El proletariado y el futuro
artículo del blog Communia publicado en diciembre de 2020
La forma en la que la sociedad capitalista se relata a sí misma, aquello que tiene por verdad, pasa una y otra vez por negar a los trabajadores como clase y sus intereses continuamente y en todas sus dimensiones. Por eso es necesaria la crítica, entendida como demolición del aparato ideológico con el que el orden social se justifica, recubre y reproduce mediante conceptos, prácticas y valores de sentido común que impiden pensar más allá de ella y por tanto enfrentarse a ella.
¿En qué consiste la crítica marxista?
En este empeño, la crítica marxista es materialista e histórica: entiende que las bases del orden social y las ideas que crea y reproduce no son las ideas mismas, sino intereses materiales. Las distintas sociedades que han ido apareciendo a lo largo de los últimos diez mil años no son el resultado de las evoluciones y revoluciones de las ideas, sino sistemas que articulan la totalidad de la sociedad a partir de la cosa más tangible del mundo: producir los medios para la existencia de sus miembros.
Las distintas civilizaciones y sociedades conocidas son expresiones de diferentes modos de producción. Y no es que haya un menú entre el que se pueda elegir una manera u otra de organizarse para producir. Los modos de producción responden a distintos niveles de desarrollo de las capacidades productivas, unas capacidades que incluyen no solo a los propios humanos y su número, sino su capacidad para organizarse socialmente, el conocimiento de la Naturaleza en su sentido más amplio y las herramientas intelectuales y físicas para transformarla. Es decir, responden a una historia.
Cuando criticamos esa historia lo que aparece -y es evidente ya incluso para los historiadores burgueses de la Revolución francesa- es que ésta tampoco avanza por el mero efecto acumulativo de pequeños cambios, ideas y conocimientos. Las bisagras que separan modos de producción son grandes revoluciones políticas, momentos en los que la evolución social troca en transformación de los fundamentos jurídicos y las estructuras de poder de la sociedad.
¿De dónde salen las reivindicaciones y cambios de estos periodos revolucionarios? De contradicciones y conflictos ya establecidos y largo tiempo incubados. No hay revoluciones sorpresa. Cada modo de producción hasta ahora ha generado intereses contradictorios en su interior. Y esos intereses tampoco existen en abstracto, son intereses materiales que unen de una forma particular -con objetivos, valores y relaciones particulares- a grupos sociales tangibles: las clases. Es el conflicto entre ellas, la lucha de clases, lo que finalmente la crítica descubre como motor de la historia.
Sin embargo este relato se queda corto. Ni siquiera es fiel, más que parcialmente, a la crítica original de Marx. Habría que añadir, como mínimo dos elementos más.
El primero es entender que los procesos históricos son fenómenos complejos. No complicados, sino complejos. Es decir, son procesos de transformación no lineales en los que las interacciones y dependencias entre las distintas partes son continuas y, en los que bajo distintas formas y en distinta medida según el momento, es decir, dependiendo de los resultados previos, toda parte condiciona a todas las demás. En sistemas así, pequeños cambios pueden producir grandes divergencias pasado el tiempo y sucesos aparentemente importantísimos -descubrir la máquina de vapor o llegar desde Europa a América antes que nadie, por ejemplo- pueden no producir resultados globales reseñables ni transformar las instituciones estabecidas. Esto no quiere decir que los sistemas complejos sean incognoscibles o impredecibles. Quiere decir que es necesario conocer sus lógicas y principios característicos para poder explicar su transformación y actuar conscientemente en ellos. Esa lógica de lo complejo, es lo que nos legó la filosofía hegeliana bajo el nombre de dialéctica y a la que Marx, según expresión de Engels, dio la vuelta para convertirla en dialéctica materialista, aplicable en principio tanto a la historia y lo social como al conocimiento de la Naturaleza.
