacional se funda en el abecé del marxismo, poniendo en claro qué es la empresa agrícola moderna e industrial; la pequeña empresa tradicional; y sobre todo el régimen de la pequeña propiedad sometida a los grandes latifundios de un único propietario, explotador de muchas familias de jornaleros de la tierra. La construcción económica gradual del socialismo, ya reivindicada y justificada en la teoría general de la Internacional Comunista, implica evidentemente que la dictadura proletaria debe aportar a estas distintas capas sociales agrícolas soluciones diferentes. Sólo para la primer capa existe una coincidencia con el programa socializador de la gran industria, mientras que para la tercera el programa inmediato no puede ser otro que la eliminación del latifundista y la consigna de la tierra para las familias campesinas, hasta que no maduren las condiciones técnicas de un cultivo concentrado y de tipo industrial, en una segunda etapa histórica. Desde este claro análisis teórico de un problema que a los oportunistas les ha sido siempre cómodo no verlo, se desprenden de forma indiscutible relaciones políticas entre el proletariado industrial y las distintas clases campesinas: paralelismo completo con los jornaleros en las haciendas industrializadas, alianza con los campesinos pobres que trabajan directamente la tierra, relaciones que deben equipararse contingentemente con las de los campesinos medios. De los segundos se obtiene por esta vía una contribución fundamental a la revolución, sin descuidar nunca la preeminencia que en ésta tiene el gran proletariado urbano: preeminencia sancionada en la propia constitución de la república soviética al conceder un peso mucho mayor en la representación a los obreros respecto a los de la gran masa campesina, y al hecho de que es la primera en dar su personal a la nueva máquina del Estado obrero.
También aquí son más que posibles las exageraciones y los equívocos, con tal que esta prioridad de los objetivos revolucionarios no sea olvidada. Notabilísimas son a este propósito las reprimendas del camarada Trotsky a las tendencias "campesinas" que ahijan el oportunismo en el partido francés. Y nos parece esencial no olvidar, aunque no viene ahora al caso, no siendo necesario para engrandecer la obra de la Internacional que no lo necesita, el afirmar que se trata de soluciones nuevas e imprevistas respecto a la línea marxista fundamental, un cebo casi para ciertas actitudes dudosas. No se trata de presentar, como quisiera el camarada Zinoviev, aunque no existiera sobre esto ningún desacuerdo, el bolchevismo o el leninismo como una doctrina para sí, que expone la ideología revolucionaria del proletariado en alianza con los campesinos. Esta (no en las intenciones de nuestro compañero, sino en las visiones de las corrientes oportunistas) podría prestarse como fórmula teórica a los contrarrevolucionarios, camuflados de partidarios de un repliegue histórico del contenido de la revolución rusa. Mientras entre las más hermosas tradiciones del partido bolchevique permanece la genial intuición histórica con la que se ha enfrentado al programa socialrevolucionario, al que ha "robado" un punto esencial; pero para hacerlo realidad no la clase campesina, sino la obrera: porque sólo la segunda, y no con sus propias fuerzas, puede guiar a la primera a la liberación.
No puedo aquí dar más que un esbozo sobre tales cuestiones, pero los compañeros conocen, o pueden leer, un pequeño folleto mío de vulgarización sobre la "cuestión agraria" y, aún mejor, las tesis del segundo congreso de nuestro partido sobre la misma cuestión, que representan la unánime toma de posición de los comunistas italianos sobre la plataforma que he intentado recordar brevemente.
Debo anticipar dos advertencias: no me propongo continuar la pauta de las conmemoraciones oficiales, no haré una biografía de Lenin, ni contaré una serie de anécdotas sobre él. Intentaré trazar desde un punto de vista histórico y crítico marxista la figura y la labor de Lenin en el movimiento de emancipación revolucionaria de la clase obrera mundial: estas síntesis sólo son posibles mediante la contemplación de los hechos con una amplia perspectiva de conjunto, sin descender a lo particular de carácter analítico, periodístico, a menudo chismoso e insignificante. No creo que tenga derecho a hablar de Lenin, a petición de mi partido, por el hecho de ser "el hombre que ha visto a Lenin" o que ha tenido la suerte de hablar con él, sino por haber participado, como militante de la causa proletaria, en la lucha por los mismos principios que Lenin personifica. Por otra parte, un detallado material biográfico ha sido puesto ya a disposición de los camaradas por toda nuestra prensa.
En segundo lugar, dada la amplitud del tema que se me ha propuesto, además de ser necesariamente incompleto, habré de pasar velozmente sobre cuestiones primordiales, y dejar constancia que los planteamientos de éstas ya son conocidos por los camaradas que me escuchan: todos los problemas del movimiento revolucionario han sido tratados por Lenin. Así pues, sin pretender en absoluto agotar el argumento, habré de ser al mismo tiempo, no sólo breve, sino incluso excesivamente sintético.
EL RESTAURADOR TEÓRICO DEL MARXISMO.
No necesito exponer la historia de las falsificaciones y manipulaciones, durante los años que precedieron a la primera guerra mundial, de la doctrina revolucionaria marxista, tan admirablemente diseñada por Engels y Marx en todas sus partes, y cuya clásica síntesis permanece en el Manifiesto de los comunistas de 1847. Y tampoco puedo desarrollar aquí, paralelamente, la historia de la lucha, que nunca cesó, de la izquierda marxista contra las falsificaciones y degeneraciones. En esta lucha Lenin dio una contribución de primerísimo orden.
