Dejo aquí un interesante artículo de 1990 de una revista italiana sobre la restauración del capitalismo en la URSS que, a mi juicio, ilustra bastantes cuestiones:
La restauración del modo de producción capitalista en la Unión Soviética
martedì 26 giugno 2007.
(Rapporti Sociali nº 8, noviembre de 1990)
La tesis de que los revisionistas modernos restauraron en la Unión Soviética durante los años 50 (bajo la dirección del Jruschov) el modo de producción capitalista ha sido mantenida en los años 60 y 70 por los grupos marxistas-leninistas, en el contexto de la denuncia de la línea de reacción anticomunista y de restauración capitalista adoptada por los revisionistas modernos que dirigían tanto la URSS como gran parte de los países del Este de Europa. Estos grupos sostuvieron que la Unión Soviética era un país socialcapitalista y socialimperialista; o sea, socialista en los discursos de los dirigentes y en las declaraciones de intenciones hechas por ellos para defender sus iniciativas ante las masas, pero capitalista e imperialista “de hecho”.
Nosotros sostenemos que esta tesis es justa sólo en el sentido de que la línea seguida por los revisionistas modernos, aunque encubierta con “palabras comunistas”, llevaba en realidad a la restauración del capitalismo y a hacer de la URSS un país imperialista; sin embargo, esta tesis es errónea cuando pretende que ese resultado ya había sido alcanzado. Nosotros sostenemos:
- que el revisionismo moderno fue el intento de restaurar gradual y pacíficamente el capitalismo;
- que este intento, llevado a cabo en algunos países socialistas durante casi cuarenta años y en el contexto favorable a la restauración caracterizado por la recuperación de la acumulación del capital en los países imperialistas, ha llevado a la parálisis de la sociedad socialista, pero no a la restauración del capitalismo;
-que el hundimiento del revisionismo moderno consiste precisamente en la bancarrota del intento de restauración gradual y pacífica del capitalismo;
- que esta bancarrota pone al orden del día un enfrentamiento entre las clases que tiene como desenlaces posibles la recuperación de la transición al comunismo o la restauración violenta del capitalismo. Ambos desenlaces excluyen una “homologación de los países socialistas a la sociedad de consumo o bienestar de los países imperialistas”.
La cuestión de la restauración del capitalismo no es una cuestión de nombre: no se trata de discutir sobre al nombre que hay que dar al sistema económico de la Unión Soviética. Esta cuestión tiene una importancia práctica, y solamente por ese hecho, también teórica. En efecto, se trata de comprender cuáles han sido las contradicciones que han determinado la dinámica de la sociedad soviética a partir de los años 50, cuáles son las que la determinan actualmente, cuáles son, pues, las corrientes principales de la misma, los desenlaces a los que se encamina la sociedad soviética, los objetivos reales de las fuerzas políticas operantes hoy en ella (1) y cuál es el papel que la Unión Soviética tiene y tendrá en el desarrollo de las crisis de superproducción de capital y en el movimiento revolucionario mundial.
El modo de producción capitalista es un fenómeno histórico desarrollado con continuidad desde el siglo XV, a partir de Europa Occidental. Sus características esenciales y universales (es decir, comunes a todos los países) y también específicas (por tratarse de un modo de producción diferente a otros) han sido puestas de manifiesto por Marx en su obra El Capital. Todos los que quieran comprender el movimiento económico y político de las sociedades actuales deben rechazar tanto la tendencia corriente de la cultura burguesa a impedir la comprensión de la sociedad capitalista transponiendo a ella categorías y nombres correspondientes a otra realidad en base a semejanzas superficiales y de poco peso, como, por tanto, la tendencia a vaciarlas de todo contenido de importancia práctica (2).
Para poder resolver la cuestión acerca de la restauración del modo de producción capitalista en la URSS, llevada a cabo en los años 50 por los revisionistas modernos, debemos partir de la naturaleza de la estructura económica del capitalismo en la época o fase imperialista.
La fase imperialista del capitalismo se caracteriza por la contradicción entre la propiedad individual de las fuerzas productivas (que es un elemento constitutivo esencial del capitalismo) y el carácter colectivo alcanzado por las mismas fuerzas productivas (3). En las sociedades imperialistas, el elemento esencial del capitalismo (la propiedad individual de las fuerzas productivas) encuentra su mediación (4) con el carácter colectivo alcanzado por las fuerzas productivas en el capital colectivo, en las asociaciones de capitalistas o sociedades de capital y en las formas antitéticas de la unidad social. De aquí surgen los monopolios, el capital financiero, el reparto del mundo entre grupos y Estados imperialistas, las empresas multinacionales, las políticas económicas, el capitalismo de Estado, etc. Esta tesis, importante para entender el movimiento económico de las sociedades imperialistas, está expuesta ampliamente en “Rapporti Sociali”, nº 4, págs. 5-25.