Y un elemento más: no se trata de detener la crítica al llegar a las clases sociales. Las clases sociales y lo que significan dentro del orden social al que pertenecen, también ha de ser criticado. Y ahí, la dialéctica, juega un papel crucial, porque más allá de entender su raíz material -por qué existen como hecho social- e histórica -que llevó a que existieran y fueran como son hoy- introduce también la necesidad de entender la totalidad de la que son parte y lo que todavía no son para entender que significan. Es decir, introduce el futuro en la comprensión del presente.
Las clases revolucionarias tienen una particular relación con el futuro
La estructura social de un modo de producción basado en la división en clases, es en sí mismo un sistema complejo. Encontramos siempre, eso sí, una clase dirigente y explotadora que es la beneficiaria de las relaciones de producción dominantes en esa sociedad. Organiza el trabajo para apropiarse de una parte de sus frutos y mantener el propio orden social. Por razones obvias, siempre hay también una clase trabajadora, explotada, cuyo trabajo es enajenado, alienado, es decir, convertido en ajeno a sí misma porque es apropiado y reglado por otros. Y entre una y otra hay una serie de clases intermedias, con intereses propios más o menos definidos dentro del sistema. Hasta el establecimiento del capitalismo, la clase revolucionaria de cada sociedad, creció y se asentó en este conjunto intermedio. Eran, como la burguesía misma hasta hacerse con el estado, clases explotadoras pero oprimidas, separadas del poder político que necesitaban y al que aspiraban para poder transformar la sociedad según sus intereses.
La situación de la clase revolucionaria en los modos de producción precapitalistas era necesariamente contradictoria. Por un lado eran clases explotadoras, beneficiarias del régimen establecido. Por otro, a partir de cierto momento, el desarrollo de sus propios intereses y de las capacidades que van asociadas a estos, empiezan a verse sistemáticamente constreñidos. Este momento marca la entrada en decadencia de la vieja sociedad, pero no significa que la clase revolucionaria rompa con ella súbita ni completamente. Hacerlo sería renunciar a la propia fuente de su poder. Por el contrario, luchará por afianzarse en la vieja sociedad y al hacerlo a su manera, según sus intereses, la socavará irremediablemente. Tendrán un pié en el pasado y otro en el futuro. En el pasado por cuanto el modo de producción ya decadente es todavía la base de su poder; en en el futuro en la medida en que la pervivencia de los viejos intereses y aparatos políticos niega sus intereses negándola como clase dominante legítima.
La contradicción se resuelve con avances y fusiones. Colonos y notables bárbaros se vestirán con los harapos de la aristocracia provinciana romana, se mezclarán con ella y harán suyo el último resto del Imperio: la iglesia: la burguesía perseguirá ennoblecerse e introducirse en el aparato del estado ya hipertrofiado del Antiguo Régimen. Cuanto más afirmaban un lugar propio en el viejo mundo que agonizaba, más cerca estaban de poder derribarlo. En su situación pasado y futuro no se contradecían, se alimentaban. El pasado definía tanto su significado en el orden social, como el futuro que estaban abocados a imponer. Ventajas de ser clase explotadora en el paso de un sistema de explotación a otro.
La clase universal
Una de las variantes más machaconas de la ideología burguesa nos dice que las opiniones de los miembros de la sociedad son las que, agregadas de una manera u otra, acaban dandole forma. Pero la producción de opiniones en la sociedad burguesa es una industria más, dependiente del capital y supeditada a ella, como lo son las opiniones que difunde y legitima. En general en cualquier sociedad de clases, la clase dominante y sus intereses inspiran, controlan y producen las ideas, valores y discursos dominantes… que inevitablemente las clases oprimidas y la clase explotada, harán suyos prácticamente todo el tiempo. Por eso las ideas de curso corriente en un momento dado entre las clases que conforman una sociedad nos informan más bien poco sobre cual es va a ser su papel histórico. Volvemos al punto de partida: son los intereses materiales los que dan existencia a las clases sociales. La cuestión es hasta dónde pueden llevar a una clase como el proletariado que es, en primer lugar, la clase explotada del capitalismo.
