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    CATASTROFISMO - Debate intenso

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    Mensaje por Blood Sáb Mar 21, 2015 8:24 pm

    Les planteo lo siguiente: Voy a construir este hilo como un texto que contenga otros textos citados como momentos. En ellos voy a mostrar artículos de tres posiciones diferentes: El economista Claudio Katz, el Partido Obrero (defensor a ultranza del Catastrofismo) y el Partido de los Trabajadores Socialistas. Todos ellos de Argentina.

    Comencemos con Katz:

    Claudio Katz escribió:Pasado y presente del reformismo
    20/01/2006
    Por Claudio Katz.

    La lucha por reformas sociales ocupa el centro de la acción política de los movimientos populares en la mayor parte del mundo. La demanda de mejoras, la búsqueda de conquistas y la defensa de logros obtenidos en el pasado conforman la agenda inmediata de las organizaciones que actúan en el campo de los oprimidos.

    Esta batalla presenta una dimensión tradicional y otra más novedosa. A escala nacional la vieja movilización por elevar el salario y mejorar las condiciones de trabajo coexiste con la nueva exigencia de un ingreso mínimo que garantice la cobertura de las necesidades básicas de la población. La masificación del desempleo explica la gran relevancia de esta demanda. El término redistribución del ingreso sintetiza en muchos países la vieja exigencia de impuestos progresivos a la riqueza para financiar las mejoras sociales [2] .

    La formulación de exigencias populares a escala regional y global constituye otra peculiaridad de la etapa actual. Los movimientos sociales han comenzado a registrar que las reivindicaciones conquistadas a nivel nacional solo podrán perdurar con mejoras equivalentes en el plano regional y con transformaciones del mismo signo en el terreno mundial. Por eso muchas plataformas asocian en la periferia el incremento de los ingresos populares con propuestas de reordenamiento del orden financiero y comercial internacional. También proponen medidas para redistribuir la riqueza desde las economías centrales hacia las subdesarrolladas e iniciativas para proteger el medio ambiente y garantizar derechos laborales internacionales a los trabajadores. Este empalme de demandas nacionales, regionales y globales presenta una dimensión histórica inédita de la lucha por reformas [3] .

    Pero estas acciones se desarrollan sin expectativas anticapitalistas. A diferencia de lo ocurrido en numerosos momentos del siglo XX la búsqueda de logros populares se encuentra divorciada del ideal socialista. La vieja conexión –que introdujo la influencia del marxismo- entre mejoras inmediatas y objetivos igualitarios de largo plazo ha perdido gravitación. La meta socialista no figura en el horizonte del grueso de los partidos, sindicatos u organizaciones sociales que participan en la acción reformista.

    Este cambio presenta grandes implicancias estratégicas. En lugar de concebir la conquista de reformas como un eslabón del proyecto anticapitalista se lucha por metas redistributivos inmediatas sin ninguna pretensión ulterior. La discusión sobre cuáles son las mejoras posibles y cuáles resultan inalcanzables bajo el capitalismo no incluye políticas para traspasar a este sistema. La consolidación de las reformas es imaginada bajo alguna modalidad de capitalismo regulado.

    Pero este cambio de perspectiva no modifica los dilemas que siempre enfrentaron las movilizaciones por reformas. Estas disyuntivas reiteran problemas que son muy familiares a todo el reformismo. El análisis de estas encrucijadas permite también clarificar qué perdura y qué debería renovarse en la crítica revolucionaria al reformismo.

    [...]

    ERRORES DEL CATASTROFISMO

    Algunos críticos del reformismo desechan por completo la posibilidad de obtener mejoras sustanciales bajo el capitalismo. Estiman que estos logros son incompatibles con el carácter catastrófico de la época actual. Por eso presentan al “derrumbe del capitalismo” como el dato dominante del siglo XXI. Identifican cualquier desequilibrio con la implosión del sistema y recurren a un abuso de exageraciones y adjetivos que les impide mensurar la dimensión de cada crisis. Al observar cualquier recesión, desplome bursátil o quiebra bancaria como un síntoma del colapso inminente, no pueden explicar porqué el capitalismo se mantiene en pie. Repiten indefinidamente este error al reiterar el mismo diagnóstico sin ningún balance de los desaciertos precedentes [21] .

    El catastrofismo extrapola al capitalismo del siglo XXI los rasgos de la crisis específica de la entreguerra. No toma en cuenta que la etapa inaugurada con la mundialización neoliberal de los 90 recrea solo algunos aspectos de esa conmoción en un nuevo marco de polarización geográfica y mixtura de crecimiento con depresión. Al suponer que “las fuerzas productivas han cesado de crecer” olvidan que el punto crítico del capitalismo no radica en el inmovilismo de este sistema, sino en el descontrol de la acumulación [22] .

    Pero lo más problemático no es el diagnóstico sino la conclusión implícita. Quiénes observan un estado de agonía terminal en el capitalismo actual tienden lógicamente a suponer que este sistema no puede otorgar concesiones significativas. Por eso suelen identificar la desigualdad social creciente con el empobrecimiento absoluto y continuo de todos los explotados a escala mundial [23] .

    Pero esta caracterización –que no se verifica en ningún país desarrollado- contradice la estrategia de asignar a los trabajadores un rol dirigente en la transformación social. Es evidente que los asalariados nunca podrían protagonizar un cambio revolucionario si padecieran los efectos de una degradación ilimitada. Lo cierto es que el desempleo y la polarización social no destruyen a la clase trabajadora, ni reducen su gravitación social. Solo acentúan la segmentación interior de este sector. Esta diversificación crea nuevos desafíos para agrupar a todos los oprimidos en un terreno opuesto a los opresores. Pero para encarar esta batalla resulta decisivo reconocer la centralidad del programa de reformas mínimas.

    NOTAS:

    [1] Economista, profesor de la UBA, investigador del Conicet. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página Web es: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] [véase también: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] ]

    [2] Hemos desarrollado nuestro enfoque sobre este tema en: Katz Claudio. Tres concepciones sobre el ingreso básico. [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] 22-9-05.

    [3] Hemos expuesto nuestra visión en: Katz Claudio. “Programas Alterglobales”. [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] Noviembre 2005

    [...]

    [21] Este error comete: Altamira Jorge. “La cuestión del poder, los luchadores y la izquierda”. Prensa Obrera n 865, agosto 2004.

    [22] El catastrofismo constituye también un legado de la entreguerra por su afinidad con las expectativas mesiánicas que afloraron en ese período. Su gusto por las profecías lo sitúa más cerca de los mitos milenaristas que de la herencia científica del marxismo. Hemos sintetizado nuestra visión en Katz Claudio. “Capitalismo contemporáneo: etapa, fase y crisis”. Ensayos de Economía, Medellín, Septiembre 2003, Colombia.

    [23] Oviedo Luis. “La crisis capitalista y la política social de la burguesía”. En defensa del marxismo, n 20, mayo 1998, Buenos Aires

    Fuente: Rebelión.

    Matías Rivas escribió:"En defensa del catastrofismo"
    14/12/2006
    Por Matías Rivas, militante del Partido Obrero.

    “En defensa del catastrofismo”, de Pablo Rieznik (En Defensa del Marxismo N° 34) es una respuesta a la acusación que realiza el economista Claudio Katz a aquellos que, debido a su visión catastrofista, interpretarían “cualquier desequilibrio” del sistema como síntoma del “derrumbe del capitalismo” y, por lo tanto, desecharían la posibilidad de obtener mejoras bajo este sistema. Katz intenta señalar en su crítica cuáles son los errores del catastrofismo e indirectamente apunta a dos artículos escritos por intelectuales del Partido Obrero como muestra de esos errores.

    Uno de esos artículos es “La cuestión del poder, los luchadores y la izquierda”, de Jorge Altamira (Prensa Obrera N° 865). Aquí el autor plantea una alternativa obrera y socialista como salida al visible agotamiento del sistema. Alternativa que “está sujeta al vendaval de las luchas y reivindicaciones parciales... pero debe partir de esta crisis de poder como su premisa estratégica. De otro modo se limitaría a hacer de segundo violín de las fuerzas extrañas a los trabajadores”. Vale mencionar que Altamira hace referencia a la impunidad que gozan los aparatos represivos, que hoy vemos expresada en su máximo nivel con la desaparición de Julio López.

    El otro artículo es “La crisis capitalista y la ‘política social’ de la burguesía”, de Luis Oviedo (En Defensa del Marxismo N° 20). El mérito de Oviedo es hablar de las luchas de la clase obrera organizada y movilizada como un puente que la llevará “a la comprensión de la necesidad de acabar con la dominación de la burguesía”, señalando correctamente que “las reivindicaciones de transición y la lucha por la conquista del poder político” es “la política social del proletariado” y poniendo como claro ejemplo de la catástrofe del sistema el grado de desempleo.

    Por lo tanto, estos dos artículos, más que servir como evidencia de los errores del catastrofismo, cumplen la función contraria, pues muestran claramente que el Partido Obrero, con su visión catastrofista, ha luchado a lo largo de su existencia por reivindicaciones transitorias, siempre con la vista puesta en la superación de este sistema, pues, como bien dice Rieznik, “la catástrofe del capital no cancela la lucha reivindicativa sino que la potencia y, en última instancia, la convierte en revolucionaria”. Es él quien se encargará de despejar cualquier duda poniendo como ejemplos más sobresalientes de la lucha reivindicativa la iniciativa parlamentaria del PO para reducir la jornada laboral en el subte sin afectar el salario, y la lucha piquetera, que tiene al Polo Obrero como una de sus máximas expresiones.

    Sin embargo, “En defensa del catastrofismo” es más que una simple respuesta a una falsa acusación. Va mucho más allá de eso y allí reside el mayor acierto del autor. Porque al defender con uñas y dientes la posición catastrofista está defendiendo a la vez la concepción fundamental del marxismo acerca de la inminencia de la revolución. Pues si es correcta la conocida afirmación de Marx que nos dice que cuando un sistema obstaculiza el desarrollo de sus fuerzas productivas, cuando no puede mantener en pie ni siquiera a sus propios esclavos (¿la mitad de la población mundial viviendo con menos de dos dólares diarios no es acaso prueba suficiente?), se encuentra en su etapa de agotamiento y es necesaria su completa superación, plantear entonces que este sistema camina al borde del precipicio y en cualquier momento puede caer ayuda a dar cuenta de que la revolución es posible y no sólo eso, sino que “puede acontecer al instante siguiente”. Por ende, el discurso del derrumbe sirve a la unidad y a la lucha, y el de los desequilibrios… a la desmoralización. El camino de la historia va de la catástrofe a la revolución, nos dirá Rieznik, manteniendo viva la tradición marxista.

    Pero para hablar de revolución resulta indispensable, como indica Rieznik, hacer foco en la cuestión del poder y la política, pues sólo es posible superar este sistema inhumano que no es más que la explotación de una minoría sobre la mayoría y que se reproduce con guerras, destrucción del medio ambiente, crisis, desocupación, miseria, etc., es decir, con más catástrofes, con la organización política autónoma de la clase trabajadora que debe nutrirse y hacerse cada vez más fuerte con los logros obtenidos en las luchas transitorias y que tiene como fin supremo la destrucción de la “maquinaria estatal de la burguesía” y la toma del poder, es decir, la revolución obrera y socialista.

    Podemos resumir “En defensa del catastrofismo” en las siguientes palabras de su propio autor: “…tanto Marx como Engels, siguieron siendo ‘catastrofistas’, inclusive cuando estimaron que las vicisitudes de la economía capitalista y la maduración insuficiente del proletariado postergaban la revolución, por lo cual sacaron la conclusión de que esto reclamaba un trabajo de preparación política más prolongado para enfrentar adecuadamente… ‘el derrumbe del capitalismo’. El catastrofismo, este catastrofismo, está unido umbilicalmente a las concepciones de un socialismo riguroso, científico, revolucionario. Siempre fue así y siempre lo será”.

    Por último, “En defensa del catastrofismo” debe servir como pie para que los militantes socialistas, sobre todo los más jóvenes, participen de lleno en los distintos debates que se van presentando y de esta manera cuenten con la oportunidad de, como dijo Trotsky alguna vez, juzgar “todo a la luz de la razón y la experiencia. La juventud no puede aceptar el marxismo por mandato; debe asimilarlo por sí misma, mediante un esfuerzo independiente del pensamiento. Precisamente por eso debe tener no sólo la posibilidad de educarse sino también de equivocarse…”. No basta sólo con leer “En defensa del catastrofismo” o cualquier otro artículo. El Partido tiene que contar con más lugares (aquí me sumo al pedido de un foro de publicación y discusión) de expresión para la comprobación y la crítica por parte de sus miembros y simpatizantes. De esta forma, seremos cada vez más los que estemos en condiciones de defender al marxismo.

    Fuente: Prensa Obrera.

    El artículo del profesor Pablo Rieznik va a ser subido en el próximo mensaje, junto con otro artículo del también profesor Claudio Katz.
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    Mensaje por Blood Sáb Mar 21, 2015 8:29 pm

    Pablo Rieznik escribió:En defensa del catastrofismo
    LA MISERIA DE LA ECONOMIA DE IZQUIERDA
    Por Pablo Rieznik, dirigente del Partido Obrero[/b].

    Un artículo reciente de Claudio Katz alega que la posición ‘catastrofista’ del Partido Obrero lo lleva a “desecha(r) por completo la posibilidad de obtener mejoras sustanciales bajo el capitalismo... (porque) estima que estos logros son incompatibles con el carácter catastrófico de la época actual y, por eso (el PO), presenta al derrumbe del capitalismo como el dato dominante del siglo XXI e identifica cualquier desequilibrio con la implosión del sistema... (lo) que le impide mensurar la dimensión de cada crisis”. Curiosamente, el texto en cuestión lleva de título “La crisis del reformismo” (1).

    Katz naturalmente miente. Por un lado, porque el PO es el autor de la iniciativa parlamentaria de reducción de la jornada laboral en el subte sin afectar el salario (una de las pocas mejoras reales que haya obtenido la clase obrera en algún par de décadas, y esto en el punto más alto de la real catástrofe de 2002). Lo mismo se puede decir de la lucha de los desocupados y de la conquista de los subsidios al desempleo y a otra infinita cantidad de reivindicaciones y conquistas. Pero, por otro lado, el mismo economista se equivoca fiero cuando acusa al PO de interpretar ‘catastróficamente’ cualquier ‘desequilibrio’ del sistema, ocultando a sus lectores que el PO previó o pronosticó la catástrofe de 2001, que se manifestó en una completa paralización de la sociedad capitalista y en un levantamiento popular, cuando el resto ni preveía este desenlace o lo sumo intuía un futuro “desequilibrio”. Suponemos que cuando Katz habla de “cualquier desequilibrio” del capitalismo, o sea de incidentes de ruta en lugar de la crisis de un régimen social, lo hace porque antes completó su trabajo de ajustar sus cuentas con el marxismo.

    La expresión ‘negligé’, “cualquier desequilibrio” delata a una defensor ideológico del capitalismo. Al menos desde el punto de vista marxista, los llamados ‘desequilibrios’ son manifestaciones de contradicciones insuperables del capitalismo, que obligadamente se desarrollan en una forma tendencial. Lo contrario es un lugar común, porque el ‘desequilibrio’ es una forma de existencia del ‘equilibrio’, lo cual explica “por qué el capitalismo se mantiene en pie...”. Al economista sólo le importa esto: que al cabo de crisis, catástrofes, guerras y revoluciones... “el capitalismo se mantiene en pie”. No es casual que quien ha reemplazado la labor de la crítica por la justificación de los hechos consumados, haya sido solicitado alguna vez como ‘ministro de Economía’ y de trotamundos económico de cualquier agrupamiento que busque justificar su propia declinación.

    Siempre a guisa de introducción, es necesario señalar que el economista de marras y también una cohorte que le hace eco ofreció como salida a la catástrofe de 2001-02, no con un ‘capitalismo que seguiría en pie’ sino con los “clubes de canje”, que fueron presentados como un sistema que abolía el cambio desigual y la moneda. El economista era incapaz de reconocer una catástrofe del capital, en términos teóricos, pero ofrecía, como seguidista de los hechos consumados que no alcanzaba a entender un retroceso social sin precedentes en la historia, un esquema que, mucho antes que a él, se le había ocurrido a Proudhon; Katz recuperaba como una conquista a “la filosofía de la miseria”. El profesor del gradualismo y de las ‘pequeñas conquistas’ nos invitaba a coexistir con la catástrofe, o sea con la pérdida definitiva de cualquier conquista.

    Es de algún interés hacer notar que la crítica de Katz repite, de un modo casi literal, una sentencia de Eduard Bernstein, el conocido dirigente socialista alemán de fines del siglo XIX: “Me opongo a la caracterización de que nos encontramos frente a un colapso de la sociedad burguesa y a que determinemos nuestra política en función de la perspectiva de tal catástrofe próxima”. Se trata de una coincidencia que amerita una reflexión y brinda la oportunidad de examinar algunos problemas claves. Eduard Bernstein fue el fundador del llamado “revisionismo” y el teórico del reformismo. Planteó la necesidad de abandonar la perspectiva de la revolución proletaria por “propuestas positivas de reforma” del capitalismo. Bernstein cuestionaba, al igual que Katz, la tesis central de Marx sobre la tendencia histórica irreversible al derrumbe del capital (2).

    Volvamos a las reivindicaciones

    La especie de que el PO rechaza de plano la lucha reivindicativa es una imputación grosera, porque el PO es reconocido, por propios y extraños, por su participación, movilización y organización enorme en la lucha reivindicativa. El PO ocupa un primer plano en la organización de los trabajadores más oprimidos. Si Katz no lee los diarios ni mira los noticieros, al menos habrá leído la larga producción académica y de investigación universitaria sobre los movimientos sociales, la lucha de los desocupados y la irrupción de los piqueteros, una información que desborda las fronteras de nuestro país.

    Contra lo que afirma Katz, el PO es un factor conciente de la lucha reivindicativa precisamente por su análisis del capital. En oposición a los inspiradores de Katz, que inventaron la teoría de las ‘nuevas reivindicaciones’ que impondría el desarrollo imparable del capitalismo; o a los teóricos del ‘neocapitalismo’, que reducían las posibilidades de crisis y que aplanaban los ciclos; o sea, en oposición a quienes declararon caducas las ‘reivindicaciones’, sean sociales, sindicales u obreras, el PO señaló que la declinación del capitalismo, sus crisis y catástrofes ponían en primer lugar, con la pauperización y el hundimiento violento de las condiciones de vida de vastísimos contingentes de la masa popular, las reivindicaciones fundamentales de los explotados. Estas reivindicaciones no están determinadas, como ocurre con Katz, por las posibilidades del capital, sino por las necesidades de las masas. La catástrofe del capital no cancela la lucha reivindicativa sino que la potencia y, en última instancia, la convierte en revolucionaria. El tema que plantea Katz, por otro lado, es simplemente un anacronismo, porque una tradición revolucionaria que se remonta al siglo XIX, dejó definitivamente en claro que la lucha reivindicativa (y sus “logros”) educa y organiza al proletariado para derrocar al capitalismo. Esto lo explicó Rosa Luxemburgo, pero Lenin hizo algo más, a saber, señaló que las reformas son un subproducto de la lucha revolucionaria, y no el resultado un movimiento pacífico y gradual.

