Ya sea por las papeletas o por las armas
Hablar de democracia puede parecer sencillo e incluso un tema común para absolutamente todos, cuando la realidad es distante de la idea, ya sembrada, que la gran masa tiene sobre lo que es democracia. No obstante, hacerse la idea de que quienes nos gobiernan son demócratas mientras nosotros, que elegimos, no damos el carácter demócrata al sistema, es absurdo.
Democracia puede abarcar muchas concepciones, para el que está en la cima y goza de privilegios; esa es la democracia por la que aboga mientras que para el oprimido es la ausencia de la democracia. Viéndolo así, la democracia es idílica y funcional para quien logra edificarla conforme a sus necesidades.
Sin embargo, en el sentido amplio de la palabra, la democracia es una sola y es de la que ha de gozar la masa. La tesis democrática burguesa y todas sus corrientes, bajo la concepción de un sistema capitalista, es incompatible con la verdadera democracia; la que es del pueblo, de la masa, la que es popular y sirve a los intereses colectivos. No se puede imponer un concepto aburguesado de lo que es democracia.
Si la democracia sirve a élites, no es una democracia. Las élites jamás darían un carácter colectivo a su noción de democracia, de serlo así, no tendría que existir la apropiación, la usura y la explotación. Y aún así, es la masa explotada la que debe influir en que el sistema que les explota pueda servir a sus intereses o en la mejora de condiciones socioeconómicas. Es una falacia creer que porque el sistema es una herramienta de opresión, el trabajador o el oprimido no puede crear condiciones para una nueva sociedad. Siempre debe existir una interrelación entre las clases explotadas, una vanguardia destinada a llevar la democracia a quienes si desean servirse realmente de ella.
Dejar de votar es la negación total de un derecho que es inherente a la persona, es facilitar el ascenso de otros y desmejorar las condiciones de la masa. No puede haber democracia sin demócratas porque los únicos demócratas son quienes tienen la necesidad de un bienestar colectivo. El que utiliza ideas para asentarse y gozar de privilegios no es ningún demócrata, es un potencial enemigo de todas las libertades civiles y económicas, para ello se apoya del estado opresor, de los desclasados y de los trabajadores desorganizados.
La participación democrática es una forma de emancipación. Las papeletas toman importancia a la hora de solventar nuestros problemas o a la hora de crear un mejor terreno para una sociedad nueva. Si no existen las condiciones, no puede haber revolución.
Abstengase si es esa la necesidad, si la masa trabajadora se ha organizado para abstenerse y tiene el fin de acabar con el sistema que les explota, pues es la misma masa quien debe hacer revolución. Si es urgente la presencia de la lucha armada, no habrá quien niegue tal derecho; excepto los sátrapas, amenazados por la presencia de la plebe. Está el que siempre le teme al poder de la mayoría.
Las armas, a pesar de todo, no se alzan si el terreno es favorable para los que gobiernan. Es un error facilitarle todos los elementos y medios a los representantes de la minoría, error que puede costar caro y que puede, incluso, posponer la dictadura que ellos mismos llaman democracia.
Servirse de las papeletas no es colaborar con el gobernante, mucho menos es eternizar el sistema del egoísmo. Actuar conforme a lo que es democrático para la masa es necesario, es útil y favorable para forjar nuevas armas. Imagínese que no es el sátrapa quien le niega servirse de las elecciones, sino que es usted mismo; y encima, es esa supuesta vanguardia revolucionaria la que le dice que no vote.
El enemigo no es únicamente el déspota, sino esa organización dogmática y ortodoxa que, a su vez, pretende privarle de sus libertades y derechos; diciéndole que hacer y creando trabas en la lucha social. Por un lado, esas sectas elaboran un discurso seudorevolucionario en donde la emancipación del trabajador se logrará por obra de la Providencia y por otro lado están obstaculizando cualquier vía democrática o favorable para los oprimidos.
Llegado el momento, prefieren tenderle la mano a las burguesías y dar la espalda a los trabajadores. Utópicos sin propósito ni rumbo, al fin y al cabo. Prefieren imponerse ante la masa como una especie de organización mesiánica a la que hay que obedecer, distando de cualquier principio ético y asemejándose más a lo que se supone que combaten, la clase dominante
Las boletas no deben dejarse atrás, no es lo mismo que al enemigo del pueblo se le oponga resistencia a que este gane sin la más mínima defensa de las libertades debido a la baja participación de la masa, que no se ve interesada en la realidad social del momento. Nunca será fácil, nunca habrán mejores o peores opciones; a veces solo habrán peores o peores acciones. La lucha política jamás ha estado rodeada de facilidades, es una constante contienda por hacer valer nuestros intereses. Intereses que van enmarcados en el bienestar colectivo, nunca en el individual.
