¿Guerra antifascista o guerra de clases?
El camarada Hennaut considera, al final de su informe, que una política proletaria debe basarse en lo que es, por ejemplo en el hecho de que los obreros españoles, en Julio de 1.936, dejasen escapar el poder que, al parecer, tenían en sus manos. Pero un análisis marxista no puede, evidentemente, contentarse con un registro de los hechos. Debe extraer de ellos su naturaleza real y sus causas, si quiere llegar a conclusiones positivas de las experiencias de la lucha de clases. No se trata de subestimar la capacidad combativa desplegada por el proletariado español sino de buscar por qué, a pesar de su heroísmo y de su poderoso instinto de clase, no alcanzó la conciencia revolucionaria que le hubiese permitido rematar su victoria inicial sobre Franco, barriendo al conjunto de la clase capitalista, así como denunciar las fuerzas y la política que le han obstaculizado el camino al poder.
Es necesario construir una política proletaria sobre la realidad de los hechos, pero no es válida en el caso de que estos hechos se desnaturalicen, es decir, si no son evaluados exactamente en función de la relación de las clases que expresan, relación que ha de medirse tanto a escala internacional como nacional. Además, esta política, para no caer en el empirismo vulgar, debe inspirarse totalmente en los principios ya elaborados con anterioridad a la luz de las experiencias históricas tales como los criterios de Partido y Estado.
Respecto a los acontecimientos que tienen lugar en las primeras semanas que siguen al 19 de Julio, se les podría atribuir, por su aspecto externo, la significación de una revolución proletaria en marcha mientras que las premisas políticas realmente establecidas contradicen semejante hipótesis. Es cierto que la gente del POUM ha dicho al respecto que: “Los obreros han derrotado al fascismo y luchan por el socialismo” (Nin 06-09-36). O bien que “hay que hacer la revolución proletaria”, “En Cataluña la dictadura del proletariado ya existe” (Nin); o incluso: “Asistimos en España a una profunda revolución social; nuestra revolución es más profunda que la que Rusia emprendió en 1.917”. Respecto a la noción de Partido añadían: “La dictadura del proletariado no puede ser ejecutada por un solo sector del proletariado, sino por todos los sectores sin ninguna excepción. Ningún partido obrero, ninguna central sindical tiene el derecho de ejercer ninguna dictadura” (¡!).
Esta era la concepción “revolucionaria” de los que se preciaban de ser la vanguardia del proletariado español.
Ya conocemos la tesis opuesta del campo socialista y estalinista, de los defensores del “orden republicano en lo referente a la propiedad”, de la “España democrática y libre” que considera que no se trata del choque de dos clases fundamentales de la sociedad capitalista, burguesía y proletariado, sino de la lucha entre fascismo y democracia.
Es cierto que la evolución de los acontecimientos ha demostrado después que la diferenciación de concepciones de estas diversas corrientes era puramente verbal puesto que se fundaba en realidad en la Unión Sagrada contra el fascismo.
Se plantea aquí una segunda cuestión: ¿cómo fue posible esta Unión Sagrada?, ¿Hay que explicarla solamente por la actividad de las corrientes actuantes en el seno del proletariado que dirigieron la lucha antifascista por una vía contra-revolucionaria; o bien hay que buscar sus raíces en la fase inicial de la transformación de la lucha proletaria en su propia lucha anti-fascista?. Una tercera cuestión va ligada a la precedente: la guerra antifascista unilateral ¿es la expresión de la voluntad de los obreros o el producto de una maniobra política de la burguesía democrática?.
En principio hay que señalar esto: por un lado, el ataque de Franco no representa un golpe militar, un pronunciamiento que venga a sumarse a la serie de pronunciamientos anteriores, sino que se trata indiscutiblemente de una ofensiva del capitalismo español en su conjunto, como se desprende del análisis precedente, mientras que por lo demás el “complot” se organiza con la complicidad tácita de la República del Frente Popular.
