gazte escribió: Recibimos una carta estúpida y descarada del Consejo de Redacción. No la contestaremos. Tienen que marcharse... Estamos sumamente fastidiados por la ausencia de noticias referentes al plan de reorganización del cuadro de redacción..
esto, dice exactamente que la cita que yo he puesto, que pasa? que es una traduccion, se juega con sinonimos y demas, depende del traductor que lo haya hecho,p pero dice lo mismo.
Vamos a ver, yo cojo el texto le doy al buscador "en caché" y nada de nada. ¿Me puedes indicar donde está la frasecita?
En cualquier caso te repito demuestra que lo que dicen esos reputados farsantes tiene una fuente original y real, que no se lo han inventado ellos -como casi todo- por otra parte.
Leon Trotsky - STALIN
CAPITULO VEL NUEVO DESPERTAR<blockquote>
Durante unos cinco años (1906-1911), Stolypin tuvo el país
bajo sus plantas, y agotó todos los recursos de la reacción.
El régimen del 3 de junio supo hacer exhibición de su incapacidad
en todas las esferas, pero sobre todo en el dominio del problema agrario.
Stolypin tuvo que descender de las combinaciones políticas al club
policíaco. Y como para poner más de relieve la absoluta quiebra
de su sistema, el asesino de Stolypin procedía de las filas de su
misma escolta secreta.
En 1910 la renovación de la industria pasó a ser un hecho
indiscutible. Los partidos revolucionarios se encontraban ante esta cuestión:
¿Qué efecto tendrá este cambio de situación
en las condiciones políticas del país? La mayoría
de los socialdemócratas mantenían su actitud esquemática:
la crisis revoluciona a las masas, y el resurgimiento de la industria las
pacifica. Ambos bandos, bolcheviques como mencheviques, tenían,
pues, a menospreciar o a negar rotundamente este resurgimiento que había
comenzado realmente. La excepción era el periódico de Viena
Pravda, que, a pesar de sus ilusiones conciliatorias, defendía la
idea muy justa de que las consecuencias políticas de la renovación,
como de la crisis, lejos de ser automáticas, cada vez se determinan
de nuevo, según el curso de la lucha precedente y la situación
global del país. Así, a la zaga del renacimiento industrial,
en el curso del cual se había podido desarrollar una lucha huelguística
muy amplia, un súbito decaimiento de la situación podría
requerir un despertar revolucionario inmediato, siempre que concurriesen
las demás condiciones necesarias. Por otra parte, después
de un largo período de lucha revolucionaria terminada en derrota,
una crisis industrial, dividiendo y debilitando al proletariado, podría
destruir por completo su espíritu de combate. O bien, un resurgimiento
industrial consecutivo a un largo período de reacción es
capaz de reanimar el movimiento obrero, en gran parte a modo de lucha económica,
después de lo cual la nueva crisis puede desviar la energía
de las masas hacia carriles políticos.
La guerra ruso-japonesa y las sacudidas de la revolución impidieron
al capitalismo ruso participar en el resurgimiento industrial del mundo
entero durante el período 1903-1907. Entretanto, las constantes
batallas revolucionarias, derrotas y represiones habían agotado
la resistencia de las masas. La crisis industrial mundial, que se inició
en 1907, prolongó por otros tres años la ya larga depresión,
y lejos de mover a los obreros a emprender una nueva lucha, los dispersó
y debilitó más que nunca. Bajo los golpes de los cierres
patronales, del paro y de la miseria, las fatigadas masas se desanimaron
definitivamente. Tal fue la base material de las "proezas" de la reacción
de Stolypin. El proletariado necesitaba la fuente renovadora de otro resurgimiento
industrial para recuperar su fuerza, llenar sus filas y sentirse otra vez
el indispensable factor en la producción, lanzándose a una
nueva lucha.
A fines de 1910 hubo manifestaciones callejeras (cosa no vista hacía
mucho tiempo), en relación con las muertes del liberal Morumtsev,
que había sido presidente de la primera Duma, y de León Tolstoy.
El movimiento estudiantil entró en una fase nueva. Superficialmente
(tal es la habitual aberración del idealismo histórico),
podría haberse creído que la delgada capa de los intelectuales
era el lugar de incubación de la insurrección política,
y que por la fuerza de su ejemplo estaba comenzando a atraer a la capa
superior de los trabajadores. En realidad, la ola del resurgimiento no
iba de la cúspide a la base, sino al contrario. Gracias al revivir
de la industria, la clase trabajadora iba gradualmente saliendo de su estupor.
Pero antes de que los cambios, químicos que habían transformado
a las masas se hicieran perceptibles, pasaron a los estudiantes por medio
de los grupos sociales intercalados. Como la juventud estudiantil era más
fácil de impulsar, la renovación se manifestó ante
todo en forma de alborotos estudiantiles. Pero el observador debidamente
preparado podía ver de antemano que las manifestaciones de los intelectuales
no eran más que un síntoma de procesos mucho más profundos
e importantes dentro del mismo proletariado.
Efectivamente, la gráfica del movimiento huelguístico
comenzó a ascender. Verdad es que el número de huelguistas
en 1911 no excedió de un centenar de millares (el año anterior
no había llegado a la mitad de esa cifra siquiera), pero la lentitud
del resurgimiento mostraba qué intenso era el estupor que se imponía
vencer. De todos modos, a fines del año los distritos obreros presentaban
un aspecto muy distinto que a su comienzo. Después de las fructíferas
cosechas de 1909 y 1910, que dieron ímpetu al renacimiento industrial,
vino una desastrosa recolección en 1911, que, sin detener el resurgimiento,
condenó a veinte millones de campesinos a morir de hambre. La inquietud,
iniciada en las aldeas, volvió a poner el problema campesino en
primer término. La Conferencia bolchevique de enero de 1912 tenía
justo motivo para referirse a "la iniciación del renacimiento político".
Pero la ruptura súbita no se produjo hasta la primavera de 1912,
después de la famosa matanza de obreros en el río Lena. En
la profunda taiga, a más de cinco mil millas de San Petersburgo
y a más de cuatrocientas del ferrocarril más próximo,
los parias de las minas de oro, que cada año proporcionaban millones
de rublos a los bolsillos de accionistas ingleses y rusos, reclamaban la
jornada de ocho horas, aumento de salarios y abolición de multas.
Los soldados, conducidos desde Irkutsk, hicieron fuego contra la multitud
desarmada: 150 muertos, 250 heridos; sin la menor asistencia médica,
veinte de éstos murieron.
Durante el debate de los sucesos del Lena, en la Duma, el ministro
del Interior, Makarov, estúpido funcionario, no peor ni mejor que
otros contemporáneos suyos, declaró, con el aplauso de los
diputados de la derecha: "¡Esto es lo que ocurrió y lo que
volverá a ocurrir de nuevo!" Estas palabras de asombroso descaro
produjeron una descarga eléctrica. Primero de las fábricas
de San Petersburgo y luego de todo el país empezaron a llegar noticias
de declaraciones y manifestaciones de protesta, por teléfono y por
telégrafo. La repercusión de los sucesos del Lena sólo
podía compararse con la oleada de indignación que había
agitado a las masas trabajadoras siete años antes, después
del domingo sangriento. "Tal vez desde los días de 1905 -escribía
un periódico liberal- no habían vuelto a estar tan animadas
las calles de la capital."
