La filosofía burguesa de la segunda mitad del siglo XIX y del XX
extracto de Historia general de la filosofía; de Sócrates a Scheler - Profesor A. V. Shcheglov y un grupo de catedráticos de la Academia de Ciencias de la URSS - año 1942
publicado por Bitácora Marxista -Leninista en diciembre de 2020
—3 mensajes—
«El desarrollo de la filosofía burguesa alcanzó su apogeo en la dialéctica de Hegel y en el materialismo de Feuerbach. A mediados del siglo XIX, Marx y Engels, superando el idealismo de Hegel y el carácter contemplativo y metafísico de la filosofía de Feuerbach, crearon el materialismo dialéctico.
En la revolución de 1848, el proletariado apareció por primera vez como fuerza política independiente, como el sepulturero de la burguesía. La revolución de 1848 es, como indica Engels, el momento crucial en la historia de la burguesía. Desde entonces, la burguesía pierde definitivamente su anterior carácter revolucionario y se torna reaccionaria. Vinculado a ello, termina también la línea ascendente en la filosofía burguesa. Todo su desarrollo ulterior constituye ya un cuadro de movimiento retrógrado, de decadencia y de descomposición. La filosofía burguesa, en su conjunto, rompe con el materialismo, y las pequeñas escuelas idealistas anticientíficas obtienen en ella cada vez mayor predicamento. A medida que la lucha de clases se agudiza, y particularmente durante la época del imperialismo, la filosofía burguesa, se toma cada vez más reaccionaria y anticientífica y se transforma en sirvienta del clericalismo.
En el presente capítulo se da una breve exposición de algunas corrientes, las más características, de la filosofía burguesa de la Europa Occidental y de América, al mediar el siglo XIX.
El positivismo y el agnosticismo
El llamado positivismo consiguió una amplia divulgación en la filosofía burguesa del siglo XIX. Una serie de filósofos y sabios burgueses comenzó a predicar la filosofía «positivista» –afirmativa–. Tal filosofía «positivista» debe, a su juicio, renunciar a los intentos, según ellos «metafísicos» y «escolásticos», de resolver los problemas funda-; mentales de la filosofía sobre la esencia del mundo, sobre lo que es primero: la materia o el espíritu, sobre si existe en general una realidad objetiva independiente del hombre. La filosofía sólo debe tomar como punto de partida los datos que nos proporciona nuestra experiencia, y confundirse con la ciencia. Así, los positivistas, bajo la bandera de la lucha contra la metafísica y la escolástica, por la unidad de la filosofía y de la ciencia, exigían en realidad la supresión de la filosofía, su dilución en las diversas ciencias concretas.
Pero las ciencias naturales no pueden existir sin una fundamentación metodológica; por eso, la lucha de los positivistas contra la existencia autónoma de la filosofía suponía de hecho la lucha contra el materialismo. Los positivistas pasaron al agnosticismo y al idealismo abierto.
El fundador del positivismo y autor del propio término «positivismo» fue el filósofo francés Augusto Comte (1798-1857). Comte aparece en 1832-1842 con una gran obra en 6 tomos, «Curso de filosofía positiva», En lo fundamental, Comte se coloca en la posición del escepticismo y del idealismo de Hume, a los que intenta unir con las ideas vulgarizadas de Saint-Simón sobre las fases progresivas de la evolución de la humanidad. Comte niega la posibilidad de conocer la esencia de las cosas. Según él, todo lo que se halla fuera de la esfera de las percepciones sensibles es inasequible para el conocimiento científico «positivo», y lo declara cuestión «metafísica» que debe ser expulsada de la ciencia. En el dominio de la sociología, el idealismo de Comte se manifiesta de modo completamente abierto. Afirma que las ideas gobiernan el mundo y que la evolución de la inteligencia determina todo el desarrollo social de la humanidad. En relación con ello, Comte divide la historia de la humanidad en tres estados: el teológico –el imperio de la religión–; el metafísico– el imperio de la filosofía–; y el positivo –el imperio de la ciencia–. Según Comte, la misión de la sociología consiste en «mitigar» el antagonismo entre las clases y, asegurar el «equilibrio» del organismo social; arremete furiosamente contra todas las teorías y doctrinas revolucionarias, declarándolas «metafísicas» y tratando de demostrar su falta de base científica, etc.