No se trata de saber lo que tal o cual proletario, o aun el proletariado íntegro, se propone momentáneamente como fin. Se trata de saber lo que el proletariado es y lo que debe históricamente hacer de acuerdo a su ser. Su finalidad y su acción histórica le están trazadas, de manera tangible e irrevocable, en su propia situación de existencia, como en toda la organización de la sociedad burguesa actual. - Marx y Engels. «La sagrada familia», 1844
Este carácter fundamentalmente económico, aparentemente automático, de la explotación bajo el capitalismo, lleva a que la negación del proletariado sea total. El proletariado mismo se define como lo opuesto de todo lo que caracteriza a la sociedad: en una sociedad definida por el intercambio generalizado de mercancías, no tiene otra mercancía que vender que su propia fuerza de trabajo; en una sociedad cuya clase dirigente se agrupa y organiza la sociedad en estados nacionales, el proletariado tendrá una condición universal que representa la disolución de todas las nacionalidades.
Todo lo que define la experiencia humana, todo lo que define al ser humano bajo el capitalismo -libertad mercantil, igualdad ante el estado, fraternidad en la nación- le es ajeno. La libertad mercantil es para el proletariado esclavitud asalariada; la igualdad ante el estado, negación como clase política; la fraternidad nacional obligación de sacrificarse por el capital nacional en crisis y guerras.
Bajo el capitalismo, toda necesidad pasa estar supeditada a las necesidades del capital y por tanto universalmente negada en el proletariado. Recordemos por un segundo al sindicalista que nos dice que no se puede reivindicar lo que las cuentas de la empresa no pueden sostener sin pérdidas, al funcionario que nos dice que los tratamientos médicos o las pensiones deben supeditarse al objetivo de déficit, al dirigente que dice que las fronteras no pueden abrirse a los migrantes en busca de trabajo porque no hay capacidad de empleo o al político que nos dice que no autorizará confinamientos frente a la pandemia porque la economía sufre… mientras las rentas de capital llevan al alza sesenta años, los hospitales de las clases dirigentes ofrecen todos los tratamientos existentes a quien pueda pagarlos, las fronteras siempre estuvieron abiertas para los capitales y sus gestores, y la burguesía vive en todo el mundo confinada en sus barrios fortaleza sin que suponga ningún problema.
Es de esta negación total, universal, de la primera clase explotada que es también clase revolucionaria, de donde nace su característica principal: es una clase universal, y no solo por existir mundialmente sino por la naturaleza de las reivindicaciones que aparecen en sus luchas. A diferencia de las clases revolucionarias del pasado no busca ni lucha por privilegios de nuevo tipo, cuanto exige como clase son necesidades humanas genéricas, universales, válidas para todo ser humano. Es por eso que sus luchas plantean, consciente o inconscientemente, la necesidad y la posibilidad de un mundo organizado alrededor de la satisfacción de las necesidades humanas, un nuevo modo de producción sin explotación: No puede liberarse sin suprimir sus propias condiciones de existencia. No puede suprimir sus propias condiciones de existencia sin suprimir todas las condiciones de existencia inhumanas de la sociedad actual que se condensan en su situación. Es decir, no puede acabar con su explotación sin acabar con toda explotación.
El proletariado y el futuro
Y así llegamos a un aspecto especialmente interesante de la crítica del significado histórico del proletariado. Tenemos una clase cuya mera existencia es la principal contradicción del sistema y a la que el sistema niega en su totalidad. Niega incluso su mera existencia como clase. Como clase explotada que es no tiene acomodo posible en el sistema, no puede afianzar poder en él ni apoyarse en él para crear condiciones para superarlo. En realidad el proletariado, a diferencia de las clases revolucionarias anteriores, solo tiene sustento, solo puede apoyarse… en el futuro. Todo lo que no sea expresión del sometimiento o la explotación que sufre, solo existe en relación con el futuro hacia el que su condición le empuja.