Ante todo consideremos la obra de Lenin como restaurador de la doctrina filosófica del marxismo, o, para expresarnos mejor, de la concepción general de la naturaleza y de la sociedad, propia del sistema de conocimientos teóricos de la clase obrera revolucionaria, a la cual le es necesaria no sólo una opinión acerca de los problemas de la economía y de la política, sino también una toma de posiciones sobre todo el cuadro de cuestiones que ahora indicaremos.
En un cierto momento de la compleja historia del movimiento marxista, a la que volveré a hacer referencia más tarde, surge una escuela, capitaneada por el filósofo Bogdanof, que quisiera someter a revisión la concepción materialista y dialéctica marxista, para dar al movimiento obrero una base filosófica de carácter idealista y casi místico. Esta escuela quisiera hacer reconocer a los marxistas una pretendida superación de la filosofía materialista y científica por parte de las modernas escuelas filosóficas neoidealistas. Lenin les respondió de modo definitivo con una obra (Materialismo y empirocriticismo) desgraciadamente poco traducida y poco conocida, aparecida en ruso en 1908, en la cual, tras un poderoso trabajo de preparación, desarrolla una crítica de los sistemas filosóficos idealistas antiguos y modernos, defiende la concepción del realismo dialéctico de Marx y Engels en su brillante integridad, superadora de la maraña en que se enredan los filósofos oficiales, demuestra por fin como las escuelas idealistas modernas son expresión de un estado de ánimo reciente de la clase burguesa, y que su penetración en el pensamiento del partido proletario no responde más que a un estado psicológico de impotencia, de turbación, que no es más que la consecuencia ideológica de la situación efectiva de derrota del proletariado ruso después de 1905. Lenin establece, de un modo que para nosotros excluye posteriores dudas, que "no puede haber una doctrina socialista y proletaria sobre bases espirituales, idealistas, místicas o morales".
Lenin defiende el conjunto de la doctrina marxista en otro frente, el de las valoraciones económicas y la crítica al capitalismo. Marx ha dejado incompleta su monumental obra El Capital, pero ha dejado al proletariado un método de estudio y de interpretación de los hechos económicos que ha de aplicarse a los nuevos datos suministrados por el reciente desarrollo del capitalismo, sin desnaturalizar su potencialidad revolucionaria.
El revisionismo, sobre todo alemán, intenta hacer trampas en este terreno, elaborando "nuevas" doctrinas que constituyen rectificaciones, en apariencia secundarias, pero en realidad sustanciales, a la doctrina del Maestro. Y decimos "hacer trampas" en cuanto está demostrado (por Lenin mejor que por ningún otro) que no se trata sólo de resultados científicos objetivos a los que se habría llegado limpiamente, sino de un proceso de oportunismo político y de corrupción de los líderes del proletariado, e incluso de doblegarse al recurso de quitar de la circulación importantes escritos de Marx y Engels, cuyo pensamiento se intentaba en parte falsificar, en parte rectificar.
Colaborando con otros economistas, entre ellos Rosa Luxemburg, y el Kautsky de los mejores años, en la continuación de la crítica económica de Marx, Lenin sostuvo en innumerables trabajos que los modernos fenómenos del capitalismo, los monopolios económicos, la lucha imperialista por los mercados coloniales, fueron perfectamente interpretados por la ciencia económica marxista, sin tener que modificar ninguna de sus tesis fundamentales sobre la naturaleza del capitalismo, sobre la acumulación de sus beneficios mediante la explotación de los asalariados. En 1915 Lenin resumió estos resultados en su libro de vulgarización sobre el Imperialismo, que permanece como un texto fundamental de la literatura comunista: esta actitud teórica implicaba algunas consecuencias políticas de las que hablaremos más tarde, de lucha contra el oportunismo y de bancarrota de los viejos líderes en la [primera] guerra mundial.
Una lucha teórica, en el campo más restringido de Rusia, condujo también a Lenin contra los falsificadores burgueses del marxismo, que pretendían aceptar, no el contenido político revolucionario, sino el sistema y el método económico e histórico, para demostrar que en Rusia el capitalismo había vencido al feudalismo, ocultando apenas bajo esta adhesión sus propósitos de represión del posterior avance del proletariado.
Lenin, como hemos visto, se nos presenta pues, en su obra teórica, como el defensor de la indivisibilidad de las partes que componen la concepción marxista. Y no lo hace por fanático dogmatismo (nadie menos que él merecería esta acusación), sino fundamentando su demostración en el examen de una enorme cantidad de hechos y de experiencias, suministrados por su excepcional cultura de estudioso y militante, e iluminados por su incomparable genialidad. Debemos rechazar, como lo hizo Lenin, a todos esos apresurados usurpadores de una "de las partes" del marxismo, arbitrariamente separadas: ya sean economistas burgueses que se sienten cómodos con el método del materialismo histórico, como sucedía hace unos años; ya sean intelectuales ligados a las escuelas filosóficas del neoidealismo, que pretenden conciliarlo con la aceptación de las tesis sociales y políticas comunistas; ya sean camaradas que escriben libros para afirmar que comparten la parte "histórico-política" del marxismo, pero luego proclaman caduca toda la parte económica, o sea las doctrinas fundamentales para la interpretación del capitalismo.