Por otro lado la respuesta obrera es absolutamente espontánea e irresistible, hasta el punto de que llega a barrer la pasividad de las corrientes “obreras” y la hostilidad sorda de la burguesía “republicana” sobre la que Alcalá Zamora, más tarde, podrá decir que de ninguna manera hubiera pensado en resistir a Franco sino hubiese sido impulsada por las masas.
La adaptación capitalista a una situación dominada por la iniciativa y el ímpetu de los obreros es flagrante. La historia abunda en ejemplos que ilustran la flexibilidad de la burguesía y su capacidad para corregir una situación comprometida, siempre que sus fundamentos queden salvaguardados, sí bien no sus formas, su Estado, condición de su poder político y económico. Pues el problema esta aquí y volveremos a él en el capitulo siguiente. En este caso lo que debe retener nuestra atención no son los aspectos contingentes de esta lucha, sino la alteración de su contenido, cuando el proletariado engañado sobre el valor político de los republicanos burgueses de Madrid y Barcelona se abstiene de dirigir sus golpes contra ellos, como contra Franco, y se deja así engañar sobre el significado de su éxito inmediato.
Los hechos hablan claramente al respecto. Precisamente después del 19 de Julio, el proletariado (nos referimos sobre todo al de Barcelona) combinando su lucha con la huelga general (condicionada la primera por la segunda) llegará a avanzar lo más lejos posible en el camino revolucionario, a conseguir la máxima conciencia política compatible con su inmadurez ideológica, a llevar la lucha social a su más alta expresión.
Aquí el camarada Hennaut entra en contradicción evidente con la realidad cuando afirma que “la huelga general económica es imposible bajo la amenaza del fusilamiento” puesto que por el contrario contribuyó a la derrota de Franco y continuó aún durante más de una semana y no fueron los obreros los que pusieron fin “conscientemente” sino las organizaciones que los dominaban: CNT, UGT, POUM. Para un marxista no puede tratarse siempre en abstracto de oponer huelga general a insurrección, como lo hace el camarada H., sino de unir la primera a la segunda, fundir las dos luchas en la última batalla contra el capitalismo. Es lo que ocurrió en España, de golpe, y sobre todo en Cataluña. La huelga general ascendió inmediatamente al plano político e insurreccional mientras que los obreros plantearon sus reivindicaciones materiales: la semana de 36 horas, el aumento de los salarios; prepararon la expropiación de las empresas, pero sin conseguir- en ausencia de un partido de clase – llegar a percibir la necesidad fundamental de destruir el Estado capitalista. Pero esta visión podría adquirirla luego, en el curso del proceso de formación del Partido, a condición de mantenerse sobre la base de la lucha por sus intereses de clase, sus condiciones materiales, la única que podía enfrentarles directamente al conjunto de la clase capitalista.
Por las condiciones históricas en que se encuentra el proletariado español, sucedió lo contrario, por la contradicción insoluble en que se hallaba sumido, por tener que resolver el problema del poder careciendo del programa de la revolución. En efecto, muy pronto, la huelga de clase inicial se transformó en una guerra que enfrentaba a unos obreros contra otros, a unos campesinos contra otros, pero bajo el control exclusivo de la burguesía, de Franco y Azaña, cuyo poder había sido quebrantado, pero no destruido[2].
Como este poder quedaba en pie, la Generalitat de Cataluña, sobre todo, podía legalizar tranquilamente las acciones de los obreros en el terreno económico, formar corro con las corrientes “obreras” que indistintamente, todas, engañaban a los obreros con expropiaciones, el control obrero, el reparto de la tierra, la depuración del Ejército y de la policía, etc., pero que guardaban un silencio criminal respecto a la realidad terriblemente efectiva, tan poco aparente, de la existencia del Estado capitalista.
Por consiguiente hay que destacar la significación real de los acontecimientos del principio, que tienen una importancia fundamental, porque consideramos que su contenido político fue el factor determinante de la evolución ulterior de la situación.
