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    Del modelo Orwelliano al paradigma totalitario

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    Mensaje por IonaYakir Jue Ene 06, 2011 6:18 pm

    RDC escribió:Respecto al tema del racismo de Trotsky, yo leyera "Stalin" de Trotsky e hiciera una recopilación de frases racistas y las publiqué en alguna parte de este foro, pero ahora mismo soy incapaz de saber donde.
    En el caso que Trtosky fuera "racista", recordemos que fue un hombre del siglo XIX, donde lo raro en verdad era no ser racista, y mas en Rusia o Europa.
    De todas maneras, dudo que Trotsky haya sido racista.
    RDC, espero que esas "recopilaciones" tuyas en verdad existan y no sean una simple amenaza como la que me hiciste hace unos días, sobre unas cosas que supuestamente había dicho yo, que resultaron mentira.
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    Del modelo Orwelliano al paradigma totalitario - Página 4 Empty Re: Del modelo Orwelliano al paradigma totalitario

    Mensaje por verdadyreconciliacion Jue Ene 06, 2011 9:41 pm

    Y sigo esperando las pruebas. Debate demostrativo le dicen.

    Primero, que todo creo que los que argumentan ello, deberían darse un repaso por el diccionario de la academia de la lengua, para saber que es el racismo, para y no usarlo en momentos eufóricos a modo de difamación.
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    Mensaje por Erazmo Vie Ene 07, 2011 1:39 am

    Camarada AsturcOn, más que entablar un debate sobre Trotsky y Stalin, que terminará en un inevitable diálogo de sordos, y atendiéndo al hecho que respeto vuestra transparente postura, tanto como respeto la del Camarada Gazte, es que prefiero insertar una reflexión y una conclusión.

    Creo que en la vida, y con ello me refiero exclusivamente a los revolucionarios sociales porque para mi los capitalistas y sus derivados zoológicos no interesan nada, no hay ni ángeles ni demonios solo simples seres humanos con sus virtudes y defectos.

    No pretendo pontificar sobre quiénes tienen las virtudes y quiénes los defectos, solo trato de leer con objetividad y sin apasionamiento.

    Lo que siempre me ha parecido más curioso de Trotsky y Stalin es que son dos perfectos opuestos del mismo Universo.

    Si los observaramos desde la ancestral y magnífica cultura China, serían dos extremos que se afirman entre sí, uno ya no puede existir sin el otro, para permanecer en el mundo real se necesitan mutuamente y si uno se extingue el otro invariablemente se extinguirá.

    La conclusión es dejémoslos en paz.




    Saludos Revolucionarios
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    Mensaje por AsturcOn Vie Ene 07, 2011 1:26 pm

    Erazmo escribió:Camarada AsturcOn, más que entablar un debate sobre Trotsky y Stalin, que terminará en un inevitable diálogo de sordos, y atendiéndo al hecho que respeto vuestra transparente postura, tanto como respeto la del Camarada Gazte, es que prefiero insertar una reflexión y una conclusión.

    Creo que en la vida, y con ello me refiero exclusivamente a los revolucionarios sociales porque para mi los capitalistas y sus derivados zoológicos no interesan nada, no hay ni ángeles ni demonios solo simples seres humanos con sus virtudes y defectos.

    No pretendo pontificar sobre quiénes tienen las virtudes y quiénes los defectos, solo trato de leer con objetividad y sin apasionamiento.

    Lo que siempre me ha parecido más curioso de Trotsky y Stalin es que son dos perfectos opuestos del mismo Universo.

    Si los observaramos desde la ancestral y magnífica cultura China, serían dos extremos que se afirman entre sí, uno ya no puede existir sin el otro, para permanecer en el mundo real se necesitan mutuamente y si uno se extingue el otro invariablemente se extinguirá.

    La conclusión es dejémoslos en paz.

    Saludos Revolucionarios

    Compañero Erazmo, comprendo tus palabras y no te falta razon. Pero Trotskitas y marxistas-leninistas jamas podran viajar en el mismo barco rumbo a ninguna revolucion. Los marxistas-leninistas no queremos asociarnos en nada con el trotskismo porque ya hemos conocido demasiadas traiciones.

    Eres de los pocos trotskistas que tienen mi respeto en esta comunidad, pero no pretendas que a estas alturas olvidemos el pasado de trotsky y del trotskismo conspirador. Hagamos memoria y sigamos sacando del pasado todo, para que no volvamos a tropezar con las mismas piedras.
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    Mensaje por Yeremenko Vie Mar 04, 2011 10:38 pm

    Shenin escribió:
    En fin, lo que diga un estalinista como Usted no me hará cambiar de opinión sobre Stalin, que efectivamente ejerció un gobierno totalitario, y eso no lo digo yo ni Orwell, sino marxistas de talla, ah sí, debe ser que eso marxistas son REVISIONISTAS.

    Pues según "marxistas de talla" como Domenico Losurdo, debido al estado de excepción permanente al que fue sometida Rusia desde 1914 difícilmente podría haber sido gobernada de forma no autocrática.

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    Como siempre, las intervenciones del camarada Shenin dejan huella positiva en esta web porque permiten conocer autores y visiones de la historia diferentes, lejos de la contaminación, lejos de los intereses capitalistas y anticomunistas burgueses. Yo sí creo en la verdad como algo con cierto tinte utópico que debemos descubrir interpretando otras visiones de la historia: la verdad es un puzzle al que le faltan piezas, un puzzle que jamás acabaremos por resolver en vida pero que podemos ayudar a conformar. Esta progresiva y minuciosa colocación de piezas no quedará ahí, no se estancará en el tiempo, y valdrá para que generaciones posteriores vean en la contrainformación historiográfica seria y rigurosa, nuevos horizontes sobre los que investigar. Las armas del capitalismo son muy poderosas: van desde las más banales que se fundamentan en una dialéctica tendenciosa del lenguaje basada en prejuicios que con el paso de los años se han asentado como verdades sociales intocables; por ejemplo cuando se habla del fracaso del comunismo como contraposición al mejor de los males (un capitalismo enfermo, terminal, agonizante ante el que los pueblos oprimidos de todo el mundo se están rebelando por medio de la revolución), rehuyendo de la compresión de la ideología en cada contexto histórico. Pero el capitalismo también utiliza la violencia estructural, el acoso moral, la intromisión y violación de los derechos fundamentales de privacidad, honorabilidad y respeto de nuestra condición ideológica e intimidad personal.

    Interesante documento acerca de Domenico Losurdo


    La demonización de Stalin
    La demonización de Stalin comenzó en los años 20, adquirió proporciones mundiales con el XX
    Congreso del PCUS, fue retomada durante la Perestroika y prosiguió después de la desaparición de
    la Unión Soviética, aunque con características diferentes. Al proclamar “el fin del comunismo”, la
    intelligentsia burguesa, empeñada en demostrar la inviabilidad del socialismo, diversificó la
    ofensiva, atribuyendo a Marx, Engels y Lenin grandes responsabilidades por el “fracaso inevitable
    de la utopía socialista”. Stalin sobre todo fue presentado como creador y ejecutor de una técnica de
    gobierno dictatorial monstruosa. La palabra stalinismo entró en el léxico político como sinónimo de
    un sistema de poder absoluto que habría negado el marxismo al imponer “el socialismo real”
    mediante métodos criminales.
    No son solo académicos anticomunistas los que satanizan a Stalin. Dirigentes de partidos
    comunistas e historiadores marxistas, algunos de prestigio mundial, prestaron credibilidad a la
    condena absoluta de Stalin.