Lenin en varias ocasiones ha analizado y criticado actitudes análogas, brillante y "marxísticamente" ha encontrado los auténticos motivos fuera y en contra de los intereses del verdadero proceso de emancipación proletaria, y no menos brillantemente ha prevenido a tiempo las peligrosas consecuencias oportunistas que desembocaban en la rendición a la causa enemiga, por vía más o menos directa, salvo, se entiende, la fidelidad a nuestra bandera de tal o cual camarada individualmente considerado. En el camino de Lenin debemos responder a los que se "dignan" a aceptar nuestras opiniones a título de inventario, con arbitrarias distinciones, con divisiones extravagantes, que en realidad nos harán un favor si evitan aceptar el "resto" del marxismo, porque la mayor potencia de éste radica en ser una perspectiva de conjunto del reflejo, en la conciencia de una clase revolucionaria, de los problemas del mundo natural y humano, de los hechos políticos, sociales y económicos al mismo tiempo.
La obra restauradora de Lenin es más grandiosa, o por lo menos más destacada universalmente, en la parte "política" de la doctrina marxista, entendiendo como tal la teoría del Estado, del Partido, del proceso revolucionario, sin excluir que esta parte, que mejor llamaremos "programática", contemple también todo el proceso "económico" que se abre con la victoria revolucionaria del proletariado. La dispersión triunfal de los equívocos, de los engaños, de la mezquindad, de los prejuicios de oportunistas, revisionistas, pequeño-burgueses, anarcosindicalistas, se hace en esta parte de forma aún más palpitante y sugestiva. Después de Lenin, las armas polémicas en este terreno han sido despedazadas en las manos de todos nuestros antagonistas, vecinos o lejanos: aquellos que aún las empuñan sólo demuestran su ignorancia, esto es su ausencia del proceso viviente que asume la lucha del proletariado anhelante de su liberación. Recorramos a grandes trazos esta serie de tesis que son otros tantos fragmentos de realidad enclavados en los jalones de una doctrina insuperablemente cierta y vital. No tenemos más que seguir a Lenin: sean las tesis de los primeros congresos de la nueva Internacional, sean los discursos, sean los programas y las proclamas del partido bolchevique en el camino de la victoria, sea por fin la paciente y genial exposición de Estado y Revolución en el que se demuestra como las tesis tratadas no hayan dejado nunca de ser las de Marx y Engels, en la auténtica interpretación de los textos clásicos y en la verdadera comprensión del método y el pensamiento de los maestros, desde la primera formulación en el Manifiesto hasta las valoraciones de los acontecimientos en el período sucesivo, y sobre todo de las revoluciones de 1848 a 1852 y de la Comuna de París: obra de refuerzo de la vanguardia histórica del proletariado mundial, que Lenin retoma y enlaza con las batallas revolucionarias rusas: la derrota de 1905 y la aplastante revancha de doce años más tarde.
El problema de la interpretación del Estado fue resuelto en el cuadro de la doctrina histórica de la lucha de clases: el Estado es la organización de la fuerza de la clase dominante, que nacida revolucionaria, se ha hecho conservadora de sus posiciones. Igual que para el resto de los problemas no se trata del Estado, considerado como una inmanente y metafísica entidad que espera la definición y el juicio del filosofastro reaccionario o anarquizante, sino del Estado burgués, expresión de la potencia capitalista, del mismo modo que luego se tratará del Estado obrero, así como más tarde se tenderá a la desaparición del Estado político. Todas estas fases se sitúan en el proceso histórico, tal como nuestro análisis histórico nos consiente trazarlo, en una sucesión dialéctica, cada cual naciendo de la precedente y constituyendo su negación. ¿Qué las separa? Entre el Estado de la burguesía y el del proletariado sólo puede situarse la culminación de una lucha revolucionaria, en la que la clase proletaria es guiada por el partido político comunista, que vence al derribar con la fuerza armada al poder burgués y constituir el nuevo poder revolucionario, que ejecuta ante todo la demolición de la vieja máquina estatal en su totalidad y organiza la represión, con los medios más enérgicos, de las tentativas contrarrevolucionarias.
Debe responderse a los anarquistas que el proletariado no puede suprimir inmediatamente toda forma de poder, pero debe asegurar su poder. Debe responderse a los socialdemócratas que el camino del poder [para el proletariado] no es el pacífico camino de la democracia burguesa, sino el de la guerra de clase, y sólo ése. Lenin es nuestro líder en la larga defensa de estas posiciones tan falsificadas del marxismo: la crítica de la democracia burguesa; la demolición de la añagaza legalista y parlamentaria; la mofa, con el vigor sarcástico y corrosivo de la polémica enseñado por Marx y Engels, del sufragio universal y panaceas parecidas. Estas posiciones son armas del proletariado y de los partidos que están en el terreno del marxismo.
Afirmándose de forma magistral en las bases de la doctrina, Lenin resuelve todos los problemas del régimen proletario y del programa de la Revolución. "No basta con tomar posesión del aparato estatal", dicen Marx y Engels comentando a muchos años de distancia el Manifiesto, tras la experiencia de la Comuna de París. La economía capitalista debe evolucionar lentamente hacia el socialismo, mientras se prepara legalmente el poder obrero, concluyen arbitrariamente los oportunistas, con un "fraude" teórico que llegará a ser clásico. Y sin embargo Lenin viene para aclarar que es necesario, "además" de tomar posesión del viejo aparato estatal, hacerlo añicos y poner en su lugar la Dictadura proletaria. Y ésta no se alcanza por vías democráticas, ni se fundamenta en "principios" inmortales (para el filisteo) de la democracia. La Dictadura proletaria excluye de la nueva libertad, de la nueva igualdad política, de la nueva "democracia proletaria" (como le gustaba decir al propio Lenin, dando a la democracia una interpretación más etimológica que histórica) a los miembros de la derrotada burguesía. Que sólo así se plantea sobre bases realistas la libertad para el proletariado de vivir y de gobernar, ha sido aclarado por Lenin con propuestas de cristalina evidencia y de magnífica coherencia teórica. Que litigue quien quiera sobre la conculcada libertad de asociación y de prensa, torpes instrumentos, sean maliciosos o inconscientes, de una restauración antiproletaria. Tal litigante sería, gracias a Lenin, clamorosamente batido; en la práctica esperamos que encuentre siempre suficiente plomo de la Guardia Revolucionaria, para superar su poca accesibilidad a los argumentos teóricos.