En el mismo artículo se demuestra también que la propiedad capitalista colectiva de las fuerzas productivas, lejos de eliminar la propiedad capitalista individual, le abre un nuevo y vasto campo de acción. Es cierto que las principales estructuras productivas (5) se han convertido, en los países imperialistas, en propiedad directa de asociaciones de capitalistas (sociedades por acciones, entes económicos públicos, fondos de seguros u otros organismos del mismo tipo). Pero también es cierto que el capitalista-individual, excluido de la propiedad directa de las estructuras productivas por el hecho de su carácter social, aparece como propietario individual de una cuota de su valor y hace valer como tales los derechos que ya no puede hacer valer completa y directamente con respecto a las estructuras productivas, a pesar del carácter social que éstas han alcanzado. Si, por ejemplo, se consideran las recientes vicisitudes de la Societé Générale de Bélgica, de la Montedison, de Parmalat, de Enron, del Credit Lyonnais, etc. (grandes asociaciones de capitalistas o capitalistas colectivos) aparece inmediatamente el campo de acción que éstas suponen para capitalistas individuales como De Benedetti y Gardini. No se pueden comprender los negocios en los que están mezcladas las grandes sociedades multinacionales (General Motors, Standard Oil of N.Y., Ford Motors, Shell, General Electric, IBM, etc.) si se prescinde de los lazos de éstas con sus grandes accionistas, con los que aspiran a su control (raiders), con los aventureros de las finanzas, con la multitud de pequeños accionistas y ahorradores, con los capitalistas individuales, sus clientes y proveedores, hasta descender al abigarrado mundo de la pequeña producción mercantil individual en el que se mueven millones de individuos, buscando todos la “fortuna”. No se puede comprender nada del movimiento de las estructuras e instituciones típicas del “capital colectivo”, de los “capitalistas asociados”, si se prescinde del capital individual y de la producción mercantil. El imperialismo, el monopolio, el capital financiero, el capitalismo de Estado y el capitalismo burocrático se apoyan en la amplia base del capitalismo de viejo tipo, en la propiedad individual de las fuerzas productivas, en las pequeñas y medianas empresas capitalistas, en las relaciones mercantiles, en las relaciones monetarias y en las relaciones de valor.
El monopolio, en la sociedad burguesa (6), es una mediación entre la propiedad individual de las fuerzas productivas y su carácter colectivo. El monopolio surge como desarrollo e inversión de la producción mercantil de la que vive: toda la ventaja que un capitalista saca del precio y de las condiciones de monopolio tiene su origen en el marco no-monopolista en el que opera el monopolio. Donde no hay libre competencia no puede haber monopolio capitalista, de la misma manera que no puede haber islas sin mar.
El capital financiero, en la sociedad burguesa, surge y se desarrolla bajo la forma de asociaciones de capitalistas individuales y el dinero asume la forma de títulos de crédito como desarrollo de su forma en oro. Esta sigue siendo también en la sociedad imperialista la amarra más segura del poder personal de cada capitalista, a la cual retorna cada vez que dejan de existir las condiciones que han llevado al dinero a cambiar de forma.
El colonialismo, el sometimiento y explotación de los países más atrasados surgen y se desarrollan, en la sociedad burguesa, como resultado o instrumento del empeño de los capitalistas de mantener lo más elevada posible la cuota de ganancia de las fracciones individuales de capital.
El capitalismo de Estado surge y se desarrolla como intervención del Estado y utilización de los recursos políticos de éste para mantener una cuota elevada de ganancia de los capitales privados y capitalistas individuales y tratar las contradicciones entre ellos.
El capitalismo burocrático (o capitalismo burocrático de Estado) es el tipo de capitalismo que el imperialismo hace surgir en los países atrasados, semifeudales y semicoloniales, combinando los grupos imperialistas, los grandes propietarios de tierras y los grandes banqueros con el poder estatal (7).
Por tanto, no tiene sentido hablar de imperialismo, monopolio, capital financiero, capitalismo de Estado y capitalismo burocrático, refiriéndose a una sociedad en la que los capitalistas individuales, los capitalistas privados y la producción mercantil no constituyen el tejido básico de la actividad económica de la sociedad. Todas estas tesis ya han sido expuestas por Lenin en el VIII Congreso del PC (b) en su Informe sobre el programa del Partido del 19 de marzo de 1919 ( Obras completas, vol. 29), criticando las tesis de Bujarin que mantenía que el imperialismo era un nuevo modo de producción que sucedía al capitalismo. Lenin concluía su crítica diciendo: «El imperialismo puro, sin el fundamento del capitalismo, no ha existido nunca, no existe en ningún lugar ni podrá existir jamás. Se ha generalizado erróneamente todo lo que se ha dicho sobre los consorcios, los cárteles, los trusts, el capitalismo financiero, cuando se ha querido presentar a este último como si no se apoyase enteramente sobre la base del viejo capitalismo. (...) Si Marx dice de la manufactura que es una superestructura de la pequeña producción mercantil de masas (El Capital, libro I, cap. 12), el imperialismo y el capital financiero son una superestructura del viejo capitalismo. Si se demuele la cima, aparecerá el viejo capitalismo. Decir que existe un imperialismo integral sin el viejo capitalismo, significa confundir los deseos con la realidad».