    Eric Hobsbawm, el gran historiador británico que fue, en la juventud, miembro del Partido
    Comunista Británico, esboza en su libro La Era de los Extremos- Breve Historia del Siglo XX un
    retrato totalmente negativo del estadista que años antes fuera por él elogiado como revolucionario
    merecedor de la admiración de la humanidad.
    El peso de la anatemización es tan fuerte que la Fundación Rosa Luxemburgo atribuyó en Enero
    pasado un premio al historiador alemán Cristoph Junke por su libro Der lange Schatten des
    Stalinismus, una catilinaria impiadosa sobre un «fenómeno histórico» que es también una «una
    teoría y una práctica política» que exorciza.
    De la Esperanza a la Realidad.
    Sobre Stalin y su época fueron escritos cientos de libros. De los que leí ninguno me impresiónó
    tanto como este. La aplastante mayoría condena al hombre y la obra. Una minoría de
    incondicionales hace la apología del dirigente comunista y defiende sin restricciones su
    intervención en la historia. Un abismo separa a los críticos como el polaco Isaac Deutscher
    (trotskista) de los epígonos como el belga Ludo Martens (maoísta), dos autores cuyos libros fueron
    publicados en portugués, en Brasil.
    Losurdo, filósofo e historiador, al iluminar la época del hombre que fue el timonel de la URSS
    durante casi 30 años encamina al lector a una reflexión compleja, inesperada y difícil. No asume el
    papel de juez.
    El conocimiento profundo de la historia de la Revolución Rusa y de las luchas que le marcaron el
    rumbo después de la muerte de Lenin le permitió situar a Stalin en ese vendaval bajo una
    perspectiva innovadora. Procura, como filosofo, comprender. No absuelve ni condena.
    Acompañando la trayectoria de Stalin de la mano de Losurdo, el lector es llevado a conclusiones
    incompatibles con la leyenda negra creada en torno al personaje. Más Losurdo no reescribe la
    historia, no intenta interpretarla. Como investigador, fija la atención en periodos decisivos, procede
    a una selección de hechos y acontecimientos y sitúa a Stalin en los escenarios en que actuó.
    Casi todas las revoluciones devoran a sus hijos. La de Octubre de 1917 no fue la excepción de la
    regla. Pero cuando ella triunfó eran inimaginables las crisis y conflictos que desembocaron en la
    ejecución de la mayoría de los personajes más brillantes de la gran generación de bolcheviques que
    se proponía construir el socialismo en la Rusia atrasada y famélica.
    El tiempo era de esperanza. Al clausurar el I Congreso de la Internacional Comunista, Lenin
    sintetizó su confianza en el futuro en una frase: “La victoria de la revolución comunista en todo el
    mundo está asegurada. Se aproxima la fundación de la República soviética internacional”.
    La previsión fue rápidamente desmentida por la Historia.
    Los orígenes del Stalinismo
    La deformación de la historia real de Rusia comenzó en Occidente inmediatamente después del
    derrocamiento de la autocracia zarista. La tesis según la cual la Revolución de Febrero habría sido
    una revolución casi sin violencia y la de Octubre una sangrienta tragedia es un mito forjado en los
    países capitalistas. En la realidad murió mucho más gente en la primera que en las jornadas que
    precedieron al asalto del Palacio de Invierno y en los días posteriores.
    Losurdo, en el capitulo en que estudia los “orígenes del stalinismo”, recuerda que Stalin, contrariamente a Trotsky, defendía la compatibilidad de un “nacionalismo sano”, del “sentimiento
    nacional y de la idea de patria” con la fidelidad al internacionalismo proletario. Cuando el Reich
    nazi invadió la URSS afirmó insistentemente que el camino para lo universal pasaba a través de la
    lucha de los pueblos que no aceptaban la condición de esclavos al servicio del pueblo de señores
    imaginado por Hitler.
    Stalin es acusado de defender un concepto de Estado y una política de nacionalidades cuya
    aplicación reflejó contradicciones antagónicas. Pero se vivía una época en que contradicciones
    simultáneamente evidentes e incompatibles eran comunes en la formulación de la teoría
    revolucionaria. Rosa Luxemburgo criticó duramente al partido bolchevique por haber liquidado la
    democracia tal como la concebía, más simultáneamente lo exhortaba a reprimir con puño de hierro
    cualquier tendencia separatista de “los pueblos sin historia”, incluyendo el de su natal Polonia.
    Stalin, por el contrario, defendía la necesidad de un respeto enorme por las más de cincuenta
    nacionalidades de Rusia y consideraba que la preservación de sus lenguas y culturas le aparecía
    como indisociable del progreso de Rusia revolucionaria.
    Esas ideas, condensadas en un libro elogiado por Lenin, no encontraron sin embargo traducción en
    la praxis, sobre todo a partir de los años que ejerció como Secretario general del PCUS un poder
    personal casi absoluto.
    Más, paradójicamente, en los últimos años de vida, Stalin reasume la defensa de las nacionalidades
    al combatir como utópica la idea de “una lengua única para la humanidad” “cuando el socialismo
    triunfe a nivel mundial”. Señalando que la lengua no es una superestructura, afirma que los idiomas
    no fueron creados por una clase social, sino “por todas las clases de la sociedad gracias a los
    esfuerzos de cientos de generaciones”.
    En su denso ensayo, cuya riqueza conceptual y documental es incompatible con las síntesis breves,
    Losurdo fija los orígenes de aquello a que se llamó el stalinismo, en una época marcada por
    tensiones, conspiraciones y el hambre, al inicio de la colectivización de las tierras.
    Citando la Fenomenología del Espíritu, de Hegel, y lo que el filosofo alemán pensaba de la
    “libertad absoluta” y del “terror”, sustenta que «el “stalinismo” no es el resultado “ni de la sed de
    poder de un individuo, ni de una ideología, sino del estado de excepción permanente que se
    implanta en Rusia a partir de 1914”».
    La mayoría de los historiadores occidentales serios, recuerda, coinciden en que antes de los años
    30, Stalin no era aún un autócrata.
    Según Werth, no existía en ese tiempo el culto a la personalidad
    y persistía la tradición de la dictadura del proletariado.
    En 1925, en plena NEP, Stalin expresaba opiniones como esta: “hoy no es más posible dirigir con
    métodos militares”;”ahora no se ejerce la máxima presión, sino la máxima flexibilidad, sea en la
    política, sea en la organización…” Entonces consideraba un error “identificar el Partido con el
    Estado” y repetía que “el socialismo es el pasaje (de la fase) en que existe la dictadura del
    proletariado a la sociedad sin Estado”.
    Fue la decisión de industrializar el país rápidamente la que provocó el viraje estratégico que
    desencadenó la represión sobre los campesinos. Cercada por potencias hostiles, sin acceso al capital
    internacional, la URSS, para financiar la industrialización recurrió a los excedentes generados por
    una agricultura atrasada. El proyecto de colectivización de la tierra, por la manera violenta como fue concretizado, produjo desgarres no solo en el tejido social, sino en la dirección del Partido. Se
    alcanzó el objetivo, pero el precio social y político fue altísimo.
    Pero habrá sido solamente a partir del 37, con el Gran Terror –expresión utilizada por Losurdo- que
    la dictadura del proletariado cedió lugar a la autocracia.
    En las Obras Completas de Stalin son además numerosas las páginas en que el repite que la
    dictadura del proletariado habría asumido un carácter muy diferente si la Guerra Mundial,
    anunciada con anticipación, no lo hubiese encaminado para una política de concentración del poder.
    ¿Sería sincero al escribir que la concibió como transitoria? Nunca lo sabremos.
    Lo que está comprobado por una abundante documentación es la convicción que Stalin tenia de que
    después de la derrota del III Reich hitleriano se abriría a la Alianza con los EEUU e Inglaterra un
    gran futuro. Creyó en una era de buenas relaciones con el Occidente capitalista.
    No preveía entonces que para Europa Oriental el tipo de regímenes que allí instaló con mano de
    hierro. Entendía que Polonia no debería optar por la vía de la dictadura del proletariado. “No está
    obligada a ello, no es necesario”. Y, hablando con dirigentes comunistas búlgaros, los sorprendió al
    afirmar: “es posible realizar el socialismo de un modo nuevo, sin la dictadura del proletariado”. Y
    cuando mantenía aún una relación cordial con Tito le dijo: “En nuestros días el socialismo es
    posible inclusive bajo la monarquía inglesa”.
    El norteamericano Robert Conquest, el historiador de ultraderecha al que Losurdo atribuye esas
    palabras, señala que ellas demuestran que “Stalin estaba repensando activamente la validez
    universal del modelo soviético de revolución y socialismo”.
    Lo que no suscita dudas es que la Guerra Fría hizo derruir eventuales planes sobre una mudanza de
    estrategia y puso fin a la meditación ideológica sobre los modelos del socialismo. El deshielo se
    torno en una imposibilidad.
    Sobre la popularidad de Stalin y los Gulag
    Losurdo dedica muchas páginas al tema de la popularidad de Stalin. Basado en fuentes de múltiples
    tendencias, llama la atención para una realidad desconocida en Occidente.
    Mismo durante el bienio del Gran Terror, 37-38, la base social de apoyo a la política de Stalin se
    amplió.
    Se verifica, escribe Losurdo, “una interacción paradójica y trágica”. En consecuencia, por un lado,
    de fuerte desarrollo económico y cultural y por otro del miedo suscitado por la represión, “decenas
    de millares de stajanovistas se volvieron directores de fabricas y una análoga y rapidísima
    movilidad social ocurrió en las fuerzas armadas”.
    En las vísperas de la guerra, el jefe de los traductores del Ministerio de Negocios Extranjeros del
    Reich, de visita a Moscú, al pasar por la Plaza Roja resumió en estas palabras la atmosfera de
    tranquilidad existente en la capital: “Quien estuvo en Moscú y no vio a Lenin, me dijo un miembro
    de la Embajada, no vale nada para la población rural rusa”.En las campañas anticomunistas, los textos sobre los Gulags siberianos creados por Stalin y los
    relatos sobre el sufrimiento de los deportados funcionan como artillería pesada. Muchos libros han
    sido dedicados al tema, desde la novela que valió el Nobel a Solzhenitsin.
    Losurdo aborda la cuestión de frente, situándola en una perspectiva poco habitual.
    Estudio a fondo la documentación soviética existente en los archivos. Como ser humano y
    revolucionario le inspiran sentimientos de repulsa e indignación los campos de trabajo forzados, en
    cualquier país y cualquiera que sean los objetivos.
    Esa posición no le impide denunciar la falsificación de las estadísticas occidentales que inflaron
    desmesuradamente la población de los Gulag, multiplicando el número de personas que pasaron por
    ellos y los que ahí murieron. Simultáneamente, rechaza los paralelos establecidos entre los campos
    de exterminio nazi y los campos de trabajo soviéticos.
    El universo concentracionário siberiano era
    un mundo de contradicciones. En la URSS – escribe Losurdo- la ley castigaba con rigor las
    violaciones rutinarias de los reglamentos. El propio Vishinsky, cuando Procurador General de la
    Unión, denunció públicamente las condiciones intolerables de algunos Gulag donde los hombres
    eran tratados como “animales salvajes”.
    Losurdo recuerda que en los campos soviéticos había bibliotecas para los deportados, y la dirección
    promovía espectáculos, conciertos y conferencias y que los prisioneros en muchos Gulag estaban
    autorizados a elaborar periódicos murales.

    Salud.
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    Mensaje por VASILI ZAITSEV Miér Ene 11, 2012 8:00 am

    "El difunto Leónidas Krassin, viejo revolucionario, eminente ingeniero, brillante diplomático del Soviet, y sobre todo, criatura inteligente, fue quien primero llamó a Stalin "asiático". Al decir esto no pensaba en atributos raciales problemáticos, sino más bien en esa aleación de entereza, sagacidad, astucia y crueldad que se ha considerado característica de los hombres de Estado de Asia."


    Resulta muy sugerente la ligereza delirantemente prejuiciosa con que algunos usuarios se sirven, conjuntamente con el autor del artículo que inicia este hilo, de dicho pasaje de la gruesa obra inconclusa de Lev Davidovich para dejar al desnudo el supuesto racismo orgánico y rematado de este último, que por lo pronto, es acaso la acusación más benevolente que se le ha hecho en este pintoresco hilo.


    Dicha ligereza no tiene nada que envidiar a la que, por ejemplo, exhibe la gente de Libertad Digital -han oído bien- para denunciar y decretar sus condenas para con los -bromas aparte- ¡terribles racistas Marx y Engels! Laughing


    Todo a partir de estos pasajes (que a propósito, al buscar información en inglés son los que alimentan casi de forma exclusiva a todo el tópico de la estúpida vocinglera contra el “racismo marxista”):


    (Sobre la anexión de California por EE.UU.)