Ya sea por las boletas o por las armas, nuestro día llegará.
Hablar de democracia puede parecer sencillo e incluso un tema común para absolutamente todos, cuando la realidad es distante de la idea, ya sembrada, que la gran masa tiene sobre lo que es democracia. No obstante, hacerse la idea de que quienes nos gobiernan son demócratas mientras nosotros, que elegimos, no damos el carácter demócrata al sistema, es absurdo.
Democracia puede abarcar muchas concepciones, para el que está en la cima y goza de privilegios; esa es la democracia por la que aboga mientras que para el oprimido es la ausencia de la democracia. Viéndolo así, la democracia es idílica y funcional para quien logra edificarla conforme a sus necesidades.
Sin embargo, en el sentido amplio de la palabra, la democracia es una sola y es de la que ha de gozar la masa. La tesis democrática burguesa y todas sus corrientes, bajo la concepción de un sistema capitalista, es incompatible con la verdadera democracia; la que es del pueblo, de la masa, la que es popular y sirve a los intereses colectivos. No se puede imponer un concepto aburguesado de lo que es democracia.
Si la democracia sirve a élites, no es una democracia. Las élites jamás darían un carácter colectivo a su noción de democracia, de serlo así, no tendría que existir la apropiación, la usura y la explotación. Y aún así, es la masa explotada la que debe influir en que el sistema que les explota pueda servir a sus intereses o en la mejora de condiciones socioeconómicas. Es una falacia creer que porque el sistema es una herramienta de opresión, el trabajador o el oprimido no puede crear condiciones para una nueva sociedad. Siempre debe existir una interrelación entre las clases explotadas, una vanguardia destinada a llevar la democracia a quienes si desean servirse realmente de ella.
Dejar de votar es la negación total de un derecho que es inherente a la persona, es facilitar el ascenso de otros y desmejorar las condiciones de la masa. No puede haber democracia sin demócratas porque los únicos demócratas son quienes tienen la necesidad de un bienestar colectivo. El que utiliza ideas para asentarse y gozar de privilegios no es ningún demócrata, es un potencial enemigo de todas las libertades civiles y económicas, para ello se apoya del estado opresor, de los desclasados y de los trabajadores desorganizados.
La participación democrática es una forma de emancipación. Las papeletas toman importancia a la hora de solventar nuestros problemas o a la hora de crear un mejor terreno para una sociedad nueva. Si no existen las condiciones, no puede haber revolución.
Abstengase si es esa la necesidad, si la masa trabajadora se ha organizado para abstenerse y tiene el fin de acabar con el sistema que les explota, pues es la misma masa quien debe hacer revolución. Si es urgente la presencia de la lucha armada, no habrá quien niegue tal derecho; excepto los sátrapas, amenazados por la presencia de la plebe. Está el que siempre le teme al poder de la mayoría.
Las armas, a pesar de todo, no se alzan si el terreno es favorable para los que gobiernan. Es un error facilitarle todos los elementos y medios a los representantes de la minoría, error que puede costar caro y que puede, incluso, posponer la dictadura que ellos mismos llaman democracia.
Servirse de las papeletas no es colaborar con el gobernante, mucho menos es eternizar el sistema del egoísmo. Actuar conforme a lo que es democrático para la masa es necesario, es útil y favorable para forjar nuevas armas. Imagínese que no es el sátrapa quien le niega servirse de las elecciones, sino que es usted mismo; y encima, es esa supuesta vanguardia revolucionaria la que le dice que no vote.
El enemigo no es únicamente el déspota, sino esa organización dogmática y ortodoxa que, a su vez, pretende privarle de sus libertades y derechos; diciéndole que hacer y creando trabas en la lucha social. Por un lado, esas sectas elaboran un discurso seudorevolucionario en donde la emancipación del trabajador se logrará por obra de la Providencia y por otro lado están obstaculizando cualquier vía democrática o favorable para los oprimidos.
Llegado el momento, prefieren tenderle la mano a las burguesías y dar la espalda a los trabajadores. Utópicos sin propósito ni rumbo, al final y al cabo. Prefieren imponerse ante la masa como una especie de organización mesiánica a la que hay que obedecer, distando de cualquier principio ético y asemejándose más a lo que se supone que combaten, la clase dominante
Las boletas no deben dejarse atrás, no es lo mismo que al enemigo del pueblo se le oponga resistencia a que este gane sin la más mínima defensa de las libertades debido a la baja participación de la masa, que no se ve interesada en la realidad social del momento. Nunca será fácil, nunca habrán mejores o peores opciones; a veces solo habrán peores o peores acciones. La lucha política jamás ha estado rodeada de facilidades, es una constante contienda por hacer valer nuestros intereses. Intereses que van enmarcados en el bienestar colectivo, nunca en el individual.