    Volviendo al ejemplo la reducción de la jornada laboral en subterráneos, en medio de la catástrofe, cuando los amigos actuales de Katz no creían ni un poquito en la iniciativa parlamentaria, hay que señalar que aunque la batalla parlamentaria fue un éxito rotundo porque permitió desarrollar una agitación y una movilización crecientes, y porque obtuvo el 80% de los votos, la conquista efectiva de esa reivindicación no se obtuvo por vía parlamentaria sino, varios meses después, por medio del método ‘catastrófico’ de la huelga indefinida. La lucha parlamentaria, siguiendo a Rosa Luxemburgo, preparó el terreno, pero la conquista fue el producto de una acción directa de las masas que amenazó ‘estratégicamente’ al novato gobierno de Kirchner.

    Sobre el “derrumbe”

    El PO no necesita oponer la movilización reivindicativa por “mejoras” a la barbarie capitalista porque es esta última la que reclama una lucha vital en defensa de las condiciones de existencia de los explotados. Es Katz quien tiene que plantear este artificioso antagonismo entre “reforma” y “derrumbe del capital” porque supone que la lucha por las primeras sería un mentís a la tesis sobre la “catástrofe” a la cual ha conducido la supervivencia, históricamente anacrónica, de la civilización capitalista. Katz reitera literalmente a Bernstein y se mofa de la caracterización del “derrumbe del capitalismo” como el “dato dominante del siglo XXI”, sin percibir siquiera de qué está hablando. ¿O sí? El “derrumbe del capitalismo” está muy lejos de ser un descubrimiento del PO. El Manifiesto Comunista de 1848 se coloca en el terreno del “preludio inmediato de la revolución proletaria”. Ninguna revolución social es posible, plantea el marxismo, si el “viejo régimen” no se ha transformado en un obstáculo al desarrollo de las fuerzas productivas, es decir, si no ha cumplido su función histórica. Marx lo señala en el muy conocido párrafo de su “Prefacio” a la Contribución de la Crítica a la Economía Política, cuando indica que ese choque “abre un período de revolución social”. ¿O el capitalismo tiene aún una función histórica que no sea la barbarie?

    Es lo que recordó Trotsky en el III Congreso de la Internacional Comunista: “Ningún régimen social desaparece, dijo, antes de haber desenvuelto sus fuerzas productoras hasta el máximo de lo que pueda alcanzar”; “esta verdad fundamental para la política revolucionaria conserva hoy, para nosotros, su indudable valor director” (el discurso fue publicado como artículo con el título de “Una escuela de estrategia revolucionaria).

    El texto de Trotsky es muy interesante porque descarta cualquier vínculo mecánico e inmediato entre esta misma condición catastrófica y la revolución correspondiente; o sea que el capitalismo puede “seguir en pie”... catastróficamente (de hecho ocurrió así con el ascenso del nazismo).

    Trotsky observaba que la burguesía se presenta como más poderosa que nunca en sus métodos de dominio político en el mismo momento en que, en función de ese mismo desarrollo, las posibilidades históricas de la sociedad capitalista llegan al límite. No existe automatismo entre la descomposición capitalista y la revolución llamada a superarla; esta distinción revela que la constatación vulgar de que “el capitalismo sigue en pie”, no tiene status teórico sino que no pasa de ser una expresión de desmoralización política irreversible.

    El original y la copia

    Katz no tiene agallas para presentar sus disquisiciones en el marco de la tradición bernsteiniana, que presentó al revisionismo como una tentativa de “actualizar” el socialismo. Haría el ridículo; ningún sociólogo de la pseudo-izquierda se atreve en la actualidad a pretender una “actualización” de la teoría. Las circunstancias de Bernstein eran otras y el equipamiento teórico del socialista alemán era también de otra envergadura. Porque Bernstein desenvolvió sus planteos en la etapa culminante de la civilización capitalista, en el debut de la época imperialista. La mundialización del modo de producción capitalista y un movimiento obrero que ya había construido grandes organizaciones y una historia propia, eran las expresiones de un sistema que había arribado a la madurez. La expansión del crédito había permitido extender el horizonte de la producción capitalista industrial hasta lo que constituía el apogeo de su “misión histórica” (en los términos en que la define Marx en El Capital, desarrollo de las fuerzas productivas y establecimiento de un mercado mundial). Bernstein creyó ver en este panorama lo que llamó “medios de adaptación” que permitirían al capital posponer y también superar por mucho tiempo las posibilidades de crisis y revertir lo que, desde Marx, se planteaba como la tendencia al colapso del capitalismo.

    Como conclusión de su análisis, Bernstein lanzó su propia tesis: la sustitución del capital no provendría de ninguna catástrofe sino de la evolución natural e indolora del propio capitalismo, y de la capacidad de la clase obrera para introducir regulaciones económicas a gran escala. El desarrollo de los acontecimientos en el siglo XX -las catástrofes sociales y económicas, las guerras y las revoluciones- constituyó un mentís brutal a las ilusiones del revisionismo y confirmaron las críticas a Bernstein que ya habían efectuado los dirigentes revolucionarios de entonces, comenzando por Rosa Luxemburgo y Karl Kautsky.

    El “socialismo” bernsteiniano de cuño criollo se plantea en un momento histórico totalmente diferente. Incluso podríamos interrogar a Bernstein, en la ficción, sobre la pertinencia de sus tesis “anticatastrofista” cuando las premisas de su propio análisis y la realidad de mundo actual son tan drásticamente distintas. Es imposible negar la inversión completa de la curva de los progresos de las masas, incluso en Estados Unidos. En la época de Bernstein, los elementos de la catástrofe capitalista aparecían en potencial, como posibilidad inscripta en las contradicciones de su sistema social; la miseria, en su época, la ocasionaba el derrumbe de las formas precapitalistas y el desplazamiento de la vieja agricultura. Ahora, en cambio, la pauperización progresa a grandes pasos en las naciones desarrolladas y se ha transformado en un factor político que está conmoviendo regímenes políticos como un todo. No solamente se ha producido un derrumbe catastrófico de la condición material de las masas sino, mucho más importante, de toda su perspectiva social.

    El contraste entre la expansión mundial del capitalismo en el período colonial y semicolonial, que dio un impulso sin precedentes al desarrollo de las fuerzas productivas de la periferia, contrasta con la catástrofe neutrónica que ha provocado la restauración capitalista en la ex URSS y en Europa Oriental. Incluso en China, que ha gozado de la ventaja comparativa de un atraso social mucho mayor, la restauración capitalista avanza en medio de catástrofes agrarias, ecológicas y financieras cada vez mayores. China es un campo de disputa del capital internacional que está socavando los últimos pilares de la cohesión nacional conquistada por la revolución de 1949.

    La catástrofe en tiempo real

    Es notable la ceguera o, como se dice ahora, el negacionismo del “anticatastrofismo”. Porque la bancarrota de 2001 en Argentina fue una de las manifestaciones destacadas de la “catástrofe” capitalista contemporánea; paralizó el sistema económico durante varios meses, fue la consecuencia de una crisis mundial (1997-2002) y ha salido de ella precariamente como consecuencia de medidas extraordinarias a nivel internacional y de guerras por toda Asia. Las medidas extraordinarias, como los enormes déficits norteamericanos, provocan ahora el derrumbe inevitable del dólar y una crisis mayor a que la que intentaron remediar. Los gradualistas debieran reflexionar por qué no vieron venir la bancarrota de 2001 y por qué antes de esa bancarrota ya nos ‘acusaban’ de ‘catastrofismo’. En 2001 lo más importante no es que tocó fondo una de las “fases” del ciclo. Lo verdaderamente decisivo es que expresó una naturaleza terminal del metabolismo capitalista.

    Cuando la vida de una nación se paraliza por completo, cuando las transacciones mercantiles se paralizan, cuando la moneda nacional cesa literalmente de existir, el crédito deja de funcionar y el sistema financiero está formalmente quebrado en toda su extensión, cuando contingentes masivos de la población son lanzados a una inanición forzada; cuando todo esto sucede, hablar de una “crisis cíclica” que deber ser “mensurada”, como plantea Katz (pero que se anima a decir esto solamente después de la crisis), es una expresión del alivio del pequeño comerciante que logró salvar su tienda, o del profesor que aún conserva su cátedra. No es un planteo teórico, sino el comentario de un tercero. Es la época “catastrófica” del capitalismo senil lo que debe echar luz sobre la naturaleza de la crisis y no al revés. Los “anticatastrofistas” fracasaron completamente en interpretar la crisis que se desarrollaba ante sus ojos, y en un terreno en el cual se pretenden fuertes (como el de la “reflexión teórica”, que Katz reclama –‘antiparlamentariamente’– para sí).

    En la época de Bernstein, el crédito todavía funcionaba como adelanto de capital productivo. Esto se acabó hace mucho tiempo, inclusive cuando no se había secado la tinta de los escritos del propio jefe de los revisionistas. El capital bancario ha dejado su papel subordinado ante los requerimientos de su congénere de la industria (subordinación que marcó históricamente también al modo de producción capitalista como un avance civilizatorio al permitir que la industria y la producción a gran escala se desplegara a plenitud). No solamente prevalece el capital financiero, la “fusión” del capital bancario e industrial que implica un nuevo tipo social de capital dominante, específicamente parasitario; ese capital financiero se ha montado, ahora en un capital de operaciones virtuales (‘hedge funds’) que domina todo el movimiento del capital.

    El “derrumbe” de 2001

    Si los “anticatastrofistas” fueran menos dogmáticos estudiarían la catástrofe de Argentina de 2001, en lugar de hacer como los políticos patronales que suspiran de alivio por el trance que dejaron atrás. Cuando Domingo Cavallo impuso el “corralito” para bloquear la corrida bancaria (que en verdad ya habían concretado los grandes capitalistas al fugar miles de millones de dólares para provocar la devaluación y, al mismo tiempo, beneficiarse con ella), se produjo un fenómeno excepcional en la historia del capital: la dislocación entre la compra y la venta, el cese del mecanismo mercantil elemental.

    Fue una demostración fantástica y práctica de que el producto del trabajo humano convertido en mercancía encierra un irreductible contradicción al condicionar su circulación a un acto que se desdobla en dos instancias, la compra y la venta, que responden a determinaciones diversas, que no son siempre ni armónicas ni complementarias y que se manifiestan en un antagonismo extremo en toda crisis, como expresión recurrente de los problemas insuperables del movimiento mercantil capitalista. Es a través de la circulación de mercancías que en el capitalismo se establecen las relaciones decisivas entre los hombres, las que tienen que ver con la reproducción de su vida en sociedad. Cuando esa circulación se fractura, se quiebran los hilos invisibles que aseguran el funcionamiento de la sociedad. Porque el capital no conoce otra “sociabilidad” que la que se constituye por la vía del intercambio mercantil.

    Esta caracterización del 2001 es más rigurosa que las que reducen la crisis a unos “ahorristas” aterrorizados por el encarcelamiento de su dinero. Es una caracterización que pone de relieve su magnitud histórica y revela, para el que quiera comprenderlo, la distancia teórica que media entre un análisis enriquecido con la teoría de la tendencia a la disolución del capital sobre la base de sus propias leyes, y el estrecho horizonte del economista que se dedica a “mensurar la crisis”. Digamos de pasada que todo el pensamiento científico contemporáneo se ha desplazado del universo del “medir y contar” (Galileo había dicho que Dios creó el mundo con el lenguaje matemático) al terreno más fecundo que se conoce como el de la “complejidad”. Los “anticatastrofistas” de la izquierda, como Katz, no tienen presente que una de las más modernas ramas de la ciencia es precisamente la “teoría de la catástrofe”, que pretende dar cuenta de los fenómenos que no pueden ser mensurados con los viejos recursos de la aritmética y el cálculo matemático tradicional. Hasta existe en la actualidad una llamada matemática de la “calidad”; algo que vale también la pena tener en cuenta cuando se trata de evaluar la dinámica del capitalismo como un sistema históricamente condicionado, que pasa, siempre con los métodos que le son propios, del ascenso a la decadencia, de la juventud a la vejez, de la vitalidad productiva a la descomposición de sus propios métodos sociales de producción.

    La “argentinización” de la economía mundial

    El capitalismo nativo, luego del Argentinazo, se ha recuperado y los números del gobierno muestran una economía capitalista que se reconstituye a tasas “chinas”. Los “mensuradores de crisis” están satisfechos: está confirmado que “el capitalismo sigue en pie”. (Los economistas norteamericanos discuten si el fin del ‘boom inmobiliario’ conducirá a un ‘soft landing’ o a un ‘hard landing’, una desaceleración o a una crisis. Katz ya está anotado ‘a priori’ con los agrimensores ‘optimistas’ del capital.) No se comprende, sin embargo, que la recuperación argentina está “preñada” por la bancarrota previa: no solamente porque el contenido social de esa recuperación es un agravamiento de la explotación y miseria social de las masas. Esta ‘recuperación’ sólo se sostiene, a pesar de las condiciones comerciales favorables, por la intervención del Estado. Librada a sí misma hubiera llevado, como en parte lleva, a una explosión financiera y a una explosión social. El 80% de las nuevas deudas de los bancos se destinan a saldar a las que habrían entrado en ‘default’.

    La economía argentina es, finalmente –y no podría dejar de serlo–, una traducción particular de un fenómeno de alcance mundial. Pero sólo puede ver esto quien lo indaga. Si se “mensura” el crecimiento del Producto Bruto de Estados Unidos se ve lo que un contador sin mayor perspicacia llamaría un “robusto crecimiento”. (Uno de los gurúes más estimados en tal medio, R. Astarita, no tiene reparo en afirmar que no sólo no hay “catástrofe” alguna, sino que ni siquiera es posible hablar de crisis “tradicional” y que, al revés, asistimos a una de los despliegues más exuberantes del capitalismo en toda su historia).

    No obstante, si se tiene en cuenta: a) el desbarranque de la principal economía del planeta también a principios de la década, cuando se desplomó Wall Street, reventó la llamada “burbuja” de las empresas tecnológicas asociadas al negocio informático y cuando se vinieron abajo corporaciones gigantes que quebraron en una magnitud sin precedentes, como fue el caso emblemático de la Enron. Si se tiene en cuenta, también, que, b) para superar tal situación la economía norteamericana llegó a un nivel de déficit fiscal y en el comercio exterior que ha impulsado ‘burbujas’ especulativas colosales, sin salida, en todo el mundo. Si se tiene en cuenta, además, que c) en la “agenda” de la recuperación reciente de la economía de Bush hay que anotar el militarismo desbocado y la barbarie en Irak; ...en síntesis, si se tiene en cuenta a la realidad misma, no es difícil entender el caso argentino como expresión de un escenario más amplio y convulsivo que domina el panorama mundial capitalista.

    Katz ha tomado la expresión del PO de la “argentinización de la economía mundial” -se titulaba así un artículo referido a las grandes bancarrotas yanquis del momento en el año 2002- como testimonio de que para el PO todos los gatos son pardos. ¡Pero Argentina ocupaba en 2001 el primer lugar en negociación diaria de títulos de deuda en el mercado mundial! La “argentinización de la economía mundial” se encontraba en acto. Este peligro inició un intervencionismo norteamericano (pactado con China) para organizar una salida, necesariamente transicional, o sea que plantea una crisis aún más amplia. Irak y Afganistán fueron invadidos, más allá del petróleo y del control de Asia central, para sustentar la autoridad política del Estado norteamericano en su intervención económica. Este análisis es sustituido, por el gradualista Katz, por la reiteración de que se trata de “un desequilibrio más”.

    Una expresión interesante del carácter “epocal” de la economía del derrumbe capitalista lo revela la propia economía china, que es la mayor “burbuja” del convulsionado mercado planetario globalizado. A diferencia de lo que sucedió en otra etapa histórica con la economía yanqui, paradigma del desarrollo capitalista nacional en la época de ascenso de la sociedad burguesa, la actual expansión de China tiene características muy notorias de un período de saturación de la producción capitalista mundial. Estados Unidos fue proteccionista para cubrir a su mercado interior; China no. Estados Unidos importaba mucho más de lo que exportaba; China hace lo contrario. Estados Unidos se financiaba en el exterior para estirar el horizonte de su producción nacional, China es acreedora y asfixia el consumo interno con una tasa de inversión descomunal para satisfacer los apetitos del entrelazamiento con el capital financiero y monopólico foráneo que opera en la mayor plataforma de exportación de toda la historia. China es entonces una gigantesca economía “sobreproducida”, y que ha llevado las desproporciones que son propias del capitalismo a un nivel sin parangón, de dimensiones potencialmente catastróficas. Del mismo modo, si China se ha convertido, por un momento, en una sopapa de seguridad del capital mundial, que exporta a ella capitales y materias primas, antes tuvo que ocurrir una guerra civil, bajo la ‘revolución cultural’ y la restauración capitalista en todos los ex Estados obreros. En el caso de China late, con una tensión brutal, la realidad de un capitalismo en “exceso” que ha depredado regiones y ramas enteras de la economía mundial para “mantenerse en pie” (la muestra más feroz de este fenómeno es el proceso de destrucción que se procesó en los años ‘90 en la potencia industrial de lo que fue la vieja Unión Soviética, la mayor destrucción económica de una nación en “tiempos de paz”).

    Lo notable de este momento histórico consiste, precisamente, en que, en primer lugar, a pesar de la victoria mayor que significó para el capital la liquidación de la URSS, el proceso de restauración capitalista esté condicionado por la impasse más general del capital; que por eso mismo, en segundo lugar, no habían pasado diez años desde la disolución de la URSS, cuando una bancarrota general que comenzó en el sudeste asiático, no dejó títere con cabeza. Se extendió primero a la Rusia “restaurada”, luego a América Latina y alcanzó la ciudadela yanqui con la amenaza de un quebranto financiero general. Es decir, lo notable es que la propia salida para el capital que significa la reapropiación de mercados gigantescos de los cuales había sido expropiado, debe ser comprendida como parte de un proceso inacabado totalmente inserto en el período de una aguda decadencia histórica del capital.

