El marxismo contra la francmasonería
Contrariamente al indiferentismo político de los anarquistas, los marxistas siempre han insistido en que el proletariado, para cumplir su misión revolucionaria, tiene que comprender los aspectos esenciales del funcionamiento de su clase enemiga. Como clases explotadoras, esos enemigos del proletariado emplean necesariamente el secreto y la mentira, tanto en sus luchas internas como contra la clase obrera. Por eso Marx y Engels, en una serie de escritos, expusieron a la clase obrera las estructuras secretas y las actividades de las clases dominantes.
Así en sus Revelaciones sobre la historia de la diplomacia secreta del siglo XVIII, basadas en un estudio exhaustivo de manuscritos diplomáticos en el British Museum, Marx expuso la colaboración secreta de los gabinetes británico y ruso desde los tiempos de Pedro el Grande. En sus escritos contra Lord Palmerston, Marx reveló que la continuidad de esta alianza secreta se dirigía esencialmente contra los movimientos revolucionarios en Europa. De hecho, en los primeros dos tercios del siglo XIX, la diplomacia rusa, el bastión de la contrarrevolución en esa época, estaba implicada en «todas las conspiraciones y sublevaciones del momento», incluyendo las sociedades secretas insurreccionales como los carbonarios, e intentaba manipularlas para sus propios fines ([2]).
En su folleto contra Herr Vogt, Marx descubrió cómo Bismark, Palmerston y el zar, apoyaban a los agentes del bonapartismo bajo Luis Napoleon en Francia, para que infiltraran y denigraran el movimiento obrero. Momentos destacados del combate del movimiento obrero contra esas maniobras ocultas fueron la lucha de los marxistas contra Bakunin en la Iª Internacional, y la de los de Eisenach contra la instrumentalización del lasallismo por Bismark en Alemania.
Al combatir a la burguesía y su fascinación por lo oculto y el misterio, Marx y Engels mostraron que el proletariado es enemigo de cualquier clase de política de secretos y mistificaciones. Contrariamente al conservador británico Urquhart, cuya lucha durante 50 años contra la política secreta rusa degeneró en una «doctrina secreta esotérica» de una «todopoderosa» diplomacia rusa como «el único factor activo de la historia moderna» (Engels), el trabajo de los fundadores del marxismo sobre esta cuestión, siempre se basó en un método científico, materialista histórico. Este método desenmascaró a la «orden jesuítica» oculta de la diplomacia rusa y occidental, y demostró que las sociedades secretas de las clases explotadoras, eran el producto del absolutismo y la ilustración del siglo XVIII, durante el cual la corona impuso una colaboración entre la nobleza en declive y la burguesía ascendente. Esta «Internacional aristocrático-burguesa de la ilustración», como la llamaba Engels en los artículos sobre la política exterior zarista, también proporcionó las bases de la francmasonería, que surgió en Gran Bretaña, el país clásico del compromiso entre una aristocracia y la burguesía. Mientras que el aspecto burgués de la francmasonería atrajo a muchos revolucionarios burgueses en el siglo XVIII y a comienzos del XIX, especialmente en Francia y Estados Unidos, su carácter profundamente reaccionario pronto iba a convertirla en un arma sobre todo contra la clase obrera. Así fue sobre todo después del surgimiento del movimiento socialista de la clase obrera, incitando a la burguesía a abandonar el ateismo materialista de los tiempos de su propia juventud revolucionaria. En la segunda mitad del siglo XIX, la francmasonería europea, que hasta entonces había sido sobre todo una diversión de la aristocracia aburrida que había perdido su función social, se convirtió cada vez más en un bastión de la nueva «religiosidad» antimaterialista de la burguesía, dirigida esencialmente contra el movimiento obrero. En el interior de este movimiento masónico, se desarrollaron toda una serie de ideologías contra el marxismo, que más tarde se convertirían en propiedad común de los movimientos contrarrevolucionarios del siglo XX. Según una de esas ideologías, el marxismo mismo era una creación de la facción «iluminada» de la francmasonería alemana, contra el que tenían que movilizarse los «verdaderos» francmasones. Bakunin, que era un activo francmasón, fue uno de los padres de otra de esas aseveraciones, según la cual, el marxismo era una «conspiración judía»: «Todo este mundo judío, que engloba a una simple secta explotadora, que es una especie de gente que chupa la sangre, una especie de colectivo parásito orgánico destructivo, que va más allá no sólo de las fronteras, sino de la opinión política, este mundo está ahora a disposición de Marx por una parte, y por otra, de Rothchild (...) Todo esto puede parecer extraño ¿Qué puede haber en común entre el socialismo y una banca dirigente? El asunto es que el socialismo autoritario, el comunismo marxista, pide una fuerte centralización del Estado. Y donde haya centralización del Estado, tiene que haber necesariamente un banco central, y donde exista tal banco, allí encontraréis a la nación judía parásita, especulando con el trabajo del pueblo» ([3]).