Las milicias proletarias, nacidas espontáneamente de la fermentación social quedaron muy pronto sometidas al control del Comité Central de Milicias, amalgama política con predominancia capitalista, ya que los partidos burgueses socialistas y estalinistas contaban con una mayoría de delegados en aquél.
Pero el factor decisivo, a nuestro parecer, y volveremos sobre ello, que cambió completamente la situación de fondo fue el desplazamiento del eje de la lucha proletaria. El objetivo de clase se sustituyó por el objetivo antifascista. La orientación de los acontecimientos da un giro de 180 grados.
El camarada H., negará que la guerra en el frente apagará la lucha de clases, la prueba la encuentra en la posesión y administración de las empresas por los obreros de Barcelona; en este punto, creemos que el camarada H., se deja llevar demasiado por el aspecto externo de las gestas obreras, sin detenerse en la significación política y sin conectarlas con la relación real de las clases, el único criterio marxista, en definitiva, que hay que considerar. El camarada H., tampoco ha tenido en cuenta una serie de manifestaciones estrechamente solidarias que nos proporcionaban la prueba de que la lucha militar con Franco no podía nacer de la “voluntad” obrera, aunque se realice con su “consentimiento” (pero ¿de qué sirve este consentimiento en ausencia de un partido de clase?), sino de la maniobra capitalista de estrangulamiento de la revolución proletaria.
Hacia el 24 de Julio la UGT y la CNT (permaneciendo el POUM a la expectativa) podían intervenir para reprimir la lucha reivindicativa con mucha más facilidad, desde el momento que la Generalitat de Companys, del mismo modo que había legalizado las Milicias y su Comité Central, había cogido el toro por los cuernos y decretado la semana de 40 horas, un alza del 15% de los salarios, asegurado el salario integro a los obreros en lucha y restablecido, en consecuencia un cierto equilibrio social que se traducía por la vuelta al “orden” en la calle. La CNT, organismo mayoritario en Barcelona pudo entonces preconizar la vuelta al trabajo en las empresas alimentarias, en los servicios públicos y en aquellas industrias que podían “apoyar” la lucha antifascista. Dos días más tarde, el POUM hace lo mismo, ¡con el fin, dirá, de asegurar la fabricación de bombas, blindajes, etc.!. No es casualidad que al mismo tiempo los objetivos proletarios queden confundidos y que los obreros sean alejados de los centros vitales del capitalismo, Barcelona, Valencia y Madrid, y diseminados por el campo español de Huesca, Teruel, Zaragoza, Guadarrama, con el fin de destruir las “últimas guardias fascistas”, fijados luego en los centros militares, y arrojados, a fin de cuentas, en la atmósfera asfixiante de la guerra que disipa las últimas migajas de conciencia que podían subsistir. Con la extinción total de la huelga hacia el 28 de Julio, el peligro proletario estaba completamente descartado, la dominación burguesa salvaguardada y precisamente por esto, los obreros podían perfectamente abandonarse a sus ilusiones de poder económico, puesto que éste no podía ejercerse más que para las necesidades de la guerra antifascista, y no para servir de apoyo a la conquista del poder político.
Según nuestra opinión, las tesis del camarada H., están viciadas desde su base, porque no contienen la crítica fundamental de la guerra imperialista en sí. Para nosotros consiste en que, por su naturaleza capitalista lleva en su seno la derrota proletaria. Para el camarada H., la guerra conduce a la derrota porque está llevada por “conciliadores”. He aquí la divergencia esencial. Se impone la mayor claridad posible sobre este punto.
