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    El marxismo y la burocracia del Estado - Rolando Astarita - noviembre 2020

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    Mensaje por lolagallego Miér Dic 16, 2020 9:09 pm

    El marxismo y la burocracia del Estado

    Rolando Astarita
    - noviembre 2020

    tomado del blog del autor


    Días atrás, en una charla para alumnos de la Universidad Nacional de La Pampa, hice referencia a una crítica de Marx al gasto fiscal, a fin de mostrar que los socialistas criticamos el gasto improductivo y, más en general, cuestionamos a la burocracia del Estado. En esta nota amplío el tema. Me mueve a hacerlo el hecho de que la mayoría de la izquierda ha abandonado esta crítica. Una posible razón de ello es la influencia de la ideología del nacionalismo burgués. Es que, según este, la contradicción central de la sociedad hoy está planteada en términos Estado y mercado, de manera que todo lo que engorde al Estado favorecería la lucha por “domar a los mercados”.

    Naturalmente, el punto de partida del marxismo es diferente: la contradicción que atraviesa a la sociedad contemporánea no es entre el Estado y el mercado, sino entre el capital y el trabajo, siendo el Estado parte del polo capital. O sea, por encima de tensiones y hasta conflictos que pueda tener con los capitales privados, el Estado es capitalista. Por eso, la burocracia – ese gigantesco cuerpo de funcionarios – que conforma, junto a los organismos de represión y control, la estructura fundamental del Estado, es capitalista. Más en particular, la burocracia, y los organismos represivos, viven de los impuestos, que es valor generado por el trabajo impago de los obreros productivos. La crítica marxista de la burocracia es entonces parte fundamental de la crítica al dominio del capital.

    La crítica de Marx

    A fin de recuperar esta tradición crítica, que ha sido ahogada por infinitas capas de estatismo burgués, reproduzco el pasaje de Marx al que aludí en la charla. Pertenece a Las luchas de clases en Francia (edición Claridad, Buenos Aires, 1973).

    Señala primero que en Francia “la fortuna pública” caía en manos de la alta finanza, debido al creciente endeudamiento del Estado, y plantea que ese endeudamiento tenía por causa continuo exceso de los gastos por sobre los ingresos. Escribe luego:

    “Para escapar a este endeudamiento es preciso que el Estado limite sus gastos, es decir, simplifique y reduzca el organismo gubernamental, gobierne lo menos posible, que emplee el menor personal posible, que se ponga lo menos posible en relación con la sociedad burguesa”. Poco más abajo explica que, además de reducir los gastos y evitar las deudas, era necesario “pesar sobre los hombros de las clases más ricas contribuciones extraordinarias”.

    Sin embargo, hacer pesar esas contribuciones sobre las clases más ricas implicaba afectar los intereses de esa misma clase dominante. Por eso Marx se pregunta: “¿Para sustraer la riqueza nacional a la explotación de la Bolsa, el partido del orden debía sacrificar su propia fortuna en el altar de la patria? ¡Pas si bête! (no tan estúpido). Por lo tanto, sin subversión completa del Estado francés, no es posible la subversión del presupuesto público francés” (p. 120; énfasis añadido). Subrayo: la crítica a la estructura burocrática y a la maraña gasto – deuda pública – negociados, enlaza con el llamado a la “subversión completa” del Estado francés. Un planteo bastante más radical que la típica reforma impositiva “progre” con que se suelen entretener los partidos pequeñoburgueses.

    Pero todavía más tajante es la crítica a la burocracia estatal contenida en El dieciocho brumario de Luis Bonaparte (aquí). Luego de referirse a la burocracia “omnipotente e inmutable”, Marx escribe: “Los impuestos son la fuente de vida de la burocracia, del ejército, de los curas y de la corte; en una palabra, de todo el aparato del poder ejecutivo. Un gobierno fuerte e impuestos elevados son cosas idénticas. La propiedad parcelaria (se refiere a las parcelas campesinas) se presta por naturaleza para servir de base a una burocracia omnipotente e innumerable”. Y en otro pasaje:

    “Se comprende inmediatamente que en un país como Francia, donde el poder ejecutivo dispone de un ejército de funcionarios de más de medio millón de individuos y tiene por tanto constantemente bajo su dependencia más incondicional a una masa inmensa de intereses y existencias, donde el Estado tiene atada, fiscalizada, regulada, vigilada y tutelada a la sociedad civil, desde sus manifestaciones más amplias de vida hasta sus vibraciones más insignificantes, desde sus modalidades más generales de existencia hasta la existencia privada de los individuos, donde este cuerpo parasitario adquiere, por medio de una centralización extraordinaria, una ubicuidad, una omnisciencia, una capacidad acelerada de movimientos y una elasticidad que sólo encuentran correspondencia en la dependencia desamparada, en el carácter caóticamente informe del auténtico cuerpo social, se comprende que en un país semejante, al perder la posibilidad de disponer de los puestos ministeriales, la Asamblea Nacional perdía toda influencia efectiva, si al mismo tiempo no simplificaba la administración del Estado, no reducía todo lo posible el ejército de funcionarios y finalmente no dejaba a la sociedad civil y a la opinión pública crearse sus órganos propios, independientes del poder del Gobierno.

    Pero, el interés material de la burguesía francesa está precisamente entretejido del modo más íntimo con la conservación de esa extensa y muy ramificada maquinaria del Estado. Coloca aquí a su población sobrante y completa en forma de sueldos del Estado lo que no puede embolsarse en forma de beneficios, intereses, rentas y honorarios. De otra parte, su interés político la obligaba a aumentar diariamente la represión, y por tanto los recursos y el personal del poder del Estado, a la par que se veía obligada a sostener una guerra ininterrumpida contra la opinión pública y mutilar y paralizar recelosamente los órganos independientes de movimiento de la sociedad, allí donde no conseguía amputarlos por completo”.

    Observemos que de lo anterior se desprende una propuesta de programa democrático: simplificar la administración del Estado; reducir todo lo posible el ejército de funcionarios; dejar que la sociedad civil y la opinión pública generen sus órganos propios, independientes del poder del Gobierno. Programa que, de alguna manera, Marx consideró luego que cumplió la Comuna de París. En La guerra civil en Francia escribió: “La Comuna convirtió en una realidad ese tópico de todas las revoluciones burguesas, que es un ‘Gobierno barato’, al destruir las dos grandes fuentes de gastos: el ejército permanente y la burocracia del Estado” (p. 68; edición Fundación Federico Engels). Enfatizamos: gobierno barato, un anhelo democrático elemental (al pasar, ¿por qué diablos la izquierda hoy ha cedido esta bandera a la ultraderecha?).

    Agreguemos que Marx consideraba que la Economía Política, en su período clásico, había cumplido un rol progresivo en la crítica a la maquinaria estatal. En este respecto, fue muy importante la distinción entre trabajo productivo e improductivo, realizada por Adam Smith. Según Smith, los funcionarios estatales, los militares, sacerdotes, jueces, y similares, participaban del consumo como parásitos de los trabajadores productivos (que generan plusvalía). Pero posteriormente esa crítica fue abandonada por los ideólogos burgueses. En Teorías de la plusvalía Marx explica ese giro: “En su período clásico, la Economía Política adoptó una muy crítica actitud respecto de la maquinaria del Estado. En una etapa posterior se dio cuenta y –como además aprendió en la práctica – aprendió por la experiencia que la necesidad de la combinación social heredada de todas estas clases, que en parte eran por completo improductivas, surgía de su organización misma” (p. 148, t. 1, edición Cartago).

    Precisemos que la crítica de Marx es a la burocracia, a esa red de funcionarios que parasitan y sacan provecho de sus cargos en el Estado, ejerciendo, además, tareas de control y/o represión de las masas trabajadoras. No es una crítica a los trabajadores del Estado que, a cambio de un salario (que muchas veces no alcanza siquiera para reproducir la fuerza de trabajo) contribuyen a la producción y reproducción de lo que puede llamarse capital constante “social” (por caso, obreros estatales dedicados a la obra pública); o a la preparación y conservación de la fuerza de trabajo (trabajadores de la educación o de la salud). Estos trabajadores, aunque no generen plusvalía, son explotados por el capital y su Estado.