No se puede comprender el movimiento económico y político de las sociedades imperialistas si se prescinde de la existencia del viejo capitalismo como fundamento del que surgen continuamente las grandes sociedades y en las que se reparten continuamente grandes capitales, generando multitud de adjudicatarios, sub-adjudicatarios, proveedores, vendedores, aprovechados, aventureros, especuladores, estraperlistas, etc. El capital financiero, el monopolio y la burguesía imperialista son el sector dirigente de la sociedad imperialista: pero si se separa este sector del resto de la sociedad equivale a aislar las tropas de primera línea del resto del ejército y del país. Dicho en otras palabras, el imperialismo no es un nuevo modo de producción diferente del modo de producción capitalista. El imperialismo es la última fase del capitalismo, la antecámara del socialismo. El imperialismo es una superestructura del capitalismo, es la fase degenerativa del modo de producción capitalista que, al ser históricamente superado por el carácter colectivo ya alcanzado por las principales fuerzas productivas, sobrevive a sí mismo. Por otra parte, genera continuamente un nuevo capitalismo en el que se apoya. Concluyendo: el capital colectivo surge, existe y puede existir sólo como superestructura del capital individual, como mediación entre la propiedad individual de las fuerzas productivas y el carácter colectivo de las mismas; el monopolio moderno aparece, existe y sólo puede existir como limitación parcial de la competencia; el capital concentrado y centralizado surge, existe y sólo puede existir en el marco de un gran número de capitales opuestos en tanto que vendedores y compradores, generando continuamente capitales enfrentados en un movimiento centrífugo que se contrapone a su movimiento centrípeto; en la sociedad burguesa, la dirección consciente de todo el movimiento económico de la sociedad (a través del Estado o de “asociaciones privadas” de capitalistas) aparece, existe y sólo puede existir como forma antitética de la unidad social.
Los revisionistas modernos de los países imperialistas nos han habituado a considerar como fundamental la distinción entre propiedad privada (individual y de asociaciones privadas de capitalistas) y propiedad pública (es decir, de asociaciones públicas de capitalistas, del Estado, etc.). De aquí proviene el hecho de confundir espontáneamente las unidades productivas de un país socialista con las empresas públicas de un país imperialista.
En las sociedades imperialistas, las sociedades por acciones y los entes económicos públicos (las empresas estatales, las sociedades nacionales, los entes económicos del Estado, de las regiones, de los ayuntamientos, etc.) son una mediación entre la propiedad individual capitalista de las fuerzas productivas que sobrevive como elemento constitutivo principal de la sociedad y el carácter colectivo de las fuerzas productivas. Quien confunda las formas antitéticas de la unidad social ( 8 ) con el capitalismo a secas, tomando a estas fuerzas productivas ya colectivas como si fueran toda la estructura económica de la sociedad imperialista (y, por tanto, borrando de un plumazo todo el tejido del viejo capitalismo que constituye la base de la sociedad actual), no puede comprender ni el capitalismo ni el socialismo.
Aparentemente, una empresa soviética de los años 60 no se diferencia de la Societé Générale de Bélgica o de la Agip italiana. Pero la diferencia, sin embargo, es esencial, mientras que la similitud es superficial y secundaria. La diferencia esencial reside en el hecho de que la empresa soviética:
1. no es expresión de la mediación entre la propiedad individual de las fuerzas productivas (que no existe) y el carácter colectivo de las fuerzas productivas;
2. no surge, ni se apoya, ni se puede sumergir en el mar de empresas capitalistas individuales, de relaciones mercantiles y de relaciones monetarias que le circunda.
La aparente semejanza y diferencia real entre imperialismo y socialismo está expuesta ampliamente en Rapporti Sociali nº 4 (págs. 11 y 12) y en el libro I fatti e la testa (págs. 40 y siguientes).
Llegados a este punto, resulta claro que es inconsistente la tesis que mantiene que la restauración del modo de producción capitalista en la URSS ya había sido realizada en los años 50.
En efecto, los revisionistas modernos no restauraron ni extendieron sustancialmente la propiedad individual de las principales fuerzas productivas más allá de lo que ya estaba en el momento de su llegada a la dirección del partido y del Estado. Y ello a pesar de la mayor extensión de la producción individual autónoma llamada “economía paralela” o “economía sumergida”.
