Guevarismo: a propósito del “foquismo” y otras caricaturas
Por Carlos F. Lincopi Bruch
Palabras preliminares
La redacción y corrección de este documento (publicado por primera vez el año 2014) se desarrolla, fundamentalmente, por la necesidad de rebatir algunos prejuicios en torno al guevarismo, como expresión radical del marxismo latinoamericano. En efecto, se han construido, como forma deshonesta de librar un combate teórico estratégico y programático, ciertas caricaturizaciones del pensamiento guevarista. Es preciso comprender, para determinar la vigencia o caducidad de algunos apuntes estratégico-tácticos del Che algunos elementos centrales del guevarismo como interpretación latinoamericana del marxismo.
El primer elemento, desde el punto de vista de la concepción de mundo, es la dialéctica. Lo cual quiere decir para nosotros, aprehensión dialéctica del mundo. Es decir, entender e interpretar el mundo en su movimiento, el cual es constante, dinámico, concreto y, aprehensible solo desde el punto de vista de la totalidad, es decir, del conjunto del proceso. El mundo o, la realidad, entendida como movimiento significa que constantemente brotan nuevos elementos que enriquecen el análisis político y otros que, inevitablemente, caducan. Para nosotros, guevaristas, no existe una táctica o una estrategia universal aplicable en cualquier situación, al margen del escenario concreto de la lucha de clases. Lo central radica en el análisis político que, aprehendiendo la realidad en su totalidad, establece la correlación de fuerzas entre las clases en pugna, así como, las posibilidades revolucionarias del momento desarrollado por el análisis. Ahora bien, la orientación de esas posibilidades, en términos generales, debe ir –utilizando la categoría de Santucho– dirigida hacia el desarrollo de un poder revolucionario que se oponga radicalmente al poder burgués.
El segundo elemento medular, es la praxis, pues como categoría permite la humanización, por medio de la práctica revolucionaria, del mundo cosificado de la práctica fetichizada. La revolución, en este sentido, no se define por un abstracto horizonte, siempre lejano, sino por la actualidad que imprime la praxis, como categoría que permite negar, es decir, criticar con la teoría y la acción, el mundo capitalista realmente existente en el tiempo-ahora, en el presente. En otras palabras, se trata de realizar la revolución ahí donde existan las condiciones y, de crear las condiciones en los lugares en que aún no existan. El elemento central, es el hombre y su relación con el mundo, el cual por medio de su praxis transforma la realidad y se configura a sí mismo en ese proceso, como un hombre nuevo que va apoderándose de su existencia en el mundo, de su actividad, de sus relaciones sociales, develando el carácter esencialmente humano de éstas y, despojándolas de toda deificación y petrificación.
En pocas palabras, para nosotros, lo medular es la aprehensión dialéctica del mundo, cuyo movimiento encuentra su fuerza motriz en la praxis, en la práctica revolucionaria del hombre/mujer y cuyo objetivo es la lucha contra la miseria, pero al mismo tiempo contra la enajenación del ser humano. Lo elementos tácticos son elementos accesorios, secundarios y que pueden modificarse en la medida en que queden caducos, esto es, en tanto no permitan una verdadera transformación del mundo. La construcción de “tácticas” y “estrategias” inamovibles en el seno del movimiento comunista, a nuestro juicio, solo es posible en la medida en que no hay pensamiento crítico, sino mero dogma, falsa conciencia, ideología, que termina por petrificar la praxis en el mundo, pues ellas mismas no son sino condiciones históricas – chinas, vietnamitas, rusas, entre otras – petrificadas en la conciencia del sujeto y que, lo inhiben de una auténtica praxis libre de todo fetiche. El marxismo latinoamericano, el guevarismo, no puede sino ser una interpretación heroica de la realidad latinoamericana y ruptura con todos los dogmas que en algún momento suponían la inmadurez de nuestro continente para la realización de revoluciones socialistas.
Entendidos estos elementos, podemos revisar algunas de las caricaturas y prejuicios que existen con el pensar guevarista, en el cual, ni el Che ni cualquier otra persona tienen la verdad última de las cosas, pues ello mismo atentaría contra un pensamiento auténticamente crítico, dialéctico y cuyo elemento medular es la praxis.
