La farsa de la inteligencia emocional en la educación
Plato+Aristotle
Juan Pedro Viñuela Rodríguez
Sólo el sabio es libre y, comparado con él, un rey es un esclavo. Porque la libertad es el derecho a actuar con independencia, la esclavitud una privación del actuar independientemente.
Zenón. En Diógenes Laercio
Leo una entrevista a la escritora y filósofa Elsa Punset. Siento discrepar de la señora Punset que, junto con muchos otros, la casta de los políticos y psicopedagogos, que se autoproclaman los nuevos redentores a través de un saber científico que, ahora sí, al ser tal, garantiza el fin de los males de la educación, creen que han dado con la piedra angular de la educación. Nada más y nada menos que la inteligencia emocional. Creo que estos señores están muy equivocados. Primero creen descubrir el Mediterráneo, segundo confían en la ciencia como en una religión y, tercero, no plantean ninguna posibilidad de transformación y cambio social, sino que se pliegan a la adaptación; es decir, sumisión y obediencia al orden establecido. Analizo someramente estas tres cuestiones.
Digo que estos psicopedagogos creen descubrir nuevas cosas, cuando en realidad son conocidas desde los inicios de la ciencia y la filosofía, desde la Grecia clásica. Elsa Punset, que es filósofa, lo debería saber. En los sofistas, Sócrates y Platón está muy claro lo que ella dice. Y, si no, que recuerde, un poco, la teoría del aprender y del amor en Platón. Que relea, el Fedón, el Banquete y el Fedro. Me explico. Se ha puesto muy de moda, en concreto de la mano del divulgador científico Eduardo Punset, el asunto de la inteligencia emocional y la aplicación de la misma a la educación. Todo arranca de la obra, de hace unos doce o trece años, de Goleman, Inteligencia emocional. La tesis fundamental, que en gran parte comparto, es que la inteligencia en occidente ha sido identificada con la inteligencia lógico matemática. Siendo los modelos de genios el del científico. Pero, curiosamente, en muchos de los casos, estos eran unos inadaptados sociales; es decir, que habrían fracasado socialmente. Y esto sería así porque su inteligencia emocional, la base de las relaciones sociales, habría fracasado por diversos motivos. Lo que posteriormente intenta demostrar Goleman desde la neurofisiología y en parte lo consigue, y los estudios de entonces hacia acá lo siguen confirmando, es que nuestras facultades cognitivas superiores, las que tienen su sede en los lóbulos frontales, están relacionadas, a través de redes neuronales (para ello habría que introducir aquí el concepto de red neuronal y el de la teoría modular del cerebro) con el sistema límbico, que es el que regula nuestras emociones.
Efectivamente, todo esto es cierto. No hay razonamiento sin emoción. Nuestra vida es, fundamentalmente, emocional y pasional. Es un error que viene desde Aristóteles, como ya he dicho aquí -y en esto no siguió a su maestro Platón- considerar al hombre como un animal racional. Esta definición, unida al triunfo de las ciencias naturales basadas en el método hipotético deductivo y matemático dio lugar a una definición reduccionista de inteligencia y esta quedó relegada a la inteligencia lógico matemática. Pero esto ha sido un terrible error. La actividad científico técnica ha sido entendida desde la inteligencia, pero no así la actividad artística, la vida en grupo, la estabilidad emocional, la acción política, etc. Y, sobre todo, la acción ética. Por supuesto que la inteligencia es emocional y que emociones, sentimiento y razón son inseparables. Ya lo decía Platón cuando distinguía tres partes en el alma que son inseparables: dos emocionales -la irascible y la concupiscible- y una racional que dirige a las otras dos. Nuestra inteligencia es racional, pero es la razón la que dirige a las emociones. Por seguir el símil de Kant, estas, por sí mismas son ciegas, mientras que la razón sola está vacía. Pero la cosa queda bien clara en la teoría del amor de Platón y su definición de filosofía. El amor es la búsqueda, un impulso, un rapto, una emoción, de lo que no se tiene. Un deseo. Deseamos lo que no tenemos. El amor es búsqueda. Es algo dinámico que nos impulsa, una pasión. La filosofía es, en su etimología, el amor de la sabiduría, el amor de la verdad, del conocimiento, del bien y de la belleza. Es decir, el filósofo, todo hombre en algún momento, busca lo que no tiene. Y lo que no tiene es sabiduría. No sabe lo que es la verdad, ni el bien, ni la belleza, ni