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«El estudio del peronismo es casi una asignatura obligada para todos los revolucionarios ya que fue la quintaesencia del populismo, el falso antiimperialismo y el anticomunismo. Tarea verdaderamente hercúlea en Argentina, ya que es una cuestión todavía muy arraigada entre la sociedad aún dividida en peronistas y antiperonistas, una tarea que entre los trabajadores todavía está muy pendiente gracias a las ilusiones y conciliaciones que los pretendidos «revolucionarios» argentinos tuvieron con el peronismo hasta sus últimos coletazos –véase el caso de Montoneros, FAR, PRT y otros– con su seguidismo e ilusión con algunos sectores del peronismo en diferentes etapas; y por supuesto también este problema del peronismo ha sido causado debido a la ineficacia de los revolucionarios antiperonistas a la hora enfrentarse al mismo, no siendo capaces de explicar metódicamente su carácter de forma que lo entendiesen los trabajadores. Todo esto fueron consecuencias normales objetivamente hablando, debido a la falta de figuras y organizaciones marxista-leninistas de peso, como pasó y pasa actualmente en otros tantos países con muchas otras tantas cuestiones y mitos.
Tengamos en cuenta que el peronismo ha tenido y sigue irradiando una influencia directa en los movimientos latinoamericanos del siglo XXI. Hemos visto desde Cristina Fernández de Kirchner, Fidel Castro, Hugo Chávez hasta pasando por Macri como gente que se han presentado como peronistas. La base ecléctica y demagógica del peronismo puede ser vista como una especie de maoísmo, donde la «izquierda» y derecha burguesa en Argentina y fuera de ella puede reivindicar y utilizar su discurso indistintamente. He aquí una anécdota que explica el eclecticismo y a la vez la influencia del fenómeno peronista:
«Los 70 años del peronismo se dividen en dos partes exactas: 35 años en el gobierno y 35 años en la oposición. De ellos, 18 años de proscripción y resistencia y 7 en democracia. De los últimos 32 años de democracia, el peronismo gobernó 23; de los seis últimos presidentes, cuatro fueron peronistas. Pero además, hubo siempre varios peronismos, que fueron sedimentando década tras década. Hubo un peronismo «histórico» y tradicionalista, que se combinó –y confrontó- con otro «revolucionario». En los años 60 y 70 esta coexistencia estalló con violencia, con situaciones de verdadera guerra civil. Hubo luego un peronismo «renovador», de tinte socialcristiano, y otro populista que derivó con Menem en neoliberal. Finalmente, el componente populista viró hacia el nacionalismo estatalista con Néstor y Cristina Kirchner. Cada uno de ellos engendró su propia oposición, dentro y fuera de sus amplios perímetros. Hubo así, en cada etapa, un peronismo que se opuso a los peronismos en el poder, de tal modo que ante cada declinación de unos siempre hubo otros que se dispusieron a sucederlos disputando la representación del «verdadero peronismo». Como lo señaló uno de sus principales historiadores, Juan Carlos Torre, «en el peronismo hay un alma permanente y un corazón contingente». De tal modo, el famoso apotegma de Perón, respondiendo a una inquietud periodística mantiene su actualidad: «¿General, cómo se divide el panorama político argentino? Mire, hay un 30% de radicales, lo que Uds. entienden por liberales. Un 30% de conservadores y otro tanto de socialistas. Pero, General, ¿y dónde están los peronistas? ¡Ah, no, peronistas son todos!». (Fabián Bosoer; El 17 de octubre de 1945, 2015)
Nosotros pretenderemos refutar al peronismo contraponiendo su discurso con la práctica, y sobre todo, aclarando todas las cuestiones desde la óptica marxista.
Entre tanto por este panorama, ¿qué servicio «internacionalista» nos brinda el el «Movimiento Político de Resistencia» respecto a esta cuestión tan interesante y apremiante para el movimiento obrero? Pues como siempre hacer un seguidismo a la propaganda de turno, en este caso la peronista, como no podía ser de otro modo.
«Sin ninguna duda, el gobierno de Perón significó una auténtica revolución, y la importancia de la misma quedó de resalto, cuando la delegación argentina que viajó a la URSS. (...) Pero, ¿qué clase de revolución era esa? Era una revolución burguesa que había desplazado a la vieja y parasitaria oligarquía rural vinculada a los frigoríficos ingleses y al negocio de la carne. Esos frigoríficos manejaban el principal renglón de la economía nacional, y fueron nacionalizados, y en la provincia de Buenos Aires, se crearon los frigoríficos regionales, que pertenecían al estado provincial, y que estaban gestionados por el ministerio de asuntos agrarios como medida de protección a los pequeños ganaderos. Pero, ¿dónde estaba la «izquierda» argentina durante los gobiernos de Perón? Estaba enfrentada al gobierno peronista en un ejercicio de torpeza y ceguera absoluta. La clase obrera estaba masivamente apoyando a Perón y su gobierno y el Partido Comunista Argentino acusaba a Perón de fascista, aplicando categorías impropias de un país dependiente como era Argentina en esos tiempos. Mientras tanto, por la red ferroviaria nacional circulaban trenes arrastrados por las locomotoras soviéticas que llevaban en su frente una estrella roja, que era un emblema de la URSS. Ese era el gobierno fascista de Perón». (Movimiento Político de Resistencia; El proyecto antimperialista de Perón y sus relaciones con la URSS, 9 de enero de 2018)
Lo que nos quedaba por ver de estos señores «revolucionarios»: de los creadores de «Rusia es un bastión antiimperialista» y «Putin no es nacionalista burgués» como vimos [aquí], la nueva película producida por los restos del PCE (r) es seguir el cuento de que «Peron era antiimperialista» y su llegada al poder y sus reformas suponían una aproximación hacia la «revolución» que solo debía ser impulsada para que pudiera ser profundizada. ¡Claro que sí señores! ¡La revolución justicialista como decían los peronistas de izquierda más ilusos! Ahora se entienden todas las vacilaciones que los restos del PCE (r) y sus simpatizantes tienen sobre otras experiencias nacionalistas-burguesas y tercermundistas como el chavismo, el castrismo o el maoísmo, a los cuales siempre han aplaudido sin el más mínimo criticismo, calificándolo de antiimperialista pese a su dependencia y sumisión a todos los imperialismos habidos y por haber.
Aquí se tipifica que Perón y el peronismo era todo eso porque: a) se realizaron nacionalizaciones; b) la delegación fue recibida por Stalin; c) la delegación logró comerciar con la URSS; d) el peronismo no podía ser un movimiento fascista o filofascista porque Argentina no tenía un alto nivel de desarrollo; e) gran parte de la clase obrera seguía a Perón.
Estos clásicos mitos del peronismo sumados a otros nuevos con un tinte pseudorevolucionario contenidos en este extracto que ha publicado el PCE (r), merecen una amplia explicación. Intentaremos que la explicación sea lo más ordenada posible, desglosando los temas en su íntima conexión.
1) Pero primero de todo, ¿de dónde provenía el peronismo? En Argentina tras una década de la llamada «década infame» de diversos pucherazos electorales, se produjo un golpe de Estado militar el 4 de junio de 1943, encabezado por el Grupo de Oficiales Unidos (GOU), una organización militar secreta que aspiraba a un nacionalismo que mantuviese neutral a Argentina en la Segunda Guerra Mundial y a evitar que el incipiente y poderoso movimiento obrero fuese captado por corrientes comunistas o anarquistas. En dicho gobierno, Juan Domingo Perón era el secretario general del reaccionario General Farrel, el cual se caracterizó por retrasar a toda costa la declaración de guerra contra los países del Eje –principalmente Alemania, Italia, Japón– en lo externo por miedo a elegir el bando perdedor de los aliados al inicio, y después cuando la URSS cambió el curso de la guerra, por miedo a que sus barcos y bienes comerciales pudieran ser afectados entre otros por los submarinos alemanes, para aquel entonces los partidos opositores –socialistas, radicales, comunistas, anarquistas– y la prensa extranjera –incluyendo la estadounidense– tachaba al gobierno como filonazi, no sin razón, pues incluso había permitido desfiles en apoyo al nazismo antes y durante la contienda, finalmente declaró la guerra a Alemania y Japón en mayo de 1945 con la primera ya derrotada y la segunda cercada por los Aliados –principalmente EEUU y la URSS–. En el ámbito interno lo más llamativo para nuestra historia fue el hecho de que dicho gobierno reaccionario se atrevió a disolver en junio de 1943 sindicatos como el CGT Nº2 –dominado por socialistas y comunistas–, permitiendo mantener a la sindical más afín a la patronal como era la CGT N.º 1, y estableciéndose los primeros nexos entre el régimen militar y una sindical única, base de lo que sería luego el peronismo con un fuerte control del sindicato único y la represión de las disidencias.