    El problema ni siquiera es, en lo que respecta a este trabajo, investigar las alternativas que las contradicciones del momento actual de la economía del derrumbe capitalista plantea en términos de salidas más o menos transitorias, más o menos consistentes, desvíos o amortiguadores que den respuesta a los problemas más agudos del mercado mundial. La cuestión es otra, y resulta pedagógicamente pertinente recordar lo que Lenin respondió a Kautsky cuando este acabó por convertirse a la profesión de fe inaugurada por Bernstein. Kautsky argumentó entonces a favor de una especie de transición pacífica y no revolucionaria después de la Primera Guerra Mundial. Para esa transición sólo había que esperar que el capital mundial acabara por centralizar y concentrar los recursos del mundo entero a una escala tal, que de una suerte de “ultraimperialismo” se pasaría en forma natural al socialismo. Lenin planteó entonces que no había ninguna duda de que el mundo avanzaba a un escenario de hiperconcentración del capital imperialista, pero que lo hacía con sus propios métodos, con su anarquía, con su violencia, con sus crisis, con sus mecanismos de destrucción masiva de recursos; de modo que mucho antes de alcanzar el “ultraimperialismo”, se plantearía la cuestión de la revolución social para millones de seres humanos que integran el ejército de los obreros y explotados del capitalismo. Katz sostiene imperturbable que el “capitalismo sigue en pie” (aunque no pague salarios a miles de docentes de la UBA). Vale la misma respuesta: sigue en pie con sus métodos; a cada catástrofe y a cada manifestación de su crisis, la “salida” que puede encontrar reproduce y potencia esa misma catástrofe capitalista. Si uno no sabe lo que busca, dijo alguna vez un gran historiador, no entiende lo que encuentra. Un “capitalismo que sigue en pie” no ofrece perspectiva de transformación social (y, por definición, abole la categoría de perspectiva e instaura el fin de la historia). De ahí que Katz se haya convertido al keynesianismo, que es un programa precisamente de conservacionismo social.

    Catastrofismo revolucionario

    La conciencia “catastrofista”, inclusive concebida como inminencia de la revolución, es un rasgo distintivo original del marxismo, de su concepción del hombre y la historia. Marx y Engels fundan esa concepción, la que dominará luego toda su práctica intelectual, política y militante, como un discurso de la revolución. Es lo que pone de relieve el español Ciro Mesa, en un estudio reciente muy interesante y más que recomendable: “sus escritos (los de Marx) se encuentran atravesados por el pensamiento de que la revolución está a la vuelta de la esquina, de que puede acontecer en el instante siguiente... En sus textos la interconexión entre crítica y revolución irrumpe de un modo inmediato, natural y continuo. El concepto marxiano de historia se articula, pues, como una forma de intervención en un combate que ya está teniendo lugar. La era capitalista vendría a culminar en la contraposición abierta y definitiva entre clases. Ya no puede ser negado y ha alcanzado tal agudeza que cualquier discurso teórico habría que tomarlo como una forma de tomar parte de hecho en él...”.

    El catastrofismo de Marx se despliega a partir de la conciencia sobre la “inminencia de la revolución”. El “Manifiesto Comunista” es de 1848 en el apogeo de los movimientos revolucionarios de la época en Europa y tiene el propósito de intervenir prácticamente en ellos. En 1850 Marx realiza un balance de los acontecimientos revolucionarios en un documento conocido como Circular a la Liga de los Comunistas. Marx esperaba entonces que la revolución frustrada en Alemania, por el comportamiento pusilánime de la mediocre burguesía teutona, renaciera, en un episodio próximo, bajo la dirección de la pequeñoburguesía. En función de tal expectativa la mentada circular es un impresionante compendio de estrategia y táctica revolucionaria, que incluye un análisis sobre el carácter de la revolución y su dinámica de clase, las posiciones y vínculos entre sí de la burguesía, la pequeñoburguesía y la clase obrera, la política que debe desarrollar el proletariado. El tono, la tensión del texto y del objetivo al cual sirve siempre es “catastrófico”. Dice: “Nuestros intereses y nuestras tareas consisten en hacer la revolución permanente hasta que sea descartada toda dominación de las clases más o menos poseedoras, hasta que el proletariado conquiste el Poder del Estado, hasta que la asociación de los proletarios se desarrolle y no sólo en un país, sino en todos los países predominantes del mundo, en proporciones tales que cese la competencia entre los proletarios en estos países, y hasta que por lo menos las fuerzas productivas decisivas estén concentradas en manos del proletariado. Para nosotros no se trata de reformar la propiedad privada sino de abolirla; no se trata de paliar los antagonismos de clase, sino de abolir las clases; no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva”. Las expectativas de Marx sobre la revolución no se cumplieron en los plazos del pronóstico original, pero las conclusiones revolucionarias de la Circular ganaron una perspectiva todavía más amplia, y si se quiere profética y anticipatoria, en la cual se formaron las generaciones de revolucionarios que le siguieron. Riazanov en su extraordinario trabajo sobre la vida de Marx y Engels dice que Lenin conocía las conclusiones de la Circular de Marx de memoria, lo que explica la conducta adoptada por Lenin ante el gobierno de Kerensky, pocos meses antes de octubre de 1917. Los mencheviques aconsejaban dejar pasar el momento para cuando el capitalismo volviera a “ponerse en pie”. ¿Y acaso no tuvieron razón, setenta años más tarde?

    Luego de la incumplida revolución del ’50, Marx planteó que el próximo “colapso” sobrevendría con la culminación del desarrollo de fuerzas productivas, que estimó estaría agotado para mediados de esa misma década. Y efectivamente la crisis sobrevino y aunque no provocó un estallido revolucionario, sí creó una situación revolucionaria (como explica Lenin en su estudio sobre situaciones revolucionarias); luego sobrevino la guerra franco-prusiana y la prematura Comuna de París. La secuencia podría seguirse con las expectativas de Marx, también cumplidas a medias, sobre las consecuencias del derrumbe de la producción agraria y la guerra civil yanqui al comenzar la década de los años sesenta del siglo XIX. Sobre el final de siglo, el propio Engels admitió que las expectativas de Marx y él mismo sobre la marcha de la revolución no se cumplieron, sin que esto quitase valor alguno a la teoría revolucionaria que sobre la base de una certeza inconmovible del “derrumbe del capital” ambos contribuyeron a cimentar de modo incomparable. Entendía lo que los marxistas ‘contables’ no asimilan -¡un siglo y medio después!- sobre la tendencia inevitable del capitalismo al colapso y a la disolución. Porque tanto Marx, como Engels, siguieron siendo “catastrofistas”, inclusive cuando estimaron que las vicisitudes de la economía capitalista y la maduración insuficiente del proletariado postergaban la revolución, por lo cual sacaron la conclusión de que esto reclamaba un trabajo de preparación política más prolongado para enfrentar adecuadamente... “el derrumbe del capitalismo”. El catastrofismo, este catastrofismo, está unido umbilicalmente a las concepciones de un socialismo riguroso, científico, revolucionario. Siempre fue así y siempre lo será.

    De la catástrofe a la revolución

    La caracterización que plantea la marcha inevitable de la sociedad burguesa a su propio desmoronamiento histórico como consecuencia de la “ley de movimiento del capital” (cuyo análisis y consecuencias, según las palabras del propio Marx, son la esencia de su propia obra); esta caracterización es el punto clave en el pasaje del socialismo como utopía al socialismo científico, según el título de un famoso libro de Engels. Pero el socialismo utópico que pretendía redimir a la humanidad, merced a los deseos, la racionalidad o inclusive la voluntad práctica de sus mejores representantes, fue en los comienzos del siglo XIX un síntoma precoz del “derrumbe del capitalismo” y hasta una expresión todavía primitiva, una transición hacia un socialismo obrero, cuando prácticamente no había obreros como clase forjada en la lucha contra el propio capitalismo. Ahora, doscientos años después, ya no el socialismo “utópico”, sino los trasnochados intentos por corregir la explotación capitalista con algunas inyecciones de dudosa moral, o de reflexiones metafísicas todavía más dudosas sobre el provenir, muestran apenas un retroceso vulgar en materia de pensamiento de alguien que prefiere ignorar que nos encontramos en un período de “revolución social”. Y que, además, ni si siquiera tiene el mérito de la novedad.

    La elaboración del “catastrofismo” se encuentra, si se nos permite la expresión, en el alma del marxismo. Marx mismo señaló que no había que ver en la miseria y degradación humana provocada por el capital, sólo eso, sólo miseria y degradación, sino reconocer en ambos su elemento revolucionario. De la catástrofe, entonces, emana el progreso y es la civilización que se reconstituye de su negación, es la afirmación del hombre como autocreación por medio del trabajo, superando la alienación de ese mismo trabajo. Marx retomó así para su propia cosecha los mejor de la filosofía de Hegel en la cual se había formado. La catástrofe del capital, o lo que es la tendencia a la disolución social que implica su existencia más allá de las premisas que lo tornaron un fenómeno histórico necesario (y episódico entonces a la escala de la Historia), es lo que Marx llamó la labor del viejo “topo”, precisamente porque es la destrucción del capital que se prepara como resultado de las leyes de movimiento, desarrollo ...y descomposición del propio capital.

    La tradición revolucionaria del marxismo nunca dejó de nutrirse y nutrir este catastrofismo, que alcanzará una nueva etapa de elaboración sobre la base del nivel que alcanza la sociedad capitalista y la lucha de clases en el siglo XIX y el siglo XX. Es, ya que hablamos de catástrofe, de la “última etapa” o “fase superior” del capital, para decirlo con las conocidas palabras de Lenin. El plano más elevado, que al revés del caso que nos ocupa, estimuló a las mejores cabezas del pensamiento socialista a caracterizar su “lugar histórico”. Es cuando florecen las grandes obras de los revolucionarios, planteando la “catástrofe que nos amenaza”, otra vez, citando un texto del líder de Octubre, que diera lugar a una de sus contribuciones más interesantes en plena revolución rusa. (Katz, en cambio, se preocupa por “mensurar las crisis”, como una especie de contador que estima cuánto falta para el siempre inalcanzable “porvenir del socialismo”, preocupado por explicar siempre “por qué el capitalismo se mantiene en pie”, según sus propias palabras.)

    Imperialismo

    Las elaboraciones de Hilferding sobre el límite que alcanzaba el capital con las nuevas formas de capital financiero o ficticio, los análisis de Bujarin sobre las contradicciones insalvables de la “economía mundial” en la época del imperialismo, los planteos de Rosa Luxemburgo sobre los límites de la “acumulación del capital”, concentraron como nunca las caracterizaciones sobre el derrumbe del capital. Ocurría en los años dramáticos en que el movimiento obrero debatía la conducta a tomar frente a una catástrofe que se estimaba podía arrasar con la historia, como resultado, precisamente, de los obstáculos absolutos que enfrentaba el capitalismo para sobrevivirse a sí mismo. ¿Hay que recordar esto otra vez a los intelectuales e izquierdistas? Es la época de la gigantesca carnicería de la primera guerra mundial, es la época de la hecatombe de las viejas direcciones del movimiento obrero que terminan asociadas a esa misma carnicería, es la época de “socialismo o barbarie”, según la terrible dicotomía que planteara la propia Rosa Luxemburgo en 1915.

    El mérito de los revolucionarios de entonces fue haber puesto de relieve en una caracterización muy seria, cómo el desarrollo del capital había llevado a la sociedad burguesa a una suerte de ‘punto de inflexión histórico’, acabando con la libre competencia, hipertrofiando las formas de existencia más parasitarias del capital, extendiendo su dominación a escala planetaria y alcanzando así la constitución de un mercado mundial, que es la última estación de su “misión histórica” (Marx). La “catástrofe” era este “lugar histórico” (Lenin). La revolución se abrió paso como consecuencia del derrumbe y la catástrofe del capital. Fue el tema estratégico de debate de la Tercera Internacional. Es el “dato” insustituible, que los gradualistas consideran en el siglo XXI, con sorna, como una realidad superada; un derecho que nadie les puede negar, pero, claro, no en nuestro nombre, ni el del “socialismo”, ni el del “porvenir”, para no hablar de la revolución a la que han dejado de lado.

    Cuando las derrotas de la revolución mundial y el aislamiento de la revolución rusa llevaron a una degeneración de los soviets y dieron lugar a la aparición de ese tumor maligno del movimiento obrero que fue el stalinismo, el derrumbe del capital no cesó de hacer su camino. La época de guerras y revoluciones, los cataclismos económicos, las más brutales convulsiones sociales, las “catástrofes” bélicas más despiadadas inclusive se profundizaron. El análisis del derrumbe del capital tuvo que incorporar entonces la crisis de dirección del movimiento obrero, el desplazamiento de la cúpula burocrática en el poder al campo de la contrarrevolución. Esta combinación particular, históricamente trágica, del derrumbe del capital, por su lado, y degeneración de una burocracia surgida al interior de un Estado obrero, por el otro, llevó la catástrofe de la sociedad burguesa a un nivel impensado. El Programa de Transición (1938) habla, entonces, de una “crisis de la humanidad”. Este es el camino de la historia, el de la catástrofe a la revolución; el camino inverso es el de Katz y sus amigos, que es el resultado de la desmoralización.

    ...de la revolución a la catástrofe

    Lo prueba el hecho de que Katz al frente de un grupo denominado Economistas de Izquierda (EDI), llegó a celebrar la disolución social de 2001 en Argentina, porque habría ofrecido el escenario de una suerte de comunismo primitivo capaz de abrir paso a una sociedad auténticamente humana.

    El asunto, en todo caso, tiene su lógica y se puso de relieve muy claramente cuando los EDI de Katz tomaron como acta de nacimiento el planteo de un llamado “Frente Nacional contra la Pobreza” (de la CTA de De Gennaro, Lozano y Yasky). Que en la misma línea intelectual habían llegado a la conclusión de que el “derrumbe del capital” no conducía a ningún lugar en sus carreras profesionales. Se propusieron, entonces, la poco grata tarea de probar que todo el mundo podía comer sin necesidad de derrocar al capital, es decir, sin superarlo. Por eso se pasaron de los “frentes de liberación nacional y social” a los frentes contra la pobreza; no contra el capitalismo sino por su “humanización”. Ni siquiera se percataron (o sí) que “pobres” era la manera de designar a los menesterosos en la época precapitalista, cuando la tarea de socorrerlos estaba a cargo de organizaciones caritativas, en general eclesiásticas. “Pobre” es una denominación engañosa (por eso la prefieren los intelectuales diletantes) para encubrir la desocupación que deriva de la explotación capitalista, y más precisamente, cuando esa desocupación se transforma en crónica y masiva, en un resultado del “derrumbe del capital” y de su tendencia irrefrenable al colapso y la disolución social.

    Para concretar su propuesta, le dieron a la pobreza un tratamiento “impositivo”. Con el objetivo de poner en claro que no hacían referencia a la transformación social idearon un mecanismo tributario para mostrar que se podía asignar a todo núcleo familiar un ingreso monetario similar al marcado por la “línea de la pobreza”, es decir, que apenas permitiera comer mal. A esta peculiar forma de “eliminar” la pobreza le pusieron de nombre “seguro de empleo”, para que no se escapara una contraprestación laboral y que en ningún caso se tratara de un subsidio al desempleo, financiado por la clase capitalista responsable de la desocupación masiva. No debe extrañar, entonces, que la organización de los intelectuales que elaboraron esta propuesta apoyara al gobierno de la Alianza y algunos de ellos sean ahora funcionarios del gobierno de Kirchner. No es necesario mucho más para señalar el carácter marcadamente antiobrero de este planteo centroizquierdista. Basta decir que esta línea de políticas frente al desempleo en masa y a la pobreza endémica hace mucho forma parte de los planteos al respecto del Banco Mundial.

    Katz y su grupo de Economistas de Izquierda debutaron en pleno colapso económico, social y político de la Argentina, para copiar la propuesta centroizquierdista (e incluso del Banco Mundial). De tal modo que, siguiendo el libreto establecido por los colaboradores del gobierno de De la Rúa, rechazaron de movida exigir un subsidio al desocupado para plantear -y citamos textualmente- “un seguro de empleo y formación propuesto por organizaciones sociales y sindicales” (se refiere a la CTA). Para que no cupieran dudas, Katz y el EDI especificaron que “los seguros de empleo... gestionados por las organizaciones del movimiento de trabajadores desocupados podrán convertirse en verdaderas remuneraciones del trabajo comunitario para recuperar la cultura del trabajo en oposición al trabajo alienado que surge de la actual relación entre el trabajo y el capital”. Es decir, que Katz y sus EDI veían en la descomposición social que llevó a privar del plato de comida a los explotados (o sea que el capital era incapaz de reproducir la fuerza de trabajo, o sea el “capital variable” necesario a su sistema social), para dar lugar a gigantescas ollas populares y diversos emprendimientos de autoayuda; veían en eso una “superación” del capitalismo y la forma suprema de convivencia humana en una existencia “desalienada”. La confusión de los efectos disolventes de la desocupación en masa con el “comunismo primitivo” no es otra cosa que una salida reaccionaria a la crisis a la esfera de que el capital “siga en pie”. Una igualdad en la miseria era presentada como la des-alienación del trabajo humano.

    Barbarie práctica y teórica

    Katz y sus amigos del EDI fueron en este camino hasta el final. Es así que propusieron como un paradigma de organización social, a la “economía del trueque”, o sea, el retorno a la economía pre-monetaria. Dirigentes del Partido Obrero, que eran a su vez líderes del movimiento piquetero, denunciaron al trueque como un mecanismo de confiscación económica y política. Por un lado, porque con la emisión incontrolada de “créditos” que servían para el intercambio se procedía a una devaluación creciente de este dinero “sui generis”, que acabó hundiendo a los mercados y a los “trocantes”. Esto, mientras algunos vivillos la presentaban como una salida “solidaria” a la crisis. Algunos tuvieron el atrevimiento de llamarlo “economía social” y no faltaron intelectuales que luego de fracasar en el estudio de la pobreza, se dedicaron a recabar fondos en algunas ONG para estudiar el fenómeno, dictar cursos y seminarios para líderes de la comunidad.

    Por otro lado, se trataba de una confiscación política porque el negocio del “trueque” se encontraba bajo el control de punteros y mafias peronistas que, más allá de sus propios beneficios, pretendían sustraer al pueblo empobrecido de la movilización y organización independiente contra el gobierno y el aparato estatal. En los mercados de “trueque” se produjo una hiperinflación de los “créditos”. Algo que inclusive podía “contabilizarse” en el número de créditos que se ofrecían a cambio de algunos trabajos de servicio personal (docentes para ayuda escolar, arreglos domésticos) frente al costo prohibitivo de algunos alimentos básicos. La falsificación indiscriminada de esa moneda basura (algo inevitable, porque el dinero no “se crea”) a cargo de diversas bandas vinculadas al aparato estatal, terminó por desmoronar los “mercados de trueque”. El trueque supra-potenció todas las lacras del fetichismo del dinero.

    Para Katz y los EDI, en cambio, el “trueque” constituía un fenómeno que “fomenta(ba) la dignidad del trabajo”, según escribió un coequiper de Katz. Como aquel personaje del impostor de Sartre que creía conveniente comenzar por engañarse a sí mismo para asegurarse que podría mejor confundir a los demás, Jorge Marchini explicó en una carta dirigida a Prensa Obrera (N° 750 del 18/4) el modelo socialista del “trueque” como de una “transparencia informativa –publicación del estado del circulante, auditoria por comisión abierta, inyección no arbitraria de nueva emisión, etc.– que no es habitual en la mayoría de las organizaciones sociales y políticas de la Argentina (ni siquiera en los partidos de izquierda, incluido el PO)”. Lamentablemente para Marchini-Katz, luego de sus análisis sobre la cristalinidad del mercado del trueque, el diario capitalista de mayor circulación en el país informaba sobre el derrumbe de la “red del trueque” por la sistemática estafa con los mentados “créditos” que por eso se desvalorizaban en la mayoría de los nodos al 90% del circulante” (3).

