Sobre el falso antitrotskismo
Equipo de Bitácora (M-L) - año 2017
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«Uno de los más sorprendentes fenómenos en los individuos que se dicen así mismos «marxistas-leninistas» es el falso antitrotskismo.
Estos elementos se caracterizan por:
1) Vociferar constantemente contra el trotskismo de forma reiterada y exaltada, pero sin llegar a comprender el carácter del mismo. Suelen llenar sus intervenciones de frases como «el trotskismo es la agencia del imperialismo», «el trotskismo es contrarrevolucionario», lo que es evidente, pero pierde el sentido cuando se repite machaconamente como si de una «consigna» se tratara, y pierde su credibilidad cuando ante el que desconoce tal verdad no se aportan más datos que confirmen sin resquicio de duda la naturaleza reaccionaria del trotskismo. También es común que utilicen los término de «trotskista» o «trotsko» a cualquier sujeto que discrepe.
Estos elementos no entienden que el uso abusivo de la retórica antitrotskista sin mayor explicación del porqué de la queja llega al punto en que estos eslóganes y estas mofas no solo no realizan un verdadero trabajo de argumentación y persuasión ante las masas trabajadoras de los peligros del trotskismo, sino que puede crear el punto en que quien presencie esto sienta un rechazo hacia el antitrotskismo por verse infantil y carente de sentido.
2) No hace falta comentar que estos «antitrotskistas» son conocidos por su desconocimiento de la historia del trotskismo, además de no comprender su carácter y rasgos.
Como rasgos genéricos del trotskismo podríamos citar:
-Un subjetivismo de los acontecimientos que acaba derivando ora en oportunismo ora en aventurismo, pretendiendo alcanzar dichos objetivos ajenos a la realidad mediante el voluntarismo. De ahí que se llegue a promover el «entrismo» en organizaciones socialdemócratas o a promover el terrorismo individual. Lo que convierte al trotskista en un acróbata político.
-La falta de un tronco teórico sólido que se evidencia en un eclecticismo atroz, lo que se traduce en que hoy se defiende una cosa y mañana otra por simple cortoplacismo y oportunismo político, además de la falta de principios claramente definidos. Este eclecticismo está en el núcleo de las riñas en las organizaciones trotskistas que dan lugar a continuas disoluciones. Esto convierte al trotskista en sinónimo de «discordia gratuita» y «liquidacionismo».
-El espontaneismo, el pragmatismo y el cortoplacismo –inherentes a su carácter vacilante pequeño burgués– les lleva a grandes acrobacias políticas que se traducen en contraer alianzas inservibles para la causa –incluso con el ala más reaccionaria del tablero–, supuestamente en pro de un presunto bien inmediato o futuro. Lo que convierte al trotskismo en reserva de la contrarrevolución.
-La promoción de la libertad de fracciones en el partido comunista como se tipificaba en los estatutos de la IV Internacional trotskista y la promoción por sus teóricos del multipartidismo en la nueva sociedad socialista. Ello convierte al trotskista en opositor de la independencia ideológico-organizativa de clase obrera respecto a la influencia burguesa, de nuevo convierte al trotskista en un liquidacionista.
-La distorsión de los hechos histórico bajo alegatos no demostrables, sumado a la reivindicación y vanaglorización de un pasado indemostrable o falso. Lo que convierte al trotskista en un falseador de la historia, en un mitificador-mistificador por antonomasia, y en consecuencia en un promotor de la historiografía burguesa.
-Con el uso del chisme, la calumnia y el insulto ante el debate teórico, sumado a otras técnicas como la desviación de la atención de la cuestión principal –dialéctica erística y diversionismo ideológico–; también encontramos la aceptación formal de los principios y su traición en la práctica. Esto convierte a los trotskistas en teóricos estériles.
-La desconfianza e infravaloración del campesinado considerándolo contrarrevolucionario. Lo que convierte al trotskismo en divisor de la alianza obrero-campesina, y en una corriente si cabe más peligrosa para los países agrarios de escaso número de proletarios.
