El reflejo de esta angustia se encuentra en las categorizaciones con que se trató, sobre todo en el ámbito internacional, el análisis de los hechos ocurridos el jueves 30 de septiembre en Ecuador.
Es emocionante la solidaridad internacionalista de cantidad de compañeros que, preocupados ante los reportes de prensa, se lanzaron una campaña contra un golpe de estado en el Ecuador. Sin embargo, a la hora de ese estallido cibernético, en Quito todavía nos preguntábamos qué mismo estaba pasando. En breves horas habíamos pasado de escuchar en radio un pliego de peticiones bastante racionales de la policía, a un escenario de desestabilización institucional con secuestro del presidente incluido.
Aparentemente, ante la solidaridad que estaba encontrando la huelga policial quiteña en otras dependencias de las fuerzas de seguridad a nivel nacional, el Presidente habría decidido resolver la cuestión, personalmente.
La pregunta del millón era: ¿qué le pasa por la cabeza a un presidente para ir a meterse en medio de una turba de 400 policías en huelga y armados hasta los dientes, a ningunearlos por no apoyar a la revolución ciudadana, y amenazarles mostrando el pecho? La imagen remitía a los tiempos de Abdala Bucaram donde en este país se condecoraba a Lorena Bobbit y podía pasar, literalmente, cualquier cosa.
Si hubiese actuado igual en medio de un paro de los indígenas, o de la huelga de ERCO TYRES, los compañeros le caían con piedras y palos, o con herramientas y bulones, no cabe duda. Pero para entender como es el pueblo cuando está furioso, debería saber lo que significa que a uno le toquen el salario, o los ínfimos medios de reproducción social que se tienen. Eso no se les enseña a los hijos de la clase alta guayaquileña, estudiados en Europa y Estados Unidos. Luego irse al hospital de la misma policía que lo atacó, y que, según sus declaraciones, estaba sublevada contra el presidente, parece pecar de inocencia.
Desde el principio, ¿por qué no reunirse en el palacio presidencial como se hizo en todos los otros conflictos de envergadura que hubo anteriormente? ¿Es que otra vez no había ninguna real voluntad de dialogar? O más grave… ¿será que la conspiración es producto de las propias contradicciones internas del gobierno?
Pareciera que el principal responsable de ser secuestrado es el propio Correa, porque por ningún lado hay indicios de que hubiese logística preparada para ir a secuestrarlo al palacio de Carondelet. A menos que exploremos la posibilidad de un involucramiento directo del Ministro del Interior, Gustavo Jalkh, en la conspiración, responsable de la decisión de que el presidente vaya a meterse donde los chapas.
Cuando trascendió el secuestro, los representantes de la ultraderecha (los famosos pelucones) como Jaime Nebot, salieron a declarar su apoyo a Correa y a la democracia. Entonces nos preguntábamos: ¿si ellos no son, quién está detrás de esto?
Y más complejo se puso cuando el comando conjunto de las FFAA declaró su apoyo al gobierno (con la recomendación de que sí modifique la Ley en cuestión) ¿si ellos no tienen la dirección, quién? ¡Peor si enseguida se suman las voces de solidaridad de Santos, Alan García y Hillary Clinton! ¡Antes que la UNASUR, se solidarizó el imperialismo!
Lucio Gutiérrez está en Brasil como veedor electoral, y a más de lo complejo de dirigir un golpe de estado desde un país aliado al gobierno, también declaró que no tiene nada que ver… ¿¿entonces quién??
En el hospital entraba y salía la prensa, los canales internacionales y los ministros. Y uno se preguntaba ¿cómo es posible que esto sea un operativo militar para un golpe de estado si permiten a toda la contrainteligencia visitar al secuestrado? Ni hablar de lo paradójico de permitirle ordenar su propio rescate por cadena nacional.
Ya por la tarde, nos extrañábamos que los medios sólo pudieran transmitir información del gobierno. Aparentemente eso ocurrió también a nivel internacional, porque las fuentes de información que alimentan las noticias y los comunicados son casi en su totalidad, comunicaciones con funcionarios. Homogéneo el discurso: es un golpe de estado, la desestabilización institucional a manos de la derecha. La huelga de los policías es sólo un instrumento de los grupos desestabilizadores.