Acerca del objetivo económico del nuevo régimen, Lenin explica - no sólo en lo que concierne a Rusia, de lo que hablaremos luego, sino en líneas generales - también la necesaria graduación evolutiva, como la auténtica naturaleza de las distinciones que lo contraponen al orden de la economía privada burguesa, en el campo de la producción, la distribución y todas las actividades colectivas.
También aquí está el legado luminoso, en línea directa con las fuentes más auténticas de la doctrina marxista; con las respuestas de Carlos Marx a las mil banales confusiones, tanto de los adversarios burgueses como de los seguidores de Proudhon, Bakunin o Lassalle; con la mejor polémica de la izquierda marxista contra el sindicalismo soreliano. La aparente contradicción - tras la conquista del poder ¿existirá aún una burguesía que reprimir con las armas dictatoriales; habrán todavía elementos residuales del proletariado y más aún del semiproletariado que someter con una disciplina legal; habrá una intervención "despótica" (Marx) con los decretos del nuevo poder, en los hechos económicos, como el reconocimiento por parte de éste de deber "esperar" para suprimir ciertas formas capitalistas en determinados campos de la economía? - es resuelta de modo lógico, exhaustivo, maravilloso, en la construcción de un programa revolucionario que no teme la realidad, que no tiene miedo de enfrentarse a ella; que no tiene miedo de sostenerla y triturarla en sus divisiones parciales, porque ha llegado el momento de pasar sobre los argumentos y las formas muertas, en el implacable proceso de las evoluciones y las Revoluciones.
Como factor necesario en toda esta lucha innovadora, contra las degeneraciones del laborismo y del sindicalismo, Lenin traza la misión del partido político, de clase, marxista y centralizado, casi disciplinado militarmente en los momentos álgidos de la batalla, y a los oportunistas les echa en cara que la política de la clase revolucionaria no es una burda maniobra parlamentaria, sino estrategia de guerra civil, movilización para la insurrección decisiva, preparación para gestionar el nuevo orden.
Y como coronación del magistral edificio, tras los esfuerzos y dolores del parto de un nuevo régimen, previstos en el clásico pasaje de Engels (las necesarias exigencias de la norma de sacrificio para las milicias de vanguardia), se alza la segura y científica previsión, que no podemos confiar a las místicas impaciencias de los impotentes pensadores de una sociedad sin Estado y sin prohibiciones, ni a una Economía fundada en la satisfacción al límite de las necesidades de cada uno de sus componentes, ni a la completa libertad del Hombre, considerado como individuo; sino que debemos confiar a la especie humana viviente, solidaria en el completo y racional dominio de las fuerzas y los recursos naturales.
A Lenin se debe pues la reconstrucción de nuestro "programa", además de nuestra crítica del mundo en general y del régimen burgués en particular, que en su conjunto completan las elaboraciones teóricas de la ideología propia del proletariado moderno.
EL EJECUTOR DE LA POLÍTICA MARXISTA.
La obra teórica de Lenin no puede considerarse separadamente de su obra política: las dos se entrelazan continuamente y nosotros la hemos dividido sólo por comodidad formal de exposición. Al mismo tiempo que restablece la concepción y el programa revolucionario del proletariado, Lenin se convierte en uno de los mayores líderes políticos, y ejecuta en la práctica de la lucha de clases los principios que defiende en el terreno de la crítica doctrinal. El campo de esta grandiosa actividad durante los años de su no larga vida fue no sólo Rusia, sino todo el movimiento proletario internacional.
Consideraremos primero la obra de Lenin durante más de treinta años de lucha política en Rusia, hasta el momento en que se presenta como jefe del primer Estado obrero. Adversarios de todas las orillas han querido negar la continuidad y la unidad entre esta tarea de gran figura histórica de Lenin y su doctrina marxista. No se trataría de una realización del programa político del proletariado del Occidente capitalista y "civil", de una efectiva victoria del socialismo como aparece en los países económicamente desarrollados, sino de un fenómeno histórico espúreo, propio de un país atrasado como Rusia, de un movimiento, de una revolución, de un gobierno, "asiáticos", que no tienen el derecho de relacionarse con el objetivo histórico del proletariado mundial, y que por esto mismo no puede ser considerado como su primera victoria, como la prueba histórica de la realización de sus ideales revolucionarios. El burgués occidental dice esto para asegurar la imposibilidad del "contagio" bolchevique, el oportunista socialdemócrata para no ser obligado a admitir la liquidación de sus previsiones programáticas de colaboración de clases y de evolucionismo pacífico y legal, que pretende desvergonzadamente que son propias del proletariado progresista de los países más "civilizados", el anarquista para atribuir a la naturaleza del pueblo ruso y a las tradiciones del absolutismo las características represivas de las revoluciones, y para obstinarse en no ver la prueba evidente, de su ineluctable necesidad.
