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    La última batalla de Lenin (contiene El último discurso de Lenin de noviembre de 1922) - David García Colín Carrillo - publicado en abril de 2020 por El Sudamericano

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    Mensaje por RioLena Sáb Abr 25, 2020 11:28 am

    La última batalla de Lenin (contiene El último discurso de Lenin de noviembre de 1922)

    David García Colín Carrillo


    publicado en abril de 2020 por El Sudamericano

    en el Foro en: 5 mensajes (el discurso de Lenin en el último mensaje)


    Lenin no sólo fue el arquitecto de la Revolución rusa, en el sentido de que fue el forjador de una generación de cuadros revolucionarios, el principal impulsor del Partido Bolchevique; fue –por añadidura– un estratega y táctico genial que pudo conectar la teoría marxistas de forma concreta a la realidad rusa, para impulsar la revolución más radical de la historia.

    A la luz de este hecho cobra sentido la observación de Trotsky:

    “Marx es el profeta de las tablas de la ley y Lenin el más grande ejecutor del testamento, que no sólo dirigía a la élite proletaria como lo hizo Marx, sino que dirigía clases y pueblos en las ejecuciones de la ley, en las situaciones más difíciles que actuó, maniobró y venció”.[1]

    Pero Lenin –además– fue uno de los primeros en combatir el proceso de degeneración y burocratización que sufrió la revolución que él encabezó. Lenin no tuvo reparos en hablar con franqueza de la enfermedad que la Revolución rusa comenzó a sufrir a comienzos de la década de 1920 y proponer vías para luchar contra ella. Ante todo será apelando a la intervención directa de los trabajadores y la revolución mundial que Lenin intentará cortar las bases de la burocracia en ascenso. Fue ésta la última batalla de Lenin, una guerra sin cuartel contra la burocracia y su caudillo, Stalin –un oscuro burócrata del partido que trepará por el cuerpo de la organización bolchevique, apoyándose en burócratas agradecidos-. Aunque el destino dejará a Trotsky la tarea de profundizar teóricamente sobre la naturaleza de la ‘degeneración’ de la revolución, fue Lenin el que, junto con aquél, comenzará la batalla que ocupará sus últimos días. Y aunque la burocracia aplastará al Partido leninista y convertirá a Lenin en una momia, el colapso de la URSS y la reconversión de los stalinistas en empresarios capitalistas demostraron que el stalinismo no tenía nada de revolucionario. Es necesario recuperar la historia de la última batalla de Lenin –una guerra contra Stalin– y lo antagónico que resulta el verdadero leninismo de su negación burocrática.

    Las raíces del problema

    Marx creía que la revolución socialista comenzaría en Francia, Inglaterra y Alemania –en ese orden–. La perspectiva de Marx se basaba en que en aquellos países el desarrollo capitalista había alcanzado su nivel más alto y, por ende, las condiciones materiales para la revolución socialista también. No previó que la cadena capitalista comenzaría a romperse por sus eslabones más débiles. Los mencheviques, como hemos visto, extraían de las perspectivas de Marx la conclusión de que era imposible una revolución socialista en Rusia y que por lo tanto en la revolución por venir la burguesía debía tener la dirección política a la que se tenían que someter los trabajadores. Los bolcheviques sostenían que la burguesía liberal no podía dirigir ninguna revolución por sus vínculos políticos y económicos con los terratenientes y con las grandes potencias y, por tanto, los trabajadores debían confiar en sus propias fuerzas y llevar adelante la revolución por sí mismos, desde una perspectiva internacionalista.

    Marx escribió que el Estado obrero tendería a extinguirse a sí mismo con la liquidación de las clases sociales –y Lenin desarrolló esta misma idea de “El Estado y la revolución”- pero el Estado soviético, creado en un marco de aislamiento, y atraso material y cultural, no sólo no tendió nunca a extinguirse

    El pesado Estado soviético ya estaba compuesto de más de cinco millones de personas en fechas tan tempranas como 1920. 30 mil oficiales zaristas fueron reclutados en la guerra civil dada la falta de cuadros militares. Con la desmovilización del Ejército Rojo miles de personas fueron reubicadas en puestos burocráticos. Aunque el Ejército Rojo triunfó en contra de todos los vaticinios, la terrible guerra civil cobró la vida, de unas cinco millones de personas (incluidas las bajas de la guerra mundial), lo que resultó en un colapso virtual de la clase obrera. El declive numérico y moral del proletariado explica que de 1918 y 1922 el Congreso de los Soviets –que en teoría es el verdadero poder estatal- apenas se reuniera una vez cada año. En la realidad el poder tendía a concentrarse más y más en el Partido Comunista –especialmente en el CC. y su órgano operativo, el politburó– pues no existía ya otra instancia real mediante la cual el proletariado –su vanguardia política– pudiera ejercer su poder.

    Las subsecuentes derrotas en 1923 de la Revolución alemana y de la Revolución china en 1926 –que se agregan a los fracasos de los intentos del periodo 1918-1921– dieron estocadas mortales a la moral de las capas más avanzadas del pueblo ruso. Miles de cuadros de la revolución murieron durante la guerra civil y otros fueron absorbidos por los hábitos y maneras del burócrata. El partido renovó, después de 1923, entre el 75-80% de su militancia. Mientras que durante la revolución y la guerra civil integrarse al Partido sólo significaba sacrificios, el periodo de la NEP va a ser atractivo para arribistas en búsqueda de confort, la mayoría de los cuales estuvo del otro lado de la barricada en octubre de 1917. Estos millones de burócratas, apoyados en el ambiente pequeñoburgués, creado con la NEP que crecía en proporción directa al retroceso de las masas, suministraron el caldo de cultivo para el ascenso de intereses contrarios a los ideales bolcheviques originales. Se estaba formando una casta burocrática a la que Lenin se va a enfrentar en la última batalla de su vida.

    Lenin contra la burocracia

    En repetidas ocasiones Lenin choca contra un aparato burocrático que se manifiesta, inicialmente, con métodos de desdén y negligencia para con el trabajador y campesino común. Así, por ejemplo en enero de 1919, en pleno Comunismo de Guerra, Lenin se entera que el Comité de Abastecimiento de Simbirsk cierra sus oficinas a las cuatro de la tarde y los campesinos que van a entregar trigo, de acuerdo a la política de requisa, deben permanecer en la calle hasta el día siguiente en un frío glacial. Lenin envía furioso una carta.

    “Tienen el deber de recibir el trigo de los campesinos, de día y de noche. Si se confirma que pasadas las cuatro de la tarde se han negado a recibir el trigo y han obligado a los campesinos a esperar hasta la mañana serán fusilados”.[2]

    Pero las órdenes de Lenin no son obedecidas por la burocracia y-por supuesto- nadie es fusilado (en aquéllas fechas Lenin llama, ritualmente, a fusilar sin que esto sea, necesariamente, literal). Sin embargo, aún estamos ante manifestaciones burocráticas formales –largas filas y atención negligente- que no hacen sino revelar una enfermedad que se está desarrollando. Esto es apenas el inicio y el proceso cruzará varios puntos de inflexión. Seis meses después de escribir “La enfermedad infantil…” Lenin afirma:

    “hay que tener el valor de mirar de frente la amarga verdad: el partido está enfermo. ¿Y el Estado? […] un estado obrero con una deformación burocrática”.[3]

    Precisamente para combatir a la burocracia enquistada en el Partido se crea el 24 de enero de 1920, a propuesta de Lenin, una comisión llamada “Inspección Obrera y Campesina” (Rabkrin) encargada de eliminar la corrupción y la ineficacia, fiscalizando el funcionamiento de toda la maquinaria estatal, incluyendo el control de todos los comisarios del pueblo. Se suponía que bajo la dirección de esa comisión grupos de obreros y campesinos podrían entrar a cualquier oficina de gobierno para supervisar su funcionamiento. Lenin quiere luchar contra la burocracia a través de la intervención directa de los trabajadores organizados. Pero a falta de obreros, esa comisión no hará sino reproducir a la burocracia que pretendía erradicar.

    Stalin, miembro del Politburó, el Orgburó (encargado de organizar al personal del Partido) y comisario de las nacionalidades, es elegido, a propuesta de Zinoviev, para presidir esa comisión. Lenin apoyó esta idea pues veía a Stalin como un organizador eficaz y fuerte que podría hacer un buen papel bajo el control del CC. Pero Stalin, abusando de su puesto, utilizó esa comisión para promover a sus compinches e ir tejiendo calladamente una camarilla de gente agradecida. Así, por ejemplo, su amigo Kaganovich fue puesto a cargo del Departamento Organizativo del Partido (Orgotdel). Inicialmente Lenin defiende la función de Stalin frente a aquéllos que, como Trotsky, desconfían de su buen funcionamiento: “…no podemos prescindir en este momento de esta [comisión]”.[4]

    Adicionalmente, se crea por el X° Congreso del Partido, una Comisión de Control encargada de depurar al partido de arribistas y burócratas. Inicialmente las “purgas” no tienen nada que ver con las purgas sangrientas de los años 30’s.

    “Las purgas –dice Deutcher- no estaban bajo la jurisdicción del aparto judicial. Eran conducidas por las comisiones locales de control del Partido ante un foro abierto de ciudadanos, al que tenían libre acceso tanto bolcheviques como los no bolcheviques. La conducta de todo miembro del Partido, desde los más influyentes hasta los más modestos, era sometida al severo escrutinio público. Cualquier hombre o mujer entre el público podía servir como testigo. El bolchevique cuya hoja de servicios resultara insatisfactoria recibía una reprimenda y, en casos extremos, era expulsado del Partido. La Comisión de Control no podía imponer otras sanciones”.[5]

    Por este medio se expulsan a unos 200 mil miembros del Partido, un tercio de la militancia. Estas medidas administrativas podían liberar al Partido de un poco de “veneno” pero había ya una enfermedad burocrática que reproducía la toxina constantemente. Stalin usará esa comisión para convertirla en una herramienta en manos del burócrata.