El camarada H., comienza rechazando la tesis de la lucha unilateral contra el fascismo: “una lucha real contra el fascismo no puede ser llevada más que por el proletariado en lucha por el socialismo”. Pero plantear la cuestión del socialismo supone plantear la cuestión de la conquista del poder y la destrucción del Estado capitalista, y en ese caso ya no se trata de disociar el fascismo del capitalismo. La lucha de clases se identifica totalmente con la lucha revolucionaria con miras a derribar el capitalismo. Se desarrolla evidentemente contra el conjunto de la clase burguesa, tanto contra Franco como contra Azaña y Companys. Pero no puede darse en dos planos divergentes, no puede llevarse al mismo tiempo en un frente militar y en un frente de lucha de clases, porque el primero fusiona las clases (y nunca es de otra manera) mientras que el segundo las enfrenta de forma irreductible. Para el camarada H., la “lucha contra los conciliadores no se opone a la lucha contra el fascismo; forma una sola. El frente de los conciliadores es un frente que unió por el momento, con el consentimiento de la clase obrera – esto es muy importante a varias clases”.
Así, el camarada H., si bien admite que la lucha antifascista se ha seguido bajo el régimen de la colaboración de clase y de la defensa de los intereses capitalistas, se niega sin embargo a admitir su contenido imperialista y continúa afirmando que “la lucha militar contra Franco era una condición de vida o muerte para el proletariado español”. Lo que equivale, lo quiera o no, a una posición de “defensa nacional” comparable a la que los socialistas belgas y franceses adoptaron al defender las “libertades democráticas” contra el “militarismo prusiano”. Prudentemente había dicho que el haber puesto en primer plano la defensa militar “ha retardado la diferenciación social en el campo antifascista” y que esto ha tenido como consecuencia el “condenar de nuevo al proletariado español a la defensa del sistema capitalista, gracias al gobierno de la Unión Sagrada”. Pero, por otro lado es falso afirmar que los reveses militares hayan frenado la lucha revolucionaria, porque al contrario, los hechos demuestran que la guerra de clases fue ahogada por la guerra antifascista, Incluso “victoriosa” la lucha antifascista tenía que significar una derrota proletaria, del mismo modo que la victoria sobre el militarismo alemán en el 18 reforzó la dominación de las burguesías “democráticas”.
En todo caso puede considerarse que la Guerra de España, en sus manifestaciones, no es absolutamente comparable a la guerra imperialista porque ésta opone directamente a clanes burgueses antagónicos, mientras que la primera enfrenta a la burguesía y al proletariado, no en el sentido de la democracia contra el fascismo, sino en el de una lucha en la que el proletariado no juega ningún papel independiente, lucha, en la que se hace masacrar en provecho de la misma burguesía, que juega en los dos planos: el frente fascista y el frente antifascista, en suma, bajo el aspecto de una “guerra de clases”en la que el proletariado está ausente, como clase consciente de sus intereses y de sus objetivos, lo que de todos modos nos conduce a las características fundamentales de la guerra imperialista. ¿No se ve además cómo España se manifiesta, cada vez más, como un poderoso caldo de cultivo de los contrastes imperialistas que el capitalismo mundial todavía consigue circunscribir pero que, mañana, puede encender el conflicto general?.
Hoy, que, ante la evidencia de los hechos, el camarada H., parece orientarse hacia el “derrotismo” respecto a la lucha militar en España, le pedimos que admita también que el antisfasismo tenía que desembocar en el impasse actual.
Estado capitalista o Estado proletario
El aspecto externo de los acontecimientos que se han sucedido a partir del 19 de Julio (sobre todo en Cataluña) ha dado lugar a que las dos concepciones centrales del marxismo – las que se refieren al Estado y al Partido- hayan quedado singularmente relegadas al último plano, mientras que la Revolución de Octubre de 1.917 las puso totalmente en evidencia destruyendo el Estado capitalista y sustituyendo el poder de la burguesía por el del proletariado que se expresaba a través del Partido.
En lo que respecta a España, se ha evocado muy a menudo la Revolución proletaria en “marcha”, se ha hablado de la dualidad de poderes, del poder “efectivo” de los obreros, la gestión “socialista”, la “colectivización” de las fábricas y la tierra, pero en ningún momento se han planteado sobre bases marxistas ni el problema del Estado, ni del Partido... Al contrario, el equívoco ha triunfado en toda la línea como expresión de la confusión ideológica que impregna a los que se decían guías de la revolución: la CNT y el POUM.