Sin duda el cargo más importante para Perón fue la Secretaría de Trabajo de la Nación impulsando alguna de las reivindicaciones históricas del sindicalismo argentino para ganarse su confianza, configurando el clásico discurso de que más allá de las ideologías hay que tratar de buscar el equilibrio entre las partes, para lograr un bienestar social de los ciudadanos de la nación; es decir basaba su discurso en el reformismo, en un cristianismo social mezclando con sindicalismo amarillo:
«Pienso que el problema se resuelve de una sola manera: obrando conscientemente para buscar una perfecta regulación entre las clases trabajadoras, medias y capitalistas, procurando una armonización perfecta de fuerzas, donde la riqueza no se vea perjudicada, propendiendo por todos los medios a crear un bienestar social, sin el cual la fortuna es un verdadero fenómeno de espejismo que puede romperse de un momento a otro. Una riqueza sin estabilidad social puede ser poderosa, pero será siempre frágil, y ese es el peligro que, viéndolo, trata de evitar por todos los medios la Secretaría de Trabajo y Previsión. (...) Hasta ahora estos problemas han sido encarados por una verdadera lucha. Yo no creo que la solución de los problemas sociales esté en seguir la lucha entre el capital y el trabajo. Ya hace más de sesenta años, cuando las teorías del sindicalismo socialista comenzaron a producir sus frutos en esa lucha, opiniones extraordinariamente autorizadas, como la de Mazzini y la de León XIII, proclamaron nuevas doctrinas, con las cuales debía desaparecer esa lucha inútil». (Juan Domingo Perón; Discurso de la bolsa de comercio, 25 de agosto de 1944)
En otra ocasión dijo sin miramientos que su objetivo era:
«La armonía entre el capital y el trabajo, extremos inseparables del proceso de la producción, es condición esencial para el desarrollo económico del país, para el desenvolvimiento de sus fuerzas productivas y el afianzamiento de la paz social. (...) Buscamos superar la lucha de clases, suplantándola por un acuerdo justo entre obreros y patrones, al amparo de la justicia que emana del Estado». (Juan Domingo Perón; Discurso, 1 de noviembre de 1943)
El ideario peronista o también llamado justicialista, se va a parecer mucho a una concepción social de lo que Marx denominó el socialismo burgués o conservador:
«La segunda categoría consta de partidarios de la sociedad actual, a los que los males necesariamente provocados por ésta inspiran temores en cuanto a la existencia de la misma. Ellos quieren, por consiguiente, conservar la sociedad actual, pero suprimir los males ligados a ella. A tal objeto, unos proponen medidas de simple beneficencia; otros, grandiosos planes de reformas que, so pretexto de reorganización de la sociedad, se plantean el mantenimiento de las bases de la sociedad actual y, con ello, la propia sociedad actual. Los comunistas deberán igualmente combatir con energía contra estos socialistas burgueses, puesto que éstos trabajan para los enemigos de los comunistas y defienden la sociedad que los comunistas quieren destruir». (Karl Marx y Friedrich Engels; Principios del comunismo, 1847)
Más ampliamente, el marxismo dijo de este tipo de corrientes:
«Una parte de la burguesía desea mitigar las injusticias sociales, para de este modo garantizar la perduración de la sociedad burguesa. Se encuentran en este bando los economistas, los filántropos, los humanitarios, los que aspiran a mejorar la situación de las clases obreras, los organizadores de actos de beneficencia, las sociedades protectoras de animales, los promotores de campañas contra el alcoholismo, los predicadores y reformadores sociales de toda laya. (...) Los burgueses socialistas considerarían ideales las condiciones de vida de la sociedad moderna sin las luchas y los peligros que encierran. (...) Es natural que la burguesía se represente el mundo en que gobierna como el mejor de los mundos posibles. El socialismo burgués eleva esta idea consoladora a sistema o semisistema. Y al invitar al proletariado a que lo realice, tomando posesión de la nueva Jerusalén, lo que en realidad exige de él es que se avenga para siempre al actual sistema de sociedad, pero desterrando la deplorable idea que de él se forma. Una segunda modalidad, aunque menos sistemática bastante más práctica, de socialismo, pretende ahuyentar a la clase obrera de todo movimiento revolucionario haciéndole ver que lo que a ella le interesa no son tales o cuales cambios políticos, sino simplemente determinadas mejoras en las condiciones materiales, económicas, de su vida. Claro está que este socialismo se cuida de no incluir entre los cambios que afectan a las «condiciones materiales de vida» la abolición del régimen burgués de producción, que sólo puede alcanzarse por la vía revolucionaria; sus aspiraciones se contraen a esas reformas administrativas que son conciliables con el actual régimen de producción y que, por tanto, no tocan para nada a las relaciones entre el capital y el trabajo asalariado, sirviendo sólo –en el mejor de los casos– para abaratar a la burguesía las costas de su reinado y sanearle el presupuesto». (Karl Marx y Friedrich Engels; El Manifiesto Comunista, 1848)
La propia Eva Perón decía:
«Pensamos también que precursores fueron, sin duda, otros hombres extraordinarios de la jerarquía de los filósofos, de los creadores de religiones o reformadores sociales, religiosos, políticos, y también de los conductores. Y yo digo precursores del peronismo. (...) El Peronismo y el comunismo se encontraron por primera vez el día en que Perón decidió que debía realizarse en el país la Reforma Social, estableciendo al mismo tiempo que la Reforma Social no podía realizarse según la forma comunista.». (Eva Perón; Historia del peronismo, 1952)
Históricamente el marxismo ha demostrado que esto efectivamente, solo es un engaño que se vierte sobre las masas explotadas para desviarlas de sus propósitos de emancipación social:
«Los defensores burgueses y revisionistas del Estado capitalista presentan la nacionalización de ciertos sectores económicos, del transporte, etc., como un signo de «transformación» del sistema capitalista. Según ellos, este proceso de «transformación» puede ir aún más lejos si el proletariado se vuelve «razonable» y «moderado» en sus reivindicaciones, si obedece a los partidos políticos traidores y a los sindicatos manipulados por éstos. Estos «teóricos» son reformistas porque, a través de las reformas, pretenden transformar el Estado capitalista en Estado socialista. El capital ha introducido reformas estructurales en diversos países capitalistas, revisionistas imperialistas, pero ellas no han conducido a la victoria de la revolución y de los revolucionarios, al contrario, han creado precisamente la situación que ha salvado el capital de su destrucción y ha protegido a la clase explotadora de sus sepultureros. (...) Nuestra teoría marxista-leninista ha demostrado con la máxima claridad que es imposible ir a la sociedad socialista no rompiendo los marcos del régimen capitalista, que esa meta se alcanza destruyendo hasta sus fundamentos ese régimen y sus instituciones, instaurando el poder del proletariado, dirigido por su vanguardia, el partido comunista marxista-leninista». (Enver Hoxha; La democracia proletaria es la democracia verdadera; Discurso pronunciado en la reunión del Consejo General del Frente Democrático de Albania, 20 de septiembre de 1978)
He ahí resumido en breves palabras –aunque les duela a algunos– la base de la demagogia politiquera reformista del peronismo y armonización de clases contrapuestas y antagónicas como son la burguesía y el proletariado. He por ello que ridículo se tornaron los movimientos de «izquierda» incluso autodenominados «marxistas» que hacían del peronismo su bandera para la revolución, y de Perón, su «líder y guía» hacia el ansiado socialismo.
2) El discurso del peronismo es por tanto el de cualquier reformador del sistema capitalista, pero con un especial énfasis en tomar las organizaciones de masas por rama como los sindicatos como base para arreglar la sociedad, a diferencia de otras corrientes que enfatizan su organización en grandes partidos de masas o en las reglas y el juego de los parlamentos, que en el caso del peronismo eran siempre vistos como secundarios o incluso un obstáculo a eliminar, cumpliendo así con la visión fascista del sindicalismo y su rol en contraposición con el partido burgués y el libre juego parlamentario.