Foquismo y otras caricaturas
Entre los años 1960 y 1961 Ernesto Guevara escribe un texto mundialmente reconocido y que constituye una obra clásica del pensamiento revolucionario latinoamericano, hablamos de La Guerra de Guerrillas. Este escrito, tiene por objeto sistematizar y generalizar algunos aspectos desarrollados a partir de la guerra revolucionaria en Cuba y elevarlos a nivel de teoría revolucionaria, con el único objetivo de que pueda ser utilizado por revolucionarios en todo el mundo, más nunca como un dogma.
En este texto, el Che plantea tres enseñanzas fundamentales del proceso revolucionario cubano:
* Las fuerzas populares pueden ganar una guerra contra el ejército.
* No siempre hay que esperar a que se den todas las condiciones para la revolución; el foco insurreccional puede crearlas.
* En la América subdesarrollada, el terreno de la lucha armada debe ser fundamentalmente en el campo.
La enseñanzas del Che serán objeto de debates al interior de la izquierda revolucionaria en los años 60’, entre quienes participan de esta polémica se encuentra el “intelectual” francés Régis Debray, quien inspirado en la revolución cubana escribe Revolución en la Revolución en 1967, entre otros textos como: “Una experiencia guerrillera”, “El castrismo: la larga marcha de América Latina” y “América Latina: algunos problemas de estrategia revolucionaria”. En estos textos, lejos de aprehender dialécticamente el mundo y de comprender críticamente el documento del Che, Debray transforma – y deforma – la teoría del Che en un miserable y vil dogma, veamos que plantea:
* El ejército popular será el núcleo del partido y no a la inversa. La guerrilla es la vanguardia política “in nuce” y sólo de su desarrollo puede nacer el verdadero partido.
* En la coyuntura actual el acento principal debe ponerse en el desarrollo de la guerra de guerrillas y no en el fortalecimiento de los partidos existentes o en la creación de nuevos partidos.
* Lo decisivo para el futuro es la apertura de focos militares y no de focos políticos. Y agrega: “comenzando por el foco militar es posible llegar al “foco político”, pero comenzando por el “foco” político es casi imposible llegar al foco militar.
* En América subdesarrollada sólo se puede propagar de manera duradera la ideología revolucionaria entre las masas campesinas a partir de un foco insurreccional.
* La lucha armada revolucionaria sólo es realizable en el campo.
Es innegable, que todas estas tesis son profundamente erradas. Vulgarizan el pensamiento guevarista, lo caricaturizan y lo vuelven unilateral, dogmático. Creemos que en estos documentos residen las reales fuentes del foquismo y no en el pensamiento del Che Guevara y la praxis guevarista. En sentido, el alcance de los postulados del “intelectual” francés para algunas corrientes marxistas y no-marxistas consiste en: 1) el guevarismo desprecia la construcción de partido revolucionario; 2) el guevarismo no da importancia a las masas y a la lucha de masas; 3) el guevarismo entrega propiedades mágicas a los “focos” insurreccionales, y; 4) el guevarismo considera el campo como único escenario de confrontaciones políticas y militares, y de ello, que el campesinado es la fuerza dirigente del proceso revolucionario. Podemos decir, sin temor alguno a equivocarnos, que estas posiciones y prejuicios se basan en un desconocimiento de las fuentes del guevarismo o directamente en tergiversaciones de mal gusto.
La forma de abordar el problema y de solucionarlo es ir directamente a las fuentes del guevarismo, problematizar con ellas y establecer cuáles elementos mantienen su vigencia y cuáles ya han quedado caducos a la luz de la historia.
Sobre el partido revolucionario
Hemos visto que para Régis Debray, en las condiciones de América Latina, no podían existir partidos revolucionarios, la orden del día para él sería, nada más y nada menos que, la construcción de ejércitos que sustituirían momentáneamente la función de vanguardia revolucionaria que, tradicionalmente era ejercida por el partido leninista. El ejército, sería pues, el “núcleo” del futuro partido. El debate que plantea Debray, en realidad, nos obliga a definir la naturaleza del partido o de la organización revolucionaria.
