En el número de marzo de su órgano central, el PCPE publica un artículo firmado por Julio Díaz en el que bajo la coartada de un pretendido “análisis del Encuentro Estatal Republicano”, celebrado el 21 de enero, se ataca de forma torticera a nuestro Partido. Sin duda J. Díaz está en su derecho de criticarnos, pero es indigno que recurra a la mentira dando a entender malintencionadamente que no apoyamos el derecho a la autodeterminación de los pueblos y que renunciamos “a cualquier posición crítica respecto a la UE, el euro y la OTAN”. Para ahorrarse su crítica y ahorrarnos la polémica, podría haber repasado nuestro programa, pero estamos seguros de que sí está al tanto de la cuestión.
Para mayor escarnio, nuestro Partido no ha participado en el encuentro al que se refiere, por lo que hemos de concluir que la intención del autor es atacar la concepción del trabajo unitario que defiende el PCE (m-l), de modo que, aunque no tengamos particular interés en responder a críticos tan pertinaces y falaces, la ocasión exige una respuesta.
El PCE (m-l) no participó, insistimos, en el encuentro del 21 de enero, pero si lo hace en numerosos espacios dirigidos a reforzar la unidad popular por la III República. Y en estos espacios coincidimos con fuerzas políticas que se auto reclaman comunistas, entre ellas el propio PCPE, de las que nos separan importantes diferencias. Se trata precisamente de eso, de hacer avanzar la unidad popular, de atraer a la pelea política a sectores que aún no comparten nuestros objetivos estratégicos, pero sí coinciden con nosotros en la urgencia y la posibilidad de combatir al enemigo común: la minoría oligárquica que controla el poder político en nuestro país.
Queda mucho camino, lo venimos diciendo desde hace tiempo, para implicar a las grandes masas en esta tarea, pero los sectores más conscientes se han activado y abierto al debate político, por lo que es posible acordar objetivos comunes. ¿Cómo rehusar entonces al debate con compañeros de otras organizaciones de la izquierda para avanzar en la tarea, si lo hemos hecho en momentos de menor urgencia que los actuales?
Sabemos de las limitaciones de algunas de estas iniciativas unitarias. Somos plenamente conscientes, por ejemplo, de que los dirigentes del PCE no están dispuestos, al menos de momento, a dar el paso de romper con un régimen que ellos ayudaron a alumbrar y del que se sienten parte, por más que sean su “conciencia crítica”.
De la misma forma, tampoco desconocemos que algunas fuerzas que participan en estos foros y coordinadoras republicanas no intentan compartir objetivos, sino que se limitan a “mortificarnos” con el mantra de su radicalismo retórico; es decir, participan de la coordinación republicana únicamente en la medida en que consideran que la actualidad de la cuestión, les permite mantenerse vivos, conectar al menos con el entorno de la izquierda organizada, por muy debilitada que esté, para intentar pescar en terreno abonado por la frustración nuevos militantes, apoyándose en la laxitud de sus propuestas estratégicas.
Estas formaciones suelen defender posiciones extremas, pero su ultra izquierdismo retórico es solo la fachada de una actitud verdaderamente revisionista; es simple oportunismo para marcar diferencias respecto del revisionismo reformista del que surgieron y del que ideológicamente les separa mucho menos de lo que están dispuestos a reconocer.
Estos grupos, de los que el PCPE se autoproclama (no sin cierta razón) referencia, se consideran “comunistas” pero defienden un “socialismo” formal, cuyo contenido realmente no han terminado de establecer; o mejor dicho van modificando conforme adquiere actualidad tal o cual corriente, surge en el panorama nacional o internacional tal o cual teoría nueva. Es decir, son formaciones que no intentan desarrollar de forma independiente su programa socialista, sino que lo convierten en una simple referencia inalcanzable (una consigna, en palabras de J. Díaz) que justifica una política realmente limitada y cambiante en función de lo que hagan otras fuerzas, generalmente de la burguesía, porque, obviamente, ellos se consideran el único Partido de la clase obrera.
¿Debemos los comunistas trabajar por la unidad con otras fuerzas no proletarias?
Nosotros consideramos que no existe política revolucionaria si no se pelea por llevarla a la práctica con las masas. Cómo creer que se lucha por cambiar la situación, por superar el sistema, en definitiva por el poder político, si nuestra acción se limita a intervenir en la movilización social o en la pelea electoral con el único objetivo de promocionar unas siglas y defender unas “convicciones socialistas” que cada militante o comité entiende a su manera.
El imperialismo, acuciado por su crisis, incrementa día a día su agresividad contra la clase obrera y los pueblos y desarrolla brutales planes de recortes que generan protestas y provocan un aumento exponencial de la tensión social. El imperialismo cuenta con ello y precisamente por eso centra sus principales esfuerzos en llevar al ánimo de las clases populares la sensación de que los “ajustes” son inevitables. La protesta forma parte del escenario con el que cuenta el gran capital para desarrollar su política y por eso acelera la fascistización del aparato de estado y radicaliza también las consignas de las fuerzas que desde posiciones, todavía marginales, cubren el extremo de su flanco derecho.
En estas circunstancias la debilidad actual del campo popular radica en su dispersión y falta de perspectiva política, porque debilita la efectividad de las luchas y puede terminar imponiendo la frustración y la impotencia.
Es tiempo, por lo tanto, para la unidad entorno a un programa de mínimos que se dirija contra el bloque dominante. De ahí la consigna que nuestro Partido y otras fuerzas de izquierda vienen reclamando: frente a la minoría oligárquica, construyamos un bloque popular.