No puede haber una tesis más estúpida. Lenin representa el contenido internacional, mundial e incluso occidental (si por Occidente entendemos el conjunto de los países poblados por la raza blanca e infestados por las más modernas delicias del capitalismo industrial) de la revolución rusa. Los datos lo hacen evidente, al margen de aquellos argumentos que batallan por la valoración marxista y comunista del devenir proletario en todos los países.
Vladimiro Ilich Ulianov nació en 1870, y veinte años después se inició en la lucha política rusa. ¿Qué significa esta fecha, 1890, además del momento de las primeras armas del futuro gran líder proletario? Antes de esta época, con una antigüedad de varios decenios ya existía en Rusia un movimiento revolucionario notable y multiforme. A la supervivencia del absolutismo y del feudalismo derrocado en el resto de Europa por las revoluciones democráticas burguesas, le acompañó un movimiento que pretendía derribar el régimen zarista, y que buscó afanosamente precisar el contenido positivo de su oposición.
La naciente burguesía capitalista, la burguesía media con sus intelectuales, el resto de ciudadanos oprimidos por el intolerable peso de los privilegios de la aristocracia, del clero, de los altos funcionarios y oficiales, participaron en este movimiento caótico, que también tuvo páginas bellísimas de lucha y de heroísmo, y nunca se sometió ante la feroz represión del gobierno de los zares. Digamos enseguida que los bolcheviques rusos no reniegan su afiliación a las mejores tradiciones de este movimiento de los años sesenta, setenta y ochenta; pero Lenin y el bolchevismo representan, en medio de esta vasto cuadro, la aportación de un ingrediente particular y original, destinado a prevalecer sobre el resto de factores. Porque la fecha de 1890, inicio de Lenin en la liza política, coincide sencillamente con la aparición en Rusia de la clase obrera. Los capitales, las máquinas, la técnica industrial de Occidente llegan ya a los confines de la Santa Rusia zarista, que parecen separar dos mundos, pero no pueden poner diques a las omnipotentes fuerzas de expansión del capitalismo moderno. Con su ingreso, con el surgimiento de las grandes fábricas, surge, ante todo en algunos centros urbanos, un verdadero proletariado industrial.
Ya antes de Lenin y del resto de marxistas socialdemócratas
rusos, los dirigentes intelectuales del movimiento de oposición al zarismo dependían angustiosamente de las ideologías y la literatura de los movimientos revolucionarios occidentales, de los que se servían en la elaboración de su propio programa y de sus propias reivindicaciones. Esta importación ideológica ha sido aún más activa a causa de la continua emigración de los perseguidos a los centros intelectuales del extranjero, además de la facilidad de asimilación de la raza eslava. Pero no se trata sólo de una importación de ideología, sino de encontrar la que corresponde al devenir efectivo de las condiciones sociales en Rusia, y que encuentre en ellas una concreta base de clase. El mismo marxismo penetra en Rusia, como teoría, con alguien que cronológicamente precede a Lenin, y que en sus buenos tiempos se nos presenta como unos de los mejores marxistas, y como maestro del propio Lenin: Plejanov.
Pero Lenin, al mismo tiempo se arma del conjunto de doctrinas ya elaboradas por el movimiento obrero avanzado de Occidente, y desarrolla su actividad política en medio de la naciente clase obrera, siguiendo los problemas concretos de su vida en las fábricas, y elaborando su original función en el cuadro de la vida rusa. Desde entonces, para Lenin, la clase obrera, la última llegada, estadísticamente insignificante en la inmensa población del imperio de los zares, se presenta como la protagonista de la inevitable revolución. Esto no puede interpretarse como una función, una aportación "específicamente rusa", pero podría serlo si la llegada desde Occidente de los medios y las condiciones del capitalismo desarrollado fueran acompañadas de la crítica ya elaborada de las características esenciales del capitalismo, interpretaciones de los más variados ambientes sociales y momentos históricos: el materialismo histórico y la crítica de la economía burguesa de los marxistas occidentales.
Si los cretinos de la polémica periodística quieren servirnos otro Lenin, además del místico Lenin mogólico, del Lenin profesor alemán y agente pangermánico, no tenemos más que recordarles que Carlos Marx, de quien Lenin encontró preparada la mentalidad que le hacía falta, fue llamado por los ignorantes agente alemán, mientras trazaba los materiales de su doctrina en gran parte del país en el que el capitalismo había alcanzado antes su desarrollo económico, Inglaterra, al tiempo que tenía en cuenta los datos de la más característica de las revoluciones burguesas, la de Francia, de forma preeminente. Uno y otro, Marx y Lenin, vivieron mucho tiempo fuera de sus países de origen, uno y otro, como todos los grandes revolucionarios, también personalmente, adoptaron actitudes psicológicas opuestas a las características de su nacionalidad. Al pedante universitario alemán no se podría hallar nada más opuesto que el tipo mentalmente brillante y vibrante representado por Carlos Marx, sin que tuviera nada que envidiar al profesor alemán en cuanto a tenaz laboriosidad y completa preparación. A la inercia mística y contemplativa del ruso se opuso de forma tajante el realismo del pensamiento, la precisión y la intensidad en el trabajo de la formidable máquina humana de intenso rendimiento que fue Lenin. Marx era, es cierto, un hebreo, y si esto fuese un defecto, que no lo es, ¡tampoco podría imputársele a Lenin! Pero estos no son sino los últimos argumentos de esos cretinos ignorantes, cuyo rechazo nos permite definir en estos dos colosos a los dos mayores exponentes de un movimiento, a quien ningún otro puede disputar, ni siquiera de muy lejos, la no retórica calificación de mundial.
