Nos dejó con las ganas de leerle, camarada jagat.
Me estoy leyendo un libro de Nestor Kohan "Nuestro Marx". El prólogo es de un combatiente de las FARC-EP. En realidad fue una reseña, al parecer, sobre un libro anterior del señor Kohan. Dicho intectual decidió usarlo como prólogo en este último libro suyo. A mí, sinceramente, estos señores me parecen unos auténticos Revolucionarios, y si un dia, desgraciadamente, llega su derrota total en su lucha armada será un día nefasto para cualquier revolucionario. Esperemos que lo que llegue sea su victoria, ahí su vecino del este tiene mucho que decir y hacer.
Iván Márquez
(Integrante del Secretariado de las FARC-EP)
Estudiar Marx en su (tercer) mundo de Néstor Kohan es liberar el alma del
ergástulo del fatalismo ortodoxo, de los manuales y recetas para construir mundos al
final de los siglos, sociedades en lontananza a las que se puede llegar sólo después de
transitar una larga ruta con estaciones obligadas; es liberarnos del pesado lastre de la
metafísica materialista del DIAMAT y del HISMAT para darle curso a los ingenios y
destellos de la impaciencia por un mundo mejor.
La obra es una incitación a abrir las alas del pensamiento en medio de una
tormenta para que sea arrastrado por el ímpetu revolucionario, una provocación a la
subversión no solamente del orden establecido, sino del pensamiento encadenado a
esquemas, forzándolo a la lucha, a la praxis, por los cambios que anhelamos, con
inventivas y proyecciones certeras.
El marxismo no es la estatua inexpresiva del barbudo de Tréveris pincelada de
grises degradados por la pátina del tiempo. La filosofía de la praxis es un pensamiento
vivo en permanente regeneración. Es un edificio en construcción que aún no termina,
que incorpora insumos y experiencias extraídas de las luchas de los pueblos, de la
filosofía, de la ciencia, de la política… siempre en ascenso hacia las cumbres de la
dignidad humana. Es el vuelo del pensamiento hacia un horizonte de múltiples caminos,
de posibilidades, hacia el destino de humanidad que nos desvela. Una teoría que guía el
choque contra la opresión y que de éste deriva al mismo tiempo su vitalidad.
Un pensamiento desconectado de la praxis, de la política, que no moviliza
pueblos, es un pensamiento muerto, sin signos vitales. No sirve. Y lo que no sirve para
liberar no es revolucionario. Los destellos de oropel de ciertas teorías como el
postmodernismo, el postestructuralismo y el pragmatismo, son como telarañas
extendidas para atrapar y enredar incautos. Sólo aquellas que sirven a la libertad son
invencibles. Y así es la de Marx, una teoría, un pensamiento para liberar pueblos, para
edificar sociedades nuevas y humanas con la constelación de opciones que ofrece el
universo de la dialéctica.
El marxismo es una filosofía de la praxis y una teoría de la historia. Un arma
para la lucha como la espada y el fusil, como las alianzas políticas y la movilización de
pueblos. Esa teoría debe marchar en la vanguardia de las luchas.
A Marx hay que tomarlo en su integridad. No lo dividamos en joven y viejo. El
Marx autocrítico a partir de los años de 1860 es el mismo de sus periodos iniciales, con
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la pasión de Goethe y de Shakespeare, con la nueva visión surgida de la lucha, el de la
categoría del mercado que proyecta al capitalismo como un sistema mundial que
destruye esa odiosa frontera entre metrópoli y periferia. Que al no justificar la opresión
imperial o colonial en aras del progreso de las fuerzas productivas, reivindica a la
humanidad. Ése es el Marx que queremos. El de la filosofía viva, no coagulada, el que
le responde a Vera Zasulich que no hay fatalidad histórica; el Marx que nos presenta
Kohan con una pluralidad de líneas alternativas de desarrollo en sus manos haciéndonos
ver las posibilidades de construcción en el tercer mundo de un socialismo no
colonizado.