Es cierto que los factores revolucionarios objetivos, de los que hemos hablado al principio: debilidad política de la burguesía, dinamismo de las masas apoyados en poderosos contrastes sociales conjugados activamente en una situación extrema, han podido falsear por un momento las apreciaciones de la realidad; pero estos mismos factores, por el contrario, han revelado su lado negativo en ausencia del factor subjetivo: el partido, el único capaz, apoyado por las masas, de asociar los factores objetivos a la realización del programa de la revolución de plantear concretamente el problema de la destrucción total del aparato de Estado burgués, condición de la revolución social. Este problema fundamental se ha sustituido por el de la destrucción de las “bandas fascistas” y el Estado burgués ha quedado en pie adoptando una apariencia “proletaria”. Pero se ha permitido que domine el equívoco criminal de su destrucción parcial, y se ha yuxtapuesto a la existencia de un “poder obrero real” el “poder de fachada” de la burguesía que se concretará en Cataluña en dos organismos “proletarios”: el Comité de las Milicias antifascistas y el Consejo de economía. Al mismo tiempo que se reconocía un solo poder efectivo, el de los obreros, se hablaba de dualidad de poderes, dualidad que ha de fundirse inevitablemente en la unidad de poder, en provecho exclusivo de la burguesía o en provecho exclusivo del proletariado.
Sabemos que la realidad fue radicalmente distinta, y que no expresó ni el poder único de los obreros, ni tampoco la dualidad de poderes que en ningún momento se vio oponer a la burguesía el programa de la revolución proletaria, y porque la esencia política del poder siguió siendo totalmente burguesa. Y éste es precisamente el fondo de la cuestión. Una dualidad de poder enfrenta, cara a cara, a dos organismos gubernamentales opuestos por base, el programa y la política de clase. La primera y la única experiencia de dualidad de poder hasta ese momento la aportó la revolución rusa de Febrero a Octubre de 1.917. Incluso Lenin no dejó de subrayar que durante ese período el poder proletario, aunque apoyado en los Soviets, poderosa organización de las masas, no era más que un poder embrionario, que no podía existir de forma efectiva más que en la medida en que los Soviets ejercieran el poder; lo que para él significa en la medida en que el partido de clase extendía su influencia en el seno de los Soviets, en la medida en que los comunistas, armados con el programa de la revolución, liberaban a los proletarios de la ideología burguesa y dirigían la iniciativa de las masas. Y Lenín añadía que el poder burgués subsistía de una forma más efectiva en la medida en que se “apoyaba en un acuerdo directo e indirecto, formal y real con los Soviets, debido a la falta de conciencia de los proletarios”. Pero la creciente lucha de clases y el reforzamiento del partido bolchevique transformaron completamente esta relación de fuerzas y engendraron Octubre de 1.917.
En España, después de Julio de 1.936, no se halla en ningún lugar vestigios de una organización de masas que pudiera parecerse a los Soviets, ni de oposición de dos políticas de clase de donde pudiera surgir un “Octubre” español. No hubo poder proletario embrionario, porque ni siquiera tuvo tiempo de nacer de la efervescencia inicial.
¿ Y las Milicias Antifascistas?, se dirá, ¿ Y el Consejo de Economía?. Si bien las Milicias parecen haber sido una creación espontanea de las masas como respuesta a Franco, estas masas, desgraciadamente no tuvieron la posibilidad de convertirlas en organizaciones de masas que pudieran convertirse en el embrión del poder proletario a la vez que en un instrumento poderoso de la guerra civil. Estas masas y sus milicias inmediatamente quedaron atrapadas por los partidos “obreros” y puestas bajo la dirección de aquel famoso Comité de Milicias, que al imprimirles un carácter paritario les arrebata toda posibilidad de convertirse en organismo unitario, y por consiguiente cavaba la fosa de la revolución proletaria. Según la propia declaración del POUM, la composición del Comité excluía toda preponderancia proletaria. Pero además de la misma forma, quedaba excluido cualquier trabajo de penetración comunista en el seno de las milicias por la dispersión exterior de los frentes, y por la tensión interior de las energías obreras hacia la amenaza antifascista. La amenaza que había pesado durante algunos días sobre el poder burgués desapareció rápidamente y éste sólo tuvo que adaptarse temporalmente a una situación de hecho que solo podía evolucionar favorablemente para él, puesto que mediante la creación del Comité Central de las Milicias, y del Consejo de Economía – organizaciones insertadas en el estado capitalista- quedaban fijadas las bases de la Unión Sagrada que iba a presidir la masacre de los proletarios.
