El peronismo pese a su discurso «revolucionario» fue el gobierno de la patronal
Equipo de Bitácora (M-L) - año 2021
extractos de: ¿Perón, el fascismo a la argentina? - publicado por Bitácora (M-L) en 2020
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«En el ámbito interno, lo más llamativo fue que el gobierno reaccionario argentino, surgido del golpe de Estado del 4 de junio de 1943, se atrevió a disolver los sindicatos como el CGT Nº2 –dominado por socialistas y comunistas–, permitiendo mantener a la sindical más afín a la patronal, la CGT N.º 1, y estableciéndose los primeros nexos entre el régimen militar y una sindical única, base de lo que luego sería el peronismo, caracterizado por el fuerte control del sindicato único y la represión de las disidencias.
«El PC caracterizó el golpe, en el momento, como pro-fascista y reaccionario. La embestida anticomunista del gobierno se evidenció de inmediato, a los días se produjo el cierre del diario La Hora y luego de una reunión del ministro del Interior con los dirigentes socialistas de la CGT Nº2, Francisco Pérez Leirós y Ángel Borlenghi, con quienes compartían la dirección, se ordenó su disolución. A ello sobrevino la detención de los principales dirigentes sindicales comunistas entre los que se encontraron José Peter, Pedro Chiarante, Luis Fiori, Salvador Dell´Aquila y Jorge Michellón. Las declaraciones del ministro del Interior Gilbert sobre la destrucción de las organizaciones comunistas y el decreto de reglamentación de las asociaciones profesionales posibilitaron por un lado, que el gobierno se hiciera con el control de los sindicatos y, por otro lado, que la ahora única CGT pudiese absorber a todo el gremialismo». (Diego Ceruso y Silvana Staltari; El Partido Comunista argentino y su estrategia sindical entre 1943 y 1946, 2018)
El cargo más importante para Perón en este gobierno fue, sin duda, la Secretaría de Trabajo de la Nación, desde la que impulsó alguna de las reivindicaciones históricas del sindicalismo argentino para ganarse su confianza, configurando el clásico discurso de que, más allá de las ideologías, hay que tratar de buscar el equilibrio entre las partes para lograr un bienestar social de los ciudadanos de la nación; es decir, basaba su discurso en el reformismo, en un cristianismo social mezclado con el sindicalismo amarillo patronal:
«Pienso que el problema se resuelve de una sola manera: obrando conscientemente para buscar una perfecta regulación entre las clases trabajadoras, medias y capitalistas, procurando una armonización perfecta de fuerzas, donde la riqueza no se vea perjudicada, propendiendo por todos los medios a crear un bienestar social, sin el cual la fortuna es un verdadero fenómeno de espejismo que puede romperse de un momento a otro. Una riqueza sin estabilidad social puede ser poderosa, pero será siempre frágil, y ese es el peligro que, viéndolo, trata de evitar por todos los medios la Secretaría de Trabajo y Previsión. (...) Hasta ahora estos problemas han sido encarados por una verdadera lucha. Yo no creo que la solución de los problemas sociales esté en seguir la lucha entre el capital y el trabajo. Ya hace más de sesenta años, cuando las teorías del sindicalismo socialista comenzaron a producir sus frutos en esa lucha, opiniones extraordinariamente autorizadas, como la de Mazzini y la de León XIII, proclamaron nuevas doctrinas, con las cuales debía desaparecer esa lucha inútil». (Juan Domingo Perón; Discurso de la bolsa de comercio, 25 de agosto de 1944)
En suma, aceptar ser peronista siendo asalariado suponía algo así como que la burguesía peronista considerara a uno ampliamente conforme al servicio de los proyectos del caudillo, siendo que el servidor no diría otra cosa que «amén» como un esclavo.
