La clase obrera global ¿Revueltas o lucha de clases?
revista wildcat (en español) - verano de 2015
traducido por El Salariado
—7 mensajes—
El concepto de clase se ha hecho popular de nuevo. Tras la reciente crisis económica global, hasta la prensa burguesa ha empezado a plantearse la cuestión: “¿Es que acaso, después de todo, Marx tenía razón?” En los últimos dos años el libro El Capital en el siglo XXI de Thomas Piketty ha permanecido en la lista de los más vendidos –un libro que describe de manera detallada cómo históricamente el proceso capitalista de acumulación lleva a la concentración de riqueza en manos de una minúscula minoría de capitalistas. En las democracias occidentales, las significativas desigualdades también han provocado que aumente el miedo a los levantamientos sociales. Este fantasma ha recorrido todo el mundo durante estos años: de los disturbios de Atenas, Londres o Baltimore, a las revueltas de África del Norte, que en ciertos casos se llevaron por delante a todos los gobernantes del Estado. En esta época agitada, como siempre, mientras una facción dominante aboga por la represión y las armas, otra abandera la “cuestión social”, que para ellos supuestamente se resuelve con reformas o políticas redistributivas.
La crisis global ha deslegitimado el capitalismo; la política de los dirigentes y los gobiernos de hacer que los trabajadores y los pobres paguen la crisis ha impulsado la ira y la desesperación. ¿Quién va a negar que vivimos en una “sociedad de clases”? ¿Y qué significa esta palabra?
El término “clases”, en su sentido más estrecho, surge con el capitalismo, aunque la enajenación de los medios de producción, que es la situación en la que se basa la condición proletaria, no ha sido un proceso histórico único. Esta enajenación es algo que se produce cotidianamente en el propio proceso de producción: los obreros producen, pero el producto de su trabajo no les pertenece. Sólo obtienen lo que necesitan para reproducir su fuerza de trabajo, o lo que corresponda al estándar de vida que se han ganado con la lucha.
En principio, las sociedades clasistas no reconocen privilegios de nacimiento, sino que es el dinero el que determina qué posición ocupa cada uno en la sociedad. En principio, bajo el capitalismo puedes empezar tu carrera como lavaplatos y terminarla como especulador bursátil (o al menos como pequeño empresario, que es la esperanza de muchos inmigrantes). Al mismo tiempo, los miembros de la pequeña burguesía o los artesanos pueden descender a las filas proletarias. El ascenso en la escala social no suele ser el resultado del propio trabajo, sino de la habilidad para convertirse en capitalista y apropiarse del trabajo ajeno (la mafia también tiene esa capacidad).
De hecho, se desarrolla un proceso de polarización social que Marx y Engels consideraban que tenía una fuerza explosiva y que era precondición para la revolución. “El movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa” (Manifiesto Comunista). Imanuelle Wallerstein afirmó que la tesis más radical de Marx era la de la polarización de las clases, la cual (una vez llegados a un sistema mundial) se ha demostrado cierta. Polarización significa, por un lado, proletarización, y por el otro, “burguesificación”.
El capital no es simplemente riqueza acumulada en pocas manos. El capital es la condición previa y el resultado del proceso de producción capitalista, donde el trabajo vivo genera un valor del que se apropian otros. Lo típico del capitalismo no es la “explotación” de un trabajador por su maestro artesano, sino la explotación de una gran masa de trabajadores en la fábrica. Es un modo de producción basado en el hecho de que millones de personas trabajan juntas a pesar de no conocerse. Juntas producen valor, pero también juntas pueden rechazar el trabajo y cuestionar la división social de éste. Como fuerza de trabajo, los obreros son parte del capital; como clase obrera, son su mayor enemigo interno.
Generaciones de estudiosos de la “gestión científica” han tratado de apropiarse del conocimiento de los obreros sobre cómo producir, para así independizarse de ellos. Han establecido unidades de producción paralelas para poder continuar con la producción en caso de huelga. Han cerrado y relocalizado fábricas para aumentar la explotación y el control sobre nuevos grupos de trabajadores. Pero no han sido capaces de exorcizar a este fantasma. Durante la ola huelguística del 2010, el fantasma recorrió por primera vez todo el mundo simultáneamente. Actualmente estas luchas van camino de cambiar este mundo. Incluso los académicos se han dado cuenta de ello y, después de mucho tiempo, han vuelto a convertir a la clase obrera en objeto de sus investigaciones, como demuestran tantas publicaciones, nuevas revistas y páginas web, a través de las cuales los científicos de la izquierda tratan de crear vínculos con los trabajadores en los distintos continentes. En Alemania, durante los pasados 25 años, los trabajadores fueron abandonados a sus luchas (y en este país también los intelectuales y los movimientos sociales han vuelto a hablar de ellos).