“Me van a dejar sin juguetes a los guaguas”
Con el pasar de los acontecimientos, el gobierno ha oscilado entre decir que no había tal huelga, que sí era huelga pero estaba operada por la derecha, que había huelga pero esa no es forma de reclamar derechos (para eso están las urnas)… pero lo que se constató en la calle es que había huelga de trabajadores, y aunque nos arda el estómago pensar que también son pueblo, la policía de tropa estaba reclamando por una cuestión salarial y de condiciones laborales. Todas las declaraciones hechas por los sublevados apuntan a eso: reconocimiento de las horas extras, mejora de las condiciones laborales, mantenimiento de los premios por antigüedad, no a la eliminación de las canastas navideñas (con juguetes para los niños), etc. Y que la oficialidad no negocie por ellos.
No vamos a negar que todo mundo en las FFAA es simpatizante de Lucio, y con toda seguridad había gutierristas azuzando a la masa. Y, aunque nunca nos corremos de entender al gutierrismo como una de las peores expresiones de la reacción en éste país, concluir sobre estos datos la existencia de una conspiración del PSP para montar un golpe, es insultante para un militar golpista de a de veras, con capacidad de control real en la FFAA, como Lucio Gutiérrez. Además, ¿dónde estarían los amazónicos vinculados al PSP, que felizmente movilizarían toda la estructura para botar al presidente? En el oriente ni se enteraron de lo que estaba pasando.
Ni siquiera el gobierno ha dado elementos para darle forma a esa hipótesis. Las declaraciones presidenciales en su enlace radial diciendo que “alguien gritó Viva Lucio” y que “había 6 encapuchados de Lucio” parecen franca demagogia.
“¿En defensa de cuál democracia?”
Es en ese escenario que las organizaciones populares del país tomaron posiciones: los sindicatos estaban quemando llantas en las calles, contra el gobierno y la Ley de Servidores Públicos (la misma que afecta a los policías) y frente a la precarización sistemática de los derechos laborales.
Los estudiantes universitarios salieron a movilizarse contra la Ley de Educación Superior (vetada arbitrariamente por el gobierno).
Los indígenas (es decir, sus voceros oficiales, que es la CONAIE, no Pachakutik) se pronunciaron contra cualquier intento de desestabilización institucional por parte de la derecha fuera del gobierno, y en contra de Correa, de sus políticas y de la derecha que está dentro del gobierno. Ni hablar de recoger el slogan de “defender la democracia”, porque esa democracia tiene a sus dirigentes criminalizados con cargos de sedición y terrorismo.
Una parte importante de los sectores organizados en el país están fuertemente distanciados del gobierno y en abierta oposición. En la semana estaban previstas medidas de fuerza en rechazo a la política de gobierno por parte de las Universidades, los transportistas y los sindicatos. El movimiento indígena mantiene un conflicto de más de un año por la privatización del agua, y se está enfrentando duramente a la entrada de las transnacionales mineras en el sur del país, resistiendo represiones violentas por parte de las fuerzas de seguridad.
Más allá de las diferencias, todos concuerdan en que la leña para los estallidos sociales las puso el propio presidente, ignorando todos los procesos de diálogo y consenso alrededor de las leyes al recurrir sistemáticamente a los vetos. Y en el fondo, la conculcación sistemática a los derechos laborales y territoriales, la transnacionalización de la economía, y el salvataje bancario con los fondos de reserva de los trabajadores. La palabra de moda para caracterizar el estilo de gobierno de Correa es “prepotencia”
“En defensa de ésta democracia”
Otras organizaciones se vistieron verde manzana y sacaron algunos militantes a defender la democracia en las calles. Allí se encontraron con los cuadros de la burocracia estatal que salieron a defender los sueldos de U$S 2.000 para arriba que tienen en este gobierno. Aunque al momento de los piedrazos con los policías salieron corriendo del susto a mover sus Toyotas al grito de “¡No! ¡Los carros no!”.
Las masas de militantes de Alianza País nunca llegaron. En el momento que el asambleísta Paco Velazco convoca al pueblo rescatar al presidente, el testimonio de un periodista que estaba frente al hospital fue “no hay mucha gente, unos 1.500, pero están los de la FLACSO”. Reportó luego la prensa oficial que había 5000 personas (¿?). No vimos gente del campo ni de los sectores populares. La ciudad quedó desolada, la gente común y corriente estaba en su casa, y preocupados por la inseguridad que se generó sin un solo policía en funciones.