Contrariamente a la vigilancia de las Iª, IIª y IIIª Internacionales sobre estas cuestiones, una parte importante del medio revolucionario actual, se complace en ignorar este peligro y en mofarse de la supuesta visión «maquiavélica» de la historia de la CCI. Esta subestimación, junto a una obvia ignorancia de una parte importante de la historia del movimiento obrero, es resultado de 50 años de contrarrevolución, que interrumpió el traspaso de la experiencia organizativa marxista de una generación a la siguiente.
Esta debilidad es de lo más peligrosa, puesto que, en este siglo, el empleo de las sectas e ideologías místicas, ha alcanzado dimensiones que van más allá de la simple cuestión de la francmasonería que se planteaba en la fase ascendente del capitalismo. Así, la mayoría de las sociedades secretas anticomunistas que se crearon entre 1918-23 contra la revolución alemana, no se originaron todas en la francmasonería, sino que las construyó directamente el ejército, bajo el control de oficiales desmovilizados. Puesto que eran instrumentos del capitalismo de Estado contra la revolución comunista, se disolvieron cuando el proletariado fue derrotado. Igualmente, desde el final de la contrarrevolución a finales de la década de los 60 de nuestro siglo, la francmasonería clásica es sólo un aspecto de todo un aparato de sectas e ideologías religiosas, esotéricas y racistas, desarrolladas por el Estado contra el proletariado. Hoy, en el marco de la descomposición capitalista, esas sectas e ideologías antimarxistas, que declaran la guerra al materialismo y al concepto del progreso de la historia, y que tienen una influencia considerable en los países industriales, constituyen un arma adicional de la burguesía contra la clase obrera.
La Iª Internacional contra las sociedades secretas
Ya la Iª Internacional fue objeto de rabiosos ataques por parte del ocultismo. Los adeptos del misticismo católico, los carbonarios y el mazzinismo, eran enemigos declarados de la Internacional. En Nueva York, los adeptos del ocultismo de Virginia Woodhull intentaron introducir el feminismo, el «amor libre» y las «experiencias parapsicológicas» en las secciones americanas de la Iª Internacional. En Gran Bretaña y Francia, las logias masónicas del ala izquierda de la burguesía, apoyadas por agentes bonapartistas, organizaron una serie de provocaciones, para intentar desprestigiar a la Internacional y permitir así la detención de sus miembros. Por ello el Consejo general se vio obligado a excluir a Pyatt y a sus partidarios, denunciándolos públicamente. Pero el principal peligro provenía de la Alianza de Bakunin, una organización secreta dentro de la Internacional que, con miembros a diferentes niveles de «iniciación» en «el secreto», y con sus técnicas de manipulación (el famoso «catecismo revolucionario» de Bakunin), reproducía exactamente el ejemplo de la francmasonería.