    Desde el verano de 1921 los dolores de cabeza de Lenin, quien apenas tiene cincuenta y dos años, se vuelven insoportables.

    “A ratos tenía que sujetarse la cabeza y permanecer así, inmóvil durante varios minutos. Sufría de insomnios progresivamente acusados […] A comienzos del año siguiente empezó a sufrir mareos, que le obligaban a sujetarse a lo que tuviese a mano para no caer al suelo”.[6]

    Debe irse –por orden del CC– a varios descansos, el 4 de junio como el 9 de agosto y todo un mes (desde el 7 de diciembre) a la finca en Gorki. Pensando en un envenenamiento por plomo, el 23 de abril de 1922 el cirujano Julius Borchardt le extrae, en el hospital Soldatenkov, la bala que estaba alojada en el cuello desde el atentado de 1918.

    La enfermedad de Lenin

    Robert Service, biógrafo liberal de Lenin, por no menos de siete páginas de su superficial y frívola biografía, se hace el tonto especulando sobre la salud mental de Lenin y sobre una presunta sífilis –palabra que aparece más veces que “Lenin”–. Pero Service sabe perfectamente bien que la prueba que Wasserman le hizo a Lenin dio negativo para sífilis y sabe aún mejor que la lucidez mental de Lenin permaneció intacta –fue Stalin el que tratará de escabullirse de la última voluntad de Lenin afirmando que éste “estaba afectado”. Es verdad que los médicos sospecharon de sífilis –pues en aquélla época cualquier enfermedad cerebral de origen desconocido solía achacarse a esa causa– pero la autopsia y la historia familiar apuntan a otra dirección. En realidad Lenin sufría de arteriosclerosis que, aunada a una labor incansable bajo presiones colosales, va a agrandar su corazón, aumentando la presión arterial en un sistema circulatorio comprometido por la bala del atentado de 1918. Esa enfermedad provocará los tres infartos cerebrales finales y explica los pequeños infartos anteriores que lo martirizan. Service sabe, además, que la historia familiar muestra una tendencia genética a sufrir ese tipo de padecimientos:

    “El padre de Lenin parecía haber muerto de ella [arteriosclerosis cerebral] en 1886 y podría muy bien haber transmitido la afección a su hijo. La historia posterior de los Ulianov habría de apuntar en esa misma dirección. Anna Ilinichna atravesó de incógnito la frontera de Lituania camino de un sanatorio y murió allí en 1935 tras un ataque de apoplejía seguido de parálisis crónica; dos años después María Ilinichna no consiguió sobrevivir a un ataque al corazón y Dimitri Ilich murió en 1943 de estenocardia”.[7]

    Pero Service, fiel a su estilo de chismografía, encontrará más “ilustrativo” dedicar más tiempo a las aventuras amorosas de Trotsky –en la pésima “biografía”, además de la de Lenin, que escribe de aquél- que a sus ideas. Aunado a lo anterior Service se indigna de los honorarios pagados al equipo de dos médicos que vela por la salud de Lenin –unos 20 mil marcos para los médicos Georg Klemperer y Julius Borchardt–. A decir verdad, la única coincidencia que es posible encontrar entre Service y Lenin es que éste ¡también consideró los honorarios de sus médicos excesivos![8] Pero la dirección del Partido no tiene el derecho a escatimar esfuerzos para salvar la vida de Lenin. De todas formas el único médico de confianza de Lenin es Alexandrovich Guetier, un amigo íntimo desde los tiempos más difíciles de la revolución. Este médico desmintió por adelantado las pérfidas insinuaciones sobre la lucidez mental de Lenin. Le dice a Trotsky:

    “La fatiga [de Lenin] se acentuará, no volverá a tener la antigua claridad para el trabajo, pero el virtuoso seguirá siendo virtuoso”.[9]

    Es claro que un infarto cerebral no tiene relación alguna con la demencia. Pero para un burgués no hay nada más demencial que una revolución socialista. La animadversión política de la burguesía no tiene nada que ver con la salud de Lenin.




    Última edición por RioLena el Sáb Abr 25, 2020 11:36 am, editado 1 vez
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    Mensaje por RioLena Sáb Abr 25, 2020 11:29 am

    Lenin rompe con Stalin

    Fue por la cuestión nacional que Lenin se va percatando gradualmente del verdadero papel de Stalin, ese oscuro secretario que nadie toma muy en serio. El gobierno soviético había firmado, el 7 de mayo de 1920, un tratado de paz por el que se reconocía la independencia de Georgia. Era de las pocas provincias rusas que, por su composición campesino pequeñoburgués, habían quedado bajo el control menchevique. Ante este hecho, Lenin insistía en una política paciente y cautelosa de parte del gobierno para que a partir de su experiencia el campesinado pasara al lado soviético. No se podían forzar las cosas en un asunto tan sensible como la cuestión nacional. Pero para Stalin:

    “las tareas administrativas inmediatas siempre tenían bastante más importancia que todas las leyes de la historia”.[10]

    El 11 de febrero de 1921, sin consultar a la dirección, destacamentos de ejército rojo, bajo las órdenes del Secretario de las nacionalidades (Stalin), invaden Georgia y derrocan al gobierno menchevique para imponer en su lugar a Ordzhonikidze, compinche de Stalin. Ahora es más cómodo para el burócrata administrar esa región integrada por la fuerza, pero desde un punto de vista político se ha roto con los principios más elementales del bolchevismo. Cuando Lenin se entera de esto acepta el hecho consumado pero exige tratar a los georgianos con sensibilidad y respeto. La confianza política hacia Stalin se ha quebrado. La llaga de la cuestión georgiana va a ser uno de los motivos de la ruptura final de Lenin con Stalin.

    El 2 de abril de 1922 se celebra el XI° Congreso del Partido Comunista (bolchevique) de Rusia. Es el último que Lenin preside. El informe de Lenin demuestra su preocupación por el burocratismo, los alcances del repliegue o retroceso que ha significado la NEP y el necesario control que el Estado debe imponer al mercado. Califica a la NEP como “capitalismo de estado”, es un concepto provisional que Lenin usa en un sentido diferente al de un país capitalista, lo emplea para describir a un estado obrero que debe hacer concesiones de mercado. Explica que los comunistas deben aprender a comerciar –pues es el comercio el único medio disponible, en un país subdesarrollado, para vincularse con la economía agrícola- y señala los peligros de restauración capitalista implícitos en la ecuación.

    De hecho Lenin, de forma brutalmente honesta, explica que el Estado obrero no va precisamente donde quieren los comunistas:

    “…Y no lo queremos reconocer: el Estado no ha cumplido nuestra voluntad. ¿Y cómo funcionó? La máquina no obedece: como si fuera, no en la dirección que el conductor desea, sino en la dirección deseada por alguna otra persona; como si la condujera alguna mano misteriosa que no está autorizada a hacerlo, sabe Dios quién es, tal vez un especulador, de un capitalista privado o de ambos…”.[11]

    Esa mano invisible es la del ambiente pequeñoburgués que se expresa a través de la burocracia. También advierte sobre el peligro de la restauración capitalista citando las palabras de Ustráliov, aliado de Kolchak:

    “‘las cosas no marchan como ustedes imaginan –dice Ustriálov–. En realidad, ustedes van rodando hacia el vulgar pantano burgués y allí agitarán banderines comunistas con toda clase de palabrerío’ […] Se debe decir con franqueza –comenta Lenin- que tales enemigos sinceros son útiles. Se debe decir con franqueza que las cosas de las que habla Ustriálov son posibles. La historia conoce metamorfosis de todo tipo. En política es poco serio confiar en la firmeza de las convicciones, la lealtad y otras magníficas cualidades morales. Son contadas las personas que poseen cualidades morales magníficas, pero quienes deciden las cuestiones históricas son las grandes masas…”.[12]

    Las masas están en retroceso, los obreros han desaparecido casi por completo y campesinos recién salidos de las aldeas han ocupado las fábricas maltrechas. Ante este escenario la cultura capitalista puede abortar a la cultura socialista que todavía no nace:

    “si tomamos Moscú como ejemplo –4700 comunistas ocupan cargos de responsabilidad– y si observamos esa máquina burocrática, esa inmensa mole, nos debemos preguntar: ¿quién dirige a quién? Pongo muy en duda que pueda afirmarse que los comunistas dirigen ese gentío. A decir verdad, no son los que dirigen, sino los dirigidos. En ese caso sucede algo semejante a lo que nos relataban en nuestras lecciones de historia cuando éramos niños. Nos enseñaban: sucede que a veces un pueblo conquista a otro; […] ¿Pero qué pasa con la cultura de esos pueblos? Esto no es tan sencillo. Si el pueblo vencedor es más culto que el pueblo vencido, le impone a éste su cultura. Pero en caso contrario, sucede que el pueblo vencido impone su cultura al vencedor. […] su cultura [la de la burguesía rusa] es mísera, insignificante, pero, sin embargo, superior a la nuestra”.[13]

    Esta brutal sinceridad va a contrastar con el “opio comunista” con el que el stalinismo va a adormecer al proletariado, para mejor subirse a sus espaldas. En este mismo texto Lenin plantea medidas represivas a los intelectuales mencheviques que públicamente se manifiesten contra el poder obrero, más adelante va a plantear su expulsión del país. En realidad esta propuesta es una manifestación de la debilidad del poder soviético y del temor de que el polo político que ha sido derrotado en la guerra civil se rearme de nuevo. Quizá haya sido un error y exceso de Lenin insistir en este punto en ese momento en concreto. Muy pronto se percatará hasta qué punto el peligro más amenazante no viene ya de los mencheviques, sino de la entrañas mismas del Estado.