“El compañero Mariátegui debe estar revolcándose en la tumba”
Es de recordarle a todo mundo, que al imperialismo lo vencemos cuando nos damos la oportunidad de que los explotados asumamos nuevamente el control de nuestras vidas, y eso no lo logramos si no es acabando con los mecanismos que permiten la explotación. Hasta hace pocos años, la necesidad de tomarse el poder para lograr eso no era tan estrafalaria. Más recientemente nos acomodamos a la hipótesis de delegar las tareas a los burgueses buena onda.
Cuando en el proceso de alcanzar ese objetivo lleguen los marines a atrincherarse en Galápagos y en la frontera norte pasen a preocuparnos más los soldados gringos que los compañeros guerrilleros, ahí si estaremos viéndole la cara al imperialismo.
Es comprensible que tengamos, todos, un deseo de potenciar cualquier proceso de cambio que pueda conducir a la transformación real de nuestras sociedades. Pero parece que a esta altura vale la pena poner en cuestión cuales procesos conducen a dónde.
Es bastante claro que la etapa más progresiva del gobierno de Correa ya pasó a ser populismo. Sin embargo, a la izquierda ecuatoriana se le acusa de izquierdismo, funcionalismo a la derecha. Desde la perspectiva de la lucha de clases material y concreta que se vive en el país, la acusación mejor les queda a los que la pronunciaron. ¿Cuándo fue que otra vez empezamos a mirar los procesos políticos con los ojos del poder? Según esas apreciaciones, es tarea de las organizaciones y de los intelectuales de izquierda decirles a los trabajadores que no luchen, porque le hacemos el juego al imperialismo.
Defender acríticamente a Correa como a un mártir antiimperialista, frente a una hipótesis de golpe que más se parece a una brutal desinteligencia política del gobierno frente a los avatares de la lucha de clases en vivo y en directo; y a su vez cuestionar a las organizaciones por no hacerlo, es hacer demagogia de izquierda, o lo que es igual, pugnar en el fondo por una salida socialdemócrata, donde la máxima expresión de la lucha de los pueblos va a ser el ALBA y UNASUR.
Lo grave de todo esto es que corremos el riesgo, si no es ya muy tarde, de convertirnos colectivamente en una izquierda feliz consumidora de los discursos anti neoliberales financiados por el oenegeísmo europeo. Felices con los discursos anti gringos, felices con la modernización del Estado (¡por fin una burguesía nacional siglo XXI!), felices con el desvanecimiento de la lucha de clases y la emergencia de los derechos sociales. Así no tenemos que hacernos cargo de los costos reales de (siquiera pensar en) la revolución y el socialismo.
De esta forma las dirigencias populares podemos seguir cobrando sueldos como técnicos de proyectos (las indulgencias del desarrollo), la intelectualidad puede seguir hurgando en el último recoveco de “El Capital” en busca de nuevas reflexiones para hacer debatir al marxismo con el posmodernismo (aunque sea en términos que los trabajadores nunca van a entender), y esa izquierda (la que alguna vez fue revolucionaria) puede seguir congraciándose con la burguesía, escribiéndole los discursos y enseñándole lo que ha aprendido sobre cómo tratar demagógicamente a los pobres, en los tiempos en que aún actuaba en el campo popular.
Así, todos podemos, felizmente, salir a defender la democracia, luchando contra las oscuras manos del imperialismo y sus agencias, que (aunque no haya huellas tan claras en éste caso) aparentemente se encuentran incomodadas por la radicalidad de éste proceso. Y con la misma felicidad, podemos acusar a la izquierda (léase, los indios y los trabajadores) de ser de derecha y de ser golpistas, por morderse la lengua antes de salir a defender a un burgués humanitario lanzado a la presidencia por la necesidad de las clases dominantes de poner fin a la crisis de hegemonía que vivió en Ecuador por más de 10 años.
Así podemos también seguir otros 20 años ignorando el problema de la tierra y contentándonos con la soberanía nacional (yo igual preguntaría cuál, la que saca a la base de manta o la que firma la entrada de las mineras transnacionales), halagándonos con el acceso al crédito y olvidándonos del salario, mirando con rencor a los gringos y aprendiendo mandarín para someternos en mejores condiciones al nuevo imperialismo.