De hecho, para el proletariado, su relación con el futuro es la única medida material de su situación presente. Cuanto más se aleje de él, más atomizado y más lejos de existir políticamente estará. Y dado que no puede acumular poder dentro de la sociedad capitalista -¿cómo podría acumular poder en el sistema organizado para su explotación?-, su relación con el futuro no puede conocer tampoco treguas: o avanza o retrocede. O vuelve al pasado y se desvanece como sujeto colectivo en la sociedad, o avanza y se afirma como de modo antagónico al orden existente.
Acerquemos el foco histórico a lo concreto, a nuestra situación actual. Es evidente y cotidiana la crisis de civilización del capitalismo y es evidente que la principal contradicción del sistema es su propia clase trabajadora. Como toda contradicción social solo puede superarse… o seguir desarrollándose hasta encenagar completamente a la totalidad de la que forma parte. La clase dirigente no puede superar esta contradicción por sí misma. No puede prescindir de la clase a la que explota. Solo el propio proletariado, emancipándose y emancipando a la sociedad del trabajo asalariado puede propiciar su propia disolución.
Volvemos una y otra vez al futuro. Todo lo que afirma a la clase trabajadora se asienta en él, o lo que es lo mismo, en su necesidad histórica. La construcción de sus organizaciones políticas, comienza por la moral comunista, que como decía Engels, presenta el futuro en la transformación del presente. El desarrollo y la extensión de la consciencia de clase en las luchas masivas son otras tantas expresiones del futuro operando en la trasformación presente. Y las formas de organización masiva de la clase solo son comprensibles en su totalidad en la perspectiva de aquello en lo que pueden llegar a convertirse.
Resumiendo: tenemos una clase cuya lucha, aun inconscientemente, afirma la posibilidad y la necesidad del futuro comunista. Y que, estando completa y universalmente negada, solo puede entenderse en cada momento y en la historia como un todo, en relación con ese futuro hecho presente por su lucha. Es decir, la relación particular del proletariado con el futuro es permanente y constante… incluso en los periodos más negros. Para nuestra clase no hay ya acomodo estable posible en la sociedad presente. El futuro lo es todo.
artículo del blog Communia publicado en diciembre de 2020
La forma en la que la sociedad capitalista se relata a sí misma, aquello que tiene por verdad, pasa una y otra vez por negar a los trabajadores como clase y sus intereses continuamente y en todas sus dimensiones. Por eso es necesaria la crítica, entendida como demolición del aparato ideológico con el que el orden social se justifica, recubre y reproduce mediante conceptos, prácticas y valores de sentido común que impiden pensar más allá de ella y por tanto enfrentarse a ella.
¿En qué consiste la crítica marxista?
En este empeño, la crítica marxista es materialista e histórica: entiende que las bases del orden social y las ideas que crea y reproduce no son las ideas mismas, sino intereses materiales. Las distintas sociedades que han ido apareciendo a lo largo de los últimos diez mil años no son el resultado de las evoluciones y revoluciones de las ideas, sino sistemas que articulan la totalidad de la sociedad a partir de la cosa más tangible del mundo: producir los medios para la existencia de sus miembros.
Las distintas civilizaciones y sociedades conocidas son expresiones de diferentes modos de producción. Y no es que haya un menú entre el que se pueda elegir una manera u otra de organizarse para producir. Los modos de producción responden a distintos niveles de desarrollo de las capacidades productivas, unas capacidades que incluyen no solo a los propios humanos y su número, sino su capacidad para organizarse socialmente, el conocimiento de la Naturaleza en su sentido más amplio y las herramientas intelectuales y físicas para transformarla. Es decir, responden a una historia.
Cuando criticamos esa historia lo que aparece -y es evidente ya incluso para los historiadores burgueses de la Revolución francesa- es que ésta tampoco avanza por el mero efecto acumulativo de pequeños cambios, ideas y conocimientos. Las bisagras que separan modos de producción son grandes revoluciones políticas, momentos en los que la evolución social troca en transformación de los fundamentos jurídicos y las estructuras de poder de la sociedad.