En otra ocasión dijo, sin miramientos, que su objetivo era:
«La armonía entre el capital y el trabajo, extremos inseparables del proceso de la producción, es condición esencial para el desarrollo económico del país, para el desenvolvimiento de sus fuerzas productivas y el afianzamiento de la paz social. (...) Buscamos superar la lucha de clases, suplantándola por un acuerdo justo entre obreros y patrones, al amparo de la justicia que emana del Estado». (Juan Domingo Perón; Discurso, 1 de noviembre de 1943)
A su vez se arremetía contra cualquier discurso que fuese enfocado en mayor o menor medida en promoción de la lucha de clases:
«En referencia a los elementos de «ideologías extrañas» como Perón identificaba al socialismo y al comunismo y que denunciaba como «los falsos apóstoles que se introducen en el gremialismo para medrar con el engaño y la traición a las masas, y las fuerzas ocultas de perturbación del campo político internacional». (Diego Ceruso y Silvana Staltari; El Partido Comunista argentino y su estrategia sindical entre 1943 y 1946, 2018)
El ideario peronista, o también llamado justicialista, pese a sus peroratas «revolucionarias» frente a los partidos conservadores, deslucía de inmediato cuando era colocado frente a los movimientos más a su izquierda, mostrándose en una posición intermedia y demagógica, la cual no satisfacía totalmente a nadie pero que a la vez dejaba una puerta abierta para que todos simpatizasen con algo de lo que decía. En realidad, su ideario se iba a parecer mucho a una concepción político-social de lo que Marx denominó el «socialismo burgués o conservador». Estos no eran ciegos ante los problemas sociales, pero su programa de reformas no iba más allá del modelo actual como prometían una y otra vez. Se podía resumir en aquello de «cambiar todo para que nada cambie», lo suyo, de poder concretarse, iba a ser un lavado de cara al sistema muy insulso, pero eso sí, muy bien decorado con la propaganda:
«La segunda categoría consta de partidarios de la sociedad actual, a los que los males necesariamente provocados por ésta inspiran temores en cuanto a la existencia de la misma. Ellos quieren, por consiguiente, conservar la sociedad actual, pero suprimir los males ligados a ella. A tal objeto, unos proponen medidas de simple beneficencia; otros, grandiosos planes de reformas que, so pretexto de reorganización de la sociedad, se plantean el mantenimiento de las bases de la sociedad actual y, con ello, la propia sociedad actual. Los comunistas deberán igualmente combatir con energía contra estos socialistas burgueses, puesto que éstos trabajan para los enemigos de los comunistas y defienden la sociedad que los comunistas quieren destruir». (Karl Marx y Friedrich Engels; Principios del comunismo, 1847)
Más ampliamente, el marxismo dijo de este tipo de corrientes:
«Una parte de la burguesía desea mitigar las injusticias sociales, para de este modo garantizar la perduración de la sociedad burguesa. Se encuentran en este bando los economistas, los filántropos, los humanitarios, los que aspiran a mejorar la situación de las clases obreras, los organizadores de actos de beneficencia, las sociedades protectoras de animales, los promotores de campañas contra el alcoholismo, los predicadores y reformadores sociales de toda laya. (...) Los burgueses socialistas considerarían ideales las condiciones de vida de la sociedad moderna sin las luchas y los peligros que encierran. (...) Es natural que la burguesía se represente el mundo en que gobierna como el mejor de los mundos posibles. El socialismo burgués eleva esta idea consoladora a sistema o semisistema. Y al invitar al proletariado a que lo realice, tomando posesión de la nueva Jerusalén, lo que en realidad exige de él es que se avenga para siempre al actual sistema de sociedad, pero desterrando la deplorable idea que de él se forma. Una segunda modalidad, aunque menos sistemática bastante más práctica, de socialismo, pretende ahuyentar a la clase obrera de todo movimiento revolucionario haciéndole ver que lo que a ella le interesa no son tales o cuales cambios políticos, sino simplemente determinadas mejoras en las condiciones materiales, económicas, de su vida. Claro está que este socialismo se cuida de no incluir entre los cambios que afectan a las «condiciones materiales de vida» la abolición del régimen burgués de producción, que sólo puede alcanzarse por la vía revolucionaria; sus aspiraciones se contraen a esas reformas administrativas que son conciliables con el actual régimen de producción y que, por tanto, no tocan para nada a las relaciones entre el capital y el trabajo asalariado, sirviendo sólo –en el mejor de los casos– para abaratar a la burguesía las costas de su reinado y sanearle el presupuesto». (Karl Marx y Friedrich Engels; El Manifiesto Comunista, 1848)
La propia Eva Perón, esposa e icono sumamente importante del movimiento, proclamaba:
«Pensamos también que precursores fueron, sin duda, otros hombres extraordinarios de la jerarquía de los filósofos, de los creadores de religiones o reformadores sociales, religiosos, políticos, y también de los conductores. Y yo digo precursores del peronismo. (...) El Peronismo y el comunismo se encontraron por primera vez el día en que Perón decidió que debía realizarse en el país la Reforma Social, estableciendo al mismo tiempo que la Reforma Social no podía realizarse según la forma comunista». (Eva Perón; Historia del peronismo, 1952)