    Ya no como economistas, que parece ser una materia que no dominan, al menos como hombres de izquierda, Katz y sus EDI deberían saber que en la época actual el “trueque” reaparece sólo como expresión de la barbarización. Esto mismo se verificó en la amplitud colosal que tomó la economía de trueque en la Rusia “restaurada” por el capital financiero. Los “economistas” de Katz no sólo no repararon en este hecho sino que olvidaron, como “teóricos”, que un mercado de “trueque” mucho más elaborado y productivo que el de ellos, ya había sido confundido con el socialismo por lo reformadores sociales del siglo XIX, incluyendo en esto a una de sus más conocidos representantes, como es el caso de Proudhon. Marx dedicó su Miseria de la filosofía a criticar la pretensión de Proudhon de superar al capitalismo mediante una economía del trueque que asegurara una justa “distribución” de las mercancías, a través de una suerte de certificados o “bonos de trabajo”, que acreditara las horas invertidas en su producción. Pero los productos del trabajo necesariamente ocultan esta condición (o sea que pierden la ‘transparencia’) y adoptan la forma intransferible de mercancías cuando el intercambio se realiza entre productores privados independientes unos de otros. En este caso, la regulación de este trabajo social dividido, sólo puede tener lugar, luego de un largo proceso histórico, a espaldas de los productores, a los cuales esa regulación (el dinero) se impone como una fuerza exterior. Proudhon pretendía superar al capital con una circulación general de mercancías, que en la medida que circulan se convierten en dinero y en capital (comercial-mercantil-financiero). Marx demostró que la idea de los “bonos de trabajo” ni siquiera era propia de Proudhon sino que había sido formulada con anterioridad y en primer lugar por un inglés llamado John Gray (ver su artículo “John Gray y los vales de trabajo”) y que Proudhon la había extremado al absurdo punto de “sacralizar la mercancía como la esencia del socialismo” (idem). De todos modos, el planteo de Proudhon consistía en asegurar el “trueque” entre productores mercantiles reales; el de Katz y los EDI en asegurar el intercambio de consumidores desahuciados. El antecedente recuerda aquello de que cuando las cosas se repiten, emergen desgastadas.

    Miseria de la economía

    No hay nada arbitrario en este comentario. Katz ‘asignó’ a los “economistas de izquierda” la tarea de “demostrar que un régimen basado en las reglas del mercado y la competencia puede ser reemplazado por otro sistema de organización real de la producción, orientado por las necesidades prioritarias de la población” (ataca al mercado pero no a la explotación capitalista, a la circulación, no a la producción). Precisamente, la identificación del socialismo con la “producción racional y colectiva” es propia de los tiempos prehistóricos del movimiento socialista, como tuvimos oportunidad de señalarlo en un artículo sobre el punto, titulado “El socialismo arqueológico de los economoizquierdistas” (4). Decíamos en aquella nota que Claudio Katz había olvidado entonces el “curso de formación” que supimos dictar y en el cual citábamos a un terrateniente cuáquero que ya en 1696 presentó en el Parlamento británico un proyecto de sociedades cooperativas que mostraba las enormes ventajas de la “organización racional de la producción” concebida como tarea colectiva y planificada. El hombre, claro, no era socialista.

    Más acá, aunque doscientos años atrás, a comienzos del siglo XIX, las asociaciones de producción y consumo “planificadas” para la labor colectiva de miles de personas fueron ideadas por los exponentes del llamado “socialismo utópico”, en cuyas filas militaban industriales y filántropos. Más todavía, al final de ese mismo siglo, un mediocre socialista alemán, adversario de Marx y del movimiento obrero revolucionario, llegó a la conclusión de que una “organización metódica de la economía planificada” podría multiplicar rápidamente los ingresos de los obreros y reducir el horario de trabajo a la mitad del tiempo entonces vigente. Katz y los EDI boys se han dado a la tarea de volver a explicar, como “objetivo principal”, lo que era original hace más de trescientos años, pero no hoy. Lo cierto es que socialismo y producción planificada no son sinónimos, y emparejarlos es un error... pre-socialista.

    Que estos muchachos liderados por Katz sean considerados como “teóricos” de la economía política y de la “renovación socialista” es una especie de “mundo del revés”, según la conocida canción para niños de María Elena Walsh. La cuestión del socialismo no es de “racionalidad”; el capitalismo le dio al racionalismo un ímpetu sin precedentes. La pérdida de la “razón de ser” del capitalismo debe ser demostrada históricamente, por su bloqueo al desarrollo de las fuerzas productivas, y de ningún modo deducida de los principios de la “razón”. Al contrario, Marx identificó al derrumbe y a la catástrofe como una situación en el cual ya ni siquiera funcionaba la “razón organizadora del capital”. Marx expresó muchas veces que la “anarquía” y la “competencia capitalista” habían servido históricamente, bajo formas sociales contradictorias, para dar una extensión universal al mercado y poner en pie un “obrero colectivo”; un “taller social” de alcances planetarios que constituía la premisa para emprender una verdadera emancipación del hombre que mereciera el nombre de tal. Esto significa que el capitalismo no habría ocupado un lugar en la historia si no fuera precisamente por su “racionalidad” (frente a los modos de producción anteriores a él). Los mejores exponentes del movimiento socialista dijeron hace más de cien años que lo que importa no son las premisas técnicas de la “producción planificada” sino las condiciones sociopolíticas para concretarlas: la constitución de la clase obrera como organización política autónoma y su conciencia de que hay que destruir la maquinaria estatal de la burguesía, es decir, la revolución proletaria y socialista. Se ve que ya conocían a los “economistas de izquierda” de su tiempo.

    Miseria de los “economistas” (y de los no tanto)

    Conviene recordar ahora que la jefatura de hecho que asumió Katz entre los EDI no tuvo que ver absolutamente nada con sus, como vimos, discutibles cualidades como economista. Como lo señalamos en su oportunidad (“Propiedad, poder, economía”, en Prensa Obrera N° 783, 5/12/02) los EDI salieron en su momento a la luz pública al ser súbitamente lanzados a la promoción mediática cuando el mismísimo Claudio Katz fue ungido ni más ni menos que como hipotético ministro de Economía de un igualmente hipotético gobierno de Luis Zamora. Zamora, un ex izquierdista que había abandonado la política casi una década atrás, luego del Argentinazo se presentó a elecciones repudiando la “partidocracia”, en particular la de la izquierda. Reivindicó su rol de francotirador en nombre de una especie de “autonomismo” de la “autodeterminación” individual; sobre todo si servía para recolectar votos entre quienes repudian todo tipo de liderazgos salvo el propio y para acceder a una banca convenientemente remunerada (es la acusación prácticamente literal del puñado de seguidores que poco tiempo después acabaron por fugar en masa del grupo zamorista, hoy aletargado en un piadoso olvido). En función de esa misma línea y al ser indagado en el pico de su popularidad sobre como haría para enfrentar los problemas económicos del país, Zamora naturalmente eligió otro individuo “autodeterminado” y, calificando positivamente su saber “económico”, nominó a... Claudio Katz como posible jefe de la cartera respectiva en su “gabinete”.

    En esas circunstancias, y en lugar de delimitarse de un planteo verdaderamente patético, Katz y el EDI armaron a toda prisa una presentación especial de su “programa” en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, que hasta la televisión reprodujo en horario noble. Su atractivo consistía en que presentaba una “propuesta socialista” elaborada por profesores universitarios y bajo el amparo de un político estrella de las encuestas de voto. Cierta izquierda que no podía resistir la promesa de algunos miles de papeletas electorales, se subió inmediatamente al carro de los EDI. La misma centroizquierda, recordemos, incluyó en el “programa” del EDI el planteo inadmisible de un miserable “seguro de empleo”. La propuesta del EDI fue entonces firmada por economistas y personajes de los más diversos que no tenían nada que ver con la economía, pero compartían con los seguidores de Katz su rechazo a un planteo revolucionario y el afán por presentar esto como una “propuesta económica socialista”.

    El concepto mismo de una propuesta “económica” socialista es, sin embargo, un contrasentido. Porque “la economía política es la ciencia de la miseria humana”, como afirma el autor de una de las mayores investigaciones académicas sobre la evolución del pensamiento de Marx (5), y su crítica es el punto de partida del socialismo. La economía es sinónimo de un modo de producción social dominado por las mercancías y el capital, es decir, por la anarquía y la explotación del trabajo humano. Por esto mismo la crítica de la economía política no conduce a la perfección de la disciplina sino a su superación. Nos lleva, más allá del terreno de la economía, al plano de una teoría histórica, social y revolucionaria del mundo capitalista (6). La economía, condicionada históricamente por la sociedad burguesa a la cual embellece, está llamada a ser disuelta junto a la desaparición de ésta última, como resultado del proceso que es propio de la revolución socialista. Las contradicciones insuperables de la economía se resuelven, entonces, en el terreno de la lucha de clases y de la disputa por el poder. Pero Katz y los EDI declararon explícitamente que sus planteos excluían cualquier definición respecto a un planteo de “poder”, para mantenerse en el terreno de la “economía”. Textualmente: “no definimos qué tipo de gobierno supone la aplicación de nuestras propuestas”. Nada que agregar entonces sobre semejante definición... “socialista”.

    [...]
    --------------------------------------------------------------------------------

    1. Herramienta N° 32, junio de 2006.

    2. David North, “Marxism and revisionism on the eve of the twentieh century”, en World Socialist Web Site.

    3. Clarín, 17 de octubre de 2002

    4. Prensa Obrera N° 765, 1º de agosto de 2002

    5. Maximilien Rubel, en Karl Marx, una biografía intelectual, Ed. Paidós.

    6. George Labica y otros, Dictionnaire de Marxismo, Ed. Presses Universitaires de France.

    [...]
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    CATASTROFISMO - Debate intenso Empty Re: CATASTROFISMO - Debate intenso

    Mensaje por Blood Sáb Mar 21, 2015 8:35 pm

    Pablo Rieznik escribió:[...]

    Miseria del socialismo

    El socialismo convertido en “propuesta económica” consiste para Katz, y para una enorme cantidad de organizaciones y grupos izquierdistas e izquierdosos, en pregonar una serie de estatizaciones y nacionalizaciones de empresas varias. La confusión de tal modo entre estatismo y socialismo es especialmente negativa porque el segundo debe distinguirse en particular por su crítica al primero y por plantear en consecuencia la destrucción de la hipertrofiada máquina estatal capitalista con el objetivo de colocar todo el proceso social bajo el comando colectivo de los productores, es decir, de los trabajadores. Y el primer problema de los trabajadores en una transformación revolucionaria no es la propiedad sino el poder. Es el principio de todo... y desde el principio: “el primer paso de la revolución obrera es la toma del poder... del cual se valdrá (el proletariado) para despojar paulatinamente a la burguesía de todo el capital” (7).

    Es decir, primero el poder, luego la propiedad, no al revés. En cambio, para Katz y cía., el “programa” consiste en eludir el problema del poder. Recordemos, además, que setenta años después de lo señalado por Marx en el Manifiesto, la misma cuestión reaparece en un notable texto escrito por Lenin en agosto de 1917, dos meses antes de la revolución socialista soviética8. Entonces, el panorama aparecía dominado por un enorme caos y desorganización económica. Lenin planteó que la cuestión podía y debía ser resuelta sometiendo todo el tejido productivo al “control, la vigilancia y la contabilidad”. Esto implicaba la centralización inmediata de recursos, comenzando por los bancos y su administración racional mediante el “control obrero” colectivo. Sólo de la pelea por tal control, es decir, de la disputa por el poder de comando de la situación, se derivaría el destino de toda la transformación social. Pretender expropiar a la burguesía sin luchar por destruir su Estado y llevar al proletariado al poder es propio de un “economista” atrapado en su propio laberinto.

    ¿Se puede decir entonces, como lo ha hecho el PTS en una crítica de muy escaso valor, que el problema Katz y el EDI es presentar un programa “económico” correcto y socialista, pero con el defecto de no plantear el “sujeto social” capaz de ejecutarlo? No es así. Una crisis profunda y decisiva puede llevar a la burguesía a las más variadas nacionalizaciones y expropiaciones... para reconstruir las bases de la economía capitalista y del Estado que le corresponde. Un programa que no conecta de un modo directo los ataques a la propiedad burguesa con la necesidad del poder obrero –y esto con la finalidad de hacer compatible sus propuestas con los enemigos de un gobierno de los trabajadores– es un programa pequeño burgués y antiobrero. El programa de Katz y el EDI corresponde a un sujeto social bien definido. Es la clase media intelectual, cebada en su supuesto dominio de la “teoría”, vacilante e inconsecuente. Pequeña burguesía que encuentra en la “economía” el terreno ideal del diletantismo. Del mismo modo que encuentra en la acción colectiva y disciplinada de una organización obrera su enemigo natural. El campo del EDI no es el de la acción y la movilización práctica, sino el de la “asesoría” y las “mesas redondas”.

    Descubrir lo viejo

    En alguna oportunidad Marx fue interrogado sobre como pensaba que sería una sociedad socialista. Contestó despreciando la cuestión, como si la propia pregunta no supusiera una completa ignorancia acerca de sus planteos, concentrados en analizar las contradicciones de la sociedad capitalista y la organización del proletariado destinada a derrocarla y nunca en especular abstractamente sobre los tiempos que vendrán. “No soy el cocinero que provee las recetas del porvenir”, respondió entonces Marx. Katz acaba de publicar un libro sobre el “porvenir del socialismo” en el cual no falta ninguna de las recetas posibles. Suprime el movimiento de la revolución, la lucha del movimiento obrero por sus objetivos históricos y, en su lugar, se ofrece es una larga letanía en torno a algo que para Katz es una obsesión recurrente: la “democracia”. Una suerte de quimera, de esencia fundante tanto del capitalismo como del socialismo, puesto que la democracia constituye “una noción compartida” por ambos, dice Katz (pág. 199). Como coincidencia llamativa, digamos, que Bernstein inició su prédica del revisionismo con planteos muy similares en un trabajo llamado “Problemas del socialismo”.

    La atribución a la democracia de un “valor universal” es un planteo en principio tan viejo como el propio pensamiento burgués y hunde sus raíces en mitos, religiones y filosofías que se remontan muy atrás en el tiempo. Pero, inclusive, cuando jugó un papel revolucionario, no lo hizo como bandera “universal” sino como dictadura jacobina. Era entonces la democracia revolucionaria que arrasaba sin miramientos -y también sin los prejuicios de la formalidad institucional de la democracia- contra todo lo que se oponía a la rebelión popular. Era “universal” hacia el futuro, no hacia el pasado. ¿Qué tiene de universal un régimen que perpetúa y que refuerza la oposición del hombre contra el hombre y la explotación de una mayoría por una minoría?

    La crítica a las limitaciones insalvables de lo mejor de la democracia burguesa es demasiado conocida como para repetirla acá y destacó en particular la contradicción entre la igualdad formal (y ficticia) en el plano político y la desigualdad real (y creciente) que es propia del sistema capitalista. En los materiales más elementales que todo militante socialista lee desde un comienzo figuran los que rezan la doctrina básica de que aunque los regímenes políticos de la burguesía no sean indiferentes para el proletariado y los explotados, la más amplia de las democracias no deja de ser una dictadura del capital.

    Cuando Claudio Katz afirma que “el socialismo presupone (nótese: pre-supone) la instauración de una democracia genuina”, el asunto es mucho más prosaico y nada tiene que ver con el campo de lo que es revolucionario sino más bien con su opuesto. Si algunas décadas atrás floreció el pseudo descubrimiento del “valor universal de la democracia”, la referencia no era la transformación radical del mundo medieval ni de ningún otro mundo, sino, al revés, el embellecimiento de los más podrido de la democracia imperialista, del voto manipulado por el capital, del parlamentarismo corporativo, de la división de poderes para mejor engañar al pueblo, del estado de derecho contra la acción directa... y la revolución. Esto ya no es teoría sino historia práctica reciente; fue cuando “el eurocomunismo” en el final de los años ’70 del siglo pasado se preparó para el ejercicio directo de la “democracia”, es decir, el comando de las potencias capitalistas europeas. La teoría del “valor universal” de la democracia se acuñó en la península itálica entonces como fundamento del “compromiso histórico” forjado por el stalinismo vernáculo con la mafia vaticana de la democracia cristiana. En nuestro continente fue tempranamente importada por la izquierda brasileña para proclamar que renunciaba a cualquier planteo revolucionario para acabar con la dictadura militar de la época y, al contrario, para afirmar su disposición a pactar una sucesión “institucional”, es decir, antidemocrática, con los militares en el poder. Los teóricos del “valor universal” de la democracia son los que terminaron llegando al poder con Fernando Henrique Cardoso, primero, y con Lula más tarde. Es un plato recalentado y en estado de descomposición el que nos ofrece Katz y ni más ni menos que para el “porvenir del socialismo”. ¡Ay, Dios (si existiera)!

    En realidad, ya no hay nada de socialismo; el socialismo se ha transformado en una suerte de extensión de la “democracia”. No sólo “pre-supone” el socialismo: “la democracia es la condición para un progreso emancipatorio, porque coloca los destinos de la sociedad en manos de la mayoría popular” (pág. 223). Abajo la revolución socialista entonces, viva la democracia. Tampoco hay proletariado, sólo “pueblo”. El “porvenir del socialismo” se carga así del anacronismo de su inventor y arrastra un populacherismo de museo libresco. El escenario socialista se concretaría entonces con la conquista de lo que Katz llama la “ciudadanía plena” ya que el capitalismo la ha coartado o dejado irresuelta. Pero la “ciudadanía” es el lado conservador de la revolución democrática, es la llamada emancipación política que se traduce en la “igualdad”... ante la ley, en la sociedad en la cual el contrato y la ficción jurídica convierte en sujetos “equivalentes” al “patrón” y al “obrero” ...es la “sociedad civil” cuyos antagonismos, según la célebre sentencia de Marx, encuentran su “resumen oficial” en el poder político de la burguesía. ¿Pero acaso con nuestros “teóricos” tendremos que empezar todo de nuevo? La “ciudadanía plena” es la utopía idealizada del mundo burgués en la época más bárbara de la decadencia capitalista; es el “socialismo” ...de la izquierda antirrevolucionaria.