    El 3 de abril de 1922 –un día después de del XI Congreso– Stalin es nombrado por el CC. Secretario General del Comité Central en ausencia de Lenin quien se encuentra enfermo. Sverdlov –anterior secretario general, muerto prematuramente– había sido un extraordinario operador que, además, tenía una gran talla moral y política. Sin embargo el puesto de Secretario General había sido siempre un puesto administrativo, operativo, subordinado a la línea política del CC. y al Politburó. Así seguía siendo visto por la mayoría y, por ello, la designación de Stalin pasó desapercibida como un asunto sin mayor importancia. Pero para cuando Stalin es elegido el aparato burocrático había crecido enormemente y la coordinación entre las diversas secciones del Partido y la asignación de secretarios de distrito –que para entonces ya era un trabajo de tiempo completo dio a dicha secretaría un poder burocrático extraordinario. Lenin, comenta a sus colaboradores su oposición a la designación de Stalin y afirma: “Ese cocinero sólo sabe servir platos picantes”.[14] Aunque no le gusta dicha designación, Lenin la tolera esperando que Stalin realice eficientemente el trabajo administrativo que se le ha confiado. Lamentablemente Stalin no es Sverdlov y Lenin cobrará conciencia del verdadero papel de ese “cocinero”.

    Lenin contra su enfermedad

    Un mes después de que se le extrajera la bala en el cuello, el 26 de mayo de 1922, Lenin sufre su primer ataque grave de apoplejía. Como a las 10:00 am el teléfono del doctor Rozanof suena, es María –hermana de Lenin- le dice que Lenin tiene dolores de estómago y vomita. Cuando el doctor llega a Gorki, Lenin sufre de dolor de cabeza y de parálisis parcial del lado derecho del cuerpo. Le cuesta trabajo leer y hablar. Cuando los médicos le piden multiplicar “12×7” no lo logra y dedica tres horas para resolver este problema.[15] La situación de es desesperada.

    Aunque se mantiene fuera de su despacho por cuatro meses, pues los médicos recomiendan reposo total y no leer periódicos para evitar sobresaltos, a las tres semanas -conforme se va recuperando-, comienza a intervenir en la dirección del Partido por medio de correspondencia y notas. A los médicos que insisten en el reposo Lenin les da la vuelta como puede o de plano responde “el trabajo es lo único que tengo”. Los médicos le fastidian e incluso le proponen como pasatiempo jugar ajedrez con jugadores malos. “Me toman por un cretino”, les grita irritado. Escribe a Kozhevnikov que los médicos le piden no discutir de política pero no puede sacarse la política de la cabeza pues no hay nada que le interese más.[16]

    A Gorki le llevan un perro llamado Aida que se parecía al que había tenido en su destierro siberiano. Lenin se va recuperando gradualmente, una foto excepcional tomada en el verano de Gorki muestra a Lenin caminando por un sendero boscoso; vistiendo una boina de obrero y una camisola militar; luce bonachón, sonriente, un poco regordete e, incluso, optimista. A pesar de su salud, Lenin disfruta de algunas visitas reconfortantes y no todo es ansiedad. Lo que más le deleita es la visita de los niños: su sobrinito Víctor, el hijo pequeño de su hermano Dimitri, la hija de una obrera de Moscú y los hijos de la difunta Inessa Armand: Inna y Alexander. Cuando está lo suficientemente recuperado se distrae recogiendo setas y visitando la granja colectiva estatal de la localidad. Disfruta menos las clases de tejido de mimbre, sólo teje una cesta.

    Ni siquiera la familia de Lenin puede sustraerse, sin embargo, a las tensiones domésticas: María apenas puede ocultar su rechazo a Krupskaia de la que siempre sintió celos. Las visitas son ocasión para violentas discusiones entre las dos mujeres, encargadas de cuidar de Lenin, pues María considera las visitas infantiles inoportunas y en ocasiones es poco atenta con los huéspedes. Lenin se enfada y ordena atender y alimentar bien a todas las visitas. Estas puyas de la hermana serían irrelevantes –Service, haciendo honor a su frivolidad, le dedica a estas miserias íntimas más espacio que a la lucha de Lenin contra Stalin- sino fuera porque esa rivalidad y la poca comprensión política de María hará que ésta se pliegue a Stalin cuando muera su idolatrado y amado hermano. Pero de más relevancia es el bloque –conocido como “la troika”-que Kamenev, Zinoviev y Stalin han hecho en secreto, por esas fechas, para preparar la sucesión en el poder; es decir, para apartar a Trotsky quien es visto como el sucesor natural de Lenin. De hecho es Lenin, a mediados de abril de 1922, el que propone a Trotsky y Kamenev como vicepresidentes del consejo –lo que apunta a Trotsky como su sucesor-. Trotsky rechaza ese puesto al considerar inoportuna el nombramiento en un momento en que todos esperan una pronta recuperación de Lenin. La troika no tendrá los mismos escrúpulos para maniobrar. Muy pronto Kamenev y Zinoviev se darán cuenta con horror que no son ellos los que usan a Stalin, sino todo lo contrario. Aprovechando la ausencia de Lenin la burocracia sigue avanzando con más seguridad, Stalin es el principal interesado en mantener a Lenin lo más aislado posible. Para verificarlo lo visita con frecuencia, fingiendo total lealtad.

    Lenin retorna al Kremlin

    Por fin, el 2 de octubre de 1922, Lenin regresa a su despacho en el Kremlin. En un mensaje anuncia:

    “Estoy por llegar, prepárenlo todo, minutas de reuniones, libros”.[17]

    Aunque los médicos le ordenan no trabajar más de cinco horas, Lenin se las arregla para trabajar diez. Cuando algún médico se aparece e intenta reprenderlo Lenin responde: “No estoy trabajando…sólo estoy leyendo”. Al reintegrase al trabajo Lenin nota cómo los rechinidos de la pesada mole burocrática son cada vez más espantosos. Confiesa a Trotsky, en una conversación, que:

    “la burocracia está tomando aquí unas proporciones monstruosas; me quedé verdaderamente espantado cuando me reintegré al trabajo…”.[18]

    Trotsky comenta que la burocracia no sólo afecta al Estado sino también al Partido y a toda la jerarquía de secretarios. Lenin le responde: “-‘¿De modo que lo que usted propone es dar batalla no sólo a la burocracia del Estado, sino también al Buró de Organización del Comité Central?’. Me eché a reír –relata Trotsky–, esto era inesperado. El Buró de Organización del Comité Central era precisamente el centro de todo el aparato de Stalin. –Puede que tenga usted razón [respondió Trotsky]. –‘Pues bien’ –prosiguió Lenin visiblemente satisfecho de que llamáramos a las cosas por su nombre, ‘entrando de lleno en el meollo del asunto-, le propongo a usted que formemos un bloque contra la burocracia en general y contra el Buró de Organización en particular’ –Es halagador –le contesté- hacer un bloque con un hombre honesto”.[19] Lenin hace su primera aparición pública, el 31 de octubre de 1922, en el Comité Ejecutivo Central Panruso. Entre otras cosas dice que se debe podar una y otra vez a la burocracia. Al finalizar el evento un periodista de Nueva York se acerca y le dice a Lenin: “El mundo dice que usted es un hombre grande”, –”de grande no tengo nada [responde Lenin]. Míreme bien”[20] Lenin se encuentra, sin embargo, terriblemente fatigado.

    El Cuarto Congreso de la Internacional

    Dos semanas más tarde, el 18 de noviembre de 1922, se inaugura el IV Congreso de la Internacional comunista. Para entonces la Internacional contaba con unos 3 millones de miembros, 60 secciones y unos 700 publicaciones,[21] sin embargo, hay resistencias para aplicar la táctica del frente único que se aprobó en el congreso anterior y se hace un balance de éste. El penúltimo discurso es un texto de Lenin “Cinco años de la Revolución y perspectivas de la revolución mundial”. Lenin hace un balance de la NEP donde señala la situación híbrida en que se encuentra la economía rusa, elementos de socialismo y capitalismo en un contexto de dominio económico de la pequeña burguesía. Lenin explica de forma honesta y transparente que la hostilidad del campesinado se debía a la imposibilidad del pequeño propietario de comerciar libremente y el hambre producto del aislamiento, el atraso económico y la guerra.

    “Es completamente natural –decía Lenin- que la burguesía silenciara que el hambre era, en realidad, una consecuencia monstruosa de la guerra civil. […] presentaron las cosas como si el hambre fuera una consecuencia de la economía socialista”.[22]

    Estas palabras son una respuesta anticipada a historiadores burgueses como Orlando Figes. En contra de Zinoviev –quien había redactado una resolución homogénea sobre métodos de trabajo y estructura de los partidos comunistas– Lenin advierte que los delegados a la Internacional deben estudiar y saber aplicar de forma concreta las lecciones de la revolución. Es el último Congreso de la Internacional al que asiste Lenin y también el último verdaderamente democrático, internacionalista y bolchevique. En la sesión plenaria del soviet de Moscú, pocos días más tarde más tarde, Lenin habla por última vez en público.