    Burocracia estatal y corrupción de dirigentes

    Lo explicado en el apartado anterior debemos actualizarlo destacando la manera en que el moderno aparato estatal burocrático se ha convertido en un factor de cooptación, corrupción, división y desorganización de movimientos sociales o partidos de tipo izquierdista. En Argentina, por lo menos, es algo muy común (pero compañeros brasileños me dicen que en su país ocurre algo similar, en especial con cuadros del PT).

    Se trata de centenares o incluso miles de dirigentes y activistas, que obtienen puestos – la imaginación para inventar cargos es inagotable – en ministerios, secretarías, subsecretarías, direcciones, a los niveles nacional, provinciales o municipales, más infinidad de organismos de tipo autonómico. Cargos que les sirven para embolsarse buenas sumas de dinero, sostener punteros políticos y lúmpenes “todo terreno”. Además de ejercer como correas de transmisión de ideologías y políticas que contribuyen a la reproducción del dominio sobre el trabajo. Todo esto en colaboración con burócratas sindicales, dirigentes barriales, funcionarios eclesiásticos, y similares. Y con la ayuda accesoria de intelectuales progres e izquierdistas, dispuestos a justificar cualquier cosa para seguir con la farsa de la “liberación nacional” y “la lucha contra el mercado”. Se asiste así al triste espectáculo de centenares de arribistas, hundidos en la vileza (aunque se llaman a sí mismos “militantes”), arrastrándose sin fin para obtener su tajada en el festín. Indudablemente, son factores de división y desmoralización en las masas. No hay nada en esta manga de parásitos que favorezca a la clase obrera.

    Burocracia y el proyecto socialista

    La crítica a la burocracia estatal nos plantea también la cuestión de por qué y cómo la burocracia se reprodujo y amplió en los regímenes llamados socialistas. Tengamos presente que en El Estado y la revolución, y en la tradición de Marx, Lenin también consideró que la burocracia y el ejército permanente son “un parásito adherido al cuerpo de la sociedad burguesa, un parásito engendrado por las contradicciones internas que dividen a esta sociedad, pero, precisamente, un parásito que tapona los poros vitales” (énfasis añadido). Por eso también, pocas líneas más abajo, reivindica la idea del anarquismo, del Estado “como un órgano parasitario”.

    Sin embargo, Lenin pensaba que, una vez que la clase obrera conquistara el poder, con medidas sencillas, como la elegibilidad y revocabilidad de los funcionarios del Estado obrero, y la reducción de sus salarios al nivel del salario de un obrero, se podría llevar a la práctica una democracia proletaria radicalmente nueva. Se haría realidad entonces la demanda del gobierno barato. La disolución del ejército permanente, junto a la creación de la milicia, constituiría el otro pilar de esa democracia de las masas trabajadoras.

    Pero a poco de andar el nuevo régimen hubo de constatarse que la burocracia resurgía, se fortalecía y se imponía a los propios funcionarios comunistas (véase la intervención de Lenin en el 11° Congreso del PCUS, marzo – abril de 1922). Y adquiriría proporciones mucho mayores en los 1920 y 1930. Así, hasta la consolidación de la nomenklatura (una extendida capa de burócratas que vivían del trabajo de los obreros y campesinos). Algo similar ocurrió en el resto de los regímenes llamados “socialismos reales”; o en el llamado “socialismo siglo XXI”. Todos los movimientos y partidos que proclamaron la construcción del socialismo “desde arriba” (desde el Partido, desde el Comité Central, desde el líder), terminaron segregando monstruosos aparatos burocráticos. No es casual que las militancias PC y ex PC, los maoístas, castristas y variantes afines, hayan silenciado, sistemáticamente, la crítica marxiana a la burocracia.

    Es necesario restablecer la centralidad de la crítica a la burocracia, sea capitalista, u “obrera” (o socialista). Forma parte de la lucha del socialismo con las ideologías burguesas y burocrático-stalinistas.


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    Mensaje por lolagallego Miér Dic 16, 2020 9:11 pm

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