Incluso durante el período en el que estuvieron en la dirección, las relaciones monetarias estaban circunscritas a la circulación de los bienes de consumo personal (el dinero acumulado por los nuevos ricos alcanzó cifras fabulosas precisamente porque no podía ser utilizado más que en la adquisición de bienes de consumo y servicios personales). Las relaciones de valor no llegaron a regular el movimiento económico de la sociedad: los precios continuaban teniendo como principales funciones las de regular el consumo, redistribuir la renta y medir la variación en el tiempo de la eficiencia de las unidades productivas. Las relaciones de valor nunca desempeñaron la función de reguladores generales de la reproducción (en efecto, la escala de los precios soviéticos de los distintos artículos no era comparable a la del mercado capitalista mundial). Jruschov, Kosiguin y Brezhnev no llegaron nunca, a pesar de numerosos intentos y experiencias, a introducir a escala general el gobierno de la economía mediante el “cálculo económico”, como ellos decían, o la “autonomía financiera” de las unidades productivas; o sea, a través del rendimiento en dinero de la actividad de cada unidad productiva. Por ello nunca llegaron a convertir el mercado (o como decían: los “contactos directos entre las unidades productivas”) en regulador general de la actividad económica. El comercio exterior siguió siendo monopolio del Estado. La fuerza de trabajo sólo se redujo marginalmente a la condición de mercancía (la libertad de compraventa es una característica esencial de su naturaleza de mercancía). La planificación económica de los países socialistas, incluso hasta donde era eficaz, lo único que tenía en común con el monopolio que existe en los distintos sectores económicos de los países imperialistas era la apariencia; en efecto, lo que es específico del monopolio en la sociedad burguesa es la consecución de una superganancia con respecto a los otros sectores de capital que continúan operando en condiciones de competencia.
Olvidar todo esto y hablar de restauración del capitalismo ha llevado inevitablemente a una crítica idealista de los revisionistas modernos, es decir, a una crítica que ponía en primer plano la superestructura (la política y la cultura) y en segundo plano la estructura económica.
Los defensores de esta tesis estaban obligados, en efecto, a inventar un «capitalista colectivo» sin capitalistas individuales, un monopolio burgués sin competencia, un capital concentrado y centralizado sin movimiento centrífugo, una producción capitalista sin producción mercantil, una dirección estatal (del movimiento económico total de la sociedad burguesa) basada y mantenida sobre esas mismas bases. En resumen, “un imperialismo puro” que no se apoyaba en el viejo capitalismo, que no era superestructura del capitalismo, pero que se presentaba como un nuevo modo de producción, “distinto del capitalismo clásico”, pero igualmente “malvado y explotador de los obreros” como el viejo capitalismo, si no peor. ¡También éste era, por tanto, capitalismo! (9).
En realidad, esta tesis consideraba la contradicción principal como resuelta, mientras que, por el contrario, todavía seguía estando presente en los países socialistas. Es decir, que daba por concluido el conflicto principal que entonces determinaba todo el movimiento económico y político de esos países. En los países socialistas, la actividad política de los comunistas que adoptaron esta tesis se vio fuertemente debilitada: en efecto, esta tesis les separaba de las masas por cuanto les impedía sintetizar el conflicto entre la vía al capitalismo y la vía al comunismo en la cual estaban cotidiana y capilarmente implicadas. De esta manera dejaban el campo libre a los revisionistas para, ante las dificultades, poder dar otros pasos que debilitasen un poco más cada día los gérmenes de comunismo, reforzasen las tendencias burguesas y llevasen a las masas a la impotencia y a la desesperación.
A partir de los años 50, cuando en la Unión Soviética los revisionistas se apoderaron de la dirección del partido comunista y de la sociedad, no restauraron el capitalismo, pero paralizaron la transición hacia el comunismo al provocar retrocesos en muchos campos con respecto a los resultados ya logrados. Progresivamente sustituyeron (aunque sólo en cierta medida) el balance en bienes producidos a nivel de toda la sociedad, como criterio de evaluación y dirección del movimiento económico, por el balance comercial de las empresas; extendieron la esfera de acción de la economía mercantil y del dinero (véase, por ejemplo, el traspaso de la propiedad de la maquinaria agrícola a los koljoses que contribuyó a retardar el desarrollo tecnológico del trabajo agrícola. Debido a esto la adopción de métodos productivos más avanzados pasó a depender del balance comercial de cada koljós). Abolieron la obligación general de trabajar y abrieron vías (legales e ilegales) al parasitismo y al enriquecimiento individual (precisamente, porque, al no poder convertirse en propiedad individual de las fuerzas productivas, actuaba solamente como instrumento de corrupción, lujo y despilfarro). Arrojaron a millones de hombres a un trabajo embrutecedor, a la miseria, a la ignorancia y a la superstición. Olvidaron la reducción del horario laboral que se derivaba de la mecanización y automatización del trabajo productivo y de las actividades domésticas (de ahí el atraso del aparato productivo y del equipamiento doméstico). Se despreocuparon, en la práctica, de la seguridad y de la higiene en el trabajo y de la salvaguardia de la salubridad del medio ambiental (a pesar de que las normas adoptadas al respecto en los países socialistas eran superiores a las adoptadas en los países imperialistas). Crearon gradualmente una masa de funcionarios, empleados, profesionales, técnicos, artistas, literatos, periodistas, etc., cada vez mas separada de la clase obrera y protegieron y favorecieron la formación de una amplia capa de parásitos y aprovechados.