la justicia. No las posee, y como no las posee, pues las desea. La filosofía es dialéctica, como el amor. Va de lo concreto a lo universal. El amor quiere la belleza de un cuerpo bello. La búsqueda de la belleza (el saber de ella) le impulsa (deseo, amor, enamoramiento) a poseer el cuerpo que participa de la belleza. Pero este es el primer escalón del conocimiento de la belleza. El amor, al proceder dialécticamente, va de lo particular a lo universal. Es decir, de la contemplación de la belleza en un cuerpo bello a la contemplación de la belleza de las leyes de la ciencia y, por último, la justicia de la polis. Pero, claro, para proceder dialécticamente necesitamos de la guía de la facultad racional del alma, los lóbulos frontales. Existe un mecanismo de feed-back entre las emociones y la razón y este se expresa en las redes neuronales que van desde el sistema límbico a los lóbulos frontales del neocortes. Y la educación, la filosofía, la dialéctica, todo es lo mismo, consiste en que la razón sea capaz de domar a las emociones, no a su eliminación. Y esto es lo que Platón nos demuestra al unir su teoría del aprender con su teoría del amor y su teoría de la educación del ciudadano. Y todo esto, que olvidó la razón instrumental científica, lo sabían muy bien los clásicos, los sofistas, Sócrates y Platón.
Los sofistas enseñan por medio de la retórica, que es el arte del discurso que consiste en convencer de algo, independientemente de la verdad de ese algo. Los sofistas piensan que la verdad es relativa, por eso no intentan hablar a la razón, no creen en ella. Les pasa como a los políticos actuales y a los pseudocientíficos de la psicopedagogía, por eso dirigen su discurso a las pasiones. Lo que nos hace cambiar de opinión son nuestras emociones. Pero, claro, las emociones, las pasiones, son las que nos esclavizan, mientras que la razón domina (domestica) las pasiones, no elimina, digo, porque el dominio de la pasión es precisamente la virtud. Por eso la razón nos hace libres. Y por eso el conocimiento es un camino hacia la libertad, que va desde el individuo a la sociedad y de la sociedad al individuo. Los sofistas, al dirigir su discurso sólo a las pasiones, convierten la democracia en demagogia y a los ciudadanos en súbditos. Ese es el peligro que ven Sócrates y Platón. Por eso Sócrates se declara ignorante, sólo sé que no sé nada, y entonces (teoría del amor platónica) necesito de la verdad. La búsqueda de la verdad es mi pasión, dirá Sócrates, pero no me dejo convencer por el discurso retórico que habla a las emociones, sino que utilizo el diálogo, la razón. Analizo desde la razón lo que se me dice. Y así educo y domino mis pasiones. La educación es el dominio de las pasiones por medio del conocimiento y, por supuesto, de la educación de la voluntad.
Otra de las cosas importantes que han olvidado los psicopedagogos, algo que, como no es observable, se les ha traspapelado en su pseudosaber. La voluntad es el querer o no querer. No somos libres de esto, son las emociones con las que hemos nacido por dotación genética. Ahora bien, sí somos libres de hacer o no hacer lo que queremos o deseamos, y en esto consiste la educación de la voluntad. Las teorías de la psicopedagogía, basadas en el constructivismo, mera filosofía idealista, sin ninguna base en las neurociencias -por eso la psicopedagogía es un gazpacho de teorías inconexas y contradictorias- han olvidado el tema de la voluntad.
En consecuencia, nada nuevo bajo el sol. Solo retórica recubierta de mito científico. Y esta es la segunda cuestión a tratar. En las palabras de Punset se trasluce que hay una identificación entre ciencia y verdad. Pero, ¡por dios!, esto es un error elemental, que no les permitiría a mis alumnos de bachillerato. En esta identificación se basa el cientificismo, esto es, la conversión de la ciencia en religión e ideología. ¿Por qué será que los psicopedagogos suelen cometer este error?, ¿por qué siempre quieren sostener la verdad de su discurso en el supuesto hecho de que sus teorías son científicas?, ¿no indicará esto, precisamente, lo contrario? La psicopedagogía, en su pretensión de ser una ciencia, quiere seguir el modelo empirista, pero este es algo ya caduco. Además, mezclan teorías cognitivas, con conductitas, otras de la Gestalt, otras constructivistas y, luego, echan mano de la neurofisiología y el resto de las neurociencias. Pero todo para justificar una ideología. Y ahí es donde entramos en el tercer punto.