Para nosotros, el núcleo de lo que llamamos partido revolucionario, no es otra cosa que la objetivación, en una herramienta política de lucha, de la conciencia revolucionaria de la clase combatiente, es la entidad que media entre teoría y práctica y, como tal, es un órgano de avanzada de un grupo social o una clase. Como tal, se desarrolla en la esfera de lo político, en una lucha de fuerzas, que se definen militarmente – más allá del uso o no uso de armas – en la confrontación de tácticas y estrategias con otros partidos, caracterizando a unos bajo la figura del enemigo y, a otros, como amigos. Si no existieran estas categorías definitorias de lo político (amigo y enemigo), no sería posible hablar propiamente de partidos sino, más bien, de individuos que forman parte de un todo social, equitativo, esto es, de una asociación configurada por un contrato social (Rousseau). Ese es el error de Debray, definir lo militar aislado de lo político, no entendiendo que ambas son extensiones conceptuales, la una de la otra y viceversa.
Los elementos anteriores, a nuestro juicio, definen el contenido del partido revolucionario. Otra cosa es la forma o la exterioridad que adquiere ese partido en diversos momentos de la lucha de clases. Por definición, en la medida en que la organización está sujeta al movimiento dinámico de la lucha de clases, la forma con la cual exterioriza su política, tiende a su vez, a ser igualmente dinámica. De esta manera, la legalidad e ilegalidad, la clandestinidad o publicidad, la mayor o menor existencia de espacios de deliberación democrática, el carácter de las direcciones políticas – en caso que hubiera –, entre otros elementos que dan forma, depende única y exclusivamente del escenario concreto sobre el cual se desarrolla la lucha de clases.
Por ejemplo, en América Latina, la herramienta política de los oprimidos, ha variado en su forma, en algunos lugares, lo que prevaleció fue el desarrollo de verdaderos ejércitos populares, pues respondían mejor a las necesidades políticas del escenario concreto de lucha, es el caso de Cuba, Nicaragua, e inclusive el caso de México con Emiliano Zapata. Es nuestra propia historia continental la que nos enseña que el dogma organizativo solo envilece la praxis. La aplicación de axiomas a la realidad concreta de América Latina no contribuye de ninguna manera a un proceso revolucionario, le limita en sus posibilidades y petrifica su praxis. La construcción de “partidos” en el sentido clásico del término, puede desarrollarse perfectamente, como demuestra la revolución cubana, con posterioridad al desarrollo y consolidación del poder político, aunque en el caso cubano, la creación del Partido Comunista, tendió más a burocratizar y a petrificar el impulso revolucionario que a otorgarle vitalidad al proceso.
En Argentina, por otra parte, Mario Roberto Santucho, sostiene en un documento de análisis del IV Congreso del Partido Revolucionario de los Trabajadores, abordando la cuestión del partido que, en la fase imperialista del capitalismo, es necesario construir organizaciones, partidos revolucionarios, en función de una estrategia político-militar. En el mismo sentido, agrega que en donde ya existan partidos de carácter revolucionario, habrá que transformarlos en fuerzas militares para que puedan responder a una estrategia de poder acorde a las necesidades de la época abierta por la revolución cubana. Santucho no separa lo político de lo militar, los entiende en una relación dialéctica, situada en el contexto concreto de la lucha de clases (la época abierta por la revolución cubana).
Foquismo y la lucha de masas
Desde la publicación de La Guerra de Guerrillas y los desastres teóricos de Debray, se ha tachado al guevarismo de “militarista”, “blanquista” o “foquista”. Dichas calificaciones se sustentan en una errónea interpretación de la segunda enseñanza de la revolución cubana, establecida en el texto escrito por el Che: “no siempre hay que esperar a que se den todas las condiciones para la revolución; el foco insurreccional puede crearlas.”
Es a propósito de esta cita que algunas corrientes trotskistas, maoístas, reformistas, entre otras, han señalado que el Che sería un “voluntarista” y que entregaría al “foco” potencialidades absolutas al margen de las condiciones objetivas de la lucha de clases. No obstante, el Che señala que “no hay que esperar a que estén todas las condiciones”, lo cual quiere decir, en la medida que se usa el término “todas” que, deben existir determinadas condiciones para el desarrollo de esta táctica revolucionaria.