El positivismo de Comte significaba un retroceso en comparación con la filosofía de la burguesía progresiva y revolucionaria, con el materialismo francés del siglo XVIII y con la dialéctica de Hegel. Comte expresaba el punto de vista de la burguesía ya convertida en una clase reaccionaria, preocupada por aplastar la lucha revolucionaria de la clase obrera. En los últimos años de su vida, Comte se pasó definitivamente al campo de la reacción y del clericalismo directo, predicando la organización religiosa de la sociedad con un «papa» positivista al frente.
Otro gran representante del positivismo fue el inglés Heriberto Spencer (1820-1903). Spencer era un agnóstico. Reconociendo la existencia de algo independiente de nuestra conciencia, Spencer declaró, como Comte, que este «algo» es absolutamente incognoscible, ignorado». Según Spencer, la ciencia, sólo conoce los «fenómenos»; pero la esencia de las cosas es incognoscible. Spencer pasa cuidadosamente lo «incognoscible» a la disposición del clericalismo, como dominio de la fe religiosa y no de la ciencia. Spencer es conocido por su vulgar teoría de la evolución, en la que no tienen lugar los saltos, pero en cambio desempeña un gran papel la llamada «teoría del equilibrio». «La evolución, en todas sus formas, dice Spencer, se aproxima constantemente a un equilibrio en movimiento y, en mayor o menor grado, se sostiene sobre él». En su teoría social, Spencer intenta sacar a relucir la misma idea del «equilibrio entre las fuerzas antagónicas». Propugna la «teoría organicista» de la sociedad que identifica La sociedad humana con el organismo biológico y declara la sociedad de clases como la sociedad más perfecta y que más se asemeja al organismo animal más perfecto, con un alto desarrollo en la diferenciación de los diversos órganos y miembros y con la subordinación de las partes «inferiores» a las «superiores». El sentido de clase de esta falsa «teoría» salta a la vista; la defensa del régimen de explotación capitalista y su proclamación como estado perpetuo y natural de la sociedad. Para justificar la perpetuidad de la lucha de clases y de la explotación, Spencer trata de apoyarse en el darwinismo vulgarizado, en la teoría de la lucha por la existencia.
En el siglo XIX, el agnosticismo fue la corriente filosófica imperante en los círculos científicos de Inglaterra. Sabios tan grandes como el biólogo Huxley, autor del propio término «agnosticismo» apoyaba esta corriente. En los problemas que atañen a las ciencias especiales, los agnósticos como Huxley eran materialistas convencidos; pero en los problemas filosóficos generales abjuraban del materialismo y declaraban que el mundo es incognoscible, que no podemos saber cual es su fundamento, el espíritu o la materia, y, que por lo tanto hay que renunciar al propio planteamiento de estos problemas.
Engels señala que, en aquella época, el agnosticismo era a menudo un «materialismo ruborizado». El materialismo era objeto de persecución por parte de la burguesía reaccionaria; por eso, muchos experimentadores naturalistas, siendo en realidad materialistas, encubrían su materialismo con el agnosticismo. Engels decía de ellos que:
«Prácticamente no es más que una manera vergonzante de aceptar el materialismo por debajo de cuerda y renegar de él publicamente». (Fiedrich Engels; Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, 1886)
Sin embargo, a medida que aumentaba el carácter reaccionario de la burguesía, el agnosticismo iba convirtiéndose en un «idealismo ruborizado». Actualmente, los agnósticos se juntan más o menos abiertamente con el idealismo subjetivo y con el fideísmo –los neokantianos, los machistas–, que reconocen a la religión iguales derechos que a la ciencia, entregando a la primera el terreno de lo «incognoscible».
El materialismo vulgar
El materialismo vulgar –Büchner, Vogt, Moleschot– obtuvo una amplia divulgación en la Alemania de la segunda mitad del siglo XIX. Después de la revolución de 1848, Alemania comenzó a evolucionar rápidamente por el camino del capitalismo. En relación con esto, obtuvieron allí un mayor desenvolvimiento las ciencias naturales, pero el pensamiento filosófico burgués, en las condiciones de la reacción política iniciada después de 1848, no sólo no pudo elevarse hacia el materialismo dialéctico, sino que ni siquiera estuvo en condiciones de sostenerse a la altura del materialismo feuerbachiano. El materialismo vulgar no sólo no desenvolvió la teoría filosófica general de los materialistas franceses del siglo XVIII y la de Feuerbach, no sólo no la emancipó de la limitación específica del siglo XVIII –el mecanicismo, el carácter metafísico– en consonancia con los grandes avances logrados por las ciencias en el siglo XIX, sino que banalizó el materialismo por su simplismo extremado.