    "¿Es una desgracia que la espléndida California fuera arrebatada a los vagos mexicanos, que no sabían qué hacer con ella?"- Marx

    "Hemos sido testigos de la conquista de México, y nos hemos alegrado. Es en interés del propio México que quede bajo la tutela de Estados Unidos"- Engels


    (Marx sobre Lasalle)"

    “Para mí está completamente claro ahora, como lo prueban la forma de su cráneo y su pelo, que desciende de los negros de Egipto, suponiendo que su madre o su abuela no se mezclaran con la negrada. Esta unión de judaísmo y germanismo sobre una base negra tiene que producir un producto peculiar. La protuberancia del colega es, asimismo, la propia de la negrada"


    (Engels sobre el yerno de Marx, Paul Lafargue, en carta a la esposa de este último, Laura)

    "Al estar, en su calidad de negro, un paso más cerca del reino animal que el resto de nosotros, sin duda es el representante más adecuado para ese distrito".


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    Tendríais que concluir que el KKK o las SS no tenían nada que envidiarle a Marx y Engels, no?


    ¡¡Después de todo Lev Trotsky era un completo racista por mucho menos que esto!!


    ¡¡Pero ese ya es problema vuestro y de la gente de Libertad Digital!!


    Saludos!!
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    Mensaje por VASILI ZAITSEV Miér Ene 11, 2012 8:39 am

    Hola otra vez!! Cool

    Recuerdo a ver leído el artículo Del modelo orwelliano al paradigma totalitario del señor Eduardo Nuñez hace tiempo, y recuerdo muy bien la respuesta al mismo que realizó un simpatizante de Lev Trotski, y en especial la parte en que responde a la denuncia del "racismo" de Trotski hecha por Nuñez a partir de aquél pasaje de libro "Stalin":



    EDUARDO NUÑEZ:

    Trotsky vuelve a sus fueros de la Revolución Permanente y proclama la tesis metafísica de la “exportación” de la Revolución [sic]. Una vez descartadas sus teorías políticas por la mayoría del Partido pasa al ataque personal contra Stalin y a la práctica de la conspiración anti-soviética. En su libro titulado “Stalin”, Trotsky, con tintes claramente racistas, escribía:

    "El difunto Leónidas Krassin, viejo revolucionario, eminente ingeniero, brillante diplomático del Soviet, y sobre todo, criatura inteligente, fue quien primero llamó a Stalin "asiático". Al decir esto no pensaba en atributos raciales problemáticos, sino más bien en esa aleación de entereza, sagacidad, astucia y crueldad que se ha considerado característica de los hombres de Estado de Asia." (León Trotsky, Stalin,
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    OSCAR ÉGIDO:

    Es curioso que el señor Núñez nos aporte como bibliografía cuatro obras de Trotsky que después nos demuestra no haber leído, salvo en los resúmenes parciales y frases aisladas de los libros de Ludo Martens y otros propagandistas estalinianos, cuyas citas reproduce.

    En concreto, sobre la biografía de Stalin escrita por Trotsky, sólo parece haber leído el primer párrafo, que nos ofrece al completo:


    "El difunto Leónidas Krassin, viejo revolucionario, eminente ingeniero, brillante diplomático del Soviet, y sobre todo, criatura inteligente, fue quien primero llamó a Stalin "asiático". Al decir esto no pensaba en atributos raciales problemáticos, sino más bien en esa aleación de entereza, sagacidad, astucia y crueldad que se ha considerado característica de los hombres de Estado de Asia."
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    De aquí deduce nuestro sagaz lector que Trotsky ¡¡¡era racista!!!... Menos mal que no pensaba en atributos raciales, sino en características de hombres de estado... El “punto de vista marxista” del señor Núñez debería permitirle ver aquí una relación con el modo de producción asiático, estudiado por los clásicos del marxismo, y su correspondiente estructura política, que conduce al tipo de gobierno más adecuado a dicho modo de producción, el despotismo asiático.



    Reproduzco a continuación la respuesta completa al súblime artículo de Eduardo Nuñez:





    Abundando en la polémica sobre Stalin y Trotsky
    Sobre antiparadigmas paradigmados (I)



    Oscar Egido, 19-09-2004. Rebelión



    El pasado 28 de junio el señor Eduardo Núñez publicó en Rebelión un artículo (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=1186) respondiendo a otro que yo había enviado anteriormente (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=721).

    Acusaba a quienes criticamos a Stalin de estar sometidos al paradigma totalitario (“modelo orwelliano”) creado por una curiosa alianza burguesa-nazi-trotskista con el único objetivo de desprestigiar al socialismo y nos prometía un análisis científico, objetivo y dentro del contexto histórico. Para ello nos ofrecía una recopilación de los argumentos habituales en la literatura estalinista, junto a algunas curiosas aportaciones personales.

    Una clásica técnica de los autores estalinistas en sus ataques a Trotsky y su defensa del régimen “comunista” de Stalin es la de la amalgama:

    Dado que Trotsky se oponía al régimen estalinista, se le equipara con los fanáticos anticomunistas de derechas, sin tener en cuenta las diferencias, tanto de enfoque como de argumentos, entre ellos. Así se crea un inexistente Trotsky aliado de la derecha al que derribar fácilmente.
    Así pues, no es el objeto de este artículo defender a los Hearst, Conquest y compañía, ni siquiera a Orwell. Como diría Pascual Serrano, “ellos ya tienen la CNN”. En todo caso, valgan las palabras de Trotsky:

    “La estupidez y la falta de honradez de los adversarios no pueden justificar nuestra propia ceguera (...)El último argumento de los "amigos" es que los reaccionarios asirán con dos manos cualquier crítica al régimen soviético. Esto es innegable y tratarán además de aprovechar esta obra. ¿Alguna vez sucedió de otro modo? El Manifiesto Comunista recordaba desdeñosamente que la reacción feudal trató de explotar la crítica socialista contra el liberalismo. Sin embargo, el socialismo revolucionario siguió su camino”.

    Para el señor Núñez, el paradigma dominante sobre Stalin se basa en tres dogmas esenciales que se esfuerza en desmontar:

    Deísmo apologético: Stalin seria un ser omnímodo y omnipotente, único responsable de los crímenes de su régimen, que se autoproclamó secretario general en 1924, usurpando un teórico derecho a la sucesión de Lenin por parte de Trotsky.

    Perpetración en el poder: según el señor Núñez, los críticos del estalinismo lo explican mediante el “recurso al terror en forma sistemática y masiva”.

    Eliminación de la “vieja guardia bolchevique”.


    Es curioso que el señor Núñez nos aporte como bibliografía cuatro obras de Trotsky que después nos demuestra no haber leído, salvo en los resúmenes parciales y frases aisladas de los libros de Ludo Martens y otros propagandistas estalinianos, cuyas citas reproduce.

    En concreto, sobre la biografía de Stalin escrita por Trotsky, sólo parece haber leído el primer párrafo, que nos ofrece al completo:

    "El difunto Leónidas Krassin, viejo revolucionario, eminente ingeniero, brillante diplomático del Soviet, y sobre todo, criatura inteligente, fue quien primero llamó a Stalin "asiático". Al decir esto no pensaba en atributos raciales problemáticos, sino más bien en esa aleación de entereza, sagacidad, astucia y crueldad que se ha considerado característica de los hombres de Estado de Asia."
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    De aquí deduce nuestro sagaz lector que Trotsky ¡¡¡era racista!!!... Menos mal que no pensaba en atributos raciales, sino en características de hombres de estado... El “punto de vista marxista” del señor Núñez debería permitirle ver aquí una relación con el modo de producción asiático, estudiado por los clásicos del marxismo, y su correspondiente estructura política, que conduce al tipo de gobierno más adecuado a dicho modo de producción, el despotismo asiático.

    En lugar de reflexionar, el señor Núñez, horrorizado, decidió como veremos no continuar leyendo a Trotsky y fiarse de las calumnias estalinistas. Para quitarle el miedo al lector y mostrarle que Trotsky no muerde le acompañaremos por un pequeño paseo histórico.

    Si el señor Núñez hubiera continuado la lectura y llegado al capítulo 11 de esta obra [http://www.marxists.org/espanol/trotsky/1940s/stalin/11.htm] habría leído cosas como:

    “Cada fase de desarrollo, incluso las catastróficas, como la revolución y la contrarrevolución, es una consecuencia de la fase precedente, en donde está arraigada y a la cual se asemeja. Después de la victoria de octubre, hubo escritores que sostenían que la dictadura del bolchevismo era simplemente una nueva versión del zarismo, negándose, al estilo del avestruz, a reconocer la abolición de la monarquía y de la nobleza, la extirpación del capitalismo y la introducción de la economía planificada, la abolición de la Iglesia estatal, y la educación de las masas en los principios del ateísmo, la abolición del señorío agrario y la distribución de la tierra a los verdaderos cultivadores del suelo. De manera análoga, después, del triunfo de Stalin sobre el bolchevismo, muchos de los mismos escritores (...) cerraron los ojos al hecho cardinal e inflexible de que, a pesar de las medidas de represión utilizadas por imperio de circunstancias especiales, la Revolución de octubre acarreó una subversión de relaciones sociales en los intereses de las masas trabajadoras; mientras que la contrarrevolución estalinista ha iniciado subversiones sociales que continuamente van transformando el orden social soviético en provecho de una minoría privilegiada de burócratas termidóricos. Igualmente insensibles a los hechos elementales son ciertos renegados del comunismo, muchos de ellos satélites de Stalin en otra época, que con las cabezas bien hundidas en la arena de su amarga desilusión, no advierten que, a pesar de semejanzas superficiales la contrarrevolución acaudillada por Stalin se diferencia en ciertos definidos puntos esenciales de las contrarrevoluciones de los caudillos fascistas; no echan de ver que la diferencia tiene su raíz en la disparidad entre la base social de la contrarrevolución de Stalin y la base social de los movimientos reaccionarios dirigidos por Mussolini y Hitler, y que guarda paralelismo con la que existe entre las dictaduras del proletariado, aun desfiguradas por el burocratismo termidórico, y la dictadura de la burguesía, entre un Estado de trabajadores y un Estado capitalista”.

    Aquí vemos que el análisis de Trotsky establece claramente diferencias entre el régimen de Stalin y el zarismo, el fascismo o el mismo bolchevismo, que son los sistemas en que buscan paralelismos o continuidad histórica los defensores del Paradigma Totalitario. Para el señor Núñez lo importante es colocar cualquier opinión contraria en el mismo saco imperialista para después despacharse a gusto.

