Acerca del aporte de la URSS a la victoria sobre el Japón militarista ¿Realmente se rindió Japón solo por el bombardeo cobarde de Hiroshima y Nagasaki?
publicado en 2018 por el blog marxismo-leninismo
fuente: twitter.com/ChenchoPrizrak/
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La decisión de la URSS de entrar en guerra con Japón estuvo dictada por sus compromisos con los aliados y respondía a los intereses de los pueblos de todas las naciones aún inmersas en la conflagración bélica.
La Unión Soviética necesitaba garantizar la seguridad de sus fronteras en el Lejano Oriente, amenazadas por Japón en el transcurso de toda la historia del Estado soviético.
Sus acciones adquirieron un carácter particularmente peligroso en el período más difícil para la URSS durante la guerra contra Alemania, cuando Japón —violando groseramente el tratado de neutralidad preparó, en reiteradas ocasiones, el ataque a la URSS y no lo efectuó sólo a causa de las derrotas consecutivas de la Wehrmacht en el frente soviético alemán.
La política traicionera del Gobierno japonés obligó a la URSS a mantener, durante toda la guerra, hasta 40 divisiones en sus fronteras del Lejano Oriente, divisiones en extremo necesarias para la lucha contra la invasión fascista.
Así, la guerra de la Unión Soviética contra Japón fue la continuación lógica de la Gran Guerra Patria.
En la literatura burguesa se está llevando a cabo, desde hace ya bastante tiempo, una discusión —inspirada artificialmente— acerca del aporte de la URSS a la victoria sobre el Japón militarista.
Al responder a una interrogante planteada por los historiadores norteamericanos acerca del papel desempeñado por la URSS en la victoria sobre Japón, H. Truman, siendo presidente de los Estados Unidos, declaró:
“los rusos no hicieron ninguna contribución militar a la victoria sobre Japón”. Esta declaración —poco común por su irresponsabilidad, incluso entre los políticos burgueses— se publicó en una de las obras norteamericanas oficiales acerca de historia militar y, más tarde, ha sido retomada por muchos historiadores y autores de memorias burgueses. L. Morton se encargó de demostrar que hacia el verano de 1945 Japón estaba derrotado y, por consiguiente, fue errónea la solicitud de que la URSS entrara en guerra contra él.
L. Garthoff utilizó la falsificación de los acontecimientos en el Lejano Oriente, para deslucir la política soviética en los años de la guerra. Escribe:
“Al habérseles satisfecho la mayoría de sus objetivos por los aliados occidentales en Yalta como recompensa por la ayuda contra los japoneses, los rusos denunciaron su tratado de no agresión y entonces, aunque éste todavía estaba en vigor, atacaron en agosto de 1945.
En todo caso habrían entrado para compartir los frutos de la victoria, pero Stalin pudo minimizar la culpa por su violación del tratado de no agresión, al solicitar y obtener, una carta del presidente Truman en la cual se solicitaba a la URSS entrar en la guerra.”
Sin embargo, la historia es implacable con los falsificadores de cualquier clase.
Los resultados de las grandiosas batallas en el frente soviético alemán, que determinaron el viraje en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, también ejercieron una influencia importantísima en la situación de las partes contendientes en el teatro de hostilidades del océano Pacífico y obligaron al mando japonés a reconsiderar la estrategia en el Pacífico y pasar a la defensiva. El jefe de las fuerzas armadas de los Estados Unidos en el Lejano Oriente, general MacArthur, poco antes de la capitulación de su guarnición en las Filipinas en 1942, se dirigió a las tropas en una alocución, en la cual dijo:
“La situación internacional creada muestra que, en la actualidad, las esperanzas de la civilización están indisolublemente unidas a las acciones del heroico Ejército Rojo, a sus gloriosas banderas.”
La derrota de la Alemania hitleriana y su capitulación predeterminaron el desenlace de la guerra. Sin embargo, la victoria sobre la Alemania fascista no condujo, de manera automática, a la derrota de los agresores japoneses.
Aún se requirió bastantes esfuerzos para aniquilarlos y, con ello, dar culminación a la Segunda Guerra Mundial.
Como evidencia G. Kennan, según los cálculos del Comité Combinado de Jefes de Estados Mayores presentados a F. Roosevelt y W. Churchill en la Segunda Conferencia de Quebec (noviembre de 1944), las fuerzas armadas de los Estados Unidos y Gran Bretaña necesitaban 18 meses, a partir del fin de la guerra con Alemania, para obligar a Japón a capitular. En otras palabras, la guerra contra Japón podía dilatarse hasta fines de 1946.
Ante las fuerzas armadas de los aliados estaba planteada la tarea de aniquilar un ejército japonés de 5 millones de hombres, entre quienes había varios miles de combatientes suicidas.
En los círculos militares de los Estados Unidos provocaban particular preocupación las tropas japonesas acantonadas en Manchuria y en otras zonas vecinas a las fronteras de la URSS, donde se encontraban, de manera permanente, 2/3 de los tanques, la mitad de la artillería y las divisiones imperiales élites. Ellos valoraban las unidades de la artillería japonesa como las mejores, y luchar contra ellas, según los cálculos norteamericanos, conduciría a un aumento de las bajas norteamericanas en más de un millón de hombres.
Es verdad, algunos historiadores de los Estados Unidos han intentado reducir la fuerza del ejército de Kwantung, pero en este sentido no han logrado aportar pruebas convincentes.
Según el ejército de los Estados Unidos se acercaba a las islas japonesas, se recrudecía ostensiblemente la resistencia de las tropas japonesas.
El 18 de junio de 1945, el jefe del Estado Mayor del Ejército de los Estados Unidos, general A. Marshall, en un encuentro con Truman en la Casa Blanca, le comunicó datos según los cuales las bajas norteamericanas en los combates por las islas Iwo Jima y Okinawa se incrementaron casi en tres veces (como “patrón” se tomaron los datos de las pérdidas en los combates por las islas Leyte y Luzón). Los militaristas japoneses decretaron la movilización total y, siguiendo el ejemplo de los hitlerianos, trataron de convertir su guarida en un bastión inexpugnable. Marshall subrayó que la importancia de la entrada de la Unión Soviética en la guerra consistía en que podía ser la acción decisiva que obligara a Japón a capitular.
Sin embargo, K. R. Greenfield considera que los Estados Mayores norteamericanos no valoraron de manera correcta la situación. En su opinión, los bombardeos aéreos a Japón y los golpes asestados por las fuerzas navales norteamericanas “obligaron a rendirse a los japoneses sin una invasión de su país por parte del Ejército”. Pero Greenfield no se refiere en absoluto a que los conquistadores japoneses lograron obtener, a comienzos de 1945, grandes éxitos en China: llegaron a las zonas suroccidentales de ese país y se unieron con sus tropas que actuaban en la Indochina francesa. Se estableció una línea continua del frente de Pekín a Singapur.
Las tropas terrestres de Japón eran aún una gran fuerza y quedaba por delante una prolongada lucha para aniquilarlas.
Todo esto condicionó la petición insistente de los Estados Unidos e Inglaterra al Gobierno soviético para que entrara en la guerra contra Japón.