No puedo hacer ahora la historia de la función política de Lenin en Rusia, porque habría de exponer la compleja historia del partido bolchevique y de la mayor Revolución que la historia ha conocido, y los datos de todo esto aún nos son desconocidos en su mayor parte.
Lenin se nos aparece, ante todo, de forma sugestiva en la crítica de todas las posiciones teóricas y políticas del resto de movimientos de oposición al zarismo; y sobre todo de aquellos que fabrican teorías espúreas para la acción de la clase obrera.
En esta lucha contra todas las formas de oportunismo Lenin fue implacable, y no dudó ante las consecuencias más graves.
Lenin contrapuso una ideología de la clase proletaria al liberalismo político burgués que, a través de los intelectuales, empujados necesariamente a la rebeldía, tendía a difundirse en el proletariado. Uno de los dirigentes de los "narodniki" había declarado que "la clase obrera era de una gran importancia para la revolución". En esta frase se traducía el propósito de la burguesía de "servirse" de las masa proletarias para derribar el absolutismo, para después, como en Francia un siglo antes, establecer su propio dominio también, y sobre todo, contra el proletariado. Pero Lenin encarna la respuesta: no es la clase obrera quien servirá para hacer la revolución de los burgueses; sino que la revolución en Rusia será hecha por la clase obrera y para la clase obrera.
Fortalecido por esta genial intuición histórica, formidablemente confirmada por estudios completos sobre la naturaleza y el grado de desarrollo de la economía rusa, Lenin pudo luchar contra todas las falsificaciones del programa revolucionario y los diversos partidos y grupos oportunistas. Del mismo modo que combatió ese marxismo burgués que hemos citado, luchó también contra el "economicismo", que pretendía que debía dejarse a la burguesía la lucha política contra el zarismo, y mantener la actividad del proletariado en el terreno de las mejoras económicas, aplazando el surgimiento de un partido político obrero para cuando la burguesía hubiese conquistado el poder y las "libertades políticas". En esta lucha teórica, que se desarrolló hacia 1900, se mostró el contenido de la campaña contra el revisionismo internacional, representado por Bernstein en la época anterior a la primera guerra mundial, el oportunismo nacionalista de los socialistas durante los años de guerra, y el menchevismo de posguerra. En 1903, Lenin decidió la escisión del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, proclamada en el Congreso de Londres, si bien la división formal definitiva llegó algo más tarde. Aparentemente la disputa trataba cuestiones de técnica organizativa interna: importantísimas a pesar de todo para un partido que lucha con medios ilegales en un ambiente de feroz reacción. Pero el motivo de la división, como los años siguientes debían demostrar, era fundamental y profundo. La escisión fue querida y preparada implacablemente por Lenin, que pronunció entonces aquella frase: "antes de unirse es necesario separarse", en la que se resume una de sus mayores enseñanzas, es decir, que el proletariado jamás podrá vencer sin liberarse antes de los traidores, los ineptos, los dubitativos; que la amputación de las partes enfermas del cuerpo del partido revolucionario, no será nunca suficientemente valiente. Naturalmente Lenin fue llamado divisor, fraccionario, sectario, centralizador, autócrata, y todo lo que queráis. Él se limitó a reírse de toda esta verborrea que no puede faltar a los oportunistas cuando ven desarticuladas sus maniobras, igual que toda su vacía retórica sobre la unidad, que al margen de las condiciones de homogeneidad y claridad en los objetivos, no es para los marxistas más que una palabra sin sentido.
Otras discrepancias se dibujaron antes de llegar a la final y clamorosa de los años de guerra. La obra clarificadora de Lenin, de amplia visión de futuro, continuó reforzándose, acumulando las auténticas condiciones de la futura victoria revolucionaria. En algunos momentos Lenin, exiliado en el extranjero, recogió muy pocas adhesiones de los simples obreros para él y su grupúsculo de fieles, pero no dudó nunca del éxito de su lucha. El futuro le dió la razón. Los grupúsculos se convirtieron en millares y millares de proletarios que en 1917 descalabraron el zarismo y el capitalismo, en millones de hombres que desfilaron en manifestaciones interminables ante el cadáver de su dirigente, siete años después.
No podemos ocuparnos con mayor rigor de la crítica de los bolcheviques a los liquidadores, que después de 1905 querían renunciar a las acciones ilegales del partido alegando la supuesta vigencia de una constitución concedida por el emperador; ni de la crítica al partido socialista revolucionario, y a su programa, que ponía en primera línea la clase campesina, pretendiendo que en Rusia la Revolución proletaria no tendría como cuestión central la abolición del capitalismo privado, y a sus métodos pequeño-burgueses; ni tampoco de la crítica a los anarquistas, a los sindicalistas, y a tantas otras corrientes políticas de menor importancia que se agitaban en el caleidoscopio del período prerevolucionario.