    Es legítimo para quien piensa que Lenin y Trotsky encabezaron la revolución bolchevique y coincidían en su enfoque político pensar que, a la muerte de Lenin, el más indicado para continuar su obra era quien coincidía con su visión política. Esto no implica ninguna pretensión supuestamente hereditaria, ni siquiera que Trotsky debiese ocupar la dirección del partido. Simplemente se le considera el continuador del pensamiento de Lenin. Por cierto, que los seguidores de Stalin lo consideran también como un gran teórico continuador del leninismo.

    Stalin fue elegido secretario general del Partido Comunista en 1922 por el Comité Central, como afirma el señor Núñez. Ahora bien, por más que he buscado no he conseguido encontrar donde Trotsky afirma que Stalin se auto proclamó secretario general. Claramente, cargarle con las falacias de Conquest o Hearst es un ejemplo de la “investigación histórica seria” a que nos tienen acostumbrados los estalinistas.

    En La Revolución Traicionada [[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] Trotsky nos explica su versión sobre la consolidación de Stalin en el poder:

    Respondiendo a numerosos camaradas que se preguntaban con asombro lo que había pasado con la actividad del partido bolchevique y de la clase obrera, de su iniciativa revolucionaria, de su orgullo plebeyo, y cómo habían surgido, en lugar de estas cualidades, tanta villanía, cobardía, pusilanimidad y arribismo -Rakovski evocaba las peripecias de la Revolución Francesa del siglo XVIII y el ejemplo de Babeuf cuando, al salir de la prisión de la Abadía, se preguntaba también con estupor lo que había pasado con el pueblo heroico de los arrabales de París-. La revolución es una gran devoradora de energías individuales y colectivas: los nervios no la resisten, las conciencias se doblan, los caracteres se gastan. Los acontecimientos marchan con demasiada rapidez para que el aflujo de fuerzas nuevas pueda compensar las pérdidas. El hambre, la desocupación, la pérdida de los cuadros de la revolución, la eliminación de las masas de los puestos dirigentes, habían provocado tal anemia física y moral en los arrabales que se necesitaron más de treinta años para que se rehicieran. La afirmación axiomática de los publicistas soviéticos de que las leyes de las revoluciones burguesas son "inaplicables" a la revolución proletaria, está completamente desprovista de contenido científico. El carácter proletario de la Revolución de Octubre resultó de la situación mundial y de cierta relación de las fuerzas en el interior.

    Pero las clases mismas que se habían formado en Rusia en el seno de la barbarie zarista y de un capitalismo atrasado, no se habían preparado especialmente para la revolución socialista. Antes al contrario, justamente porque el proletariado ruso, todavía atrasado en muchos aspectos, dio en unos meses el salto sin precedentes en la historia desde una monarquía semifeudal hasta la dictadura socialista, la reacción tenía ineludiblemente que hacer valer sus derechos en las propias filas revolucionarias. La reacción creció durante el curso de las guerras que siguieron; las condiciones exteriores y los acontecimientos la nutrieron sin cesar. Una intervención sucedía a la otra; los países de Occidente no prestaban ayuda directa; y en lugar del bienestar esperado, el país vio que la miseria se instalaba en él por mucho tiempo. Los representantes más notables de la clase obrera habían perecido en la guerra civil o, al elevarse unos grados, se habían separado de las masas. Así sobrevino, después de una tensión prodigiosa de las fuerzas, de las esperanzas, de las ilusiones, un largo periodo de fatiga, de depresión y de desilusión. El reflujo del "orgullo plebeyo" tuvo por consecuencia un aflujo de arribismo y de pusilanimidad. Estas mareas llevaron al poder a una nueva capa de dirigentes. La desmovilización de un Ejército Rojo de cinco millones de hombres debía desempeñar en la formación de la burocracia un papel considerable. Los comandantes victoriosos tomaron los puestos importantes en los soviets locales, en la producción, en las escuelas, y a todas partes llevaron obstinadamente el régimen que les había hecho ganar la guerra civil. Las masas fueron eliminadas poco a poco de la participación efectiva del poder. La reacción en el seno del proletariado hizo nacer grandes esperanzas y gran seguridad en la pequeña burguesía de las ciudades y del campo que, llamada por la NEP a una vida nueva, se hacía cada vez más audaz. La joven burocracia, formada primitivamente con el fin de servir al proletariado, se sintió el árbitro entre las clases, adquirió una autonomía creciente. La situación internacional obraba poderosamente en el mismo sentido. La burocracia soviética adquiría más seguridad a medida que las derrotas de la clase obrera internacional eran más terribles. Entre estos dos hechos la relación no es solamente cronológica, es causal; y lo es en los dos sentidos: la dirección burocrática del movimiento contribuía a las derrotas; las derrotas afianzaban a la burocracia. La derrota de la insurrección búlgara y la retirada sin gloria de los obreros alemanes en 1923; el fracaso de una tentativa de sublevación en Estonia, en 1924; la pérfida liquidación de la huelga general en Inglaterra y la conducta indigna de los comunistas polacos durante el golpe de fuerza de Pilsudski, en 1926; la espantosa derrota de la Revolución China, en 1927; las derrotas, más graves aún, que siguieron en Alemania y en Austria: son las catástrofes mundiales que han arruinado la confianza de las masas en la revolución mundial y han permitido a la burocracia soviética elevarse cada vez más alta, como un faro que indicase el camino de la salvación. [...] Dos fechas son memorables, sobre todo, en esta serie histórica. En la segunda mitad del año 1923, la atención de los obreros soviéticos se concentró apasionadamente en Alemania, en donde el proletariado parecía tender la mano hacia el poder; la horrorizada retirada del Partido Comunista alemana fue una penosa decepción para las masas obreras de la URSS. La burocracia soviética desencadenó inmediatamente una campaña contra la "revolución permanente" e hizo sufrir a la Oposición de Izquierda su primera cruel derrota. En 1926-27, la población de la URSS tuvo un nuevo aflujo e esperanza; esta vez, todas las miradas se dirigieron a Oriente, en donde se desarrollaba el drama de la Revolución China. La Oposición de Izquierda se rehizo de sus reveses y reclutó nuevos militantes. A fines de 1927, la Revolución China fue torpedeada por el verdugo Chiang Kai-Chek, al que los dirigentes de la Internacional Comunista habían entregado, literalmente, los obreros y campesinos chinos. Una fría corriente de desencanto pasó sobre las masas de la URSS. Después de una campaña frenética en la prensa y en las reuniones, la burocracia decidió, por fin, arrestar en masa a los opositores (1928). Decenas de millares de militantes revolucionarios se habían agrupado bajo la bandera de los bolcheviques-leninistas. Los obreros miraban a la Oposición con una simpatía evidente. Pero era una simpatía pasiva, pues ya no creían poder modificar la situación por medio de la lucha. En cambio, la burocracia afirmaba que "la Oposición se prepara a arrojarnos en una guerra revolucionaria por la revolución internacional. ¡Basta de trastornos! Hemos ganado un descanso. Construiremos en nuestro país la sociedad socialista. Contad con nosotros, que somos vuestros jefes". Esta propaganda del reposo, cimentando el bloque de los funcionarios y de los militares, encontraba indudablemente un eco en los obreros fatigados y, más aún, en las masas campesinas que se preguntaban si la Oposición no estaría realmente dispuesta a sacrificar los intereses de la URSS por la "revolución permanente". Los intereses vitales de la URSS estaban realmente en juego. En diez años, la falsa política de la Internacional Comunista había asegurado la victoria de Hitler en Alemania, es decir, un grave peligro de guerra en el Oeste; una política no menos falsa fortificaba al imperialismo japonés y aumentaba hasta el último grado el peligro en el Oriente. Pero los periodos de reacción se caracterizan, sobre todo, por la falta de valor intelectual. La Oposición se encontró aislada.

    La burocracia se aprovechaba de la situación. Explotando la confusión y la pasividad de los trabajadores, lanzando a los más atrasados contra los más avanzados, apoyándose siempre y con más audacia en el kulak y, de manera general, en la pequeña burguesía, la burocracia logró triunfar en unos cuantos años sobre la vanguardia revolucionaria del proletariado. Sería ingenuo creer que Stalin, desconocido por las masas, surgió repentinamente de los bastidores armado de un plan estratégico completamente elaborado. No. Antes de que él hubiera previsto su camino, la burocracia lo había adivinado; Stalin le daba todas las garantías deseables: el prestigio del viejo bolchevique, un carácter firme, un espíritu estrecho, una relación indisoluble con las oficinas, única fuente de su influencia personal. Al principio, Stalin se sorprendió con su propio éxito. Era la aprobación unánime de una nueva capa dirigente que trataba de liberarse de los viejos principios así como del control de las masas, y que necesitaba un árbitro seguro en sus asuntos interiores. Figura de segundo plano ante las masas y ante la revolución, Stalin se reveló como el jefe indiscutido de la burocracia termidoriana, el primero entre los termidorianos. Se vio bien pronto que la nueva capa dirigente tenía sus ideas propias, sus sentimientos y, lo que es más importante, sus intereses. La gran mayoría de los burócratas de la generación actual, durante la Revolución de Octubre estuvieron del otro lado de la barricada (es el caso, para no hablar más que de los diplomáticos soviéticos, de Troianovski, Maiski, Potemkin, Suritz, Jinchuk y otros...) o, en el mejor de los casos, alejados de la lucha. Los burócratas actuales que en los días de Octubre estuvieron con los bolcheviques no desempeñaron, en su mayor parte, ningún papel. En cuanto a los jóvenes burócratas, han sido formados y seleccionados por los viejos, frecuentemente elegidos entre su propia casta. Estos hombres no hubieran sido capaces de hacer la Revolución de Octubre; pero han sido los mejor adaptados para explotarla. Naturalmente que los factores individuales han tenido alguna influencia en esta sucesión de capítulos históricos. Es cierto que la enfermedad y la muerte de Lenin precipitaron su desenlace. Si Lenin hubiera vivido más tiempo, el avance de la potencia burocrática hubiese sido más lento, al menos en los primeros años. Pero ya en 1926, Krupskaia decía a los oposicionistas de izquierda: "Si Lenin viviera, estaría seguramente en la prisión".