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    Mensaje por RioLena Sáb Abr 25, 2020 11:30 am

    Lenin contra Stalin

    Lenin se opone a la propuesta que hacen al politburó, en noviembre de 1922, Stalin, Bujarin, Zinoviev y Kamenev relativa a aflojar los controles en el monopolio del comercio exterior. Esta propuesta –que favorecería a los comerciantes privados y especuladores nacidos de la NEP– es una amenaza a la economía planificada. Ante la oposición de Lenin el CC. retira la propuesta y escribe a Trotsky:

    “…Por lo visto hemos conseguido tomar la posición sin disparar ni un solo tiro, por medio de una simple maniobra. Mi parecer es que no debemos detenernos aquí, sino continuar la ofensiva”.[23]

    Los secuaces de Stalin actúan en Georgia como un ejército de ocupación.

    “Los dirigentes bolcheviques georgianos protestaron, pero les respondieron con las tácticas de bravuconería y la intimidación. En una ocasión, un bolchevique georgiano fue agredido físicamente por Ordzhonikidze cuando aquél le llama “asno stalinista”[24] –por cierto, un insulto bastante acertado–. Ese acto de violencia física no tenía precedentes, aunque no es nada si se compara con la violencia posteriormente desatada por Stalin y sus gángsters.”[25]

    Lamentablemente, Lenin sufre un segundo ataque la noche del 22 de diciembre de 1922 que lo deja, de nuevo, paralizado del lado derecho del cuerpo. Pocos días antes, ya sufriendo de ataques parciales, había asistido a una reunión del Buró Político y había preparado, en su despacho, un discurso en defensa del monopolio del comercio exterior. Será la última vez que asista al Politburó y la última que trabaja en su despacho. El Politburó del 24 de diciembre, al que acuden los médicos, ordena a Lenin abandonar toda actividad política y –trágicamente- se encarga a Stalin –como Secretario general- que se haga cargo del seguimiento a su régimen médico. Se le autoriza a Lenin dictar a sus secretarias sólo 5 o 10 minutos pero Lenin no debe esperar respuesta a sus notas. “Cabalmente –dice Jaçques Marie– a Lenin le cierran la boca”.[26] Stalin se aprovecha de los consejos de los médicos –“¡protéjanlo de las preocupaciones!”- para aislar a Lenin políticamente y evitar que se entere de sus atropellos brutales en Georgia. Su aislamiento no va a ser tan diferente al de un preso. ¡No es casual que Krupskaia compare la estancia de Lenin en Gorki con una prisión! En 1926, Krupskaia dice en una reunión de la Oposición de izquierda: “si Lenin estuviera vivo, estaría ahora en la cárcel”.[27] Progresivamente Lenin deja de confiar en sus médicos –excepto Guetier– que le llenan de frases tranquilizadoras y contradicciones que él detecta. Pide libros de medicina y se dedica a estudiar sus síntomas. Cuenta Krupskaia que poco antes de su muerte, Lenin preguntó por Axelrod, Potresov y Martov. “Dicen que Martov se está muriendo´, me dijo Vladimir Ilich poco antes de quedarse sin habla. Y algo tierno se percibía en sus palabras”.[28]

    Pero no es posible aislar completamente a un revolucionario como Lenin. Los médicos no pueden evitar que, aunque sea algunos minutos al día, Lenin dicte notas a sus secretarias Lidia Fótieva y María Volódicheva. Lenin se siente apenado ante sus secretarias y le dice a Volodicheva: “Sé que soy tu mal necesario, pero es sólo por poco tiempo”.

    Ellas intentan animarlo pero sobre todo es Krupskaia y María quienes se sientan a su lado todos los días. Ya no se fía de los informes verbales que le da Stalin cada que lo visita –llenos de omisiones, frases tranquilizadoras y mentiras descaradas– y por medio de sus secretarias se hace llegar los datos sobre la cuestión georgiana. Postrado en su cama se llena de indignación:

    “…decidió hacer públicas sus discrepancias. Es difícil decir lo que más chocó a Lenin: La deslealtad personal de Stalin o su incapacidad crónica para comprender la esencia de la política bolchevique en la cuestión nacional; lo más probable es que haya sido una combinación de ambas”.[29]

    Lenin envía cartas de solidaridad a los bolcheviques georgianos agredidos –los cuales fueron destituidos, por los esbirros de Stalin, en un golpe de estado contra el Partido-, asegurándoles que actuará en su defensa. Dicta una serie de notas contra el chovinismo gran ruso que son una declaración de guerra contra Stalin.

    “No cabe duda que el insignificante número de obreros soviéticos y sovietizados se hundiría en este mar de inmundicia chovinista gran rusa como las moscas en la leche”.[30]

    El 6 de octubre envía una nota al Politburó:

    “…Declaro una guerra a muerte al chovinismo gran ruso. Lo comeré con todas mis muelas sanas en cuanto me libre de la maldita muela [durante semanas un dolor de muelas se sumó a su enfermedad]”.[31]

    Lenin envía una carta a Trotsky solicitándole que se haga cargo de la defensa de las posiciones comunes: especialmente la cuestión nacional y el monopolio del comercio exterior. Cuando Trotsky plantea a Fotieva, secretaria de Lenin, la conveniencia de informar a Kamenev Lenin le hace saber, a través de su secretaria, que Kamenev irá de inmediato a informar a Stalin y que no es conveniente. Pero el deterioro de su salud hace que Lenin cambie de opinión y autoriza informar a Kamenev del plan contra Stalin. Pero Kamenev, tal como Lenin había sospechado, traiciona su confianza y, en una carta escrita el 22 de diciembre, notifica a Stalin. Stalin responde:

    “[…] ¿Cómo ha podido Starik [Lenin] organizar esta correspondencia con Trotsky? Foerster le prohibió completamente hacerlo?”.[32]

    Estas cartas, que muestran la deslealtad de Stalin y Kamenev hacia Lenin, no fueron publicadas en la Unión Soviética sino hasta 1989.[33]

    Consciente de que esa correspondencia no pudo organizarse más que por medio de Krupskaia –quien es la confidente política más importante de Lenin–, Stalin se enfurece y hace una brutal llamada a Krupskaia “llamándola puta y zorra sifilítica”.[34] Al día siguiente Krupskaia envía una carta a Kamenev donde expresa su indignación por el indignante ataque:

    “¡Lev Borísovich! Ayer Stalin me sometió a un torrente de insultos de lo más grosero acerca de una nota breve que Lenin me había dictado con el permiso de los médicos. Non entré en el Partido ayer. En el conjunto de estos últimos treinta años nunca he oído ninguna palabra grosera de un solo camarada. Los intereses del Partido y de Ilich no son menos importantes para mí que para Stalin. En este momento necesito todo el autocontrol que pueda reunir. Sé mejor que todos los médicos lo que se puede y no se puede decir a Ilich, porque sé lo que lo perturba y lo que no, y en todo caso lo sé mejor que Stalin”.[35]

    El testamento de Lenin

    Aun sin saber la agresión a su esposa –episodio que Krupskaia quiere ocultar para no alterar los maltrechos nervios de su esposo- Lenin se convence que Stalin no puede seguir siendo Secretario General. Dicta a su secretaria María Volodicheva un importante documento, que será ocultado por el estalinismo y sólo publicado por Trotsky y los grupos trotskistas –la burocracia afirmaba que era un invento- hasta que Kruchev lo cita mutilado en 1956, en el XX Congreso. Se conocerá como el “Testamento de Lenin” escrito el 4 de enero de 1923 en los escasos diez minutos que los médicos le autorizan para dictar. En éste, con el fin de aislar a la fracción de Stalin, propone aumentar el número de miembros del CC., y añade:

    “El camarada Stalin, que se ha convertido en Secretario General, tiene una autoridad ilimitada concentrada en sus manos, y no estoy seguro que siempre sepa utilizarlo con la suficiente prudencia. Por otra parte, el camarada Trotsky […], no se distingue únicamente por su gran capacidad. Personalmente, quizá sea el hombre más capaz del actual CC, pero está demasiado ensoberbecido y demasiado atraído por el aspecto puramente administrativo de los asuntos. […] No voy a dar más valoraciones sobre las cualidades personales de otros miembros del CC. Sólo recordaré que el episodio de octubre con Zinoviev y Kamenev no fue, por supuesto, un accidente, pero tampoco se les puede imponer la culpa personalmente…”[36]

    Lenin escribió su testamento en un tono comedido y cuidadoso pues pretende evitar una fractura que amenace con el colapso del Partido en el gobierno –advierte ese peligro en el mismo testamento-. Lenin quiere preparar el terreno para abrir el asunto públicamente, en el XII congreso. Sin embargo, dadas las crecientes señales de alarma tanto por su salud como por la burocratización, añade, el 4 de enero de 1923, una posdata lapidaria contra Stalin:

    “…propongo a los camaradas que piense la forma de pasar a Stalin a otro puesto y de nombrar para este cargo a otro hombre que se diferencia del camarada Stalin en todos los demás aspectos sólo por una ventaja, a saber: que sea más tolerante, más leal, más correcto y más atento con los camaradas, menos caprichoso, etc. Esta circunstancia puede parecer una fútil pequeñez, Pero yo creo que, desde el punto de vista de prevenir la escisión y desde el punto de vista de lo que he escrito antes acerca de las relaciones entre Stalin y Trotsky, no es una pequeñez, o se trata de una pequeñez que puede adquirir importancia decisiva”.[37]

    Lenin, que sabía las implicaciones políticas de su texto, manda hacer cinco copias, una de ellas se queda en manos de Lenin, tres las resguarda Krupskaia y la última se guarda bajo llave en su despacho.