Todo esto existía ya a nivel de tendencias y propuestas en el PCUS antes de Jruschov. En su escrito de 1952 (Problemas económicos del socialismo en la URSS), Stalin denuncia clara y detalladamente algunas de estas tendencias, aunque no las identifica como elementos de un conjunto orgánico propio de una línea de restauración anticomunista. En realidad, eso es lo que eran esas tendencias que, convertidas en línea dirigente del Partido y del Estado, constituían una vía que llevaba a la restauración de la propiedad individual de las fuerzas productivas; es decir, que no sólo no resolvía de manera positiva los problemas que el desarrollo de la sociedad socialista planteaba, sino que, por el contrario, generaba inevitable y continuamente dificultades y obstáculos al desarrollo de la vida económica y política de la sociedad socialista. Los revisionistas modernos intentaron resolver las dificultades y obstáculos de tal manera que el resultado fue el estancamiento y la parálisis económica. De esta manera impusieron de forma irremediable e imperiosa el dilema siguiente: o invertir la tendencia y retomar la vía de la transición al comunismo, o restaurar la propiedad individual de las fuerzas productivas y el carácter comercial de la producción (es decir, la restauración del capitalismo). Esta es la encrucijada a la que los revisionistas modernos abocaban a la sociedad soviética y a la que no se ha llegado hasta hoy, ¡tras casi cuarenta años de su llegada al poder! Restaurar el capitalismo se ha revelado como una empresa nada fácil. Uno de los dirigentes de la Revolución Cultural Proletaria, Yao Wen-yuan, en un artículo publicado a comienzos de 1975, (Las bases sociales de la camarilla antipartido de Lin Piao), ilustraba en detalle la vía que seguían los revisionistas modernos:
«En la sociedad socialista existen todavía dos tipos de propiedad: la propiedad socialista, que es la propiedad de todo el pueblo, y la propiedad privada cooperativa. Esto determina el hecho de que en China practiquemos actualmente un sistema basado en el intercambio de mercancías. Los análisis hechos por Lenin y por el presidente Mao nos dicen que el derecho burgués, que existe inevitablemente en el sistema socialista, en lo que respecta a la distribución y al intercambio, debe limitarse cada vez más bajo la dictadura del proletariado, de manera que en el largo camino de la revolución socialista las tres contradicciones principales (entre obreros y campesinos, entre la ciudad y el campo, entre el trabajo manual y trabajo intelectual), así como las contradicciones entre los distintos niveles jerárquicos, se reduzcan cada vez más y se creen las condiciones materiales e ideológicas para eliminarlas. Si no seguimos este camino y, por el contrario, perseguimos la consolidación, extensión y reforzamiento del derecho burgués y la desigualdad que conlleva, el resultado inevitable será la polarización. Esto quiere decir que, en el ámbito de la distribución, un número restringido de personas estará en condiciones de obtener un número cada vez mayor de mercancías y dinero por ciertas vías legales y por numerosas vías ilegales. Se difundirán sin freno las ideas capitalistas de amasar fortuna y de alcanzar la fama y el éxito personal, despertadas por estos “estímulos materiales”; se multiplicarán fenómenos como la transformación de la propiedad pública en propiedad privada, la especulación, la concusión, el robo y la corrupción, entre otros abusos. El principio capitalista del intercambio de mercancías se impondrá en la vida política y también en la vida del partido y minará la economía socialista planificada... Se reproducirá la explotación capitalista - conversión de las mercancías y del dinero en capital y de la fuerza de trabajo en mercancía. Todo ello cambiará la naturaleza de las relaciones de propiedad en ciertos sectores y unidades productivas en las que se aplique la línea revisionista de tal manera que el pueblo trabajador será de nuevo oprimido y explotado. Obtendremos así el resultado de ver surgir entre los miembros del partido, entre los obreros, entre los campesinos medios, entre el personal de los órganos estatales, a una minoría de elementos neo-burgueses y de nuevos ricos que han traicionado completamente al proletariado y a los trabajadores. Nuestros camaradas obreros han dicho justamente: “Si no se pone un límite al derecho burgués, éste impedirá el desarrollo del socialismo y favorecerá el resurgir del capitalismo”».
