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A las siete de la tarde del 24 de Agosto de 1944, algunos parisinos ya se habían hecho con el Ayuntamiento de París, junto a la catedral de Notre Dame.La resistencia estaba exultante y la frase de Camús corría de boca en boca: París lucha hoy para que Francia pueda mañana vivir.
Y a esa misma hora el general Leclerc llama a uno de sus capitanes, el capitán Dronne, Raymond Dronne, y le ordena que acelere su compañía de “semi orugas” de unos 180 hombres hacia la victoria que supone llegar a París. La División Leclerc había besado las arenas de Normandía, procedente de Londres, el cuatro de Agosto. Bien pertrechada y con material norteamericano esta División era la gran apuesta del General De Gaulle que necesitaba entrar en París antes que la Cuarta División de Infantería Estadounidense por una simple e importante cuestión de orgullo y sentimiento patrio. Y en esta tarde calurosa pone en manos de Dronne la importante cuestión de Estado. Dronne lidera “La Nueve” , la compañía en la que una gran mayoría de sus hombres, 150 de los 180, son españoles republicanos curtidos en la guerra civil española y en las dunas del Norte del norte de África contra los tanques del general Rommel.
Los libros especializados en la segunda Guerra Mundial destacan la diplomacia y especial valía del capitán Dronne por hacerse respetar por un puñado de veteranos en el cuerpo cuerpo y la lucha anti tanques pero indisciplinados tanto con el uniforme como con las ordenanzas militares. El francés les llama “mis cosacos” , unos soldados a los que no acaban de entender ni franceses ni norteamericanos. Para entrar en Francia han bautizado a sus carros ligeros con los nombres de “España Cañí”, “Brunete”, “Madrid”, “Santander” y cuenta la historia que durante su desembarco en Normandía no paran de cantar a toda voz “La cucaracha” una canción para todos los demás desconocida.
A las siete y media de la tarde Dronne divide la compañía en dos secciones. Una la dirige él, la otra el teniente valenciano Amado Granell. Y es precisamente la columna del Teniente español a bordo del semi oruga Guadalajara la que entra sobre las nueve de la noche en el Ayuntamiento Parisino. Desde allí se comunica con su capitán y le pide refuerzos que no llegarán hasta la mañana del día 25, el día oficial de la liberación de París. Los historiadores y cronistas escriben que durante toda la noche el extorero Martín Bernal, Luis Royo, “Fernandel”, “El gitano”, el granadino Gualda, y muchos otros anónimos héroes, estuvieron hablando, comiendo, riendo, con los miembros de la resistencia y no pararon de cantar, sobre todo el “Ay, Carmela”.
En el desfile oficial para homenajear la victoria, “La nueve” participa en el lugar de honor que corresponde a la cabecera que protagoniza el propio general De Gaulle. Pero a partir de aquí, la alta política de la “grandeur” francesa que necesita el mensaje nítido de que París ha sido liberado por todos los franceses, hace diluirse la gesta de los españoles de “la nueve” hasta casi el anonimato. Y su gesta queda para la historia como una de las pocas batallas románticas de la Segunda Guerra Mundial. Porque después de descansar unos días en el Bois de Bologne, donde muchos se enamoraron de las agradecidas parisinas que les visitaban con regalos y suculentos quesos y patés, emprendieron camino hacia la leyenda. Fueron ellos, los españoles, los que también llegaron los primeros al Nido del Águila de Hitler pero en esta ocasión fueron los americanos los que les retiraron de la foto oficial que significaba el final de la guerra. Los franceses tienen una pequeña frase para el concepto de la alta política: “Es el interés superior”.
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A las siete de la tarde del 24 de Agosto de 1944, algunos parisinos ya se habían hecho con el Ayuntamiento de París, junto a la catedral de Notre Dame.La resistencia estaba exultante y la frase de Camús corría de boca en boca: París lucha hoy para que Francia pueda mañana vivir.
Y a esa misma hora el general Leclerc llama a uno de sus capitanes, el capitán Dronne, Raymond Dronne, y le ordena que acelere su compañía de “semi orugas” de unos 180 hombres hacia la victoria que supone llegar a París. La División Leclerc había besado las arenas de Normandía, procedente de Londres, el cuatro de Agosto. Bien pertrechada y con material norteamericano esta División era la gran apuesta del General De Gaulle que necesitaba entrar en París antes que la Cuarta División de Infantería Estadounidense por una simple e importante cuestión de orgullo y sentimiento patrio. Y en esta tarde calurosa pone en manos de Dronne la importante cuestión de Estado. Dronne lidera “La Nueve” , la compañía en la que una gran mayoría de sus hombres, 150 de los 180, son españoles republicanos curtidos en la guerra civil española y en las dunas del Norte del norte de África contra los tanques del general Rommel.
Los libros especializados en la segunda Guerra Mundial destacan la diplomacia y especial valía del capitán Dronne por hacerse respetar por un puñado de veteranos en el cuerpo cuerpo y la lucha anti tanques pero indisciplinados tanto con el uniforme como con las ordenanzas militares. El francés les llama “mis cosacos” , unos soldados a los que no acaban de entender ni franceses ni norteamericanos. Para entrar en Francia han bautizado a sus carros ligeros con los nombres de “España Cañí”, “Brunete”, “Madrid”, “Santander” y cuenta la historia que durante su desembarco en Normandía no paran de cantar a toda voz “La cucaracha” una canción para todos los demás desconocida.
A las siete y media de la tarde Dronne divide la compañía en dos secciones. Una la dirige él, la otra el teniente valenciano Amado Granell. Y es precisamente la columna del Teniente español a bordo del semi oruga Guadalajara la que entra sobre las nueve de la noche en el Ayuntamiento Parisino. Desde allí se comunica con su capitán y le pide refuerzos que no llegarán hasta la mañana del día 25, el día oficial de la liberación de París. Los historiadores y cronistas escriben que durante toda la noche el extorero Martín Bernal, Luis Royo, “Fernandel”, “El gitano”, el granadino Gualda, y muchos otros anónimos héroes, estuvieron hablando, comiendo, riendo, con los miembros de la resistencia y no pararon de cantar, sobre todo el “Ay, Carmela”.
En el desfile oficial para homenajear la victoria, “La nueve” participa en el lugar de honor que corresponde a la cabecera que protagoniza el propio general De Gaulle. Pero a partir de aquí, la alta política de la “grandeur” francesa que necesita el mensaje nítido de que París ha sido liberado por todos los franceses, hace diluirse la gesta de los españoles de “la nueve” hasta casi el anonimato. Y su gesta queda para la historia como una de las pocas batallas románticas de la Segunda Guerra Mundial. Porque después de descansar unos días en el Bois de Bologne, donde muchos se enamoraron de las agradecidas parisinas que les visitaban con regalos y suculentos quesos y patés, emprendieron camino hacia la leyenda. Fueron ellos, los españoles, los que también llegaron los primeros al Nido del Águila de Hitler pero en esta ocasión fueron los americanos los que les retiraron de la foto oficial que significaba el final de la guerra. Los franceses tienen una pequeña frase para el concepto de la alta política: “Es el interés superior”.
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