En aquellos días estaba Stalin en San Petersburgo, libre, entre
dos temporadas de destierro. "Los disparos del Lena rompieron el hielo
del silencio -escribía en el periódico Zvezda (La Estrella),
al que habremos de referirnos más adelante-, y el río del
resentimiento popular ha comenzado a moverse... Todo cuanto hay de malo
y destructivo en el régimen contemporáneo, todo cuanto ha
atormentado a la desdichada Rusia, se ha fundido en el solo hecho de los
sucesos del Lena. Por eso los disparos del Lena han servido de señal
a huelgas y manifestaciones."
Las huelgas afectaron a unos 300.000 trabajadores. La huelga del 1.º
de mayo llevó a la formación a 400.000. Según datos
oficiales, el número de huelguistas ascendió en 1912 a 725.000.
El número total de obreros subió no menos del veinte por
ciento durante los años del renacimiento industrial, y en virtud
de la febril concentración de la producción, su papel en
la economía asumía una importancia aún mayor. El revivir
de la clase trabajadora repercutió en todas las demás capas
de la población. La aldea hambrienta se agitó portentosamente.
Llamaradas de descontento se observaron en el Ejército y en la Armada.
"En Rusia, el resurgimiento revolucionario -escribía Lenin a Gorki
en agosto de 1912-, no es sino resueltamente revolucionario."
El nuevo movimiento no era una repetición del pasado, sino su
continuación. En 1905, la potente huelga de enero había ido
acompañada de una ingenua petición al zar. En 1912, los trabajadores
presentaron desde un principio la consigna de una república democrática.
Las ideas, las tradiciones y la experiencia organizadora del año
1905, enriquecida por las duras lecciones aprendidas durante los años
de la reacción, fertilizaron el nuevo período revolucionario.
Desde el primer instante, la misión directora correspondió
a los trabajadores. Dentro de la vanguardia proletaria, la dirección
correspondió a los bolcheviques. Esto, en esencia, determinó
el carácter de la futura revolución, aunque los bolcheviques
mismos no tenían aún clara conciencia de ello. Al reforzar
al proletariado y asegurar para él un papel de enorme importancia
en la vida económica y política del país, el resurgimiento
industrial consolidó los cimientos para la perspectiva de la revolución
permanente. La limpieza de los establos del viejo régimen no podía
realizarse de otro modo que con la escoba de la dictadura proletaria. La
revolución democrática sólo podía vencer transformándose
en la revolución socialista, esto es, sobreponiéndose a sí
misma.
La tercera deportación de Koba duró del 23 de setiembre
de 1910 al 6 de julio de 1911, en que fue puesto en libertad después
de cumplir el resto de su condena de dos años. Un par de meses empleó
en la ruta de Bakú a Solvychegodsk, con paradas en varias cárceles
del trayecto. Por lo tanto, esta vez Koba pasó más de ocho
meses residiendo como desterrado. Virtualmente nada se sabe respecto a
su vida en Solvychegodsk, los libros que leyera, los problemas que le interesaban.
De dos de sus cartas de entonces resulta que recibía publicaciones
del extranjero y pudo seguir la vida del partido, o más bien había
alcanzado una fase aguda. Plejanov, con un grupo inconsecuente de adictos,
rompió de nuevo con sus mejores amigos y acudió en defensa
del Partido ilegal contra los liquidadores. Aquélla fue la última
llamarada de radicalismo en la vida de este hombre insigne, que iba ya
acercándose rápidamente a su declinación. Así
surgió el sorprendente, paradójico y fugaz bloque de Lenin
con Plejanov. En cambio, hubo aproximación entre los liquidadores
(Martov y otros), los progresistas (Bogdanov, Lunacharsky) y los conciliadores
(Trotsky). Este segundo bloque, enteramente horro de fundamento en principios,
se encontró formado en cierto modo con sorpresa de los mismos participantes
en él. Los conciliadores seguían aspirando a "conciliar"
a los bolcheviques con los mencheviques; y como el bolchevismo, en la persona
de Lenin, rechazaba rotundamente la idea de toda clase de acuerdo con los
liquidadores, se desviaron naturalmente los conciliadores hacia la posición
de unirse o asociarse con los mencheviques y los progresistas. El cemento
de aquel bloque episódico, como Lenin escribió a Gorki, era
"el aborrecimiento al Centro bolchevique por su lucha sin cuartel en defensa
de sus ideas". La cuestión de los dos bloques era objeto de viva
discusión en las mermadas filas del Partido por aquellos días.
El 31 de diciembre de 1910, Stalin escribió a París: "Camarada
Simeón: Ayer recibí tu carta por mediación de unos
camaradas. Ante todo, saludos fervorosos para Lenin, Kamenev y otros."
Este saludo no se ha vuelto a imprimir a causa del nombre de Kamenev. Luego
sigue su opinión acerca de la situación del Partido. "A mi
juicio, la línea del bloque (Lenin-Plejanov) es la única
normal posible... En el plan del bloque se ve claramente la mano de Lenin
(es un hombre listo, y sabe dónde le aprieta el zapato). Pero esto
no quiere decir que sea bueno cualquier bloque viejo. El bloque trotskista
(hubiera debido decir "síntesis") no es más que pútrida
desaprensión... El bloque Lenin-Plejanov es vital por basarse en
principios profundos, por fundarse en la unidad de criterios sobre el modo
de reanimar al Partido. Pero precisamente por ser un bloque, y no una fusión,
justamente por eso los bolcheviques necesitan su propia facción."
Todo esto coincidía con el modo de pensar de Lenin, y era en esencia
una simple paráfrasis de sus artículos, algo así como
una autorrecomendación en cuanto a principios. Habiendo proclamado
además, como de pasada, que "lo principal" era, ante todo, no la
emigración, sino el trabajo práctico en Rusia, Stalin se
apresuraba seguidamente a explicar que el trabajo práctico significa
"la aplicación de principios". Reforzada así su posición
por insistencia sobre la palabra mágica "Principios", Koba iba concretando
más: "...En mi opinión -escribe-, nuestra tarea primordial,
que no admite dilaciones, es organizar un grupo central (ruso), que coordine
el trabajo ilegal. Ese grupo es necesario como el aire, como el pan." No
había nada nuevo en el plan mismo. Lenin había hecho tentativas
más de una vez, desde el Congreso de Londres, para restablecer el
núcleo ruso del Comité Central, pero hasta entonces la dispersión
del Partido había condenado todo al fracaso. Koba proponía
que se convocase una Conferencia de activistas del Partido. "Es muy posible
que esta misma Conferencia haga destacar los elementos apropiados para
el grupo Central propuesto." Habiendo manifestado su propósito de
desviar el centro de gravedad del Partido del extranjero a Rusia, Koba
se esforzaba seguidamente por mitigar toda posible aprensión por
parte de Lenin: "Habrá que proceder firmemente y sin contemplaciones,
desafiando los reproches de los liquidadores, los trotskistas y los progresistas..."
Con calculada modestia escribía a Propósito del grupo central
de su proyecto: "Llámelo como quiera ("Sección rusa del Comité
Central" o "Grupo auxiliar del Comité Central"), el nombre no importa."
La pretendida indiferencia tenía por objeto disimular la ambición
personal de Koba. "En cuanto a mí, tengo seis meses por delante.
Cuando termine, puede disponer de mí. Si hacen mucha falta organizadores,
trataré de largarme en seguida." La finalidad de la carta era evidente:
Koba, sugería su propia candidatura. Deseaba llegar, por lo menos,
a miembro del Comité Central.
La ambición de Koba, nada censurable, se vio inesperadamente
revelada por otra carta suya dirigida a los bolcheviques de Moscú."