    Miseria de la política

    La receta de Katz tiene un lado si se quiere simpático, cuando su “democracia”, que se le ocurre “socialista”, adquiere la forma de un producto de cotillón en la misma medida en que puede imaginarse como esos disfraces que se componen o adornan con fantasías y oropeles a elección del consumidor. Su “modelo” se compone con lo bueno de la democracia “directa”, lo mejor de la “indirecta”, un poco de lo que es propio del “consejismo”, otro del “régimen político libertario” y algún condimento de “multipartidismo”. Finalmente, todo tiene en este mundo algo bueno, según el pensamiento de este intelectual devenido en una variante de pastor socialista. Y todo ello debe tenerse en cuenta, dice Katz, para “prefigurar el régimen político del futuro”, que es lo que define como el propósito fundamental de su “reflexión teórica”. Este es el retrato genuino de estos “filósofos de la miseria”, vestido de ese tipo de personaje cocinero que nos brinda las recetas del mañana, su “modelo para armar”, que ofrece como resultado de la lectura de todas las fórmulas posibles y de las cuales nos presenta siempre el sabor más apropiado. La consecuencia es una especulación vana, vacía de contenido y que sólo busca impresionar por la cantidad de información que reúne de libros y artículos leídos sin ton ni son y de numerosos “papers” dedicados a similares ejercicios de “reflexología”, que en este caso nada tiene que ver con la disciplina del Dr. Pavlov. El socialismo como ciencia nació para descartar las recetas y Katz propone renovarlo transformándolo en un libro de cocina... “El señor convendrá conmigo en que un hombre que no comprendió el estado actual de la sociedad, comprenderá menos aún el movimiento que tiende a subvertirla y las expresiones literarias de este movimiento revolucionario”, escribió cierta vez Marx respecto a alguien bien más ilustre que el que nos toca en suerte.

    Es la desaparición de la política. El “porvenir del socialismo” es un ejercicio pasatista de literatura sin rigor que se adereza seguramente con alguna conferencia o viaje que pueda sentar bien al espíritu del autor. Es un estilo, una especie de socialismo “fashion”: el texto de Katz es amable y grato, porque jamás asume la dureza de una lucha ideológica concreta. La polémica es siempre insinuada, lateral, nunca dirigida a la conquista abierta de una posición por la cual jugarse, siempre evitando la controversia llana. Cuando se la plantea, al mismo tiempo se la disimula, como quien arroja la piedra y esconde la mano. Por eso la cita que encabeza este mismo artículo de crítica al Partido Obrero, nunca fue dirigida en realidad al... Partido Obrero; nosotros “forzamos” la aparición del sujeto para una polémica más leal. Katz hace la crítica mencionando a un supuesto “crítico del reformismo” innominado (partidario del “catastrofismo”, etc.) y sólo una cita de pie de página medio perdida aclara que se trata de Jorge Altamira y de un artículo de Prensa Obrera que, de todos modos, no se dice que es el órgano del Partido Obrero. No es un detalle. En el territorio de Claudio Katz no hay partidos, tendencias, programas, organizaciones: todas las referencias remiten a “comentaristas”, “autores”, “investigadores”, “especialistas”. El tono pretendidamente académico es en sí mismo toda una definición y transforma al propio Katz en un “economista” o “profesor” del cual se vale la izquierda que descree definitivamente de las revoluciones y de la clase obrera para hacer pasar su propia involución. Es una interesante “dialéctica”, muy de nuestro tiempo. Katz mismo ha alcanzado el “desideratum”, muy cómodo para el “intelectual”, de la completa irresponsabilidad y esto en el sentido preciso de que no es responsable ante nadie, ningún agrupamiento, ninguna organización.

    La organización, sin embargo, es la condición para dar cuenta del “derrumbe del capitalismo”. Es necesario la asociación de los hombres, su conciencia, su acción práctica, la constitución de la vanguardia obrera como partido. Este es el propósito que se trazaron los fundadores del socialismo científico, partiendo, claro, del “dato” del “derrumbe del capitalismo”. Ni el PO, ni cualquier auténtico militante socialista tiene como propósito “mensurar” la “dimensión” de cada crisis capitalista, una tarea que, además es imposible de completar, porque requiere tiempo y perspectiva. Esto lo señaló Engels, más de un siglo atrás, cuando planteó que los socialistas estamos obligados a actuar contra la barbarie capitalista aún sin poder “mensurar” la “dimensión de las crisis”, lo que no impide apreciar su naturaleza histórica. El PO, ni ningún partido obrero, tiene la función de un economista, no tiene inversiones en la Bolsa, ni empresas que salvar de la bancarrota, “mensurando” ganancias y perdidas en una crisis. En un debate reciente, Katz admitió que en sus elucubraciones sobre el “modelo” del “porvenir del socialismo” “excluye” considerar lo que sucedería en los “períodos de excepción”, es decir, “excluye” considerar la revolución que, naturalmente, es un acontecimiento histórico excepcional. De eso no se habla; no se habla de la catástrofe capitalista ni de la revolución que engendra. La crítica al “catastrofismo” es la crítica a la revolución social simplemente disfrazada de... “debate socialista”. Es la intelectualidad desnaturalizada, es decir, no al servicio del conocimiento, sino de la confusión y de malherir la teoría. Semejante cosa fue “explicada” en un Instituto del Pensamiento Socialista. Suena a Discépolo y cambalache.

    Como aquel emergente de la familia enferma en el cual se concentran los síntomas patológicos de su entorno aparentemente sano, Katz se convirtió en una expresión del lastimoso retroceso de una parte enorme de la izquierda, aplastada por las evidencias de una barbarie del capital que no cesa, incapaz de descubrir el elemento revolucionario que anida en un derrumbe civilizatorio que es incapaz de reconocer o sencillamente ocupada en disfrazar su propia impotencia, cuando no su propia impostura. El “porvenir del socialismo”, del que apenas hacemos una mención porque seguir sus meandros haría ahora excesivamente largo este trabajo ya demasiado extenso, es el retrato de este presente de confusión y desdicha que ha quebrado a tanta izquierda aquí y en el mundo. Por eso es que en la página web de la llamada “Liga Comunista Revolucionaria” de Francia figura Katz como renovador del marxismo en las pampas, es premiado oficialmente en Venezuela como librepensador “socialista” y abunda en una producción tan copiosa como insustancial con la cual rinde culto al programa de Voltaire de “cuidar el propio jardín”. Lo que una expresión latina llamaba “quid pro quo” es lo que explica la necesidad de este texto.


    --------------------------------------------------------------------------------

    [...]

    7. Karl Marx, Manifiesto Comunista.

    8. Vladimir Lenin, La catástrofe que nos amenaza, y cómo combatirla.

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    CATASTROFISMO - Debate intenso Empty Re: CATASTROFISMO - Debate intenso

    Mensaje por Blood Sáb Mar 21, 2015 8:37 pm



    Otro artículo de Claudio Katz:

    Claudio Katz escribió:Los efectos del dogmatismo I[a]
    Catastrofismo
    7/10/2007
    Por Claudio Katz[1]

    El dogmatismo es una deformación de la acción política que se manifiesta en la izquierda en repeticiones de fórmulas y calcos de modelos. El endiosamiento de la Unión Soviética y la copia de la experiencia china, vietnamita o cubana fueron los principales dogmas del siglo XX. Estas modalidades han desaparecido, pero el doctrinarismo perdura entre algunas corrientes trotskistas que construyeron su identidad en la disputa con el oficialismo comunista.

    Las tesis de dos autores pertenecientes a una misma organización política ––Pablo Rieznik y Luís Oviedo del Partido Obrero de Argentina- ilustran esta permanencia del dogmatismo, en caracterizaciones, posturas y estrategias. Su punto de partida es la defensa del catastrofismo como “alma del marxismo” y esencia de la revolución.

    Reivindican explícitamente un término que habitualmente es identificado con la exageración o falta de seriedad. Ilustran su visión del capitalismo contemporáneo con numerosos ejemplos de quiebras industriales, bancarrotas financieras, gastos bélicos y desequilibrios fiscales. Atribuyen estos temblores al predominio del capital financiero sobre la inversión industrial y a la pauperización absoluta. Presentan esta visión como el fundamento insoslayable de un programa revolucionario y cuestionan duramente a los “desmoralizados vacilantes”, que no compartimos esa interpretación2.

    EL SIGNIFICADO DEL DERRUMBE

    Los dogmáticos presentan muchos datos pero pocas justificaciones conceptuales de su reivindicación del catastrofismo. Le asignan a esta noción un contenido puramente valorativo y lo utilizan para describir las nefastas las consecuencias del capitalismo. Esta denuncia es muy acertada, pero no tiene sentido elaborar teorías sobre el “capitalismo espantoso, terrible o truculento”.

    Los doctrinarios exhiben abundantes citas de Marx que invocan autoridad, pero no sustituyen su falta de razonamientos. Introducen, además, un arma de doble filo, ya que del mismo autor se pueden extractar también elogios al capitalismo (por ejemplo en el Manifiesto Comunista), que no lo convierten en un apologista de la ganancia. Marx legó una teoría del funcionamiento y de la crisis de ese sistema, pero no de su catástrofe. Analizó las contradicciones que empujan periódicamente al capitalismo a severas depresiones y destacó que la irresolución de estos desplomes- en términos socialistas- genera nuevos ciclos de acumulación. Como estos ascensos preparan a su vez crisis más intensas, promovió la erradicación de este régimen, sin imaginar nunca el estallido final que sugieren los catastrofistas.

    Marx explicó como las tendencias más explosivas del capitalismo estaban morigeradas por la acción de fuerzas opuestas (contra-tendencias) y distinguió el análisis puramente conceptual de este conflicto (tomo I de “El Capital”) de sus manifestaciones concretas (tomo III). Dado que los catastrofistas extractan frases del primer texto tienden a moverse en un terreno de contradicciones genéricas.

    La percepción de una catástrofe se insinuó ya en las últimas crisis del siglo XIX, pero se tornó corriente durante la depresión del 30 y la entre-guerra. Por eso el término derrumbe fue adoptado por los socialistas revolucionarios de esa época. Algunos historiadores han utilizado el mismo concepto para caracterizar el período 1915-45 como una “era de las catástrofes”, diferenciada de la fase de previa de “optimismo” y de la “edad de oro” posterior3.

    Esta clasificación resalta el sentido temporal de la noción en debate, al referirla a un período acotado. En cambio los catastrofistas extienden ilimitadamente su vigencia, como si la historia se hubiera detenido luego de la Primera Guerra mundial. Diluyen el sentido de esa etapa de colapso al ensanchar su duración. Repiten una deformación que afecta al concepto de crisis y que tiende a transformar lo excepcional en cotidiano. Nociones surgidas para explicar lo anormal quedan identificadas con lo habitual y pierden toda utilidad. Si la catástrofe gobierna al planeta en forma invariable desde hace 90 años, resulta imposible distinguir en qué se diferencia de una situación corriente.

    Este vaciamiento del concepto contrasta con el significado preciso que presentaba a principio del siglo XX. En ese período, el teórico revisionista alemán Bernstein rechazó la asociación de la teoría marxista con alguna forma de derrumbe económico. Argumentó que la expansión de la clase media y la atenuación de los ciclos morigeraban los traumas del capitalismo, convirtiendo al ideal de justicia en la única justificación del proyecto socialista. Los dogmáticos estiman que cualquier crítica a su catastrofismo equivale a reproducir ese enfoque y recuerdan que esa discusión determinó la división entre revolucionarios y reformistas4.

    Pero la acusación choca un severo escollo: el principal oponente de Bernstein fue Kaustky, otro social-demócrata que siguió el camino pro-capitalista inaugurado por su adversario. Se consideraba ortodoxo y recurrió al mismo arsenal de citas que actualmente utilizan los dogmáticos. Argumentó que el derrumbe era inevitable, pero postuló su regulación a través de la acción estatal. Esta postura demuestra que la afinidad con el catastrofismo no otorga patente de revolucionario.

    La teoría del derrumbe se mantuvo como doctrina oficial de la II Internacional, a pesar del giro gradualista de esa organización. Algunos teóricos como Cunow desenvolvieron incluso una concepción totalmente evolucionista, sin renegar de la tesis del derrumbe. Esta compatibilidad quedó posteriormente confirmada con la incorporación de la teoría del colapso al programa oficial del stalinismo, bajo la inspiración del economista Yevgueni Varga.

    Esa concepción fue adaptaba a las necesidades políticas del momento y en función de estos compromisos, el desmoronamiento del capitalismo podía ser ubicado en un punto próximo o lejano. Este multiuso del catastrofismo persiste hasta la actualidad. Como es una teoría abstracta e inconsistente puede ser acomodada a cualquier requerimiento.

    EL ENIGMA DE LAS FUERZAS PRODUCTIVAS

    La justificación catastrofista tradicional se apoyaba en una caracterización de estancamiento estructural del capitalismo, que expuso Trotsky a fines de los años 30. El dirigente de los soviets estimaba categóricamente que las fuerzas productivas “habían cesado de crecer”. Este diagnóstico no es actualmente explicitado por sus dogmáticos sucesores. Resaltan la “destrucción” o el “bloqueo” de estos recursos, sin definir si el concepto original perdió o no validez5.

    Esta confusión es importante porque tanto el bloqueo de las fuerzas productivas como su conversión en instrumentos destructivos forman parte de la naturaleza intrínseca de un sistema, basado en la explotación, la concurrencia y el beneficio. En cambio la tercera noción de freno alude a una coyuntura específica de depresión y no al funcionamiento corriente del capitalismo.

    Trotsky diagnosticó esa parálisis en el clima legado por el crack del 29 y en las vísperas de la segunda guerra. Cometió el error de presentar ese dato como un rasgo incorporado a la lógica del capitalismo, en contradicción con su postura distante del catastrofismo. La tesis que elaboró en torno al desarrollo desigual y combinado presupone el funcionamiento dinámico del sistema, ya que observa la mixtura de modernidad y atraso en los países periféricos como resultado de una intensa competencia internacional por el beneficio. Esa coexistencia emerge porque la acumulación sucede periódicamente al estancamiento, en un marco de fluida integración de las economías dependientes al mercado mundial.

    También el análisis que presentó Trotsky de la internacionalización creciente del capitalismo se apoyaba en un reconocimiento del dinamismo de este sistema. Su específica interpretación de las curvas del desarrollo de largo plazo -resultantes del desenlace de grandes guerras y revoluciones- es particularmente incompatible con cualquier esquema estancacionista.

    Pero las observaciones sobre la parálisis de las fuerzas productivas que expuso sobre el final de su vida fueron transformadas en un estandarte del catastrofismo. Esta interpretación fue desarrollada en 1960-70 por los teóricos trotskistas ortodoxos afines a la corriente de Pierre Lambert, en oposición a las acertadas críticas que formuló Ernest Mandel6.

    Los defensores del catastrofismo presentaban el freno de las fuerzas productivas como un dato invariable desde 1914. Omitían que la destrucción y desvalorización de esos recursos -como resultado de la depresión y las guerras- había recreado su expansión cíclica, junto a la recomposición de la tasa de ganancia y la ampliación de los mercados. Como todos los indicadores desmentían las tesis estancacionistas modificaron el significado del concepto fuerzas productivas. En lugar de expresar niveles de productividad, PBI, tecnología o consumo, esa noción quedó identificada con el “desarrollo del hombre”. De esta forma desplazaron hacia campo filosófico el tratamiento de un tema nítidamente económico7.

    Pero con este equivocado planteo intentaron al menos nutrir de algún fundamento, a la tesis que los dogmáticos actuales simplemente enuncian. Los catastrofistas del siglo XXI omiten cualquier referencia a ese argumento, dando a entender que nadie ha opinando sobre el tema desde 1940. Esta alergia a cualquier reflexión impide entender en qué se apoya su enfoque. Por un lado se resisten a reconocer que en los períodos de reactivación las fuerzas productivas se expanden, pero por otra parte tampoco reivindican la caracterización humanista de estos recursos como un parámetro de realización del individuo. No aceptan el curso fluctuante que adopta la evolución de las fuerzas productivas en función del ciclo económico y se limitan a ilustrar lo obvio: el carácter nefasto del capitalismo en cualquier terreno. Qué relación guarda esta conclusión con el augurio de catástrofe es una incógnita sin respuesta.

    ¿SOLO DOS ÉPOCAS?

    Los dogmáticos recurren a vagas descripciones sobre el “progreso y la decadencia” del capitalismo, para eludir evaluaciones concretas del ascensos y caída de las fuerzas productivas. Contraponen la era de pujanza del siglo XIX con una etapa de regresión iniciada en 1914. Estiman que esa fecha marcó una divisoria de aguas que perdura hasta la actualidad, sin explicar como descubren esa misma decadencia en los textos previos de Marx8.

    El contraste entre dos períodos históricos retoma una idea que postularon muchos marxistas de entre-guerra ¿Pero en la centuria posterior no ocurrió nada trascendente? ¿El capitalismo se mantuvo intacto desde esa fecha? El dogmático solo observa una “profundización de las tendencias de la época”. No registra que este clásico contrapunto histórico solo tiene validez relativa. Indica acertadamente que las guerras, los genocidios, la explotación y la destrucción del medio ambiente se han multiplicado y que el capitalismo ha perdido capacidad espontánea de acumulación. El sistema necesita recurrir al creciente auxilio estatal para asegurar la continuidad de su reproducción. Pero ninguna de estas modificaciones elimina su sustento objetivo en la competencia por la ganancia, que se dirime en crecimiento, innovación y ampliación de los mercados.

    Esta regla explica la continuidad de las crisis periódicas. Si el capitalismo pudiera frenar sus tendencias expansivas, también habría podido regular las reactivaciones, atemperando la sobreproducción. Esta imposibilidad diferencia a este régimen social de otros modos de producción –como el feudalismo o el esclavismo-que efectivamente padecieron estancamientos de largo plazo.

    El contraste simplificado entre un período floreciente y otro decadente del capitalismo pierde de vista los rasgos del sistema, que han sido comunes a todas sus etapas. Al enfatizar esa separación se olvida que las reglas de funcionamiento expuestas por Marx perduran hasta la actualidad. En lugar de analizar estas normas, el dogmático recurre a una impugnación moral del presente, que embellece el pasado librecambista. La imagen del siglo XIX como un período floreciente olvida los terribles padecimientos populares de ese período. Es absurdo afirmar que los tormentos de un asalariado en la actualidad son superiores a los padecidos por sus antecesores.

    El contraste entre una época de reformas sociales (1880- 1914) y otra de atropellos capitalistas (1914-1940) fue inicialmente establecida para distinguir la expansión de la social-democracia del ascenso del fascismo. Como el dogmático supone que el mundo quedó congelado luego de esas dos experiencias, no percibe que otra secuencia de avances sociales se registró durante el estado de bienestar (1950-70) y otra escalada de atropellos patronales se ha consumado desde el ascenso del neoliberalismo (1980-90).

    Esta reiteración confirma que el capitalismo continúa incluyendo etapas de preeminencia de las mejoras populares y de las agresiones burguesas. Quiénes desconocen esta fluctuación -porque han decretado que en el “capitalismo decadente ya no hay reformas sociales”- no pueden reconocer el alcance de las conquistas sociales de post-guerra, ni comprender la reacción thatcherista posterior. Suponen que el capitalismo arremete sin pausa desde hace 90 años contra logros obtenidos a fines del siglo XIX.

