¿Vivimos en un patriarcado?
Equipo de Bitácora (M-L) - marzo 2021
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«Con el feminismo como factor aglutinador, surgen diversos movimientos socio-políticos y filosóficos que se han convertido en moda, logrando imponer sus debates y terminología a la sociedad. «Hetero-patriarcado», «micromachismos», «cultura de la violación», «hetero-patriarcado», «brecha salarial», «techo de cristal», «violencia de género», «espacios seguros» son términos que a todos nos resultan conocidos, sepamos o no sobre feminismo. El contenido que tienen todos estos conceptos o la connotación que le agrega el feminismo desde su lógica dan como resultado la inoculación de toda una serie de perjuicios y confusiones ideológicas entre la población, y esto, como ocurre con toda corriente de moda, acaba afectando también a los elementos que, a priori, gozan de una mayor formación política, los sectores más conscientes de la población. Esta situación, salvando las distancias, es reminiscente a la de los años 60, momento en que el maoísmo era tendencia en universidades, tertulias y movimientos políticos. Claro que, después de la sucesión de grandes polémicas ideológicas, el maoísmo perdió suficiente vigor como para captar la atención en general –y, sobre todo, para engañar a las capas más avanzadas–. Pero lo valiente era haberlo combatido cuando sus picos de popularidad estaban en alza, cuando, podemos decir, era la corriente mayoritaria entre algunos movimientos políticos de la población. Lo mismo ocurre con el feminismo. Por eso es hoy, y no mañana, cuando toca combatir a esta ideología.
El feminismo centra su discurso en el «patriarcado». Pero, al igual que muchos antifascistas con el «fascismo», o muchos nacionalistas con la «nación», no saben de lo que hablan, no tienen una definición científica, empíricamente constatable y de fácil comprensión para el público general. Lo único que hacen es lanzar fórmulas abstractas y místicas, conceptos producidos en masa e introducidos a toda prisa, como ocurriría en la cadena de montaje de una fábrica donde se trabaja a destajo. Esta falta de formación ideológica que tienen los miembros de estos movimientos es notable. Y la verdad es que no podemos esperar menos, porque en las organizaciones políticas, se centren en lo que se centren –nacionalismo, feminismo, reformismo, anarquismo, o todo ello a la vez–, lo que exigen aquí los «directores de producción» –los jefes de estas organizaciones– es poner en circulación rápidamente «mercancías» que inunden rápidamente el mercado, aunque no sean de calidad. Por eso no se preocupan de sus prestaciones –que en este caso sería la formación y desempeño del militante medio frente al público consumidor–. ¡Qué le vamos a hacer! Así operan ellos, es su naturaleza pequeño burguesa. Piensan que si no producen y lanzan tal «producto» en cadena –el militante incapacitado para toda tarea seria de agitación y propaganda– otro producto de la competencia –un militante de otra organización– será comprado y fidelizado por el consumidor –el público no politizado– en el mercado de las ideas políticas. La falta de originalidad y la precariedad de su producto merma sus ganancias, hace que el público no fidelizado siga comprando su mismo producto de siempre sin interesarse por el suyo –por ejemplo, la feminista sigue siendo feminista porque no ve nada atractivo en el antifeminismo que le ofrecen–, todo porque estos «artesanos» de la política no saben explicar las bonanzas y ventajas de su artículo si es que las tuviese –que en el caso de estos movimientos es algo dudoso–. De hecho, estos cuentistas son famosos por la «publicidad engañosa» hacia los trabajadores, y su confusión de ideas vendría a ser una «obsolescencia programada» que les condena a la ruina y escisión continua.
