Pocos ensayos históricos han sido tan ocultados o descalificados como la breve, brevísima biografía de Simón Bolívar escrita por Carlos Marx en 1857 como parte de sus contribuciones a la New American Cyclopaedia (NAC), a pedido de Charles Dana, director del New York Daily Tribune.
Pasaron nada menos que setenta y siete años para que fuera incluido en la edición en ruso de las obras de Marx y Engels de 1934, de donde lo tomó Aníbal Ponce (1) para publicarlo en el primer número de su revista Dialéctica, en marzo de 1936. Jamás los editores rusos explicaron las razones del ocultamiento del texto hasta ese momento, pero en 1959, en la segunda edición en ruso de las obras de Marx y Engels, se incluyó una violenta crítica de las posiciones sostenidas por Marx, signo de que el artículo expresaba una orientación contrapuesta a la fijada por el Kremlin para Latinoamérica. Allí se caracterizaba que la posición de Marx sobre la personalidad y trayectoria de Bolívar era “unilateral”, algo que los editores consideraban inevitable desde el momento en que había utilizado fuentes de determinados autores “cuya parcialidad era entonces poco conocida”, los que habrían llevado a Marx a una apreciación equivocada sobre “esa ambición de poder personal” que coloca en el líder de la lucha por la independencia (2).
El argumento sobre la parcialidad de las fuentes ha sido descartado sin mucho esfuerzo desde el momento que Marx, radicado en ese tiempo en Londres, utilizó las enciclopedias más completas y actualizadas de su época y que, además, las opiniones vertidas en estas fuentes eran invariable y abiertamente favorables a Bolívar (3). Una de sus fuentes, fuera de éstas, fueron las Memorias del General Miller, universalmente aceptadas como fuente de información fidedigna y, por otra parte, también favorable a Bolívar. Es decir que la apreciación de Marx sobre Bolívar no es el resultado de una información errónea o “unilateral”, sino el producto de una caracterización política meditada en contra de lo que le inducían sus propias fuentes y que Marx, a posteriori, jamás cuestionó.
Los hacedores de la “historia oficial” del Kremlin tienen dos conductas frente al texto de Marx.
Una, reivindicatoria, que es la que reproduce el propio Aníbal Ponce en su presentación
del texto en 1936, caracterizando que “terrateniente, hacendado, propietario de minas y de esclavos, Bolívar no sólo interpretó los intereses de su clase, sino que los defendió contra la pequeña burguesía liberal y las todavía inconscientes masas populares”, repudiando la pretensión de asignar al pensamiento y la acción de Bolívar “un sentido emancipador antiimperialista” (4). La otra, en sintonía con el apareamiento del estalinismo con los movimientos nacionalistas burgueses de América Latina, en 1959, plantea que “tuvo éxito en integrar a esta lucha (de la independencia) los elementos patrióticos de los criollos terratenientes… la burguesía y la masa del pueblo, incluidos los indios y los negros” (5). El texto de Marx sobre Bolívar va a formar parte de ediciones sucesivas de “La revolución española” hasta el año 1974, cuando la Editorial Progreso de
Moscú, tan subrepticiamente como lo había incluido en su momento, dejó de publicarlo.
La oposición al texto de Marx tiene un protagonista furioso en la llamada izquierda nacional. Para Jorge Abelardo Ramos, el padre reconocido de esta corriente histórica y política, el ensayo es “un trabajo dictado por la necesidad de sobrevivir” y en el cual “(los) infortunados juicios de Marx sobre Bolívar estaban sin duda influidos por la tradición antiespañola prevaleciente en Inglaterra, donde vivía Marx, y por el común desprecio europeo hacia el Nuevo Mundo” (6). El infortunio está en el campo del impugnador. En el mismo período, Marx escribe sus textos sobre la revolución desencadenada en España (1854), a la que dedica una atención particular porque “no hay otra cosa en Europa, ni siquiera en Turquía, ni la guerra en Rusia, (7) que ofrezca al observador reflexivo un interés tan profundo como España en el presente momento” (
. En esta elaboración,va a desentrañar el proceso abierto en España en1808 a partir de la invasión de las tropas napoleónicas y distinguir entre la envoltura religiosa y nacional del alzamiento y la tendencia profunda hacia las reformas sociales y políticas planteadas a partir de la constitución de las juntas. Va a identificar la existencia de la revolución, episodio clave en los procesos de la independencia americana, e identificar cada una de sus secuencias. Es decir, Marx, al escribir sobre Bolívar, no abordaba un tema inédito y sólo para sobrevivir.