Ya sea por las boletas o por las armas, nuestro día llegará.
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Democracia puede abarcar muchas concepciones, para el que está en la cima y goza de privilegios; esa es la democracia por la que aboga mientras que para el oprimido es la ausencia de la democracia. Viéndolo así, la democracia es idílica y funcional para quien logra edificarla conforme a sus necesidades.
Sin embargo, en el sentido amplio de la palabra, la democracia es una sola y es de la que ha de gozar la masa. La tesis democrática burguesa y todas sus corrientes, bajo la concepción de un sistema capitalista, es incompatible con la verdadera democracia; la que es del pueblo, de la masa, la que es popular y sirve a los intereses colectivos. No se puede imponer un concepto aburguesado de lo que es democracia.
Si la democracia sirve a élites, no es una democracia. Las élites jamás darían un carácter colectivo a su noción de democracia, de serlo así, no tendría que existir la apropiación, la usura y la explotación. Y aún así, es la masa explotada la que debe influir en que el sistema que les explota pueda servir a sus intereses o en la mejora de condiciones socioeconómicas. Es una falacia creer que porque el sistema es una herramienta de opresión, el trabajador o el oprimido no puede crear condiciones para una nueva sociedad. Siempre debe existir una interrelación entre las clases explotadas, una vanguardia destinada a llevar la democracia a quienes si desean servirse realmente de ella.
Dejar de votar es la negación total de un derecho que es inherente a la persona, es facilitar el ascenso de otros y desmejorar las condiciones de la masa. No puede haber democracia sin demócratas porque los únicos demócratas son quienes tienen la necesidad de un bienestar colectivo. El que utiliza ideas para asentarse y gozar de privilegios no es ningún demócrata, es un potencial enemigo de todas las libertades civiles y económicas, para ello se apoya del estado opresor, de los desclasados y de los trabajadores desorganizados.
La participación democrática es una forma de emancipación. Las papeletas toman importancia a la hora de solventar nuestros problemas o a la hora de crear un mejor terreno para una sociedad nueva. Si no existen las condiciones, no puede haber revolución.
Abstengase si es esa la necesidad, si la masa trabajadora se ha organizado para abstenerse y tiene el fin de acabar con el sistema que les explota, pues es la misma masa quien debe hacer revolución. Si es urgente la presencia de la lucha armada, no habrá quien niegue tal derecho; excepto los sátrapas, amenazados por la presencia de la plebe. Está el que siempre le teme al poder de la mayoría.
Las armas, a pesar de todo, no se alzan si el terreno es favorable para los que gobiernan. Es un error facilitarle todos los elementos y medios a los representantes de la minoría, error que puede costar caro y que puede, incluso, posponer la dictadura que ellos mismos llaman democracia.
Servirse de las papeletas no es colaborar con el gobernante, mucho menos es eternizar el sistema del egoísmo. Actuar conforme a lo que es democrático para la masa es necesario, es útil y favorable para forjar nuevas armas. Imagínese que no es el sátrapa quien le niega servirse de las elecciones, sino que es usted mismo; y encima, es esa supuesta vanguardia revolucionaria la que le dice que no vote.
El enemigo no es únicamente el déspota, sino esa organización dogmática y ortodoxa que, a su vez, pretende privarle de sus libertades y derechos; diciéndole que hacer y creando trabas en la lucha social. Por un lado, esas sectas elaboran un discurso seudorevolucionario en donde la emancipación del trabajador se logrará por obra de la Providencia y por otro lado están obstaculizando cualquier vía democrática o favorable para los oprimidos.
Llegado el momento, prefieren tenderle la mano a las burguesías y dar la espalda a los trabajadores. Utópicos sin propósito ni rumbo, al fin y al cabo. Prefieren imponerse ante la masa como una especie de organización mesiánica a la que hay que obedecer, distando de cualquier principio ético y asemejándose más a lo que se supone que combaten, la clase dominante
Las boletas no deben dejarse atrás, no es lo mismo que al enemigo del pueblo se le oponga resistencia a que este gane sin la más mínima defensa de las libertades debido a la baja participación de la masa, que no se ve interesada en la realidad social del momento. Nunca será fácil, nunca habrán mejores o peores opciones; a veces solo habrán peores o peores acciones. La lucha política jamás ha estado rodeada de facilidades, es una constante contienda por hacer valer nuestros intereses. Intereses que van enmarcados en el bienestar colectivo, nunca en el individual.
Ya sea por las boletas o por las armas, nuestro día llegará.
