Prologo de las Memorias de Kim Il Sung (Revolucionario irrepetible y ser humano excepcional):
Prólogo
Recordar lo transcurrido, cuando se está en las postrimerías de la vida, produce una profunda emoción. Cada persona recuerda su pasado con distinto sentimiento, toda vez que, en su diferente tránsito por la vida, adquiere las más disímiles vivencias, en virtud de lo que viera, oyera y sintiera.
Como un hombre cualquiera, como político que sirve a su país y pueblo que, después de la Edad Moderna, siempre ha resaltado en la política mundial, tiendo la vista hacia los tiempos pasados, los cuales dejaron grabados en mi memoria hechos inolvidables. Nacido en una época en que la nación comenzaba a sufrir la lúgubre tragedia de su ruina, tuve que dar los primeros pasos en un torbellino de situaciones interiores y exteriores, que cambiaban bruscamente, obligado a compartir el destino de la Patria y las penas y las alegrías con los compatriotas y, en este camino, llegué a cumplir ya los ochenta años.
Mi vida, testigo de enormes e inauditas huellas que el siglo XX va dejando en la existencia de la humanidad, y de transformaciones admirables marcadas en el mapa político mundial, es de por sí una diminuta historia de mi Patria y mi nación.
Huelga decir que en esa trayectoria no sólo conocí éxitos y alegrías, sino que, además, experimenté lacerantes dolores y pérdidas de amigos, y enormes reveses y dificultades. En el camino de la lucha tuve muchos amigos y camaradas, pero fueron muchos también con los que tropecé. El espíritu patriótico me impelió, a los diez y tantos años, a salir a la calle pavimentada de Jilin, para gritar contra Japón, y a experimentar los azares de la lucha clandestina en la que debía burlar a veces la persecución enemiga. Bajo la bandera antijaponesa, y confiando en el día de la restauración del país,recorrí miles y miles de kilómetros, durmiendo a la intemperie, e incluso, expuesto al embate de las nevascas en los bosques del monte Paektu, y sostuve combates desiguales contra los enemigos,centenares de veces superiores en número. Después de la liberación, debí pasar en blanco noches enteras para salvar el destino de la Patria dividida y tuve que volver a superar inenarrables desgracias y calamidades para defender el país levantado para el pueblo.
Mas, ni una vez retrocedí, ni flaqueé.
Si en el azaroso itinerario de mi vida pude vivir y luchar con firmeza sin soltar el timón, es porque los compañeros y el pueblo confiaron en mí y me ayudaron con sinceridad. Mi doctrina, mi credo fue “iminwichon”, que significa considerar al pueblo como el cielo. Precisamente, el principio del Juche que preconiza tener por dueñas de la revolución y de su construcción a las masas populares y atenerse a sus fuerzas, es mi más adorado culto político, y la orden principal de la existencia,que me obliga a vivir para el bien del pueblo.
Habiendo perdido tempranamente a mis padres, pasé los años en medio del afecto y la esperanza de los compañeros. Junto a decenas de miles de estos seguí por la sangrienta trocha de la lid y, en ese proceso, sentí en todas las fibras de mi ser lo valioso que son los camaradas y la organización.
Mis primeros compañeros de la Unión para Derrotar al Imperialismo, quienes confiaban en mí y me seguían en la colina de Huadian, –allá por la década de los 20 cuando aún eran inciertas las perspectivas de la restauración de la Patria–, y otros inolvidables que, con su pecho, me protegieron de las balas enemigas, o, en mi lugar, subieron con orgullo al cadalso, no pudieron ver la Patria liberada; ahora gozan de la vida eterna en tierras extrañas. Tampoco están a nuestro lado numerosos patriotas, que, aunque al comienzo de la lucha dieron pasos diferentes a los nuestros, al final se unieron a nosotros.
Cada vez que admiro el victorioso avance de nuestra revolución, la prosperidad de nuestra Patria y los cantos del pueblo en su honor, con mayor pena me acuerdo de mis inolvidables camaradas, quienes, en aras de estos días, se desprendieron de la vida como si fuera de una paja, lo cual me impide muchas noches conciliar el sueño.
Inicialmente no me sentía muy decidido a escribir mis memorias. Pero renombrados políticos y escritores extranjeros, y otras muchas personalidades me sugirieron hacerlo, argumentando que mi vida daría valiosas lecciones. Sin embargo, no me apresuré.
Actualmente, el camarada Kim Jong Il me alivia el trabajo en muchos aspectos, lo cual me proporciona cierto tiempo. Se relevan las generaciones: los veteranos de la revolución se van poco a poco y miembros de la nueva generación toman sus puestos. Asimismo, pensé que era mi deber darles a conocer las vivencias que acumulé en todos estos años vividos en el seno de la nación, y explicarles cómo sacrificaron su juventud los precursores, en aras del presente. Fue así como en cada tiempo libre, escribí una o dos páginas.
No creo que mi vida sea especial, diferente a la de los demás.
Estoy satisfecho sólo al considerar que está consagrada a la Patria y la nación y ha transcurrido entre el pueblo.
Deseo que estas memorias den a conocer a las jóvenes generaciones la verdad, una lección de vida y lucha, de que si uno confía y se apoya en el pueblo lo alcanza todo, sale siempre victorioso; pero, si se aleja de él o es repudiado por él, sufre mil derrotas.
Os dejo algunos posters de la RPDC.
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Espero que os gusten.
Y cuanto mas la ataquen, mas la defenderemos.