Lenin creó el partido que debía responder de forma brillantísima a las exigencias revolucionarias, magnífico instrumento de acción y de lucha. Y llegó la hora del paso de la crítica polémica y de la paciente organización preparatoria a la batalla abierta. En torno a los protagonistas de innumerables luchas se empieza a formar la concentración de las fuerzas revolucionarias, en la órbita del partido de la vanguardia
obrera se unen los soldados cansados de la guerra y los campesinos pobres. Los Soviets, surgidos en 1905 durante la primera gran lucha revolucionaria en la que el bolchevismo se ha probado y afirmado vigorosamente, en 1917 se orientan poco a poco hacia el partido de Lenin. En este período de acción las cualidades de Lenin emergen de un modo fantástico, que se prestaría a cualquier forma de glorificación mística, si lo que sucedió no fuese para nosotros los marxistas la necesaria coronación de una tan completa y exhaustiva preparación de las condiciones revolucionarias en todos los campos. En la insurrección de Julio Lenin, pese a la tentación de un instante, dijo que no había llegado aún el momento de jugarse el todo por el todo; pero en las jornadas de Octubre, solo o casi solo, comprendió que había llegado el momento que es necesario no dejar pasar, y lanzó con mano infalible el golpe decisivo, encuadrando en la magnífica maniobra política de un partido la crisis formidable de la lucha de las opuestas fuerzas sociales de la que la clase obrera debía salir triunfante.
La crítica teórica de la democracia y del liberalismo burgués culminó en la acción, con la expulsión a la fuerza por los trabajadores armados de aquel "montón de bribones" que era la Asamblea Constituyente, ¡democráticamente elegida!
La consigna de Lenin: ¡todo el poder para los Soviets!, había vencido; la Dictadura del proletariado teorizada por Marx hacía su tremenda entrada en la realidad de la historia. La contrarrevolución, pese a sus múltiples esfuerzos, no vencerá jamás; deberá retroceder ante la implacable fuerza del Terror revolucionario, del mismo modo que la acumulación de las dificultades internas de la economía rusa y los fracasos del proletariado en los demás países no conseguirá agotar el éxito de la obra de gobierno encabezado por Lenin. Lenin y su partido continúan en la nueva fase su obra, distinta pero no menos ardua, aumentando siempre su fuerza y experiencia.
Hemos hablado muy poco de Lenin como realizador de una política marxista en Rusia y nos falta aún toda su actividad internacional. También aquí la lucha contra las desviaciones marxistas no es sólo teórica, sino también política y organizativa. Cuando aún no era tan conocido entre las masas
como los líderes tradicionales de los partidos de la II Internacional, Lenin animó en el seno de ésta la corriente de izquierda y su lucha contra el revisionismo. A él se debe que en el Congreso de Estocolmo se aprobara la moción que preconizaba la huelga general en caso de guerra.
Sobrevino la guerra y Lenin fue el primero en comprender que la II Internacional había terminado para siempre en la vergonzosa quiebra del 4 de agosto de 1914. En el seno de la oposición socialista a la guerra que se reunió en Zimmerwald y en Kienthal, se polarizó una izquierda en torno a la fórmula de Lenin expresada en la consigna de transformación de la guerra imperialista en guerra de clases. Y se fue hacia la fundación de la nueva Internacional, que se produjo en 1919 en la capital del primer Estado proletario, constituida ya sobre sólidas bases marxistas y sobre el grandioso ensayo de acción política proletaria, con la victoria del partido comunista ruso.
Tras la restauración de la teoría proletaria, la obra de la Tercera Internacional crece con las divisiones entre los oportunistas de todos los países, con la marginación de los reformistas, socialdemócratas y centristas de todo tipo de las filas de la vanguardia obrera mundial. La palingenesia se desarrolló en todos los viejos partidos, y se constituyeron las bases de los nuevos partidos revolucionarios del proletariado. Lenin guió con mano férrea la difícil operación ahuyentando incertezas y posibles debilidades.
Más adelante diremos alguna cosa sobre las razones por las que la gigantesca batalla aún no ha alcanzado en todos los países el éxito definitivo, y cómo nos abandona el mejor estratega del proletariado en un momento en el que en muchos frentes la lucha no se nos presenta favorable.
La obra política de la nueva Internacional contiene algunos aspectos esenciales de los que pocas cosas diremos. La restauración teórica marxista condujo sin más a las conclusiones fundamentales del primer Congreso constituyente en materia programática, y a una mejor elaboración de buena parte de las doctrinas en el segundo, el de 1920, el mejor Congreso de la Internacional. Y así fue en las cuestiones sobre las condiciones de admisión, sobre la tarea del partido comunista, sobre el significado de los Consejos de obreros y campesinos, ó sobre el trabajo en los sindicatos. Pero otras cuestiones fueron tratadas, con no menor fidelidad al método marxista en líneas generales, pero con un carácter más acentuado de originalidad respecto a las lagunas más graves del movimiento socialista tradicional.
