La Bruja - Un estudio de las supersticiones en la Edad media
libro de Jules Michelet
Se puede descargar desde el enlace (formato pdf – 188 páginas)
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Jules Michelet (París, 1798 - Hyères, 1874), es uno de los historiadores franceses más reconocidos. Su clásica Historia de Francia es aún texto canónico para quien quiera adentrarse en el conocimiento del país galo. Michelet, de unos años para acá, ha sido duramente criticado por otros medievalistas por sus métodos poco rigurosos de investigación: generalmente hacía sus estudios de memoria, citando y mencionando libros y documentos que había consultado años atrás. Estas irregularidades no son para nada raras en la mencionada disciplina. Sólo hay que recordar, como ejemplo, que Bernal Díaz del Castillo escribió su célebre Historia verdadera de la conquista de la Nueva España cuando era un anciano, a más de cinco décadas de distancia de los hechos que le tocó presentar como soldado veinteañero.
Quizás la pugna se debe a la concepción que la obra de Michelet sostuvo respecto a la Edad Media. El historiador trató ese periodo oscuro como una edad en donde la ignorancia y la barbárie reinaban. Para él -como para muchos-, el mundo occidental no comenzó su avance sino hasta que llegó el renacimiento. En cambio, otros estudiosos, de entre los que destaca Régis Boyer, han intentado revalorar el medievo presentándolo como un periodo en donde las artes, las ciencias y la vida social tuvieron un avance significativo, interrumpido, entre otros factores, por la catástrofe de la peste negra (1350), que mató en poco tiempo a una tercera parte de la población de Europa.
De acuerdo a los descubrimientos de los detractores de Michelet, en los primeros tres siglos del segundo milenio (1000-1300) hubo regiones en donde las ciencias y las artes alcanzaron un gran desarrollo, y donde, al contrario de la creencia popular, ciertas clases sociales como los siervos y las mujeres gozaban de un estatus, si no privilegiado, por lo menos aceptable. Como ejemplos de ello enarbolan a personajes de la talla de Leonor de Aquitania (1122-1204), mujer de gran belleza y poder, mecenas de numerosos artistas y pionera en la emancipación femenina en occidente.
Lo cierto es que la obra en general de Jules Michelet perpetúa la idea de que toda la Edad Media (476-1450), fue un agujero negro en la historia de occidente, una época llena de de hachazos, inquisidores locos, derechos de pernada, barbacoas brujeriles, señores feudales sanguinarios, cruzadas, mujeres objeto, potros, calabozos, catacumbas y monjes perversos y lujuriosos.
Un ejemplo de ello es su obra La Bruja.
La esposa y la hechicera
Michelet comienza a escribir su obra en el invierno de 1861, inspirado por las enseñanzas de su esposa. Años antes, en el invierno de 1853, el historiador se encontraba en una profunda depresión consecuencia del fracaso de la segunda república francesa, y sólo la sensibilidad de su mujer, Athenaïs, lo salva. Ella le enseña a leer el libro de la naturaleza: los pájaros, los insectos, el campo y la armonía natural del mundo, además de que le devela los secretos del bosque y del mar. Michelet, entusiasmado, deja la elaboración de su magna obra, la mencionada Historia... y se consagra al estudio de la hechicería medieval.
La historia de Ella
El resultado es La bruja. Un estudio de las superticiones en la edad media, un libro que cabalga entre la elaboración literaria y el dato histórico. La obra está dividida en dos libros. En el libro primero, Michelet abandona el rigor del estudioso y narra, con las herramientas propias del prosista, la historia de la bruja, la hechicera prototípica. Ella en un inicio es la mujer campesina, noble e inocente, casada con el siervo que obedece al gran señor, y se enfrenta a las difíciles condiciones de la vida en la época: la enfermedad, la muerte prematura, la indefensión ante el amo del feudo y los poderosos, eclesiásticos incluidos. Ella recrea las creencias de la religión natural, que durante los primeros tiempos del medievo conviven amigablemente con los preceptos de la religión católica. Para La bruja, cada fuente, cada pozo, cada árbol del bosque tiene un espíritu particular, un daemon en el más puro sentido griego, a los cuales ora y venera al igual que a los santos católicos. Los espíritus no son sino los dioses antiguos, la brava Diana, la tenebrosa Hécate, el cornado Cerunnos, quienes han decidido esconderse en la floresta ante la expansión de la religión de la cruz. Pero, para ella, siguen presentes. Ninguna noche falta un pocillo con leche o miel para que se alimenten, ni una brasa en el hogar para que no sufran por el frío. Ellos, los espíritus, las hadas, los elfos, los gnomos la escuchan, son su compañía. A ellos los siente, los percibe en la naturaleza. A diferencia de los santos católicos, son cercanos. No están en el cielo, sino a su alrededor.