La obra más conocida de los materialistas vulgares, «Fuerza y Materia» de Büchner, apareció en 1855 y se reeditó muchas veces. Büchner no introduce nada nuevo en la interpretación de la materia en comparación con lo ya hecho por los materialistas franceses del siglo XVIII; sólo algún que otro complemento en cuanto a la fisiología, que en el siglo XIX alcanzó grandes progresos. Los materialistas vulgares no supieron explicar la fuente del movimiento de la materia, no comprendieron su energía interna, su automovimiento. El concepto de la fuerza como causa del movimiento tenía para ellos un carácter poco claro y metafísico, y los conducía constantemente a la confusión y a la contradicción, al agnosticismo y al idealismo –Büchner, por ejemplo, decía que «la naturaleza de la fuerza, como la de la materia, nos es desconocida–. Los materialistas vulgares, al refutar acertadamente toda clase de sustancia espiritual, se imaginaban sin embargo de manera en extremo simplista la relación existente entre el cerebro y el pensamiento. A su juicio, el pensamiento es una secreción del cerebro, exactamente y en el mismo sentido que la bilis es la secreción del hígado.
Los materialistas vulgares extendían este planteamiento fisiológico grosero a todos los fenómenos de la vida social. Hicieron gran uso de la teoría de la lucha por la existencia copiada de Darwin, aplicando de una manera falsa las leyes biológicas a la sociedad, Al biologizar la vida social, los materialistas vulgares redujeron todas las diferencias da clase, así como las diferencias entre las naciones adelantadas y atrasadas, a factores tales como el carácter de la alimentación adoptada por estos u otros hombres y que a su vez condiciona la riqueza o pobreza de la sustancia cerebral. Afirmaban además que las aptitudes y la preponderancia adquiridas sobre esta base se transmiten por herencia de generación en generación, reforzando así y perpetuando el abismo entre «cultos» e «incultos».
Los materialistas vulgares eran los ideólogos de la burguesía radical y de la pequeña burguesía. Se pronunciaban contra la revolución socialista y contra el comunismo. Declaraban que «reino de los incultos sobre los cultos es un absurdo». No es menos cierto que también criticaban las normas feudal-burguesas existentes en Alemania y proponían ciertas reformas sociales; pero las reivindicaciones contenidas en dichas reformas no iban más allá de la abolición de la renta sobre la tierra, la limitación de la herencia de grandes propiedades, el seguro del Estado para la vejez y la enfermedad. En los problemas político-sociales, el materialismo trivial de los materialistas vulgares se repliega hacia el idealismo y revela a cada paso su naturaleza burguesa.
El materialismo científico-naturalista
Si el materialismo vulgar de las décadas del 50 y del 60 era, en comparación con el materialismo dialéctico e incluso con el feuerbachiano, una corriente indiscutiblemente atrasada, tenía todavía, sin embargo, cierto valor progresivo por cuanto defendía el derecho de la ciencia y propagaba –por cierto, inconsecuentemente– el ateísmo. Pero más adelante, la burguesía se apartó incluso de este materialismo burgués inconsecuente y trivial como el de Büchner, Vogt y Moleschot. Después de la Comuna de París (1871), primera forma de dictadura del proletariado, comenzó la decadencia gradual del capitalismo. El capitalismo entró a fines del siglo XIX en su última etapa, en la etapa imperialista, en la etapa del capitalismo monopolista y putrefacto, lo que se reflejó también en la ideología de la burguesía. La lucha cada vez más furiosa contra el materialismo, la complacencia cada vez más refinada para el clericalismo, constituyen la característica de la filosofía burguesa de fines del siglo XIX y de principios del XX. La burguesía no pudo ni puede ya crear ninguna nueva teoría filosófica original; desentierra, pues, del pasado trozos de sistemas idealistas hace ya mucho tiempo pasados a mejor vida; amputa además sus aspectos más flacos y los combina eclécticamente entre sí, encubriéndolos nuevamente en una terminología pseudocientífica.