    Los catastrofistas demuestran poco interés por estudiar la dinámica del capitalismo contemporáneo, porque tienden a atribuir más relevancia a la esfera político-militar del sistema que a sus fundamentos económicos. Presentan descripciones que diluyen la lógica objetiva del capital y que contradicen sus propios augurios de catástrofe. Pero lo más común es la identificación de la decadencia con una “crisis mundial”, que observan en todas las esferas del capitalismo9.

    Esta imagen de disfunción permanente, sin fecha de inicio, puntos de agravamiento o momentos de distensión resulta particularmente indescifrable. Realza las tensiones contemporáneas, olvidando que la armonía nunca rigió la existencia del género humano. La crisis es siempre un momento de disrupción y nunca una fase perdurable. No puede constituir una “categoría del capitalismo en descomposición”, porque solo existe en función de su par simétrico que es la estabilidad. Los catastrofistas dan rienda suelta a su imaginación para encontrar algún sostén conceptual de sus afirmaciones. En esta búsqueda, la invención nunca empalma con el rigor.

    LOS MECANISMOS DE LA CRISIS

    Todos los marxistas de entre-guerra sabían que el derrumbe es un concepto insuficiente para comprender la crisis capitalista. No permite ir más allá de la enunciación básica de las tensiones del sistema. Permite conocer las contradicciones que oponen a las fuerzas productivas con las relaciones de producción o al valor de uso con el valor de cambio, pero estas generalidades no aclaran los mecanismos de la crisis, que cada teórico atribuyó a fuerzas diferentes.

    Kaustky priorizaba la pauperización absoluta, Lenin la supremacía del capital financiero, Luxemburg el subconsumo y Grossman la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Los catastrofistas contemporáneos parten de cero e ignoran esta montaña de trabajos. En lugar de analizar el derrumbe con alguna opinión sobre estos debates, recurren a simples datos periodísticos para ilustrar la miseria creciente o el parasitismo de las finanzas. Como eluden cualquier reflexión teórica, tampoco aclaran cuáles son los vínculos que relacionan entre sí a los distintos procesos que retratan.

    Su identificación del capitalismo decadente con la pauperización absoluta ha sido reiteradamente refutada. No solo la teoría del salario de Marx es explícitamente opuesta a esta tesis, sino que además existen sobradas evidencias empíricas contra esa asociación. La polarización total entre riqueza y pobreza degrada por completo a los desocupados o a los precarizados, pero no a la masa de los asalariados, cuya reproducción exige compensaciones del esfuerzo laboral creciente. La propia reproducción del capital requiere, además, una expansión significativa del consumo.

    En los países centrales el salario no decae en términos absolutos en el largo plazo, aunque retroceda en comparación a las ganancias o al ingreso total. Unicamente sobre los informales recae el tipo de exclusión, que podría asemejarse a la miseria creciente. Este rasgo se verifica también en la acumulación primitiva que procesan las economías periféricos y en todos los picos de las grandes depresiones. Pero la reproducción corriente genera -junto a la desigualdad de los ingresos- formas solo relativas de pauperización. Si la miseria creciente fuera una tendencia dominante convertiría a todos los asalariados en mendigos, imposibilitando el socialismo. Este colapso conduciría a la disgregación de los trabajadores como sujetos de la transformación anticapitalista10.

    El catastrofista no vierte ninguna opinión sobre este tema y tampoco explica cuáles son las conexiones que establece entre la supremacía de los bancos y el derrumbe. Solo enfatiza la existencia de una gran autonomía de las finanzas, propagando la imagen fantasmal del capitalismo, que suscriben todos los encandilados por el universo del dinero. Estas miradas pierden de vista el basamento productivo de la acumulación, que ha sido siempre subrayada por los marxistas para explicar como funciona el sistema, a partir de la expropiación de plusvalía. Esta centralidad explica porque rigen leyes del capital en el ámbito productivo y no en la esfera monetaria. La especulación financiera es un proceso derivado y dependiente del valor generado por los asalariados y apropiado por los patrones.

    El catastrofista desconoce estos principios básicos porque está deslumbrado con los vaivenes de la Bolsa. Sigue con atención todas las transacciones con bonos, acciones o títulos públicos, olvidando que estas operaciones son regidas en última instancia por expectativas de ganancias asentadas en la explotación de la fuerza de trabajo. Su deslumbramiento por el corto plazo financiero es congruente con su búsqueda de explosiones, pero no facilita ninguna comprensión de las contradicciones que caracterizan al capitalismo actual11.

    En medio de un laberinto de tecnicismos financieros el catastrofista suele argumentar que la hipertrofia bancaria deriva de la “crisis de sobreproducción”. Supone que con una escueta afirmación y algunas cifras de excedentes invendibles han dejado establecida la conexión productiva, que le permite cumplir con el credo marxista. Pero una frase al pasar no zanja ningún problema. La sobreproducción es tan solo una expresión de cualquier tipo de crisis capitalista. No define la intensidad de esa turbulencia, ni ilustra los mecanismos de su expansión. El dogmático constata como la producción ha desbordado al consumo en tal o cual sector, pero no explica causas o alcances de esa desproporción y tampoco aclara su relación con el derrumbe12.

    Finalmente los teóricos del colapso mencionan con grandilocuentes calificativos otro cimiento posible de su concepción: la tendencia decreciente de la tasa de ganancia13. Pero mantienen invariable su costumbre de ignorar medio de siglo de discusiones sobre el tema. En esos debates, varios autores intentaron correlacionar esa tendencia con un desemboque catastrófico.

    Esa búsqueda incluyó definir en qué momento la continuidad de la acumulación quedaría imposibilitada, por extracciones de plusvalía menores a las requeridas para asegurar la reproducción del capital. Estos ensayos fallaron lógicamente y chocaron con evidencias de funcionamiento cíclico de la acumulación. El capitalismo no se degrada en picada hacia un desmoronamiento final, sino que subsiste a través de espirales de crecimiento y crisis convulsivas14. El dogmático no aprueba estas tesis en debate, ni rechaza las críticas. Simplemente se abstiene de opinar.

    FATALISMO Y NATURALISMO

    Los catastrofistas no aportan ninguna idea frente a controversias de varias décadas, en torno a la pauperización, las finanzas, la sobreproducción y la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Sustituyen esta contribución por una catarata de calificativos, que le asignan al propio término de catástrofe infinitos significados. Utilizan esta palabra como sinónimo de recesión, sobre-inversión o burbuja financiera, como si fueran conceptos equivalentes15. Consideran que el significado de cada término tiene tan poca importancia como la preeminencia de una reactivación sobre la depresión. ¿Para qué detenerse en estas minucias, si todo puede resumirse en la sencilla enunciación de un colapso?

    El uso de alguna categoría que permita evaluar etapas o coyunturas del sistema, le parece al dogmático propia de un reformista que actúa como “agrimensor del capital”16. Pero olvida que ese tipo de mediciones son indispensables para comprender el funcionamiento y la crisis del capitalismo. En todo caso, de esas estimaciones siempre pueden surgir hipótesis más incitante que el simple gusto por el oscurantismo.

    La discusión que suscitó la teoría del derrumbe durante la entre-guerra no se redujo a temas económicos. Incluyó también un aspecto metodológico que cortó en forma transversal a todos los participantes de ese debate. Al definir el curso del capitalismo (teoría de la crisis) y su proyección política (reforma o revolución), varios autores expusieron su visión sobre la conexión entre los procesos objetivos y subjetivos que caracterizarían a una transformación anticapitalista.

    Kaustky interpretaba este curso como un sendero inexorable, en gran medida independiente de la acción humana. Equiparaba las leyes del capitalismo con las fuerzas de la naturaleza y entendía que ese impulso conducía por sí mismo al socialismo. En frontal oposición a ese enfoque, Luxemburg resaltó la gravitación de la subjetividad, el papel de la huelga de masas y la importancia de la espontaneidad en la acción popular. Asignó un papel decisivo a la intervención revolucionaria de los oprimidos, contra la expectativa en un devenir socialista resultante de la auto-disolución del capital.

    El trasfondo de esta diferencia era la reivindicación o crítica del naturalismo positivista que prevalecía en todos los esquemas analíticos de la II Internacional. Al revisar este debate surgen inmediatamente preguntas sobre la ubicación de los catastrofistas contemporáneos. ¿Son más afines al universo fatalista de Kaustky o están más próximos al determinismo histórico-social de Luxemburg?

    Basta observar las caracterizaciones de los dogmáticos sobre la “naturaleza terminal del metabolismo capitalista” o sus pronósticos sobre la “marcha inevitable de la sociedad burguesa al desmoronamiento”, para despejar cualquier duda sobre esta ubicación. Los catastrofistas actuales reproducen el enfoque objetivista de Kaustky, con una adición de elementos voluntaristas. Combinan el naturalismo de la vieja social-democracia con exaltaciones de la acción. El individuo es visto como una fuerza muy activa, pero solo en la materialización de un curso inexorable de la historia.

    Los dogmáticos comparten la misma incapacidad positivista de su precursor, para distinguir las formas de la investigación que separan a las ciencias sociales de las ciencias naturales17. Desconocen que en el primer campo no existe una distancia cualitativa entre el sujeto y el objeto de análisis y que por esta razón el cientista social se encuentra directamente involucrado en las conclusiones que postula y en las recomendaciones que propone18. El dogmático ignora por completo esta diferencia.

    EXAGERADOS Y MODERADOS

    El apego de los catastrofistas por la exageración es muy conocido. Suelen identificar las tensiones del capitalismo con la implosión del sistema y asemejan cualquier recesión, desplome bursátil o quiebra bancaria con un inminente colapso. En sus caracterizaciones de la “crisis mundial” tratan las tensiones económicas de Argentina y Noruega o Ecuador y Suiza, como si fueran equivalentes. Siempre pronostican la inminencia de una explosión, sin detenerse a explicar porque falló su previsión anterior. Han diagnosticado tantas veces semejanzas con la depresión del 30, que ya no se sabe de qué acontecimiento están hablando19.

    Estos exabruptos han desatado la crítica de autores que comparten muchas conclusiones del dogmatismo. Estos analistas rechazan la reivindicación del catastrofismo y ponen distancia con todos los excesos de una concepción, que no reúne requisitos mínimos de seriedad20. Estiman que el colapso coexiste con la estabilidad y retoman en parte la visión autocrítica de otro dirigente trotskista (Nahuel Moreno), que intentó sustituir el catastrofismo por una teoría del capitalismo decadente21.

    Este enfoque se ubica en un punto intermedio. Reconoce la existencia de varios problemas, pero no encuentra la vía para resolverlos. Aunque percibe que el catastrofismo impide comprender la realidad, mantiene su fidelidad a los fundamentos de esta concepción. En los hechos, intenta erigir una teoría del capitalismo en declinación semejante a la postulada por los autores que cuestiona. Comparte el rígido criterio de división del capitalismo en dos épocas y avala todos los esquematismos que surgen de esa separación.

    Los teóricos del capitalismo decadente suelen argumentar que en esta etapa se afianza la “incapacidad del sistema para resolver los problemas que ha generado su regresión”22. Pero es evidente que esta impotencia no es un dato novedoso del siglo XX, sino una contradicción generalizada de este modo de producción, en cualquiera de sus estadios. Este tipo de incapacidad se manifestaba especialmente en el pasado, en la incapacidad para atenuar el impacto de la competencia privada y se verifica en la actualidad, en la impotencia para contrarrestar los efectos de la intervención estatal.

    Este enfoque busca también una opción intermedia en el plano teórico, entre el estancacionismo ortodoxo (Lambert) y su crítica (Mandel). Pero como ese lugar equidistante no existe, el resultado es una permanente indefinición frente a las grandes disyuntivas. Postulan un “ni” constante, ante cada problema significativo23.

    Como temen deslizarse hacia un reformismo pecaminoso si cuestionan abiertamente las tesis del derrumbe, evitan tomar partido en todos los debates sobre los mecanismos de la crisis o la lógica del ciclo. Emiten un invariable mensaje a favor de “no exagerar” pero tampoco “capitular”, sin notar que la economía es un terreno poco propio para tantas vacilaciones,

    Esta indefinición les impide avanzar en su intento de la evaluación del capitalismo actual. En este terreno la consistencia de sus diagnósticos está socavada por la ausencia de nítidos criterios de análisis. Por un lado rechazan la imagen de crisis permanente que postula el catastrofismo, pero por otra parte tampoco aceptan las categorías de ciclos cortos, etapas cualitativamente diferenciadas, fases de crecimiento y depresión, que proponemos los críticos del dogmatismo.

    Esta indefinición conduce al titubeo permanente. Las advertencias de cautela se suceden al momento de evaluar la coyuntura actual, con llamados a “no sobre-estimar” y no “subestimar” la crisis o la consistencia de la recuperación. Este punto medio constituye una ilusión. Sin adoptar una teoría marxista de la crisis resulta imposible avanzar en esa indagación24.

    Esta indeterminación se refleja también en la suscripción de las acusaciones que propagan los teóricos del derrumbe25. Este aval confirma que no se puede ir muy lejos cuestionando formas y aceptando contenidos del catastrofismo.

    “LA REVOLUCIÓN A LA VUELTA DE ESQUINA”

    En tanto concepción económica el catastrofismo no suscita gran interés. Pero en la medida que constituye un aspecto del dogmatismo tiene significativas consecuencias políticas. Los teóricos del derrumbe establecen una relación directa entre el colapso que siempre avizoran y la revolución social. Resaltan los vínculos inmediatos que ligan a ambos procesos y estiman que el abandono de la tesis del colapso equivale a desertar del socialismo.

    Consideran que Marx siempre actuó suponiendo que la “revolución estaba a la vuelta de la esquina…y podía acontecer en el instante siguiente”. Estiman que aún “cuando estas expectativas no se cumplieron en los plazos del pronóstico original” legaron conclusiones “proféticas” para las generaciones posteriores. Subrayan que el catastrofismo permite preservar esta conducta contra las recurrentes caídas en la “desmoralización”26.

    Pero es evidente que esta opinión incentiva más creencias que reflexiones. Solo convoca a preservar la fe en el estallido social que sucederá a la debacle. Aplicando este criterio, cualquier estrategia socialista parece superflua. Si alcanza con imaginar la proximidad de la revolución para actuar acertadamente: ¿Qué importancia tienen las condiciones de ascenso o de reflujo popular, las victorias o derrotas de la izquierda? ¿Para qué sirven las tácticas y políticas que guían la acción militante?

    Marx razonaba de otra forma y por eso buscó ajustar su acción política al contexto que enfrentaba. Rechazó el putchismo de Blanqui y Bakunin que sustituían esa evaluación por el tipo de excitaciones que fascinan a los catastrofistas.

    Los dogmáticos resaltan que la revolución se ha tornado inmediatamente factible, desde el momento que el capitalismo obstruye el desarrollo de las fuerzas productivas. Retoman esta idea de un conocido texto de Marx (Introducción a la crítica de la economía política). Suponen que un concepto de 1857 brinda suficiente sostén para anunciar la inminencia de la revolución en el 2007. Pero se olvidan del carácter genérico de esa observación, que el autor de “El Capital” formuló como indicación puramente abstracta. No incluía juicio alguno sobre la insurrección alemana de 1848, la lucha de los cartistas ingleses o las huelgas de los sindicalistas franceses. Solo aludía en términos analíticos a contradicciones objetivas del capitalismo, excluyendo cualquier consideración de la lucha de clases. Por esta razón menciona a la revolución como un proceso sin sujetos.

    De ese señalamiento de Marx no surge ninguna relación conceptual, entre catástrofe y revolución. Extendiendo sus hábitos de la economía a la política, el dogmático no aporta ninguna demostración de sus afirmaciones.

    La identidad que establece entre derrumbe e inminencia de la revolución choca, además, con la enorme autonomía que demostraron las victorias socialistas del siglo XX de cualquier colapso capitalista. La revolución rusa fue un resultado directo de la guerra y no de la depresión (que estalló posteriormente). Y otros hitos anticapitalistas se consumaron durante el comienzo (Yugoslavia, China) o la plenitud (Cuba, Vietnam) de la prosperidad general de post-guerra. Pero el doctrinario no puede registrar esta independencia relativa porque le ha quitado significado concreto a todos los problemas que enuncia.

    SIMPLIFICACIONES Y EXTRAPOLACIONES

    La revolución ha constituido en la última centuria un acontecimiento tan factible como excepcional. Nunca fue un dato cotidiano. Irrumpió en pocas oportunidades y no abarcó a todos los países. Cuándo Lenin caracterizó su época como un “período de guerras y revoluciones” se refería estrictamente a la etapa que describía (1914-22). Los dogmáticos convirtieron esta caracterización en un diagnóstico aplicable a cualquier momento y lugar de los ochenta años subsiguientes. También en esta extrapolación, la fe ha reemplazado a la reflexión.

    El dirigente bolchevique nunca concibió a la revolución como un encuentro diario “a la vuelta de la esquina”. Introdujo muchas categorías para evaluar la posibilidad, factibilidad o proximidad de ese acontecimiento. Jamás atribuyó el estallido a un genérico bloqueo de las fuerzas productivas. Desarrolló numerosos conceptos sobre etapas, situaciones, crisis y coyunturas revolucionarias. El contraste entre este rigor y el verbalismo catastrofista salta a la vista. El líder de octubre no abrumaba a sus lectores con la presentación de escenarios explosivos, ni con invariables retratos de la “crisis de poder”, cuyo significado es tan cristalino como la “crisis mundial”27.

    Los dogmáticos estiman que todas las luchas parciales se desenvuelven en un marco de catástrofes y guerras, que desembocan en disyuntiva de poder. Dónde, cómo, cuándo y de qué forma se desarrolla este tipo de secuencias es un misterio. Pero como la revolución está esperando a la “vuelta de la esquina”, simplemente basta con poner manos a la obra para asegurar el fin del capitalismo. Al catastrofista no le provoca gran inquietud que jamás haya podido materializar sus creencias. Solo le preocupa arremeter contra los “pasatistas desmoralizados”, que cuestionan su diagnóstico de incendios sin calendario, ni localización.

    Con la misma liviandad que registran colapsos de regímenes políticos en cualquier rincón del planeta, los dogmáticos resaltan la presencia de “situaciones revolucionarias”, a veces atemperadas con alguna sub-clasificación (“pre- revolucionaria”) o incluidas en “etapas” más genéricas pero del mismo signo.

    En cualquier caso postulan que el estallido es más o menos inminente, sin tomar en cuenta el sentido que asignaban Lenin o Trotsky a todas las categorías vinculadas con la revolución. Inicialmente desarrollaron esos conceptos para resaltar la gravitación de la acción subjetiva contra el naturalismo fatalista de la II Internacional. Posteriormente adaptaron estas nociones al marco creado por la revolución rusa en el convulsivo contexto de entre-guerra. Siempre aludían a coyunturas específicas y no a decenios, ni geografías planetarias.