RETROSPECTIVA
1978. LA CLASE OBRERA EN LA CUMBRE DE SU PODER
Hasta 1989, éramos capaces de comprender qué pasaba en el mundo, o mejor dicho, la lucha de clases nos lo explicaba. El despertar revolucionario de 1968 impulsó el resurgimiento de luchas obreras en muchos países, y trajo además una crítica comprensiva del sistema fabril y de la cultura del trabajo que respaldaban los sindicatos de las metrópolis. A finales de los 70, la clase obrera estaba en la cumbre de su poder. Salarios e ingresos estaban garantizados por las negociaciones colectivas y el empleo fijo y más o menos estable seguía siendo la norma. En las naciones industriales, las condiciones materiales de los trabajadores en el terreno del salario social total eran mejores que nunca. Y sus luchas en los sectores industriales clave permitían conquistar mejores condiciones para todos.
Pero ya durante la crisis de 1973/74 su poder productivo empezó a socavarse mediante la deslocalización hacia el Sudeste de Asia de la producción en masa que empleaba trabajo intensivo, así como con la reestructuración interna de las fábricas. El capital quería deshacerse de esos obreros que se habían vuelto combativos y confiados. El golpe en Chile de 1973 y el ascenso de los “Chicago Boys” señalaba la dirección que iba a adquirir la contrarrevolución de 1979/80, que se identificó con los nombres de Thatcher y Reagan y que llevó a derrotas seculares de lo que hasta entonces habían sido sectores centrales de la clase obrera (derrota de FIAT en 1980; golpe militar en Turquía; la contrarrevolución de 1979-81 en Irán después de destrozar los consejos obreros; gobierno militar en Polonia a finales de 1981; derrota de los mineros de Inglaterra en 1985). Luego vinieron los ataques directos en forma de despidos masivos y la segmentación de la fuerza de trabajo. La clase obrera, a nivel nacional [nationale Arbeiterklassen], se parapetó tras las barricadas en sus lugares de trabajo y fue capaz (con grandes diferencias según los países) de combatir el deterioro directo de sus condiciones durante un periodo de tiempo sustancial.
Para los contemporáneos de Europa occidental, los 80 fueron una época contradictoria: por una parte, ataques masivos, por otra, movimientos sociales radicales. Pero vista en perspectiva, fue una época de derrotas dramáticas. Las políticas de austeridad llevaron al desmantelamiento de los derechos ligados al Estado de Bienestar y/o estos empezaron a depender de una búsqueda activa de empleo. Las imágenes de los Estados Unidos mostraban largas colas de parados frente a las agencias de colocación, reflejando la nueva dimensión del empobrecimiento de la clase obrera norteamericana, antes tan poderosa. En Alemania, durante los 80, la movilización sindical por la reducción de la jornada (para combatir el paro), contra la flexibilización y la informalidad de los “contratos de trabajo fijos normales”, supuso un punto de inflexión. Los 80 se caracterizan por las dictaduras militares y la decadencia económica en buena parte de Latinoamérica, la bancarrota del Estado en México, la crisis de deuda y los dictados del FMI para llevar a cabo los “programas de ajuste estructural”.
A mediados de los 80, las altas tasas de crecimiento de los cuatro jóvenes “tigres” (Hong-Kong, Singapur, Taiwán y Corea del Sur), pusieron del revés los viejos conceptos de la teoría de la dependencia. Los movimientos huelguísticos masivos en Corea del Sur llamaron la atención de todo el mundo. Bajo una dictadura desarrollista orientada hacia occidente que tan solo 7 años antes había masacrado un levantamiento de trabajadores, la clase obrera desafió al capital surcoreano y su régimen fabril mediante formas radicales de lucha de clase. Gracias a los elevados aumentos salariales, en el curso de unos años, los obreros fueron capaces de alcanzar a sus homólogos occidentales. A finales de los 80, en Europa, también parecía que se estaba desarrollando una nueva composición de clase a través de una serie de luchas (el movimiento de enfermeras, las huelgas de enfermeras, los maquinistas de tren en Italia y Francia, camioneros en Francia, la huelga salvaje en VW, etc.). Pero entonces llegó la crisis y la guerra, y la masacre cambió el mundo.