El escenario
En ningún otro escenario de las guerras por la independencia, si se exceptúa a Haití, la lucha de clases alcanzó la virulencia y profundidad de las libradas en el norte de la América hispana. En la última mitad del siglo XVIII, la limitada liberalización del monopolio español que significó la reforma de los Borbones (ver EDM Nº 37, abril 2010) abrió las puertas a un vínculo temprano de Venezuela con el mercado mundial.
La libertad económica creciente desenvolvió en forma vertiginosa la producción de cacao y, en menor escala, la del tabaco y el algodón. A partir de 1760, con precios internacionales en aumento, Venezuela se convirtió en el mayor exportador de cacao. El aumento de la producción y de la exportación provocó un cambio social que dislocó el conjunto de relaciones sociales. Los latifundistas compraron más tierras y títulos de nobleza, los comerciantes expandieron su actividad en todo el país y hasta una capa de artesanos pardos pudo comprar “privilegios” para salir de su ostracismo social. Al mismo tiempo, las diferencias con el escalón social más sumergido -esclavos, libertos, zambos, mulatos- se hicieron más ostensibles que nunca. El desarrollo de las contradicciones que se fueron acumulando en la base de la sociedad colonial constituyó el enorme caldo de cultivo de todo el proceso de guerra social que se desenvolvió, a ese nivel y en este escenario, con rasgos de excepción.
En el último cuarto del siglo XVIII, la Corona dispuso el ingreso de negros esclavos y profundizó la libertad de comercio, lo que consolidó aún más una clase criolla aristocrática, latifundista y esclavista. Poseedores de grandes extensiones por mercedes de la colonización y por haber sido encomenderos, sus tierras se valorizaron cuando hubo esclavos para explotarlas y mercado exterior para sus frutos. Esta clase social era conocida por el pueblo como los mantuanos (por los largos mantos que utilizaban sus mujeres) y eran, hacia fines del siglo XVII, los dueños de la mayor fuente de riqueza de la provincia y dominadores incuestionables de la vida política de Caracas, a través de las posiciones que ocupaban en el Cabildo. Mucho antes de 1811 (cuando se produce el primer episodio de la independencia), la nobleza criolla de Caracas se propone la independencia de la provincia, en particular cuando a raíz de la guerra entre España y Gran Bretaña (1779) los Borbones planteó una feroz política de exacción de las colonias.
Hacia 1800, dentro de la precariedad de los datos, la población de Venezuela “puede aproximarse a un millón de personas, entre las que más de las tres cuartas partes son indios, negros, zambos, mestizos y mulatos, llegando a 200.000 los criollos descendientes de españoles, a poco más de 10.000 estos últimos.
En cuanto a los esclavos, su número se calcula en 60.000… la mayor parte de ellos dedicada a trabajar la tierra por cuenta de sus amos” (9).