-La teoría de que puede existir un Estado politicamente proletario bajo una economía socialista con la dirección de dirigentes revisionistas en el partido dirigente –teoría que influiría notablemente en los análisis idealistas de otros revisionismos–. Lo que convierte al trotskista en un creador de teorías ilusorias sobre el carácter de un verdadero Estado proletario y socialista; niega el análisis de clase del Estado y el carácter de las relaciones de producción existentes. Dando en muchos casos el trotskista un «apoyo crítico» a regímenes revisionistas, siendo por tanto defensor de una más de las variantes de dominación de las clases trabajadoras por la burguesía –revisionista–.
-Promulgadores de la teoría de las «fuerzas productivas», en la que sugieren que ningún país atrasado puede pasar al socialismo sin un largo proceso de libre promoción del capitalismo, que es imposible la industrialización socialista sin la «ayuda» de las potencias capitalistas. De ahí la adhesión a la teoría de la «revolución permanente» del socialdemócrata Parvus convirtiéndola en base teórica del trotskismo. Esto convierte al trotskista en un publicista del desánimo, la resignación ante el viejo orden capitalista –sobre todo en los países dependientes y subdesarrollados–, en un agente de la penetración económica imperialista, y finalmente en un defensor de la «división internacional del trabajo» con todas sus consecuencias.
Los falsos antitrotskistas se suman a la denuncia del trotskismo por cuestiones meramente formalistas: desconocen su esencia pero lo condenan temerosos de parecer «poco revolucionario» o de ser tildados de trotskistas: o por seguidismo: por hacer bandera de lo que dicen otros sin haberlo investigado y comprendido. Todo esto deriva en actos ridículos como patéticos de hablar y atacar al trotskismo mientras se tiene un pensamiento y se expone un discurso cargado de nociones trotskistas, e incluso cayendo en la defensa de figuras, organizaciones, y regímenes que tienen una relación estrecha con el trotskismo.
3) La no comprensión del carácter del trotskismo lleva a calificarlo como una corriente externa al revisionismo –corriente que revisa los principios del marxismo-leninismo cuando dice representarlo–, cuando si se repasa su historia, el trotskismo no pasa de ser una variante del menchevismo más el oportunismo teórico-práctico de Lev Trotski; si a esto agregamos que el menchevismo no es sino una variante de la socialdemocracia, es decir de los conceptos reformistas que rompen y revisan el marxismo, llegamos a la inevitable conclusión de que el trotskismo es revisionismo.
Esta confusión ha sido vista incluso en los discursos y escritos de varios autores marxista-leninistas de reconocido renombre, que ora si ora no, incluían y hablan del trotskismo como una corriente separada del revisionismo, como podría decirse de expresiones como el anarquismo, el liberalismo, el neoliberalismo, el fascismo, el socialismo utópico premarxista, etc.
4) También, la falta de formación ideológica les hace sumarse y publicitar como ejemplo de lucha antitrotskista a cualquier autor crítico del trotskismo –incluyendo la crítica de autores de otras corrientes revisionistas–, sin valorar si dicho tercero emite la crítica desde una visión marxista-leninista o no, algunos lo hacen por desconocimiento, otros bajo la máxima de «el enemigo de mi enemigo es mi amigo», pero la mayoría por deficiente formación político-ideológica.
De ahí que se les vea el compartir críticas de autores anarquistas, maoístas, jruschovistas, sin ni siquiera realizar siquiera un comentario aclaratorio sobre los límites de dicha crítica.
5) Para algunos otros, la lucha contra el trotskismo presupone –lo reconozcan en la teoría o no– la única lucha ideológica contra el revisionismo –como demuestra su praxis–, suelen ignorar e incluso condenar la lucha del resto de marxista-leninistas contra otras corrientes revisionistas que no sea el trotskismo. Y de hecho se llega a la estupidez extrema de criticar al trotskismo, sus tesis, autores y movimientos, cuando como ya decíamos, dichos elementos a la vez apoyan a corrientes, figuras y regímenes enormemente influenciados por el trotskismo, a veces incluso reconocidos como fuentes teóricas de revisionismos como el: yugoslavo, chino, cubano, soviético, eurocomunista, el «socialismo del siglo XXI», etc.