    El 2 de marzo de 1923 Lenin escribe un artículo titulado “Es preferible menos, pero mejor”. El Politburó –salvo Trotsky y Kamenev– se opuso a publicar el artículo e incluso Kúibyshev –jefe de la Comisión de Control– llegó a proponer su publicación en un solo ejemplar de Pravda ¡Para engañar a Lenin! Finalmente, a pesar de la hosca oposición de Stalin, el artículo es publicado en Pravda el 4 de marzo. La resistencia de la burocracia no era casual: se trata de una crítica frontal a la burocracia y del debate sobre cómo combatirla. Lenin afirma que

    “La situación de nuestro aparato estatal es hasta tal grado deplorable, por no decir detestable, que primero debemos reflexionar profundamente de qué modo luchar contra sus deficiencias, recordando que estas deficiencias radican en el pasado, que, a pesar de haber sido radicalmente cambiado, no ha sido superado, no ha sido relegado al estado de una cultura ya perdida en el lejano pasado”.[38]

    Apunta como ejemplo de la peor especie de burocratismo a la comisión encabezada por Stalin:

    “Hablemos. El Comisariado del Pueblo de Inspección Obrera y Campesina no goza en la actualidad de la menor autoridad. Todos saben que no hay instituciones peor organizadas que las de nuestra Inspección Obrera y Campesina, y que en las condiciones actuales nada podemos esperar de este comisariado del pueblo…”[39]

    Lenin propone reducir ese comisariado de 1200 funcionarios a unos 300 o 400 y reforzar la Comisión Central de Control –comisión similar a la de Stalin pero formada por comisionados que no pertenecen a ningún órgano de dirección– con obreros y campesinos de vanguardia, para que estén presentes, incluso, para fiscalizar al CC., al Politburó y a cualquier órgano estatal. Lenin intenta atacar a la burocracia con la acción directa de los trabajadores, llama a éstos a “cazar granujas”, es decir, burócratas enquistados en el Estado y en el Partido. Critica a los “revolucionarios” de las abstracciones teóricas que se resisten “para hacer una reforma de oficina de décima categoría”. Pero Lenin no plantea la reforma estatal al margen de las perspectivas generales. Señala claramente que la revolución mundial es la única garantía de triunfo. Las fuerzas productivas en la Rusia soviética no permiten demostrar a la clase obrera que “el socialismo encierra gigantescas fuerzas […] cuyas perspectivas son extraordinariamente brillantes”.[40] Lenin vislumbra una salida en la revolución colonial en países de Oriente como India y China. No es casual que ese artículo sea tan incómodo: vincula la lucha contra la burocracia con la intervención de los trabajadores y el internacionalismo proletario.

    Mientras tanto el papel del Partido y el Estado soviético es resistir y solidificar la alianza del campesino pobre con el trabajador, eliminar todas las huellas de los superfluos –gastos burocráticos e inútiles–

    “para utilizar todo ahorro para el desarrollo de nuestra gran industria mecanizada, para el desarrollo de la electrificación, de la extracción hidráulica de la turba, para terminar la construcción de la Central Hidroeléctrica de Vóljov, etcétera”.[41]

    Cuando más adelante la Oposición de izquierda –encabezada por Trotsky– proponga eso mismo, Stalin –burlándose de la idea– dirá que la electrificación es como “regalarle al campesino una gramófono en vez de una vaca”. Pero cuando le estalle la crisis con el campesinado rico –en 1928- Stalin impulsará una caricatura monstruosa de industrialización –nacionalizando hasta la última gallina del campesino– provocando la muerte de millones de campesinos.

    Lenin envía una carta a Trotsky, el 5 de marzo de 1923, solicitándole la defensa en el CC de los bolcheviques georgianos pisoteados por Stalin. Le dice a su secretaria que está preparando una bomba para Stalin y planea exponer a éste frente a todo el Partido. El 9 de febrero de 1923 Fioteva –secretaria de Lenin– escribe en su diario:

    “Esta mañana ha llamado Vladimir Ilich. Ha confirmado que llevará al congreso la cuestión de la Inspección Obrera y Campesina [Comisión encabezada por Stalin]”.[42]

    Esto significa que Lenin espera que el XII° Congreso destituya a Stalin de todos sus cargos de importancia. A pesar de todas las precauciones, Krupskaia no puede ocultarle a Lenin el maltrato de que fue víctima, hace más de dos meses, de parte de Stalin. Lenin dicta, el mismo 5 de marzo, una carta rompiendo toda relación personal con Stalin:

    “Usted tuvo la grosería de telefonear a mi esposa e injuriarla. […] No estoy dispuesto a olvidar tan fácilmente lo que se ha hecho contra ella, y no hace falta decir que lo que se hizo contra mi esposa también considero que se ha hecho contra mí. En consecuencia, debo pedirle que considere si está dispuesto a retirar lo que ha dicho y pedir disculpas, o si prefiere romper relaciones entre nosotros”.[43]

    El catalizador, de tono personal, no omite que detrás de todo está la batalla de Lenin contra el proceso de burocratización, contra esa enfermedad del Partido que Lenin ha descrito desde hace meses y que Stalin encabeza.

    El último ataque

    El 6 de marzo de 1923 al medio día Lenin intenta pronunciar el nombre de su esposa pero ya no encuentra las palabras.

    “Lenin acoge a los médicos con una expresión de pavor en la cara, los ojos llenos de lágrimas, una mirada interrogativa. No llega a construir frases y balbucea de nuevo ‘¡ah, diablos! ¡Ah, diablos!’ Luego consigue añadir ‘Esto es la enfermedad, es la vieja enfermedad que vuelve’”[44]

    El 9 de marzo sufre su tercer y último ataque que le impide hablar casi por completo. Pero aún vivirá diez meses más. Apoyado por Krupskaia y superando la tortura insoportable –terrible para un genio político como él– de no poder expresar su pensamiento, aprende a escribir con la mano izquierda e incluso aprende a pronunciar algunas palabras. Para septiembre, apoyado de un bastón y arrastrando el pie derecho, sorprende a todos bajando solo las escaleras. Cuando le dan periódicos atrasados –para no alterar sus nervios– Lenin los lanza al suelo, sabe perfectamente que lo intentan engañar.

    Una nueva oportunidad revolucionaria se abre en Alemania en 1923. La crisis económica y la ocupación francesa del Ruhr generó un apoyo masivo al Partido Comunista al mismo tiempo que los nazis van cobrando fuerza. La tarea es ganar a las masas y adoptar el frente único contra el fascismo y la crisis capitalista. Con esta última idea Heinrich Brandler –dirigente del partido– convoca una manifestación en las calles para el 29 de julio pero la Komintern recomienda cautela y echa agua a la manifestación. Con Lenin y Trotsky ausentes, los consejos de Stalin, Zinoviev y Kamenev resultaron desastrosos. A fines de agosto Brandler y otros dirigentes acuden a Moscú con la propuesta de que Trotsky vaya a Alemania para apoyar la insurrección pero el triunvirato preocupado en apartar a Trotsky rechaza esa propuesta. En lugar de apoyarse en los comités de fábrica para combinar la huelga general con la insurrección la dirigencia del Partido Comunista Alemán –con el apoyo de Stalin, Zinoviev y Kamenev– retrasa las acciones decisivas –planeadas para el 23 de octubre– esperando ganar el apoyo de la dirigencia de los social-demócratas de izquierda. La insurrección abortada sólo se lleva adelante en Hamburgo y sirve de pretexto para una feroz represión en donde se entrenan los futuros perros fascistas. Esta derrota es otro golpe mortal a la moral revolucionaria, al leninismo, que fortalece a la reacción burocrática.

    Lenin todavía hizo una última visita al Kremlin, en julio de 1923, después de asistir a una exposición agrícola. Vio por última vez sus antiguas habitaciones, la sala de reuniones, el despacho donde había dirigido la revolución más radical del mundo y aún pudo pasar una noche en su antiguo hogar con su esposa y hermana. Después de esto, ya no volvió a salir de la casa de Gorki, quemaba el tiempo recogiendo setas. En el invierno de 1923 Lenin pide instalar un abeto navideño para los niños que lo visitan. Krupskaia lee a Lenin un artículo de Trotsky “Lenin como arquetipo nacional”, donde éste compara las personalidades de Marx y Lenin, Lenin pide escuchar de nuevo ese pasaje. Krupskaia envía una carta a Trotsky, poco después de la muerte de Lenin, donde le relata lo anterior y añade:

    “[…] las relaciones que unieron a Vladimir Ilich con usted desde el día en que se presentó en Londres, viniendo de Siberia, no cambiaron hasta la hora de su muerte”.[45]


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    La última batalla de Lenin (contiene El último discurso de Lenin de noviembre de 1922) - David García Colín Carrillo - publicado en abril de 2020 por El Sudamericano Empty Re: La última batalla de Lenin (contiene El último discurso de Lenin de noviembre de 1922) - David García Colín Carrillo - publicado en abril de 2020 por El Sudamericano

    Mensaje por RioLena Sáb Abr 25, 2020 11:31 am

    La muerte de Lenin

    “Todo parece sumamente seguro hasta que la muerte llega inesperada-mente. Ese día nos llega a todos. Y eso es tan cierto para una brizna de hierba como para un hombre, para un árbol y para un orden social”. [Trotsky]

    “Los médicos informan de su continua mejoría hasta el mismo día de su fallecimiento. Los doctores Rozanof, Foerster y Auerbach hablaron de que para el verano estaría completamente restablecido”.[46]

    Aunque la recuperación de Lenin no es una línea recta, la muerte vendrá de forma sorpresiva, envuelta en un halo siniestro que se cierne sobre los últimos momentos y circunstancia de su muerte. A finales de febrero de 1923 –durante la convalecencia por el segundo ataque y un mes después de haber completado el testamento donde pide la remoción de Stalin– Stalin informa al Buró Político –formado por él, Zinoviev, Kamenev y Trotsky– que Lenin lo había llamado de repente y le había pedido veneno.