Durante este período, los puntos de vista materialistas en la ciencia burguesa aparecen sólo en la forma del materialismo espontáneo de los experimentadores naturalistas. El planteamiento materialista en las investigaciones científicas de la naturaleza es, como lo señala Lenin, algo que se comprende por sí mismo; pero sólo unos cuantos experimentadores naturalistas se atrevieron a defender abiertamente el materialismo. Entre los que a fines del siglo XIX y a comienzos del XX no temían manifestarse contra el poder del idealismo y del clericalismo, se cuenta el famoso biólogo Ernesto Haeckel (1834-1919). En 1899 apareció su libro «El enigma del Universo» que despertó contra su autor la rabiosa persecución de todos los círculos reaccionarios; entre las amplias masas trabajadoras, en cambio, este libro halló una acogida de completa simpatía, siendo traducido a 24 idiomas –en la Rusia zarista fue prohibido y condenado al fuego–. El propio Haeckel se hace llamar monista e incluso panteísta, y reniega de la denominación de materiálista. No obstante la inconsecuencia y la estrechez de su materialismo, Haeckel fue uno de los defensores más grandes del materialismo en las ciencias naturales. Demostró de una manera clara y convincente que las ciencias naturales sólo pueden desarrollarse sobre la base del materialismo y son incompatibles con el idealismo.
«Se burla de los filósofos que tienen un punto de vista materialista, sin darse cuenta de que él mismo se coloca en el punto de vista materialista». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Materialismo y empiriocriticismo, 1909)
La concepción del mundo de Haeckel se formó bajo la influencia de los grandes descubrimientos del siglo XIX: la ley de la conservación y transformación de la energía, la teoría de evolución de Darwin. Haeckel defendió ardientemente estos descubrimientos contra los ataques de los reaccionarios, y los enriqueció con nuevas investigaciones. Comprendía el enorme valor filosófico de estos descubrimientos científicos que constituyen una brillante confirmación del materialismo e infligen un golpe mortal al idealismo y al clericalismo. El principio director fundamental en la concepción del mundo de Haeckel es el del nacimiento y de la evolución naturales. Haeckel, biólogo de profesión, se dedica principalmente a los problemas del origen y evolución de la vida orgánica, y hace en este terreno una serie de investigaciones valiosísimas. Es de un valor particularmente importante su ley biogenética, según la cual el desarrollo embrionario del ser vivo individual es una repetición abreviada –que cambia de forma– del desarrollo de la especie, de una larga serie de formas biológicas que se sustituyen unas a las otras en la historia de la tierra. Pero también en el terreno de la naturaleza inorgánica, la posición materialista general de Haeckel y su interpretación materialista de la materia y del movimiento lo condujeron a conclusiones que a veces pronosticaban incluso el desarrollo ulterior de la ciencia, por ejemplo, en el problema del origen y transformación mutua de los elementos químicos, en el problema de la inconsistencia de la teoría de Clausius referente a la «entropía» –«la muerte calorífica del universo», etc.–.
Pero, a pesar de su valor científico progresista, el materialismo de Haeckel, no era más que el materialismo espontáneo de un sabio burgués. A Haeckel le era completamente ajena la dialéctica materialista consciente de Marx y Engels. De aquí la inconsecuencia, el carácter incompleto de su materialismo, y los elementos de agnosticismo existentes en los conceptos de Haeckel.
En 1906 fundó Haeckel una sociedad atea, la «Unión de los monistas», de carácter burgués –en parte pequeño burgués–; su ateísmo era muy limitado e inconsecuente por lo que no ejerció gran influencia.
A pesar de todas las persecuciones y de todos los asedios, el materialismo naturalista científico, goza todavía hoy de gran divulgación en las ciencias naturales modernas. El idealismo no puede triunfar plenamente en las ciencias naturales. Refiriéndose a la crisis de la física de fines del siglo XIX y de principios del XX, Lenin señala:
«La aplastante mayoría de los experimentadores naturalistas, tanto en general como en esta rama especial, o sea en la física, tiene invariablemente el punto de vista materialista». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Materialismo y empiriocriticismo, 1909)
Además de Haeckel, grandes sabios como Mendeley, Timiriazev, Pavlov, Thomson-Kelvin, Michurín: actualmente Langevin y otros grandes físicos, sostenían y sostienen el punto de vista del materialismo natural-científico.
extracto de Historia general de la filosofía; de Sócrates a Scheler - Profesor A. V. Shcheglov y un grupo de catedráticos de la Academia de Ciencias de la URSS - año 1942
publicado por Bitácora Marxista -Leninista en diciembre de 2020
—3 mensajes—
«El desarrollo de la filosofía burguesa alcanzó su apogeo en la dialéctica de Hegel y en el materialismo de Feuerbach. A mediados del siglo XIX, Marx y Engels, superando el idealismo de Hegel y el carácter contemplativo y metafísico de la filosofía de Feuerbach, crearon el materialismo dialéctico.