    Las previsiones y los temores de Lenin estaban aún frescos en su memoria y no se hacía ilusiones sobre su poder total respecto a los vientos y a las corrientes contrarias de la historia. La burocracia no sólo ha vencido a la Oposición de Izquierda, ha vencido también al partido bolchevique. Ha vencido al programa de Lenin, que veía el principal peligro en la transformación de los órganos del Estado "de servidores de la sociedad en amos de ella". Ha vencido a todos sus adversarios -la Oposición, el partido de Lenin-, no por medio de argumentos y de ideas, sino aplastándolo bajo su propio peso social. El último vagón fue más pesado que la cabeza de la Revolución. Tal es la explicación del termidor soviético.

    He aquí una explicación del triunfo de Stalin basada en las clases sociales. Para un marxista como el señor Núñez no resultara difícil detectar la lucha de contrarios, el análisis dinámico de las contradicciones... en fin, aquello que denominamos Dialéctica. ¿Dónde está el deísmo apologético? ¿La auto proclamación? El señor Núñez sigue la propaganda estalinista y ésta le deja con las nalgas al descubierto.

    Sobre el asesinato de miles de comunistas opositores por parte de Stalin, para el señor Núñez “da solidez al argumento según el cuál la dirección del Partido pierde su carácter revolucionario como consecuencia lógica de la desaparición física de la “vieja guardia”. Así se llega a la conclusión final de que la antigua dirección revolucionaria quedó sustituida por una “burocracia estalinista” con intereses propios ajenos a la clase obrera y a la edificación del socialismo”. ¡Habráse visto! Usar la “desaparición física” (¿se suicidaron? ¿Fueron abducidos por extraterrestres?) de la vieja dirección bolchevique para atacar a Stalin. ¡Qué poca vergüenza! Sin embargo, el señor Núñez no nos aclara este misterioso punto. ¿Desaparecieron realmente? ¿Por qué? La única explicación parcial la obtenemos después cuando se nos dice que:

    A la luz de los documentos desclasificados y de recientes estudios estadísticos, en contra de lo que afirma el paradigma dominante, la represión, lejos centrarse en una masa “inocente” y en la “vieja guardia bolchevique”, en la mayoría de los casos, tuvo como principales víctimas a estos elementos enemigos irreconciliables del socialismo naciente. A pesar de ello, los elementos procapitalistas que estaban infiltrados denunciaron en muchos casos a auténticos comunistas como traidores, etc.

    En realidad no eran necesarios todos esos nuevos documentos y estudios. En los Procesos de Moscú ya vimos como la dirección bolchevique era acusada de conspirar al servicio del fascismo y el imperialismo, e incluso Bujarin (sí, aquel que según el “testamento” de Lenin era “el favorito del partido”) “confesó” haber planeado matar a Lenin ¡ya en 1918!

    En todo caso da qué pensar el que en un país donde según la propaganda ya se había construido el socialismo y se avanzaba hacia el comunismo, estos “elementos procapitalistas” pudieran modificar el desarrollo de la justicia hasta condenar a miles de inocentes. Sobre los llamados procesos de Moscú, en los que se condenó a los más eminentes dirigentes bolcheviques (en realidad muy pocos de ellos “confesaron” realmente, la mayoría fueron juzgados a puerta cerrada y ejecutados) Trotsky escribió bastante, desmontando la farsa estalinista como después han comprobado otros historiadores.
    Si el señor Núñez continúa con su alergia a leer a Trotsky, me permitiría recomendarle “Los procesos de Moscú” de Pierre Broué, un detallado estudio de las actas y el desarrollo de los juicios. En todo caso basta decir que cuando en 1945 se juzgó a los principales líderes nazis en Nuremberg, con muchos de ellos confesando abiertamente lo que habían hecho, el fiscal soviético no hizo la menor tentativa de demostrar las terribles “conspiraciones” con la Alemania de Hitler por las que tantos bolcheviques fueron condenados unos años atrás, perdiendo una oportunidad única de demostrar la “verdad”.

    Como conocedor del marxismo, no cabe duda que el señor Núñez sabe que uno de los principios de la dialéctica es la transformación de la cantidad en calidad. Pues bien, al igual que si en la receta de una tarta sustituímos un grano de azúcar por un grano de sal no sucede nada, si en un partido revolucionario sustituimos un militante experimentado y honesto por un ambicioso sin escrúpulos (o por un sumiso cuyo trabajo depende de su superior, o por un comunista que cree a pies juntillas en la infalibilidad de la dirección) tampoco pierde su carácter revolucionario. Ahora bien, si continuamos con este proceso llega un momento en que se produce un salto: la torta habrá perdido su sabor dulce y el partido su carácter revolucionario. Es fácil de comprender, y “El Partido Bolchevique” de Pierre Broué (http://www.geocities.com/trotskysigloxxi/P_Bolchevique/INICIO.htm) nos presenta un panorama general. El lector mismo puede juzgar:

    El establecimiento de una lista completa de los militantes y dirigentes bolcheviques, de los cuadros de la revolución y el Estado soviético en tiempos de Lenin, que fueron ejecutados durante el gran terror constituye en la actualidad una empresa irrealizable. Sin embargo, se impone la necesidad de una simple enumeración que resulta ya terriblemente significativa. Los más conocidos entre los viejos bolcheviques, Zinóviev, Kámenev y Bujarin, han desaparecido, fueron ejecutados tras sus respectivos procesos: junto con Stalin y Trotsky eran los supervivientes del Politburó de los tiempos de Lenin.

    También hemos visto que los otros condenados de los grandes procesos se contaban entre los más representativos de la Vieja Guardia: Bakáiev dirigía la Cheka, Rakovsky, Iván Smirnov, Serebriakov y Piatakov eran miembros del Comité Central durante la guerra civil: salvo Stalin y Trotsky todos los hombres citados en el testamento de Lenin fueron ejecutados por traición. Respecto a los hombres que desaparecieron en la cárcel, a los que fueron juzgados a «puerta cerrada» y a los que fueron eliminados sin proceso, nos limitaremos a enumerar los nombres de los principales bolcheviques citados en este trabajo: los ex trotskistas como Smilgá, Preobrazhensky, Beloborodov, Saprónov, Y. Kossior, V. Ivanov, Sosnovsky, Kotziubinsky: los ex zinovievistas como Kayúrov, Safárov, Vardin, Zalutsky, Kuklin, Vuyovich; los veteranos de la oposición obrera como Shliapnikov y Medvédiev; los antiguos «derechistas» como Uglanov, Riutin, Slepkov, Schmidt, Maretsky, Eichenwald; los diferentes oposicionistas Riazánov, Miliutin, Lómov, Krilenko, Teodorovich, Syrtsov, Lominadze, Chatskin, Tchaplin, los hombres que, desde un principio habían sido «compañeros de armas» de Stalin como S. Kossior, Rudzutak, Postishev, Chubar, Eíje, Solz, Garnarník, Unschlichit, Mezhlauk, Gúsev; los supervivientes de la época pre-bolchevique Steklov y Nevsky, éste último antiguo presidente de la Sociedad de Viejos bolcheviques. Con ellos desaparecen también sus familiares: el segundo hijo de Trotsky, Sergio Sedov, a pesar de su apoliticismo, sus dos yernos, veteranos ambos de la guerra civil, Man Nevelson y Platón Volkov, su primera mujer Alejandra Bronstein, las mujeres de Kámenev y Tujachevsky, sus hermanas, la hija de Bujarin, la esposa de Solnzev, la mujer y el hijo de Yoffe.

    Los militantes desaparecen por ramas enteras. Así, de una sola vez todos los comunistas rusos, técnicos o diplomáticos que desempeñaron cualquier tipo de función en España: Antónov Ovseienko, Rosenberg, el general Berzin, Stachevsky, al igual que Mijail Koltsov, el enviado especial de Pravda. La represión afecta a casi todos los comunistas extranjeros refugiados en Moscú. De esta forma desaparecen los alemanes Heinz Neumann, Remmele, Fritz Heckert, veterano espartarquista, el especialista en cuestiones militares Kiepenberger y otros menos conocidos; lo mismo ocurre prácticamente en su totalidad con la Vieja Guardia del partido comunista polaco, Warski, el amigo de Rosa Luxemburgo, Wera Kostrzewa, citada anteriormente, Lensky y Brouski, combatientes de la Revolución rusa; todos los húngaros cuya lista se incluye hoy al final de la reedición de las obras de Bela Kun y, sobre todo, el propio Bela Kun.

    En su alocución ante el Comité Central de la Liga Comunista de Yugoslavia, el día 19 de abril de 1959, Tito habla de «más de cien auténticos comunistas (...) que hallaron la muerte en las cárceles y en campos de concentración de Stalin»: el propio Tito, único superviviente o casi, de una purga que le permitió tomar la sucesión de Gorkitch, ejecutado sin juicio, a la cabeza del partido comunista yugoslavo, tiene buen cuidado en dosificar cuidadosamente sus rehabilitaciones, silenciando incluso el nombre de Voya Vuyovich en su enumeración de los militantes ejecutados.

    Un análisis por sectores del origen político de las víctimas de las purgas, revela claramente, no sólo el hecho de que todos los mandos de origen revolucionario fueron exterminados, sino también el de que la mayoría de los no bolcheviques que se uncieron al carro del vencedor no sólo se salvaron, sino que se beneficiaron de la gigantesca operación de exterminio. Si nos fijamos en los economistas, por ejemplo, podemos observar que Bujarin, Smilgá, Preobrazhensky y Bazarov fueron eliminados, sin embargo, el antiguo menchevique Strumilin, colaborador del gobierno zarista durante la guerra, se convierte en el teórico oficial. Los diplomáticos de origen revolucionario como Krestinsky, Yuréniev, Karaján, Antónov Ovseienko y Kotziubinsky, son pasados por las armas, mientras que los ex mencheviques Maisky, Troyanovsky y el antiguo demócrata burgués Potemkin, afiliados todos ellos de última hora, sobreviven y escalan puestos en la jerarquía. Todos los chekistas del primer momento, como los famosos letones Peters, Latsis y Peterson, los primeros colaboradores de Dzherzhinsky, Agranov, Pauker, Kedrov, Messing y Trilísser, son eliminados tras el advenimiento de Yezhov, mientras Zakovsky, afiliado después de la guerra civil, se salva y pasa a dirigir los interrogatorios. Sosnovsky, la conciencia de la Pravda revolucionaria, es eliminado mientras Zaslawsky, uno de los que acusaba a Lenin de ser un «agente alemán», pasa a dirigir la crónica de tribunales del órgano oficial, injuriando desde ella a sus adversarios de siempre, como en ese mismo momento está haciéndolo Andrei Vishinsky, cuya carrera transcurre paralelamente a la suya. Análogamente, en el Ejército Rojo, muchos de cuyos jefes, bolcheviques veteranos y oposicionistas como Murálov y Mrachkovsky se habían encontrado entre las primeras víctimas, la mayor parte de los desaparecidos son viejos militantes: Muklevich, bolchevique desde 1906, Dybenko, desde 1910, Primakov y Putna desde 1914, Eideman, Kork y Yakir desde 1917 y Tujachevsky, desde su vuelta a Rusia en 1918. Los supervivientes, con excepción del pequeño grupo de Tsaritsin, los hombres como Voroshilov, Budiony y Timoshenko, que siempre han sido aliados de Stalin, son antiguos oficiales zaristas, como Shaposhnikov que no se afilió al partido hasta 1929- o Gorvorov que no lo hará hasta 1942.