Mucha gente nacida en los años 80, a falta de un partido marxista-leninista que pusiera los puntos sobre las íes, se ha tragado sin problemas los diversos mitos cocinados desde las instituciones políticas y las universidades burguesas. Aquí tenemos de todo. Está, por ejemplo, el famoso discurso que asegura que «el feminismo no tiene nada que ver con una lucha de sexos», sino que defiende «la igualdad de hombres y mujeres». Otros, pese a considerar al feminismo como una rama «transversal» en lo político-filosófico, piensan seriamente que sus intereses multiclasistas y su eclecticismo ideológico son perfectamente conjugables con los lineamientos fundamentales tan definidos que tiene el marxismo. Los hay que plantean que «las marxistas del siglo XIX eran las feministas de hoy», adoptando el famoso «feminismo de clase» en el que funden feminismo y marxismo como si se tratase de una misma cosa. Por último, existen los oportunistas que conocen sobradamente que «feminismo y marxismo tienen diferencias irreconciliables», pero opinan que «es imposible ganar la batalla cultural» al feminismo y, por tanto, deberíamos plegarnos ante sus términos y no enfrentarlo frontalmente pudiendo así ganarnos mejor la atención de sus huestes. ¿Es todo esto cierto estas concepciones o estrategias respecto al feminismo? La respuesta corta es no. La respuesta larga la tiene el lector en el documento que brindamos a continuación.
Concepción espiritual y juegos de palabras idealistas para justificar el «sistema patriarcal»
«La universalización del «yo» masculino es uno de los fundamentos de la dominación patriarcal. Su masculinidad hegemónica afirma su objetividad. El hombre se presenta como término neutro, objetivo, sujeto universal fagocitando a la mujer. En el proceso de formación de dicho orden, el hombre ha construido un mundo narcisista creado a su propia imagen. (...) El concepto de virilidad y el linaje entronca con el concepto de «Honor» versus «Virginidad en la mujer». La mayoría de crímenes contra la mujer tienen este origen. Un problema actual y universal como son el maltrato a las mujeres y los crímenes de «honor» no se resolverán definitivamente sin extirpar antes la raíz del núcleo que lo genera. (...) A través de las «supervivencias culturales» esta subordinación de las mujeres se ve como natural y se torna, por tanto, invisible». (Dolors Reguant; Explicación abreviada del patriarcado, 2014)
¿«Honor», «linajes», ¿«virtud de la virginidad»? Reguant de verdad cree que la sociedad actual sigue correspondiéndose con la del cantar del Mío Cid. Esto es solo una pequeña muestra de las propuestas del feminismo. En España, los partidos políticos Unidas Podemos, PSOE, BNG, Bildu, CUP y también gran parte de las pequeñas organizaciones pseudomarxistas –los revisionistas– sostienen la idea de que existe un sistema «patriarcal» que se sustenta de «forma estructural». Ahora, resulta bastante cómico que sean incapaces de demostrarlo apoyándose en leyes, instituciones jurídicas, ni declaraciones del gobierno –pues la mayoría simpatizan y miman al movimiento feminista–, con lo cual esta declaración no deja de ser una mera expresión vacía, un acto de fe idealista y voluntarista, casi similar a las tesis «conspiranoicas» sobre las sociedades secretas que controlan en la sombra el sistema.
¿Cómo conciben este temible «sistema patriarcal» o «hetero-patriarcal»? En realidad, a veces parece que hablen de forma mística, como si se tratase de un ente que domina toda la sociedad contra el cual las feministas pretenden luchar, pero, a la vez, reclaman que es imposible no sucumbir de algún modo ante su omnipotencia. Por tanto, «todos, de alguna forma u otra, somos machistas». ¡Y se acabó! El concepto de «sistema patriarcal» podría equipararse al concepto falangista de «nación española» que tanto usan los chovinistas de nuestro país, quienes no tratan de analizar España a través de su fisionomía actual, sino de su idealización, de forma romántica, como si fuese algo por encima de las condiciones materiales. De este modo, para ellos, la «nación española» se presenta casi como un ente vivo y espiritual que domina la vida y destinos de los ciudadanos del Estado, por lo que todos, sin excepción, serían españoles a la fuerza. Por eso a los chovinistas les es irrelevante la economía, la historia o que, desde hace décadas, gran parte de los movimientos del Estado no se consideren ni se desempeñen como tal. ¿Y cómo justifican tanto el feminismo como el nacionalismo que existan voces discordantes? ¡Son alienadas o agentes del extranjero! Genial. Si en el siglo XVI la explicación de la Iglesia para las herejías de los científicos se basaba en que eran «obra del maligno», los idealistas del siglo XXI solo conciben como posibilidad la locura o la actuación de fuerzas ocultas enemigas como explicación para entender por qué el gran público les rechaza o se desilusiona con sus majaderías.