¿De dónde salen las reivindicaciones y cambios de estos periodos revolucionarios? De contradicciones y conflictos ya establecidos y largo tiempo incubados. No hay revoluciones sorpresa. Cada modo de producción hasta ahora ha generado intereses contradictorios en su interior. Y esos intereses tampoco existen en abstracto, son intereses materiales que unen de una forma particular -con objetivos, valores y relaciones particulares- a grupos sociales tangibles: las clases. Es el conflicto entre ellas, la lucha de clases, lo que finalmente la crítica descubre como motor de la historia.
Sin embargo este relato se queda corto. Ni siquiera es fiel, más que parcialmente, a la crítica original de Marx. Habría que añadir, como mínimo dos elementos más.
El primero es entender que los procesos históricos son fenómenos complejos. No complicados, sino complejos. Es decir, son procesos de transformación no lineales en los que las interacciones y dependencias entre las distintas partes son continuas y, en los que bajo distintas formas y en distinta medida según el momento, es decir, dependiendo de los resultados previos, toda parte condiciona a todas las demás. En sistemas así, pequeños cambios pueden producir grandes divergencias pasado el tiempo y sucesos aparentemente importantísimos -descubrir la máquina de vapor o llegar desde Europa a América antes que nadie, por ejemplo- pueden no producir resultados globales reseñables ni transformar las instituciones estabecidas. Esto no quiere decir que los sistemas complejos sean incognoscibles o impredecibles. Quiere decir que es necesario conocer sus lógicas y principios característicos para poder explicar su transformación y actuar conscientemente en ellos. Esa lógica de lo complejo, es lo que nos legó la filosofía hegeliana bajo el nombre de dialéctica y a la que Marx, según expresión de Engels, dio la vuelta para convertirla en dialéctica materialista, aplicable en principio tanto a la historia y lo social como al conocimiento de la Naturaleza.
Y un elemento más: no se trata de detener la crítica al llegar a las clases sociales. Las clases sociales y lo que significan dentro del orden social al que pertenecen, también ha de ser criticado. Y ahí, la dialéctica, juega un papel crucial, porque más allá de entender su raíz material -por qué existen como hecho social- e histórica -que llevó a que existieran y fueran como son hoy- introduce también la necesidad de entender la totalidad de la que son parte y lo que todavía no son para entender que significan. Es decir, introduce el futuro en la comprensión del presente.
Las clases revolucionarias tienen una particular relación con el futuro
La estructura social de un modo de producción basado en la división en clases, es en sí mismo un sistema complejo. Encontramos siempre, eso sí, una clase dirigente y explotadora que es la beneficiaria de las relaciones de producción dominantes en esa sociedad. Organiza el trabajo para apropiarse de una parte de sus frutos y mantener el propio orden social. Por razones obvias, siempre hay también una clase trabajadora, explotada, cuyo trabajo es enajenado, alienado, es decir, convertido en ajeno a sí misma porque es apropiado y reglado por otros. Y entre una y otra hay una serie de clases intermedias, con intereses propios más o menos definidos dentro del sistema. Hasta el establecimiento del capitalismo, la clase revolucionaria de cada sociedad, creció y se asentó en este conjunto intermedio. Eran, como la burguesía misma hasta hacerse con el estado, clases explotadoras pero oprimidas, separadas del poder político que necesitaban y al que aspiraban para poder transformar la sociedad según sus intereses.
La situación de la clase revolucionaria en los modos de producción precapitalistas era necesariamente contradictoria. Por un lado eran clases explotadoras, beneficiarias del régimen establecido. Por otro, a partir de cierto momento, el desarrollo de sus propios intereses y de las capacidades que van asociadas a estos, empiezan a verse sistemáticamente constreñidos. Este momento marca la entrada en decadencia de la vieja sociedad, pero no significa que la clase revolucionaria rompa con ella súbita ni completamente. Hacerlo sería renunciar a la propia fuente de su poder. Por el contrario, luchará por afianzarse en la vieja sociedad y al hacerlo a su manera, según sus intereses, la socavará irremediablemente. Tendrán un pié en el pasado y otro en el futuro. En el pasado por cuanto el modo de producción ya decadente es todavía la base de su poder; en en el futuro en la medida en que la pervivencia de los viejos intereses y aparatos políticos niega sus intereses negándola como clase dominante legítima.