Estoy ya más que cansado de escuchar que el objetivo de la educación es la adaptación. ¡No señor! De ninguna de las maneras. Si todo proceso de educación hubiese sido mera adaptación a la sociedad cambiante, no hubiese habido ninguna transformación social. Si el objetivo de la educación es la adaptación a la sociedad cambiante -lo que hay que entender aquí es el mundo laboral dominado por el mercado- entonces apaga y vámonos. Se acabó la lucha por la justicia social. Todos obedientes y sumisos al dios mercado. De ninguna de las maneras, el objetivo de la educación es el conocimiento y la virtud pública. Por supuesto que el conocimiento implica una técnica, la posibilidad de realizar un trabajo para el que continuamente tendrás que seguir aprendiendo, pero esto no es un fin en sí mismo. El fin es alcanzar la libertad por el conocimiento y la virtud. Por otro lado, unión, donde las haya, entre la razón y las emociones. Es más, esto supera, incluso, la cansina inteligencia emocional. Aquí estamos hablando ahora de la mayor inteligencia humana, la inteligencia ética. La mayor construcción que el hombre haya hecho jamás. Y esa inteligencia ética tiene que ver con el gran proyecto ético de la humanidad que nace en Grecia y se impulsa con la Ilustración que es el de la búsqueda de la dignidad humana: libertad, igualdad y fraternidad. Esos son los objetivos de la educación, no la adaptabilidad al sistema como meras piezas de recambio.
Los psicopedagogos le están haciendo el juego al poder económico-político, en definitiva son los sofistas actuales. Educar para adaptar. El conocimiento como forma de aceptar la verdad establecida, el orden social vigente y el pensamiento único. En definitiva, educar para la sumisión. Lo siento, pero esta demagogia me resulta ya cansina. Es la antesala del fascismo en el que nos adentramos.
Plato+Aristotle
Juan Pedro Viñuela Rodríguez
Sólo el sabio es libre y, comparado con él, un rey es un esclavo. Porque la libertad es el derecho a actuar con independencia, la esclavitud una privación del actuar independientemente.
Zenón. En Diógenes Laercio
Leo una entrevista a la escritora y filósofa Elsa Punset. Siento discrepar de la señora Punset que, junto con muchos otros, la casta de los políticos y psicopedagogos, que se autoproclaman los nuevos redentores a través de un saber científico que, ahora sí, al ser tal, garantiza el fin de los males de la educación, creen que han dado con la piedra angular de la educación. Nada más y nada menos que la inteligencia emocional. Creo que estos señores están muy equivocados. Primero creen descubrir el Mediterráneo, segundo confían en la ciencia como en una religión y, tercero, no plantean ninguna posibilidad de transformación y cambio social, sino que se pliegan a la adaptación; es decir, sumisión y obediencia al orden establecido. Analizo someramente estas tres cuestiones.
Digo que estos psicopedagogos creen descubrir nuevas cosas, cuando en realidad son conocidas desde los inicios de la ciencia y la filosofía, desde la Grecia clásica. Elsa Punset, que es filósofa, lo debería saber. En los sofistas, Sócrates y Platón está muy claro lo que ella dice. Y, si no, que recuerde, un poco, la teoría del aprender y del amor en Platón. Que relea, el Fedón, el Banquete y el Fedro. Me explico. Se ha puesto muy de moda, en concreto de la mano del divulgador científico Eduardo Punset, el asunto de la inteligencia emocional y la aplicación de la misma a la educación. Todo arranca de la obra, de hace unos doce o trece años, de Goleman, Inteligencia emocional. La tesis fundamental, que en gran parte comparto, es que la inteligencia en occidente ha sido identificada con la inteligencia lógico matemática. Siendo los modelos de genios el del científico. Pero, curiosamente, en muchos de los casos, estos eran unos inadaptados sociales; es decir, que habrían fracasado socialmente. Y esto sería así porque su inteligencia emocional, la base de las relaciones sociales, habría fracasado por diversos motivos. Lo que posteriormente intenta demostrar Goleman desde la neurofisiología y en parte lo consigue, y los estudios de entonces hacia acá lo siguen confirmando, es que nuestras facultades cognitivas superiores, las que tienen su sede en los lóbulos frontales, están relacionadas, a través de redes neuronales (para ello habría que introducir aquí el concepto de red neuronal y el de la teoría modular del cerebro) con el sistema límbico, que es el que regula nuestras emociones.