En la revolución de 1848, el proletariado apareció por primera vez como fuerza política independiente, como el sepulturero de la burguesía. La revolución de 1848 es, como indica Engels, el momento crucial en la historia de la burguesía. Desde entonces, la burguesía pierde definitivamente su anterior carácter revolucionario y se torna reaccionaria. Vinculado a ello, termina también la línea ascendente en la filosofía burguesa. Todo su desarrollo ulterior constituye ya un cuadro de movimiento retrógrado, de decadencia y de descomposición. La filosofía burguesa, en su conjunto, rompe con el materialismo, y las pequeñas escuelas idealistas anticientíficas obtienen en ella cada vez mayor predicamento. A medida que la lucha de clases se agudiza, y particularmente durante la época del imperialismo, la filosofía burguesa, se toma cada vez más reaccionaria y anticientífica y se transforma en sirvienta del clericalismo.
En el presente capítulo se da una breve exposición de algunas corrientes, las más características, de la filosofía burguesa de la Europa Occidental y de América, al mediar el siglo XIX.
El positivismo y el agnosticismo
El llamado positivismo consiguió una amplia divulgación en la filosofía burguesa del siglo XIX. Una serie de filósofos y sabios burgueses comenzó a predicar la filosofía «positivista» –afirmativa–. Tal filosofía «positivista» debe, a su juicio, renunciar a los intentos, según ellos «metafísicos» y «escolásticos», de resolver los problemas funda-; mentales de la filosofía sobre la esencia del mundo, sobre lo que es primero: la materia o el espíritu, sobre si existe en general una realidad objetiva independiente del hombre. La filosofía sólo debe tomar como punto de partida los datos que nos proporciona nuestra experiencia, y confundirse con la ciencia. Así, los positivistas, bajo la bandera de la lucha contra la metafísica y la escolástica, por la unidad de la filosofía y de la ciencia, exigían en realidad la supresión de la filosofía, su dilución en las diversas ciencias concretas.
Pero las ciencias naturales no pueden existir sin una fundamentación metodológica; por eso, la lucha de los positivistas contra la existencia autónoma de la filosofía suponía de hecho la lucha contra el materialismo. Los positivistas pasaron al agnosticismo y al idealismo abierto.
El fundador del positivismo y autor del propio término «positivismo» fue el filósofo francés Augusto Comte (1798-1857). Comte aparece en 1832-1842 con una gran obra en 6 tomos, «Curso de filosofía positiva», En lo fundamental, Comte se coloca en la posición del escepticismo y del idealismo de Hume, a los que intenta unir con las ideas vulgarizadas de Saint-Simón sobre las fases progresivas de la evolución de la humanidad. Comte niega la posibilidad de conocer la esencia de las cosas. Según él, todo lo que se halla fuera de la esfera de las percepciones sensibles es inasequible para el conocimiento científico «positivo», y lo declara cuestión «metafísica» que debe ser expulsada de la ciencia. En el dominio de la sociología, el idealismo de Comte se manifiesta de modo completamente abierto. Afirma que las ideas gobiernan el mundo y que la evolución de la inteligencia determina todo el desarrollo social de la humanidad. En relación con ello, Comte divide la historia de la humanidad en tres estados: el teológico –el imperio de la religión–; el metafísico– el imperio de la filosofía–; y el positivo –el imperio de la ciencia–. Según Comte, la misión de la sociología consiste en «mitigar» el antagonismo entre las clases y, asegurar el «equilibrio» del organismo social; arremete furiosamente contra todas las teorías y doctrinas revolucionarias, declarándolas «metafísicas» y tratando de demostrar su falta de base científica, etc.