La vida para Ella y su esposo es más dura día a día. El señor feudal y su corte se vuelven cada día más agresivos, prepotentes y crueles. Cada mes el impuesto crece para financiar las guerras y un ejercito cada vez más abultado. La pobreza, ya antes invitada en casa, llama a su pariente la miseria. A ello, se aúnan las prerrogativas cada vez más grandes del amo. La tierra es de él, y por lo mismo, un día decide que la mujer del siervo es una extensión de su propiedad. Ella sufre los ultrajes, y desesperada, se refugia en sus espíritus. Uno de ellos en particular se le revela. Es el príncipe del mundo. Le enseña las lenguas antiguas, los mecanismos de la naturaleza y la manipulación de los mismos. Ella se vuelve poderosa, y se puede defender, puede proteger a su esposo y a su casa. Pero todo tiene un costo: la antes inocente mujer se corrompe, ahora es orgullosa, impúdica y arrogante. Ya no es la dulce aldeana que el esposo conoce y ama, y por lo mismo, un día él la abandona.
Ahora el antiguo espíritu benévolo no lo es más, se rebela y obliga a la mujer a firmar un pacto. Se convierte en el amo, y ella, en su consorte. Ella obtiene más poder, pero es repudiada. s temida, los demás aldeanos la miran con temor, le preguntan acerca de maleficios, le piden favores especiales, pero en el fondo la tratan como la proscrita que decidió ser. Llega el tiempo de los aquelarres, de la fusión de los cultos antiguos con la nueva religión demoníaca,y ella se convierte en la oficiante, en la papisa de la iglesia nocturna.
La segunda parte de La Bruja, el libro segundo, se acerca más a el estudio histórico. En él, Michelet da cuenta de la creación del Santo Oficio, de la edición del infame Maellus Malleficarium (El martillo de las brujas), y las circunstancias históricas de la caza y exterminio de las hechiceras. Ella ahora tiene una perfecta contraparte en el Inquisidor, hombre religioso, casi siempre dominico, bienintencionado y por lo mismo, terrible. Para él, la tortura que sufre la bruja sirve para purgar su alma; el fuego de la pira, para limpiarla. Así, destrozarla en la rueda o quemarla viva no son para el eclesiásticos sino actos de piedad. Es el tiempo de las denuncias. Los villanos, aterrados, comienzan a denunciar a sus conocidos antes de ser denunciados ellos mismos. Los juicios absurdos, las declaraciones y acusaciones que rayan en el delirio, el exterminio sistemático de regiones enteras se vuelven la norma.
La Bruja no puede ser considerado un libro de historia aunque esté basado en documentos de la época. Para escribirlo Michelet deja a un lado la objetividad y se vuelve parte de su texto. Asume un narrador en tercera persona que está presente con sus juicios y sus opiniones en lo que está estudiando. En conclusión, probablemente La Bruja es malo como tratado de historia, pero como obra literaria es una delicia.
Quizás la pugna se debe a la concepción que la obra de Michelet sostuvo respecto a la Edad Media. El historiador trató ese periodo oscuro como una edad en donde la ignorancia y la barbárie reinaban. Para él -como para muchos-, el mundo occidental no comenzó su avance sino hasta que llegó el renacimiento. En cambio, otros estudiosos, de entre los que destaca Régis Boyer, han intentado revalorar el medievo presentándolo como un periodo en donde las artes, las ciencias y la vida social tuvieron un avance significativo, interrumpido, entre otros factores, por la catástrofe de la peste negra (1350), que mató en poco tiempo a una tercera parte de la población de Europa.
De acuerdo a los descubrimientos de los detractores de Michelet, en los primeros tres siglos del segundo milenio (1000-1300) hubo regiones en donde las ciencias y las artes alcanzaron un gran desarrollo, y donde, al contrario de la creencia popular, ciertas clases sociales como los siervos y las mujeres gozaban de un estatus, si no privilegiado, por lo menos aceptable. Como ejemplos de ello enarbolan a personajes de la talla de Leonor de Aquitania (1122-1204), mujer de gran belleza y poder, mecenas de numerosos artistas y pionera en la emancipación femenina en occidente.
Lo cierto es que la obra en general de Jules Michelet perpetúa la idea de que toda la Edad Media (476-1450), fue un agujero negro en la historia de occidente, una época llena de de hachazos, inquisidores locos, derechos de pernada, barbacoas brujeriles, señores feudales sanguinarios, cruzadas, mujeres objeto, potros, calabozos, catacumbas y monjes perversos y lujuriosos.
Un ejemplo de ello es su obra La Bruja.