Pese a los datos que indican que hombres y mujeres tienen problemas que afectan de forma particular a cada uno, el feminismo ha construido un discurso donde la mujer sería la sierva del hombre por culpa del sistema político, la economía, la justicia y la «cultura heteropatriarcal», exigiendo que los hombres cediesen tales privilegios y abandonaran su esencia masculina actual.
«Buena parte de los hombres han manifestado una evolución muy limitada hacia un compromiso real con la igualdad. (…) Algunos hombres en cambio experimentan la vivencia de la presión de género para seguir ejerciendo la hegemonía, que acarrea crisis y frustración en algunos varones y hace necesaria la acción de deconstruir la masculinidad hegemónica y sus mandatos». (Gobierno de Navarra; El plan de coeducación 2017-2021 para los centros y comunidades educativas de Navarra)
Esto ya muestra, de base, la raíz ideológica utópico-reformista del feminismo. Si esto fuese real, si las mujeres vivieran en condiciones de semiesclavitud, ¿creen que los hombres cederían amablemente sus «privilegios»? ¿Desde cuándo los derechos se piden «por favor»? El feminismo contemporáneo parece desconocer hasta la propia lucha de las mujeres por el voto, la jornada laboral, el acceso a la educación, etc.
Antes de continuar, deberíamos aclarar ciertos términos:
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El feminismo utiliza indistintamente estos términos para potenciar sentimentalmente su relato, mientras que, por el contrario, olvida aplicar debidamente otros términos cuando la situación lo demanda. El problema lingüístico de estos colectivos acontece cuando se trata de presentar conceptos del pasado para el presente, otros inexistentes en toda la historia u otros hipotéticos para el futuro y, a partir de ahí, tomar todos ellos como algo verídico en el mundo actual. Un silogismo tan barato como antiguo. Todo idealista tiende a separar el lenguaje de su ligazón material, que es lo que le hace reflejar la existencia con veracidad; de la experiencia social, en la que se comprueba si tales estimaciones son correctas. Estos subjetivistas retuercen, manipulan y engañan sobre el significado de las palabras en aras de una nueva interpretación interesada. Para el charlatán, el lenguaje ha sido históricamente el mejor campo de pruebas para poder ensayar su filosofía de la sofistería ante el gran público. ¿Cómo? Fácil, engañando a propios y extraños con interpretaciones sesgadas sobre el significado de palabras y conceptos tanto cotidianos como de corte científico. Esta vuelta de tuerca, que cala poco a poco, sirve para imponer los nuevos dogmas. No sería posible que la gente que creyese que vivimos en el «patriarcado» de no ser porque esta palabra ha sido vaciada de su contenido original y sustituido por uno nuevo e irreal. Pero esto mejor lo dejaremos para el capítulo específico sobre lenguaje inclusivo.
¿Todos somos machistas, racistas u homófobos?
El mayor obstáculo para desarrollar una lucha por la conquista de cualquier anhelo no es, en realidad, el enemigo ideológico que se posiciona en contra de las transformaciones, sino, y en mayor medida, el elemento cultural y, en última instancia, la base económica que ha hecho posible la perpetuación de las concepciones que se combaten, incluso en uno mismo o en el grupo emancipador.
No olvidemos que, en la mayoría de casos, al ser educados en un sistema como el capitalista –que pese a su verborrea tiene muy poco de humanístico–, es normal que terminemos reproduciendo valores e ideas despreciables que son difíciles de disipar de nuestro comportamiento hasta el punto que el combate contra estas desviaciones puede prolongarse durante años. Esto no solo ocurre con la famosa cuestión del machismo, sino también con el pensamiento religioso, los prejuicios racistas y homófobos, el individualismo o en las formas de mando caciquiles.