LA CRISIS Y LA OLA DE PROLETARIZACIÓN EN LOS 90
En junio de 1989, el ejército abrió fuego en la plaza de Tiananmén, sobre todo porque los obreros se estaban sumando en masa a los estudiantes. No fueron estos, sino los líderes obreros, a quienes se sentenció a muerte o a largas condenas. Los sindicatos no oficiales fueron declarados rápidamente fuera de la ley y sus líderes fueron encarcelados.
Esto no se repitió en Berlín o Leipzig. Allí el régimen se rindió. Cuando cayó el muro en 1989, Wildcat era optimista ante el colapso del socialismo realmente existente. En 1988/89 se había intensificado la lucha de clases en Alemania Occidental, y en el transcurso del cambio de régimen fuimos testigos de debates masivos en los centros de trabajo y las calles acerca del futuro social más allá del capitalismo y el socialismo de la RDA, los cuales hace tiempo que se han olvidado. La devastación económica de la vieja RDA desencadenó al principio un amplio movimiento de lucha contra los cierres de fábricas y el deterioro de los servicios sociales.
Tras la masacre de la Guerra del Golfo de 1991 y el inicio de la crisis económica, que en Alemania se retrasó debido al boom post-reunificación (aunque en 1993 llegó con más fuerza), asistimos al colapso masivo de las condiciones que existían en la industria metalúrgica de la vieja Alemania Occidental. Los sindicatos ayudaron a Alemania a convertirse de nuevo en “nación exportadora”, por ejemplo, en 1994, el sindicato metalúrgico IGMetall aceptó que se intensificara el trabajo y la flexibilización masiva de la jornada laboral en el “Acuerdo de Pforzheim”. Además, las prestaciones sociales se vieron atacadas en todas partes.
Las luchas que aguardábamos (sobre todo en las fábricas que se estaban desmantelando en la vieja Alemania Oriental) casi no se materializaron. La migración de trabajadores cualificados del este al oeste, como válvula de escape de la presión social, derivó en la primera reducción de salarios desde la posguerra. El paro masivo en el este se amortiguó de varias formas: por ejemplo, las empresas enviaban continuamente a los obreros a programas de formación, pues no había trabajo; la jornada laboral se redujo, a veces hasta las cero-horas. Al mismo tiempo, cuando en el trabajo se señalaba que un compañero ganaba dos veces más que nosotros por hacer lo mismo, escuchábamos cosas como: “Menos mal que tenemos trabajo”. ¡El ejército industrial de reserva había vuelto! A partir de entonces fueron adquiriendo cada vez más capacidad para dividir a los trabajadores en los centros de trabajo, gracias al empleo masivo del trabajo temporal y los contratos eventuales.
En Alemania Occidental, en los 70, habíamos aprendido que la función del ejército de reserva de los parados (meter presión a los empleados) se había visto socavada en gran parte: en la medida en que encontrar trabajo no era problema, se podía disfrutar del paro remunerado como un cómodo descanso. Por eso tuvimos cuidado en no emplear términos como “ejército de reserva” y, sobre todo, en posicionarnos contra toda capitulación prematura. También fuimos testigos de un rápido deterioro de la situación de los parados. Las leyes Hartz (reforma de la prestación por desempleo de los años 2004/2005) supusieron una mayor rebaja de los ingresos en caso de desempleo (de larga duración).