De ahí que por ejemplo que veamos a los hooligans del revisionismo cubano hablar contra el trotskismo e incluso insultar las opiniones y posiciones marxista-leninistas bajo calificaciones de que «es una opinión trotskista», cuando lo cierto es que el único trotskismo que se practica es el de «su» régimen cubano el cual es conocido por recibir y publicitar a autores trotskistas como Eduardo Galeano, Santiago Alba Rico, Marta Harnecker, Ignacio Ramont o Celia Hart; llegando al extremo de financiar abiertamente al trotskismo y sus representantes como hace la editorial Ciencias Políticas, que publica libros de análisis trotskistas con introducciones de Alan Wood. Aunque de hecho nos resulta menos extraño cuando vemos a trotskistas en el gobierno cubano: es el caso del ex ministro de cultura cubano Abiel Prieto. O que en España el grupo trotskista por antonomasia Izquierda Anticapitalista hable de la «dinámica anti-imperialista, y el carácter nacional, popular, socialista de la revolución de 1959» (sic).
6) Los elementos que juntan estos rasgos que acabamos de describir son zotes teóricos, seguidistas, doctrinaristas, propagandistas, apologistas, formalistas, sentimentalistas, infantiles, revisionistas, pero no son ni antitrotskistas ni marxista-leninistas, esto debe quedar claro.
***
El deber de los marxista-leninistas es: 1) estudiar en medida de lo posible las variantes del trotskismo en sus diferentes versiones –Ted Grant, Ernest Mandel, Pierre Franck, Nahuel Moreno, Alan Wood, etc.– para poder detectarlo y desenmascararlo; 2) destapar el falso antitrotskismo que incluso concilia con alguna de las variantes, nociones y figuras trotskistas.
Equipo de Bitácora (M-L) - año 2017
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«Uno de los más sorprendentes fenómenos en los individuos que se dicen así mismos «marxistas-leninistas» es el falso antitrotskismo.
Estos elementos se caracterizan por:
1) Vociferar constantemente contra el trotskismo de forma reiterada y exaltada, pero sin llegar a comprender el carácter del mismo. Suelen llenar sus intervenciones de frases como «el trotskismo es la agencia del imperialismo», «el trotskismo es contrarrevolucionario», lo que es evidente, pero pierde el sentido cuando se repite machaconamente como si de una «consigna» se tratara, y pierde su credibilidad cuando ante el que desconoce tal verdad no se aportan más datos que confirmen sin resquicio de duda la naturaleza reaccionaria del trotskismo. También es común que utilicen los término de «trotskista» o «trotsko» a cualquier sujeto que discrepe.
Estos elementos no entienden que el uso abusivo de la retórica antitrotskista sin mayor explicación del porqué de la queja llega al punto en que estos eslóganes y estas mofas no solo no realizan un verdadero trabajo de argumentación y persuasión ante las masas trabajadoras de los peligros del trotskismo, sino que puede crear el punto en que quien presencie esto sienta un rechazo hacia el antitrotskismo por verse infantil y carente de sentido.
2) No hace falta comentar que estos «antitrotskistas» son conocidos por su desconocimiento de la historia del trotskismo, además de no comprender su carácter y rasgos.
Como rasgos genéricos del trotskismo podríamos citar:
-Un subjetivismo de los acontecimientos que acaba derivando ora en oportunismo ora en aventurismo, pretendiendo alcanzar dichos objetivos ajenos a la realidad mediante el voluntarismo. De ahí que se llegue a promover el «entrismo» en organizaciones socialdemócratas o a promover el terrorismo individual. Lo que convierte al trotskista en un acróbata político.