Efectivamente, todo esto es cierto. No hay razonamiento sin emoción. Nuestra vida es, fundamentalmente, emocional y pasional. Es un error que viene desde Aristóteles, como ya he dicho aquí -y en esto no siguió a su maestro Platón- considerar al hombre como un animal racional. Esta definición, unida al triunfo de las ciencias naturales basadas en el método hipotético deductivo y matemático dio lugar a una definición reduccionista de inteligencia y esta quedó relegada a la inteligencia lógico matemática. Pero esto ha sido un terrible error. La actividad científico técnica ha sido entendida desde la inteligencia, pero no así la actividad artística, la vida en grupo, la estabilidad emocional, la acción política, etc. Y, sobre todo, la acción ética. Por supuesto que la inteligencia es emocional y que emociones, sentimiento y razón son inseparables. Ya lo decía Platón cuando distinguía tres partes en el alma que son inseparables: dos emocionales -la irascible y la concupiscible- y una racional que dirige a las otras dos. Nuestra inteligencia es racional, pero es la razón la que dirige a las emociones. Por seguir el símil de Kant, estas, por sí mismas son ciegas, mientras que la razón sola está vacía. Pero la cosa queda bien clara en la teoría del amor de Platón y su definición de filosofía. El amor es la búsqueda, un impulso, un rapto, una emoción, de lo que no se tiene. Un deseo. Deseamos lo que no tenemos. El amor es búsqueda. Es algo dinámico que nos impulsa, una pasión. La filosofía es, en su etimología, el amor de la sabiduría, el amor de la verdad, del conocimiento, del bien y de la belleza. Es decir, el filósofo, todo hombre en algún momento, busca lo que no tiene. Y lo que no tiene es sabiduría. No sabe lo que es la verdad, ni el bien, ni la belleza, ni la justicia. No las posee, y como no las posee, pues las desea. La filosofía es dialéctica, como el amor. Va de lo concreto a lo universal. El amor quiere la belleza de un cuerpo bello. La búsqueda de la belleza (el saber de ella) le impulsa (deseo, amor, enamoramiento) a poseer el cuerpo que participa de la belleza. Pero este es el primer escalón del conocimiento de la belleza. El amor, al proceder dialécticamente, va de lo particular a lo universal. Es decir, de la contemplación de la belleza en un cuerpo bello a la contemplación de la belleza de las leyes de la ciencia y, por último, la justicia de la polis. Pero, claro, para proceder dialécticamente necesitamos de la guía de la facultad racional del alma, los lóbulos frontales. Existe un mecanismo de feed-back entre las emociones y la razón y este se expresa en las redes neuronales que van desde el sistema límbico a los lóbulos frontales del neocortes. Y la educación, la filosofía, la dialéctica, todo es lo mismo, consiste en que la razón sea capaz de domar a las emociones, no a su eliminación. Y esto es lo que Platón nos demuestra al unir su teoría del aprender con su teoría del amor y su teoría de la educación del ciudadano. Y todo esto, que olvidó la razón instrumental científica, lo sabían muy bien los clásicos, los sofistas, Sócrates y Platón.