La disolución del “Bloque del Este” también supuso una ruptura en lo que respecta al desencadenamiento del nuevo impulso de la proletarización de la población mundial. Mientras en los países de Europa Oriental se produjo una especie de “acumulación primitiva”, en la que los viejos políticos oficiales robaban y amasaban enormes riquezas financieras a través de privatizaciones salvajes y las masas obreras perdían sus derechos sobre la tierra, vivienda y pensiones, que antes dependían del Estado socialista. A nivel general, todos los regímenes se dirigieron hacia el “neoliberalismo”, y aumentaron los escenarios de guerra (por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, también en la propia Europa).
revista wildcat (en español) - verano de 2015
traducido por El Salariado
—7 mensajes—
El concepto de clase se ha hecho popular de nuevo. Tras la reciente crisis económica global, hasta la prensa burguesa ha empezado a plantearse la cuestión: “¿Es que acaso, después de todo, Marx tenía razón?” En los últimos dos años el libro El Capital en el siglo XXI de Thomas Piketty ha permanecido en la lista de los más vendidos –un libro que describe de manera detallada cómo históricamente el proceso capitalista de acumulación lleva a la concentración de riqueza en manos de una minúscula minoría de capitalistas. En las democracias occidentales, las significativas desigualdades también han provocado que aumente el miedo a los levantamientos sociales. Este fantasma ha recorrido todo el mundo durante estos años: de los disturbios de Atenas, Londres o Baltimore, a las revueltas de África del Norte, que en ciertos casos se llevaron por delante a todos los gobernantes del Estado. En esta época agitada, como siempre, mientras una facción dominante aboga por la represión y las armas, otra abandera la “cuestión social”, que para ellos supuestamente se resuelve con reformas o políticas redistributivas.
La crisis global ha deslegitimado el capitalismo; la política de los dirigentes y los gobiernos de hacer que los trabajadores y los pobres paguen la crisis ha impulsado la ira y la desesperación. ¿Quién va a negar que vivimos en una “sociedad de clases”? ¿Y qué significa esta palabra?
El término “clases”, en su sentido más estrecho, surge con el capitalismo, aunque la enajenación de los medios de producción, que es la situación en la que se basa la condición proletaria, no ha sido un proceso histórico único. Esta enajenación es algo que se produce cotidianamente en el propio proceso de producción: los obreros producen, pero el producto de su trabajo no les pertenece. Sólo obtienen lo que necesitan para reproducir su fuerza de trabajo, o lo que corresponda al estándar de vida que se han ganado con la lucha.
En principio, las sociedades clasistas no reconocen privilegios de nacimiento, sino que es el dinero el que determina qué posición ocupa cada uno en la sociedad. En principio, bajo el capitalismo puedes empezar tu carrera como lavaplatos y terminarla como especulador bursátil (o al menos como pequeño empresario, que es la esperanza de muchos inmigrantes). Al mismo tiempo, los miembros de la pequeña burguesía o los artesanos pueden descender a las filas proletarias. El ascenso en la escala social no suele ser el resultado del propio trabajo, sino de la habilidad para convertirse en capitalista y apropiarse del trabajo ajeno (la mafia también tiene esa capacidad).
De hecho, se desarrolla un proceso de polarización social que Marx y Engels consideraban que tenía una fuerza explosiva y que era precondición para la revolución. “El movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa” (Manifiesto Comunista). Imanuelle Wallerstein afirmó que la tesis más radical de Marx era la de la polarización de las clases, la cual (una vez llegados a un sistema mundial) se ha demostrado cierta. Polarización significa, por un lado, proletarización, y por el otro, “burguesificación”.
El capital no es simplemente riqueza acumulada en pocas manos. El capital es la condición previa y el resultado del proceso de producción capitalista, donde el trabajo vivo genera un valor del que se apropian otros. Lo típico del capitalismo no es la “explotación” de un trabajador por su maestro artesano, sino la explotación de una gran masa de trabajadores en la fábrica. Es un modo de producción basado en el hecho de que millones de personas trabajan juntas a pesar de no conocerse. Juntas producen valor, pero también juntas pueden rechazar el trabajo y cuestionar la división social de éste. Como fuerza de trabajo, los obreros son parte del capital; como clase obrera, son su mayor enemigo interno.
Generaciones de estudiosos de la “gestión científica” han tratado de apropiarse del conocimiento de los obreros sobre cómo producir, para así independizarse de ellos. Han establecido unidades de producción paralelas para poder continuar con la producción en caso de huelga. Han cerrado y relocalizado fábricas para aumentar la explotación y el control sobre nuevos grupos de trabajadores. Pero no han sido capaces de exorcizar a este fantasma. Durante la ola huelguística del 2010, el fantasma recorrió por primera vez todo el mundo simultáneamente. Actualmente estas luchas van camino de cambiar este mundo. Incluso los académicos se han dado cuenta de ello y, después de mucho tiempo, han vuelto a convertir a la clase obrera en objeto de sus investigaciones, como demuestran tantas publicaciones, nuevas revistas y páginas web, a través de las cuales los científicos de la izquierda tratan de crear vínculos con los trabajadores en los distintos continentes. En Alemania, durante los pasados 25 años, los trabajadores fueron abandonados a sus luchas (y en este país también los intelectuales y los movimientos sociales han vuelto a hablar de ellos).