La esposa y la hechicera
Michelet comienza a escribir su obra en el invierno de 1861, inspirado por las enseñanzas de su esposa. Años antes, en el invierno de 1853, el historiador se encontraba en una profunda depresión consecuencia del fracaso de la segunda república francesa, y sólo la sensibilidad de su mujer, Athenaïs, lo salva. Ella le enseña a leer el libro de la naturaleza: los pájaros, los insectos, el campo y la armonía natural del mundo, además de que le devela los secretos del bosque y del mar. Michelet, entusiasmado, deja la elaboración de su magna obra, la mencionada Historia... y se consagra al estudio de la hechicería medieval.
La historia de Ella
El resultado es La bruja. Un estudio de las superticiones en la edad media, un libro que cabalga entre la elaboración literaria y el dato histórico. La obra está dividida en dos libros. En el libro primero, Michelet abandona el rigor del estudioso y narra, con las herramientas propias del prosista, la historia de la bruja, la hechicera prototípica. Ella en un inicio es la mujer campesina, noble e inocente, casada con el siervo que obedece al gran señor, y se enfrenta a las difíciles condiciones de la vida en la época: la enfermedad, la muerte prematura, la indefensión ante el amo del feudo y los poderosos, eclesiásticos incluidos. Ella recrea las creencias de la religión natural, que durante los primeros tiempos del medievo conviven amigablemente con los preceptos de la religión católica. Para La bruja, cada fuente, cada pozo, cada árbol del bosque tiene un espíritu particular, un daemon en el más puro sentido griego, a los cuales ora y venera al igual que a los santos católicos. Los espíritus no son sino los dioses antiguos, la brava Diana, la tenebrosa Hécate, el cornado Cerunnos, quienes han decidido esconderse en la floresta ante la expansión de la religión de la cruz. Pero, para ella, siguen presentes. Ninguna noche falta un pocillo con leche o miel para que se alimenten, ni una brasa en el hogar para que no sufran por el frío. Ellos, los espíritus, las hadas, los elfos, los gnomos la escuchan, son su compañía. A ellos los siente, los percibe en la naturaleza. A diferencia de los santos católicos, son cercanos. No están en el cielo, sino a su alrededor.
La vida para Ella y su esposo es más dura día a día. El señor feudal y su corte se vuelven cada día más agresivos, prepotentes y crueles. Cada mes el impuesto crece para financiar las guerras y un ejercito cada vez más abultado. La pobreza, ya antes invitada en casa, llama a su pariente la miseria. A ello, se aúnan las prerrogativas cada vez más grandes del amo. La tierra es de él, y por lo mismo, un día decide que la mujer del siervo es una extensión de su propiedad. Ella sufre los ultrajes, y desesperada, se refugia en sus espíritus. Uno de ellos en particular se le revela. Es el príncipe del mundo. Le enseña las lenguas antiguas, los mecanismos de la naturaleza y la manipulación de los mismos. Ella se vuelve poderosa, y se puede defender, puede proteger a su esposo y a su casa. Pero todo tiene un costo: la antes inocente mujer se corrompe, ahora es orgullosa, impúdica y arrogante. Ya no es la dulce aldeana que el esposo conoce y ama, y por lo mismo, un día él la abandona.
Ahora el antiguo espíritu benévolo no lo es más, se rebela y obliga a la mujer a firmar un pacto. Se convierte en el amo, y ella, en su consorte. Ella obtiene más poder, pero es repudiada. s temida, los demás aldeanos la miran con temor, le preguntan acerca de maleficios, le piden favores especiales, pero en el fondo la tratan como la proscrita que decidió ser. Llega el tiempo de los aquelarres, de la fusión de los cultos antiguos con la nueva religión demoníaca,y ella se convierte en la oficiante, en la papisa de la iglesia nocturna.
La segunda parte de La Bruja, el libro segundo, se acerca más a el estudio histórico. En él, Michelet da cuenta de la creación del Santo Oficio, de la edición del infame Maellus Malleficarium (El martillo de las brujas), y las circunstancias históricas de la caza y exterminio de las hechiceras. Ella ahora tiene una perfecta contraparte en el Inquisidor, hombre religioso, casi siempre dominico, bienintencionado y por lo mismo, terrible. Para él, la tortura que sufre la bruja sirve para purgar su alma; el fuego de la pira, para limpiarla. Así, destrozarla en la rueda o quemarla viva no son para el eclesiásticos sino actos de piedad. Es el tiempo de las denuncias. Los villanos, aterrados, comienzan a denunciar a sus conocidos antes de ser denunciados ellos mismos. Los juicios absurdos, las declaraciones y acusaciones que rayan en el delirio, el exterminio sistemático de regiones enteras se vuelven la norma.
La Bruja no puede ser considerado un libro de historia aunque esté basado en documentos de la época. Para escribirlo Michelet deja a un lado la objetividad y se vuelve parte de su texto. Asume un narrador en tercera persona que está presente con sus juicios y sus opiniones en lo que está estudiando. En conclusión, probablemente La Bruja es malo como tratado de historia, pero como obra literaria es una delicia.