Perón reconocería que el sindicalismo era la base del peronismo, el partido peronista era un mal necesario por las reglas del sistema imperante, pero que su objetivo era un todo nacional y no había mejor medio para tal fin que una organización de masas amplia como un sindicato único:
«En este sentido siempre hemos procedido así en el Movimiento Justicialista, dentro del cual el movimiento sindical representa, sin duda alguna, su columna vertebral. Es el movimiento sindical el que mantiene enhiesta nuestra organización. Eso ha sido desde el primer día en que el Justicialismo puso en marcha su ideología y su doctrina. De manera que esto no es nuevo para nadie. (…) Hay que darse cuenta que nosotros no somos un partido político. Nosotros somos un movimiento nacional que, por el contrario, tiende hacia la universalización». (Juan Domingo Perón; Discurso, 8 de noviembre de 1973)
En sus inicios explicaría así a las élites explotadoras porque el sindicalismo era el eje del peronismo/justicialismo y era positivo para sus intereses:
«Todavía hay hombres que se asustan de la palabra sindicalismo. (...) Es un grave error creer que el sindicalismo obrero es un perjuicio para el patrón. En manera alguna es así. Por el contrario, es la forma de evitar que el patrón tenga que luchar con sus obreros. (...) Es el medio para que lleguen a un acuerdo, no a una lucha. (...) Así se suprimen las huelgas, los conflictos parciales, aunque, indudablemente, las masas obreras pasan a tener el derecho de discutir sus propios intereses, desde una misma altura con las fuerzas patronales, lo que, analizado, es de una absoluta justicia». (Juan Domingo Perón; Discurso de la bolsa de comercio, 25 de agosto de 1944)
¿A qué nos recuerda esto? A uno de los máximos teóricos del fascismo. Veamos lo que decía uno de los más radicales líderes del fascismo español:
«La lucha de clases sólo puede desaparecer cuando un poder superior someta a ambas a una articulación nueva, presentando unos fines distintos a los fines de clase como los propios y característicos de la colectividad popular. (...) Las corporaciones, los sindicatos, son fuentes de autoridad y crean autoridad, aunque no la ejerzan por sí, tarea que corresponde a los poderes ejecutivos robustos. Pues sobre los sindicatos o entidades colectivas, tanto correspondientes a las industrias como a las explotaciones agrarias, se encuentra la articulación suprema de la economía, en relación directa con todos los demás altos intereses del pueblo». (Ramiro Ledesma; Frente al marxismo, 6-VI-1931)
Si leemos con atención a los teóricos o gobernantes fascistas –como a los franquistas en España– veremos que esta concepción y función «corporativista» de «acuerdos» entre el patrón y el obrero a través del sindicato único es lo mismo que preconizó después el peronismo:
«Este periodo de crecimiento. (...) Es la consecuencia de la paz social lograda por el Movimiento Nacional, que se ha mantenido inconmovible pese a la contumacia de un enemigo externo que no cesa en sus ataques, gracias a las virtudes de un pueblo que se ha encontrado a sí mismo. (...) A una organización sindical que, asociando a los tres elementos de la producción, empresarios, técnicos y obreros, resuelve en su seno, al menos en primera instancia, los conflictos laborales, sustituyendo la violencia por el diálogo». (Luis Carrero Blanco; Discurso retransmitido en Televisión Española, 1 de abril de 1964)
Como apuntan algunos, pese a sus bandazos ideológicos, este, fue uno de los vagos principios que nunca se alteraron en el peronismo:
«Los militares, el ejército que cuida, los sindicatos, ejércitos que producen, y la Iglesia, respetada durante los primeros años del gobierno como fuente de poder moral, remplazaban de hecho al Parlamento como representantes de la sociedad ante un Estado tutor. (...) La visión corporativista era uno de los pocos rangos del pensamiento peronista que se mantendría inalterable para moldear esa concepción del poder. Los azares de la carrera militar lo habían destinado a Italia durante el apogeo de Mussolini, época en que los encantos del sistema corporativista eran difíciles de resistir. En Turín, Perón había tomado cursos de economía política fascista, que según él mismo admitiría mucho después, forjaron su concepción del problema obrero». (Pablo Gerchunoff y Lucas Llach; El ciclo de la ilusión y el desencanto: un siglo de políticas económicas argentinas, 2003)
El propio Perón en una autobiografía confesaría su admiración por las figuras y obras fascistas:
«No me hubiera perdonado nunca al llegar a viejo, el haber estado en Italia y no haber conocido a un hombre tan grande como Mussolini. Me hizo la impresión de un coloso cuando me recibió en el Palacio Venecia. No puede decirse que fuera yo un bisoño y que sintiera timidez ante los grandes hombres. Ya había conocido a muchos. Además, mi italiano era tan perfecto como mi castellano. Entré directamente en su despacho donde estaba él escribiendo; levantó la vista hacia mí con atención y vino a saludarme. Yo le dije que, conocedor de su gigantesca obra, no me hubiera ido contento a mi país sin haber estrechado su mano. (…) Hasta la ascensión de Mussolini al poder, la nación iba por un lado y el trabajador por otro. (…). Yo ya conocía la doctrina del nacionalsocialismo. Había leído muchos libros acerca de Hitler. Había leído no solo en castellano, sino en italiano Mein Kampf». (Torcuato Luca de Tena, Juan Domingo Perón, Luis Calvo, Estebán Peicovich; Yo, Juan Domingo Perón: relato autobiográfico, 1976)
Los fascistas en cualquiera de sus expresiones, más allá de su retórica anticapitalista, su «anticapitalismo» verbal no iba más allá de una promesa de limitar los «excesos» y abusos de los grandes monopolios, pero en realidad solo aluden que crearán una «economía nacional» que será «armoniosa» pero a su vez reconocían que no tenían intención de eliminar la gran, mediana o pequeña propiedad privada, ni explicaban cómo iban a limitar ese hambre voraz de los monopolios sin eliminar sus mecanismos que los ven nacer, como la ley de la oferta y demanda:
«El fascismo es la forma política y social mediante la que la pequeña propiedad, las clases medias y los proletarios más generosos y humanos luchan contra el gran capitalismo en su grado último de evolución: el capitalismo financiero y monopolista. Esa lucha no supone retroceso ni oposición a los avances técnicos, que son la base de la economía moderna; es decir, no supone la atomización de la economía frente al progreso técnico de los monopolios, como pudiera creerse. Pues el fascismo supera a la vez esa defensa de las economías privadas más modestas, con el descubrimiento de una categoría económica superior: la economía nacional, que no es la suma de todas las economías privadas, ni siquiera su resultante, sino, sencillamente, la economía entera organizada con vistas a que la nación misma, el Estado nacional, realice y cumpla sus fines». (Ramiro Ledesma; El fascismo, como hecho o fenómeno mundial, noviembre de 1935)
Está claro que el discurso anticapitalista del fascismo no es sino un cuento, pues como hemos visto, el fascismo no ha limitado sino desarrollado los monopolios:
«[Los fascistas] reforzaron los monopolios, es decir, el capitalismo monopolista, hicieron de esto una política oficial y la impusieron con la brutalidad característica del régimen. Pocos meses después de la toma de poder, el 15 de julio de 1933, Hitler dictó la ley de organización forzosa de los cartels. Por mandato de esta ley se constituyeron inmediatamente o se agrandaron los siguientes cartels: de fabricación de relojes, de cigarros y tabaco, de papel y cartón, del jabón, de los cristales, de redes metálicas, de acero estirado, del transporte fluvial, de la cal y soluciones de cal, de tela de yute, de la sal, de las llantas de los automóviles, de productos lácteos, de la fábricas de conservas de pescado. Para todos estos cartels, nuevo unos y otros reforzados, se dictaron disposiciones que prohibían la construcción de nuevas fábricas y la incorporación inmediata de los industriales independientes. Se prohibieron también la construcción de nuevas fábricas y el ensanchamiento de las existentes en las ramas industriales ya cartelizadas: del zinc y del plomo laminado, del nitrógeno sintético, del superfosfatos, del arsénico, de los tintes, de los cables eléctricos, de las bombillas eléctricas, de las lozas, de los botones, de las cajas de puros, de los aparatos de radio, de las herraduras, de las medias, de los guantes, de las piedras para la reconstrucción, de las fibras, etc. Las nuevas leyes dictadas de 1934 a 1936, aceleraron la cartelización y el reforzamiento de los carteles ya existentes. El resultado de esta política fue que a finales de 1936 el conjunto de los cartels comprendían no menos de las 2/3 partes de la industrias de productos acabados, en comparación con el 40% del total de la industria alemana, el 100% del total de la industria alemana, el 100% de las materias primas de las industrias semifacturadas, y el 50% de la industria de productos acabados, en comparación con el 40% existente a finales de 1933. Mussolini cartelizó por la fuerza la marina mercante, la metalurgia, las fábricas de automóviles, los combustibles líquidos. El 16 de junio de 1932 dictó una ley de cartelización obligatoria en virtud de la que formaron los cárteles de las industrias del algodón, cáñamo, seda y tintes. En España, nunca la oligarquía financiera había sido tan omnipotente como bajo el régimen del traidor Franco. (…) En el régimen nazi-fascista-falangista, o en el régimen formalmente democrático, el capitalismo monopolista es quién dicta la ley. Como decimos nosotros: ¿quién manda en casa? El monopolio está por encima de la nación, del régimen político y «otras particularidades». Por ello con el capitalismo monopolista no se trata ni se pacta. Tampoco se puede sustituir, como acabamos de ver, con sistemas pasados para siempre a la historia. Sólo se puede sustituir con un sistema socio-económico más elevado». (Joan Comorera; La nación en una nueva etapa histórica, 15 de junio de 1944)
Hay gente que se sorprende que en ocasiones el discurso reformista de la socialdemocracia y el discurso reformista del fascismo tengan tantas similitudes, esto no es una exageración, tanto el fascismo como la socialdemocracia tienden el mismo hilo político en sus discursos: «la conciliación y paz de clases» y la apelación a la «economía nacional» mixta –estatal, privada y cooperativista pero siempre bajo las leyes de producción capitalistas bajo justificaciones, que vienen a decir que de otra forma la nación no puede prosperar, véase la relación entre las teorías políticas y económicas del keynesianismo y el hitlerismo:
«El nazismo, como una forma de reformismo, junto con el keynesianismo y las ideas reformistas de la regulación estatal del capitalismo, comparten la opinión de que el Estado no tiene que poseer los medios de producción con el fin de cumplir su misión. Uno siempre puede volver a la defensa de que Keynes no parece abogar abiertamente la ideología fascista, y que él era un defensor de las ideas liberales burguesas clásicas de la democracia burguesa. (...) Sin embargo, si aceptáramos esto, estaríamos tomando el problema de una forma superficial y no estaríamos afrontando las cuestiones fundamentales de la economía política que relacionan el papel del Estado en la teoría económica del reformismo en general, y del keynesianismo en particular. Lo cierto es que tanto el keynesianismo como el nazismo conciben el Estado como un medio para preservar el papel principal del capital monopolista respecto a la clase obrera y las masas trabajadoras. También se puede volver al argumento y especular con que el keynesianismo es una versión más artificiosa del reformismo en comparación con el nazismo. (...) El keynesianismo y el reformismo moderno, ya que se niegan a socavar la base económica del capital monopolista, inevitablemente se convierten en instrumentos fundamentales para facilitar la tendencia hacia el militarismo y la intervención extranjera». (Rafael Martínez; El reformismo de Podemos y el renacimiento del keynesianismo, 2015)