La contradicción se resuelve con avances y fusiones. Colonos y notables bárbaros se vestirán con los harapos de la aristocracia provinciana romana, se mezclarán con ella y harán suyo el último resto del Imperio: la iglesia: la burguesía perseguirá ennoblecerse e introducirse en el aparato del estado ya hipertrofiado del Antiguo Régimen. Cuanto más afirmaban un lugar propio en el viejo mundo que agonizaba, más cerca estaban de poder derribarlo. En su situación pasado y futuro no se contradecían, se alimentaban. El pasado definía tanto su significado en el orden social, como el futuro que estaban abocados a imponer. Ventajas de ser clase explotadora en el paso de un sistema de explotación a otro.
La clase universal
Una de las variantes más machaconas de la ideología burguesa nos dice que las opiniones de los miembros de la sociedad son las que, agregadas de una manera u otra, acaban dandole forma. Pero la producción de opiniones en la sociedad burguesa es una industria más, dependiente del capital y supeditada a ella, como lo son las opiniones que difunde y legitima. En general en cualquier sociedad de clases, la clase dominante y sus intereses inspiran, controlan y producen las ideas, valores y discursos dominantes… que inevitablemente las clases oprimidas y la clase explotada, harán suyos prácticamente todo el tiempo. Por eso las ideas de curso corriente en un momento dado entre las clases que conforman una sociedad nos informan más bien poco sobre cual es va a ser su papel histórico. Volvemos al punto de partida: son los intereses materiales los que dan existencia a las clases sociales. La cuestión es hasta dónde pueden llevar a una clase como el proletariado que es, en primer lugar, la clase explotada del capitalismo.
No se trata de saber lo que tal o cual proletario, o aun el proletariado íntegro, se propone momentáneamente como fin. Se trata de saber lo que el proletariado es y lo que debe históricamente hacer de acuerdo a su ser. Su finalidad y su acción histórica le están trazadas, de manera tangible e irrevocable, en su propia situación de existencia, como en toda la organización de la sociedad burguesa actual. - Marx y Engels. «La sagrada familia», 1844
Este carácter fundamentalmente económico, aparentemente automático, de la explotación bajo el capitalismo, lleva a que la negación del proletariado sea total. El proletariado mismo se define como lo opuesto de todo lo que caracteriza a la sociedad: en una sociedad definida por el intercambio generalizado de mercancías, no tiene otra mercancía que vender que su propia fuerza de trabajo; en una sociedad cuya clase dirigente se agrupa y organiza la sociedad en estados nacionales, el proletariado tendrá una condición universal que representa la disolución de todas las nacionalidades.
Todo lo que define la experiencia humana, todo lo que define al ser humano bajo el capitalismo -libertad mercantil, igualdad ante el estado, fraternidad en la nación- le es ajeno. La libertad mercantil es para el proletariado esclavitud asalariada; la igualdad ante el estado, negación como clase política; la fraternidad nacional obligación de sacrificarse por el capital nacional en crisis y guerras.
Bajo el capitalismo, toda necesidad pasa estar supeditada a las necesidades del capital y por tanto universalmente negada en el proletariado. Recordemos por un segundo al sindicalista que nos dice que no se puede reivindicar lo que las cuentas de la empresa no pueden sostener sin pérdidas, al funcionario que nos dice que los tratamientos médicos o las pensiones deben supeditarse al objetivo de déficit, al dirigente que dice que las fronteras no pueden abrirse a los migrantes en busca de trabajo porque no hay capacidad de empleo o al político que nos dice que no autorizará confinamientos frente a la pandemia porque la economía sufre… mientras las rentas de capital llevan al alza sesenta años, los hospitales de las clases dirigentes ofrecen todos los tratamientos existentes a quien pueda pagarlos, las fronteras siempre estuvieron abiertas para los capitales y sus gestores, y la burguesía vive en todo el mundo confinada en sus barrios fortaleza sin que suponga ningún problema.