    El cotejo de las listas de ejecutados con la de miembros de los órganos dirigentes resulta igualmente instructivo: una cifra superior a la mayoría absoluta de los miembros del Comité Central de 1917 a 1923, los tres secretarios del partido entre 1919 y 1921, la mayoría del Politburó entre 1919 y 1924 han sido eliminados. Entre 1924 y 1934 nos vemos obligados a interrumpir la comparación por falta de datos. En cualquier caso, de los 139 titulares o suplentes que el Congreso de 1934 eligió para formar parte del Comité Central, por lo menos diez se encontraban ya en prisión durante la primavera de 1937, otros 98 fueron detenidos y ejecutados durante el bienio de 1937 1938, 90 de ellos entre el segundo y tercer proceso de Moscú. Sólo 22 miembros, es decir, menos de la sexta parte, volverán a encontrarse en el Comité Central designado en 1939: la inmensa mayoría de los ausentes, ya han sido ejecutados por estas fechas.

    [...] En el XVII Congreso, un 2,6 por 100 de los delegados eran miembros de afiliación posterior a 1929; sin embargo, en el XVIII Congreso, estos mismos integran el 43 por 100; un 75 por 100 de los delegados de 1934 eran veteranos de la guerra civil: en 1939 estos últimos sólo ascendían al 8,1 por 100 de los asistentes. Sobre un total de 1.966 delegados en 1934 un 60 por 100 de los cuales era de origen obrero 1.108 fueron detenidos entre ambos congresos por «crímenes contrarrevolucionarios».

    Tras la muerte de Stalin, Jruschov, para explicar la «gran purga», aludiría a la personalidad del Secretario General, a su «manía persecutoria», a su carácter que cada vez era mas «caprichoso, irritable y brutal», y a la influencia de Beria, que utilizaba estas «debilidades» y le impulsaba a «sostener con todos los métodos posibles la glorificación de su propia persona». Veinte años antes, Trotsky había escrito acerca de él un análisis más satisfactorio que esta explicación psicológica: «Los medios dirigentes eliminan a todo aquel que les recuerde el pasado revolucionario, los principios del socialismo, la libertad, la igualdad, la fraternidad, las tareas pendientes de la revolución mundial. La ferocidad de la represión da buena prueba del odio que la casta privilegiada siente por los revolucionarios. En este sentido, la depuración aumenta la homogeneidad de las esferas dirigentes y efectivamente parece robustecer el poder de Stalin». En efecto, los cuadros que vienen a sustituir a los veteranos bolcheviques han sido formados dentro del molde uniforme del partido estaliniano.

    Una vez más, vemos que las explicaciones que basan el poder de Stalin en su carácter, personalidad, etc., son de otros, y no se le pueden atribuir a Trotsky, como pretende el señor Núñez. Pero continuemos, porque nuestro infatigable justiciero traza después un perfil del revolucionario ruso digno de los mejores manuales anti-trotskistas soviéticos, salpicándolo de interesantes aportaciones
    personales.

    En primer lugar, nos obsequia con la típica argumentación sobre la enemistad entre Trotsky y Lenin. Para ello los propagandistas estalinistas recurren a dos tipos de argumentos: o los calificativos de Lenin a Trotsky en algunas cartas privadas (les encanta lo de “el cerdo de Trotsky...”) o artículos (“el judas Trotsky...”), o bien se rescatan cartas de Trotsky como hace el señor Núñez. Todo esto, por supuesto, aislado del contexto polémico y sin referencias al asunto. Dejemos que el propio autor nos explique su origen (Trotsky, Mi vida. Op cit)

    "Por aquellos días se publicó la carta que yo escribiera tiempo atrás a Chjeidze contra Lenin. Este episodio, ocurrido en abril de 1913, se produjo porque el periódico bolchevique autorizado que se publicaba en Petrogrado se había apropiado del periódico obrero que yo publicaba en Viena con el título de Pravda. El asunto condujo a uno de aquellos choques violentos en que tanto abundaba la vida de los emigrados. En aquella ocasión escribí a Chjeidze, que osciló durante algún tiempo entre los bolcheviques y los mencheviques, una carta en que daba rienda suelta a mi indignación contra el centro bolchevique y contra el propio Lenin. Puede que unas semanas después yo mismo hubiera sometido la carta a censura; pasados algunos años la hubiera mirado como se mira un objeto oscuro. Sin embargo, aquella carta estaba llamada a tener un destino especial. El departamento de policía la pescó y allí permaneció, olvidada en los archivos policíacos, hasta la Revolución de Octubre. De allí pasó, ya en el nuevo régimen, al archivo del Instituto de Historia del Partido (...). Lenin tenía noticia exacta de la existencia de la carta, que tanto para él como para mí no tenía ya más valor que el que podría tener la nieve caída el invierno pasado. ¡Pues no se habían escrito pocas cartas como aquella durante los años de la emigración! Pero llegó 1924 y los epígonos sacaron la carta de los archivos y se la metieron por los ojos al Partido, que ya por aquel entonces estaba integrado en su mayoría por hombres completamente nuevos. No por azar se decidió publicar esta carta en los meses que siguieron a la muerte de Lenin. No fallaba. En primer lugar, Lenin no iba ya a resucitar para decir a aquellos caballeros lo que venía al caso. En segundo lugar, se sorprendía a las masas en un momento en que estaba vivo en ellas el dolor por su muerte. Y aquellas gentes, que ya no tenían la menor noción del pasado ni de las incidencias que años atrás se desarrollaran en el partido, se encontraban de la noche a la mañana con un juicio condenatorio de Trotsky sobre Lenin. Aquello, por fuerza tenía que aturdirlas. Cierto que aquel juicio había sido escrito hacía doce años, pero el cómputo del tiempo no existía para los métodos empleados..” (León Trotsky, Mi vida, op. Cit).

    Estas polémicas (reales o inventadas) de Trotsky con Lenin, han sido extensamente analizadas por Alan Woods y Ted Grant (Lenin y Trotsky, Qué defendieron realmente. Ed. Fundación Federico Engels). Sólo unas líneas nos aclararán un poco:

    “Trotsky, con la experiencia de 1905, creía que una nueva oleada revolucionaria empujaría hacia la izquierda a los mejores elementos mencheviques, y en particular a Mártov. Su principal preocupación era cómo mantener unidas las fuerzas del marxismo en un período difícil y evitar una escisión que tendría un efecto desmoralizador en el movimiento. Esta era la esencia del conciliacionismo de Trotsky, que en ese período le impedía unirse a los bolcheviques. Posteriormente, Lenin comentó: "En ese período varios socialdemócratas mantenían una postura conciliadora por motivos muy distintos. Pero la postura más consecuente era la que mantenía Trotsky, el único que intentaba dar una base teórica a esa política”.

    Trotsky posteriormente comprendió su error y admitió sin reservas que Lenin siempre había tenido razón al respecto. A pesar de todo, los estalinistas continúan tiñendo de sensacionalismo la lucha fraccional entre Lenin y Trotsky, recurriendo a las réplicas políticas hechas al calor de la polémica para meter una cuña entre las ideas de Lenin y Trotsky en general”.

    Visto esto, no está de más recordar otra carta de Lenin:

    "Debemos colocar a nuestra propia redacción en Pravda y dar una patada a la actual. Las cosas ahora funcionan muy mal. La falta de una campaña a favor de la unidad desde abajo es estúpida y despreciable (...) ¿Llamaríais editores a esos? No son hombres, sino lamentables lavatrapos, y están arruinando la causa".

    ¿Quiénes son estos lamentables lavatrapos? ¿Un grupo de “trotskistas”? No, en aquel momento la redacción bolchevique de Pravda estaba encabezada por Kámenev y... Stalin.

    No cabe duda que estos términos indignarán a almas sensibles como la del señor Núñez, pero eran habituales en las polémicas de la época. Ahora bien, sería extremamente aventurado deducir de este episodio (o de otros similares) una supuesta “enemistad” entre Lenin y Stalin. El verdadero enemigo estaba en otro lado, y para ello basta ver los epítetos que tanto Lenin como Trotsky dedicaban a la burguesía liberal en sus escritos.

    El señor Núñez, con una sagacidad digna de Sherlock Holmes, nos descubre después un asunto sospechoso:

    “El biógrafo del presidente estadounidense Woodrow Wilson, J.C. Wise, escribió: “Los historiadores nunca deben olvidar que Woodrow Wilson hizo todo lo posible para que León Trotsky entrara en Rusia con pasaporte americano”. Trotsky durante la caída de la autarquía zarista en febrero-marzo de 1917 se encontraba en Nueva York, cuando decidió dirigirse a Rusia fue detenido por las autoridades de Canadá y éstas le permitieron continuar su viaje tras... ¡la mediación del Gobierno Británico!”
    Caramba, este Trotsky se las traía. ¿Sería un espía anglo-norteamericano?.

    En realidad, no he encontrado más información donde contrastar la actividad de Wilson. No sé exactamente qué será ese “todo lo posible”, pero no parece haber sido mucho puesto que Trotsky volvió para Rusia con pasaporte ruso, emitido en el consulado ruso en Nueva York, donde se encontraba exiliado (y por cierto, colaborando en la edición de una revista con el bolchevique Bujarin).