    El abuso dogmático más común afecta a la noción de “situación revolucionaria”, que Lenin originalmente asoció a tres rasgos: crisis de las clases dominantes, agravamiento de la miseria de las masas e intensificación de la resistencia popular. Posteriormente sintetizó esta idea en la conocida fórmula de “los de abajo ya no quieren” y los de arriba ya no pueden” seguir viviendo como en el pasado. Estas caracterizaciones aludían a momentos nacionales concretos, tomaban en cuenta la correlación de las fuerzas y no pretendían ilustrar el estado general del capitalismo. Guardan muy poca afinidad con las generalizaciones doctrinarias sobre la impotencia de los dominadores y la insurgencia de los dominados.

    También Trotsky le asignaba al concepto “situación revolucionaria” un alcance específico, referido al desenvolvimiento potencial de la crisis en ciertos países (Gran Bretaña en 1931) o al papel decisivo que podrían jugar los partidos proletarios en grandes confrontaciones (1940). Mantenía una cautela, que no han heredado sus ortodoxos seguidores a la hora de aplicar a ese concepto a variadas coyuntura.

    Los dogmáticos transmiten un grado irritación verbal que contrasta con la moderación de caracterizaciones, que predominó entre los líderes que condujeron revoluciones en las últimas décadas. Los dirigentes chinos, vietnamitas o cubanos de estos triunfos no se excedieron en la evaluación de la coyuntura capitalista y habitualmente evitaron las proclamas de colapso. Quizás por esta razón pudieron ajustar sus definiciones al curso de una lucha real. Por el contrario el catastrofismo conduce a un divorcio constante entre proclamas majestuosas y prácticas cautelosas.

    REFORMAS Y CONQUISTAS

    Quién espera una revolución inminente precipitada por catástrofes financieras no debe lógicamente apostar mucho a la obtención de reformas sociales significativas. Es obvio que si el capitalismo afronta una agonía final, no está en condiciones de otorgar ese tipo de concesiones. Los catastrofistas no asumen esta consecuencia de su enfoque. Eluden el problema con frases ambiguas, que resaltan la creciente necesidad de logros mínimos, pero sin no aclarar si resulta posible obtenerlos28.

    Interpretan que su amalgama de escenarios terminales y planteos mínimos constituye una aplicación del Programa de Transición que desarrolló Trotsky en 193829. En ese texto el líder soviético buscaba establecer mediaciones entre las demandas mínimas, el nivel de conciencia de los oprimidos y el desenvolvimiento ininterrumpido de la revolución. Con estos puentes intentaba a favorecer la maduración política socialista de los trabajadores.

    Los dogmáticos recitan literalmente esas mismas fórmulas, olvidando que fueron escritas hace 80 años en condiciones económicas (secuela de la depresión), militares (preparación de la conflagración mundial) y políticas (autoridad entre las masas de la Unión Soviética), muy diferentes al contexto actual. En lugar de recoger la metodología de esa plataforma – basada en buscar puentes entre las expectativas de los explotados y el proyecto socialista- reiteran los planteos expuestos a mitad del siglo pasado. Prescinden de lo perdurable y resaltan lo coyuntural.

    La concepción dogmática conduce a desvalorizar las conquistas mínimas. Supone que estas mejoras pueden lograrse pero no preservarse. Es evidente que si se identifica el escenario actual con el vigente en la pre-guerra, el espacio para mantener los avances populares es muy reducido.

    Esta descalificación es también consecuencia de la atadura al principio de dos etapas invariables del capitalismo. Si se supone que las reformas sociales fueron un rasgo excluyente del siglo XIX -y han quedado por lo tanto vedadas desde 1914- es lógico descartar su viabilidad contemporánea.

    Los catastrofistas se irritan frente al señalamiento de esta contradicción que apuntamos en un texto anterior30. Resaltan su defensa de las reivindicaciones básicas e ilustran como su acción militante contribuyó al logro de varias demandas (reducción de la jornada laboral, aumento de salarios, etc). Pero como ese compromiso nunca estuvo en debate, esas menciones están fuera de lugar.

    Lo que se discute no es la voluntad de lucha, sino la incongruencia de la tesis del derrumbe con la factibilidad de sostener logros mínimos. Son dos problemas completamente distintos y la polémica gira en torno al contrasentido de postular en forma consecuente la inminencia del colapso, aceptando al mismo tiempo la viabilidad de las reformas. Con la mirada catastrofista se debe suponer que estos avances constituirían a lo sumo, un episodio irrelevante de la disyuntiva que opone a la revolución socialista con la barbarie capitalista.

    Nadie puede sostener con sensatez que la “era de las reformas está agotada” y que la obtención de las mejoras sociales es factible. Ambas tesis son inconciliables y resulta necesario optar por una u otra. Si se elude esta definición, el resultado es la típica fractura entre el discurso y la práctica. Con la acción sindical se consiguen, por un lado, las conquistas mínimas (totalmente plausibles). Y con la retórica dogmática se afirma, por otra parte, que esas victorias forman parte de una lucha más o menos próxima por el poder.

    El resultado de esta inconsistencia es la presencia conjunta de discursos catastrofistas y prácticas reivindicativas. Las alusiones al colapso conviven con la cotidianeidad reformista, sin causarle al dogmático ninguna molestia. Con frases altisonantes se defiende una lucha básica, imaginando que en estas batallas se juega la insurrección comunista. Bastaría con aceptar que estas acciones constituyen experiencias preparatorias de futuras confrontaciones más significativas con el capital, para evitar tantos contrasentidos. Pero este reconocimiento afectaría un dogma tan inútil, como venerado.

    Notas:

    a: Éste es el primer artículo de la serie Los efectos del dogmatismo. Los interesados en leer el segundo (Esquematismos) pueden hacerlo acá. [Nota de Blood]


    1 Economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página web es: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] Allí figuran todos los textos citados del autor.

    2 Rieznik Pablo. “En defensa del catastrofismo. Miseria de la economía de izquierda”. En defensa del marxismo, n 34, 19-10-06.

    3Hobsbawn Eric. Historia del siglo XX, Crítica, Buenos Aires 1998 (Introducción, cap 7).

    4  “Katz repite de un modo casi literal a Eduard Bernstein,..(pero) no tiene agallas para presentar sus disquisiciones en el marco de la tradición bernsteiniana…. Haría el ridículo, (ya que) ningún sociólogo de la pseudo-izquierda se atreve en la actualidad a pretender una actualización de (esa) teoría”. Rieznik En defensa

    5 “El capitalismo está condenado a descomponerse… cuando tiende a convertir el desarrollo de las fuerzas productivas en fuerzas destructivas”. Rieznik Pablo. “Trabajo productivo, trabajo improductivo y descomposición capitalista”. En defensa del Marxismo n 21, agosto-octubre 1998. “El viejo régimen no desaparece si no se ha transformado en un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas”. Rieznik En defensa. Las “fuerzas productivas alcanzaron tal grado de desarrollo, que ya no pueden coexistir con el capitalismo, sin producir una catástrofe permanente”. Oviedo Luís. “Socialismo o barbarie: la guerra imperialista y la crisis mundial”. En defensa del Marxismo n 30, abril 2003.

    6Hemos expuesto nuestra visión de esa discusión en: Katz Claudio. “Ernest Mandel y la teoría de las ondas largas”. Razón y Revolución n 7, verano 2001, Buenos Aires.

    7 Esta visión presentó: Fougeyrollas Pierre. Ciencias sociales y marxismo (cap 15 a 18) Fondo de Cultura Económica, México, 1981.

    8 A fines del siglo XX rigió “la etapa culminante de la civilización capitalista… Fue el período en que el sistema consumó… el apogeo de su misión histórica… Posteriormente se afianzó un momento histórico totalmente diferente… de catástrofes sociales y económicas e… inversión completa de la curva de los progresos de las masas”. Rieznik En defensa

    9 “La situación internacional (está) dominada por la crisis mundial, que es una categoría histórica específica, referida al momento en que la descomposición del capitalismo como sistema mundial adquiere la forma de crisis políticas (y) de crisis revolucionarias… que engloban un proceso único” Oviedo Luís. “El carácter de la situación mundial”. En defensa del Marxismo n 15, septiembre de 1996. Varios ejemplos de estos impactos presenta: Rieznik Pablo. El mundo no empezó en el 4004 antes de Cristo, Biblos, Buenos Aires 2005 (Pag 66-67)

    10 Hemos expuesto este problema en Katz Claudio. “Sweezy: los problemas del estancacionismo”. Taller. Revista de sociedad, cultura y política, vol 5, n 15, abril 2001, Buenos Aires.

    11 Hemos desarrollado este tema en Katz Claudio. “Enigmas contemporáneos de las finanzas y la moneda”. Revista Ciclos, n 23, 1er semestre 2002, Buenos Aires

    12 Hemos analizado los problemas de la teoría marxista de la sobreproducción en: Katz Claudio. “La teoría de la crisis en el nuevo debate Brenner”. Cuadernos del Sur, año 17, n 31, abril 2001, Buenos Aires

    13 “La ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia es la prueba de la tendencia al derrumbe, al colapso y a la descomposición capitalista… Es una demostración práctica del retroceso civilizatorio. de una época de crisis terminal...Este es el significado profundo de la ley”. Rieznik Pablo. Las formas del trabajo y la historia. Biblios, Buenos Aires, 2003 (pag 98-99). “La base de la crisis mundial es la incapacidad del capitalismo para contrarrestar la tendencia declinante de la tasa de beneficio”. Oviedo Luís. “El carácter de la situación mundial”. En defensa del Marxismo n 15, septiembre de 1996.

    14 Hemos expuesto este tema en: Katz Claudio “Una interpretación contemporánea de la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia”. Herramienta n 13, invierno 2000, Buenos Aires

    15 “A Katz… el catastrofismo se le ha metido por la ventana… en sus pronósticos puramente empíricos de aterrizaje fuerte (recesión)… burbuja de financiera… sobre-inversiones”. Oviedo Luís. “Bienvenido al catastrofismo”. Prensa Obrera, n 1009, septiembre 2007.

    16 “Katz se preocupa por mensurar las crisis, como un especie de contador que estima cuánto falta para el siempre inalcanzable porvenir del socialismo. (Está)… preocupado por explicar siempre por qué el capitalismo se mantiene en pie”. Rieznik En defensa

    17

     “El conocimiento científico como tal…vale para las ciencias duras como para la propia ciencia social… Contra lo que pretenden muchos metodólogos no revisten diferencia alguna” -Rieznik Pablo. Marxismo y sociedad, Eudeba, Buenos Airees, 2000. (pag 40). “Quién dice que en el ámbito de la sociedad y de las ciencias sociales… no puede regir las leyes exactas, perfectas y armoniosas del mundo natural es porque no sabe nada de la ciencia exacta y natural…. Como va a estar mal naturalizar la ciencia social si de carne somos, si venimos de las ratas… Afirmar que no se debe naturalizar la ciencia social… es simplemente una tontería desde el punto de vista conceptual”. Rieznik Pablo. El mundo no empezó en el 4004 antes de Cristo, Biblos, Buenos Aires 2005 (Pgs 54-55). Esta visión explica también, porque condimenta su visión del derrumbe económico-social con tantas referencias a “la ciencia moderna de la catástrofe” o la “matemática de la calidad”. Rieznik, Defensa

    18Analizamos este tema en. Katz Claudio. “El desafío crítico a los economistas ortodoxos”. Kabái, n 10, junio 2002, Universidad Nacional de Colombia, Medellín.

    19 Un ejemplo de este tipo análisis ofrece: Rieznik Pablo. “Bancarrota económica, disolución social y rebelión popular”. Razón y Revolución n 9, otoño de 2002.

    20Estos cuestionamientos plantean: Mercadante Esteban, Noda Martín. “Entre el escepticismo y la catástrofe inminente”. Lucha de clases, n 7, 2007, Buenos Aires

    21“Hemos tenido una concepción catastrofista… la idea era que el capitalismo se dirigía a una crisis sin salida por sus leyes intrínsecas. Hemos compartido esta concepción hasta el punto de caer en un criterio milenarista y esta concepción siguió vigente hasta hace poco entre nosotros…pero el tiempo ha demostrado que no existe una ley por la cual llega inexorablemente la catástrofe. Lo que existe es un dilema de socialismo o barbarie (que)… ya se anuncia con esclavitud en campos de concentración nazis. Hace veinte años en todos los países aumenta el hambre y la miseria”. Moreno Nahuel. Conversaciones Antídoto, Buenos Aires 1986.

    22 Ticktin Hillel. “Trotsky: el más dialéctico de los pensadores”. Estrategia internacional n 16, invierno 2000, Buenos Aires.

    23Esa equidistancia teórica intenta: Albamonte Emilio, Romando Manolo. “Trotsky y Gramsci”. Estrategia Internacional n 19, enero 2002.

    24 En nuestro enfoque partimos de una teoría multi-causal de las crisis para distinguir las etapas de funcionamiento diferenciado del capitalismo y fases de prosperidad o depresión de largo plazo. Katz Claudio. “Capitalismo contemporáneo: etapa, fase y crisis”. Ensayos de Economía, n 22, septiembre 2003, Medellín.

    25“Katz propone un socialismo sin revolución…desarrolla concepciones gradualistas… propicia un enfoque reformista (a lo Sombart) y… reflexiona como agrimensor del capital”. Mercadante Noda. Entre el escepticismo

    26 Rieznik En defensa

    27 El catastrofista describe siempre colapsos simultáneos con imágenes variadas. Un ejemplo entre tantos: “La guerra contra Irak tiene lugar en un marco de crisis histórica de la dominación social del capitalismo...crisis financieras… bancarrotas capitalistas (y)… quiebra de regímenes políticos. Oviedo Luís. Socialismo o barbarie: la guerra imperialista y la crisis mundial. En defensa del Marxismo n 30, abril 2003

    28 “Esas reivindicaciones no están determinadas, como ocurre con Katz, por la posibilidad del capital, sino por las necesidades de las masas. La catástrofe del capital no cancela la lucha reivindicativa, sino que la potencia y en última instancia la convierte en revolucionaria”. Rieznik En defensa

    29 “El Programa de Transición.…Este es el camino de la historia, el de la catástrofe a la revolución, el camino inverso es el de Katz y sus amigos”. Rieznik En defensa

    30 “Katz naturalmente miente… en el texto en cuestión”. Katz Claudio. “Pasado y presente del reformismo”. Herramienta n 32, Buenos Aires, junio 2006.
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    Mensaje por inmundo Vie Mar 27, 2015 11:24 pm

    Si se admite que el capitalismo ha seguido desarrollando las fuerzas productivas (definidas como el capital fijo, o sea como la definían Marx y Trotsky), el PT se viene abajo. El catastrofismo se revela falso, y las consignas transicionales, un sinsentido, porque no hay transición.
    La única transición posible debe partir del trabajo del partido sobre la conciencia de los trabajadores en la lucha, cosa que el trotskismo abandonó hace rato.
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    etc.
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    Mensaje por Blood Sáb Mar 28, 2015 8:32 am

    inmundo escribió:Si se admite que el capitalismo ha seguido desarrollando las fuerzas productivas (definidas como el capital fijo, o sea como la definían Marx y Trotsky), el PT se viene abajo [...]

    Muy bien.

    Como podés ver, estoy esperando a que pase más tiempo para dejar más artículos, porque sino esto es un pijazo que (a pesar de ser tan rico y jugoso en información y análisis) una porción muy minoritaria acá va a leer.

    La cuestión es ésta: Cuando decimos que las fuerzas productivas han cesado de crecer no estamos indicando que no hay un desarrollo de la técnica. Eso lo sabe cualquiera. La cuestión acá es que el Capitalismo ha dejado de acentúar el desarrollo humano, el poder de los hombres sobre la naturaleza: Existe desarrollo técnico, pero no supone una línea tendencial de progresos históricos de las condiciones de vida de las masas globales por su aplicación. Por el contrario, llegamos al extremo de tener población que literalmente fallece de hambre cuando podrían producirse alimentos para todos.

    Esto no es una invención adhocista mia ni del Partido Obrero argentino, o del Partido de los Trabajadores uruguayo. Veamos lo que el mismo Trotsky aclara:

    Las fuerzas productivas de la humanidad han cesado de crecer. Las nuevas invenciones y los nuevos progresos técnicos no conducen a un acrecentamiento de la riqueza material. Las crisis de coyuntura, en las condiciones de la crisis social de todo el sistema capitalista, aportan a las masas privaciones y sufrimientos siempre mayores.

    Fuente: Marxist Internet Archive.

    Hemos llegado a aquel punto de la Historia donde las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción entran en contradicción. Ese punto en el cual hay que cortarle la cabeza a Luis XVI.
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    Mensaje por inmundo Sáb Mar 28, 2015 10:54 pm

    Blood escribió:
    inmundo escribió:Si se admite que el capitalismo ha seguido desarrollando las fuerzas productivas (definidas como el capital fijo, o sea como la definían Marx y Trotsky), el PT se viene abajo [...]

    Muy bien.

    Como podés ver, estoy esperando a que pase más tiempo para dejar más artículos, porque sino esto es un pijazo que (a pesar de ser tan rico y jugoso en información y análisis) una porción muy minoritaria acá va a leer.

    La cuestión es ésta: Cuando decimos que las fuerzas productivas han cesado de crecer no estamos indicando que no hay un desarrollo de la técnica. Eso lo sabe cualquiera. La cuestión acá es que el Capitalismo ha dejado de acentúar el desarrollo humano, el poder de los hombres sobre la naturaleza: Existe desarrollo técnico, pero no supone una línea tendencial de progresos históricos de las condiciones de vida de las masas globales por su aplicación. Por el contrario, llegamos al extremo de tener población que literalmente fallece de hambre cuando podrían producirse alimentos para todos.

    Esto no es una invención adhocista mia ni del Partido Obrero argentino, o del Partido de los Trabajadores uruguayo. Veamos lo que el mismo Trotsky aclara:

    Las fuerzas productivas de la humanidad han cesado de crecer. Las nuevas invenciones y los nuevos progresos técnicos no conducen a un acrecentamiento de la riqueza material. Las crisis de coyuntura, en las condiciones de la crisis social de todo el sistema capitalista, aportan a las masas privaciones y sufrimientos siempre mayores.

    Fuente: Marxist Internet Archive.

    Hemos llegado a aquel punto de la Historia donde las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción entran en contradicción. Ese punto en el cual hay que cortarle la cabeza a Luis XVI.

    No se puede separar la técnica del desarrollo de las fuerzas productivas. No tiene sentido afirmar que se sigue desarrollando la técnica pero que no se desarrollan las ffpp. La técnica tiene el efecto de aumentar la capacidad productiva, esto es elemental.
    Tan elemental como corroborar que hoy se produce más y mejor de cualquier mercancía que se nos venga a la mente. Eso sería imposible desde el marco teórico del trotskismo del estancamiento de las ffpp. ¿Hace falta que cite los números de las toneladas de acero que se producen ahora en comparación con 1938? O autos. O tonelaje naviero. Aviones. Madera. Computadoras. Superconductores. ¿Todo esto sin desarrollo de las ffpp? ¿Cómo se explica?