«Ahora bien, cuando la fuerza de la burguesía alcanza un cierto nivel, sus agentes tratan de hacerse con el control político, derrocar la dictadura del proletariado y el sistema socialista y eliminar totalmente la propiedad socialista. Incluso no se esconden para restaurar y desarrollar el capitalismo. Una vez en el poder, la nueva burguesía se lanzará primeramente a reprimir sangrientamente al pueblo y restaurará el capitalismo en la superestructura, incluidos los distintos sectores ideológico-culturales; a continuación subordinará la distribución de los bienes producidos a la acumulación de capital y de poder que cada uno detenta, con lo que el principio de “a cada uno, según su trabajo” se vacía de su esencia. El puñado de nuevos elementos burgueses que monopolizan los medios de producción, detentan al mismo tiempo el poder de distribuir bienes de consumo y otros productos. Este es el proceso de restauración que está teniendo lugar en la Unión Soviética».
Sostener que los revisionistas modernos restauraron el capitalismo en la URSS en los años 50:
- es confundir las ideas sobre la naturaleza del capitalismo y del imperialismo y difundir una concepción idealista de la sociedad. Es sustituir, en efecto, el concepto de países socialistas como países en los que la propiedad individual de las principales fuerzas productivas ha sido abolida, donde la propiedad privada cooperativa está limitada y donde, por consiguiente, está restringida la producción comercial, por el concepto de países socialistas como países dirigidos por una línea política que guía efectivamente a la sociedad a pasar del capitalismo al comunismo.
- dar por resuelta una contradicción que es, por el contrario, la que mueve todo y a la luz de la cual se hacen comprensibles la historia de los países socialistas desde los años 50 hasta hoy, la crisis de los revisionistas modernos, las dificultades que encuentran los actuales gobernantes de los países socialistas y el conflicto abierto en 1989.
En efecto, si el capitalismo hubiese sido restaurado en los años 50, ¿de dónde vendrían las dificultades de esta etapa que hacen temblar a Gorbachov, a Mazowiecki y a todo el resto de la cuadrilla?
En realidad, no sólo no se produjo la restauración sino que ni siquiera se ha decidido todavía que el enfrentamiento concluirá con la restauración del capitalismo: ésta parece incluso más bien difícil, especialmente en la URSS, y ciertamente no será pacífica. Ya hay numerosas señales que llegan desde los países socialistas, y en particular desde la Unión Soviética, sobre la agudización y violencia de los enfrentamientos actuales, enfrentamientos dirigidos bajo las banderas más dispares que indican ciertamente que el proletariado no se ha puesto todavía en orden de batalla como fuerza política independiente que esté en condiciones de expresar y aglutinar fuerzas en torno a sus propios objetivos de clase. Asimismo esas señales indican también muy claramente que ninguna de las dos principales clases ha vencido todavía. Es probable que, en los países del Este de Europa, el año 1989 marque el comienzo de un período de revueltas que confluya en un nuevo periodo revolucionario (del mismo tipo del que se produjo en la primera mitad del siglo) y que implique a los países imperialistas, o al menos a los de Europa.
La lucha de la burguesía de los países socialistas por la restauración del capitalismo se enlaza, en efecto, con la desesperada lucha de los grupos imperialistas por salir de la crisis de superproducción de capital. Esta convulsiona a los Estados imperialistas y a los países dependientes y atenaza a la burguesía imperialista aunque no tenga ninguna conciencia de ello y se enfrente a problemas (que cree poder “resolver” únicamente colmatando una falla aquí, mientras que allí se abre enseguida otra): de beneficios, de mercado, de precios, de gasto público, de cambios, de balanza de pagos, etc.
Es cierto que no tiene ningún fundamento la tesis según la cual a la vuelta de algunos años, aun pagando el precio de un “período de sacrificios”, los países socialistas serán absorbidos por el mercado capitalista mundial y se parecerán a los países imperialistas que actúan bajo la bandera de la socialdemocracia, del “Estado de bienestar” y del “Estado social”. El período de la socialdemocracia, del “Estado de bienestar”, “del Estado social” (en suma, el “proyecto de construir un capitalismo de rostro humano”) se ha acabado inexorablemente también en los países imperialistas. Cada día se sacrifica una nueva parte de lo que todavía queda del Estado del bienestar: lo pueden ver todos los que no se dejan deslumbrar por los discursos adobados con palabras embaucadoras. Otra cosa es lamentarse porque “la gente” de los países socialistas se haya vuelto “consumista”, “materialista”, “egoísta”, “conformista”, etc., como la de los países imperialistas, lamento que ¡algunos “izquierdistas” han entonado ya junto a Wojtyla y sus curas! El periodo que nos espera es un periodo de enfrentamientos entre grupos imperialistas, de éstos con la burguesía de los países socialistas y la burguesía burocrática de los países del Tercer Mundo, y de enfrentamientos de todas las fuerzas burguesas con el movimiento proletario de los países imperialistas y de los países socialistas y con el movimiento antiimperialista de los países semicoloniales y semifeudales.