Es de esta negación total, universal, de la primera clase explotada que es también clase revolucionaria, de donde nace su característica principal: es una clase universal, y no solo por existir mundialmente sino por la naturaleza de las reivindicaciones que aparecen en sus luchas. A diferencia de las clases revolucionarias del pasado no busca ni lucha por privilegios de nuevo tipo, cuanto exige como clase son necesidades humanas genéricas, universales, válidas para todo ser humano. Es por eso que sus luchas plantean, consciente o inconscientemente, la necesidad y la posibilidad de un mundo organizado alrededor de la satisfacción de las necesidades humanas, un nuevo modo de producción sin explotación: No puede liberarse sin suprimir sus propias condiciones de existencia. No puede suprimir sus propias condiciones de existencia sin suprimir todas las condiciones de existencia inhumanas de la sociedad actual que se condensan en su situación. Es decir, no puede acabar con su explotación sin acabar con toda explotación.
El proletariado y el futuro
Y así llegamos a un aspecto especialmente interesante de la crítica del significado histórico del proletariado. Tenemos una clase cuya mera existencia es la principal contradicción del sistema y a la que el sistema niega en su totalidad. Niega incluso su mera existencia como clase. Como clase explotada que es no tiene acomodo posible en el sistema, no puede afianzar poder en él ni apoyarse en él para crear condiciones para superarlo. En realidad el proletariado, a diferencia de las clases revolucionarias anteriores, solo tiene sustento, solo puede apoyarse… en el futuro. Todo lo que no sea expresión del sometimiento o la explotación que sufre, solo existe en relación con el futuro hacia el que su condición le empuja.
De hecho, para el proletariado, su relación con el futuro es la única medida material de su situación presente. Cuanto más se aleje de él, más atomizado y más lejos de existir políticamente estará. Y dado que no puede acumular poder dentro de la sociedad capitalista -¿cómo podría acumular poder en el sistema organizado para su explotación?-, su relación con el futuro no puede conocer tampoco treguas: o avanza o retrocede. O vuelve al pasado y se desvanece como sujeto colectivo en la sociedad, o avanza y se afirma como de modo antagónico al orden existente.
Acerquemos el foco histórico a lo concreto, a nuestra situación actual. Es evidente y cotidiana la crisis de civilización del capitalismo y es evidente que la principal contradicción del sistema es su propia clase trabajadora. Como toda contradicción social solo puede superarse… o seguir desarrollándose hasta encenagar completamente a la totalidad de la que forma parte. La clase dirigente no puede superar esta contradicción por sí misma. No puede prescindir de la clase a la que explota. Solo el propio proletariado, emancipándose y emancipando a la sociedad del trabajo asalariado puede propiciar su propia disolución.
Volvemos una y otra vez al futuro. Todo lo que afirma a la clase trabajadora se asienta en él, o lo que es lo mismo, en su necesidad histórica. La construcción de sus organizaciones políticas, comienza por la moral comunista, que como decía Engels, presenta el futuro en la transformación del presente. El desarrollo y la extensión de la consciencia de clase en las luchas masivas son otras tantas expresiones del futuro operando en la trasformación presente. Y las formas de organización masiva de la clase solo son comprensibles en su totalidad en la perspectiva de aquello en lo que pueden llegar a convertirse.
Resumiendo: tenemos una clase cuya lucha, aun inconscientemente, afirma la posibilidad y la necesidad del futuro comunista. Y que, estando completa y universalmente negada, solo puede entenderse en cada momento y en la historia como un todo, en relación con ese futuro hecho presente por su lucha. Es decir, la relación particular del proletariado con el futuro es permanente y constante… incluso en los periodos más negros. Para nuestra clase no hay ya acomodo estable posible en la sociedad presente. El futuro lo es todo.