Soso el caucásico os escribe -así comenzaba la carta-. Me
recordaréis de 04 (1904), en Tiflis y Bakú. En primer lugar,
mis afectuosos saludos a Olga, a ti, a Germanov. I. M. Golubev, con quien
estoy pasando mis días en el destierro, me ha hablado de vosotros
mucho. Germanov me conoce por K... b... a (él lo entenderá)."
Es curioso que ya en 1911, Koba se viese obligado a hacerse recordar de
los viejos miembros del Partido recurriendo a indicaciones indirectas y
puramente accidentales, todavía era desconocido y se veía
en riesgo de que lo olvidaran fácilmente. "Estoy terminando (el
destierro); para julio de este año -continuaba-. Ilich y Co. me
llaman a uno de dos centros, sin aguardar a que cumpla aquí. Sin
embargo, me gustaría terminar (una persona legal tiene más
oportunidades)... Pero si la necesidad apremia (estoy esperando su respuesta),
entonces, naturalmente, saldré como pueda... Nos consumimos de inacción,
yo estoy literalmente ahogándome."
Desde el punto de vista de la circunspección elemental, esta
parte de la carta parece asombrosa. Un desterrado, cuyas cartas corren
siempre peligro de caer en manos de la policía, sin razón
alguna aparente envía por correo, a miembros del Partido con quienes
apenas tiene confianza, información acerca de su correspondencia
conspiratoria con Lenin, relativa al hecho de que urge escapar del destierro,
y que, en caso de necesidad, "recurriría, naturalmente, a la fuga".
Como veremos luego, la carta cayó efectivamente en manos de los
gendarmes, quienes sin gran trabajo identificaron al remitente y a todas
las personas a quienes mencionaba. No puede menos de ocurrirse una explicación
de tal imprudencia: el afán de alardear. "Soso el caucásico",
que acaso no hubiera sido bastante advertido en 1904; no puede resistir
la tentación de informar a los bolcheviques de Moscú que
Lenin mismo le ha incluido entre los activistas centrales del Partido.
Sin embargo, el motivo de la jactancia es sólo secundario. La clave
de esta misteriosa carta está en su final:
"Acerca de la "tempestad en un vaso de agua, del extranjero ya hemos
oído algo, claro está: los bloques de Lenin-Plejanov, por
un lado, y de Trotsky-Martov-Bordanov, por otro. La actitud de los trabajadores
hacia el primero, por lo que sé, es favorable. Pero, en general,
los trabajadores comienzan a mirar desdeñosamente a la emigración:
"dejadles subir por la pared lo que se les antoje; en cuanto a nosotros,
todos apreciamos el interés del momento..., trabajar; lo demás
vendrá por sí mismo. Esto creo que es lo mejor"."
¡Sorprendentes líneas! La lucha de Lenin contra los liquidadores
y los conciliadores no es para Stalin, más que una "tempestad en
un vaso de agua". "Los trabajadores (y con ellos Stalin) comienzan a mirar
con desdén a la emigración, incluyendo a la plana mayor de
los bolcheviques. Cada cual aprecia el interés del momento..., trabajar;
lo demás vendrá por sí mismo." El interés del
momento, por lo visto, ninguna relación guardaba con la lucha teórica
que estaba trazando el programa del movimiento.
Año y medio después, cuando, bajo la influencia del comienzo
del empuje, la lucha entre los emigrados se hizo más aguda que nunca,
el sentimental semibolchevique Gorki se lamentaba en una carta a Lenin
de las "querellas" en el extranjero, la tempestad en un vaso de agua. "En
cuanto a las querellas entre socialdemócratas -le contestó
Lenin en tono de reprobación-, eso es una queja favorita de los
burgueses, los liberales, los essars, cuya actitud frente a cuestiones
de fondo dista mucho de ser seria, y gustan de ir a remolque de otros,
de jugar a la diplomacia, de sostenerse con eclecticismo..." "La misión
de los que comprenden el arraigo que en las ideas encierran tales querellas...
-insistía en una carta posterior-, es ayudar a la masa a buscar
esas raíces, y no justificar a la masa en su tendencia a contemplar
esos debates como "asunto personal de los generales"." "En Rusia ahora
-persistía Gorki por su parte-, entre los trabajadores hay mucho
de bueno..., la juventud, pero está muy hostil frente a la emigración..."
Lenin replicó: "Esto es verdad, sin duda. Pero la culpa no es de
los "dirigentes"... Lo que está roto debe ligarse; pero es de poco
mérito, aunque inútil, increpar a los líderes..."
Parece como si en sus reprimidas refutaciones a Gorki estuviese Lenin refutando
con indignación a Stalin.
Una cuidadosa confrontación de las dos cartas de Stalin, que
su autor nunca imaginó expuestas a cotejo, es sumamente valiosa
para ahondar en su carácter y en sus métodos. Su actitud
real en cuanto a "principios" se expresa con mucha más veracidad
en la segunda carta: "trabajar; el resto vendrá por sí mismo".
Esencialmente, tal era la actitud de más de un Conciliador no superdotado.
Stalin recurría a las expresiones crudamente desdeñosas al
referirse a la "emigración", no sólo porque la rudeza es
una parte integrante de su naturaleza, sino ante todo por que contaba con
la simpatía de los prácticos, especialmente de Germanov.
Conocía bien cómo era éste por Golubev, que acababa
de ser deportado desde Moscú. Las actividades en Rusia iban bastante
mal, la organización ilegal había declinado hasta lo ínfimo,
y los prácticos estaban muy propicios a cargarlo todo sobre los
emigrados por armar tanto ruido sin motivos serios.
Para comprender el objetivo práctico disimulado tras la doble
maniobra de Stalin, recordaremos que Germanov, que había propuesto
varios meses antes la candidatura de Koba para el Comité Central,
estaba por su parte en relación estrecha con otros conciliadores
de influencia asimismo entre los próceres del Partido. Koba estimó
provechoso demostrar a aquel grupo su solidaridad con él. Pero le
constaba bien la solidez de la Influencia de Lenin, y por eso comenzaba
con una declaración de su lealtad a los "principios". En su carta
a París se acomodaba a la posición irreconciliable de Lenin,
porque Stalin tenía miedo de Lenin; en su carta a los moscovitas,
los ponía frente a Lenin, quien "subía por la pared" sin
un motivo justo. La primera carta era una absurda reproducción de
los artículos de Lenin contra los conciliadores; la segunda repetía
los argumentos de éstos contra Lenin. Y todo ello en un lapso de
veinticuatro horas.
Es cierto que la carta al "camarada Simeón" contiene la cautelosa
frase de que el centro en el extranjero "no lo es todo, ni siquiera lo
principal". "Lo principal es organizar actividades en Rusia." En cambio,
en la carta a los moscovitas se contiene lo que al parecer no es más
que una insinuación casual: la actitud de los trabajadores respecto
al bloque Lenin-Plejanov, "por lo que yo sé, es, favorable". Pero
lo que en una carta es rectificación subsidiaria, sirve en la otra
como punto de partida para desarrollar el razonamiento contrario. La finalidad
de los vagos apartes, que casi son reservas mentales, es suavizar la contradicción
entre ambas cartas. Aunque, en realidad, lo que hacen es traicionar la
culpable conciencia de su autor.