El positivismo de Comte significaba un retroceso en comparación con la filosofía de la burguesía progresiva y revolucionaria, con el materialismo francés del siglo XVIII y con la dialéctica de Hegel. Comte expresaba el punto de vista de la burguesía ya convertida en una clase reaccionaria, preocupada por aplastar la lucha revolucionaria de la clase obrera. En los últimos años de su vida, Comte se pasó definitivamente al campo de la reacción y del clericalismo directo, predicando la organización religiosa de la sociedad con un «papa» positivista al frente.
Otro gran representante del positivismo fue el inglés Heriberto Spencer (1820-1903). Spencer era un agnóstico. Reconociendo la existencia de algo independiente de nuestra conciencia, Spencer declaró, como Comte, que este «algo» es absolutamente incognoscible, ignorado». Según Spencer, la ciencia, sólo conoce los «fenómenos»; pero la esencia de las cosas es incognoscible. Spencer pasa cuidadosamente lo «incognoscible» a la disposición del clericalismo, como dominio de la fe religiosa y no de la ciencia. Spencer es conocido por su vulgar teoría de la evolución, en la que no tienen lugar los saltos, pero en cambio desempeña un gran papel la llamada «teoría del equilibrio». «La evolución, en todas sus formas, dice Spencer, se aproxima constantemente a un equilibrio en movimiento y, en mayor o menor grado, se sostiene sobre él». En su teoría social, Spencer intenta sacar a relucir la misma idea del «equilibrio entre las fuerzas antagónicas». Propugna la «teoría organicista» de la sociedad que identifica La sociedad humana con el organismo biológico y declara la sociedad de clases como la sociedad más perfecta y que más se asemeja al organismo animal más perfecto, con un alto desarrollo en la diferenciación de los diversos órganos y miembros y con la subordinación de las partes «inferiores» a las «superiores». El sentido de clase de esta falsa «teoría» salta a la vista; la defensa del régimen de explotación capitalista y su proclamación como estado perpetuo y natural de la sociedad. Para justificar la perpetuidad de la lucha de clases y de la explotación, Spencer trata de apoyarse en el darwinismo vulgarizado, en la teoría de la lucha por la existencia.
En el siglo XIX, el agnosticismo fue la corriente filosófica imperante en los círculos científicos de Inglaterra. Sabios tan grandes como el biólogo Huxley, autor del propio término «agnosticismo» apoyaba esta corriente. En los problemas que atañen a las ciencias especiales, los agnósticos como Huxley eran materialistas convencidos; pero en los problemas filosóficos generales abjuraban del materialismo y declaraban que el mundo es incognoscible, que no podemos saber cual es su fundamento, el espíritu o la materia, y, que por lo tanto hay que renunciar al propio planteamiento de estos problemas.
Engels señala que, en aquella época, el agnosticismo era a menudo un «materialismo ruborizado». El materialismo era objeto de persecución por parte de la burguesía reaccionaria; por eso, muchos experimentadores naturalistas, siendo en realidad materialistas, encubrían su materialismo con el agnosticismo. Engels decía de ellos que:
«Prácticamente no es más que una manera vergonzante de aceptar el materialismo por debajo de cuerda y renegar de él publicamente». (Fiedrich Engels; Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, 1886)
Sin embargo, a medida que aumentaba el carácter reaccionario de la burguesía, el agnosticismo iba convirtiéndose en un «idealismo ruborizado». Actualmente, los agnósticos se juntan más o menos abiertamente con el idealismo subjetivo y con el fideísmo –los neokantianos, los machistas–, que reconocen a la religión iguales derechos que a la ciencia, entregando a la primera el terreno de lo «incognoscible».
El materialismo vulgar
El materialismo vulgar –Büchner, Vogt, Moleschot– obtuvo una amplia divulgación en la Alemania de la segunda mitad del siglo XIX. Después de la revolución de 1848, Alemania comenzó a evolucionar rápidamente por el camino del capitalismo. En relación con esto, obtuvieron allí un mayor desenvolvimiento las ciencias naturales, pero el pensamiento filosófico burgués, en las condiciones de la reacción política iniciada después de 1848, no sólo no pudo elevarse hacia el materialismo dialéctico, sino que ni siquiera estuvo en condiciones de sostenerse a la altura del materialismo feuerbachiano. El materialismo vulgar no sólo no desenvolvió la teoría filosófica general de los materialistas franceses del siglo XVIII y la de Feuerbach, no sólo no la emancipó de la limitación específica del siglo XVIII –el mecanicismo, el carácter metafísico– en consonancia con los grandes avances logrados por las ciencias en el siglo XIX, sino que banalizó el materialismo por su simplismo extremado.