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Prólogo
Recordar lo transcurrido, cuando se está en las postrimerías de la vida, produce una profunda emoción. Cada persona recuerda su pasado con distinto sentimiento, toda vez que, en su diferente tránsito por la vida, adquiere las más disímiles vivencias, en virtud de lo que viera, oyera y sintiera.
Como un hombre cualquiera, como político que sirve a su país y pueblo que, después de la Edad Moderna, siempre ha resaltado en la política mundial, tiendo la vista hacia los tiempos pasados, los cuales dejaron grabados en mi memoria hechos inolvidables. Nacido en una época en que la nación comenzaba a sufrir la lúgubre tragedia de su ruina, tuve que dar los primeros pasos en un torbellino de situaciones interiores y exteriores, que cambiaban bruscamente, obligado a compartir el destino de la Patria y las penas y las alegrías con los compatriotas y, en este camino, llegué a cumplir ya los ochenta años.
Mi vida, testigo de enormes e inauditas huellas que el siglo XX va dejando en la existencia de la humanidad, y de transformaciones admirables marcadas en el mapa político mundial, es de por sí una diminuta historia de mi Patria y mi nación.
Huelga decir que en esa trayectoria no sólo conocí éxitos y alegrías, sino que, además, experimenté lacerantes dolores y pérdidas de amigos, y enormes reveses y dificultades. En el camino de la lucha tuve muchos amigos y camaradas, pero fueron muchos también con los que tropecé. El espíritu patriótico me impelió, a los diez y tantos años, a salir a la calle pavimentada de Jilin, para gritar contra Japón, y a experimentar los azares de la lucha clandestina en la que debía burlar a veces la persecución enemiga. Bajo la bandera antijaponesa, y confiando en el día de la restauración del país,recorrí miles y miles de kilómetros, durmiendo a la intemperie, e incluso, expuesto al embate de las nevascas en los bosques del monte Paektu, y sostuve combates desiguales contra los enemigos,centenares de veces superiores en número. Después de la liberación, debí pasar en blanco noches enteras para salvar el destino de la Patria dividida y tuve que volver a superar inenarrables desgracias y calamidades para defender el país levantado para el pueblo.
Mas, ni una vez retrocedí, ni flaqueé.
Si en el azaroso itinerario de mi vida pude vivir y luchar con firmeza sin soltar el timón, es porque los compañeros y el pueblo confiaron en mí y me ayudaron con sinceridad. Mi doctrina, mi credo fue “iminwichon”, que significa considerar al pueblo como el cielo. Precisamente, el principio del Juche que preconiza tener por dueñas de la revolución y de su construcción a las masas populares y atenerse a sus fuerzas, es mi más adorado culto político, y la orden principal de la existencia,que me obliga a vivir para el bien del pueblo.
Habiendo perdido tempranamente a mis padres, pasé los años en medio del afecto y la esperanza de los compañeros. Junto a decenas de miles de estos seguí por la sangrienta trocha de la lid y, en ese proceso, sentí en todas las fibras de mi ser lo valioso que son los camaradas y la organización.
Mis primeros compañeros de la Unión para Derrotar al Imperialismo, quienes confiaban en mí y me seguían en la colina de Huadian, –allá por la década de los 20 cuando aún eran inciertas las perspectivas de la restauración de la Patria–, y otros inolvidables que, con su pecho, me protegieron de las balas enemigas, o, en mi lugar, subieron con orgullo al cadalso, no pudieron ver la Patria liberada; ahora gozan de la vida eterna en tierras extrañas. Tampoco están a nuestro lado numerosos patriotas, que, aunque al comienzo de la lucha dieron pasos diferentes a los nuestros, al final se unieron a nosotros.
Cada vez que admiro el victorioso avance de nuestra revolución, la prosperidad de nuestra Patria y los cantos del pueblo en su honor, con mayor pena me acuerdo de mis inolvidables camaradas, quienes, en aras de estos días, se desprendieron de la vida como si fuera de una paja, lo cual me impide muchas noches conciliar el sueño.
Inicialmente no me sentía muy decidido a escribir mis memorias. Pero renombrados políticos y escritores extranjeros, y otras muchas personalidades me sugirieron hacerlo, argumentando que mi vida daría valiosas lecciones. Sin embargo, no me apresuré.
Actualmente, el camarada Kim Jong Il me alivia el trabajo en muchos aspectos, lo cual me proporciona cierto tiempo. Se relevan las generaciones: los veteranos de la revolución se van poco a poco y miembros de la nueva generación toman sus puestos. Asimismo, pensé que era mi deber darles a conocer las vivencias que acumulé en todos estos años vividos en el seno de la nación, y explicarles cómo sacrificaron su juventud los precursores, en aras del presente. Fue así como en cada tiempo libre, escribí una o dos páginas.
No creo que mi vida sea especial, diferente a la de los demás.
Estoy satisfecho sólo al considerar que está consagrada a la Patria y la nación y ha transcurrido entre el pueblo.
Deseo que estas memorias den a conocer a las jóvenes generaciones la verdad, una lección de vida y lucha, de que si uno confía y se apoya en el pueblo lo alcanza todo, sale siempre victorioso; pero, si se aleja de él o es repudiado por él, sufre mil derrotas.
En memoria de los precursores caídos
Abril de 1992
En el monte Myohyang
Abril de 1992
En el monte Myohyang
Os dejo algunos posters de la RPDC.
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Espero que os gusten.
Y cuanto mas la ataquen, mas la defenderemos.
Última edición por Argala82 el Vie Jul 24, 2015 11:22 am, editado 4 veces