Hablar de democracia puede parecer sencillo e incluso un tema común para absolutamente todos, cuando la realidad es distante de la idea, ya sembrada, que la gran masa tiene sobre lo que es democracia. No obstante, hacerse la idea de que quienes nos gobiernan son demócratas mientras nosotros, que elegimos, no damos el carácter demócrata al sistema, es absurdo.
Democracia puede abarcar muchas concepciones, para el que está en la cima y goza de privilegios; esa es la democracia por la que aboga mientras que para el oprimido es la ausencia de la democracia. Viéndolo así, la democracia es idílica y funcional para quien logra edificarla conforme a sus necesidades.
Sin embargo, en el sentido amplio de la palabra, la democracia es una sola y es de la que ha de gozar la masa. La tesis democrática burguesa y todas sus corrientes, bajo la concepción de un sistema capitalista, es incompatible con la verdadera democracia; la que es del pueblo, de la masa, la que es popular y sirve a los intereses colectivos. No se puede imponer un concepto aburguesado de lo que es democracia.
Si la democracia sirve a élites, no es una democracia. Las élites jamás darían un carácter colectivo a su noción de democracia, de serlo así, no tendría que existir la apropiación, la usura y la explotación. Y aún así, es la masa explotada la que debe influir en que el sistema que les explota pueda servir a sus intereses o en la mejora de condiciones socioeconómicas. Es una falacia creer que porque el sistema es una herramienta de opresión, el trabajador o el oprimido no puede crear condiciones para una nueva sociedad. Siempre debe existir una interrelación entre las clases explotadas, una vanguardia destinada a llevar la democracia a quienes si desean servirse realmente de ella.
Dejar de votar es la negación total de un derecho que es inherente a la persona, es facilitar el ascenso de otros y desmejorar las condiciones de la masa. No puede haber democracia sin demócratas porque los únicos demócratas son quienes tienen la necesidad de un bienestar colectivo. El que utiliza ideas para asentarse y gozar de privilegios no es ningún demócrata, es un potencial enemigo de todas las libertades civiles y económicas, para ello se apoya del estado opresor, de los desclasados y de los trabajadores desorganizados.
La participación democrática es una forma de emancipación. Las papeletas toman importancia a la hora de solventar nuestros problemas o a la hora de crear un mejor terreno para una sociedad nueva. Si no existen las condiciones, no puede haber revolución.
Abstengase si es esa la necesidad, si la masa trabajadora se ha organizado para abstenerse y tiene el fin de acabar con el sistema que les explota, pues es la misma masa quien debe hacer revolución. Si es urgente la presencia de la lucha armada, no habrá quien niegue tal derecho; excepto los sátrapas, amenazados por la presencia de la plebe. Está el que siempre le teme al poder de la mayoría.
Las armas, a pesar de todo, no se alzan si el terreno es favorable para los que gobiernan. Es un error facilitarle todos los elementos y medios a los representantes de la minoría, error que puede costar caro y que puede, incluso, posponer la dictadura que ellos mismos llaman democracia.
Servirse de las papeletas no es colaborar con el gobernante, mucho menos es eternizar el sistema del egoísmo. Actuar conforme a lo que es democrático para la masa es necesario, es útil y favorable para forjar nuevas armas. Imagínese que no es el sátrapa quien le niega servirse de las elecciones, sino que es usted mismo; y encima, es esa supuesta vanguardia revolucionaria la que le dice que no vote.
El enemigo no es únicamente el déspota, sino esa organización dogmática y ortodoxa que, a su vez, pretende privarle de sus libertades y derechos; diciéndole que hacer y creando trabas en la lucha social. Por un lado, esas sectas elaboran un discurso seudorevolucionario en donde la emancipación del trabajador se logrará por obra de la Providencia y por otro lado están obstaculizando cualquier vía democrática o favorable para los oprimidos.
Llegado el momento, prefieren tenderle la mano a las burguesías y dar la espalda a los trabajadores. Utópicos sin propósito ni rumbo, al final y al cabo. Prefieren imponerse ante la masa como una especie de organización mesiánica a la que hay que obedecer, distando de cualquier principio ético y asemejándose más a lo que se supone que combaten, la clase dominante
Las boletas no deben dejarse atrás, no es lo mismo que al enemigo del pueblo se le oponga resistencia a que este gane sin la más mínima defensa de las libertades debido a la baja participación de la masa, que no se ve interesada en la realidad social del momento. Nunca será fácil, nunca habrán mejores o peores opciones; a veces solo habrán peores o peores acciones. La lucha política jamás ha estado rodeada de facilidades, es una constante contienda por hacer valer nuestros intereses. Intereses que van enmarcados en el bienestar colectivo, nunca en el individual.
Ya sea por las boletas o por las armas, nuestro día llegará.