La obra más conocida de los materialistas vulgares, «Fuerza y Materia» de Büchner, apareció en 1855 y se reeditó muchas veces. Büchner no introduce nada nuevo en la interpretación de la materia en comparación con lo ya hecho por los materialistas franceses del siglo XVIII; sólo algún que otro complemento en cuanto a la fisiología, que en el siglo XIX alcanzó grandes progresos. Los materialistas vulgares no supieron explicar la fuente del movimiento de la materia, no comprendieron su energía interna, su automovimiento. El concepto de la fuerza como causa del movimiento tenía para ellos un carácter poco claro y metafísico, y los conducía constantemente a la confusión y a la contradicción, al agnosticismo y al idealismo –Büchner, por ejemplo, decía que «la naturaleza de la fuerza, como la de la materia, nos es desconocida–. Los materialistas vulgares, al refutar acertadamente toda clase de sustancia espiritual, se imaginaban sin embargo de manera en extremo simplista la relación existente entre el cerebro y el pensamiento. A su juicio, el pensamiento es una secreción del cerebro, exactamente y en el mismo sentido que la bilis es la secreción del hígado.
Los materialistas vulgares extendían este planteamiento fisiológico grosero a todos los fenómenos de la vida social. Hicieron gran uso de la teoría de la lucha por la existencia copiada de Darwin, aplicando de una manera falsa las leyes biológicas a la sociedad, Al biologizar la vida social, los materialistas vulgares redujeron todas las diferencias da clase, así como las diferencias entre las naciones adelantadas y atrasadas, a factores tales como el carácter de la alimentación adoptada por estos u otros hombres y que a su vez condiciona la riqueza o pobreza de la sustancia cerebral. Afirmaban además que las aptitudes y la preponderancia adquiridas sobre esta base se transmiten por herencia de generación en generación, reforzando así y perpetuando el abismo entre «cultos» e «incultos».
Los materialistas vulgares eran los ideólogos de la burguesía radical y de la pequeña burguesía. Se pronunciaban contra la revolución socialista y contra el comunismo. Declaraban que «reino de los incultos sobre los cultos es un absurdo». No es menos cierto que también criticaban las normas feudal-burguesas existentes en Alemania y proponían ciertas reformas sociales; pero las reivindicaciones contenidas en dichas reformas no iban más allá de la abolición de la renta sobre la tierra, la limitación de la herencia de grandes propiedades, el seguro del Estado para la vejez y la enfermedad. En los problemas político-sociales, el materialismo trivial de los materialistas vulgares se repliega hacia el idealismo y revela a cada paso su naturaleza burguesa.
El materialismo científico-naturalista
Si el materialismo vulgar de las décadas del 50 y del 60 era, en comparación con el materialismo dialéctico e incluso con el feuerbachiano, una corriente indiscutiblemente atrasada, tenía todavía, sin embargo, cierto valor progresivo por cuanto defendía el derecho de la ciencia y propagaba –por cierto, inconsecuentemente– el ateísmo. Pero más adelante, la burguesía se apartó incluso de este materialismo burgués inconsecuente y trivial como el de Büchner, Vogt y Moleschot. Después de la Comuna de París (1871), primera forma de dictadura del proletariado, comenzó la decadencia gradual del capitalismo. El capitalismo entró a fines del siglo XIX en su última etapa, en la etapa imperialista, en la etapa del capitalismo monopolista y putrefacto, lo que se reflejó también en la ideología de la burguesía. La lucha cada vez más furiosa contra el materialismo, la complacencia cada vez más refinada para el clericalismo, constituyen la característica de la filosofía burguesa de fines del siglo XIX y de principios del XX. La burguesía no pudo ni puede ya crear ninguna nueva teoría filosófica original; desentierra, pues, del pasado trozos de sistemas idealistas hace ya mucho tiempo pasados a mejor vida; amputa además sus aspectos más flacos y los combina eclécticamente entre sí, encubriéndolos nuevamente en una terminología pseudocientífica.