Los sofistas enseñan por medio de la retórica, que es el arte del discurso que consiste en convencer de algo, independientemente de la verdad de ese algo. Los sofistas piensan que la verdad es relativa, por eso no intentan hablar a la razón, no creen en ella. Les pasa como a los políticos actuales y a los pseudocientíficos de la psicopedagogía, por eso dirigen su discurso a las pasiones. Lo que nos hace cambiar de opinión son nuestras emociones. Pero, claro, las emociones, las pasiones, son las que nos esclavizan, mientras que la razón domina (domestica) las pasiones, no elimina, digo, porque el dominio de la pasión es precisamente la virtud. Por eso la razón nos hace libres. Y por eso el conocimiento es un camino hacia la libertad, que va desde el individuo a la sociedad y de la sociedad al individuo. Los sofistas, al dirigir su discurso sólo a las pasiones, convierten la democracia en demagogia y a los ciudadanos en súbditos. Ese es el peligro que ven Sócrates y Platón. Por eso Sócrates se declara ignorante, sólo sé que no sé nada, y entonces (teoría del amor platónica) necesito de la verdad. La búsqueda de la verdad es mi pasión, dirá Sócrates, pero no me dejo convencer por el discurso retórico que habla a las emociones, sino que utilizo el diálogo, la razón. Analizo desde la razón lo que se me dice. Y así educo y domino mis pasiones. La educación es el dominio de las pasiones por medio del conocimiento y, por supuesto, de la educación de la voluntad.
Otra de las cosas importantes que han olvidado los psicopedagogos, algo que, como no es observable, se les ha traspapelado en su pseudosaber. La voluntad es el querer o no querer. No somos libres de esto, son las emociones con las que hemos nacido por dotación genética. Ahora bien, sí somos libres de hacer o no hacer lo que queremos o deseamos, y en esto consiste la educación de la voluntad. Las teorías de la psicopedagogía, basadas en el constructivismo, mera filosofía idealista, sin ninguna base en las neurociencias -por eso la psicopedagogía es un gazpacho de teorías inconexas y contradictorias- han olvidado el tema de la voluntad.
En consecuencia, nada nuevo bajo el sol. Solo retórica recubierta de mito científico. Y esta es la segunda cuestión a tratar. En las palabras de Punset se trasluce que hay una identificación entre ciencia y verdad. Pero, ¡por dios!, esto es un error elemental, que no les permitiría a mis alumnos de bachillerato. En esta identificación se basa el cientificismo, esto es, la conversión de la ciencia en religión e ideología. ¿Por qué será que los psicopedagogos suelen cometer este error?, ¿por qué siempre quieren sostener la verdad de su discurso en el supuesto hecho de que sus teorías son científicas?, ¿no indicará esto, precisamente, lo contrario? La psicopedagogía, en su pretensión de ser una ciencia, quiere seguir el modelo empirista, pero este es algo ya caduco. Además, mezclan teorías cognitivas, con conductitas, otras de la Gestalt, otras constructivistas y, luego, echan mano de la neurofisiología y el resto de las neurociencias. Pero todo para justificar una ideología. Y ahí es donde entramos en el tercer punto.
Estoy ya más que cansado de escuchar que el objetivo de la educación es la adaptación. ¡No señor! De ninguna de las maneras. Si todo proceso de educación hubiese sido mera adaptación a la sociedad cambiante, no hubiese habido ninguna transformación social. Si el objetivo de la educación es la adaptación a la sociedad cambiante -lo que hay que entender aquí es el mundo laboral dominado por el mercado- entonces apaga y vámonos. Se acabó la lucha por la justicia social. Todos obedientes y sumisos al dios mercado. De ninguna de las maneras, el objetivo de la educación es el conocimiento y la virtud pública. Por supuesto que el conocimiento implica una técnica, la posibilidad de realizar un trabajo para el que continuamente tendrás que seguir aprendiendo, pero esto no es un fin en sí mismo. El fin es alcanzar la libertad por el conocimiento y la virtud. Por otro lado, unión, donde las haya, entre la razón y las emociones. Es más, esto supera, incluso, la cansina inteligencia emocional. Aquí estamos hablando ahora de la mayor inteligencia humana, la inteligencia ética. La mayor construcción que el hombre haya hecho jamás. Y esa inteligencia ética tiene que ver con el gran proyecto ético de la humanidad que nace en Grecia y se impulsa con la Ilustración que es el de la búsqueda de la dignidad humana: libertad, igualdad y fraternidad. Esos son los objetivos de la educación, no la adaptabilidad al sistema como meras piezas de recambio.
Los psicopedagogos le están haciendo el juego al poder económico-político, en definitiva son los sofistas actuales. Educar para adaptar. El conocimiento como forma de aceptar la verdad establecida, el orden social vigente y el pensamiento único. En definitiva, educar para la sumisión. Lo siento, pero esta demagogia me resulta ya cansina. Es la antesala del fascismo en el que nos adentramos.