    Sobre el segundo episodio sí disponemos de más información: cuando Trotsky se dirigía a Rusia, fue obligado a desembarcar e internado en un campo para prisioneros alemanes en Canadá. A la sazón, Canadá pertenecía al Imperio Británico, por lo que las “autoridades canadienses” que lo detuvieron y después lo liberaron “tras la mediación del gobierno británico” no eran sino ¡el Almirantazgo Británico! Éste actuó bajo indicación de ministros del gobierno provisional ruso, como admitió en sus memorias el embajador británico en Petrogrado, señor Buchanan, debiendo liberar a Trotsky y sus acompañantes por las protestas suscitadas (entre ellas, Lenin y los bolcheviques).

    Las sospechas de algún tipo de entendimiento con las potencias de la Entente que siembra el señor Núñez resultan todavía más curiosas si cabe cuando recordamos que, en aquella época, la acusación más frecuente que se hacía a los revolucionarios era la de estar “al servicio de Alemania”, para acabar con el esfuerzo de guerra de la Rusia aliada. En todo caso, Trotsky resultó un pésimo agente de la Entente, asumiendo la presidencia del soviet de Petrogrado y preparando la insurrección que llevó a Rusia a la revolución socialista .

    Para el señor Núñez, otra aclaración importante es que “Trotsky nunca perteneció al Partido Bolchevique hasta Julio de 1917, es decir, apenas dos meses antes de la Revolución Socialista de Octubre”.

    En primer lugar cabe destacar que el Partido Bolchevique sólo se fundó en 1912. Hasta entonces era formalmente una fracción del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR), al que también pertenecían la fracción menchevique y diversos grupos e individuos, entre los que se encontraba Trotsky (que había roto con los mencheviques ya en 1904). Omitiendo el hecho, por tanto, de que durante 10 años (1902-12) Trotsky perteneció al mismo partido, el señor Núñez nos muestra una vez más su “objetividad”.

    Sobre los motivos que argumentó Trotsky para no incorporarse a los bolcheviques ya hemos hablado. Veamos ahora ese “apenas dos meses antes de la Revolución Socialista de Octubre” que tanto inquieta al señor Núñez.

    Resulta curioso que la prisa por hacer recaer la sospecha de oportunismo en Trotsky lleve a nuestro valiente caballero a decir que entre el final de julio y el 25 de octubre transcurrieron dos meses, cuando según mis cálculos son tres, pero bueno, ya sabemos que “la prisa es mala consejera”.
    Decía Engels algo así como que a veces la historia transcurre de forma que las décadas parecen meses, y en otras los días parecen años. El año de 1917 en Rusia, con una revolución democrática que derribó la monarquía absoluta y una revolución socialista, fue un periodo muy agitado, en el que sin duda tres meses son bastante tiempo. De hecho esos tres meses incluyen el crecimiento definitivo de la marea revolucionaria que condujo a la revolución de octubre. Ahora bien, analizando concretamente el momento en que Trotsky se unió a los bolcheviques, no parece un momento muy propicio para los oportunistas que se suben al carro vencedor, con la reacción desatada tras las “jornadas de julio” que llevó a los principales dirigentes revolucionarios a prisión (como el propio Trotsky) o a tener que esconderse (como el propio Lenin).

    Por cierto, que resulta instructivo también ver que nadie se preocupó de perseguir o dictar orden de captura contra Stalin, si bien quienes “tienen el coraje de defenderlo en su contexto histórico”, como las fuentes citadas por el señor Núñez, no dudan en afirmar que en aquel momento era el lugarteniente inseparable de Lenin.

    En Diciembre de 1917 se opone a la Paz de Brest-Litovsk que permitió consolidar el Poder Soviético y preparar la guerra contra la reacción blanca apoyada por la intervención de los catorce Estados de la Entente que habían ganado la Primera Guerra Mundial.

    Un nuevo ejemplo de “trabajo intelectual honesto”. El malvado Trotsky se opuso a la Paz, y con ello puso en peligro la consolidación del Poder Soviético y la defensa contra la intervención extranjera. ¿Por qué? No lo sabemos. Podemos imaginar que porque Trotsky era un agente secreto de la Entente.

    Sobre el tratado de Brest Litovsk se ha escrito mucho, y para no extender demasiado remitiré al lector al capítulo 4 del excelente “Lenin y Trotsky, qué defendieron realmente” de Alan Woods y Ted Grant (http://www.engels.org/libros/leni_trots/leytr_l4.htm) para comprobar en qué consistió la “negativa de Trotsky a firmar el tratado”.

    Para resumirlo diré que había tres posiciones enfrentadas dentro del Partido. Todas ellas mantenían como prioridad no la salvación de la revolución rusa (eso vendría después, con el “socialismo en un solo país”), sino el estallido de la revolución en los demás países europeos, principalmente en Alemania:

    Por un lado estaban quienes, encabezados por Bujarin, defendían la iniciación de una guerra revolucionaria para llevar la revolución al resto de Europa, que por cierto era la posición del partido unos años antes. Leyendo el capítulo citado el señor Núñez descubrirá, en palabras de Lenin, lo que quiere decir la “tesis metafísica de la “exportación” de la revolución” que adjudica a Trotsky.

    En otro lado se encontraba el grupo encabezado por Lenin que defendía la firma inmediata de la paz ante la ausencia de síntomas revolucionarios en Alemania.

    Por último, la postura de Trotsky, que mantenía que la firma de una paz inmediata daría argumentos a quienes difundían los rumores de que los bolcheviques eran agentes alemanes, perjudicando con ello la causa de la Revolución en Occidente. Por ello defendía prolongar al máximo las negociaciones usándolas como altavoz propagandístico, así como desmovilizar al ejército aun antes de firmar la paz, mostrando inequívocamente a los obreros europeos la voluntad pacifista de los bolcheviques. En caso de que los alemanes atacaran a un ejército desmovilizado, quedaría clara además para las masas la naturaleza imperialista de la guerra. El señor Núñez podrá estar de acuerdo o no, pero se trataba de una postura racional y revolucionaria, y desde luego menos arriesgada que defender una guerra ofensiva con un ejército hambriento y mal armado. Es más, el propio Stalin reconoció (actas del CC. 01/02/1918) que "... La salida de esta difícil situación se nos brinda en el punto de vista intermedio, o sea en la posición de Trotsky".

    El señor Eduardo Núñez comete después más errores, sobre el “testamento” de Trotsky, el “debate” sobre el socialismo en un solo país y otras cuestiones que abordaré en un segundo artículo.


    Bibliografía

    Leon Trotsky, Mi vida (http://www.marxists.org/espanol/trotsky/1930s/mivida/indice2.htm)
    Leon Trotsky, Stalin (http://www.marxists.org/espanol/trotsky/1940s/stalin/index.htm)
    Leon Trotsky, La revolución traicionada (http://www.engels.org/libros/rev_trai/indice.htm)
    León Trotsky. En defensa del marxismo (http://www.marxismo.org/dm/indice2.htm).
    Ted Grant y Alan Woods, Lenin y Trotsky, qué defendieron realmente (http://www.engels.org/libros/leni_trots/lenytro.htm)
    Pierre Broué, El Partido Bolchevique (http://www.geocities.com/trotskysigloxxi/P_Bolchevique/INICIO.htm)
    Pierre Broué, Los procesos de Moscú (http://www.marxismo.org/pmoscu/indice2.htm)
    Ludo Martens, Otra visión sobre Stalin http://www.jcasturias.org/descargas/Formacion/Ludo_Martens_(PTB)/otra_vision_stalin_I.pdf



    Saludos Very Happy



    Última edición por VASILI ZAITSEV el Miér Ene 11, 2012 10:36 am, editado 3 veces (Razón : Enchular ;))
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    Mensaje por VASILI ZAITSEV Miér Ene 11, 2012 9:21 am

    Esta polémica sobre el Stalin y Lev Trotski, de la cual los artículos de Nuñez y Égido forman parte, es mucho más extensa y se dio en las páginas de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] en el 2004.


    De ella participaron la cubana Celia Hart, Alan Woods y Oscar Égido por el rincón trotsko y en el otra esquina del cuadrilátero Israel Shamir y Eduardo Nuñez por las posiciones "marxistas-leninistas" de la escuela de Stalin.



    Aquí dejo la polémica completa, la convertí a pdf, quedaron 111 pp.:

    Enjoy: Cool


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    Última edición por VASILI ZAITSEV el Vie Ene 13, 2012 1:46 am, editado 1 vez (Razón : arreglar enlace ;))
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    Mensaje por Yeremenko Dom Mar 18, 2012 3:17 pm

    Gracias camarada, voy a leerme el tocho.
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    Mensaje por Yeremenko Dom Mar 18, 2012 3:31 pm

    Sobre el comentario del camarada Shenin sobre Domenico Losurdo ( [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] ) , me gustaría añadir este texto, una pequeña crítica al libro de Losurdo, que me gustaría comprar ¿sabéis si está ya a la venta?.

