Crítica al marxismo críptico
Rolando Astarita - año 2010 - publicado en su blog personal
El motivo de esta nota es cuestionar una costumbre que arraigó en algunos círculos de marxistas académicos de Buenos Aires, que consiste en hablar y escribir de una forma difícil y oscura, al punto de hacer incomprensibles discursos y textos. Existe gente, con un grado de cultura media universitaria, que me dice que después de escuchar algunas intervenciones, llegó a pensar que la teoría de Marx era prácticamente impenetrable. Más de una vez alumnos y alumnas de la UBA me lo han planteado. Personalmente, a lo largo de los últimos años me he encontrado con artículos o libros de marxistas en los que me es imposible encontrarle sentido a pasajes enteros. Con frecuencia, además, tropiezo con un lenguaje pretendidamente hegeliano, como si el autor pensara que basta con amontonar términos como “concepto”, “ser”, “esencia” o “determinación”, para presentar un argumento “dialéctico y profundo”. Peor todavía, muchas veces, cuando desenredo la maraña de frases, me quedo con un sustrato (entendible) de banalidades, cuando no de disparates. El problema es grave también porque educa a muchos jóvenes en la idea de que “cuanto más abstrusa la exposición, más profunda la idea”.
Pues bien, frente a esta moda, sostengo una posición diametralmente opuesta.
En primer lugar, porque pienso que tenemos que hacer lo posible para acercar a la gente a la teoría marxista. La teoría de Marx se puede explicar con un lenguaje accesible al común de las personas. Pero además, y tratándose del ámbito académico, lo que decimos y escribimos debe poder ser examinado por nuestros pares y nuestros alumnos. Es a través de sus observaciones, preguntas y críticas que mejoramos argumentos y desarrollamos el conocimiento. Complementariamente, ésta es una forma de democratizar la enseñanza, y compartir.
En segundo término, y esto es clave, el pensamiento es social, y por lo tanto las teorías solo son válidas si son pasibles de ser sometidas a escrutinio y debate público, si podemos examinar su lógica, o testear empíricamente sus afirmaciones. Pero para esto es necesario que las teorías se puedan entender y transmitir. Recuerdo que a comienzos de los ochenta leí un informe sobre un simposio de epistemología, dirigido por Piaget, en el que los participantes no podían dilucidar si determinados textos eran o no científicos, sencillamente porque resultaban incomprensibles. Años después, leyendo algunos trabajos del marxismo críptico, he llegado a sospechar que el lenguaje abstruso y las frases sin sentido constituían un recurso para enturbiar las aguas, y ocultar la falta de espesor teórico de lo que se estaba afirmando; o disimular los abiertos disparates.
Por supuesto, existe un nivel de dificultad teórica que es insoslayable. Pero esto no es excusa para no hacer accesible el conocimiento. Robert Laughlin, en Un universo diferente, dice que cuando empezó a participar de las actividades del Instituto de Estudios de la Materia Adaptada Compleja, en Estados Unidos, se encontró con que esa institución proponía, y casi obligaba, a los científicos a explicar sus trabajos a los colegas en un lenguaje no especializado. Laughlin (es premio Nóbel en física) comenta que esa tarea tenía un “valor incalculable”. Esto no solo porque enriquecía a quienes escuchaban, sino porque obligaba a profundizar, y aclarar las ideas, al que exponía.
Pienso que esta es la forma de desarrollar el espíritu crítico. No hay que dejarse intimidar por el oscurantismo pedante y elitista, que inhibe el pensamiento, y solo fomenta la pasividad y la resignación. Menos todavía cuando estudiamos la teoría marxista, y queremos animar a los jóvenes a abordarla.
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Rolando Astarita - año 2010 - publicado en su blog personal
El motivo de esta nota es cuestionar una costumbre que arraigó en algunos círculos de marxistas académicos de Buenos Aires, que consiste en hablar y escribir de una forma difícil y oscura, al punto de hacer incomprensibles discursos y textos. Existe gente, con un grado de cultura media universitaria, que me dice que después de escuchar algunas intervenciones, llegó a pensar que la teoría de Marx era prácticamente impenetrable. Más de una vez alumnos y alumnas de la UBA me lo han planteado. Personalmente, a lo largo de los últimos años me he encontrado con artículos o libros de marxistas en los que me es imposible encontrarle sentido a pasajes enteros. Con frecuencia, además, tropiezo con un lenguaje pretendidamente hegeliano, como si el autor pensara que basta con amontonar términos como “concepto”, “ser”, “esencia” o “determinación”, para presentar un argumento “dialéctico y profundo”. Peor todavía, muchas veces, cuando desenredo la maraña de frases, me quedo con un sustrato (entendible) de banalidades, cuando no de disparates. El problema es grave también porque educa a muchos jóvenes en la idea de que “cuanto más abstrusa la exposición, más profunda la idea”.
Pues bien, frente a esta moda, sostengo una posición diametralmente opuesta.
En primer lugar, porque pienso que tenemos que hacer lo posible para acercar a la gente a la teoría marxista. La teoría de Marx se puede explicar con un lenguaje accesible al común de las personas. Pero además, y tratándose del ámbito académico, lo que decimos y escribimos debe poder ser examinado por nuestros pares y nuestros alumnos. Es a través de sus observaciones, preguntas y críticas que mejoramos argumentos y desarrollamos el conocimiento. Complementariamente, ésta es una forma de democratizar la enseñanza, y compartir.
En segundo término, y esto es clave, el pensamiento es social, y por lo tanto las teorías solo son válidas si son pasibles de ser sometidas a escrutinio y debate público, si podemos examinar su lógica, o testear empíricamente sus afirmaciones. Pero para esto es necesario que las teorías se puedan entender y transmitir. Recuerdo que a comienzos de los ochenta leí un informe sobre un simposio de epistemología, dirigido por Piaget, en el que los participantes no podían dilucidar si determinados textos eran o no científicos, sencillamente porque resultaban incomprensibles. Años después, leyendo algunos trabajos del marxismo críptico, he llegado a sospechar que el lenguaje abstruso y las frases sin sentido constituían un recurso para enturbiar las aguas, y ocultar la falta de espesor teórico de lo que se estaba afirmando; o disimular los abiertos disparates.
Por supuesto, existe un nivel de dificultad teórica que es insoslayable. Pero esto no es excusa para no hacer accesible el conocimiento. Robert Laughlin, en Un universo diferente, dice que cuando empezó a participar de las actividades del Instituto de Estudios de la Materia Adaptada Compleja, en Estados Unidos, se encontró con que esa institución proponía, y casi obligaba, a los científicos a explicar sus trabajos a los colegas en un lenguaje no especializado. Laughlin (es premio Nóbel en física) comenta que esa tarea tenía un “valor incalculable”. Esto no solo porque enriquecía a quienes escuchaban, sino porque obligaba a profundizar, y aclarar las ideas, al que exponía.
Pienso que esta es la forma de desarrollar el espíritu crítico. No hay que dejarse intimidar por el oscurantismo pedante y elitista, que inhibe el pensamiento, y solo fomenta la pasividad y la resignación. Menos todavía cuando estudiamos la teoría marxista, y queremos animar a los jóvenes a abordarla.
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