    “La petición que nos estaba trasmitiendo era trágica –apunta Trotsky– ; sin embargo, una sonrisa enfermiza quedó fija en su rostro, como si fuera una máscara. Estábamos familiarizados con la discrepancia entre sus expresiones faciales y su discurso. Pero esta vez fue totalmente insoportable. El horro de esto fue exacerbado por el hecho de que Stalin no expresara ninguna opinión sobre la petición de Lenin, como si estuviera esperando a ver lo que otros dirían. […] ‘¡Ni qué decir que no podemos siquiera considerara llevar a cabo esa petición! [exclamó Trotsky] Guetier [el médico] no ha perdido la esperanza. Lenin todavía puede recuperarse’”[47]

    ¿La desesperación y cansancio de Lenin habrá sido tan grande que consideró tener control sobre su fin, tal como lo hicieron Lafargue y Laura Marx al optar por el suicidio? No es descartable, tal como sostiene Trotsky. Pero, como señala este último, ¿pudo haber hecho esta solicitud tan íntima a Stalin con quien estaba en una batalla política definitiva? ¿Será que Lenin sabía que Stalin –dada su deslealtad y ambición– era el único que podía acceder a esa terrible petición? Pero si Stalin hubiera querido evitar que Lenin se suicidara ¿No tendría que haber informado a la esposa de Lenin? ¿Pudo Lenin pretender suicidarse cuando estaba en medio de una batalla sin cuartel contra Stalin y la burocracia, rumbo al XII° Congreso? No es descartable que Lenin pensara en terminar su suplicio, pero no es sencillo aceptar que se suicidara justo cuando estaba por lograr la destitución y aplastamiento político de Stalin, además, es inconcebible que de haberse suicidado no se hubiera ocupado de que su suicidio tuviera un claro contenido político.

    “Qué mejor coartada para Stalin –afirmó Trotsky– que anunciar un suicidio por envenenamiento en caso de que una incómoda y eventual autopsia detectara veneno.”

    Un futuro y macabro historial de asesinatos, deportaciones, envenenamientos –en los que se cuentan cientos de miles e incluso millones de personas (miles de sentencias firmadas por su propia mano)–, organizados directamente por Stalin; además de la destrucción del Partido de Lenin y la eliminación física de todos sus camaradas, permite sospechar fundadamente que Lenin no sólo fue el primer “prisionero” político de Stalin sino su primera víctima mortal.

    “Una cosa es cierta –anota Robert Payne– Stalin disponía de amplios medios para cometer el crimen. Unos veinte guardias de la GPU [acrónimo con el que, desde febrero de 1922, se renombra a la Cheka] desempeñaban sus funciones en Gorki. Los jardineros, los choferes, los leñadores y hasta los lavanderos y los cocineros de la finca Gorki eran agentes de la GPU. Stalin se hallaba en situación de ejercer su voluntad en todos los aspectos de la vida en Gorki. Si hubiera querido envenenar a Lenin, no había nada que pudiera impedírselo”.[48]

    Lenin muere el 21 de enero de 1924 alrededor de las 6:50 de la tarde, en medio de espasmos y vomitando sangre. Esa mañana Lenin había tomado el té y unos pocos bocados para luego recostarse en su cama y ya no levantarse jamás. Haya sido de muerte natural, un improbable suicidio o envenenado por Stalin, no cabe duda que la muerte de Lenin provocó un profundo suspiro de alivio al futuro tirano, que se estaba jugando su futuro.

    En contra de los deseos de Krupskaia –quien subrayó que Lenin siempre detestó a los íconos–, la burocracia usurpadora decide convertir a Lenin en una momia encerrada en un mausoleo y en un ícono vacío de contenido. Al igual que su cuerpo, sus ideas fueron momificadas y fragmentadas en forma de manuales stalinistas. Se cortó así una de las principales virtudes de Lenin como genio revolucionario: la capacidad extraordinaria de aterrizar las complejas ideas marxistas en una organización, táctica y estrategia concretas, enraizadas en la realidad. Con el stalinismo el “leninismo” se volvió escolástica, burocracia y dogma, o sea su opuesto. Pero las verdaderas ideas y legado de Lenin no es una momia o un mausoleo, están en la capacidad de la clase obrera de retomar el método leninista para llevar adelante la revolución mundial. En este sentido Lenin y su legado siguen más vigente que nunca.


    NOTAS:

    [1] Trotsky, “Lenin enfermo”, en Lenin, Argentina, CEIP, 2009, p. 318.
    [2] Este episodio es referido por: Jean Jacques Marie, Lenin, POSI, Madrid, n/d, p. 249.
    [3] Lenin, Contra la burocracia, Diario de las secretarias de Lenin; Argentina, Cuadernos de pasado y presente, 1974, p. 151.
    [4] Trotsky, Stalin, México, Fontamara, 2017, p. 435.
    [5] Deutcher, Isaac; Stalin, biografía política, México, Era, 1988, p. 224.
    [6] Shub, David. Lenin (II), Madrid, Alianza Editorial, 1977, p.576.
    [7] Service, Robert; Lenin, una biografía, Madrid, Siglo Veintiuno, 2001, p. 520.
    [8] Jean Jacques Marie, Lenin, POSI, Madrid, n/d, p. 351.
    [9] Trotsky, Mi vida, Argentina, CEIP, 2012, p. 508.
    [10] Trotsky, Stalin, México, Fontamara, 2017, p. 427.
    [11] Lenin, “Informe político al undécimo congreso del partido”, en: La última lucha de Lenin, discursos y escritos, Nueva York, Pathfinder, 2011, p. 71.
    [12] Ibid. p. 81.
    [13] Ibid. p. 83.
    [14] Trotsky, Mi vida, Argentina, CEIP, 2012, p. 470.
    [15] Jean Jacques Marie, Lenin, POSI, Madrid, n/d, p. 350.
    [16] Ibid. p. 351.
    [17] Robert Payne, Vida y muerte de Lenin, en Grandes Biografías del Reader’s Digest, Madrid, 1970, p. 204.
    [18] Trotsky, Mi vida, Argentina, CEIP, 2012, p. 481.
    [19] Ibid. pp. 481-482.
    [20] Robert Payne, Vida y muerte de Lenin, en Grandes Biografías del Reader’s Digest, Madrid, 1970, p. p. 205
    [21] Oropeza, Ubaldo; El impacto de la revolución rusa en México, México, Centro de Estudios Socialista Karl Marx, 2017, pp. 36-37.
    [22] Lenin, “Cinco años de la revolución rusa y perspectivas de la revolución mundial”, en: La internacional comunista, tesis, manifiestos y resoluciones de los cuatro primeros congresos, Madrid, Fundación Federico Engels, 2010, p. 515.
    [23] Trotsky, Mi vida, Argentina, CEIP, 2012, p. 483.
    [24] Jean Jacques Marie, Lenin, POSI, Madrid, n/d, p. 364.
    [25] Woods, Alan; Stalin, 50 años después de la muerte del tirano, España, Fundación Federico Engels, 2003, p. 6.
    [26] Jean Jacques Marie, Lenin, POSI, Madrid, n/d, p. 369.
    [27] Trotsky, Stalin, México, Fontamara, 2017, p. 441.
    [28] N. Krupskaia, Lenin, México, Fondo de Cultura Popular, 1970, pp. 41-42.
    [29] Trotsky, Stalin, México, Fontamara, 2017, p. 433.
    [30] Citado en: Ted Grant, Rusia de la revolución a la contrarrevolución, Madrid, Fundación Federico Engels, 1997, p.115.
    [31] Lenin, “sobre la lucha contra el chovinismo de gran potencia”, en: La última lucha de Lenin, discursos y escritos, Nueva York, Pathfinder, 2011, p. 125.
    [32] Woods, Alan; Stalin, 50 años después de la muerte del tirano, España, Fundación Federico Engels, 2003, p. 7.
    [33] Ibid. p. 7.
    [34] Ibidem.
    [35] Trotsky, Stalin, México, Fontamara, 2017, p. 433.
    [36] Ibid. p. 437.
    [37] Ibid. p.438.
    [38] Lenin, “Es preferible menos, pero mejor”, en: La última lucha de Lenin, discursos y escritos, Nueva York, Pathfinder, 2011, p. 304.
    [39] Ibid. p. 304.
    [40] Ibid. p. 318.
    [41] Ibid. p. 321.
    [42] Lenin, Contra la burocracia, Diario de las secretarias de Lenin; Argentina, Cuadernos de pasado y presente, 1974, p. 183.
    [43] Trotsky, Stalin, México, Fontamara, 2017, p.434.
    [44] Jean Jacques Marie, Lenin, POSI, Madrid, n/d, p. 381.
    [45] Trotsky, Mi vida, Argentina, CEIP, 2012, p. 510.
    [46] Robert Payne, Vida y muerte de Lenin, en Grandes Biografías del Reader’s Digest, Madrid, 1970, p. 225.
    [47] Trotsky, Stalin, México, Fontamara, 2017, p. 440.
    [48] Robert Payne, Vida y muerte de Lenin, en Grandes Biografías del Reader’s Digest, Madrid, 1970, p. 226


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    Mensaje por RioLena Sáb Abr 25, 2020 11:34 am

    ÚLTIMO DISCURSO PÚBLICO de VLADIMIR ULICH ULIANOV «LENIN» ANTE EL PLENO DEL SOVIET DE MOSCÚ

    Publicado en Pravda, n° 263. 21 de noviembre de 1922


    (Clamorosos aplausos. Se canta La Internacional.) Camaradas: Lamento mucho no haber podido venir antes a vuestra reunión y os pido mil perdones. Estoy enterado de que hace unas semanas teníais el propósito de ofrecerme la posibilidad de visitar el Soviet de Moscú. No he podido hacerlo porque, después de mi enfermedad, a partir de diciembre, hablando en el lenguaje de los profesionales, perdí la capacidad de trabajo para un período prolongado, debido a lo cual he tenido que ir aplazando de una semana para otra mi discurso de hoy. He tenido también que cargar adicionalmente sobre el camarada Kámenev una parte muy considerable del trabajo que, en un principio, como recordaréis, había encomendado al camarada Tsiurupa y, después, al camarada Rykov. Y he de decir, recurriendo a la comparación que ya he utilizado, que el camarada Kámenev se vio de pronto uncido a dos carretas. Si bien, continuando la comparación, debo agregar que el caballejo ha resultado capaz y brioso en grado sumo. (Aplausos) Pero, de todos modos, no está bien tirar de dos carretas a la vez, y espero con impaciencia el momento en que regresen los camaradas Tsiurupa y Rykov para distribuirnos el trabajo con algo más de equidad. Por mi parte, y a causa de la disminución de mi capacidad de trabajo, debo dedicar al examen de los asuntos mucho más tiempo del que quisiera.