La técnica de cualquier intriga, aunque sea primitiva, es suficiente
dentro de su objetivo. De propósito no escribió directamente
Koba a Lenin, prefiriendo hacerlo a "Simeón". Esto le permitía
referirse a Lenin en tono de intimidad admirativa, sin hacer ineludible
para él calar en lo esencial de la cuestión. Sin duda, los
móviles efectivos de Koba no eran un misterio para Lenin. Pero su
método era el propio de un político. Un revolucionario profesional
que en el pasado había dado pruebas de fuerza de voluntad y resolución
sentía ahora anhelos de adelantar dentro de la máquina del
Partido. Lenin tomó nota de aquello. Por otra parte, también
Germanov recordó que en la persona de Koba los conciliadores tendrían
un, aliado. Así consiguió sus fines; en todo caso, de momento.
Koba tenía muchas condiciones para convertirse en un miembro destacado
del Comité Central. Su ambición estaba bien fundada. Pero
eran sorprendentes los métodos de que se valía el joven agitador
para acercarse a su meta..., los de duplicidad, falacia y deliberado cinismo.
En la vida de conspiración, las cartas comprometedoras se destruían;
el contacto personal con gente del extranjero era raro, de modo que Koba
no podía temer que sus dos cartas llegasen a ser cotejadas. El mérito
de haber conservados estos inapreciables documentos humanos para el futuro
pertenece a los censores del servicio de Correos del zar. El 23 de diciembre
de 1925, cuando el régimen totalitario estaba aún lejos de
haber alcanzado su actual automatismo, el periódico de Tiflis Zarya
Vostova, tuvo la insensatez de publicar una reproducción de la carta
de Koba a los moscovitas, tomada de los archivos policíacos. ¡No
es difícil imaginarse el rapapolvo que le valió al malhadado
Consejo de redacción semejante traspiés! Después no
se volvió a reimprimir la carta, y ni uno solo de los biógrafos
oficiales vuelve a mencionarla.
A pesar de la terrible necesidad de organizadores, Koba no "se dio
a la fuga en seguida", esto es, no se escapó, sino que esta vez
cumplió su condena hasta el final. Los periódicos contenían
información sobre mítines estudiantiles y manifestaciones
callejeras. No menos de diez mil personas se apiñaron en la Perspectiva
Nevsky. Los trabajadores comenzaron a juntarse con los estudiantes. "¿No
es éste el comienzo del cambio?", preguntaba Lenin en un artículo,
unas semanas antes de recibir la carta que le envió Koba desde el
destierro. Durante los primeros meses de 1911, el resurgimiento se hizo
indiscutible, pero Koba, que ya tenía en su haber tres fugas, se
estuvo tranquilo esta vez aguardando el término de su destierro.
El despertar de la nueva primavera parecía haberle dejado frío.
Recordando sus peripecias de 1905, ¿tendría acaso temor de
una nueva resurrección?
Todos los biógrafos, sin excepción, hacen referencia
a la nueva fuga de Koba. En realidad, no había necesidad de tal
fuga; su destierro caducaba en julio de 1911. El periódico Ojrana,
de Moscú, al mencionar de pasada a José Djugashvili aludía
a él esta vez como uno que "cumplía su condena de destierro
administrativo en la; ciudad de Solvychegodsk". La Conferencia de los miembros
bolcheviques del Comité Central, que entretanto se celebraba en
el extranjero, designó una comisión especial para preparar
una Conferencia del Partido, y parece ser que Koba entró a formar
parte de ella con otros cuatro camaradas. Después del destierro,
fue a Bakú y a Tiflis, para agitar a los bolcheviques locales e
inducirlos a participar en la Conferencia. No había entonces organizadores
formales en el Cáucaso, por lo que hubo de empezar desde casi la
nada absoluta. Los bolcheviques de Tiflis aprobaron el llamamiento que
escribió Koba sobre la necesidad de un partido revolucionario:
"Por desgracia, además de los aventureros políticos,
los provocadores y otra gentualla, los trabajadores avanzados en nuestra
propia causa de reformar nuestro partido socialdemócrata, se ven
obligados a tropezar con un nuevo obstáculo en nuestras filas, a
saber, con gentes de mentalidad burguesa."
Esto se refería a los liquidadores. La proclama terminaba con
una metáfora característica de nuestro autor:
"Las sombrías nubes sangrientas de la negra reacción que
se cierne sobre el país comienzan a dispersarse, comienzan a ser
reemplazadas por las tormentosas nubes del furor y la indignación
del pueblo. El fondo negro de nuestra vida es sacudido por los relámpagos,
mientras allá a lo lejos flamea la aurora, y la tempestad se acerca..."
El objeto de aquella proclama era dejar sentada la urgencia de organizar
el grupo de Tiflis y asegurar así para los poco bolcheviques locales
la participación en la inmediata Conferencia.
Koba abandonó legalmente la provincia de Vologda. Es dudoso
que fuera en condiciones legales del Cáucaso a San Petersburgo:
era costumbre prohibir durante una temporada a los desterrados que viviesen
en ciudades importantes. Pero, con permiso o sin él, el provinciano
salió por último hacia el territorio de la capital. El Partido
comenzaba justamente a despertar de su letargo. Sus mejores elementos estaban
en la prisión, en el destierro, o habían emigrado. Por esto
precisamente se necesitaba a Koba en San Petersburgo. Pero su primera estancia
en la capital fue breve. Sólo dos meses pasaron entre el fin de
su destierro y su nueva detención, y, de este lapso, tres a cuatro
semanas debió de invertir en su viaje al Cáucaso. Nada sabemos
acerca de la adaptación de Koba a su nuevo ambiente ni de cómo
empezó a trabajar en el nuevo marco de actividad.
La única reminiscencia de aquel período es la brevísima
información que Koba envió al extranjero relativa a la reunión
secreta de los cuarenta y seis socialdemócratas del distrito de
Viborg. El pensamiento principal de un discurso pronunciado por un prominente
liquidador fue el siguiente: que "en un sentido de partido no se necesitan
organizaciones", pues para la actividad abierta bastaba sólo con
tener "grupos de iniciación" que se ocuparan de organizar charlas
públicas y reuniones legales sobre materias de seguros del Estado,
política municipal, etc. Según la nota de Koba, este plan
de los liquidadores para adaptarse a la monarquía seudoconstitucional
encontró una cordial resistencia en todos los trabajadores, incluyendo
a los mismos mencheviques. Al final de la reunión, todos, con la
excepción del orador principal, votaron en favor de un partido revolucionario
ilegal.
Lenin o Zinoviev pusieron a este mensaje de San Petersburgo la siguiente
nota editorial:
"La correspondencia del camarada K merece la máxima atención
de todos aquellos que aprecien al Partido... No podría esperarse
una repulsa mejor a las opiniones y esperanzas de nuestros pacificadores
y conciliadores. ¿Es excepcional el incidente descrito por el camarada
K? No, es típico..."
Sin embargo, raramente "recibe el Partido una información tan
definida, y por ello damos las gracias al camarada K". Con relación
a este episodio periodístico, la Enciclopedia Soviética escribe:
"Las cartas y los artículos de Stalin atestiguan la inconmovible
unidad de esfuerzo combativo y línea política que ligaba
a Lenin y al genio que fue su compañero de armas."
Para llegar a esta conclusión fue necesario publicar una tras
otra varias ediciones de la Enciclopedia, liquidando entretanto a no escaso
número de editores.