Históricamente, el marxismo ha demostrado que esto solo es un engaño que se vierte sobre las masas explotadas para desviarlas de sus propósitos de emancipación social:
«Los defensores burgueses y revisionistas del Estado capitalista presentan la nacionalización de ciertos sectores económicos, del transporte, etc., como un signo de «transformación» del sistema capitalista. Según ellos, este proceso de «transformación» puede ir aún más lejos si el proletariado se vuelve «razonable» y «moderado» en sus reivindicaciones, si obedece a los partidos políticos traidores y a los sindicatos manipulados por éstos. Estos «teóricos» son reformistas porque, a través de las reformas, pretenden transformar el Estado capitalista en Estado socialista. El capital ha introducido reformas estructurales en diversos países capitalistas, revisionistas imperialistas, pero ellas no han conducido a la victoria de la revolución y de los revolucionarios, al contrario, han creado precisamente la situación que ha salvado el capital de su destrucción y ha protegido a la clase explotadora de sus sepultureros. (...) Nuestra teoría marxista-leninista ha demostrado con la máxima claridad que es imposible ir a la sociedad socialista no rompiendo los marcos del régimen capitalista, que esa meta se alcanza destruyendo hasta sus fundamentos ese régimen y sus instituciones, instaurando el poder del proletariado, dirigido por su vanguardia, el partido comunista marxista-leninista». (Enver Hoxha; La democracia proletaria es la democracia verdadera; Discurso pronunciado en la reunión del Consejo General del Frente Democrático de Albania, 20 de septiembre de 1978)
He aquí, resumida en breves palabras –aunque les duela a algunos– la base de la demagogia politiquera del peronismo, un reformismo burgués que pretendía una armonización de clases contrapuestas y antagónicas, como son la burguesía y el proletariado. Aquí tenemos la razón del qué ridículo en que se tornaron todos los movimientos de «izquierda» latinoamericanos –incluso los autodenominados «marxistas»– que hacían del infame peronismo su bandera para la revolución y, de Perón, su amado «líder y guía» hacia el ansiado «socialismo».
El discurso del peronismo no se diferencia, por tanto, del de cualquier politicastro del sistema capitalista, aunque hace especial énfasis en tomar las organizaciones de masas como los sindicatos, siendo estos la base para «arreglar» los fallos de la sociedad capitalista, a diferencia de otras corrientes, que enfatizan su organización en grandes partidos de masas, el manejo de las reglas electorales y los arreglos parlamentarios, que en el caso del peronismo eran asumidos pero vistos como algo secundario, un mal aceptado, incluso, un obstáculo a eliminar, cumpliendo así con la visión fascista del sindicalismo y su rol en contraposición con el partido burgués y el libre juego parlamentario liberal.
Perón reconocería que el sindicalismo era la base del peronismo, siendo el partido peronista un defecto necesario dadas las reglas del sistema electoral parlamentario que todavía no podía derrocar:
«En este sentido siempre hemos procedido así en el Movimiento Justicialista, dentro del cual el movimiento sindical representa, sin duda alguna, su columna vertebral. Es el movimiento sindical el que mantiene enhiesta nuestra organización. Eso ha sido desde el primer día en que el Justicialismo puso en marcha su ideología y su doctrina. De manera que esto no es nuevo para nadie. (…) Hay que darse cuenta que nosotros no somos un partido político. Nosotros somos un movimiento nacional que, por el contrario, tiende hacia la universalización». (Juan Domingo Perón; Discurso, 8 de noviembre de 1973)
En sus inicios, explicaría así a las élites explotadoras el motivo por el que el sindicalismo era el eje del peronismo/justicialismo y era positivo para sus intereses:
«Todavía hay hombres que se asustan de la palabra sindicalismo. (...) Es un grave error creer que el sindicalismo obrero es un perjuicio para el patrón. En manera alguna es así. Por el contrario, es la forma de evitar que el patrón tenga que luchar con sus obreros. (...) Es el medio para que lleguen a un acuerdo, no a una lucha. (...) Así se suprimen las huelgas, los conflictos parciales, aunque, indudablemente, las masas obreras pasan a tener el derecho de discutir sus propios intereses, desde una misma altura con las fuerzas patronales, lo que, analizado, es de una absoluta justicia». (Juan Domingo Perón; Discurso de la bolsa de comercio, 25 de agosto de 1944)
¿A qué nos recuerda esto? A uno de los máximos teóricos del fascismo. Veamos lo que decía uno de los más radicales líderes del fascismo español:
«La lucha de clases sólo puede desaparecer cuando un poder superior someta a ambas a una articulación nueva, presentando unos fines distintos a los fines de clase como los propios y característicos de la colectividad popular. (...) Las corporaciones, los sindicatos, son fuentes de autoridad y crean autoridad, aunque no la ejerzan por sí, tarea que corresponde a los poderes ejecutivos robustos. Pues sobre los sindicatos o entidades colectivas, tanto correspondientes a las industrias como a las explotaciones agrarias, se encuentra la articulación suprema de la economía, en relación directa con todos los demás altos intereses del pueblo». (Ramiro Ledesma; Frente al marxismo, 6-VI-1931)
Si leemos con atención a los teóricos o gobernantes fascistas –como a los franquistas en España– veremos que esta concepción y función «corporativista» de «acuerdos» entre el patrón y el proletario a través del sindicato único son, en esencia, las mismas que preconizó después el peronismo:
«Este periodo de crecimiento. (...) Es la consecuencia de la paz social lograda por el Movimiento Nacional, que se ha mantenido inconmovible pese a la contumacia de un enemigo externo que no cesa en sus ataques, gracias a las virtudes de un pueblo que se ha encontrado a sí mismo. (...) A una organización sindical que, asociando a los tres elementos de la producción, empresarios, técnicos y obreros, resuelve en su seno, al menos en primera instancia, los conflictos laborales, sustituyendo la violencia por el diálogo». (Luis Carrero Blanco; Discurso retransmitido en Televisión Española, 1 de abril de 1964)
Como apuntan algunos, pese a sus bandazos ideológicos, este fue uno de los vagos principios del peronismo que nunca fueron alterados:
«Los militares, el ejército que cuida, los sindicatos, ejércitos que producen, y la Iglesia, respetada durante los primeros años del gobierno como fuente de poder moral, remplazaban de hecho al Parlamento como representantes de la sociedad ante un Estado tutor. (...) La visión corporativista era uno de los pocos rangos del pensamiento peronista que se mantendría inalterable para moldear esa concepción del poder. Los azares de la carrera militar lo habían destinado a Italia durante el apogeo de Mussolini, época en que los encantos del sistema corporativista eran difíciles de resistir. En Turín, Perón había tomado cursos de economía política fascista, que según él mismo admitiría mucho después, forjaron su concepción del problema obrero». (Pablo Gerchunoff y Lucas Llach; El ciclo de la ilusión y el desencanto: un siglo de políticas económicas argentinas, 2003)
En ese intento de equidistancia entre los dos grandes bloques, los grupos revolucionarios y progresistas y los grupos más tradicionales y conservadores, el peronismo aparentaba no ser ni de «izquierdas» ni de «derechas», no ser ni siquiera un partido, solo un «humilde servidor de la nación» que, precisamente, permitiría «superar estas tristes divisiones partidistas o ideológicas», estos cataclismos sociales tan característicos del país en su historia reciente:
«[El justicialismo] es un movimiento nacional, eso ha sido la concepción básica. No somos, repito, un partido político, somos un movimiento, y como tal no representamos intereses sectarios ni partidarios, presentamos sólo los intereses nacionales». (Juan Domingo Perón; Discurso ante los representantes de la Convención Constituyente, 1949)
¿A qué suena esta declaración? Al rancio falangismo. Ese que, con sus bonitas promesas de «íntegra renovación nacional» y asegurar no ser «clasista», casualmente era financiado por banqueros y representado en el parlamento por marqueses:
«El movimiento de hoy, que no es de partido, sino que es un movimiento, casi podríamos decir un antipartido, sépase desde ahora, no es de derechas ni de izquierdas. Porque en el fondo, la derecha es la aspiración a mantener una organización económica, aunque sea injusta, y la izquierda es, en el fondo, el deseo de subvertir una organización económica, aunque al subvertiría se arrastren muchas cosas buenas. (…) Sepan todos los que nos escuchan de buena fe que estas consideraciones espirituales caben todas en nuestro movimiento». (José Antonio Primo de Rivera; Discurso pronunciado en el Teatro de la Comedia de Madrid, el día 29 de octubre de 1933)
No por casualidad los falangistas hicieron gran publicidad a Perón. Emilio Romero, director del diario Pueblo, diría en una entrevista sobre su amistad con Perón:
«E.P.: Aseguran que Perón dijo alguna vez que Pueblo era el mejor diario peronista que él había leído ¿Usted piensa lo mismo?
E.R.: No solamente es verdad que lo dijo Perón [véase la carta de P. a E. R. del 23 de agosto de 1965] sino que conservo la carta autógrafa del General en la que dijo exactamente eso. Pero al referirse al peronismo del periódico Pueblo no hace otra cosa que reconocer la identidad o proximidad de la línea ideológica de este periódico bajo mi dirección. [...]
E.P.: ¿Qué similitud y qué diferencia encuentra usted entre el nacional-sindicalismo y el justicialismo?
E.R.: El nacional-sindicalismo intentó ser una revolución desde arriba, y el justicialismo quería ser una revolución desde abajo». (Esteban Peicovich: El ocaso de Perón, Buenos Aires 2007)
Es decir, Perón consideraba que Pueblo, el periódico de Falange, era peronista, y su director, más allá del mayor apoyo social del que gozaba el justicialismo, no veía diferencias significativas entre falangismo y peronismo.
Última edición por lolagallego el Lun Feb 22, 2021 1:02 pm, editado 1 vez