Es de sobra conocido el enorme empeño que pusieron Marx y Engels para repeler esos ataques, desenmascarando a Pyatt y a sus acólitos bonapartistas, combatiendo a Mazzini y las tentativas de Woodhull, y, sobre todo, revelando el complot de la Alianza de Bakunin contra la Internacional (véase Revista internacional nos 84 y 85). La plena conciencia de la amenaza que representaba el ocultismo, se pone de manifiesto en la Resolución propuesta por Marx, y adoptada por el Consejo general, sobre la necesidad de combatir las sociedades secretas. En la Conferencia de Londres de la AIT (septiembre de 1871), Marx insistió en que «... este tipo de organización está en contradicción con el desarrollo del movimiento obrero, desde el momento en que estas sociedades en lugar de educar a los obreros, los someten a sus leyes autoritarias y místicas que entorpecen su independencia y llevan su toma de conciencia en una falsa dirección» (Marx-Engels, Obras).
La burguesía intentó igualmente desprestigiar al proletariado, a través de la propaganda de sus me dios de comunicación, que alegaban que, tanto la Internacional como la Comuna de París, habrían sido organizadas por una especie de dirección secreta de tipo masónico. En una entrevista al periódico The New York World, el cual sugería que los obreros habrían sido meros instrumentos de un «cónclave» de audaces conspiradores presentes en la Comuna de París, Marx declaró: «Estimado señor. No hay ningún secreto que descubrir, ... excepto que se trate del secreto de la estupidez humana de los que se empeñan en ignorar que nuestra Asociación actúa públicamente, y que publicamos extensos informes de nuestra actividad para todos aquellos que quieran leerlos». Según la lógica del World, la Comuna de París «podría también haber sido una conspiración de francmasones pues su participación no ha sido pequeña. No me sorprendería que el Papa quisiera atribuirles toda la responsabilidad de la insurrección. Pero examinemos otra explicación: la insurrección de París ha sido la obra de los obreros parisinos».
El combate contra el misticismo en la IIª Internacional
Tras la derrota de la Comuna de París y la muerte de la Internacional, Marx y Engels lucharon con todas sus fuerzas para sustraer de la influencia de la masonería a las organizaciones obreras de Italia, España, o Estados Unidos (los «Caballeros del trabajo»). La IIª Internacional fundada en 1889 fue, inicialmente, menos vulnerable que la precedente a la influencia del ocultismo ya que había excluido a los anarquistas. La apertura que existía en el programa de la Iª Internacional permitió a «elementos desclasados infiltrarse y establecer en su seno una sociedad secreta cuyos esfuerzos se dirigían, no contra la burguesía y los gobiernos existentes, sino contra la propia Internacional» (Informe sobre la Alianza al Congreso de La Haya, 1872).
Y ya que la IIª Internacional era menos permeable en este terreno, los ataques del esoterismo empezaron mediante una ofensiva ideológica contra el marxismo. A finales del siglo XIX, las masonerías alemana y austriaca se jactaban de haber conseguido liberar las universidades y los círculos científicos de «la plaga del materialismo». Con el desarrollo, a comienzos de este siglo, de las ilusiones reformistas y del oportunismo en el movimiento obrero, Bernstein se apoyó en estos científicos centroeuropeos para afirmar que el marxismo «habría sido superado» por las teorías místicas e idealista del neokantismo. En el contexto de la derrota del movimiento obrero de Rusia en 1905, los bolcheviques fueron penetrados por tendencias místicas que hablaban de la «construcción de Dios» aunque fueron rápidamente superadas.
En el seno de la Internacional, la izquierda marxista desarrolló una defensa heroica y brillante del socialismo científico, sin conseguir, sin embargo, lograr detener el avance del idealismo. Al contrario, la francmasonería comenzó a ganar adeptos en las filas de los partidos obreros. Jaurés, el famoso líder obrero francés, defendía abiertamente la ideología de la masonería contra lo que él llamaba «la interpretación economicista, pobre y estrechamente materialista, del pensamiento humano» del revolucionario marxista Franz Mehring. Al mismo tiempo, el desarrollo del anarcosindicalismo como reacción al reformismo, abría un nuevo campo para el desarrollo de ideas reaccionarias, y a veces místicas, basadas en los escritos de filósofos como Bergson, Nietzsche (que se calificaba a sí mismo de «filósofo del esoterismo») o Sorel. Todo ello, a su vez, terminó afectando a elementos anarquizantes en el seno de la Internacional, como Hervé en Francia, o Mussolini en Italia que, al estallar la guerra, fueron a engrosar las organizaciones de la extrema derecha de la burguesía.