Alliluyev, nos refiere que un día de primeros de setiembre,
al regresar a su casa, observó que había espías en
la puerta, y al subir la escalera hacia su piso, encontró allí
a Stalin y a otro bolchevique georgiano. Cuando Alliluyev les habló
de la "cola" que dejaba abajo, Stalin contestó, no muy cortésmente:
"Y eso, ¿qué te importa...? ¡Algunos camaradas se están
volviendo unos zamacucos, unos burgueses asustadizos! " Pero los espías
resultaron serlo efectivamente. El 9 de setiembre detuvieron otra vez a
Koba, y el 22 de diciembre ya estaba en su lugar de destierro; esta vez
la capital de la provincia de Vologda, es decir, en mejores condiciones
que antes. Es probable que este destierro fuese sólo como castigo
por estancia ilegal en San Petersburgo.
El Centro bolchevique del extranjero continuaba enviando emisarios
a Rusia para preparar la Conferencia. El contacto entre los grupos socialdemócratas
locales se fue estableciendo lentamente, y se interrumpía con frecuencia.
Sin embargo, la simpatía con que la idea de celebrar una Conferencia
era acogida por los trabajadores progresivos mostró, desde luego,
según dice Olminsky, que "los trabajadores toleraban simplemente
el liquidacionismo, pero por dentro estaban muy lejos de desearlo". A pesar
de las circunstancias extraordinariamente difíciles, los emisarios
consiguieron ponerse en contacto con un gran número de grupos locales
clandestinos. "Era como una ráfaga de aire fresco", escribía
el mismo Olminsky.
A la Conferencia convocada en Praga el 5 de enero de 1912 asistieron
quince delegados de una veintena de organizaciones ilegales, en su mayor
parte poco numerosas. Los informes de los delegados ofrecían un
cuadro bastante claro de la situación del Partido; las pocas organizaciones
locales se componían casi exclusivamente de bolcheviques, con una
gran proporción de provocadores que traicionaban la organización
tan pronto como empezaba a sostenerse en pie. Particularmente sombría
era la situación en el Cáucaso. "No hay organización
de ningún género en Chiatury -informaba Ordzhonikidze acerca
del único punto industrial de Georgia-. Ni tampoco la hay en Batum."
En Tiflis "sucede lo mismo. Durante estos últimos años no
hubo una simple octavilla ni trabajo ilegal en absoluto...". A pesar de
la evidente flaqueza de los grupos locales, la Conferencia reflejó
el nuevo espíritu de optimismo. Las masas iban poniéndose
en movimiento, y el Partido sentía el viento propicio en su velamen.
Las decisiones adoptadas en Praga señalaron la ruta al Partido
por una larga temporada. En primer lugar, la Conferencia reconoció
como necesario crear núcleos socialdemócratas rodeados por
una red tan extensa como fuese posible de toda índole de asociaciones
obreras legales. La mala cosecha, que hizo padecer hambre a veinte millones
de campesinos, confirmó una vez más, según la Conferencia,
"la imposibilidad de conseguir ninguna clase de desenvolvimiento burgués
en Rusia mientras su política estuviese dirigida... por la clase
de terratenientes de mentalidad feudal". "La tarea de la conquista del
Poder por el proletariado, dirigiendo a los campesinos, es, como siempre,
la tarea de la revolución democrática en Rusia." La Conferencia
declaró fuera del Partido a la facción de los liquidadores,
y apelaba a todos los socialdemócratas, "sin distinción de
tendencias ni matices", para declarar la guerra a los liquidadores en nombre
de la reconstitución del Partido ilegal. Habiéndose desarrollado
por completo sin intervención de los mencheviques, la Conferencia
de Praga inició la era de la existencia independiente del partido
bolchevique, con su propio Comité Central.
La Historia novísima del Partido, publicada en 1938 bajo la
dirección editorial de Stalin, afirma:
"Los miembros de aquel Comité Central eran Lenin, Stalin, Ordzhonikidze,
Sverdlov, Goloschekin y otros. Stalin y Sverdlov fueron elegidos en ausencia,
pues por entonces estaban deportados."
Pero en la colección oficial de documentos del Partido (1926)
leemos:
"La Conferencia eligió un nuevo Comité Central, compuesto
de Lenin, Zinoviev, Ordzhonikidze, Spandaryan, Víctor (Ordinsky),
Malinovsky y Goloschekin."
La Historia no incluye en el Comité Central a Zinoviev ni al
provocador Malinovsky, pero sí a Stalin, que no estaba en la antigua
lista. La explicación de este enigma puede proyectar alguna claridad
sobre la posición de Stalin en el Partido por aquellos días,
así como sobre los actuales métodos de historiografía
moscovita. En realidad, Stalin no fue elegido en la Conferencia, sino que
le hicieron miembro del Comité Central poco después de ella,
por medio de lo que se llamaba cooptación. La mencionada fuente
oficial lo dice bien claramente:
"Más tarde, los camaradas Koba (Djugashvili-Stalin) y Vladimir
(Belostotsky, antiguo obrero de los talleres Putilov) entraron por cooptación
en el Comité Central."
Asimismo, de acuerdo con los materiales de la Ojrana, de Moscú,
Djugashvili fue elegido miembro del Comité Central después
de la Conferencia, a base del derecho de cooptación reservado para
los miembros del mismo. La misma información se halla en todos los
libros de consulta del Soviet, sin excepción, hasta el año
1929, en que se publicó fa instrucción de Stalin, que revolucionó
toda la ciencia histórica. En la publicación conmemorativa
de 1937 dedicada a la Conferencia, leemos:
"Stalin no pudo participar en los trabajos de la Conferencia de Praga
porque a la sazón estaba confinado en Solvychegodsk. Por entonces,
Lenin y el Partido conocían ya a Stalin como dirigente de importancia...
Por eso, de acuerdo con la proposición de Lenin, los delegados a
la Conferencia eligieron a Stalin para el Comité Central, en ausencia."
La cuestión de si Stalin fue elegido en la Conferencia o designado
más tarde por cooptación del Comité Central, puede
parecer de escasa importancia. Pero no es así en realidad. Stalin
deseaba ser nombrado miembro del Comité Central. Lenin creía
necesario que se le nombrara. La selección de candidatos disponibles
era tan limitada que hasta segundas figuras entraron a formar parte del
Comité Central. Y, sin embargo, Koba no fue elegido. ¿Por
qué? Lenin estaba lejos de ser un dictador en su Partido. Además,
un Partido revolucionario no hubiera tolerado dictaduras. Después
de algunas negociaciones preliminares con los delegados, Lenin, por lo
visto, juzgó más conveniente no plantear la candidatura de
Koba. "Cuando en 1912, Lenin llevó a Stalin al Comité Central
del Partido -escribe Dmitrievsky-, produjo indignación. Nadie se
opuso abiertamente. Pero entre ellos se manifestaron disgustados." La información
del antiguo diplomático, que por lo general no merece crédito,
tiene interés no obstante por reflejar recuerdos y chismes burocráticos.
Indudablemente Lenin tropezó con una oposición seria. Sólo
podía hacer una cosa: esperar a que la Conferencia terminase y acudir
luego al pequeño círculo dirigente, que, o bien confiaba
en la recomendación de Lenin o compartía su apreciación
respecto al candidato. Así entró por primera vez Stalin en
el Comité Central, por la puerta trasera.
La historia relativa a la organización interna del Comité
Central ha sufrido metamorfosis análogas.
"El Comité Central..., a propuesta de Lenin, creó un
buró del Comité Central, presidido por el camarada
Stalin, para guiar la actividad del Partido en Rusia. Además de
Stalin, formaban parte del buró ruso del Comité Central,
Sverdlov, Spandaryan, Ordzhonikidze y Kalinin."