RETROSPECTIVA
1978. LA CLASE OBRERA EN LA CUMBRE DE SU PODER
Hasta 1989, éramos capaces de comprender qué pasaba en el mundo, o mejor dicho, la lucha de clases nos lo explicaba. El despertar revolucionario de 1968 impulsó el resurgimiento de luchas obreras en muchos países, y trajo además una crítica comprensiva del sistema fabril y de la cultura del trabajo que respaldaban los sindicatos de las metrópolis. A finales de los 70, la clase obrera estaba en la cumbre de su poder. Salarios e ingresos estaban garantizados por las negociaciones colectivas y el empleo fijo y más o menos estable seguía siendo la norma. En las naciones industriales, las condiciones materiales de los trabajadores en el terreno del salario social total eran mejores que nunca. Y sus luchas en los sectores industriales clave permitían conquistar mejores condiciones para todos.
Pero ya durante la crisis de 1973/74 su poder productivo empezó a socavarse mediante la deslocalización hacia el Sudeste de Asia de la producción en masa que empleaba trabajo intensivo, así como con la reestructuración interna de las fábricas. El capital quería deshacerse de esos obreros que se habían vuelto combativos y confiados. El golpe en Chile de 1973 y el ascenso de los “Chicago Boys” señalaba la dirección que iba a adquirir la contrarrevolución de 1979/80, que se identificó con los nombres de Thatcher y Reagan y que llevó a derrotas seculares de lo que hasta entonces habían sido sectores centrales de la clase obrera (derrota de FIAT en 1980; golpe militar en Turquía; la contrarrevolución de 1979-81 en Irán después de destrozar los consejos obreros; gobierno militar en Polonia a finales de 1981; derrota de los mineros de Inglaterra en 1985). Luego vinieron los ataques directos en forma de despidos masivos y la segmentación de la fuerza de trabajo. La clase obrera, a nivel nacional [nationale Arbeiterklassen], se parapetó tras las barricadas en sus lugares de trabajo y fue capaz (con grandes diferencias según los países) de combatir el deterioro directo de sus condiciones durante un periodo de tiempo sustancial.
Para los contemporáneos de Europa occidental, los 80 fueron una época contradictoria: por una parte, ataques masivos, por otra, movimientos sociales radicales. Pero vista en perspectiva, fue una época de derrotas dramáticas. Las políticas de austeridad llevaron al desmantelamiento de los derechos ligados al Estado de Bienestar y/o estos empezaron a depender de una búsqueda activa de empleo. Las imágenes de los Estados Unidos mostraban largas colas de parados frente a las agencias de colocación, reflejando la nueva dimensión del empobrecimiento de la clase obrera norteamericana, antes tan poderosa. En Alemania, durante los 80, la movilización sindical por la reducción de la jornada (para combatir el paro), contra la flexibilización y la informalidad de los “contratos de trabajo fijos normales”, supuso un punto de inflexión. Los 80 se caracterizan por las dictaduras militares y la decadencia económica en buena parte de Latinoamérica, la bancarrota del Estado en México, la crisis de deuda y los dictados del FMI para llevar a cabo los “programas de ajuste estructural”.
A mediados de los 80, las altas tasas de crecimiento de los cuatro jóvenes “tigres” (Hong-Kong, Singapur, Taiwán y Corea del Sur), pusieron del revés los viejos conceptos de la teoría de la dependencia. Los movimientos huelguísticos masivos en Corea del Sur llamaron la atención de todo el mundo. Bajo una dictadura desarrollista orientada hacia occidente que tan solo 7 años antes había masacrado un levantamiento de trabajadores, la clase obrera desafió al capital surcoreano y su régimen fabril mediante formas radicales de lucha de clase. Gracias a los elevados aumentos salariales, en el curso de unos años, los obreros fueron capaces de alcanzar a sus homólogos occidentales. A finales de los 80, en Europa, también parecía que se estaba desarrollando una nueva composición de clase a través de una serie de luchas (el movimiento de enfermeras, las huelgas de enfermeras, los maquinistas de tren en Italia y Francia, camioneros en Francia, la huelga salvaje en VW, etc.). Pero entonces llegó la crisis y la guerra, y la masacre cambió el mundo.