Los marxistas intentaron, en vano, imponer una lucha contra la masonería en el partido francés, o prohibir a los miembros del partido en Alemania una «segunda lealtad» hacia ese tipo de organizaciones. Pero, en el período anterior a 1914, no fueron suficientemente fuertes para imponer medidas organizativas, como las que Marx y Engels habían hecho adoptar a la AIT.
La IIIª Internacional contra la francmasonería
Decidida a superar las debilidades organizativas de la IIª Internacional que favorecieron su hundimiento en 1914, la Internacional comunista luchó por la eliminación total de los elementos esotéricos de sus filas. En 1922, frente a la infiltración en el PC francés de elementos pertenecientes a la francmasonería y que estaban gangrenando el Partido desde su fundación en Tours, el IVº Congreso de la Internacional, en su «Resolución sobre la cuestión francesa», hubo de reafirmar los principios de clase en los siguientes términos:
«La incompatibilidad entre la francmasonería y el socialismo era considerada como evidente para la mayoría de los partidos de la Segunda internacional (...) Si el IIº Congreso de la Internacional comunista no formuló, entre las condiciones de adhesión a la Internacional, ningún punto especial sobre la incompatibilidad del comunismo con la francmasonería, fue porque este principio figura en una resolución separada, votada por unanimidad en el Congreso.
El hecho de que se revelara inesperadamente en el IVº Congreso de la Internacional comunista, la pertenencia de un número considerable de comunistas franceses a logias masónicas, es, a criterio de la Internacional comunista, el testimonio más manifiesto y a la vez lamentable, de que nuestro Partido francés ha conservado, no sólo la herencia psicológica de la época del reformismo, del parlamentarismo y del patrioterismo, sino también vinculaciones muy concretas y muy comprometedoras, por tratarse de la cúspide del Partido, con las instituciones secretas, políticas y arribistas de la burguesía radical (...)
La Internacional considera que es indispensable poner fin, de una vez por todas, a esas vinculaciones, comprometedoras y desmoralizantes, de la cúspide del Partido comunista con las organizaciones políticas de la burguesía. El honor del proletariado de Francia exige que el Partido depure todas sus organizaciones de clase, de elementos que pretenden pertenecer simultáneamente a los dos campos en lucha.
El Congreso encomienda al Comité central del Partido comunista francés la tarea de liquidar, antes del 1º de enero de 1923, todas las vinculaciones del Partido, en la persona de algunos de sus miembros y de sus grupos, con la francmasonería. Todo aquel que, antes del 1º de enero, no haya declarado abiertamente a su organización y hecho público a través de la prensa del Partido, su ruptura total con la francmasonería, queda automáticamente excluido del Partido comunista sin derecho a reafilarse en el futuro. El ocultamiento de su condición de francmasón, será considerado como penetración en el Partido de un agente del enemigo, y arrojará sobre el individuo en cuestión una mancha de ignominia ante todo el proletariado.»
En nombre de la Internacional, Trotski denunció la existencia de vínculos entre «la francmasonería y las instituciones del Partido, el Comité de redacción, el Comité central» en Francia.
«La Liga de los derechos humanos y la francmasonería son instrumentos de la burguesía para distraer la conciencia de los representantes del proletariado francés. Declaramos una guerra sin cuartel a tales métodos pues constituyen un arma secreta e insidiosa del arsenal burgués. Debe liberarse al partido de esos elementos» (Trotski, La voz de la Internacional: el movimiento comunista en Francia).
Del mismo modo, el delegado del Partido comunista alemán (KPD) en el IIIº Congreso del Partido comunista italiano en Roma, al referirse a las tesis sobre la táctica comunista presentadas por Bordiga y Terracini, afirmó «... el carácter irreconciliable evidente de la pertenencia al Partido comunista y a otro Partido, se aplica además de la práctica política, también a aquellos movimientos que, a pesar de su carácter político, no tienen ni el nombre ni la organización de un partido (...) Entre estos destaca especialmente la francmasonería» («Las tesis italianas», Paul Butcher, en La Internacional, 1922).