    En diciembre de 1921, cuando tuve que dejar el trabajo por completo, nos encontrábamos a fines de año. Entonces estábamos pasando a la nueva política económica y parecía que ese paso, no obstante haberlo iniciado a comienzos de 1921, era bastante difícil, yo diría que muy difícil. Hace más de año y medio que venimos aplicando esta transición y parecería llegado el momento de que la mayoría se trasladara a los nuevos puestos y se instalara conforme a las nuevas condiciones, sobre todo conforme a las condiciones de la nueva política económica.

    Donde menos cambios hemos hecho es en política exterior. En este terreno hemos proseguido el rumbo que emprendimos antes; y creo, lo digo con la conciencia tranquila, que lo hemos proseguido con absoluta consecuencia e inmenso éxito. Vosotros, por cierto, no precisáis que se os informe de eso con

    pormenores: la toma de Vladivostok, la manifestación subsiguiente y la declaración de unión en Estado federal que habéis leído días atrás en los periódicos han mostrado y demostrado con claridad meridiana que en este terreno no tenemos nada que cambiar. Seguimos un camino trazado con absoluta claridad y precisión y nos hemos asegurado el éxito ante los países del mundo entero, aunque algunos de ellos sigan todavía dispuestos a declarar que no desean sentarse con nosotros a una misma mesa. Sin embargo, las relaciones económicas -y tras ellas las relaciones diplomáticas- se van normalizando, deben normalizarse y se normalizarán sin falta. Todo Estado que se oponga a normalizarlas corre el riesgo de llegar tarde y de encontrarse en una situación desfavorable, quizás bastante esencial en algo. Esto lo vemos ahora todos, y no sólo por la prensa, por los periódicos. Creo que, durante los viajes al extranjero, los camaradas se convencen también de cuán grandes son los cambios operados. En este sentido no hemos hecho, empleando la vieja comparación, ningún transbordo a otros trenes ni cambiado de caballos.

    Pero en lo que se refiere a nuestra política interior, el cambio que hicimos en la primavera de 1921 -dictado por razones de fuerza y poder persuasivo extraordinarios, debido a lo cual no hubo entre nosotros la menor discusión ni la menor discrepancia en este punto-, sigue originándonos ciertas dificultades, yo diría que grandes dificultades. Y no porque hayamos dudado de la necesidad del viraje -a este respecto no hubo ninguna duda- ni de si la prueba de esta nueva política económica nuestra ha reportado los éxitos que esperábamos. En esta cuestión, puedo decirlo con toda firmeza, tampoco existe la menor duda ni en las filas de nuestro partido ni entre las multitudes de obreros y campesinos sin partido.

    El problema no ofrece dificultades en este sentido. Las dificultades radican en que se nos ha planteado una tarea cuyo cumplimiento requiere a menudo que se apele a nuevas personas, que se adopten medidas extraordinarias y se empleen métodos también extraordinarios. Dudamos aún de la justedad de una cosa o de otra, hay cambios en una o en otra dirección, y debo decir que tanto lo uno como lo otro seguirá existiendo durante un período bastante prolongado. «¡Nueva política económica!» Rara denominación. Esta política ha sido denominada nueva política económica porque da marcha atrás. Ahora nos replegamos, parece que retrocedemos; pero lo hacemos para, después de habernos replegado, tomar impulso y saltar adelante con mayor fuerza. Sólo con esta condición nos hemos replegado para aplicar nuestra nueva política económica. No sabemos aún dónde y cómo debemos reagruparnos, adaptarnos, reorganizarnos, para luego, después del repliegue, comenzar la ofensiva más tenaz. Para hacer todo eso en un orden perfecto es necesario, como dice el refrán, en cosa alguna pensar mucho, muchísimo, y hacer una. Esto es necesario para vencer las increíbles dificultades con que tropezamos en el cumplimiento de todas nuestras tareas, en la solución de todos nuestros problemas. Sabéis perfectamente cuántos sacrificios ha costado conseguir lo que hemos hecho, sabéis cuán larga ha sido la guerra civil y cuántas fuerzas ha requerido. Y bien, la toma de Vladivostok nos ha mostrado (porque Vladivostok, aunque esté lejos, es una ciudad nuestra) (prolongados aplausos) a todos la simpatía general por nosotros, por nuestras conquistas. Tanto aquí como allí es la RSFSR. Esta simpatía nos ha librado de los enemigos interiores y de los exteriores, que nos atacaban. Me refiero al Japón.

    Hemos conquistado una situación diplomática completamente definida, que no es otra cosa que una situación diplomática reconocida por el mundo entero. Todos lo veis. Veis los resultados; mas, ¡cuánto tiempo ha hecho falta para ello! Hemos conseguido ahora que los enemigos reconozcan nuestros derechos tanto en la política económica como en la comercial. Así lo prueba la conclusión de convenios comerciales.

    Podemos ver por qué nosotros, que hace año y medio emprendimos la senda de la llamada nueva política económica, avanzamos por ella con dificultades tan increíbles. Vivimos en las condiciones propias de un Estado tan destruido por la guerra, tan fuera de todo cauce más o menos normal, que ha sufrido y soportado tanto, que ahora nos vemos obligados a comenzar todos los cálculos, tomando como referencia un pequeño porcentaje: el porcentaje de anteguerra. Aplicamos esta medida a las condiciones de nuestra vida, a veces con mucha impaciencia y calor, y siempre nos convencemos de que las dificultades son inmensas. La tarea que nos hemos señalado en este terreno resulta tanto mayor por cuanto la comparamos con las condiciones de un Estado burgués corriente. Nos hemos planteado esa tarea porque comprendíamos que no podíamos esperar la ayuda de las potencias más ricas, esa ayuda que suele llegar siempre en condiciones semejantes. Después de la guerra civil nos pusieron en condiciones casi de boicot, o sea, nos dijeron que no nos concederían las relaciones económicas que están acostumbrados a conceder y son normales en el mundo capitalista.

    Ha transcurrido más de año y medio desde que emprendimos la senda de la nueva política económica; ha transcurrido mucho más tiempo desde que firmamos nuestro primer convenio internacional; y, sin embargo, todavía se deja sentir ese boicot de toda la burguesía y de todos los gobiernos. No podíamos confiar en nada más cuando pasamos a las nuevas condiciones económicas; y, sin embargo, no albergábamos la menor duda de que debíamos pasar a ellas y lograr el éxito completamente solos. Cuanto más tiempo pasa, tanto más claro queda que toda ayuda que nos pudieran prestar, que nos prestarán los países capitalistas, lejos de suprimir esta condición, lo más probable es que la aumenten, que la agraven más aún en la inmensa mayoría de los casos. «Completamente solos», nos dijimos. «Completamente solos», nos dicen casi todos los Estados capitalistas con los que hemos concluido alguna transacción, con los que hemos entrado en tratos, con los que hemos iniciado alguna negociación. Y ahí está la singular dificultad que debemos comprender. Hemos estructurado nuestro régimen estatal con un trabajo de increíbles dificultad y heroísmo durante más de tres años. En las condiciones en que nos hemos encontrado hasta ahora, no hemos tenido tiempo de examinar si rompíamos algo de más, si había demasiadas víctimas, porque las víctimas eran muchas, porque la lucha que iniciamos entonces (de sobra lo sabéis vosotros, y huelga explayarse en ello) era una lucha a vida o muerte contra el viejo régimen social, al que combatimos para conquistar nuestro derecho a la existencia, al desarrollo pacífico. Y lo hemos conquistado. No son palabras nuestras, no son declaraciones de testigos a los que se pueda acusar de parcialidad. Son declaraciones de testigos que se encuentran en el campo enemigo y que, como es natural, muestran parcialidad, mas no por nosotros, sino por el bando opuesto. Esos testigos se encontraban en el campo de Denikin, a la cabeza de la ocupación. Y sabemos que su parcialidad nos costó muy cara, nos costó muchas destrucciones. Por culpa suya hemos sufrido toda clase de pérdidas, hemos perdido valores de todo género y el valor principal, vidas humanas, a escala de increíble magnitud. Ahora, analizando con toda atención nuestras tareas, debemos comprender que la principal consiste hoy en no entregar las viejas conquistas. Y no entregaremos ni una sola de ellas. (Aplausos) Al mismo tiempo, nos hallamos ante una tarea completamente nueva, y lo viejo puede ser un obstáculo directo. Esa tarea es la más difícil de comprender. Pero hay que comprenderla para aprender a trabajar; para aprender, cuando sea necesario, a echar los bofes, por así decir. Creo, camaradas, que estas palabras y consignas son comprensibles, porque en el año, aproximadamente, que me he visto obligado a permanecer ausente, en la práctica habéis tenido que hablar y pensar de esto en todos los aspectos y en centenares de ocasiones, al abordar el trabajo con vuestras propias manos. Y estoy seguro de que las reflexiones sobre el particular sólo pueden llevaros a una conclusión: hoy se requiere de nosotros más flexibilidad aún de la que hemos tenido hasta ahora en el terreno de la guerra civil.