Los resortes esenciales del Estado permanecieron intactos:
· El Ejército (no era muy importante) tomó otras formas – al convertirse en milicia – pero conservó su contenido burgués al defender los intereses capitalistas en la guerra antifascista.
· La policía, formada por los guardias de asalto y los guardias civiles, no se deshizo sino que se ocultó un tiempo (en los cuarteles) para reaparecer en el momento oportuno.
· La burocracia del poder central siguió funcionando y extendió sus ramificaciones en el interior de las Milicias y del Consejo de Economía, del que no llegó a ser en absoluto el agente ejecutivo, sino que les inspiró por el contrario directrices acordes a los intereses capitalistas.
Sobre la política económica desarrollada por estos organismos unidos al Gobierno de la Generalitat, “L´Information” de París puede decir, desde el principio de Agosto 1936, que no salía del marco capitalista. Los decretos acerca de la colectivización – que salieron a finales de Octubre – a pesar de su formulación radical, difícilmente pueden significar un progreso “socialista”, mientras que la situación de las clases evoluciona, no hacia la revolución proletaria, sino hacia el fortalecimiento de la dominación burguesa. La significación social de las medidas de colectivización queda claramente despejada por el contenido del pacto concertado el 22 de Octubre (los decretos son del 24) entre anarquistas y social-estalinistas (con la exclusión del POUM) en el que el objeto de la colectivización es todo lo relativo a las necesidades de la guerra.
Por lo demás, la experiencia histórica nos muestra que no se puede hablar seriamente de colectivización, control obrero, revolución socialista, antes de la abolición del poder político de la burguesía. El camarada H., en su informe, ha actuado a la inversa, y hay que dejar constancia de que el método adoptado falsea el análisis.
Empieza afirmando la amplitud de la “revolución socialista”, sobre la base de los decretos referentes a la colectivización, de los que acabamos de hablar, y que, según él, señalan una profunda transformación de las relaciones de clase y del régimen de la propiedad privada. Pero, en el capítulo siguiente, cuando aborda el aspecto político del problema tiene que admitir entonces que, puesto que la conquista del poder no ha sido planteada seriamente por ningún partido obrero, no existe actualmente por ello en España ninguna revolución socialista. Para H, además, los órganos del poder proletario, los organismos unitarios en los que las masas hubieran podido desarrollar su conciencia política no se han creado, ni siquiera en un estado embrionario. Es más, para nosotros no existió un poder obrero ni un solo día (no es este el parecer del camarada H.) porque estaban ausentes las dos cosas que debe comportar: los órganos y la conciencia proletaria que los anima, que no puede surgir espontáneamente sino a través de un proceso de clarificación política.
En lo que respecta a las medidas de colectivización, el camarada H., después de haberlas valorado en exceso, pensamos, llega a la conclusión de corresponden a una maniobra política de la burguesía, adaptándose a una necesidad de hecho, que por tanto carecen en sí de valor: “qué le importa al proletariado que los Gobiernos de Largo Caballero y de Companys ratifiquen todas las expropiaciones realizadas por el proletariado, si conducen la revolución proletaria a la perdición, si llevan a una guerra de tales características que ha de conducir a la victoria al fascismo”. Esta es nuestra opinión, pero con esta diferencia, que la guerra antifascista, situada inevitablemente bajo el signo de los intereses capitalistas, se halla en el origen de la próxima derrota proletaria.