La unidad de la oligarquía criolla va a resentirse profundamente con la Revolución Francesa. La revolución en las colonias inglesas de Norte América (1776) no había producido efecto porque, hasta ese momento, no había alterado en profundidad la organización social -no había dispuesto la libertad de los esclavos ni afectado el latifundio. Pero la Revolución Francesa y sus efectos sobre Haití, donde la esclavitud es abolida en 1793, coloca a la oligarquía criolla en un impasse. En 1796 se produce la rebelión negra de Coro, primer episodio de guerra social, apoyada por negros y pardos libres y ferozmente reprimida, efecto directo de la rebelión en Haití y de las ideas de la Revolución. El escenario político y social es aún mas abigarrado desde el momento que los altos funcionarios en Venezuela proceden de medios liberales y son duramente cuestionados por los mantuanos por proteger a mulatos, pardos y “toda gente vil”, como consta en un memorial al rey de 179610.
En esta línea, van a impugnar fuertemente la política de la Corona que, por apremios financieros, va a permitir que un pardo (denominación genérica al nacido o descendiente de la unión de blanco y negro) compre a buen precio su “limpieza de sangre” y obtenga aun privilegios de hidalguía. En 1797, la oligarquía criolla va a hacer causa común con el rey para aplastar la conspiración de Gual y España, que tiene el papel protagónico de comerciantes y profesionales de Caracas y está claramente orientada a la independencia e influida por ideas liberales.
Este centro de la reacción política fue el protagonista exclusivo de la conspiración de abril de 1810, que va a dar lugar a la primera junta que desconoció a la Corona y al Congreso amañado que acordaría la independencia en julio de 1811. El cambio de gobierno suscitó una cadena de levantamientos en su contra, el más importante en Valencia, aplastado al costo de 800 muertos, enarbolando la bandera del viejo orden y contra la “guerra a muerte” desencadenada por la oligarquía criolla como expresión de impotencia frente a su creciente aislamiento social. Quien canalizó este proceso fue Domingo Monteverde que, a dos años de gobierno mantuano desembarcó, en 1812, en Venezuela con un puñado de hombres que se convirtió en ejército en pocos días por la incorporación de todas las capas oprimidas de la población y derrotó a las fuerzas de la oligarquía criolla dirigidas por Francisco de Miranda y Simón Bolívar.
Para la gran masa, el gobierno de los mantuanos era el gobierno de sus enemigos más jurados y Monteverde, además, había autorizado el saqueo que legalizaba la ocupación y el ataque a las propiedades de la oligarquía. En noviembre de 1812, derrotados y perseguidos los mantuanos, se jura en Venezuela la nueva constitución de España, la constitución liberal de 1812, expresión de la revolución desencadenada en 1808 ante la invasión de los ejércitos napoleónicos. La Constitución de 1812, emblemática en España por sus reformas sociales y democráticas, tenía como uno de sus grandes objetivos, tal como lo apreció Marx, “conservar el dominio de las colonias españolas, introduciendo en la nueva legislación un sistema de representación unificada… Constituía casi el principio mas importante de la Constitución mencionada, el de no abandonar ninguna de las colonias pertenecientes a España, y los revolucionarios de hoy (1854) comparten la misma opinión” (11).
La guerra social en Venezuela va a significar una movilización excepcional de las capas oprimidas, en la que confluyen desde artesanos y comerciantes -Boves, el gran caudillo que va a relevar a Monteverde a la cabeza de la rebelión de los “llaneros”, es un comerciante ambulante- hasta esclavos negros e indígenas, la cual derrota en forma sucesiva a los ejércitos de la independencia organizados por los mantuanos, pero no puede evolucionar por la crisis dramática de su dirección.
La rebelión plantea la libertad de los esclavos y el rechazo a la confiscación a través de los tributos, pero se agota en el saqueo a la oligarquía criolla y, donde cuadre, a los propietarios españoles, sin ningún interés en la estructuración capitalista de la sociedad y en un programa de reorganización social. Esta encrucijada va a llevar a su agotamiento, precipitada por el advenimiento en España de Fernando VII, el ahogo de toda expresión liberal en la península y el envío de un ejército profesional (dirigido por Morillo) claramente “extranjero” y disociado de las clases en el país.