¿Y no es el mensaje de «conciliación entre clases por el bien de la nación y su prosperidad», la base de todo discurso burgués moderno, sea liberal, fascista, socialdemócrata, neoliberal, agrarista, centrista, posmoderno, apolítico?:
«Hay que elegir»: este es el argumento con que siempre han tratado y tratan de justificarse los oportunistas. De golpe no pueden lograrse nunca nada importante. Hay que luchar por cosas pequeñas pero asequibles. ¿Y cómo saber que algo es asequible? Por la aprobación de la mayoría de los partidos políticos o de los políticos más «influyentes». Cuanto mayor sea el número de políticos que se muestren de acuerdo con una mejora, por pequeña que sea, más fácil será lograrla, más asequible será. No debemos ser utopistas, ni aspirar a cosas grandes. Debemos ser políticos prácticos, saber plegarnos a la demanda de cosas pequeñas, las cuales facilitarán la lucha por las cosas grandes. Las cosas pequeñas representan la etapa más segura en la lucha por las cosas grandes. Así argumentan todos los oportunistas, todos los reformistas, a diferencia de los revolucionarios. (...) Debemos elegir entre el mal presente y la mínima corrección de este mal, por lo cual está la inmensa mayoría de quienes se sienten descontentos con el mal presente. Conseguido lo pequeño, facilitaremos la lucha por obtener lo grande. (...) Es este –repetimos– el argumento fundamental, el argumento típico de todos los oportunistas en el mundo entero. Ahora bien, ¿qué conclusión se desprende inevitablemente de él? La conclusión de que no hace falta un programa revolucionario, un partido revolucionario ni una táctica revolucionaria. Lo que se necesita son reformas, y asunto concluido. (...) ¿En qué reside el error fundamental de todos estos argumentos oportunistas? En que suplantan en realidad la teoría socialista de la lucha de clases, única fuerza motriz verdadera de la historia, por la teoría burguesa del progreso «solidario», «social». Según la teoría del socialismo, es decir, del marxismo –hoy no puede hablarse en serio de un socialismo no marxista–, la fuerza motriz verdadera de la historia es la lucha revolucionaria de clases; las reformas son un producto accesorio de esta lucha; accesorio, por cuanto expresan el resultado de los intentos frustrados por atenuar esta lucha, por debilitarla, etc». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Otra vez el ministerio de la Duma, 1906)
¿Por qué es importante para los marxistas combatir estas ideas? ¿Cuál sería el destino de los comunistas si siguiesen las consignas de los reformistas burgueses y se limitaran estrictamente a ellas? ¿Cómo ha de entenderse las llamadas reformas desde el punto de vista de la lucha de clases?:
«Según la teoría de los filósofos burgueses, la fuerza motriz del progreso es la solidaridad de todos los elementos de la sociedad, que comprenden el carácter «imperfecto» de tal o cual institución. La primera teoría es materialista, la segunda idealista. La primera es revolucionaria. La segunda, reformista. La primera sirve de base a la táctica del proletariado en los países capitalistas modernos. La segunda sirve de base a la táctica de la burguesía. De la segunda teoría se deriva lógicamente la táctica de los progresistas burgueses comunes: apoyar siempre y en todas partes «lo mejor»; elegir entre la reacción y la extrema derecha de las fuerzas que se oponen a esa reacción. De la primera teoría se deriva lógicamente la táctica revolucionaria independiente de la clase avanzada. Nuestra tarea no se limita, en modo alguno, a apoyar las consignas más difundidas de la burguesía reformista. Nosotros mantenemos una política independiente y sólo proponemos reformas que interesan incuestionablemente a la lucha revolucionaria, que incuestionablemente contribuyen a elevar la independencia, la conciencia de clase y la combatividad del proletariado. Sólo con esta táctica podemos tornar inocuas las reformas desde arriba, reformas que son siempre mezquinas, siempre hipócritas, que encierran siempre alguna trampa burguesa o policial. Más aun. Sólo con esta táctica impulsamos realmente la lucha por reformas importantes. Puede parecer paradójico, pero esta aparente paradoja es una verdad confirmada por toda la historia de la socialdemocracia internacional; la táctica de los reformistas es la menos apta para lograr reformas reales. El medio más efectivo para alcanzarlas es la táctica de la lucha revolucionaria de clases. En la práctica las reformas son arrancadas siempre por la lucha revolucionaria de clase, por su independencia, su fuerza de masas, su tenacidad. Las reformas son siempre falsas, ambiguas. (...) Sólo son reales en consonancia con la intensidad de la lucha de clases. Al fundir nuestras propias consignas con las consignas de la burguesía reformista, debilitamos la causa de la revolución y también, como consecuencia de ello, la causa de las reformas, ya que con ello debilitamos la independencia, la firmeza y la energía de las clases revolucionarias». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Otra vez el ministerio de la Duma, 1906)
Perón por aquel 1944 también adoptó el cargo de Ministro de Guerra y la vicepresidencia, con las consecuencias que eso tenía para la represión obrera. Después como todos sabemos la presión externa para que el gobierno argentino declarase la guerra a la Alemania Nazi, las luchas intestinas –a causa de arribismo, envidias y otros factores– de dentro del régimen militar presionaron a Perón a la renuncia de todos sus cargos, el cual aceptó tras un discurso que apelaba a la emotividad y a las medidas reformistas adoptadas intentando apelar a la movilización –una interpretación dramática que haría varias veces para instigar la reacción de sus seguidores que no soportaban la idea de verse descabezados de su líder–. Así mientras Perón renunció y fue detenido momentáneamente, el peronismo usó su influencia en los gremios como el sindicato mayoritario CGT para movilizar a las masas que pidieran su liberación. El desenlace es conocido por todos: tras una masiva manifestación de fuerza Perón acabó siendo liberado finalmente, y con la traición de sus antiguos «camaradas» militares, Perón planteó alzarse de forma independiente como una opción política propia para las elecciones de 1946, para ello Perón aunó un frente que tenía como alianza un sector disidente del radicalismo, los Centros Cívicos Coronel Perón y hasta la Alianza Libertadora Nacionalista, ganando con un 55% de los votos, en una campaña famosa por el famoso hecho de la financiación de la patronal a la Unión Democrática partido opositor al peronismo, lo que venía a poder justificar para Perón el presentarse como el defensor de los humildes; el otro hecho fue que Braden, el embajador estadounidense en Argentina durante 1945 acusara a Perón como habían hecho tantos otros de tener simpatías fascistas en un documento conocido como el famoso Libro Azul, un recopilado de presuntas pruebas de la presunta vinculación de Perón con el nazismo alemán, esto a su vez se vendió desde la prensa peronista como un intento de injerencia en los asuntos argentinos para influenciar las elecciones, y efectivamente lo era, del Departamento de los EEUU, y catapultó a Perón como un presunto antiimperialista, por ello su eslogan de campaña fue «O Braden o Perón», haciendo referencia a que votar por el frente de los peronistas era votar por los patriotas, y que votar por los antiperonistas era votar por los que siempre habían vendido a la patria, un reduccionismo que no supieron contrarrestar el frente antiperonista, ya que efectivamente habían desde proimperialistas hasta antiimperialistas. ¿Significa esto que Perón fuese antiimperialista o al menos antiimperialista yanqui? Como veremos eso no es cierto ni por asomo: como se demostraría en años sucesivos, Perón simplemente utilizó oportunamente el error de la administración estadounidense para hacerse valer como paladín antiimperialista durante los primeros años hasta que se reconcilió con el imperialismo estadounidense.
Históricamente el imperialismo estadounidense ha obtenido mucho más siendo sutil, con la política de buenas sonrisas y proporcionando ayudas económicas y militares, que con la coacción, arrogancia y rigidez diplomática. Véase las políticas de Nixon con los revisionistas rumanos o chinos atrayéndolos a su carro, o al propio Eisenhower en su primer mandato atrayéndose a Perón y Franco a su órbita político-económica alejando a dichos países de una política internacional hostil hacia EEUU o de caer en el caos político abriendo la posibilidad de que éste fuese aprovechado por fuerzas antiestadounidenses. Ahora, ha de entenderse que esa política de sonrisas no excluye la coacción, el chantaje y la intervención militar. También ha habido errores y torpezas de la diplomacia estadounidense reflejada en una instransigencia y desconfianza hacia los movimientos o líder que no creían sumisos al cien por cien, cometiendo precipitaciones innecesarias o creando complots contra sus viejos aliados. Véase el caso de Noriega en Panamá, de Gadafi en Libia, de Mislosevic en Yugoslavia. Incluso ya que hemos hablado de Eisenhower recordemos como negó en su último mandato dar apoyo económico al movimiento guerrillero liberal del 26 de julio cuando Fidel Castro fue a Washington en 1959 a pedir créditos, al negar dicha ayuda EEUU entregaría al oportunista Castro a los brazos de la URSS de Jruschov, iniciando su fingida reconversión al «marxismo» y al «antiimperialismo», eso sí, una adhesión al «marxismo» y al «antiimperialismo» de los postulados de Jruschov, es decir el revisionismo puro y duro y la demagogia más cínica.
3) La política económica peronista antes y después de la toma de poder es muy interesante para entender los regímenes actuales de América Latina.
En primer lugar destaca que el peronismo estaba basado en un intervencionismo estatal que sirviese a través de diferentes planes a contribuir a la conciliación de clases y la expansión de las fuerzas productivas de la nación:
«Procedemos a poner de acuerdo al capital y al trabajo, tutelados ambos por la acción directiva del Estado. (...) Es indudable que no hay que olvidar que el Estado, que representa a todos los demás habitantes, tiene allí su parte que defender: el bien común, sin perjudicar ni a un bando ni a otro. (...) ¿En qué consiste, entonces, la necesaria intervención estatal? En organizar, dar pautas de entendimiento y concertar finalmente a los sectores en conflicto». (Juan Domingo Perón; Discurso de la bolsa de comercio, 25 de agosto de 1944)
¿Significa que la nacionalización es una medida revolucionaria o socialista? En absoluto, forma parte de todo proyecto de la burguesía nacional del país, sobre todo en sus inicios:
«Las empresas nacionalizadas constituyen el sector económico del Estado. Este sector incluye muchas otras empresas creadas bajo la dirección de estos nuevos Estados.
El marxismo-leninismo nos enseña que el contenido del sector del Estado en la economía depende directamente de la naturaleza del poder político. Este sector sirve a los intereses de las fuerzas de clase en el poder. En los países dónde domina la burguesía nacional, el sector del Estado representa una forma de ejercicio de la propiedad capitalista sobre los medios de producción. Vemos actuar allí todas las leyes y todas las relaciones capitalistas de producción y de reparto de los bienes materiales, la opresión y de explotación de las masas trabajadoras. No puede aportar ningún cambio al lugar que ocupan las clases en el sistema de la producción social. Al contrario, tiene por objetivo el fortalecimiento de las posiciones de clase políticas y económicas de la burguesía.