-La falta de un tronco teórico sólido que se evidencia en un eclecticismo atroz, lo que se traduce en que hoy se defiende una cosa y mañana otra por simple cortoplacismo y oportunismo político, además de la falta de principios claramente definidos. Este eclecticismo está en el núcleo de las riñas en las organizaciones trotskistas que dan lugar a continuas disoluciones. Esto convierte al trotskista en sinónimo de «discordia gratuita» y «liquidacionismo».
-El espontaneismo, el pragmatismo y el cortoplacismo –inherentes a su carácter vacilante pequeño burgués– les lleva a grandes acrobacias políticas que se traducen en contraer alianzas inservibles para la causa –incluso con el ala más reaccionaria del tablero–, supuestamente en pro de un presunto bien inmediato o futuro. Lo que convierte al trotskismo en reserva de la contrarrevolución.
-La promoción de la libertad de fracciones en el partido comunista como se tipificaba en los estatutos de la IV Internacional trotskista y la promoción por sus teóricos del multipartidismo en la nueva sociedad socialista. Ello convierte al trotskista en opositor de la independencia ideológico-organizativa de clase obrera respecto a la influencia burguesa, de nuevo convierte al trotskista en un liquidacionista.
-La distorsión de los hechos histórico bajo alegatos no demostrables, sumado a la reivindicación y vanaglorización de un pasado indemostrable o falso. Lo que convierte al trotskista en un falseador de la historia, en un mitificador-mistificador por antonomasia, y en consecuencia en un promotor de la historiografía burguesa.
-Con el uso del chisme, la calumnia y el insulto ante el debate teórico, sumado a otras técnicas como la desviación de la atención de la cuestión principal –dialéctica erística y diversionismo ideológico–; también encontramos la aceptación formal de los principios y su traición en la práctica. Esto convierte a los trotskistas en teóricos estériles.
-La desconfianza e infravaloración del campesinado considerándolo contrarrevolucionario. Lo que convierte al trotskismo en divisor de la alianza obrero-campesina, y en una corriente si cabe más peligrosa para los países agrarios de escaso número de proletarios.
-La teoría de que puede existir un Estado politicamente proletario bajo una economía socialista con la dirección de dirigentes revisionistas en el partido dirigente –teoría que influiría notablemente en los análisis idealistas de otros revisionismos–. Lo que convierte al trotskista en un creador de teorías ilusorias sobre el carácter de un verdadero Estado proletario y socialista; niega el análisis de clase del Estado y el carácter de las relaciones de producción existentes. Dando en muchos casos el trotskista un «apoyo crítico» a regímenes revisionistas, siendo por tanto defensor de una más de las variantes de dominación de las clases trabajadoras por la burguesía –revisionista–.
-Promulgadores de la teoría de las «fuerzas productivas», en la que sugieren que ningún país atrasado puede pasar al socialismo sin un largo proceso de libre promoción del capitalismo, que es imposible la industrialización socialista sin la «ayuda» de las potencias capitalistas. De ahí la adhesión a la teoría de la «revolución permanente» del socialdemócrata Parvus convirtiéndola en base teórica del trotskismo. Esto convierte al trotskista en un publicista del desánimo, la resignación ante el viejo orden capitalista –sobre todo en los países dependientes y subdesarrollados–, en un agente de la penetración económica imperialista, y finalmente en un defensor de la «división internacional del trabajo» con todas sus consecuencias.
Los falsos antitrotskistas se suman a la denuncia del trotskismo por cuestiones meramente formalistas: desconocen su esencia pero lo condenan temerosos de parecer «poco revolucionario» o de ser tildados de trotskistas: o por seguidismo: por hacer bandera de lo que dicen otros sin haberlo investigado y comprendido. Todo esto deriva en actos ridículos como patéticos de hablar y atacar al trotskismo mientras se tiene un pensamiento y se expone un discurso cargado de nociones trotskistas, e incluso cayendo en la defensa de figuras, organizaciones, y regímenes que tienen una relación estrecha con el trotskismo.