Si nos fijamos, la crisis en la UE se desarrolla de modo particularmente brutal, tanto en términos sociales, como democráticos, en Grecia y en España, dos países que sufrieron sendas dictaduras militares fascistas, que auparon y asentaron un sector de la oligarquía que se perpetuó en el poder tras el retorno de la “democracia”. Ese retorno que se hizo sin ruptura real con el bloque de poder dominante, fundamentalmente por la traición de la dirección de las fuerzas de izquierda institucionalizada*(1), ha generado un marco político que limita y condiciona de forma determinante el desarrollo de la lucha de clases.
Por eso no es posible hoy en España que una fuerza comunista desarrolle su programa estratégico socialista por su cuenta, sin reforzar primero el campo popular, sin educar a sus cuadros y militantes en la dirección política, sin aprender a dirigir al bloque popular frente al enemigo oligárquico común.
Y por eso mismo, hoy en España no vale cualquier unidad si no tiene como premisa la ruptura con el régimen monárquico heredero del franquismo que es la forma concreta que adopta la dominación de la oligarquía en nuestro país. Esto es algo que cada vez más trabajadores y ciudadanos, aún intuitivamente en muchos casos, perciben como una necesidad urgente. Pero algunos “comunistas” sólo aceptan la realidad una vez tamizada por su limitada visión sectaria.
Claro que Julio Díaz tiene la solución al problema: “la consigna de República Socialista (que) debe convertirse en el hito (sic)…capaz de aglutinar a los más amplios sectores populares afectados por la crisis capitalista…” Y aún tenemos que soportar que semejante dirigente nos acuse de idealistas.
Conviene recordar que los comunistas en circunstancias históricas parecidas, en las que era preciso concitar el agrupamiento de las fuerzas dispuestas a enfrentar la deriva reaccionaria que se imponía en el mundo capitalista, fueron los abanderados de la unidad con otros sectores no revolucionarios de las clases populares, en torno a programas antifascistas. ¿Renunciaron por ello a sus propuestas estratégicas, a sus principios, a sus “convicciones socialistas”? No, no solo no los abandonaron (como, por cierto, hacen nuestros críticos) sino que su apuesta por la unidad buscaba reforzar la confianza del proletariado, prepararle (y preparar al Partido) para las peleas más elevadas que se percibían en aquella coyuntura política marcada, como hoy, por una profundísima crisis económica del imperialismo y el consiguiente recrudecimiento del enfrentamiento de clase.
Hoy, sin embargo, una parte mayoritaria del variopinto campo comunista español, se empeña en ser un obstáculo para el logro de esa unidad: unos porque no entienden aún que la unidad que se necesita para dar coherencia a los objetivos que guíen la movilización social a lo largo de los próximos meses debe tener como premisa la superación del régimen monárquico que deriva a marchas forzadas hacia formas cada vez más cercanas al modelo franquista que le dio origen.
Otros, porque consideran que son el centro del movimiento. Confunden táctica con estrategia: abrazan uno u otro principio conforme sople el viento de la oportunidad política; desprecian aristocráticamente las formas de organización que se dan las masas, mientras aceptan dentro de su propio partido la existencias de prácticas tan difíciles de congeniar con una política comunista como el desprecio al trabajo en los sindicatos de masas, el apoyo a movimientos nacionalistas que no representan el más mínimo sentimiento nacional arraigado entre la gente, o la autonomía de sus organizaciones territoriales. Esta forma revisionista de concebir la política, termina trasladando al seno de su partido la confusión ideológica que lastra hoy el desarrollo de las luchas populares y convirtiendo al partido que debería dirigir la movilización popular en un organismo en el que domina la confusión, en un núcleo cerrado a los cambios que suceden en el entorno político y cuyo mera pervivencia es el centro y justificación de la acción de la propia organización.
La cuestión es que si uno camina mirándose el ombligo, tiene garantizado un tropiezo. Julio Díaz es libre de seguir en su mundo en el que la unidad se circunscribe al círculo que rodea el propio ombligo, pero no debería menospreciar el esfuerzo de muchos compañeros que sí intentan sobreponerse a las diferencias para encontrar los puntos de unidad. Y no debería olvidar nunca que un Partido Comunista no será vanguardia, no representará a su clase, hasta que ésta lo considere capacitado para dirigir sus intereses, lo que implica ser capaz de establecer los acuerdos tácticos que ayuden a que la lucha popular eleve sus objetivos.
Estamos convencidos de que muchos militantes del PCPE no comparten la visión sectaria y miope de algunos de sus dirigentes. Más temprano que tarde, la izquierda, y particularmente, la izquierda comunista, precisamente por su mayor responsabilidad, va a tener que dar los pasos necesarios para construir puentes con las clases populares, para crear las condiciones que nos permitan trabajar por metas más elevadas. El ruido de críticas como la que nos ocupa, no es más que el malestar de algunos doctrinarios antimarxistas que se quejan porque el mundo no cuadra con sus sueños, pero tampoco están dispuestos a arriesgar para alcanzarlos.
El PCE (m-l) va a seguir contribuyendo para que esa unidad sea posible y, aunque escritos como el de Julio Díaz no ayuden precisamente, tampoco nos van a desviar de la tarea.
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*(1).- Por cierto que el núcleo de dirección que alumbró el PCPE compartió la política del carrillismo hasta después de que la maniobra monárquica estuviera asentada, sin que hayamos leído una autocrítica argumentada de aquella actitud.
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