«El estudio del peronismo es casi una asignatura obligada para todos los revolucionarios ya que fue la quintaesencia del populismo, el falso antiimperialismo y el anticomunismo. Tarea verdaderamente hercúlea en Argentina, ya que es una cuestión todavía muy arraigada entre la sociedad aún dividida en peronistas y antiperonistas, una tarea que entre los trabajadores todavía está muy pendiente gracias a las ilusiones y conciliaciones que los pretendidos «revolucionarios» argentinos tuvieron con el peronismo hasta sus últimos coletazos –véase el caso de Montoneros, FAR, PRT y otros– con su seguidismo e ilusión con algunos sectores del peronismo en diferentes etapas; y por supuesto también este problema del peronismo ha sido causado debido a la ineficacia de los revolucionarios antiperonistas a la hora enfrentarse al mismo, no siendo capaces de explicar metódicamente su carácter de forma que lo entendiesen los trabajadores. Todo esto fueron consecuencias normales objetivamente hablando, debido a la falta de figuras y organizaciones marxista-leninistas de peso, como pasó y pasa actualmente en otros tantos países con muchas otras tantas cuestiones y mitos.
Tengamos en cuenta que el peronismo ha tenido y sigue irradiando una influencia directa en los movimientos latinoamericanos del siglo XXI. Hemos visto desde Cristina Fernández de Kirchner, Fidel Castro, Hugo Chávez hasta pasando por Macri como gente que se han presentado como peronistas. La base ecléctica y demagógica del peronismo puede ser vista como una especie de maoísmo, donde la «izquierda» y derecha burguesa en Argentina y fuera de ella puede reivindicar y utilizar su discurso indistintamente. He aquí una anécdota que explica el eclecticismo y a la vez la influencia del fenómeno peronista:
«Los 70 años del peronismo se dividen en dos partes exactas: 35 años en el gobierno y 35 años en la oposición. De ellos, 18 años de proscripción y resistencia y 7 en democracia. De los últimos 32 años de democracia, el peronismo gobernó 23; de los seis últimos presidentes, cuatro fueron peronistas. Pero además, hubo siempre varios peronismos, que fueron sedimentando década tras década. Hubo un peronismo «histórico» y tradicionalista, que se combinó –y confrontó- con otro «revolucionario». En los años 60 y 70 esta coexistencia estalló con violencia, con situaciones de verdadera guerra civil. Hubo luego un peronismo «renovador», de tinte socialcristiano, y otro populista que derivó con Menem en neoliberal. Finalmente, el componente populista viró hacia el nacionalismo estatalista con Néstor y Cristina Kirchner. Cada uno de ellos engendró su propia oposición, dentro y fuera de sus amplios perímetros. Hubo así, en cada etapa, un peronismo que se opuso a los peronismos en el poder, de tal modo que ante cada declinación de unos siempre hubo otros que se dispusieron a sucederlos disputando la representación del «verdadero peronismo». Como lo señaló uno de sus principales historiadores, Juan Carlos Torre, «en el peronismo hay un alma permanente y un corazón contingente». De tal modo, el famoso apotegma de Perón, respondiendo a una inquietud periodística mantiene su actualidad: «¿General, cómo se divide el panorama político argentino? Mire, hay un 30% de radicales, lo que Uds. entienden por liberales. Un 30% de conservadores y otro tanto de socialistas. Pero, General, ¿y dónde están los peronistas? ¡Ah, no, peronistas son todos!». (Fabián Bosoer; El 17 de octubre de 1945, 2015)
Nosotros pretenderemos refutar al peronismo contraponiendo su discurso con la práctica, y sobre todo, aclarando todas las cuestiones desde la óptica marxista.
Entre tanto por este panorama, ¿qué servicio «internacionalista» nos brinda el el «Movimiento Político de Resistencia» respecto a esta cuestión tan interesante y apremiante para el movimiento obrero? Pues como siempre hacer un seguidismo a la propaganda de turno, en este caso la peronista, como no podía ser de otro modo.
«Sin ninguna duda, el gobierno de Perón significó una auténtica revolución, y la importancia de la misma quedó de resalto, cuando la delegación argentina que viajó a la URSS. (...) Pero, ¿qué clase de revolución era esa? Era una revolución burguesa que había desplazado a la vieja y parasitaria oligarquía rural vinculada a los frigoríficos ingleses y al negocio de la carne. Esos frigoríficos manejaban el principal renglón de la economía nacional, y fueron nacionalizados, y en la provincia de Buenos Aires, se crearon los frigoríficos regionales, que pertenecían al estado provincial, y que estaban gestionados por el ministerio de asuntos agrarios como medida de protección a los pequeños ganaderos. Pero, ¿dónde estaba la «izquierda» argentina durante los gobiernos de Perón? Estaba enfrentada al gobierno peronista en un ejercicio de torpeza y ceguera absoluta. La clase obrera estaba masivamente apoyando a Perón y su gobierno y el Partido Comunista Argentino acusaba a Perón de fascista, aplicando categorías impropias de un país dependiente como era Argentina en esos tiempos. Mientras tanto, por la red ferroviaria nacional circulaban trenes arrastrados por las locomotoras soviéticas que llevaban en su frente una estrella roja, que era un emblema de la URSS. Ese era el gobierno fascista de Perón». (Movimiento Político de Resistencia; El proyecto antimperialista de Perón y sus relaciones con la URSS, 9 de enero de 2018)
Lo que nos quedaba por ver de estos señores «revolucionarios»: de los creadores de «Rusia es un bastión antiimperialista» y «Putin no es nacionalista burgués» como vimos [aquí], la nueva película producida por los restos del PCE (r) es seguir el cuento de que «Peron era antiimperialista» y su llegada al poder y sus reformas suponían una aproximación hacia la «revolución» que solo debía ser impulsada para que pudiera ser profundizada. ¡Claro que sí señores! ¡La revolución justicialista como decían los peronistas de izquierda más ilusos! Ahora se entienden todas las vacilaciones que los restos del PCE (r) y sus simpatizantes tienen sobre otras experiencias nacionalistas-burguesas y tercermundistas como el chavismo, el castrismo o el maoísmo, a los cuales siempre han aplaudido sin el más mínimo criticismo, calificándolo de antiimperialista pese a su dependencia y sumisión a todos los imperialismos habidos y por haber.
Aquí se tipifica que Perón y el peronismo era todo eso porque: a) se realizaron nacionalizaciones; b) la delegación fue recibida por Stalin; c) la delegación logró comerciar con la URSS; d) el peronismo no podía ser un movimiento fascista o filofascista porque Argentina no tenía un alto nivel de desarrollo; e) gran parte de la clase obrera seguía a Perón.
Estos clásicos mitos del peronismo sumados a otros nuevos con un tinte pseudorevolucionario contenidos en este extracto que ha publicado el PCE (r), merecen una amplia explicación. Intentaremos que la explicación sea lo más ordenada posible, desglosando los temas en su íntima conexión.
1) Pero primero de todo, ¿de dónde provenía el peronismo? En Argentina tras una década de la llamada «década infame» de diversos pucherazos electorales, se produjo un golpe de Estado militar el 4 de junio de 1943, encabezado por el Grupo de Oficiales Unidos (GOU), una organización militar secreta que aspiraba a un nacionalismo que mantuviese neutral a Argentina en la Segunda Guerra Mundial y a evitar que el incipiente y poderoso movimiento obrero fuese captado por corrientes comunistas o anarquistas. En dicho gobierno, Juan Domingo Perón era el secretario general del reaccionario General Farrel, el cual se caracterizó por retrasar a toda costa la declaración de guerra contra los países del Eje –principalmente Alemania, Italia, Japón– en lo externo por miedo a elegir el bando perdedor de los aliados al inicio, y después cuando la URSS cambió el curso de la guerra, por miedo a que sus barcos y bienes comerciales pudieran ser afectados entre otros por los submarinos alemanes, para aquel entonces los partidos opositores –socialistas, radicales, comunistas, anarquistas– y la prensa extranjera –incluyendo la estadounidense– tachaba al gobierno como filonazi, no sin razón, pues incluso había permitido desfiles en apoyo al nazismo antes y durante la contienda, finalmente declaró la guerra a Alemania y Japón en mayo de 1945 con la primera ya derrotada y la segunda cercada por los Aliados –principalmente EEUU y la URSS–. En el ámbito interno lo más llamativo para nuestra historia fue el hecho de que dicho gobierno reaccionario se atrevió a disolver en junio de 1943 sindicatos como el CGT Nº2 –dominado por socialistas y comunistas–, permitiendo mantener a la sindical más afín a la patronal como era la CGT N.º 1, y estableciéndose los primeros nexos entre el régimen militar y una sindical única, base de lo que sería luego el peronismo con un fuerte control del sindicato único y la represión de las disidencias.