Así lo dice Beria, a quien, mientras estaba yo redactando este
capítulo, nombraba Stalin jefe de su policía secreta; sus
esfuerzos eruditos no quedaron así sin recompensa. En vano buscaríamos,
en cambio, una confirmación documental de tal aserto, que se repite
en la última Historia. En primer lugar, nadie era designado "presidente"
de instituciones del Partido: no existía en absoluto tal método
de elección. Según los viejos libros oficiales de referencia,
el Comité Central un "Buró o Comisión compuesta de
Ordzhonikidze, Spandaryan, Stalin y Goloschekin". La misma lista figura
también en las notas a las obras de Lenin. Entre los papeles de
la Ojrana, de Moscú, los primeros tres ("Timogei, Sergo y Koba")
se mencionan como miembros, del Buró ruso del Comité Central
por sus alias. No carece de interés que en todas las listas antiguas
figure siempre Stalin en último o penúltimo lugar, lo que
no hubiera sucedido, desde luego, de haber sido colocado "a la cabeza"
o nombrado "presidente". Goloschekin, expulsado de la máquina del
Partido en una de últimas purgas, fue asimismo borrado del Buró
en 1912, ocupando su puesto el afortunado Kalinin. La Historia se vuelve
arcilla, en manos del alfarero.
El 24 de febrero, Ordzhonikidze informó a Lenin que en Vologda
había visitado a Ivanovich (Stalin): "Legamos a un acuerdo completo.
Está satisfecho del giro que tomaron las cosas." Esto se refiere
a la decisión de la Conferencia de Praga. Koba se enteró
de que, por fin, había sido elegido por cooptación miembro
del "centro" recién creado. El 28 de febrero se escapó del
destierro, en su nueva calidad de miembro del Comité Central. Después
de una breve estancia en Bakú, siguió hasta San Petersburgo.
Dos meses antes había cumplido treinta y dos años.
La promoción de Koba del palenque provincial al nacional, coincidió
con el resurgir del movimiento obrero y el desarrollo relativamente extenso
de la Prensa obrera. Por presión de las fuerzas clandestinas, las
autoridades zaristas perdieron su aplomo al principio. La mano del censor
flaqueaba. Las posibilidades legales se hicieron más amplias. El
bolchevismo se lanzó a la plaza pública, al principio con
un semanario, y luego con un diario. Al punto aumentaron las ocasiones
y los modos de influir sobre los trabajadores. El Partido continuaba en
la sombra, pero los cuadros de redacción de sus periódicos
se convirtieron por el momento en los mandos legales de la revolución.
El nombre de la Pravda en San Petersburgo, dio color a todo un período
del movimiento obrero, en que comenzó a llamarse a los bolcheviques
pravdistas. Durante los dos años y medio de existencia del periódico,
el Gobierno lo suspendió ocho veces, pero cada vez reaparecía
bajo un nombre similar. En algunas de las cuestiones más decisivas,
Pravda se veía a menudo obligada a contenerse con rebajas e insinuaciones.
Pero sus agitaciones y proclamas clandestiná4 decían con
toda claridad lo que abiertamente era forzoso falsear o callar. Además,
entretanto, los obreros avanzados habían aprendido a leer entre
líneas. Una circulación de cuarenta mil ejemplares puede
parecer demasiado modesta comparada con las cifras usuales en Europa occidental
o en Norteamérica; pero en la hipersensibilidad acústica
política de la Rusia zarista, el periódico bolchevique, por
medio de sus suscriptores directos y de sus lectores, hallaba un eco propicio
entre cientos de miles de trabajadores. Así la joven generación
revolucionaria se agrupó en torno a Pravda bajo la dirección
de aquellos veteranos que habían resistido los años de redacción.
"La Pravda de 1912 estaba sentando los cimientos de la victoria del bolchevismo
en 1017", escribió más tarde Stalin, aludiendo a su propia
participación en aquella actividad.
Lenin, a quien todavía no había llegado la noticia de
la fuga de Stalin, se quejaba el 15 de marzo: "Nada de Ivanovich..., ¿qué
le ocurre? ¿Dónde está? ¿Cómo se encuentra...?"
Había escasez de hombres. No se disponía de personas apropiadas,
ni siquiera en la capital. En la misma carta, Lenin escribía que
era "endiabladamente" necesaria una persona ilegal en San Petersburgo,
"porque las cosas no marchan bien allí. Hay una guerra dura y terrible.
No tenemos información ni dirección, ni inspección
del periódico". "Lenin estaba sosteniendo "una guerra dura y terrible"
en el Consejo de redacción de Zvezda (La Estrella), que titubeaba
en librar batalla a los liquidadores. "Apresuraos a luchar con Zhivoye
Dyelo (La Causa Vital), periódico de los liquidadores, y el triunfo
está asegurado. De otro modo, pasaremos grandes apuros. No os asustéis
de las polémicas..." Lenin insistía de nuevo en marzo de
1912. Aquél era el motivo cardinal de todas sus cartas por aquellos
días.
"¿Qué ocurre? ¿Dónde está? ¿Cómo
se encuentra?", podemos repetir muy bien con Lenin. La misión real
de Stalin (como de costumbre, tras la cortina) no es fácil de determinar:
hay que examinar a fondo hechos y documentos. Sus deberes como miembro
del Comité Central en San Petersburgo (esto es, como uno de los
dirigentes oficiales del Partido) abarcaban, naturalmente, la Prensa ilegal
también. Pero antes de las instrucciones a los "historiadores",
tal circunstancia quedó relegada a un olvido absoluto. La memoria
colectiva tiene sus propias leyes, que no siempre coinciden con los reglamentos
del Partido. Zvezda se fundó en diciembre de 1910, cuando se hicieron
notar los primeros indicios del resurgimiento. "Lenin, Zinoviev y Kamenev
-consigna la noticia oficial- estaban muy estrechamente asociados, disponiendo
lo necesario para publicarlo y editarlo desde el extranjero." El cuadro
de redacción de las obras de Lenin menciona a once personas entre
sus colaboradores principales en Rusia, olvidándose de incluir a
Stalin entre ellos. Pero no hay duda de que pertenecía a la redacción
del periódico en virtud de su posición influyente.
El mismo olvido (hoy podría denominarse sabotaje de memoria)
es característico de todas las antiguas Memorias y obras de referencia.
Incluso en una edición especial que en 1927 dedicó Pravda
a su propio XV aniversario, ni un solo artículo, ni el editorial
siquiera, cita el nombre de Stalin. Estudiando las viejas publicaciones,
llega uno hasta dudar de sus propios ojos.
La única excepción se encuentra en las valiosas Memorias
de Olminsky, uno de los más íntimamente asociados con Zvezda
y Pravda, quien describe la misión de Stalin con las siguientes
palabras:
"Stalin y Sverdlov aparecieron en San Petersburgo varias veces después
de haber escapado del destierro... La presencia de ambos en San Petersburgo
(hasta su nueva detención) fue breve, pero cada vez consiguió
producir considerable efecto en el trabajo del periódico, la facción,
etc."
Esta sencilla afirmación, incorporada además no al texto
principal, sino en una nota al pie, probablemente caracteriza la situación
con gran exactitud. Stalin solía presentarse de vez en cuando en
San Petersburgo por temporadas cortas, apremiando a la organización,
a la facción de la Duma, al periódico, para desaparecer luego.