    No se explica. Entonces lo que hacen es cambiar la definición. Ahora resulta que ffpp vienen a ser algo así como la "felicidad humana", las "condiciones de vida". ¿Desde cuándo la fuerza productiva del trabajo de una sociedad se mide por los niveles de desigualdad?
    ¿Dónde dice Marx algo así? ¿O Lenin o Trotsky? En ningún lado.
    Ustedes cambian la definición de ffpp para seguir repitiendo lo mismo, ante la evidencia de que las ffpp se siguen desarrollando.
    Para que lo entiendan. Se pueden producir diez veces más autos y puede haber diez veces más desigualdad y más gente cagándose de hambre. Esto no significa que no se desarrollan las ffpp. Significa que se desarrollan mucho y que también se desarrolla la desigualdad. Son dos conceptos distintos, y el segundo no es índice del primero. En el siglo XIX pasó lo mismo, aumento de desigualdad con aumento de desarrollo de ffpp. A Marx no se le hubiera ocurrido nunca una noción tan traída de los pelos como la de que por el aumento de la desigualdad, no se desarrollan las fuerzas productivas.
    LAS FFPP SON EL CAPITAL FIJO. Lean, loco, déjense de joder.
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    Mensaje por Blood Sáb Mar 28, 2015 11:33 pm

    Las formas de propiedad, el sistema capitalista, está asfixiando la capacidad para producir esos mismos autos, tonelajes navíos, aviones, madera, computadores y superconductores, y evita que la humanidad pueda hacer usufructo de estos mismos avances en la técnica.

    Me da igual cualquier estadística que me presentés. No hace falta tener una para darnos cuenta que ahora estoy escribiendo desde un algo que no existía hace medio siglo. Eso ya lo respondí.

    ¿Te parece que el desarrollo de las fuerzas productivas no cesa de crecer (lo cual es sutil y a veces estratégicamente que estancarse) bajo un modelo productivo por más que aborten las capacidades de automatización de las líneas de ensamble desde hace décadas porque supondría un fuerte ataque a la mayoría del Capital que no tenga amortiguación? ¿Antes y durante la Revolución Francesa no había ningún desarrollo científico-teórico ni técnico-práctico, ni nos acercamos a la fusión entre ambas categorizaciones? Bárbaro. Cambiemos la expresión desarrollo de las fuerzas productivas por desarrollo de la felicidad humana, para poner contenta a tu individualidad.

    Entonces, la frase queda:

    La felicidad de la humanidad ha cesado de crecer.

    Si se admite que el capitalismo ha seguido desarrollando la felicidad humana, el PT se viene abajo.

    Entonces, te toca tener que refutar que la felicidad humana (este nuevo concepto que elaboramos a tu gusto) es la que no se desarrolla.

    Porque, claro, bajo el capitalismo agonizante, bajo el Imperialismo que detiene el usufructo global de la técnica, las ffpp avanzan tan gustosas como no lo hacían durante las revoluciones burguesas y el ocaso del esclavismo.

    Pero, antes de ser irónico,  me gustaría ser justo con una cuestión: Vos me preguntás "¿Dónde dice Marx algo así? ¿O Lenin o Trotsky? En ningún lado" y yo te respondí con la cita explícita donde Trotsky dice literalmente eso.

    Blood escribió:[...]

    Esto no es una invención adhocista mia ni del Partido Obrero argentino, o del Partido de los Trabajadores uruguayo. Veamos lo que el mismo Trotsky aclara:

    Las fuerzas productivas de la humanidad han cesado de crecer. Las nuevas invenciones y los nuevos progresos técnicos no conducen a un acrecentamiento de la riqueza material. Las crisis de coyuntura, en las condiciones de la crisis social de todo el sistema capitalista, aportan a las masas privaciones y sufrimientos siempre mayores.

    Fuente: Marxist Internet Archive.

    Hemos llegado a aquel punto de la Historia donde las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción entran en contradicción. Ese punto en el cual hay que cortarle la cabeza a Luis XVI.
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    Mensaje por ArgentoRojo Dom Mar 29, 2015 7:16 am

    Por supuesto, Trotski se equivocó y citarlo no tiene sentido, desde mi punto de vista. Las FFPP no se estancaron, la riqueza material se acrecentó, los niveles de vida de los países capitalistas, en forma desigual en el globo, se incrementaron; además, no es cierto que en forma absoluta, los avances técnicos no hayan sido usufructuados por la mayoría del globo. Sí creo que se ha distribuido y se hace cada vez más palpable, la cada vez más distribución desigual no sólo cuantitativa sino cualitativa de las mercancías.

    Me refiero a que tenemos grandes extensiones de población en condiciones paupérrimas pero que gozan, de forma irregular, de algunos avances técnicos recientes: ejemplo, viviendas que son verdaderas pocilgas, inhabitables, pero con televisión por cable, y un servicio básico de telefonía.

    Esto fué posible gracias a la incorporación masiva de proletarios chinos y asiáticos a costos ínfimos, distribuyendo por el mundo esta clase de mercancías de alto valor agregado pero de precio irrisorio.

    Esto significa: desarrollo del capitalismo, desarrollo de las fuerzas productivas en el marco del capitalismo.

    Por lo tanto, la premisa concreta de Trotski ha quedado falsada por la historia.

    Me gustaría de todos modos, tener enumerados en forma concreta los puntos elementales de las Tesis Catastrofistas. ¿Hay algo básico que no sean grandes choclos? Yo porque estoy fiaca nomás.

    Por otra parte, me gustaría analizar a la luz de lo de hoy, la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones sociales de producción. Y tengo la certeza de que el socialismo no va a poder proveer una mayor productividad, en el corto plazo, que el capitalismo. Les advierto que considero que una larga época transicional tendría una productividad bastante menor que el viejo régimen capitalista,  pero otras ventajas armoniosas muy necesarias ante el agotamiento de recursos que se avecina.

    Esto último me interesaría desarrollarlo después.


     Al pasar, digo que la sección "Miseria de la economía" de Rieznik me parece de terror (además de deshonesta y chicanera contra Katz). Dice Rieznik:

    "Los mejores exponentes del movimiento socialista dijeron hace más de cien años que lo que importa no son las premisas técnicas de la “producción planificada” sino las condiciones sociopolíticas para concretarlas: la constitución de la clase obrera como organización política autónoma y su conciencia de que hay que destruir la maquinaria estatal de la burguesía, es decir, la revolución proletaria y socialista. Se ve que ya conocían a los “economistas de izquierda” de su tiempo. "

    Destruir la maquinaria estatal, sí, revolución proletaria OK. Ahora, a veces pienso que, en términos de qué hacer en economía en una sociedad de transición, en la izquierda estamos en pelotas. Eso sí, seguimos con citas de hace 100 años, ignorando toda la historia económica del socialismo del Siglo XX donde tenemos ejemplos de "destrucción de maquinaria estatal" pero estamos en 2015 sin una sola de esas sociedades en pie.

    No basta con que el "proletariado" sea la clase dominante, no basta con la revolución socialista política. La planificación económica debe ser racional, debe ser una ciencia propia de la época transicional, Rieznik... ¿No sabe nada de los experimentos económicos de la URSS, China, Yugoslavia, Cuba, Albania, etc etc?    Tal vez la única respuesta sea que una burocracia restauró el capitalismo y listo, la próxima vez, sin burocracia, la economía socialista irá sobre ruedas.

    Y eso no es ser un "agrimensor de capital", salvo que Rieznik piense que todo puede abolirse por decreto, o por la simple voluntad de la clase obrera.
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    Mensaje por inmundo Mar Mar 31, 2015 8:07 pm

    Blood escribió:Las formas de propiedad, el sistema capitalista, está asfixiando la capacidad para producir esos mismos autos, tonelajes navíos, aviones, madera, computadores y superconductores, y evita que la humanidad pueda hacer usufructo de estos mismos avances en la técnica.

    Me da igual cualquier estadística que me presentés. No hace falta tener una para darnos cuenta que ahora estoy escribiendo desde un algo que no existía hace medio siglo. Eso ya lo respondí.

    ¿Te parece que el desarrollo de las fuerzas productivas no cesa de crecer (lo cual es sutil y a veces estratégicamente que estancarse) bajo un modelo productivo por más que aborten las capacidades de automatización de las líneas de ensamble desde hace décadas porque supondría un fuerte ataque a la mayoría del Capital que no tenga amortiguación? ¿Antes y durante la Revolución Francesa no había ningún desarrollo científico-teórico ni técnico-práctico, ni nos acercamos a la fusión entre ambas categorizaciones? Bárbaro. Cambiemos la expresión desarrollo de las fuerzas productivas por desarrollo de la felicidad humana, para poner contenta a tu individualidad.



    Entonces, la frase queda:

    La felicidad de la humanidad ha cesado de crecer.

    Si se admite que el capitalismo ha seguido desarrollando la felicidad humana, el PT se viene abajo.

    Entonces, te toca tener que refutar que la felicidad humana (este nuevo concepto que elaboramos a tu gusto) es la que no se desarrolla.

    Porque, claro, bajo el capitalismo agonizante, bajo el Imperialismo que detiene el usufructo global de la técnica, las ffpp avanzan tan gustosas como no lo hacían durante las revoluciones burguesas y el ocaso del esclavismo.

    Pero, antes de ser irónico,  me gustaría ser justo con una cuestión: Vos me preguntás "¿Dónde dice Marx algo así? ¿O Lenin o Trotsky? En ningún lado" y yo te respondí con la cita explícita donde Trotsky dice literalmente eso.

    Blood escribió:[...]

    Esto no es una invención adhocista mia ni del Partido Obrero argentino, o del Partido de los Trabajadores uruguayo. Veamos lo que el mismo Trotsky aclara:

    Las fuerzas productivas de la humanidad han cesado de crecer. Las nuevas invenciones y los nuevos progresos técnicos no conducen a un acrecentamiento de la riqueza material. Las crisis de coyuntura, en las condiciones de la crisis social de todo el sistema capitalista, aportan a las masas privaciones y sufrimientos siempre mayores.

    Fuente: Marxist Internet Archive.

    Hemos llegado a aquel punto de la Historia donde las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción entran en contradicción. Ese punto en el cual hay que cortarle la cabeza a Luis XVI.

    Empecemos por lo que dice Trotsky.
    El freno al desarrollo de las ffpp produciría necesariamente empobrecimiento de las masas. Ésta es la exposición lógica.
    Hay dos conceptos que SON DISTINTOS. "Fuerzas productivas" y "condiciones materiales de vida". No son lo mismo, como quiere Rieznik. Trotsky argumenta correctamente, que si se estanca el primero, se estanca el segundo. Hay conexión, no identidad. Y una conexión direccional. Las ffpp, si se estancan pueden determinar que las condiciones de vida se estanquen. Pero no viceversa.
    Si verificamos que las condiciones de vida de las masas son miserables, no podemos deducir lógicamente que las ffpp se han estancado sí o sí. De hecho sabemos, por los datos que tenemos, que las ffpp NO se han estancado. REALIDAD.
    Por otro lado sabemos que ha crecido la desigualdad. Son dos datos de la realidad. Uno no puede anular al otro.
    No podemos decir, como quiere Rieznik, que la creciente desigualdad SIGNIFICA QUE las FFPP se han estancado. Eso es un disparate que no se cree ni él. Son dos cosas distintas, con mediciones independientes.
    Ya sabemos que las FFPP se siguen desarrollando. Y en esto no afecta nada el suponer que podrían desarrollarse aún más bajo otro sistema social. El hecho es que el capitalismo no vive de su comparación con lo que podría hacer otro sistema, sino de lo que realmente hace. Y lo que hace es desarrollar la técnica, la innovación, y seguir extrayendo y acumulando excedente. Mientras todo esto siga pasando, no habrá estancamiento y muerte "por razones naturales". Sólo la muerte violenta puede liquidarlo.
    Finalmente, no hay que confundir desigualdad, o pobreza relativa, con pobreza absoluta. Los datos no muestran degradación continua de las condiciones materiales de vida, al contrario. Lo que sí existe es mayor desigualdad, y mayor enajenación. Pero el significado de esto es enteramente distinto a lo que se quiere implicar.

    Sólo si se entiende esto, que es básico, se puede discutir sobre FFPP. Sino, que Trotsky los ayude.


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    Mensaje por inmundo Lun Abr 20, 2015 5:53 pm

    Agrego:
    Lo que sigue pretende repasar en qué consisten las consignas transicionales que la izquierda usa con tanta frecuencia (por ejemplo, lo de "disolver los servicios", etc), y cómo el uso de esas consignas es parte de una táctica que depende, para su vigencia, de cierto diagnóstico económico.

    Programa de transición y Fuerzas Productivas

    Consignas transicionales: Ante cualquier conflicto, el partido debe agitar la lucha por conseguir una reivindicación mínima (si está presente ese tipo de disputa) conectada con una demanda de carácter transicional.
    De acuerdo a la definición clásica (ver Manifiesto Comunista y crítica de Engels a Heinzen [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] las consignas transicionales son aquellas que sólo pueden conseguirse en plena lucha revolucionaria, justamente en un momento de transición violenta del capitalismo al socialismo. Según esa definición, no tendría sentido agitar ese tipo de consignas en tiempos de dominio normal de la burguesía, por eso para entender su habitual utilización actual, es necesario conocer cuál es la explicación del mayor responsable de este tipo de táctica: Trotsky.

    En los tiempos de la Gran Depresión y de los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial, Trotsky lo explicaba más o menos así: al momento de una lucha reivindicativa, la clase obrera va a encontrarse con la disyuntiva de conseguir esa reivindicación a costa de la burguesía, o de hundirse en la miseria. En este punto, Trotsky supone que esas reivindicaciones no podrán ser conseguidas, debido al supuesto agotamiento del capitalismo que, ahogado como está, no puede otorgar ninguna concesión, ninguna reforma, no produce más riqueza para repartir las migajas, entra en su etapa de descomposición. Entonces, el capitalismo no puede sobornar a los obreros con reformas, y por lo tanto, tiene que recurrir a la represión de toda lucha. Ante esto, los trabajadores que no se conformen con empobrecerse cada vez más, tendrán que llevar adelante una lucha que cambia de carácter. La lucha por reformas queda clausurada, se tiene que transformar obligatoriamente en la lucha contra las fuerzas de represión y contra el mismo sistema, como única posibilidad de conseguir aquellas reivindicaciones mínimas.

    La economía determina la radicalización de las luchas. En este escenario, Trotsky evalúa que hace falta un puente que conecte esa lucha reivindicativa, con una consigna presentada como condición necesaria para conseguir la primera, pero que en realidad sea de carácter transicional, o sea imposible de conseguir antes de una revolución, y por lo tanto incompatible con el sistema. Así se supone que la lucha evoluciona, orientándose a atacar al corazón del sistema, en una lucha a muerte por todo o nada. La continuada reacción y represión del estado capitalista, no hará más que radicalizar la lucha, encaminándola a la victoria final, o en caso contrario, a un aplastamiento brutal de manos de la forma fascista del capitalismo: “socialismo o barbarie”.

    La situación, el diagnóstico de coyuntura e incluso de “etapa” de largo plazo, está planteada en términos de urgencia, de un sistema que se descompone y que arrastra en su caída a los ingresos de los trabajadores, quienes, obligados a resistir contra el deterioro absoluto de sus condiciones de vida, inician una lucha que no podrá ser desviada mediante la concesión de reformas parciales, ya que un sistema moribundo está incapacitado para otorgarlas. Esta imposibilidad de encauzar la lucha por vías reformistas, es la que lleva de hecho a la conclusión de que sólo se puede desembocar en la revolución a corto plazo, o en su represión brutal. Por esto se caracteriza a la etapa como “objetivamente” pre-revolucionaria, aún si el estado subjetivo de la conciencia no está maduro para la revolución. Las mismas contradicciones del sistema bastarán para lograr el resultado, apenas ayudadas por una cosa: la agitación de consignas transicionales que ayuden a disparar la lucha, primero, y a llevarla luego en ascenso por una “escalera transicional” de demandas incompatibles con el capitalismo. La resistencia absoluta del sistema a otorgar cualquiera de estas medidas transicionales, hará cobrar conciencia de lo necesario que es destruir el sistema, y la lucha se convertirá en revolucionaria.

    Como se ve, ésta es una táctica determinada eminentemente por un diagnóstico económico. Un capitalismo que ha agotado todas sus potencialidades, determina la revolución y el reemplazo por un sistema económico superior. Ante la urgencia de las tareas, el énfasis crucial que le era asignado por Marx, Lenin y otros, a la paciente labor de concientización de la clase, queda relegado a un segundo lugar, e incluso olvidada del todo, a favor de la agitación de consignas. Un caso reciente y paradigmático es el de la respuesta de la izquierda trotskista ante la muerte del fiscal Nisman. En vez de explicar con todo detalle qué son los aparatos represivos del estado, y de denunciar el carácter de clase del mismo, y el hecho de que sólo la revolución puede destruir esos aparatos represivos, se agitan consignas como “disolución de los servicios de inteligencia”, que, amputadas de las aclaraciones y explicaciones antedichas, no generan conciencia de clase, sino todo lo contrario.

    La utilidad y pertinencia de esta agitación de consignas depende enteramente, sin embargo, de la premisa inicial de que el capitalismo está estancado y no puede conceder reformas parciales. Si el capitalismo no está estancado y sí puede conceder reformas parciales, entonces la utilización de esta táctica no está justificada, y al contrario, su aplicación en condiciones fácticas diferentes a aquellas para las cuales fue concebida, puede tener efectos desastrosos, como de hecho ha ocurrido.
    Si el capitalismo pudo y ha seguido desarrollando las fuerzas productivas, entonces la táctica transicional no puede tener vigencia.
    Si a nuestro alrededor vemos que nuestro mundo material es en todo aspecto superior a aquel en que vivieron nuestros padres y abuelos, si las mercancías actuales no son las mismas que hace un siglo, en pocas palabras, si no manejamos un Ford T ni estamos limitados al telégrafo para comunicarnos, esto implica un progresivo y subterráneo progreso en la capacidad productiva del trabajo humano. Un desarrollo innegable de las fuerzas productivas, que se verifica en cada estadística.

    Pero ésta no es una mala noticia. Puede serlo para una determinada táctica, que hay que abandonar. Pero no lo es para la clase obrera, que gracias a eso ha crecido en número e incluso en el rango de las necesidades que demanda, y también gracias a eso puede construir el socialismo sobre una base material mucho más desarrollada que a principios del siglo XX.
    No es una mala noticia, porque sólo se trata de abandonar una táctica para retomar otra, la de Marx, Engels, Lenin y tantos otros, la de la organización lenta de la clase en la lucha reivindicativa y la propaganda revolucionaria, para crecer en número y capacidad de maniobra, y acumular las fuerzas necesarias para actuar cuando el sistema recaiga en una de sus crisis cíclicas.

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