La tesis de que “en los años 50 fue restaurado el capitalismo” en la Unión Soviética ha dejado de ser en el movimiento revolucionario europeo, como en los años 60, la bandera (errada) de la lucha contra el revisionismo moderno, para pasar a ser desde hace tiempo la bandera del anticomunismo disfrazado de izquierdismo y derrotismo, la bandera de cuantos quieren negar la experiencia histórica del movimiento obrero y comunista. Esto nos ha ayudado a liberarnos del análisis erróneo y paralizante que sostenía esa bandera. En el mejor de los casos, los que todavía hoy mantienen que la restauración del capitalismo en la URSS ya se había producido en los años 50, tienen una visión pesimista e idealista de la sociedad. Como si el capitalismo fuese el estado “natural” y espontáneo de las cosas y el comunismo un estado “bueno pero contranatural”. Como si la gente no esperase más que un error o desviación de los dirigentes para retornar al capitalismo. La realidad es que la sociedad burguesa, para conservarse y sobrevivir, ha tenido que recurrir a dos guerras mundiales en el plazo de apenas medio siglo y a una infinidad de medidas “pacíficas” como las de imponer regímenes fascistas y nazis, llevar a cabo golpes de Estado a lo Pinochet, perpetrar exterminios en masa al estilo de Indonesia en 1966, llevar a cabo guerras coloniales, echar mano de toda la gama de recursos e instrumentos de la contrarrevolución preventiva, recurrir a las guerras de baja intensidad, etc. La construcción del comunismo no es una empresa fácil ni espontánea. Lo que, sin embargo, es difícil, incluso desesperado, ¡es la conservación del capitalismo! El parto es un acontecimiento doloroso y penoso, ¡pero no por ello es más fácil impedir a una mujer encinta que dé a luz! La realidad es que, a pesar de sus esfuerzos, los revisionistas modernos, si bien han conseguido sumir en el caos y la desesperación a pueblos enteros, también dejan en herencia a sus sucesores la tarea de imponer a algunos centenares de millones de hombres la restauración del capitalismo: ¿lo conseguirán? Ése es el quid de la cuestión en el actual enfrentamiento político, el objeto en disputa en torno al cuál girará la lucha entre las clases en los próximos años. Una de las condiciones para poder desempeñar un papel de vanguardia en la lucha del proletariado, a fin de hacer triunfar la revolución socialista, ¡es la de ser conscientes del objeto en disputa!
Los países socialistas gobernados por los revisionistas modernos han desempeñado hasta ayer un papel importante y específico con respecto al movimiento revolucionario. Hoy se han convertido, ya en otras condiciones, en un factor importante y específico de la crisis económica y política mundial sobre la que se apoya (se quiera o no) el movimiento revolucionario. El camino que siga en esos países la lucha de clases en los próximos meses y años será rico en valiosas enseñanzas para nuestro futuro, pero tendrá también consecuencias objetivas directas en la lucha de clases, en la estabilidad de los regímenes políticos, en la velocidad y modalidades de desarrollo de todas las demás sociedades y en el curso que siga la actual crisis de superproducción de capital. Por otra parte, la evolución que tenga la lucha de clases en nuestro país habrá de tener una influencia directa sobre el desenlace del enfrentamiento en los países socialistas. La revolución comunista es mundial. El hundimiento del revisionismo moderno confirma la actualidad de nuestras viejas consignas: ¡Proletarios y pueblos de todo el mundo, uníos! ¡El comunismo es el movimiento de transformación del orden actualmente establecido!
NOTAS
1 ) En su actividad política, los organismos e individuos se proponen hacer avanzar la sociedad hacia determinadas metas. En realidad, cada sociedad puede encaminarse, alternativamente, hacia algunas metas bien definidas sólo por su composición material y por las contradicciones que operan en su interior y que median con la realidad externa. La sociedad alcanza una de estas metas y no otras. El dilema que el enfrentamiento político resuelve es el de cuál de estas metas será alcanzada en detrimento de otras, que permanecerán en el campo de las cosas que eran posibles y no se realizaron nunca. Para alcanzar efectivamente la meta también es necesaria la actividad política de individuos y organismos que, aunque no se la hayan planteado como objetivo o simplemente la hayan rechazado y dirigido su actividad hacia otras metas, no por ello su actividad deja de favorecer en la práctica el movimiento de la sociedad hacia la meta efectivamente buscada. Es como si alguien quisiera desplazar un tren sobre una vía orientada hacia el Este-Oeste dirigiéndolo hacia el Sudeste. En efecto, esto no serviría más que para llevarlo hacia el Este.