Sus apariciones eran excesivamente transitorias, y su influencia muy del
estilo de la maquinaria del Partido, y sus ideas y artículos demasiado
vulgares para haber dejado una impresión perdurable en la memoria
de nadie. Cuando la gente escribe Memorias sin que nadie le coaccione,
no recuerda las funciones oficiales de los burócratas, sino la actividad
vital del pueblo que alienta, hechos reales, fórmulas tajantes,
proposiciones originales. Stalin no se distinguió por nada de esto.
No es extraño que la copia gris no se recordase al lado del vívido
original. Ciertamente, Stalin no se limitaba a parafrasear a Lenin. Ligado
por su apoyo a los conciliadores, continuó ateniéndose simultáneamente
a las dos líneas que nos son familiares por sus cartas de Solvychegodsky:
con Lenin contra los liquidadores; con los conciliadores, contra Lenin.
La primera política era descarada, y subterránea la otra.
Tampoco la lucha de Stalin contra el Centro de los emigrados inspiró
a los autores de Memorias, aunque por una razón diferente: todos
ellos, activa o pasivamente, tomaron parte en la "conspiración"
de los conciliadores contra Lenin, y por eso prefieren dar vuelta rápida
a esa página de la historia del Partido. Sólo después
de 1929, la posición oficial de Stalin como presentante del Comité
Central se convirtió en base de la nueva interpretación del
período histórico anterior a la guerra.
Stalin no podía haber dejado la impronta de su personalidad
en el periódico por la sencilla razón de que no es periodista
por naturaleza. Desde abril de 1912 a febrero de 1913, según los
cálculos de uno de sus íntimos asociados, publicó
en la Prensa bolchevique "no menos de una veintena de artículos",
que vienen a ser dos artículos mensuales por término medio.
Y eso en la pleamar de los acontecimientos, cuando la vida planteaba nuevos
problemas cada día de excitación. Verdad es que en el curso
de aquel año pasó Stalin casi seis meses desterrado. Pero
era más fácil colaborar en Pravda desde Solvychegodsk o Vologda
que desde Cracovia, de donde Lenin y Zinoviev enviaban artículos
y cartas a diario. La pereza, una desordenada cautela, la falta absoluta
de recursos literarios, y, finalmente, una indolencia oriental extrema
se combinaban para mantener la pluma de Stalin poco menos que improductiva.
Sus artículos, algo más firmes de tono que durante los años
de la primera Revolución, continuaban ostentando el sello indeleble
de la mediocridad.
"A continuación de las manifestaciones económicas de
los trabajadores -escribía Zvezda el 15 de abril-, vinieron sus
manifestaciones políticas. Tras las huelgas por subida de salarios,
vinieron protestas, mítines, huelgas políticas fundadas en
los atropellos del Lena... No hay duda de que las fuerzas subterráneas
del movimiento liberador han comenzado a actuar. ¡Os saludamos, primeras
golondrinas!"
La imagen de las "golondrinas" como símbolo de "las fuerzas
subterráneas" es típica del estilo de nuestro autor. Pero,
después de todo, está claro lo que quiere decir. Sacando
"conclusiones" de los llamados "sucesos del Lena", Stalin analiza (como
siempre, esquemáticamente, sin mirar la realidad viviente) la conducta
del Gobierno y de los partidos políticos, acusa a la burguesía
de derramar "lágrimas de cocodrilo" por el fusilamiento de los indefensos
trabajadores, y concluye con esta adminición: "Ahora que ya ha pasado
la primera oleada de la crecida, las fuerzas tenebrosas que han tratado
de ocultarse tras una cortina de lágrimas de cocodrilo, comienzan
de nuevo a dejarse ver." A pesar del llamativo efecto de esta metáfora,
"la cortina de lágrimas de cocodrilo", que parece particularmente
singular en contraste con el fondo más bien llano del texto, el
artículo hace constar en líneas generales lo que aproximadamente
había que decir y que veintenas de otros hubieran dicho también.
Pero es justamente la "tosquedad" de su exposición (no sólo
de su estilo, sino del mismo análisis) lo que hace la lectura de
los escritos de Stalin tan insoportable como la música discordante
a un oído delicado. En una proclama ilegal escribía:
"Es hoy, el día 1.º de mayo, cuando la Naturaleza despierta
del sopor invernal, los bosques y las montañas están cubiertos
de césped, los campos y las praderas tapizados de flores, y el sol
comienza a calentar con más intensidad, y el gozo de la renovación
se siente en el aire, mientras la Naturaleza se entrega a la danza y a
la alegría; es precisamente hoy cuando los trabajadores decidieron
proclamar ante el mundo que ellos traen a la Humanidad primavera y liberación
de los grillos del capitalismo... El océano del movimiento obrero
se extiende cada vez más... El mar de la cólera proletaria
se agita en encrespadas olas... Seguros de su victoria, fuertes y serenos,
marchan arrogantes por la ruta hacia la tierra prometida, por la ruta hacia
el socialismo esplendoroso." Aquí tenemos la revolución de
San Petersburgo hablando en el lenguaje de las homilécticas de Tiflis.
La oleada de huelgas se dilató, y se multiplicaron los contactos
con los trabajadores. El semanario ya no pudo hacer frente a las necesidades
del movimiento. Zvezda comenzó a recoger dinero para un periódico
diario. "A fines del invierno de 1912 -escribe el antiguo diputado Poletayev-,
Stalin, que había huido del destierro, llegó a San Petersburgo.
La labor de organizar un periódico obrero se hizo más intensa."
En su artículo de 1922 sobre el X aniversario de Pravda, Stalin
mismo escribía:
"Era a mediados de abril de 1912, por la noche, en la morada de Poletayev,
donde dos diputados de la Duma (Pokrovsky y Poletayev), dos literatos (Olminsky
y Baturin) y yo, miembro del Comité Central..., nos pusimos de acuerdo,
sobre el programa de Pravda y dispusimos la primera edición del
periódico."
La responsabilidad de Stalin en cuanto al programa de Pravda resulta
así reconocida por él mismo. La esencia de aquel programa
puede concretarse en las palabras: "trabajo; el resto vendrá por
sí mismo". Cierto es que Stalin fue detenido el 22 de abril, fecha
de salida del primer número de Pravda. Pero durante casi tres meses,
Pravda se mantuvo fiel al programa elaborado de acuerdo con Stalin. La
palabra "liquidador" se suprimió en el léxico del periódico.
"Una guerra inconciliable con el liquidacionismo era indispensable
-escribe Krupskaia-. Por eso estaba Vladimiro Ilich tan inquieto cuando,
desde el primer momento, Pravda suprimió persistentemente en sus
columnas toda polémica con los liquidadores. Escribió cartas
airadas a Pravda." Una parte de ellas (evidentemente, sólo una pequeña
parte) ha logrado ver la luz. "En ocasiones, aunque esto era raro -se lamenta
en otro lugar-, los artículos de Ilich se perdían sin dejar
rastro. Otras veces, sus artículos eran retenidos, no se publicaban
en el acto. Y entonces era cuando Ilich se ponía nervioso y escribía
a Pravda cartas inflamadas, por cierto sin gran fruto."
La lucha con el cuadro de redacción de Pravda fue una continuación
directa de la sostenida con el de Zvezda. "Es nocivo, desastroso y ridículo
ocultar las diferencias de opinión a los trabajadores", escribía
Lenin el 11 de julio de 1912. Unos días después pedía
que el secretario del Consejo de redacción, Molotov, el actual vicepresidente
del Consejo de Comisarios del Pueblo y Comisario popular de Negocios Extranjeros,
explicara por qué el periódico "suprime persistente y sistemáticamente
de mis artículos y de los de otros colegas toda mención de
los liquidadores". Entretanto, se aproximaban las elecciones para la cuarta
Duma. Lenin advertía: "Las elecciones en las asambleas de trabajadores
de San Petersburgo irán sin duda acompañadas por una lucha
en toda la línea contra los liquidadores. ésta habrá
de ser la decisión más vital para los trabajadores avanzados.