Reconocer que en el corpus teórico marxista hubo discontinuidades y rupturas
para adecuarlo a las nuevas circunstancias, no es revisionismo como todavía vociferan
algunos torquemadas disfrazados de marxistas, que quedaron acostumbrados a señalar
con el dedo de la inquisición, quién debía ser arrojado a la hoguera del pensamiento
momificado. A pesar de su enorme creación, la modestia de Marx llegó a decir, “yo solo
sé que no soy marxista”; más exactamente: “tout ce que je sais, c'est que je ne suis pas
marxiste”, como le respondió a los marxistas franceses; que es como afirmar, no me
encasillen, no me reduzcan. Marx se negaba así a que lo transfiguraran en suministrador
de recetas infalibles y verdades eternas.
“La filosofía del marxismo ya no puede ser concebida solamente como un
materialismo dialéctico, pues su problema fundamental no es ni nunca ha sido
ontológico -apunta Kohan. En realidad es una filosofía de la praxis que aborda los
problemas fundamentales de la filosofía y la política –sobre todo de la política que es lo
que más nos interesa- en relación con la actividad práctica humana que pasa a tener la
primacía desde un punto de vista antropológico”.
Es sencillamente extraordinaria su disertación sobre el legado de Lenin, que
reúne en un manojo filosofía y política, que habla de ejercer la hegemonía, que
dinamiza la lucha de clases al colocar en sus manos el arma de las alianzas… Que le da
subjetividad al campesinado, que no teme incorporar soldados a la lucha popular. Que le
otorga trascendental importancia al papel de la subjetividad, a la acción y a la
conciencia. Lenin, a quien podemos llamar el hombre de la praxis, tuvo la genialidad,
sin desestimar la teoría, de priorizar el levantamiento insurreccional al congreso de
partido. Era la hora de la insurrección, no de discutir si el capitalismo había alcanzado o
no el grado de desarrollo que permitiera dar el paso a unas nuevas relaciones sociales.
Lo imperativo y crucial era lanzar sobre el Palacio de Invierno a las masas de obreros y
campesinos, determinar el flanco de la acción de los soldados que combatían al lado del
pueblo y establecer el momento en que el Crucero Aurora debía disparar el cañonazo
que indicara el comienzo de la insurrección para que todo el poder pasara a los soviets.
Hay interdependencia entre objetividad y subjetividad.
Kohan nos invita a repensar la filosofía del marxismo desde abajo y con los de
abajo. No solo desde la academia y la intelectualidad, sino desde la práctica política,
desde la lucha en todas sus modalidades. A comprender desde el marxismo y desde este
hemisferio, la realidad de Nuestra América. A construir desde el pensamiento
latinoamericano y caribeño, con Mariátegui, Ingenieros, el Che, Ponce, Martí, y Bolívar
–agregamos nosotros-, y también Manuel -que pregonaba que la lucha armada generaba
conciencia-, con lo mejor del pensamiento autóctono, una visión para la lucha, para
destronar la oligarquía con una concepción, un movimiento con un norte, y con ansia
irrefrenable de poder.
El intento de Kohan de sistematizar el pensamiento latinoamericano es un
laudable esfuerzo y aporte tangible a la causa de nuestra redención.
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Ni calco ni copia…, de acuerdo. Debemos ir por el camino de nuestros propios
pensamientos y proyectos, manufacturados, amalgamados con nuestras realidades y
costumbres, y nuestra historia de lucha. Porque tenemos historia. Aquí también hay un
edificio en construcción. La hora de América está llegando. Inventamos o erramos,
como dice el maestro Simón Rodríguez, quien nos instruye a través de sus enseñanzas al
Libertador. Usted formó mi corazón –le escribió Bolívar- para la libertad, para la
justicia, para lo grande, para lo hermoso…
Definitivamente Marx en Nuestra América no puede ser sin Bolívar, aunque
aquel hubiese tenido una lectura precaria y equivocada de su gesta y del significado de
su apasionada lucha, que hoy prosigue. Marx y Bolívar juntos constituyen en América
Latina una potencia demoledora contra la opresión.