Luego de sucesivas derrotas, Bolívar logra, en 1816, estructurar una fuerza expedicionaria con el auxilio de Alejandro Petión, presidente en ese momento del Haití del Sur. En este regreso, proclamó el fin de la “guerra a muerte” y decretó la libertad de los esclavos, a condición de incorporarse al ejército libertador, un punto que convertiría en obsesivo. A esta altura, el dominio de la oligarquía mantuana había sido ferozmente golpeado por la guerra social y Bolívar se recuesta en la formación del ejército como instrumento político y de regimentación social. Toda su carrera política y militar está dominada por el temor a desencadenar una guerra de clases del nivel de la vivida por Venezuela en el período 1812/16 -a la que él llamará “guerra de colores” para confundir sobre su naturaleza, como si fuese sólo un enfrentamiento de razas- o en Haití. De los hechos de la vida de Bolívar, controvertidos aún por los más encarnizados “bolivarianos” existen tres -el fusilamiento de sus brillantes generales mestizos Piar y Padilla y la proclamación de la “guerra a muerte”- que obedecen a una política conciente contra la amenaza de una guerra de clases. Frente a esta perspectiva, va a plantear la lucha por la “independencia” como única bandera en oposición a la guerra de “colores”; es decir a la guerra social, y el gobierno “fuerte” y “vitalicio”. Bolívar jamás formó parte del ala democrática y liberal que se desenvolvió en el proceso de la independencia y sus concesiones sociales fueron dictadas, en muchos casos, por la urgencia de la guerra y tuvieron un carácter insustancial o regresivo. La oligarquía en Venezuela, Colombia y Bolivia no hizo caso a la liberación de los esclavos y Bolívar dejó hacer. Los esclavos de Venezuela no alcanzaron la libertad hasta 1854, “cuando los terratenientes advirtieron que estos eran trabajadores costosos y poco eficientes y que era posible obtener una mano de obra más barata” (12) y lo mismo ocurrió en Colombia y Perú. Los indios fueron el sector más castigado por la independencia bolivariana, aunque aparentemente se beneficiaron con la eximición de los trabajos forzados y de los tributos, desde el momento que el tributo era pagado con los excedentes de la producción y la prueba de que la tierra era suya. La política de dividir las tierras comunales entre propietarios individuales, en teoría para beneficiar a los indios, destruyó el fondo de tierras comunitarias y terminó beneficiando a los terratenientes más poderosos. Todas las contradicciones acumuladas estallaron con el fin de la guerra contra España, desde el momento que “Bolívar había conseguido la independencia a la cabeza de un ejército de pardos, negros y antiguos esclavos, cada uno con expectativas para la posguerra” que nunca se cumplieron.
De este laberinto trató de salir a través de un atajo: “la lógica de sus principios le llevó a concluir que cuando mayor era la desigualdad social, mayor era la necesidad de igualdad legal”, es decir ficticia (ídem anterior).
Qué dice Marx sobre Bolívar
El texto de Marx tiene unos 37.000 espacios y constituye una descripción aguda, descarnada y veraz, en los límites de un trabajo para un diccionario enciclopédico, sobre la lucha de clases en Venezuela y Colombia en el período de la independencia y el papel político y militar de Bolívar. Marx va a consignar la traición de Bolívar a Francisco de Miranda, entregado a los españoles, quienes lo mantuvieron en prisión hasta su muerte -lo que valió a Bolívar su pasaporte a la libertad “como recompensa al servicio prestado al Rey de España” luego de la derrota de 1812- y el desarrollo de cada una de las campañas militares, señalando sus límites y el papel superlativo del elenco de oficiales del ejército libertador: Piar, Mariño, Rivas, Brión, Paéz, Sucre y de la Legión Inglesa. Va tener la virtud de destacar el papel del movimiento de lucha en los momentos más desgraciados de la gesta de la independencia -en 1818, en Angostura, cuando las defecciones se sucedían una tras otra, “Bolívar encontró a Santander, nativo de Nueva Granada, quien le pidió elementos para hacer una incursión en ese territorio, cuya población estaba lista para un levantamiento general”.