Nada de esto quiere decir, como teorizan las feministas, que el machismo sea algo innato y algo generalizado en todo hombre, algo así como un «pecado original» con el que nace y está condenado a cargar en el mundo terrenal hasta que se gane la salvación tras una larga fase de «desconstrucción de la masculinidad», puesto que esa masculinidad, en función del contexto cultural, puede encerrar valores altamente positivos tanto como otros igualmente negativos, valores que variarán con el tiempo y las normas sociales. En caso que el sujeto haya adoptado valores objetivamente reaccionarios, bien puede superarlos con una educación tanto colectiva como individual –y no con la penitencia–. Por tanto, no hay fatalismos que valgan.
Tampoco podemos admitir la estupidez de que, para comprobar la superación o no de esas reminiscencias machistas, este individuo debe ser evaluado una serie de personas del género opuesto, es decir, mujeres. Esto tendría tanto sentido como afirmar que la evaluación del racismo de un sujeto debería ser llevada a cabo por un grupo de personas de otra raza. Al transigir con esto, aceptamos que la verdad la poseen solamente los colectivos diseminados por raza, sexo u otra variante estúpida, liquidando todo rastro de verdad objetiva, planteando juicios subjetivos, dando por hecho que, cuando hablamos de una cuestión concreta, es un colectivo definido por una serie de características genéticas el que tiene la capacidad de ser objetivo por encima del resto. Siguiendo esta lógica, tendría que existir una ciencia hecha por mujeres, o una ciencia hecha por hombres negros, recreando patrones sexistas y racistas.
Es por esto que hay que presentar batalla contra la estrategia maquiavélica del feminismo, que trata de distorsionar la verdad introduciendo la llamada «perspectiva de género» en ámbitos como la justicia o la educación. Con ella pretende que la verdad sea evaluada no a partir de hechos objetivos, sino de deseos y conceptos apriorísticos, esto es, el idealismo de toda la vida, los esquemas metales preconcebidos clásicos de toda ideología dogmática. Así, pues, se permite maquillar la verdad histórica cuando resulta dolorosa para su causa y hace proposiciones absurdas, como que la contribución de la mujer a la filosofía del siglo II aC es tan significativa como la de los hombres y debe de ser estudiada del mismo modo, exigiendo paridad. Aceptar esta imbecilidad es transigir con un postulado falso; comporta afirmar que la mujer tenía en el mundo antiguo un estatus económico y una libertad de oportunidad equivalente a la del hombre, lo que no solo es faltar a la verdad histórica, sino desarticular uno de sus rasgos principales: subrayar la desigualdad histórica que ha sufrido la mujer. Sería como si el marxismo reclamase el estudio de unos inexistentes filósofos provenientes de las clases oprimidas de la Antigua Grecia. Absurdo, ¿verdad? En el ámbito de la justicia vemos cómo se han intentado introducir, a veces con éxito, leyes que no juzgan en base a la tipificación del delito, sino en base a la malévola condición de género del victimario, de si éste es un hombre o una mujer, aplicándose una pena mayor o menor en consecuencia.
Centrándonos estrictamente en la hipotética mentalidad machista de un hombre, habría que analizar la influencia que han ejercido los valores de las diferentes esferas sociales donde se ha relacionado y se relaciona, algo que va desde el ámbito institucional hasta la alcoba. Pero el nivel de machismo –o de racismo– es algo que varía según el lugar en el que se cría el sujeto, dependiendo también del resto de influencias sociales, como la familia y las amistades. Tampoco debemos olvidar que estos valores, incluso en periodos donde son dominantes y casi incuestionables, pueden ser asimilados o repudiados según la personalidad que ha ido construyendo, de otra manera hablaríamos de sujetos pasivos.