    No debemos renunciar a lo viejo. Toda una serie de concesiones que nos acomodan a las potencias capitalistas permiten plenamente a éstas entablar relaciones con nosotros, les proporcionan beneficios, a veces quizás mayores de los debidos. Pero, al mismo tiempo, concedemos sólo una pequeña parte de los medios de producción, que nuestro Estado mantiene casi por completo en sus manos. En días pasados se discutió en la prensa el problema de la concesión solicitada por el inglés Urquhart, que en la guerra civil ha estado casi todo el tiempo contra nosotros y decía: «Conseguiremos nuestro objetivo en la guerra civil contra Rusia, contra la misma Rusia que se ha atrevido a privarnos de esto y aquello». Y, después de todo eso, hemos tenido que entablar relaciones con él. No nos hemos negado a ellas, las hemos acogido con gran alegría, pero hemos dicho: «Usted perdone, pero no entregaremos lo que hemos conquistado. Nuestra Rusia es tan grande, y nuestras posibilidades económicas tan numerosas, que nos consideramos con derecho a no rechazar su amable propuesta; pero la discutiremos serenamente, como hombres de negocios». Es cierto que nuestra primera conversación no ha dado nada, pues, por motivos políticos, no podíamos aceptar su propuesta. Hemos tenido que contestarle con una negativa. Mientras los ingleses no reconocieran la posibilidad de nuestra participación en el problema de los estrechos, de los Dardanelos, debíamos responder con una negativa; pero inmediatamente después de esa negativa debíamos analizar a fondo el problema. Hemos analizado si nos sería beneficioso o no, si nos sería provechoso acceder a esta concesión y, si lo es, en qué circunstancias. Hemos tenido que hablar del precio. Y esto, camaradas, os muestra con claridad hasta qué grado tenemos que abordar ahora los problemas de una manera distinta a como los abordábamos antaño. Antes, el comunista decía: «Entrego mi vida», y le parecía muy sencillo, aunque no todas las veces era tan sencillo. En cambio, ahora, los comunistas tenemos planteada otra tarea completamente distinta. Ahora debemos calcularlo todo, y cada uno de vosotros debe aprender a economizar. En la situación capitalista, debemos calcular cómo asegurar nuestra existencia, cómo sacar provecho de nuestros enemigos que, como es natural, regatearán, pues jamás han perdido la costumbre de regatear y regatearán a costa nuestra. Tampoco olvidamos esto y en modo alguno nos imaginamos que los representantes del comercio se conviertan en algún sitio en corderos y nos faciliten gratis todas las venturas. Eso no ocurre, y no lo esperamos. Confiamos en que, acostumbrados a oponer resistencia, saldremos airosos en este terreno también y seremos capaces de comerciar, de obtener ganancias y de salir de las situaciones económicas difíciles. Esta tarea es muy ardua. Y nos aplicamos a cumplirla. Quisiera que nos diéramos perfecta cuenta del profundo abismo que media entre la tarea vieja y la nueva. Por muy hondo que sea ese abismo, en la guerra aprendimos a maniobrar y hemos de comprender que la maniobra que debemos realizar, la maniobra en que nos encontramos, es la más difícil. En cambio, es probable que sea la última. Debemos probar en ella nuestra fuerza y demostrar que no sólo hemos aprendido de memoria nuestras enseñanzas de ayer y repetimos las viejas lecciones. Discúlpennos, señores, hemos comenzado a estudiar de nuevo y estudiaremos de modo que logremos éxitos concretos y visibles para todos. Y en nombre de este estudio nuevo creo que precisamente ahora debemos prometernos con firmeza otra vez unos a otros que nos hemos replegado bajo la denominación de nueva política económica, que nos hemos replegado para no entregar nada nuevo y, al mismo tiempo, para conceder a los capitalistas tales ventajas que obliguen a cualquier país, por muy enemigo nuestro que sea, a aceptar transacciones y relaciones con nosotros. El camarada Krasin, que ha conversado muchas veces con Urquhart -este dirigente y puntal de toda la intervención armada-, decía que, después de los intentos de Urquhart de imponernos a toda costa y en toda Rusia el viejo régimen, se sentó a la misma mesa que Krasin y comenzó a decir: «¿A qué precio? ¿Cuánto? ¿Por cuántos años?» (Aplausos) Eso está bastante lejos todavía de la conclusión de una serie de convenios sobre arrendamiento de empresas en régimen de concesión y de que hayamos entablado, por tanto, relaciones contractuales absolutamente precisas y firmes -desde el punto de vista de la sociedad burguesa-; pero ya vemos ahora que nos acercamos a eso, que casi hemos llegado, pero que todavía no hemos llegado. Esto, camaradas, debemos reconocerlo y no caer en la presunción. Estamos aún muy lejos de haber conseguido plenamente lo que nos hará fuertes e independientes y nos dará la tranquila seguridad de que no tememos ningún negocio con los capitalistas; de que, por difícil que sea el negocio, lo concluiremos, calaremos en el quid y saldremos airosos. Por eso, la labor que hemos iniciado en este terreno -tanto política como del partido- debe continuar; por eso es necesario que pasemos de los viejos métodos a métodos completamente nuevos.

    Nuestra administración sigue siendo la vieja, y nuestra tarea consiste ahora en transformarla a lo nuevo. No podemos transformarla de golpe, pero necesitamos organizar las cosas de manera que estén bien distribuidos los comunistas con que contamos. Es preciso que estos comunistas manejen las administraciones a que han sido enviados, y no, como ocurre a menudo, que sean esas administraciones las que los manejan a ellos. No hay por qué ocultarlo y debemos hablar de ello con claridad. Esas son las tareas que tenemos planteadas y las dificultades con que tropezamos, precisamente en el momento en que hemos emprendido nuestro camino práctico, en que debíamos aproximarnos al socialismo, y no como a un icono pintado con colores suntuosos. Necesitamos tomar una dirección certera, necesitamos que se compruebe todo, que todas las masas y toda la población comprueben nuestro camino y digan: «Sí, esto es mejor que el viejo régimen». Esa es la tarea que nos hemos fijado, la tarea que ha emprendido nuestro partido, un pequeño grupo de hombres en comparación con toda la población del país. Este granito de arena se ha planteado el objetivo de transformarlo todo y lo transformará. Hemos demostrado que no se trata de una utopía, sino de una obra a la que los hombres consagran su vida. Todos lo hemos visto, eso ya está hecho. Hay que transformar de modo que la mayoría de las masas trabajadoras, los campesinos y los obreros, digan: «No os alabéis vosotros mismos; ya os alabamos nosotros y decimos que habéis conseguido mejores resultados, después de los cuales ni una sola persona sensata pensará jamás en retornar al pasado». Pero todavía no hemos alcanzado eso. De ahí que la Nep siga siendo la consigna principal, inmediata, exhaustiva, del día de hoy. No olvidaremos ni una sola de las consignas que aprendimos ayer. Podemos asegurárselo a quienquiera que sea con absoluta tranquilidad, sin el menor asomo de titubeo, y cada paso que damos lo confirma. Pero debemos adaptarnos todavía a la nueva política económica. Hay que saber vencer, reducir a un mínimo determinado todos sus aspectos negativos, que no es preciso enumerar, puesto que los conocéis perfectamente. Hay que hacerlo todo con cálculo. Nuestra legislación nos brinda plenas posibilidades para ello. ¿Sabremos organizar las cosas como es debido? Es un problema que está lejos aún de haber sido resuelto. Lo estamos estudiando. Cada número del periódico de nuestro partido publica decenas de artículos, que versan: en tal fábrica, con tal fabricante existen tales condiciones de arrendamiento; pero donde el director es un camarada nuestro, un comunista, las condiciones son otras. ¿Proporciona beneficios o no, compensa o no? Hemos pasado a la propia médula de todas las cuestiones cotidianas, y en eso consiste la inmensa conquista. Hoy, el socialismo no es ya un problema de un futuro remoto, ni una visión abstracta o un icono. De los iconos seguimos teniendo la opinión de antes, una opinión muy mala. Hemos hecho penetrar el socialismo en la vida diaria, y de eso es de lo que debemos ocuparnos. Esa es la tarea del momento, ésa es la tarea de nuestra época. Permitidme que acabe expresando mi seguridad en que, por muy difícil que sea esa tarea, por más nueva que sea, en comparación con la que teníamos antes, y por más dificultades que nos origine, la cumpliremos a toda costa entre todos, juntos, y no mañana, sino en el transcurso de varios años, de modo que de la Rusia de la NEP salga la Rusia socialista. (Clamorosos y prolongados aplausos.)



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    Mensaje por RioLena Sáb Abr 25, 2020 7:26 pm

    En el Foro se pueden localizar media docena de temas con textos del historiador trotskista David Rodrigo García Colín Carrillo.

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    Mensaje por lolagallego Sáb Mar 06, 2021 11:50 am


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