En realidad, una lectura completa del primer capítulo de La Guerra de Guerrillas nos despeja todas las dudas. Luego de dicho apartado, el Che agrega tan sólo dos párrafos más adelante que: “naturalmente, cuando se habla de las condiciones para la revolución no se puede pensar que todas ellas se vayan a crear por el impulso dado a las mismas por el foco guerrillero. Hay que considerar siempre que existe un mínimo de condiciones que hagan factible el establecimiento y consolidación del primer foco.”
Ahora bien, es necesario señalar que el Che en 1966 releyó su propio texto y estableció ciertas correcciones en varios aspectos, con el objeto de evitar confusiones. Resulta particularmente interesante la corrección que realiza de la “segunda enseñanza” apuntada más arriba. Dicha corrección, escrita por el propio Che Guevara quedaría finalmente así: “No siempre hay que esperar a que se den todas las condiciones para la revolución; el foco insurreccional puede desarrollar condiciones subjetivas sobre la base de condiciones objetivas dadas.” Con esta corrección – a nuestro entender – el Che despeja toda posibilidad de dudas y clarifica su intención, la praxis, es central, su forma puede variar históricamente, lo realmente importante es como determinadas tácticas contribuyen al desarrollo de una conciencia revolucionaria, la aceleran, eso es lo medular, eliminar la mera contemplación del actividad política y otorgar centralidad a la práctica revolucionaria.
También se plantea que, el guevarismo desprecia a las masas en la lucha revolucionaria, lo cual es otra caricatura. En la concepción del Che, la revolución necesita de la fuerza de las masas, su articulación y organización, de hecho, el mismo lo plantea en La Guerra de Guerrillas al señalar que: “…Es importante destacar que la lucha guerrillera es una lucha de masas, es una lucha de pueblos: la guerrilla, como núcleo armado, es la vanguardia combatiente del mismo, su gran fuerza radica en las masas de la población.” Pero la realidad del argumento opuesto, es el oportunismo del “sentido común”, la necesidad de la “adhesión de toda la masa” a la línea política, pero ello no es más que la petrificación del partido revolucionario, el cual no puede ser un agente pasivo del movimiento de masas sino un elemento catalizador del mismo, lo cual supone que el partido como elemento de la clase en lucha, entre en contradicciones con ciertos sectores del movimiento de masas, es inevitable, pues chochan dos contenidos diferentes de la conciencia, una que aún se encuentra fetichizada por una práctica utilitaria, por el sentido común (que siempre favorece a los capitalistas) y, otra que pugna por una negación radical del capitalismo en miras a una nueva sociedad. El partido revolucionario, no tiene como imperativo, la coincidencia con el punto de vista medio del movimiento de masas.
En Guerra de guerrillas: un método, el Che plantea más concretamente a qué se refiere con niveles de conciencia de masas que permitirían el desarrollo de su proyecto estratégico a la hora de objetivar una práctica más radical de confrontación, esto es, la certeza sobre las posibilidades de triunfo y necesidad de la revolución.
Sujeto revolucionario: ¿el campesinado?
Para el Che, no hay dudas que el sujeto revolucionario por excelencia es la clase obrera y no el campesinado como se ha sostenido en diversas caricaturizaciones, es ésta la clase social llamada a líder el proceso y establecer su hegemonía sobre las demás capas oprimidas. En Guerra de Guerrillas: un método, el Che establece –ocupando para ello la Segunda Declaración de la Habana– que “…el campesino es una clase que, por el estado de incultura en que lo mantienen y el aislamiento en que vive, necesita la dirección revolucionaria y política de la clase obrera y los intelectuales revolucionarios…”. Aún sin coincidir totalmente con el Che, la cuestión del sujeto, es definida en términos amplios: la clase obrera, los intelectuales revolucionarios y el campesinado. Por otra parte, la alianza o bloque histórico de los oprimidos en América Latina, desde un punto de vista guevarista, podemos encontrarla expresada en la Declaración del I Congreso de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), en la cual se señala que el potencial revolucionario en Nuestra América, radica en las masas proletarias de obreros urbanos y agrícolas, en el campesinado pobre superexplotado, en los intelectuales y estudiantes revolucionarios.
La quaestio es que no existe un sujeto revolucionario en sí, sino solamente en la medida en que es para sí, es decir, en cuanto desarrolla una conciencia revolucionaria opuesta a la conciencia burguesa. El único sujeto revolucionario real es aquel que tiene conciencia sobre la necesidad y posibilidad de la revolución, en todo lo otro existe solamente un potencial, no una determinación. Es la negación de la posición al mero en sí, establecida por la burguesía sobre las clases oprimidas, la que desarrolla a la clase para sí, como clase revolucionaria que afirma su existencia negada, en el mundo, por medio de la praxis.