«¿Pero si no vamos a ir en contra de la corriente popular de tonterías momentáneas, ¿qué demonios es nuestro trabajo?». (Friedrich Engels; Carta a Laura Lafargue, 4 de febrero de 1889)
El sexismo es un elemento superestructural que también se ha nutrido de otros componentes de la cultura –especialmente de la religiosa–, que hacen que el mismo sujeto considere que esta es la forma natural de relación entre los dos sexos dado su carácter normalizado hasta el punto que cualquier desviación o reinterpretación de estas relaciones son consideradas por un amplísimo sector social como una subversión de un «orden superior», natural o divino. Debemos entender que el sexismo puede ser transmitido indistintamente por todos los sujetos sociales –hombres y mujeres–, especialmente en el núcleo familiar, en donde individualmente asistimos, por primera vez, al reparto del desempeño social. Allí se nos determina qué cosas son socialmente aceptables y esperables de cada sujeto en relación a su condición sexual, sin olvidar el rol vertebrador que ejercen las escuelas.
El hombre bien puede ser hembrista, y la mujer machista, esto tampoco es un imposible, y es algo que, generalmente, nace de un acomplejamiento debido a la intervención de factores antes expuestos. Un hombre bien puede sentir vergüenza de la actitud machista de sus congéneres, lo que, sumado a su necesidad de buscar validación en su entorno social femenino, hace el resto –y para ello realizará todo tipo de exorcismos para convencer a su grupo «feminizado» de que él es «diferente»–. Del mismo modo, la mujer puede sentir un desdén por su núcleo social femenino –por sus defectos–, mientras –en cambio– desarrolla una cada vez mayor comodidad y admiración dentro de sus modelos y lazos sociales masculinos, algo que bien puede derivar con el tiempo en una mentalidad machista hacia las mujeres –sin que ni siquiera eso tenga que significar infravalorarse a sí misma–. Que en ambos casos ficticios –pero tan cotidianos– nuestros personajes deriven luego en una misandria y una misoginia no sería descartable.
La misoginia, propiamente, es la aversión u odio a las mujeres, como ya hemos dicho. Esto no consiste en ser simplemente partidario del predominio del hombre sobre la mujer, como ocurre con el machismo, sino en posiciones más extremas, como que el hombre desea liberarse de cualquier tipo de cooperación o coexistencia con el género femenino, ya que lo considera perjudicial, repugnante o peligroso. Para el misógino, la mujer y el concepto de formar una familia con ella es considerado, en el mejor de los casos, como un castigo, y es algo que debe ser rechazado siempre que sea posible. En otros, es aceptado como un mal necesario impuesto por la norma social, de ahí su poca dedicación a la vida familiar con su cónyuge.
Tenemos que explicar todo esto porque muchas veces las feministas, aunque no pueden llevar a ignorar todos estos casos hacen la oportuna distinción entre cuando un hombre es machista –según ellas, por su «esencia opresora» como hombre– y cuando una mujer es machista –según ellas por que vive «alineada» y engañada–. Descartando así de golpe y plumazo cualquier tipo de voluntad o capacidad de razonamiento de dichos individuos en ninguno de los dos ejemplos, siendo presas de un doble rasero muy ridículo. Para ellas el factor social o la presión ideológica es el pretexto para exculpar a la mujer de toda responsabilidad: la mujer que jalea y vota a los grupos conservadores es una «pobre alienada engañada» pero «por culpa del patriarcado», pero en el caso del hombre su conservadurismo político o moral es la prueba inequívoca de «su colaboración en todo el entramado que oprime a las mujeres», de su «inclinación reaccionaria por naturaleza». Es más, hay feministas que la única concesión que hacen al hombre es reconocer que existen algunos que «en el fondo les gustaría dejar de ser como son», pero «como ocurre la mayoría de ellos, «son cobardes y no tienen salvación» por lo que seguirían siendo machistas hasta el Día del Juicio Final. ¿Ya entiende el lector cómo va la película? El feminismo trata a las mujeres como niñas inconscientes y a los hombres como cavernícolas irracionales. Pero, por supuesto, este tipo de comentarios suyos no denotan un hembrismo o misandria latente, son nuestras «gafas de visión hetero-patriarcal» las que distorsionan la realidad.
Última edición por lolagallego el Dom Mar 07, 2021 8:14 pm, editado 1 vez