LA CRISIS Y LA OLA DE PROLETARIZACIÓN EN LOS 90
En junio de 1989, el ejército abrió fuego en la plaza de Tiananmén, sobre todo porque los obreros se estaban sumando en masa a los estudiantes. No fueron estos, sino los líderes obreros, a quienes se sentenció a muerte o a largas condenas. Los sindicatos no oficiales fueron declarados rápidamente fuera de la ley y sus líderes fueron encarcelados.
Esto no se repitió en Berlín o Leipzig. Allí el régimen se rindió. Cuando cayó el muro en 1989, Wildcat era optimista ante el colapso del socialismo realmente existente. En 1988/89 se había intensificado la lucha de clases en Alemania Occidental, y en el transcurso del cambio de régimen fuimos testigos de debates masivos en los centros de trabajo y las calles acerca del futuro social más allá del capitalismo y el socialismo de la RDA, los cuales hace tiempo que se han olvidado. La devastación económica de la vieja RDA desencadenó al principio un amplio movimiento de lucha contra los cierres de fábricas y el deterioro de los servicios sociales.
Tras la masacre de la Guerra del Golfo de 1991 y el inicio de la crisis económica, que en Alemania se retrasó debido al boom post-reunificación (aunque en 1993 llegó con más fuerza), asistimos al colapso masivo de las condiciones que existían en la industria metalúrgica de la vieja Alemania Occidental. Los sindicatos ayudaron a Alemania a convertirse de nuevo en “nación exportadora”, por ejemplo, en 1994, el sindicato metalúrgico IGMetall aceptó que se intensificara el trabajo y la flexibilización masiva de la jornada laboral en el “Acuerdo de Pforzheim”. Además, las prestaciones sociales se vieron atacadas en todas partes.
Las luchas que aguardábamos (sobre todo en las fábricas que se estaban desmantelando en la vieja Alemania Oriental) casi no se materializaron. La migración de trabajadores cualificados del este al oeste, como válvula de escape de la presión social, derivó en la primera reducción de salarios desde la posguerra. El paro masivo en el este se amortiguó de varias formas: por ejemplo, las empresas enviaban continuamente a los obreros a programas de formación, pues no había trabajo; la jornada laboral se redujo, a veces hasta las cero-horas. Al mismo tiempo, cuando en el trabajo se señalaba que un compañero ganaba dos veces más que nosotros por hacer lo mismo, escuchábamos cosas como: “Menos mal que tenemos trabajo”. ¡El ejército industrial de reserva había vuelto! A partir de entonces fueron adquiriendo cada vez más capacidad para dividir a los trabajadores en los centros de trabajo, gracias al empleo masivo del trabajo temporal y los contratos eventuales.
En Alemania Occidental, en los 70, habíamos aprendido que la función del ejército de reserva de los parados (meter presión a los empleados) se había visto socavada en gran parte: en la medida en que encontrar trabajo no era problema, se podía disfrutar del paro remunerado como un cómodo descanso. Por eso tuvimos cuidado en no emplear términos como “ejército de reserva” y, sobre todo, en posicionarnos contra toda capitulación prematura. También fuimos testigos de un rápido deterioro de la situación de los parados. Las leyes Hartz (reforma de la prestación por desempleo de los años 2004/2005) supusieron una mayor rebaja de los ingresos en caso de desempleo (de larga duración).
La disolución del “Bloque del Este” también supuso una ruptura en lo que respecta al desencadenamiento del nuevo impulso de la proletarización de la población mundial. Mientras en los países de Europa Oriental se produjo una especie de “acumulación primitiva”, en la que los viejos políticos oficiales robaban y amasaban enormes riquezas financieras a través de privatizaciones salvajes y las masas obreras perdían sus derechos sobre la tierra, vivienda y pensiones, que antes dependían del Estado socialista. A nivel general, todos los regímenes se dirigieron hacia el “neoliberalismo”, y aumentaron los escenarios de guerra (por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, también en la propia Europa).
Última edición por lolagallego el Sáb Ene 02, 2021 7:48 pm, editado 1 vez