El campo de batalla: ¿agro o urbe?
Otro elemento, no menor, se refiere a la “cuestión del campo” en la lucha revolucionaria. Hemos visto que para Debray la lucha revolucionaria sólo – es decir, única y exclusivamente – puede realizarse en el campo, lo cual se encuentra alejado tanto de las concepciones del Che como de los actuales planteamientos del movimiento guevarista en el continente.
El Che Guevara plantea, en cambio, una tesis mucho más general: el terreno de las confrontaciones más agudas, en la fase inicial de la lucha revolucionaria, será fundamentalmente – es decir, no única y exclusivamente – el campo. Esto debido a las condiciones favorables que presentan las zonas rurales para la confrontación con un enemigo superior, técnica y cuantitativamente. Aún así, el Che planteó que la ciudad también puede constituirse en un núcleo fundamental y principal de la guerra revolucionaria, pese a las dificultades propias del terreno urbano.
El problema de la ubicación geo-táctica del enfrentamiento varía según el momento concreto de la lucha de clases, lo cual implica aprehender el concepto de confrontación en un sentido mucho más amplio, esto es, en un sentido irrestricto: 1) la cultura; 2) tecnología; 3) economía; 4) ingeniería; entre otros elementos. Ningún aspecto de la realidad es desechado. Por otra parte, un ejemplo de ingeniería político-militar, destacable, es la resistencia palestina que, se desarrolla en un espacio urbano, muy pequeño y en las peores condiciones materiales, la voluntad de lucha es lo que define la confrontación y la superación en los diversos planos (cultura, político, tecnológico, económico, entre otros).
En definitiva, no existe una estrategia “universal” válida para todo tiempo y lugar, la búsqueda de axiomas es adecuado para el ejercicio lógico-matemático, pero no para el ejercicio de la lucha de clases, siempre cambiante y en constante movimiento.
Palabras finales
Lo central para el guevarismo es la actualidad de la revolución, de la práctica revolucionaria y su aprehensión dialéctica del mundo. Práctica revolucionaria orientada por una táctica y una estrategia diseñada por un análisis concreto de las correlaciones de fuerzas y el escenario político. En tal análisis político, se visualizan las debilidades del enemigo, sus contradicciones internas, sus miedos que, explotados correctamente se orientan en la perspectiva de favorecer la correlación de fuerzas a los oprimidos en su lucha de liberación. No puede olvidarse que el objetivo es la revolución socialista y que ella misma no es posible sin la expropiación de los medios de producción de la clase capitalista, pero tampoco puede olvidarse que no se trata de una lucha meramente económica –contra la miseria– sino que también contra la enajenación, lo cual implica la aprehensión de la vida del ser humano en su totalidad, la realización de su existencia en el mundo y el reconocimiento de sí mismo y de sus semejantes. Se trata de desarrollar un hombre y una mujer nueva al calor de la lucha revolucionaria.
El marxismo latinoamericano, no puede ni podrá ser, de carácter dogmático. Misteriosamente, tales dogmas siempre han privilegiado la dominación de la burguesía blanca europea o yanqui, es preciso el pensamiento crítico, la dialéctica, la disciplina en la actividad política y la sinceridad en el debate. Consideramos cumplida la tarea de liberar el guevarismo de ciertos prejuicios y caricaturizaciones.
Finalmente, pese a las aclaraciones de más arriba, no es posible desconocer la existencia de dos escuelas en el movimiento guevarista. La primera, es la escuela proto-maoísta, profundamente dogmática y centrada en la cuestión táctica y estratégica (la guerra popular), y la otra escuela, la nuestra, es la escuela de la praxis, centrada en los elementos aportados por el Che en su interpretación del marxismo como filosofía de la praxis, es decir, como filosofía negativa, crítica del mundo existente y orientada hacia la humanización de lo cosificado por medio de la praxis. Es la concepción de mundo en la cual el elemento medular es la práctica revolucionaria como categoría que transforma la realidad y al ser humano en ese proceso.
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