La Unión Sagrada
Como ya hemos señalado, inmediatamente después del 19 de Julio, para los obreros españoles desaparece el camino de la revolución. La efervescencia de carácter insurreccional es canalizada hacia la lucha antifascista. A la agitación obrera se le imprimió una nueva orientación capitalista y esto se prueba por la imposibilidad en que se ven los proletarios de crear organizaciones de masas de las que pudiera surgir el partido revolucionario. Lo que el camarada H., advierte perfectamente, pero sin extraer las conclusiones políticas, o sobre todo, sin llegar a la conclusión de un cambio en las relaciones de clase. Según él la lucha antifascista no da la espalda a la revolución, sino que constituye una fase necesaria de ella, integrándose en el conjunto de la lucha revolucionaria. Nosotros vemos una incompatibilidad entre las dos luchas. La guerra antifascistas es el producto del mantenimiento de la dominación capitalista por un lado, y de la ausencia de un partido revolucionario por otro. Su desencadenamiento constituye ya una derrota para el proletariado. En el terreno de las clases, tiene la misma significación que la guerra imperialista y engendra además, naturalmente, la Unión Sagrada que el camarada H., se limita a constatar sin explicarla. La guerra antifascista en España no puede ser al mismo tiempo capitalista y proletaria. No podría cambiar de naturaleza más que bajo la dirección del proletariado erigido en clase dominante, como prolongación de la guerra civil, como sucedió en Rusia, tras Octubre de 1.917. Adscirbirse a ella antes de tomar el poder significa colocarse en una posición de defensa nacional que Lenín denunció al rechazar el bloque con los socialistas revolucionarios para combatir contra Kornilov, en Agosto de 1.917. En España, el proletariado debía negarse a combatir a Franco bajo la bandera capitalista del antifascismo y concentrarse en el frente de la lucha contra la burguesía española de Companys, Giralt, y Franco. El camino de la insurrección proletaria no podía pasar por la guerra militar, sino por la guerra civil.
Ya hemos señalado antes que, en Cataluña, la Unión Sagrada encontró su expresión orgánica en la constitución del Comité Central de Milicias y del Consejo de Economía, puesto que se presentaron como órganos del poder proletario, como expresión de la dictadura del proletariado (POUM). En Madrid, el instrumento de la colaboración bélica fue el Frente Popular. Bajo la dirección simultánea de las fuerzas capitalistas asistiremos pues a una evolución de la guerra antifascista, capitalista por naturaleza, que adquirió progresivamente la forma de la guerra moderna, paralelamente a la aparición cada vez mayor de la colaboración entre las clases.
¿Y no se trata precisamente de fenómenos que ya nos ha revelado la primera guerra imperialistas?.
Al principio, la verborrea revolucionaria oculta el fondo, sobre todo en Cataluña donde dominan el POUM y la CNT. Pero el mito de la guerra antifascista ahogó rápidamente toda preocupación de clase bajo el empuje de estas mismas corrientes. En Madrid, a fe de Giralt, los estalinistas se convierten en personas de orden. En Barcelona, Companys dirá de la CNT “que asume el papel abandonado por el ejército rebelde de controlar y proteger la sociedad y que se ha convertido en un instrumento en las manos del Gobierno democrático”. Las “expropiaciones” de los obreros quedan integradas en el marco de un capitalismo de estado que permanece bajo el control de la burguesía, debido a “las necesidades de la guerra” con la cooperación de las organizaciones sindicales y los autodenominados “órganos del poder proletario”. Paralelamente se llevó a cabo el desarme progresivo de los obreros de la retaguardia y la militarización de toda la vida social. A finales de Agosto “L’Information” de París podrá constatar con satisfacción que en Madrid y en Barcelona, “las autoridades competentes hacen esfuerzos ‘diplomáticos’ para conseguir el desarme de las masas obreras no enroladas en las Milicias Antifascistas, y su militarización”. El Comité Central de las Milicias cooperó en estos esfuerzos. Y los fracasos militares que siguieron sirvieron para estimular y acelerar el desarme social y para armar ideológica y materialmente para la guerra.