Marx va a ser implacable con los rasgos autoritarios y bonapartistas de Bolívar. Señala el pedido de éste, en 1816, antes de la reanudación de la guerra, para “unificar en su persona el
poder civil y militar” en oposición al deseo de otros líderes de la independencia, que preferían confiar el poder a una asamblea representativa. Destaca el papel del Congreso Nacional de 1819 como factor de creación de un nuevo ejército, contrastando el llamado de una institución representativa contra los métodos dictatoriales de Bolívar.
En la fase final de la guerra de la independencia, continúa Marx, “por medio de su guardia de corps colombiana, manejó los votos del Congreso de Lima que, el 10 de febrero de 1823, le transfirió la dictadura, mientras se aseguraba la reelección como presidente de Colombia con un nuevo intento de renuncia.
Su posición se había fortalecido con el reconocimiento del nuevo Estado de parte de Inglaterra y con la conquista del Alto Perú por Sucre, país… en el que Bolívar dio rienda suelta a su
propensión al poder arbitrario, instituyendo el ‘Código Boliviano’ (en realidad la Constitución de Bolívar), imitación del ‘Código Napoleón’. Su plan era transplantar ese Código… al Perú y de allí a Colombia, manteniendo en sujeción a los dos primeros países por medio de las tropas colombianas y a Colombia por medio de la Legión Extranjera y de los soldados peruanos”.
Marx consigna el fusilamiento del pardo Piar en 1817, uno de los jefes patriotas de mayor prestigio, desde el momento que “la conquista de Guayana por éste había cambiado por completo, a favor de los patriotas, la situación, pues ese sólo territorio suministraba más recursos que todas las otras provincias de Venezuela juntas”, como luego la condena a muerte del también pardo General Padilla en 1828, “cuya culpabilidad (en una tentativa de asesinato) no se probó en modo alguno pero que, como era hombre de color, no podía hacer una seria resistencia”. Para Bolívar, once años después, “la muerte del general Piar fue…de necesidad política y salvadora del país, porque sin ella iba a empezar la guerra de los hombres de color contra los blancos” (13), una confirmación atroz de las razones del asesinato.
Marx detalla la convocatoria al Congreso de Panamá de 1827, que tuvo “por objeto aparente establecer un nuevo código democrático internacional”, pero en realidad “pretendía…que América del Sur entera se constituyera como una república federal, a la que (Bolívar) gobernaría como dictador”.
Marx no podía saber que Bolívar excluyó de esa convocatoria a Paraguay -que emprendía un desarrollo capitalista autónomo -y a las Provincias del Río de la Plata por el peso -son sus
palabras- del “partido de la independencia”.
El resto es un resumen de la descomposición política del armado de naciones concebido por Bolívar, su pérdida de poder y su muerte (1830).
El texto de Marx, transcurridos más de 150 años, ha superado con creces el paso del tiempo. “De todas las referencias enciclopédicas del período mencionado, solamente la de Marx está de acuerdo con la verdad histórica” (14). Sobre las tendencias a la dictadura personal, advertidas por Marx, el primer pronunciamiento político importante de Bolívar fue el manifiesto de Cartagena en 1812. Allí plantea la necesidad de un gobierno “fuerte” profundamente centralizado.
El fundamento: “nuestros compatriotas aún no son capaces de ejercer sus derechos legales. El gobierno debe probar que es fuerte y despiadado sin hacer caso de la ley o de la constitución hasta tanto sea establecida la paz”. En su Carta desde Jamaica, de 1815, va a insistir sobre la imposibilidad de otorgar derechos democráticos al pueblo: “Mientras nuestros conciudadanos no adquieran las aptitudes y virtudes que distinguen a nuestros hermanos del norte, un sistema democrático radical, lejos de beneficiarnos, traerá la ruina sobre nosotros.