    No es este libro del filósofo italiano ni una biografía ni, mucho menos, una hagiografía del más importante dirigente en la historia de la URSS, sino justamente lo que anuncia el subtítulo elegido con claridad académica: un desmontaje paciente y minucioso, hecho con inobjetable rigor histórico y documental, de la demonizadora trama mitológica que alrededor de aquel se tejiera, bien desde la opuesta trinchera geopolítica, bien en el interior fracturado de su propio ámbito ideológico. Fue en este precisamente, más allá del encarnizamiento cainita que opuso a trotskistas y estalinistas, donde se produjo el punto de inflexión más determinante en la demolición del “titanismo” de su figura, no otro que el famoso Informe secreto de Kruschov, leído en el XX Congreso del PCUS de 1956 y desde entonces pieza de convicción imprescindible en el juicio histórico de su predecesor. Los términos inapelablemente derogatorios del informe excluían cualquier atisbo de templanza ponderativa y lo condenaban a los infiernos de la inanidad militar, la arbitrariedad política y la locura homicida, apreciaciones estas cuando menos sorprendentes, sobre todo si tenemos en cuenta que su destinatario era el mismo al que en el anterior Congreso le había atribuido Nikita Kruschov todo el mérito de la potencia social, económica y militar de la URSS, “nuestro querido líder y maestro, el camarada Stalin”. Losurdo muestra la clara falsedad de algunas afirmaciones y la inverosimilitud de otras, cuestionando severamente la entera fiabilidad del informe, oportunista herramienta estratégica en la enconada lucha por el poder que en aquellos momentos se libraba en el Politburó.
    No se trata aquí de blanquear la ejecutoria de Stalin, de negar la represión feroz que desató en determinados momentos contra sus adversarios políticos, de ocultar los terribles sacrificios que impuso a la población en los procesos de colectivización forzosa e industrialización acelerada de los años treinta o de suavizar el perfil autocrático con que tuvo que revestirse en defensa de una determinada línea de acción, sino de contextualizar sus decisiones en un preciso marco histórico, dentro de una guerra civil que desangró a la Unión Soviética durante dos décadas (primero enfrentando a bolcheviques y contrarrevolucionarios y luego entre facciones del PCUS) y a las puertas de una conflagración mundial en la que Stalin jugó un papel decisivo en la derrota de la Alemania nazi. Aunque el objetivo del libro no sea trazar un retrato del líder soviético sino mostrar las inconsistencias de su leyenda negra, en su transcurso terminan por dibujarse, como en huecograbado, los contornos de una figura alejada del monocromatismo (generalmente en negro) habitual, enriquecida con los tonos, las luces y las sombras del periodo de extraordinarias transformaciones sociales, políticas y económicas que vivió la URSS en esos años, una experiencia revolucionaria (también dictatorial) que movilizó las energías de la ciudadanía en un frenético dinamismo constructivo que no dejará de asombrarnos: "Son los decenios en que se despliega una dictadura desarrollista: tiene al mismo tiempo una andadura tumultuosa y despiadada y está caracterizada por la «fe furiosa» de la que se nutren grupos sociales y étnicos que ven allanado el camino para un gran ascenso y que consiguen el reconocimiento que hasta aquel momento se les había negado".
    No entraré a analizar en detalle el exhaustivo recorrido que esta obra necesaria y valiente hace por las falacias, manipulaciones, medias verdades y descontextualizaciones en que el sectarismo partidario, la desidia intelectual o el cinismo político han incurrido a la hora de perfilar la imagen deformada de ese “enorme, siniestro, caprichoso y degenerado monstruo humano” (en palabras de un conspicuo trotskista). Me limitaré a señalar dos de los aspectos a mi juicio más productivos del análisis de Losurdo: la pamema del presunto paralelismo que la filosofía política liberal (con Hanna Arendt a la cabeza) establece entre los regímenes fascistas y comunistas como totalitarismos simétricos y la tendencia de cierta historiografía poco seria a analizar decisiones y acontecimientos políticos desde la supuesta psicopatología que aquejaría a determinados líderes, con Stalin en una peana privilegiada de ese panteón de la demencia vesánica.
    Sobre el primer punto hay que ser claro: el nazismo llevaba inscrito en su genoma ideológico la aniquilación del comunismo, objetivo prioritario desde sus inicios. Nada más alejado de aquel que la impugnación absoluta que el comunismo hace de cualquier teoría racialista y si alguna filiación cabe establecer es precisamente con las prácticas políticas de las potencias coloniales que se reclamaban dentro del liberalismo. Losurdo es tajante: “El nazismo hunde su raíces en un periodo histórico en que la «evidencia» en su favor está constituida acaso por la jerarquización de las razas y por un expansionismo colonial tras el que se ocultan a menudo prácticas genocidas”. El nazismo las radicaliza, “pero se trata de un desarrollo, no una creación desde cero” y, en todo caso, el modelo manifiesto es el del expansionismo colonial de Occidente. En cuanto a la equiparación entre Gulag y Lager, caben varias y pertinentes puntualizaciones, que no pretenden dulcificar la realidad muchas veces atroz del universo concentracionario soviético ni mucho menos justificarlo, pero que sirven para delimitar dos concepciones diametralmente antagónicas. En primer lugar, la inspiración del Gulag jamás fue, ni siquiera en aquellos periodos de mayor crueldad, la voluntad exterminadora que guiaba el Lager alemán, sino que se caracterizó por una obsesión por la productividad (la que impulsaba a toda la URSS aquellos años) y la reeducación ideológica. Los detenidos no dejarán de ser potenciales “compañeros” o, en todo caso, “ciudadanos”, aunque sean posibles “enemigos del pueblo”. Por otro lado, el universo concentracionario soviético surge de un agudo estado de excepción, como respuesta a una guerra civil prolongada y a la necesidad del poder bolchevique de alcanzar el pleno control del territorio y del aparato estatal, algo que solo se conseguirá mediante la autocracia. La diferencia con el Tercer Reich no puede ser mayor, pues este cuenta desde el principio con el dominio territorial y estatal, eficientemente administrado a través de una extensa red burocrática: aquí sí, por tanto, el campo de concentración emana de un proyecto político que desde sus inicios lo instituyó como un elemento central de represión y terror dentro de una visión ideológica totalitaria y racista, alimentada en último término por una voluntad claramente exterminadora. Pero hay otra consideración no menos importante que se suele obviar, y es que esta voluntad exterminadora, ausente del Gulag (por lo menos en la teoría que lo inspira), sí que comparece en el universo concentracionario que atraviesa la tradición colonial de Occidente, el “Tercero ausente de la comparativa hoy de moda”, en palabras del autor. Una voluntad homicida que aparece en los “campos de trabajo militarizados” de la India colonial de 1877, en los campos de concentración en los que la Italia liberal encerró a los libios o en la “solución final” que se impuso a los indios de Canadá o Estados Unidos: toda una genealogía del genocidio a la que explícitamente se remite el propio Hitler y de la que se muestra ufano heredero.
    Sobre el segundo punto, la psicopatología criminal aplicada a la historia, dejemos la palabra a Domenico Losurdo, cuyas lúcidas consideraciones finales me permito reproducir:

    Tal modo de proceder es inconcluyente y engañoso, también en lo que respecta al Tercer Reich (que además dura apenas 12 años y consigue ejercer cierta atracción solamente en el ámbito de la «raza de los señores»). Es demasiado cómodo imputar las ignominias del nazismo exclusivamente a Hitler, ocultando el hecho de que él tomó del mundo que le precedió, radicalizándolos, dos elementos centrales de su ideología: la celebración de la misión colonizadora de la raza blanca y de Occidente, llamados ahora a extender su dominio también en Europa oriental; y la lectura de la Revolución de octubre como complot judeo-bolchevique que, estimulando la revuelta de los pueblos coloniales y minando la jerarquía natural de las razas -y más en general infectando cual agente patógeno el organismo de la sociedad-, constituye una amenaza terrible para la civilización, que debe ser afrontada a cualquier precio, incluida la «solución final». Por lo tanto, comprender la génesis del horror del Tercer Reich no es cuestión de reconstruir la infancia o adolescencia de Hitler; así como no tiene sentido partir de los comienzos de Stalin para analizar una institución (el Gulag) que hunde sus raíces en la historia de la Rusia zarista y a la que, de modos distintos en cada ocasión, han recurrido también los países del Occidente liberal, tanto en el transcurso de su expansión colonial como en ocasión del estado de excepción provocado por la Segunda guerra de los treinta años [de 1914 a 1945]. Igualmente engañoso sería querer explicar la esclavización y el exterminio de los pieles rojas partiendo en primer lugar de las características individuales de los Padres fundadores de los EEUU, o querer deducir los bombardeos estratégicos y atómicos que se emplean contra las ciudades alemanas y japonesas remitiendo a la naturaleza perversa de Churchill, F. D. Roosevelt y Truman. Así como sería igualmente insensato querer explicar el horror de Guantánamo y Abu Ghraib a partir de la adolescencia o infancia de Bush jr.
    Pero volvamos a Stalin. ¿Rechazar el enfoque que interpreta todo en clave de crímenes o locura criminal, así como de traición de los ideales originarios, es sinónimo de embotamiento moral? Los historiadores actuales discuten todavía sobre personalidades y acontecimientos que remiten casi a hace dos milenios: ¿tendríamos que suscribir sin dudarlo el retrato siniestro que la aristocracia senatorial por un lado, y los cristianos por el otro, han contribuido a trazar de Nerón? En especial: ¿tenemos que considerar indudable la propaganda cristiana que acusaba al emperador romano de haber provocado un incendio en Roma para culpar y perseguir a los inocentes seguidores de la nueva religión, o quizás -como sugieren algunos investigadores- en el ámbito del primer cristianismo latían corrientes apocalípticas y fundamentalistas, que aspiraban a ver reducido a cenizas el lugar por excelencia de la superstición y el pecado, y deseaban acelerar el cumplimiento de sus ansias teológico-escatológicas ? Hagamos un salto hacia adelante de varios siglos. Respecto a la gran persecución anticristiana desencadenada por Diocleciano, los historiadores continúan preguntándose: ¿era sólo el resultado de un odio teológico inexplicable y ajeno a las tradiciones romanas, o jugó un papel importante la preocupación real por el futuro del Estado, cuya fuerza militar se veía minada por la agitación pacifista cristiana, precisamente en el momento en el que más amenazador era el peligro de las invasiones bárbaras? Los historiadores que se plantean estas preguntas difícilmente son acusados de querer minimizar la persecución sufrida por los cristianos o de querer devolver a estos últimos a las fieras y a los tormentos más atroces.
    Desgraciadamente, analizar críticamente la historia sagrada del cristianismo es más fácil que expresar dudas sobre el aura sagrada que tiende a envolver la historia de Occidente y del país que lo lidera; a causa de la distancia temporal bastante más grande y del impacto más reducido sobre los intereses y las pasiones del presente, es más fácil comprender las razones de aquellos que han sido arrollados por el cristianismo que buscar aclarar las razones de aquellos cuya derrota ha allanado el camino para el triunfo del «siglo americano». Esto explica el peso que demonización y hagiografía continúan ejerciendo en la lectura del siglo veinte y la persistente suerte de la que goza el culto negativo de los héroes.

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    Mensaje por granados Lun Mar 19, 2012 8:57 pm

    ¡si yeremenko!, el libro de Losurdo lleva ya un año en el mercado,la editorial es el Viejo topo(anarco-troskista ) de Barcelona, en la Casa del libro es posible que lo encuentres, la exposición que le han dado es mínima y como mucho tendrán 1 ó 2 ejemplares.Ya sabemos que hablar "con rigor" de stalin es tabú en el mundo libre.salud.
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    Mensaje por ajuan Jue Feb 20, 2014 6:31 am

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