Así sucedió con la cuestión nacional y colonial. Rechazado en el terreno teórico y práctico, y sin posibilidades de equívoco, el socialnacionalismo fue condenado, con sus sofismas sobre la defensa nacional, la guerra por la democracia y la libertad o la restauración del principio jurídico burgués de nacionalidad. Fue marxista y dialécticamente valorada la importancia de las fuerzas sociales y políticas que se contraponían a la potencia de los principales Estados burgueses imperialistas allí donde aún no existía un proletariado modernamente desarrollado, esto es, en las colonias y en los pequeños países sojuzgados por las grandes potencias capitalistas. Fue así como se construyó, sobre una plataforma exquisitamente clasista, una síntesis política genial de lucha política del proletariado europeo, y del resto de los países más modernos, contra las grandes fortalezas burguesas; y de los movimientos de rebelión de los países coloniales, con el objetivo de socavar, con la ayuda de todas estas fuerzas, las bases mundiales de las fortificaciones defensivas del sistema capitalista. El proletariado comunista mundial conserva con esta posición una actitud de dirección y de vanguardia, y nada impide que sus tesis ideológicas sean el objetivo de sus realizaciones, que sigue siendo su dictadura de clase, del mismo modo que no cede en absoluto a las efímeras y erróneas premisas teóricas y políticas de los nacionalrevolucionarios semiburgueses de los países mencionados, a los que, en cuanto sea posible, los partidos proletarios comunistas deberán impedir la dirección del movimiento. Esta delicada cuestión histórica no excede el cuadro de la dialéctica revolucionaria, a condición de que sea confiada a fuerzas políticas marxísticamente maduras. No cabe excluir que pueda llegarse a un período en el que esa dialéctica quisiera presentarse sobre todo como una "nueva" consigna que diferenciara las actitudes de la Internacional de aquellas demasiado rígidas de la clásica izquierda marxista; lo cual podría hacerse sólo por algún oportunista que no renunciara a vivir, quien sabe con qué proyectos, en los márgenes de la Internacional. En los términos teóricos dados por Lenin a la cuestión, y bajo su dirección política, no era de temerse tal peligro, y no se verificó ninguna atenuación, sino más bien una intensificación de la eficacia revolucionaria mundial.
De la cuestión "agraria" podremos resumir pocas cosas. Pero incluso en la toma de posición del segundo congreso sobre tal cuestión, aunque guardando el fondo de las cosas, no se trata más que de un análisis que se hizo poniendo a la luz el auténtico punto de vista marxista del problema de la economía agrícola.
También en este campo Lenin nos había dado notables trabajos teóricos. Políticamente la Internacional resolvió finalmente este problema, que para los oportunistas resultaba cómodo no afrontarlo, en cuanto éstos exigían una hábil maniobra, alejándose engañosamente de las tesis revolucionarias de que el proletariado industrial será el primer motor de la revolución, a su posición oportunista de cortejadores de los intereses y privilegios de categoría de una pretendida aristocracia obrera, que querían convertir en una alianza con el capital. La doctrina agraria de la Tercera Internacional se funda en el abecé del marxismo, poniendo en claro qué es la empresa agrícola moderna e industrial; la pequeña empresa tradicional; y sobre todo el régimen de la pequeña propiedad sometida a los grandes latifundios de un único propietario, explotador de muchas familias de jornaleros de la tierra. La construcción económica gradual del socialismo, ya reivindicada y justificada en la teoría general de la Internacional Comunista, implica evidentemente que la dictadura proletaria debe aportar a estas distintas capas sociales agrícolas soluciones diferentes. Sólo para la primer capa existe una coincidencia con el programa socializador de la gran industria, mientras que para la tercera el programa inmediato no puede ser otro que la eliminación del latifundista y la consigna de la tierra para las familias campesinas, hasta que no maduren las condiciones técnicas de un cultivo concentrado y de tipo industrial, en una segunda etapa histórica. Desde este claro análisis teórico de un problema que a los oportunistas les ha sido siempre cómodo no verlo, se desprenden de forma indiscutible relaciones políticas entre el proletariado industrial y las distintas clases campesinas: paralelismo completo con los jornaleros en las haciendas industrializadas, alianza con los campesinos pobres que trabajan directamente la tierra, relaciones que deben equipararse contingentemente con las de los campesinos medios. De los segundos se obtiene por esta vía una contribución fundamental a la revolución, sin descuidar nunca la preeminencia que en ésta tiene el gran proletariado urbano: preeminencia sancionada en la propia constitución de la república soviética al conceder un peso mucho mayor en la representación a los obreros respecto a los de la gran masa campesina, y al hecho de que es la primera en dar su personal a la nueva máquina del Estado obrero.
También aquí son más que posibles las exageraciones y los equívocos, con tal que esta prioridad de los objetivos revolucionarios no sea olvidada. Notabilísimas son a este propósito las reprimendas del camarada Trotsky a las tendencias "campesinas" que ahijan el oportunismo en el partido francés. Y nos parece esencial no olvidar, aunque no viene ahora al caso, no siendo necesario para engrandecer la obra de la Internacional que no lo necesita, el afirmar que se trata de soluciones nuevas e imprevistas respecto a la línea marxista fundamental, un cebo casi para ciertas actitudes dudosas. No se trata de presentar, como quisiera el camarada Zinoviev, aunque no existiera sobre esto ningún desacuerdo, el bolchevismo o el leninismo como una doctrina para sí, que expone la ideología revolucionaria del proletariado en alianza con los campesinos. Esta (no en las intenciones de nuestro compañero, sino en las visiones de las corrientes oportunistas) podría prestarse como fórmula teórica a los contrarrevolucionarios, camuflados de partidarios de un repliegue histórico del contenido de la revolución rusa. Mientras entre las más hermosas tradiciones del partido bolchevique permanece la genial intuición histórica con la que se ha enfrentado al programa socialrevolucionario, al que ha "robado" un punto esencial; pero para hacerlo realidad no la clase campesina, sino la obrera: porque sólo la segunda, y no con sus propias fuerzas, puede guiar a la primera a la liberación.
No puedo aquí dar más que un esbozo sobre tales cuestiones, pero los compañeros conocen, o pueden leer, un pequeño folleto mío de vulgarización sobre la "cuestión agraria" y, aún mejor, las tesis del segundo congreso de nuestro partido sobre la misma cuestión, que representan la unánime toma de posición de los comunistas italianos sobre la plataforma que he intentado recordar brevemente.