La masacre de Badajoz, seguida de la rendición de Irún y de la marcha sobre Toledo y Madrid, determinaron un cambio hacia la “izquierda” con la formación del Gobierno de Largo Caballero, calificado de “progresista” por los anarquistas y los del POUM. Su programa se limitó a la organización de las milicias, el refuerzo de la disciplina civil y militar dentro del “respeto” a la ley republicana. Para apoyarlo, la CNT propondrá la formación de un Consejo Nacional de Defensa al que enviará delegados “técnicos”, así como la creación de milicias de guerra con una sola dirección militar bajo el control de una Comisaría de Guerra. En Cataluña, la Generalitat se anexionará el famoso Comité de Milicias como Ministerio de Defensa, por el deseo de mantener una apariencia de autoridad frente a la “opinión internacional”.
El POUM dirá que el Gobierno de “fachada” de Companys no hará sino proteger así mejor el poder real de los obreros. He aquí una forma, que no puede ser más criminal, de violar la realidad histórica; pero las “vanguardias” no tendrán suficiente con esto. Algunos días más tarde se realizará abiertamente la Unión Sagrada gubernamental que se denominará “Consejo” de la Generalitat para no herir la susceptibilidad de los anarquistas, CNT, POUM, UGT, estalinistas, socialistas y burguesía catalana unieron sus esfuerzos por la causa del antifascismo. Los anarquistas que ya se habían convertido al “centralismo” se convirtieron en “autoritarios” convencidos porque, justificaron: “la revolución tiene sus exigencias... La dualidad de poderes no podía persistir... teníamos que ocupar el lugar correspondiente a nuestra fuerza”. Lo que no les impidió tener tres delegados sobre doce, cuando pretendían representar a la mayoría del proletariado catalán. El POUM dirá que se trataba de una “etapa de transición” cuando antes había hablado de dictadura del proletariado bajo la égida de todos los partidos “obreros”.
El programa gubernamental estará dominado por los problemas planteados por la guerra. Se tratará de establecer “el orden revolucionario” y de seguir las huellas del Gobierno de Largo Caballero: disciplina, mando único, milicias obligatorias (el POUM hablará del Ejército Rojo), proclamación de los derechos de los pueblos a la autonomía. Inmediatamente el Comité de Milicias “único poder real”, desaparecerá definitivamente. Los municipios tomaron el papel de los Comités Antifascistas que se habían comparado con los Soviets. La atmósfera se obscurecerá y la organización de la masacre de los obreros avanza. En Madrid, luego en Barcelona, se dictan decretos de movilización general que transforman las milicias en ejército regular. Al mismo tiempo, la CNT lanza sus “consignas sindicales” al proletariado catalán (no comentadas por el POUM): “trabajar, producir y vender. Nada de reivindicaciones salariales o de otro tipo. Todo ha de quedar subordinado a la producción de guerra”. En resumen, todo por el frente antifascista: tregua de la lucha de clases; lenguaje de guerra de los social-patriotas de 1.914-1.918 retomado por los “libertarios” de 1.936. El “pacto de unificación revolucionaria” entre todos los partidos y sindicatos de Cataluña (a excepción del POUM) sellará este “contrato social” de Unión Sagrada. El primer punto incluirá el compromiso formal de “ejecutar las decisiones y decretos del Consejo de la Generalitat poniendo al servicio de su aplicación toda nuestra influencia y nuestro aparato orgánico”. Tras la toma de Toledo y el avance sobre Madrid, la Unión Sagrada se concluirá en Madrid con la entrada de los anarquistas, en el Gobierno de Largo Caballero que se denominará Consejo de Defensa de la República. El capitalismo español e internacional quedará bien servido.