No poseemos, lamentablemente, esas características”. En este punto, Bolívar va a concebir un senado hereditario, compuesto por las familias criollas de las clases más altas, junto a la cámara baja elegida por votación calificada (según los bienes que se poseyesen).
En el Congreso de Angostura, en 1819, Bolívar ataca la “democracia absoluta” y va a repudiar el Congreso de Cúcuta, en 1821, por haber adoptado una constitución de corte demasiado liberal. Plantea que el pueblo está en el ejército -lo que es falso dada su pequeñez- y que el resto debe tener como “único derecho” ser ciudadanos “pasivos”, impugnando a quienes pretenden una república como la del norte.
Desde qué lugar
Los impugnadores del texto de Marx sobre Bolívar no se han detenido lo suficiente en un punto: Marx denuncia al caudillo de Venezuela por sus limitaciones en la lucha del movimiento de independencia nacional, pero no se coloca jamás como neutral o en duda sobre lo progresivo y legítimo de esta lucha. La crítica al bonapartismo o a la tendencia a la dictadura civil de Bolívar no es en sí misma, sino como instrumento de una política que debilita la lucha por la independencia. Marx contrapone el papel que juega en la movilización popular la instancia de un congreso representativo a las tendencias regresivas de una dictadura. Destaca el “nuevo entusiasmo del pueblo” por la independencia que revierte en “insatisfacción” a causa de la dictadura de Bolívar, permitiendo que se rearme la ofensiva española. Resalta la libertad de los negros esclavos como uno de los motores del ascenso de las fuerzas de la independencia, aunque -y en esto coincide con la mayoría de los historiadores- reconoce al presidente de Haití y no a Bolívar como padre de la iniciativa.
Cuando Marx analiza la experiencia de países como Inglaterra, Francia y Alemania (abocados a las tareas iniciales de la industrialización y bajo la dirección de clases explotadoras que están desenvolviendo un determinado papel histórico), acomete contra las formas opresivas de los gobiernos capitalistas de la revolución industrial. Denuncia al bonapartismo, que es la forma política bajo la cual la burguesía francesa ahoga la revolución y ejerce una limitada función modernizante después del Termidor.
En el caso de América Latina, las tendencias al bonapartismo no son el producto de un Termidor que viene a tratar de cerrar una experiencia revolucionaria (burguesa) de características
históricas y consolidar, a la vez, el advenimiento de un nuevo régimen social. Son los rasgos del Termidor sin la revolución burguesa, la expresión de la regresión del proceso revolucionario abierto con la revolución en España (1808) y en las colonias (1809/1811), una regresión que es alentada por la política de las metrópolis de Europa y Norteamérica. Gran Bretaña -que es la potencia que con mayor audacia interviene frente a los movimientos de lucha de la independencia- va a desenvolver una estrategia basada en que la emancipación de la América Española puede ser un grave riesgo si se produce una afirmación del sistema republicano. Mas allá del pacto entre España e Inglaterra frente a la invasión de la Península Ibérica por Napoleón, la experiencia de la revolución en España va a acentuar las tendencias conservadoras: “Después de 1808, los estadistas británicos vieron con malos ojos los movimientos de rebelión en la América hispana”. (15) Entre los años 1822 y 1826, la diplomacia británica -primero con Castlereagh, luego con Canning- se orienta a considerar, en palabras de éste último, que “la conservación de la monarquía en cualquier porción de la América del Sur tendería a evitar el impacto de ese inevitable divorcio por el cual el Nuevo Mundo está a punto de ser dividido del Viejo”16. Esta política se combinó con la neutralidad de Estados Unidos, orientada a la coexistencia con España y la Santa Alianza (17).