Arrojando los dogmas al incendio del olvido debemos reconocer que Bolívar es
un poliedro de espejos que destella luces en todas las direcciones de la rosa de los
vientos: Guerrero y Libertador. Creador de Estados sobre la base de la soberanía del
pueblo. Impulsor de la formación en este hemisferio de una Gran Nación de Repúblicas
que blindara nuestro destino. Precursor del antiimperialismo. Apóstol de la unidad.
Quijote de la igualdad. Defensor de los indígenas, destructor de las cadenas de la
esclavitud. Sólo la democracia –decía- es susceptible de la más absoluta libertad. “Yo
antepongo siempre la comunidad a los individuos. Las minas de cualquier clase
corresponden a la república. El primer deber del gobierno es dar educación al
pueblo”… Ahí están las semillas del socialismo regadas en el surco abierto del corazón
de América.
Por su proyecto político y social, de redención y libertad de los pobres del
mundo, por su empeño de formar a toda costa una gran patria latinoamericana, Bolívar
fue asesinado, mandado a matar, por el gobierno de Washington en una conspiración
que involucró a las oligarquías de Bogotá, Lima y Caracas. Antes de él habían sido
descuartizados por la corona opresora, Amaru y Katari, también Galán el comunero, y
había ofrendado su vida, peleando, el gran Lautaro. Millares murieron por nuestra
independencia. Su sacrificio es la base de la nueva sociedad que construiremos; el fuego
que impulsa la vindicta de los pueblos.
Una creación heroica debe ser el socialismo latinoamericano…Un socialismo
asentado en nuestros valores. Nuestra América-Abya Ayala es un pueblo con historia.
La noche latinoamericana tiene aurora y debemos salir a su encuentro. Los estrategas de
nuestro destino, nuestros pensadores, fueron al mismo tiempo libertadores.
Combatientes de la praxis. Eran palabra y espada, y lanza, al mismo tiempo. Bolívar
creó a Colombia, que es unidad de pueblos y primer paso de la unidad continental, antes
de que existiera liberada. La estructuró, le dio leyes y luego salió a formarla con su
espada en los campos de batalla en Boyacá y en Carabobo. Era la impetuosidad. Nunca
concibió la independencia y la libertad, aisladas de la revolución social, y de la unidad.
Un bloque de pueblos libres constituido en equilibrio del universo, fue su sueño y será
nuestro destino.
De este empeño, contrariando la santa alianza de los tronos opresores, decía
Goethe de Bolívar que, “la reunión anfictiónica de Panamá con el propósito de formar
una santa alianza de libertad, halagaba su espíritu de ciudadano del mundo y de
patriota”.
No hay vida fuera de la lucha. Es un derecho inalienable luchar por un mundo
mejor. Frente al imperio sólo tenemos un deber: combatirlo. “No teníamos más armas
para hacer frente al enemigo que nuestros brazos, nuestros pechos, nuestros caballos y
nuestras lanzas”, apuntaba Bolívar. Pero hoy tenemos el arma de la unidad, y la fuerza
del ejemplo, el espíritu y la decisión de nuestros libertadores.
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Como dice Kohan, ahora tenemos otro enemigo más mortal que el coloniaje
físico: el coloniaje espiritual, que engaña y desmoviliza. Contra él tenemos que
concentrar toda nuestra energía colectiva. Reventando esas cadenas, será más fácil
construir el nuevo mundo.
Marx en su (tercer) mundo. Hacia un socialismo no colonizado, debe ser
abordado releyendo nuestra historia. Con la certeza de que nunca fuimos
definitivamente derrotados, me atrevo a sugerir un estudio detenido del capítulo sobre la
economía y el poder, reforzando su final con las siguientes palabras de Bolívar: “Si
disponemos de una mayoría, empleémosla. Si no, no transijamos, pero defendamos el
terreno con las armas en la mano y dejemos que nos derroten; la derrota permite la
recuperación, en tanto que capitulando… se pierde el derecho de la propia defensa.
Victoria absoluta o nada, Esa es mi bandera”.
Montañas de Colombia, 2009