Durante este período, los puntos de vista materialistas en la ciencia burguesa aparecen sólo en la forma del materialismo espontáneo de los experimentadores naturalistas. El planteamiento materialista en las investigaciones científicas de la naturaleza es, como lo señala Lenin, algo que se comprende por sí mismo; pero sólo unos cuantos experimentadores naturalistas se atrevieron a defender abiertamente el materialismo. Entre los que a fines del siglo XIX y a comienzos del XX no temían manifestarse contra el poder del idealismo y del clericalismo, se cuenta el famoso biólogo Ernesto Haeckel (1834-1919). En 1899 apareció su libro «El enigma del Universo» que despertó contra su autor la rabiosa persecución de todos los círculos reaccionarios; entre las amplias masas trabajadoras, en cambio, este libro halló una acogida de completa simpatía, siendo traducido a 24 idiomas –en la Rusia zarista fue prohibido y condenado al fuego–. El propio Haeckel se hace llamar monista e incluso panteísta, y reniega de la denominación de materiálista. No obstante la inconsecuencia y la estrechez de su materialismo, Haeckel fue uno de los defensores más grandes del materialismo en las ciencias naturales. Demostró de una manera clara y convincente que las ciencias naturales sólo pueden desarrollarse sobre la base del materialismo y son incompatibles con el idealismo.
«Se burla de los filósofos que tienen un punto de vista materialista, sin darse cuenta de que él mismo se coloca en el punto de vista materialista». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Materialismo y empiriocriticismo, 1909)
La concepción del mundo de Haeckel se formó bajo la influencia de los grandes descubrimientos del siglo XIX: la ley de la conservación y transformación de la energía, la teoría de evolución de Darwin. Haeckel defendió ardientemente estos descubrimientos contra los ataques de los reaccionarios, y los enriqueció con nuevas investigaciones. Comprendía el enorme valor filosófico de estos descubrimientos científicos que constituyen una brillante confirmación del materialismo e infligen un golpe mortal al idealismo y al clericalismo. El principio director fundamental en la concepción del mundo de Haeckel es el del nacimiento y de la evolución naturales. Haeckel, biólogo de profesión, se dedica principalmente a los problemas del origen y evolución de la vida orgánica, y hace en este terreno una serie de investigaciones valiosísimas. Es de un valor particularmente importante su ley biogenética, según la cual el desarrollo embrionario del ser vivo individual es una repetición abreviada –que cambia de forma– del desarrollo de la especie, de una larga serie de formas biológicas que se sustituyen unas a las otras en la historia de la tierra. Pero también en el terreno de la naturaleza inorgánica, la posición materialista general de Haeckel y su interpretación materialista de la materia y del movimiento lo condujeron a conclusiones que a veces pronosticaban incluso el desarrollo ulterior de la ciencia, por ejemplo, en el problema del origen y transformación mutua de los elementos químicos, en el problema de la inconsistencia de la teoría de Clausius referente a la «entropía» –«la muerte calorífica del universo», etc.–.
Pero, a pesar de su valor científico progresista, el materialismo de Haeckel, no era más que el materialismo espontáneo de un sabio burgués. A Haeckel le era completamente ajena la dialéctica materialista consciente de Marx y Engels. De aquí la inconsecuencia, el carácter incompleto de su materialismo, y los elementos de agnosticismo existentes en los conceptos de Haeckel.
En 1906 fundó Haeckel una sociedad atea, la «Unión de los monistas», de carácter burgués –en parte pequeño burgués–; su ateísmo era muy limitado e inconsecuente por lo que no ejerció gran influencia.
A pesar de todas las persecuciones y de todos los asedios, el materialismo naturalista científico, goza todavía hoy de gran divulgación en las ciencias naturales modernas. El idealismo no puede triunfar plenamente en las ciencias naturales. Refiriéndose a la crisis de la física de fines del siglo XIX y de principios del XX, Lenin señala:
«La aplastante mayoría de los experimentadores naturalistas, tanto en general como en esta rama especial, o sea en la física, tiene invariablemente el punto de vista materialista». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Materialismo y empiriocriticismo, 1909)
Además de Haeckel, grandes sabios como Mendeley, Timiriazev, Pavlov, Thomson-Kelvin, Michurín: actualmente Langevin y otros grandes físicos, sostenían y sostienen el punto de vista del materialismo natural-científico.
Última edición por lolagallego el Jue Dic 10, 2020 9:00 am, editado 1 vez