El ángulo con el que Marx interviene en sus escritos sobre América Latina es la defensa de los procesos de independencia nacional, en el sentido de que las cuestiones nacionales no resueltas
y la opresión nacional significan bloqueos al desarrollo de las fuerzas productivas y de la democracia -o sea al libre desarrollo de la lucha de clases. Dicho de otro modo, la cuestión nacional no reposa en la homogeneidad étnica de un Estado, sino en el desarrollo de las fuerzas productivas sobre la base histórica de la nación y, a través de ella, el desarrollo de la clase obrera y de la lucha de clases.
Marx desenvuelve el mismo punto de vista contenido en su ensayo sobre Bolívar en otro texto para la misma Enciclopedia sobre Ayacucho -escrito en colaboración con Engels- en el que describe esta batalla como un triunfo de las fuerzas revolucionarias por el que fue destruido “definitivamente” el imperio español, o en los artículos para el New York Tribune u otros periódicos contra la intervención francesa en México o en sus aportes sobre Cuba, Haití y América Central.
Las tendencias a la monarquía o a la dictadura civil son condenadas por Marx en la medida en que son una expresión de las limitaciones insalvables de las élites políticas y militares que dirigieron las guerras de la independencia y que se enfrentaron desde los primeros instantes con las corrientes que, aún limitadamente, plantearon una perspectiva de transformación social y republicana. Es lo contrario de lo que afirma Milcíades Peña: “en realidad, es absurdo condenar los proyectos monárquicos de un San Martín o un Bolívar a la luz de la abstracta razón democrática universal…
La monarquía fue, desde luego, reaccionaria cuando la burguesía maduró lo suficiente y tuvo fuerzas como para guiar a la nación a la conquista de la república democrática. Pero en una etapa anterior del desarrollo histórico la monarquía absoluta fue un importante paso hacia
delante en la constitución de una nación moderna, superando el aislamiento medieval de feudos y ciudades. América Latina, al salir de la colonia, se hallaba precisamente en ese estado de disgregación. De haber prosperado los proyectos monárquicos… se hubiese logrado formar en América Latina varios Estados poderosos” (18).
Sin las medidas de transformación social esbozadas en el Programa de Operaciones de Moreno, o en las Instrucciones de Artigas de 1813, no existía el supuesto elemental para la formación de los “Estados poderosos” en América Latina.
La apreciación de Milcíades Peña no se sostiene en sí misma si se aprecia el ejemplo de Brasil, donde se instaló efectivamente una monarquía que fue incapaz de producir salto alguno en dirección a una nación moderna. La existencia de un fuerte poder central, con su cabeza en el emperador, impidió la fragmentación política de la América portuguesa, pero la unión del atraso hizo que éste perviviera. La unión no significó mayor independencia política o económica, al punto que Brasil fue más dependiente de Inglaterra que los países de la antigua América española. Más aún, la unión sofocó la evolución de centros dinámicos como la planteada por la revolución de los farrapos -harapientos- en Río Grande Do Sul en 1835, que va a plantear la federación con las provincias del Plata (recordar el planteo de Moreno y Artigas) o la Confederación del Ecuador en el norte). En el Brasil unido bajo la monarquía, las clases dominantes llegaron a cuestionar la esclavitud, la distribución de la renta nacional y el régimen político, pero no el latifundio -base de la economía nacional, de la cual todas esas mismas clases sacaron provecho- ni el esclavismo hasta bien entrado el siglo XIX.
Para José Aricó, que ha dedicado un libro a impugnar el texto de Marx, “la identificación de Bolívar como una forma burda de dictador bonapartista” es un “prejuicio político” que “pudo operar como un reactivador en su pensamiento de ciertos aromas ideológicos que, como aquella idea hegeliana de los ‘pueblos sin historia’ constituyeron dimensiones nunca extirpadas de su mirada del mundo” (19). La aplicación del concepto de “pueblos sin historia” a los países latinoamericanos es un abuso que sólo tiene como consecuencia cuestionar al marxismo. El concepto de “pueblos sin historia” fue adjudicado por Marx y Engels al caso concreto de los pueblos eslavos del imperio austro húngaro y del imperio ruso. En las luchas nacionales de mediados del siglo XIX apoyaron la destrucción de los imperios multinacionales y la constitución de grandes nacionalidades -Inglaterra, Francia, Italia, Alemania, Hungría y Polonia- rechazando las aspiraciones de aquellos pueblos eslavos que tendían a ser piezas del juego político de los imperios que eran el centro de la reacción en la época.