Sin duda el cargo más importante para Perón fue la Secretaría de Trabajo de la Nación impulsando alguna de las reivindicaciones históricas del sindicalismo argentino para ganarse su confianza, configurando el clásico discurso de que más allá de las ideologías hay que tratar de buscar el equilibrio entre las partes, para lograr un bienestar social de los ciudadanos de la nación; es decir basaba su discurso en el reformismo, en un cristianismo social mezclando con sindicalismo amarillo:
«Pienso que el problema se resuelve de una sola manera: obrando conscientemente para buscar una perfecta regulación entre las clases trabajadoras, medias y capitalistas, procurando una armonización perfecta de fuerzas, donde la riqueza no se vea perjudicada, propendiendo por todos los medios a crear un bienestar social, sin el cual la fortuna es un verdadero fenómeno de espejismo que puede romperse de un momento a otro. Una riqueza sin estabilidad social puede ser poderosa, pero será siempre frágil, y ese es el peligro que, viéndolo, trata de evitar por todos los medios la Secretaría de Trabajo y Previsión. (...) Hasta ahora estos problemas han sido encarados por una verdadera lucha. Yo no creo que la solución de los problemas sociales esté en seguir la lucha entre el capital y el trabajo. Ya hace más de sesenta años, cuando las teorías del sindicalismo socialista comenzaron a producir sus frutos en esa lucha, opiniones extraordinariamente autorizadas, como la de Mazzini y la de León XIII, proclamaron nuevas doctrinas, con las cuales debía desaparecer esa lucha inútil». (Juan Domingo Perón; Discurso de la bolsa de comercio, 25 de agosto de 1944)
En otra ocasión dijo sin miramientos que su objetivo era:
«La armonía entre el capital y el trabajo, extremos inseparables del proceso de la producción, es condición esencial para el desarrollo económico del país, para el desenvolvimiento de sus fuerzas productivas y el afianzamiento de la paz social. (...) Buscamos superar la lucha de clases, suplantándola por un acuerdo justo entre obreros y patrones, al amparo de la justicia que emana del Estado». (Juan Domingo Perón; Discurso, 1 de noviembre de 1943)
El ideario peronista o también llamado justicialista, se va a parecer mucho a una concepción social de lo que Marx denominó el socialismo burgués o conservador:
«La segunda categoría consta de partidarios de la sociedad actual, a los que los males necesariamente provocados por ésta inspiran temores en cuanto a la existencia de la misma. Ellos quieren, por consiguiente, conservar la sociedad actual, pero suprimir los males ligados a ella. A tal objeto, unos proponen medidas de simple beneficencia; otros, grandiosos planes de reformas que, so pretexto de reorganización de la sociedad, se plantean el mantenimiento de las bases de la sociedad actual y, con ello, la propia sociedad actual. Los comunistas deberán igualmente combatir con energía contra estos socialistas burgueses, puesto que éstos trabajan para los enemigos de los comunistas y defienden la sociedad que los comunistas quieren destruir». (Karl Marx y Friedrich Engels; Principios del comunismo, 1847)
Más ampliamente, el marxismo dijo de este tipo de corrientes:
«Una parte de la burguesía desea mitigar las injusticias sociales, para de este modo garantizar la perduración de la sociedad burguesa. Se encuentran en este bando los economistas, los filántropos, los humanitarios, los que aspiran a mejorar la situación de las clases obreras, los organizadores de actos de beneficencia, las sociedades protectoras de animales, los promotores de campañas contra el alcoholismo, los predicadores y reformadores sociales de toda laya. (...) Los burgueses socialistas considerarían ideales las condiciones de vida de la sociedad moderna sin las luchas y los peligros que encierran. (...) Es natural que la burguesía se represente el mundo en que gobierna como el mejor de los mundos posibles. El socialismo burgués eleva esta idea consoladora a sistema o semisistema. Y al invitar al proletariado a que lo realice, tomando posesión de la nueva Jerusalén, lo que en realidad exige de él es que se avenga para siempre al actual sistema de sociedad, pero desterrando la deplorable idea que de él se forma. Una segunda modalidad, aunque menos sistemática bastante más práctica, de socialismo, pretende ahuyentar a la clase obrera de todo movimiento revolucionario haciéndole ver que lo que a ella le interesa no son tales o cuales cambios políticos, sino simplemente determinadas mejoras en las condiciones materiales, económicas, de su vida. Claro está que este socialismo se cuida de no incluir entre los cambios que afectan a las «condiciones materiales de vida» la abolición del régimen burgués de producción, que sólo puede alcanzarse por la vía revolucionaria; sus aspiraciones se contraen a esas reformas administrativas que son conciliables con el actual régimen de producción y que, por tanto, no tocan para nada a las relaciones entre el capital y el trabajo asalariado, sirviendo sólo –en el mejor de los casos– para abaratar a la burguesía las costas de su reinado y sanearle el presupuesto». (Karl Marx y Friedrich Engels; El Manifiesto Comunista, 1848)
La propia Eva Perón decía:
«Pensamos también que precursores fueron, sin duda, otros hombres extraordinarios de la jerarquía de los filósofos, de los creadores de religiones o reformadores sociales, religiosos, políticos, y también de los conductores. Y yo digo precursores del peronismo. (...) El Peronismo y el comunismo se encontraron por primera vez el día en que Perón decidió que debía realizarse en el país la Reforma Social, estableciendo al mismo tiempo que la Reforma Social no podía realizarse según la forma comunista.». (Eva Perón; Historia del peronismo, 1952)
Históricamente el marxismo ha demostrado que esto efectivamente, solo es un engaño que se vierte sobre las masas explotadas para desviarlas de sus propósitos de emancipación social:
«Los defensores burgueses y revisionistas del Estado capitalista presentan la nacionalización de ciertos sectores económicos, del transporte, etc., como un signo de «transformación» del sistema capitalista. Según ellos, este proceso de «transformación» puede ir aún más lejos si el proletariado se vuelve «razonable» y «moderado» en sus reivindicaciones, si obedece a los partidos políticos traidores y a los sindicatos manipulados por éstos. Estos «teóricos» son reformistas porque, a través de las reformas, pretenden transformar el Estado capitalista en Estado socialista. El capital ha introducido reformas estructurales en diversos países capitalistas, revisionistas imperialistas, pero ellas no han conducido a la victoria de la revolución y de los revolucionarios, al contrario, han creado precisamente la situación que ha salvado el capital de su destrucción y ha protegido a la clase explotadora de sus sepultureros. (...) Nuestra teoría marxista-leninista ha demostrado con la máxima claridad que es imposible ir a la sociedad socialista no rompiendo los marcos del régimen capitalista, que esa meta se alcanza destruyendo hasta sus fundamentos ese régimen y sus instituciones, instaurando el poder del proletariado, dirigido por su vanguardia, el partido comunista marxista-leninista». (Enver Hoxha; La democracia proletaria es la democracia verdadera; Discurso pronunciado en la reunión del Consejo General del Frente Democrático de Albania, 20 de septiembre de 1978)
He ahí resumido en breves palabras –aunque les duela a algunos– la base de la demagogia politiquera reformista del peronismo y armonización de clases contrapuestas y antagónicas como son la burguesía y el proletariado. He por ello que ridículo se tornaron los movimientos de «izquierda» incluso autodenominados «marxistas» que hacían del peronismo su bandera para la revolución, y de Perón, su «líder y guía» hacia el ansiado socialismo.
2) El discurso del peronismo es por tanto el de cualquier reformador del sistema capitalista, pero con un especial énfasis en tomar las organizaciones de masas por rama como los sindicatos como base para arreglar la sociedad, a diferencia de otras corrientes que enfatizan su organización en grandes partidos de masas o en las reglas y el juego de los parlamentos, que en el caso del peronismo eran siempre vistos como secundarios o incluso un obstáculo a eliminar, cumpliendo así con la visión fascista del sindicalismo y su rol en contraposición con el partido burgués y el libre juego parlamentario.
Perón reconocería que el sindicalismo era la base del peronismo, el partido peronista era un mal necesario por las reglas del sistema imperante, pero que su objetivo era un todo nacional y no había mejor medio para tal fin que una organización de masas amplia como un sindicato único:
«En este sentido siempre hemos procedido así en el Movimiento Justicialista, dentro del cual el movimiento sindical representa, sin duda alguna, su columna vertebral. Es el movimiento sindical el que mantiene enhiesta nuestra organización. Eso ha sido desde el primer día en que el Justicialismo puso en marcha su ideología y su doctrina. De manera que esto no es nuevo para nadie. (…) Hay que darse cuenta que nosotros no somos un partido político. Nosotros somos un movimiento nacional que, por el contrario, tiende hacia la universalización». (Juan Domingo Perón; Discurso, 8 de noviembre de 1973)
En sus inicios explicaría así a las élites explotadoras porque el sindicalismo era el eje del peronismo/justicialismo y era positivo para sus intereses:
«Todavía hay hombres que se asustan de la palabra sindicalismo. (...) Es un grave error creer que el sindicalismo obrero es un perjuicio para el patrón. En manera alguna es así. Por el contrario, es la forma de evitar que el patrón tenga que luchar con sus obreros. (...) Es el medio para que lleguen a un acuerdo, no a una lucha. (...) Así se suprimen las huelgas, los conflictos parciales, aunque, indudablemente, las masas obreras pasan a tener el derecho de discutir sus propios intereses, desde una misma altura con las fuerzas patronales, lo que, analizado, es de una absoluta justicia». (Juan Domingo Perón; Discurso de la bolsa de comercio, 25 de agosto de 1944)
¿A qué nos recuerda esto? A uno de los máximos teóricos del fascismo. Veamos lo que decía uno de los más radicales líderes del fascismo español:
«La lucha de clases sólo puede desaparecer cuando un poder superior someta a ambas a una articulación nueva, presentando unos fines distintos a los fines de clase como los propios y característicos de la colectividad popular. (...) Las corporaciones, los sindicatos, son fuentes de autoridad y crean autoridad, aunque no la ejerzan por sí, tarea que corresponde a los poderes ejecutivos robustos. Pues sobre los sindicatos o entidades colectivas, tanto correspondientes a las industrias como a las explotaciones agrarias, se encuentra la articulación suprema de la economía, en relación directa con todos los demás altos intereses del pueblo». (Ramiro Ledesma; Frente al marxismo, 6-VI-1931)