2 ) La cultura burguesa corriente sostiene que “el capital ha existido siempre porque también el antiguo campesino egipcio usaba el arado para cultivar la tierra”. Y lo hacen con la misma agudeza de quien, hablando de caballos, mantiene que las vacas son caballos porque “de hecho también tienen cuatro patas”.
3 ) La célula irreductible constitutiva de la sociedad imperialista sigue siendo la misma de la sociedad capitalista de viejo tipo: la fracción de capital personificada en un individuo (el capitalista). Los demás (las asociaciones de capitalistas, las sociedades de capital, los entes económicos públicos, etc.) son superestructuras derivadas de esas células elementales, son combinaciones más o menos estables, más o menos numerosas y más o menos complejas de ellas. Por tanto, al igual que la célula constitutiva de la sociedad mercantil es la mercancía, también la célula constitutiva de la sociedad capitalista (también en la fase imperialista) es el capital individual. El capital individual es, a su vez, una célula “más compleja” que la mercancía, pues de hecho implica ésta.
4 ) En el movimiento de la sociedad, el modo de producción vigente en ella (y que el hombre llega a conocer separando los aspectos casuales y particulares, concretos, de sus manifestaciones o modos de ser) asume sus manifestaciones concretas y específicas “ajustando las cuentas” a las condiciones externas (climáticas, geológicas, geográficas, derivadas de otras sociedades, etc.) e históricas (el patrimonio cultural y biológico y la experiencia heredada) de la sociedad. Se dice del modo de producción que se manifiesta mediando con las condiciones externas e históricas o que su manifestación concreta es una mediación del mismo con las condiciones externas e históricas. Por tanto, cada manifestación concreta puede ser a su vez comprendida por el hombre sólo si éste reconstruye en su mente el proceso mediante el cual el modo de producción de esa sociedad se combina con las condiciones externas e históricas para dar con sus manifestaciones concretas, que son objeto de la experiencia directa.
En el caso que estamos examinando, la esencia del modo de producción capitalista, al “ajustar las cuentas” al carácter colectivo de las fuerzas productivas, se presenta como capital colectivo.
5 ) Con el término estructura productiva indicamos una combinación técnicamente definida de fuerzas productivas dedicadas a la producción (la unidad productiva, la fábrica, etc.).
6 ) Con respecto al monopolio burgués, Marx escribe en Miseria de la filosofía (1847): «El señor Proudhon habla sólo del monopolio moderno generado por la competencia. Pero todos sabemos que la competencia fue generada por el monopolio feudal. De este manera, originariamente, es la competencia la que ha sido la negación del monopolio y no el monopolio la negación de la competencia. Por tanto, el monopolio moderno no es una simple antítesis, sino es la verdadera síntesis. Tesis: el monopolio feudal anterior a la competencia. Antítesis: la competencia. Síntesis: el monopolio moderno, que es la negación del monopolio feudal, en cuanto presupone el régimen de competencia, y asimismo la negación de la competencia en cuanto monopolio».
7 ) Las formas antitéticas de la unidad social se forman necesariamente cuando el capitalismo sobrevive (con su propiedad individual de las fuerzas productivas) a pesar del carácter colectivo que las fuerzas productivas revisten.
8 ) La categoría capitalismo burocrático fue desarrollada ampliamente por Mao Tse-tung como categoría clave para comprender el movimiento económico y político de los países atrasados en la fase imperialista. El Partido Comunista de Perú (PCP) ha hecho y hace una amplia aplicación de esta categoría enriqueciendo su contenido (véase: Guerra Popular en Perú - El pensamiento Gonzalo, ed. L. Arce Borja, Bruselas, 1989; en particular la pág. 326 y siguientes y el documento congresual de 1988: Bases de Discusión: Revolución Democrática: Carácter de la sociedad peruana contemporánea).
9 ) Es evidente la influencia en ello del pensamiento burgués de izquierda imperante. Los seguidores de la escuela de Francfort y sus seguidores (los obreristas, etc.) concebían y conciben también las sociedades imperialistas como “imperialismo puro”, como “capitalismo organizado” (véase Rapporti Sociali, nº 5-6, pág.34 y siguientes) y no tienen ninguna dificultad en homologar también a la sociedad soviética con sus fantasiosas categorías del “imperialismo puro”, del “capitalismo organizado”, etc.