El pensamiento de Aricó pretende un rescate del nacionalismo: “la forma bonapartista y autoritaria del proyecto bolivariano no expresaba simplemente, como se creyó, las características personales de un individuo, sino la debilidad de un grupo social avanzado que en un contexto internacional y continental contrarrevolucionario sólo pudo proyectar la construcción de una gran nación moderna a partir de la presencia de un estado fuerte”. El punto sería reivindicar “la progresividad en sí del desarrollo de las fuerzas productivas y de las formaciones estatales”, algo que debería “adoptar el marxismo para cuestionarse a sí mismo” (ídem).
¿Cuál es la actualidad de este debate?
Marx es denostado, atacado o descalificado en este punto por los que defienden las experiencias del nacionalismo burgués o pequeño burgués en América Latina, cuyo caso emblemático es el bonapartismo plebiscitario de Chávez. La reivindicación de Bolívar sirve para confundir sobre la naturaleza de la propia guerra de la independencia en el norte de América Latina, un proceso de confiscación del levantamiento de las masas por los terratenientes y comerciantes, y el fracaso reiterado del nacionalismo para alumbrar una nación independiente, plantado en un horizonte que procura ampliar la dominación de la burguesía nacional sin poner en peligro el capitalismo
mundial.
A 153 años, el denostado texto de Carlos Marx sobre Bolívar tiene una absoluta e inusitada vigencia.
1. Aníbal Ponce: pedagogo, educador, autor de Educación y lucha de clases y La vejez de Sarmiento e inspirador de “La reforma universitaria, 15 años de derrotas”, entre otros textos. Se incorporó al PC en la década del ‘30, fue exonerado de sus cargos docentes por el gobierno de la “década infame” y emigró a México, donde murió a los 40 años a raíz de un accidente.
2. Marx y Engels: Obras, Volumen 4, 1961, Berlín, Dietz Verlag.
3. Draper, Hal: “Carlos Marx y Simón Bolívar”, Desarrollo Económico 30/31, julio diciembre 1968.
4. “Comentarios Marginales” de Aníbal Ponce, en Simón Bolívar, por Carlos Marx, Ediciones La Otra Campana, Buenos Aires, 1987.
5. Marx y Engels, ídem anterior.
6. Ramos, Jorge Abelardo: Bolivarismo y marxismo, A. Peña Lillo editor, 1969.
7. Guerra de Crimea: entre Rusia y la coalición de Francia, Turquía, Inglaterra y Cerdeña (1853/58).
8. Marx y Engels, ídem anterior.
9. Rippy, Fred: La rivalidad entre Estados Unidos y Gran Bretaña por América Latina (1808/1830), Eudeba, 1967.
10. Columbus Memorial Library, Unión Panamericana, 1933.
11. Marx y Engels: Obras Escogidas, Editorial Ciencias del Hombre, Buenos Aires, 1973.
12. Lynch, John: Simón Bolívar, Crítica, Barcelona, 2006.
13. Lacroix, Louis: Perú: Diario de Bucaramanga…, Editorial Bedout, Medellín, 1964.
14. Draper, ídem anterior.
15. Rippy, ídem anterior.
16. Webster, Charles: Gran Bretaña y la independencia de America Latina, Londres, 1938.
17. Pivel, Juan: Raíces coloniales de la revolución oriental de 1811, Montevideo, 1962.
18. Peña, Milcíades: El paraíso terrateniente, Ediciones Fichas, 1969.
19. Aricó, José: Marx y América Latina, Ediciones, Cedep. Lima 1980.