Si leemos con atención a los teóricos o gobernantes fascistas –como a los franquistas en España– veremos que esta concepción y función «corporativista» de «acuerdos» entre el patrón y el obrero a través del sindicato único es lo mismo que preconizó después el peronismo:
«Este periodo de crecimiento. (...) Es la consecuencia de la paz social lograda por el Movimiento Nacional, que se ha mantenido inconmovible pese a la contumacia de un enemigo externo que no cesa en sus ataques, gracias a las virtudes de un pueblo que se ha encontrado a sí mismo. (...) A una organización sindical que, asociando a los tres elementos de la producción, empresarios, técnicos y obreros, resuelve en su seno, al menos en primera instancia, los conflictos laborales, sustituyendo la violencia por el diálogo». (Luis Carrero Blanco; Discurso retransmitido en Televisión Española, 1 de abril de 1964)
Como apuntan algunos, pese a sus bandazos ideológicos, este, fue uno de los vagos principios que nunca se alteraron en el peronismo:
«Los militares, el ejército que cuida, los sindicatos, ejércitos que producen, y la Iglesia, respetada durante los primeros años del gobierno como fuente de poder moral, remplazaban de hecho al Parlamento como representantes de la sociedad ante un Estado tutor. (...) La visión corporativista era uno de los pocos rangos del pensamiento peronista que se mantendría inalterable para moldear esa concepción del poder. Los azares de la carrera militar lo habían destinado a Italia durante el apogeo de Mussolini, época en que los encantos del sistema corporativista eran difíciles de resistir. En Turín, Perón había tomado cursos de economía política fascista, que según él mismo admitiría mucho después, forjaron su concepción del problema obrero». (Pablo Gerchunoff y Lucas Llach; El ciclo de la ilusión y el desencanto: un siglo de políticas económicas argentinas, 2003)
El propio Perón en una autobiografía confesaría su admiración por las figuras y obras fascistas:
«No me hubiera perdonado nunca al llegar a viejo, el haber estado en Italia y no haber conocido a un hombre tan grande como Mussolini. Me hizo la impresión de un coloso cuando me recibió en el Palacio Venecia. No puede decirse que fuera yo un bisoño y que sintiera timidez ante los grandes hombres. Ya había conocido a muchos. Además, mi italiano era tan perfecto como mi castellano. Entré directamente en su despacho donde estaba él escribiendo; levantó la vista hacia mí con atención y vino a saludarme. Yo le dije que, conocedor de su gigantesca obra, no me hubiera ido contento a mi país sin haber estrechado su mano. (…) Hasta la ascensión de Mussolini al poder, la nación iba por un lado y el trabajador por otro. (…). Yo ya conocía la doctrina del nacionalsocialismo. Había leído muchos libros acerca de Hitler. Había leído no solo en castellano, sino en italiano Mein Kampf». (Torcuato Luca de Tena, Juan Domingo Perón, Luis Calvo, Estebán Peicovich; Yo, Juan Domingo Perón: relato autobiográfico, 1976)
Los fascistas en cualquiera de sus expresiones, más allá de su retórica anticapitalista, su «anticapitalismo» verbal no iba más allá de una promesa de limitar los «excesos» y abusos de los grandes monopolios, pero en realidad solo aluden que crearán una «economía nacional» que será «armoniosa» pero a su vez reconocían que no tenían intención de eliminar la gran, mediana o pequeña propiedad privada, ni explicaban cómo iban a limitar ese hambre voraz de los monopolios sin eliminar sus mecanismos que los ven nacer, como la ley de la oferta y demanda:
«El fascismo es la forma política y social mediante la que la pequeña propiedad, las clases medias y los proletarios más generosos y humanos luchan contra el gran capitalismo en su grado último de evolución: el capitalismo financiero y monopolista. Esa lucha no supone retroceso ni oposición a los avances técnicos, que son la base de la economía moderna; es decir, no supone la atomización de la economía frente al progreso técnico de los monopolios, como pudiera creerse. Pues el fascismo supera a la vez esa defensa de las economías privadas más modestas, con el descubrimiento de una categoría económica superior: la economía nacional, que no es la suma de todas las economías privadas, ni siquiera su resultante, sino, sencillamente, la economía entera organizada con vistas a que la nación misma, el Estado nacional, realice y cumpla sus fines». (Ramiro Ledesma; El fascismo, como hecho o fenómeno mundial, noviembre de 1935)
Está claro que el discurso anticapitalista del fascismo no es sino un cuento, pues como hemos visto, el fascismo no ha limitado sino desarrollado los monopolios:
«[Los fascistas] reforzaron los monopolios, es decir, el capitalismo monopolista, hicieron de esto una política oficial y la impusieron con la brutalidad característica del régimen. Pocos meses después de la toma de poder, el 15 de julio de 1933, Hitler dictó la ley de organización forzosa de los cartels. Por mandato de esta ley se constituyeron inmediatamente o se agrandaron los siguientes cartels: de fabricación de relojes, de cigarros y tabaco, de papel y cartón, del jabón, de los cristales, de redes metálicas, de acero estirado, del transporte fluvial, de la cal y soluciones de cal, de tela de yute, de la sal, de las llantas de los automóviles, de productos lácteos, de la fábricas de conservas de pescado. Para todos estos cartels, nuevo unos y otros reforzados, se dictaron disposiciones que prohibían la construcción de nuevas fábricas y la incorporación inmediata de los industriales independientes. Se prohibieron también la construcción de nuevas fábricas y el ensanchamiento de las existentes en las ramas industriales ya cartelizadas: del zinc y del plomo laminado, del nitrógeno sintético, del superfosfatos, del arsénico, de los tintes, de los cables eléctricos, de las bombillas eléctricas, de las lozas, de los botones, de las cajas de puros, de los aparatos de radio, de las herraduras, de las medias, de los guantes, de las piedras para la reconstrucción, de las fibras, etc. Las nuevas leyes dictadas de 1934 a 1936, aceleraron la cartelización y el reforzamiento de los carteles ya existentes. El resultado de esta política fue que a finales de 1936 el conjunto de los cartels comprendían no menos de las 2/3 partes de la industrias de productos acabados, en comparación con el 40% del total de la industria alemana, el 100% del total de la industria alemana, el 100% de las materias primas de las industrias semifacturadas, y el 50% de la industria de productos acabados, en comparación con el 40% existente a finales de 1933. Mussolini cartelizó por la fuerza la marina mercante, la metalurgia, las fábricas de automóviles, los combustibles líquidos. El 16 de junio de 1932 dictó una ley de cartelización obligatoria en virtud de la que formaron los cárteles de las industrias del algodón, cáñamo, seda y tintes. En España, nunca la oligarquía financiera había sido tan omnipotente como bajo el régimen del traidor Franco. (…) En el régimen nazi-fascista-falangista, o en el régimen formalmente democrático, el capitalismo monopolista es quién dicta la ley. Como decimos nosotros: ¿quién manda en casa? El monopolio está por encima de la nación, del régimen político y «otras particularidades». Por ello con el capitalismo monopolista no se trata ni se pacta. Tampoco se puede sustituir, como acabamos de ver, con sistemas pasados para siempre a la historia. Sólo se puede sustituir con un sistema socio-económico más elevado». (Joan Comorera; La nación en una nueva etapa histórica, 15 de junio de 1944)
Hay gente que se sorprende que en ocasiones el discurso reformista de la socialdemocracia y el discurso reformista del fascismo tengan tantas similitudes, esto no es una exageración, tanto el fascismo como la socialdemocracia tienden el mismo hilo político en sus discursos: «la conciliación y paz de clases» y la apelación a la «economía nacional» mixta –estatal, privada y cooperativista pero siempre bajo las leyes de producción capitalistas bajo justificaciones, que vienen a decir que de otra forma la nación no puede prosperar, véase la relación entre las teorías políticas y económicas del keynesianismo y el hitlerismo:
«El nazismo, como una forma de reformismo, junto con el keynesianismo y las ideas reformistas de la regulación estatal del capitalismo, comparten la opinión de que el Estado no tiene que poseer los medios de producción con el fin de cumplir su misión. Uno siempre puede volver a la defensa de que Keynes no parece abogar abiertamente la ideología fascista, y que él era un defensor de las ideas liberales burguesas clásicas de la democracia burguesa. (...) Sin embargo, si aceptáramos esto, estaríamos tomando el problema de una forma superficial y no estaríamos afrontando las cuestiones fundamentales de la economía política que relacionan el papel del Estado en la teoría económica del reformismo en general, y del keynesianismo en particular. Lo cierto es que tanto el keynesianismo como el nazismo conciben el Estado como un medio para preservar el papel principal del capital monopolista respecto a la clase obrera y las masas trabajadoras. También se puede volver al argumento y especular con que el keynesianismo es una versión más artificiosa del reformismo en comparación con el nazismo. (...) El keynesianismo y el reformismo moderno, ya que se niegan a socavar la base económica del capital monopolista, inevitablemente se convierten en instrumentos fundamentales para facilitar la tendencia hacia el militarismo y la intervención extranjera». (Rafael Martínez; El reformismo de Podemos y el renacimiento del keynesianismo, 2015)
¿Y no es el mensaje de «conciliación entre clases por el bien de la nación y su prosperidad», la base de todo discurso burgués moderno, sea liberal, fascista, socialdemócrata, neoliberal, agrarista, centrista, posmoderno, apolítico?:
«Hay que elegir»: este es el argumento con que siempre han tratado y tratan de justificarse los oportunistas. De golpe no pueden lograrse nunca nada importante. Hay que luchar por cosas pequeñas pero asequibles. ¿Y cómo saber que algo es asequible? Por la aprobación de la mayoría de los partidos políticos o de los políticos más «influyentes». Cuanto mayor sea el número de políticos que se muestren de acuerdo con una mejora, por pequeña que sea, más fácil será lograrla, más asequible será. No debemos ser utopistas, ni aspirar a cosas grandes. Debemos ser políticos prácticos, saber plegarnos a la demanda de cosas pequeñas, las cuales facilitarán la lucha por las cosas grandes. Las cosas pequeñas representan la etapa más segura en la lucha por las cosas grandes. Así argumentan todos los oportunistas, todos los reformistas, a diferencia de los revolucionarios. (...) Debemos elegir entre el mal presente y la mínima corrección de este mal, por lo cual está la inmensa mayoría de quienes se sienten descontentos con el mal presente. Conseguido lo pequeño, facilitaremos la lucha por obtener lo grande. (...) Es este –repetimos– el argumento fundamental, el argumento típico de todos los oportunistas en el mundo entero. Ahora bien, ¿qué conclusión se desprende inevitablemente de él? La conclusión de que no hace falta un programa revolucionario, un partido revolucionario ni una táctica revolucionaria. Lo que se necesita son reformas, y asunto concluido. (...) ¿En qué reside el error fundamental de todos estos argumentos oportunistas? En que suplantan en realidad la teoría socialista de la lucha de clases, única fuerza motriz verdadera de la historia, por la teoría burguesa del progreso «solidario», «social». Según la teoría del socialismo, es decir, del marxismo –hoy no puede hablarse en serio de un socialismo no marxista–, la fuerza motriz verdadera de la historia es la lucha revolucionaria de clases; las reformas son un producto accesorio de esta lucha; accesorio, por cuanto expresan el resultado de los intentos frustrados por atenuar esta lucha, por debilitarla, etc». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Otra vez el ministerio de la Duma, 1906)
¿Por qué es importante para los marxistas combatir estas ideas? ¿Cuál sería el destino de los comunistas si siguiesen las consignas de los reformistas burgueses y se limitaran estrictamente a ellas? ¿Cómo ha de entenderse las llamadas reformas desde el punto de vista de la lucha de clases?:
«Según la teoría de los filósofos burgueses, la fuerza motriz del progreso es la solidaridad de todos los elementos de la sociedad, que comprenden el carácter «imperfecto» de tal o cual institución. La primera teoría es materialista, la segunda idealista. La primera es revolucionaria. La segunda, reformista. La primera sirve de base a la táctica del proletariado en los países capitalistas modernos. La segunda sirve de base a la táctica de la burguesía. De la segunda teoría se deriva lógicamente la táctica de los progresistas burgueses comunes: apoyar siempre y en todas partes «lo mejor»; elegir entre la reacción y la extrema derecha de las fuerzas que se oponen a esa reacción. De la primera teoría se deriva lógicamente la táctica revolucionaria independiente de la clase avanzada. Nuestra tarea no se limita, en modo alguno, a apoyar las consignas más difundidas de la burguesía reformista. Nosotros mantenemos una política independiente y sólo proponemos reformas que interesan incuestionablemente a la lucha revolucionaria, que incuestionablemente contribuyen a elevar la independencia, la conciencia de clase y la combatividad del proletariado. Sólo con esta táctica podemos tornar inocuas las reformas desde arriba, reformas que son siempre mezquinas, siempre hipócritas, que encierran siempre alguna trampa burguesa o policial. Más aun. Sólo con esta táctica impulsamos realmente la lucha por reformas importantes. Puede parecer paradójico, pero esta aparente paradoja es una verdad confirmada por toda la historia de la socialdemocracia internacional; la táctica de los reformistas es la menos apta para lograr reformas reales. El medio más efectivo para alcanzarlas es la táctica de la lucha revolucionaria de clases. En la práctica las reformas son arrancadas siempre por la lucha revolucionaria de clase, por su independencia, su fuerza de masas, su tenacidad. Las reformas son siempre falsas, ambiguas. (...) Sólo son reales en consonancia con la intensidad de la lucha de clases. Al fundir nuestras propias consignas con las consignas de la burguesía reformista, debilitamos la causa de la revolución y también, como consecuencia de ello, la causa de las reformas, ya que con ello debilitamos la independencia, la firmeza y la energía de las clases revolucionarias». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Otra vez el ministerio de la Duma, 1906)
Perón por aquel 1944 también adoptó el cargo de Ministro de Guerra y la vicepresidencia, con las consecuencias que eso tenía para la represión obrera. Después como todos sabemos la presión externa para que el gobierno argentino declarase la guerra a la Alemania Nazi, las luchas intestinas –a causa de arribismo, envidias y otros factores– de dentro del régimen militar presionaron a Perón a la renuncia de todos sus cargos, el cual aceptó tras un discurso que apelaba a la emotividad y a las medidas reformistas adoptadas intentando apelar a la movilización –una interpretación dramática que haría varias veces para instigar la reacción de sus seguidores que no soportaban la idea de verse descabezados de su líder–. Así mientras Perón renunció y fue detenido momentáneamente, el peronismo usó su influencia en los gremios como el sindicato mayoritario CGT para movilizar a las masas que pidieran su liberación. El desenlace es conocido por todos: tras una masiva manifestación de fuerza Perón acabó siendo liberado finalmente, y con la traición de sus antiguos «camaradas» militares, Perón planteó alzarse de forma independiente como una opción política propia para las elecciones de 1946, para ello Perón aunó un frente que tenía como alianza un sector disidente del radicalismo, los Centros Cívicos Coronel Perón y hasta la Alianza Libertadora Nacionalista, ganando con un 55% de los votos, en una campaña famosa por el famoso hecho de la financiación de la patronal a la Unión Democrática partido opositor al peronismo, lo que venía a poder justificar para Perón el presentarse como el defensor de los humildes; el otro hecho fue que Braden, el embajador estadounidense en Argentina durante 1945 acusara a Perón como habían hecho tantos otros de tener simpatías fascistas en un documento conocido como el famoso Libro Azul, un recopilado de presuntas pruebas de la presunta vinculación de Perón con el nazismo alemán, esto a su vez se vendió desde la prensa peronista como un intento de injerencia en los asuntos argentinos para influenciar las elecciones, y efectivamente lo era, del Departamento de los EEUU, y catapultó a Perón como un presunto antiimperialista, por ello su eslogan de campaña fue «O Braden o Perón», haciendo referencia a que votar por el frente de los peronistas era votar por los patriotas, y que votar por los antiperonistas era votar por los que siempre habían vendido a la patria, un reduccionismo que no supieron contrarrestar el frente antiperonista, ya que efectivamente habían desde proimperialistas hasta antiimperialistas. ¿Significa esto que Perón fuese antiimperialista o al menos antiimperialista yanqui? Como veremos eso no es cierto ni por asomo: como se demostraría en años sucesivos, Perón simplemente utilizó oportunamente el error de la administración estadounidense para hacerse valer como paladín antiimperialista durante los primeros años hasta que se reconcilió con el imperialismo estadounidense.
Históricamente el imperialismo estadounidense ha obtenido mucho más siendo sutil, con la política de buenas sonrisas y proporcionando ayudas económicas y militares, que con la coacción, arrogancia y rigidez diplomática. Véase las políticas de Nixon con los revisionistas rumanos o chinos atrayéndolos a su carro, o al propio Eisenhower en su primer mandato atrayéndose a Perón y Franco a su órbita político-económica alejando a dichos países de una política internacional hostil hacia EEUU o de caer en el caos político abriendo la posibilidad de que éste fuese aprovechado por fuerzas antiestadounidenses. Ahora, ha de entenderse que esa política de sonrisas no excluye la coacción, el chantaje y la intervención militar. También ha habido errores y torpezas de la diplomacia estadounidense reflejada en una instransigencia y desconfianza hacia los movimientos o líder que no creían sumisos al cien por cien, cometiendo precipitaciones innecesarias o creando complots contra sus viejos aliados. Véase el caso de Noriega en Panamá, de Gadafi en Libia, de Mislosevic en Yugoslavia. Incluso ya que hemos hablado de Eisenhower recordemos como negó en su último mandato dar apoyo económico al movimiento guerrillero liberal del 26 de julio cuando Fidel Castro fue a Washington en 1959 a pedir créditos, al negar dicha ayuda EEUU entregaría al oportunista Castro a los brazos de la URSS de Jruschov, iniciando su fingida reconversión al «marxismo» y al «antiimperialismo», eso sí, una adhesión al «marxismo» y al «antiimperialismo» de los postulados de Jruschov, es decir el revisionismo puro y duro y la demagogia más cínica.
3) La política económica peronista antes y después de la toma de poder es muy interesante para entender los regímenes actuales de América Latina.
En primer lugar destaca que el peronismo estaba basado en un intervencionismo estatal que sirviese a través de diferentes planes a contribuir a la conciliación de clases y la expansión de las fuerzas productivas de la nación:
«Procedemos a poner de acuerdo al capital y al trabajo, tutelados ambos por la acción directiva del Estado. (...) Es indudable que no hay que olvidar que el Estado, que representa a todos los demás habitantes, tiene allí su parte que defender: el bien común, sin perjudicar ni a un bando ni a otro. (...) ¿En qué consiste, entonces, la necesaria intervención estatal? En organizar, dar pautas de entendimiento y concertar finalmente a los sectores en conflicto». (Juan Domingo Perón; Discurso de la bolsa de comercio, 25 de agosto de 1944)
¿Significa que la nacionalización es una medida revolucionaria o socialista? En absoluto, forma parte de todo proyecto de la burguesía nacional del país, sobre todo en sus inicios:
«Las empresas nacionalizadas constituyen el sector económico del Estado. Este sector incluye muchas otras empresas creadas bajo la dirección de estos nuevos Estados.
El marxismo-leninismo nos enseña que el contenido del sector del Estado en la economía depende directamente de la naturaleza del poder político. Este sector sirve a los intereses de las fuerzas de clase en el poder. En los países dónde domina la burguesía nacional, el sector del Estado representa una forma de ejercicio de la propiedad capitalista sobre los medios de producción. Vemos actuar allí todas las leyes y todas las relaciones capitalistas de producción y de reparto de los bienes materiales, la opresión y de explotación de las masas trabajadoras. No puede aportar ningún cambio al lugar que ocupan las clases en el sistema de la producción social. Al contrario, tiene por objetivo el fortalecimiento de las posiciones de clase políticas y económicas de la burguesía.
Última edición por Enver19 el Mar Mayo 22, 2018 7:34 am, editado 1 vez