¡Y, sin embargo, su periódico continuará mudo, soslayando
la palabra "liquidador"...! Esquivar estas cuestiones es tanto como suicidarse."
Desde su retiro de Cracovia, Lenin se daba perfecta cuenta de la tácita,
pero persistente conspiración de los prebostes conciliadores del
Partido. Pero estaba firmemente convencido de que tenía razón.
La rápida reavivación del movimiento obrero estaba obligada
a plantear francamente los problemas fundamentales de la revolución,
dejando sin puntos de apoyo no sólo a los liquidadores, sino también
a los conciliadores. La fortaleza de Lenin no estaba tanto en su habilidad
para construir una máquina (aunque sabía hacerlo también),
como en su aptitud para utilizar en el crítico momento la energía
viviente de las masas a fin de vencer las limitaciones y la característica
conservadora, de toda máquina política. Así ocurrió
también en este caso. Ante la creciente presión de los trabajadores
y el látigo de Cracovia, Pravda, a regañadientes y entre
continuos remoloneos, comenzó a abandonar su posición de
neutralidad dilatoria.
Stalin pasó poco más de dos meses en la cárcel
de San Petersburgo. El 2 de julio, salió de allí para su
nuevo destierro de cuatro años, esta vez al otro lado de los Urales,
en la parte septentrional de la provincia de Tomsk, región de Narym,
famosa por sus bosques, lagos y pantanos. Vereshchak, a quien ya conocemos,
volvió a coincidir con Koba en la aldea de Kolpashevo, donde el
último pasó varios días en ruta para su destierro.
Allí estaban Sverdlov, I. Smirnov, Lashevich, todos ellos bolcheviques
clásicos. No era fácil predecir entonces que Lashevich fuese
a morir deportado por Stalin, y Smirnov fusilado por orden suya, y que
sólo una muerte prematura salvaría a Sverdlov de un sino
análogo. "La llegada de Stalin a la región de Narym -escribía
Vereshchak- avivó la actividad de los bolcheviques y se señaló
por un pequeñísimo número de fugas." Después
de otros, el mismo Stalin se escapó también. "Se fue casi
de descaradamente en el primer vapor de primavera..." En realidad, la fuga
de Stalin tuvo lugar a fines de verano. Era la cuarta vez que se escapaba.
Después de volver a San Petersburgo, el 12 de setiembre, encontró
allí las cosas considerablemente alteradas. Había en curso
huelgas tumultuosas. Los trabajadores afluían a las calles con consignas
revolucionarias. La política de los mencheviques estaba totalmente
desacreditada. La influencia de Pravda aumentaba por momentos. Además,
las elecciones a la Duma se acercaban. Ya se había marcado desde
Cracovia en tono para la campaña electoral, y escogido las bases
de argumentación. Los bolcheviques consagrados a las elecciones
luchaban separados de los liquidadores y en contra de éstos. Los
trabajadores habían de confundirse en un solo grupo bajo la bandera
de las tres consignas principales de la revolución democrática:
república, jornada de ocho horas y confiscación de las fincas
rústicas. Liberar a los pequeñoburgueses demócratas
de la influencia de los liberales, atraer a los campesinos al lado de los
obreros..., tales eran las ideas capitales del programa electoral de Lenin.
Combinando una minuciosa atención a los detalles con un vuelo audaz
de pensamiento, Lenin era prácticamente el único marxista
que había estudiado a fondo todas las posibilidades y trampas de
la ley electoral de Stolypin. Después de inspirar políticamente
la campaña para las elecciones, la dirigía técnicamente
un día tras otro. Para ayudar a San Petersburgo, enviaba desde el
extranjero artículos e instrucciones, preparaba concienzudamente
a emisarios.
Safarov, hoy uno de los ausentes, en su viaje de Suiza a San Petersburgo,
durante la primavera de 1912, se detuvo en Cracovia, donde se enteró
de que Inessa, un conspicuo activista del Partido muy adicto a Lenin, iba
también a la capital para tomar parte, en la campaña de las
elecciones. "Durante un par de días, por lo menos, Lenin nos llenó
bien la cabeza de instrucciones." La elección de los representantes
de las asambleas de trabajadores en San Petersburgo se había fijado
para el 16 de setiembre. Inessa y Safarov fueron detenidos el 14. "Pero
la policía no sabía aún -escribía Krupskaia-
que Stalin, huido del destierro, acababa de llegar el 12. Las elecciones
a compromisarios de los trabajadores fueron un gran éxito." Krupskaia
no dijo "gracias a Stalin". Se limitó a poner dos frases juntas,
como medida de autodefensa pasiva. "En mítines extemporáneos
celebrados en diversas fábricas -leemos en una nueva edición
de las Memorias del diputado de la primera Duma, Badayev (pues no consta
en la primera edición)-, Stalin, que acababa de escaparse del destierro
en Narym, habló." Según Alliluyev, que escribió sus
Memorias ya en 1937, "Stalin tuvo a su cargo directo toda la enorme campaña
electoral para la cuarta Duma... Como vivía ilegalmente en San Petersburgo,
sin un cobijo permanente definido, y no queriendo molestar a ninguno de
sus íntimos camaradas durante las altas horas de la noche, después
de un mitin de trabajadores que se había demorado y también
a causa de consideraciones de orden conspiratorio, Stalin solía
pasar el resto de la noche en alguna taberna, tomando un vaso de té".
También allí se las arreglaba a veces "para dar unas cabezadas,
sentado en la taberna que olía a humo de majorka (tabaco malo)".
Stalin no pudo ejercer gran influencia en el resultado de las elecciones
durante las primeras fases de la campaña, cuando era necesario ponerse
en contacto directo con los votantes, no sólo porque era un orador
mediocre, sino porque no tuvo más que cuatro días disponibles.
Lo compensó desempeñando un papel importante en las siguientes
fases del complicado sistema electoral, siempre que era necesario desplegar
a los representantes de los trabajadores y manejarlos tirando de los hilos
desde detrás de la cortina, contando con el aparato ilegal. En aquella
actividad, Stalin se mostró indudablemente más apto que nadie.
Un documento importante de la campaña electoral era "la instrucción
de los trabajadores de San Petersburgo a su diputado". En la primera edición
de sus Memorias, Badayev manifiesta que dicha instrucción fue fruto
colectivo, aunque la última mano fuese de Stalin, como representante
del Comité Central... "Creemos -se dice en la instrucción-
que Rusia vive en vísperas de inminentes movimientos de masas, probablemente
mucho más fundamentales que los de 1905... Como en 1905, el iniciador
de estos movimientos será la clase más progresiva de la sociedad
rusa, el proletariado ruso. Su aliado sólo puede ser el sufrido
trabajador del campo, profundamente interesado por la liberación
de Rusia." Lenin escribió a Pravda, al Consejo de redacción:
"Publicad sin falta... esta instrucción... en caracteres grandes
y en sitio preferente." La asamblea de representantes provinciales adoptó
la instrucción bolchevique por una enorme mayoría de votos.
En aquellos agitados días, Stalin figuró también más
activamente como publicista; conté cuatro artículos suyos
en Pravda en una sola semana. Continua en el siguiente mensaje.
</blockquote>