3) La no comprensión del carácter del trotskismo lleva a calificarlo como una corriente externa al revisionismo –corriente que revisa los principios del marxismo-leninismo cuando dice representarlo–, cuando si se repasa su historia, el trotskismo no pasa de ser una variante del menchevismo más el oportunismo teórico-práctico de Lev Trotski; si a esto agregamos que el menchevismo no es sino una variante de la socialdemocracia, es decir de los conceptos reformistas que rompen y revisan el marxismo, llegamos a la inevitable conclusión de que el trotskismo es revisionismo.
Esta confusión ha sido vista incluso en los discursos y escritos de varios autores marxista-leninistas de reconocido renombre, que ora si ora no, incluían y hablan del trotskismo como una corriente separada del revisionismo, como podría decirse de expresiones como el anarquismo, el liberalismo, el neoliberalismo, el fascismo, el socialismo utópico premarxista, etc.
4) También, la falta de formación ideológica les hace sumarse y publicitar como ejemplo de lucha antitrotskista a cualquier autor crítico del trotskismo –incluyendo la crítica de autores de otras corrientes revisionistas–, sin valorar si dicho tercero emite la crítica desde una visión marxista-leninista o no, algunos lo hacen por desconocimiento, otros bajo la máxima de «el enemigo de mi enemigo es mi amigo», pero la mayoría por deficiente formación político-ideológica.
De ahí que se les vea el compartir críticas de autores anarquistas, maoístas, jruschovistas, sin ni siquiera realizar siquiera un comentario aclaratorio sobre los límites de dicha crítica.
5) Para algunos otros, la lucha contra el trotskismo presupone –lo reconozcan en la teoría o no– la única lucha ideológica contra el revisionismo –como demuestra su praxis–, suelen ignorar e incluso condenar la lucha del resto de marxista-leninistas contra otras corrientes revisionistas que no sea el trotskismo. Y de hecho se llega a la estupidez extrema de criticar al trotskismo, sus tesis, autores y movimientos, cuando como ya decíamos, dichos elementos a la vez apoyan a corrientes, figuras y regímenes enormemente influenciados por el trotskismo, a veces incluso reconocidos como fuentes teóricas de revisionismos como el: yugoslavo, chino, cubano, soviético, eurocomunista, el «socialismo del siglo XXI», etc.
De ahí que por ejemplo que veamos a los hooligans del revisionismo cubano hablar contra el trotskismo e incluso insultar las opiniones y posiciones marxista-leninistas bajo calificaciones de que «es una opinión trotskista», cuando lo cierto es que el único trotskismo que se practica es el de «su» régimen cubano el cual es conocido por recibir y publicitar a autores trotskistas como Eduardo Galeano, Santiago Alba Rico, Marta Harnecker, Ignacio Ramont o Celia Hart; llegando al extremo de financiar abiertamente al trotskismo y sus representantes como hace la editorial Ciencias Políticas, que publica libros de análisis trotskistas con introducciones de Alan Wood. Aunque de hecho nos resulta menos extraño cuando vemos a trotskistas en el gobierno cubano: es el caso del ex ministro de cultura cubano Abiel Prieto. O que en España el grupo trotskista por antonomasia Izquierda Anticapitalista hable de la «dinámica anti-imperialista, y el carácter nacional, popular, socialista de la revolución de 1959» (sic).
6) Los elementos que juntan estos rasgos que acabamos de describir son zotes teóricos, seguidistas, doctrinaristas, propagandistas, apologistas, formalistas, sentimentalistas, infantiles, revisionistas, pero no son ni antitrotskistas ni marxista-leninistas, esto debe quedar claro.
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El deber de los marxista-leninistas es: 1) estudiar en medida de lo posible las variantes del trotskismo en sus diferentes versiones –Ted Grant, Ernest Mandel, Pierre Franck, Nahuel Moreno, Alan Wood, etc.– para poder detectarlo y desenmascararlo; 2) destapar el falso antitrotskismo que incluso concilia con alguna de las variantes, nociones y figuras trotskistas.