[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]11 mayo 2013 | Categorías: Opinión | |
Un manifiesto
Daniel Albarracín, Nacho Álvarez, Bibiana Medialdea, Manolo Garí, Antonio Sanabria, Jorge Fonseca, Teresa Pérez del Río, Lidia Rekagorri Villar (Spain)
Francisco Louçã (Portugal)
Giorgos Galanis (Greece)
Stavros Tombazos (Cyprus)
Özlem Onaran (Britain)
Michel Husson (France)
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La crisis
Europa se hunde en la crisis y la regresión social bajo la presión de la austeridad, la recesión y la estrategia de “reformas estructurales”. Esta presión está estrechamente coordinada en el plano europeo bajo la dirección del gobierno alemán, el BCE y la Comisión Europea. Existe un amplio consenso de que estas políticas son absurdas e incluso “iletradas”: la austeridad fiscal no reduce la carga de la deuda, sino que genera una espiral de depresión, más desempleo y desesperación en los pueblos europeos.
Sin embargo, estas políticas son racionales desde el punto de vista de la burguesía. Son una manera brutal —una terapia de choque— de restablecer los beneficios, garantizar las rentas financieras e imponer las contrarreformas neoliberales. Lo que está ocurriendo es básicamente que los Estados están convalidando las demandas financieras sobre la producción y el PIB futuros. Por eso la crisis adopta la forma a una crisis de la deuda soberana.
Un falso dilema
Esta crisis revela que el anterior proyecto neoliberal para Europa era inviable. Presuponía que las economías europeas eran más homogéneas de lo que son realmente. Las diferencias entre países aumentaron debido a su posicionamiento en el mercado mundial, a su sensibilidad al tipo de cambio del euro. Las tasas de inflación no convergían y los bajos tipos de interés favorecieron intensos movimientos de capitales entre países y burbujas financieras e inmobiliarias. Todas estas contradicciones —exacerbadas con la instauración de la unión monetaria— existían antes de la crisis, pero estallaron a raíz de los ataques especulativos a las deudas soberanas de los países más expuestos.
Las alternativas sociales y populares a esta crisis exigen una audaz refundación de Europa, porque la cooperación europea e internacional es necesaria para reconstruir el tejido industrial, la sostenibilidad ecológica y la estructura del empleo. Pero dado que esta refundación global parece fuera del alcance ante la actual relación de fuerzas, en diversos países se propone salir del euro como solución inmediata. El dilema parece radicar entre una “salida” arriesgada de la eurozona y una utópica armonización europea a partir de las luchas de los trabajadores. Desde nuestro punto de vista, esta es una falsa dicotomía y es importante tratar de elaborar una estrategia política viable de cara a la confrontación inmediata. Toda transformación social implica el cuestionamiento de los intereses sociales dominantes, sus privilegios y su poder, y es cierto que dicha confrontación se produce en primer lugar dentro del contexto nacional. No obstante, la resistencia de las clases dominantes y sus posibles medidas de respuesta superan el marco nacional. La estrategia de abandono del euro no se centra necesariamente en este esfuerzo por avanzar una alternativa europea, y en este sentido se requiere una estrategia de ruptura con el “euroliberalismo” para crear los instrumentos de una política alternativa. Este documento no trata del programa de esta ruptura, sino que se centra más bien en la búsqueda de medios para poner en práctica este programa.
¿Qué debería hacer un gobierno de izquierdas?
Estamos en pleno apogeo de lo que se podría denominar técnicamente una “recesión de balances”. Esta es una crisis generada por el desendeudamiento y la minimización de las deudas del sector privado, causadas por la acumulación de una enorme cantidad de activos ficticios, no respaldados por activos reales. En términos prácticos, significa que los ciudadanos han de pagar por la deuda o, en otras palabras, convalidar las demandas del sector financiero sobre la producción y los impuestos actuales y futuros. Los países europeos, en una acción estrechamente coordinada en el plano europeo e incluso mundial, han decidido nacionalizar las deudas privadas convirtiéndolas en deuda soberana, imponiendo la austeridad y políticas de transferencia para pagar dichas deudas. Esta es la justificación, la motivación y la oportunidad de implementar las “reformas estructurales” cuyos objetivos son clásicamente neoliberales, reduciendo los servicios públicos del Estado de bienestar, recortando el gasto social y flexibilizando los mercados de trabajo a fin de rebajar los salarios directos e indirectos.
Desde nuestro punto de vista, la estrategia política de la izquierda debe concentrarse en la lucha por una mayoría que sustente un gobierno de izquierda, capaz de deshacerse de esta camisa de fuerza.
Dar la espalda a los mercados financieros y gestionar el déficit. A corto plazo, y como medida inmediata, un gobierno de izquierda debería encontrar vías para financiar el déficit público al margen de los mercados financieros. Las normas europeas prohíben algunas de ellas y esta es la primera ruptura. Técnicamente hay una amplia gama de medidas posibles que no son nuevas y que se han utilizado en el pasado en varios países europeos: un préstamo forzoso con cargo a los hogares más ricos; la prohibición de tomar prestado de no residentes; la obligación de los bancos de mantener cierta proporción de bonos públicos; impuestos drásticos sobre las transferencias internacionales de dividendos y operaciones de capital, etc. y, por supuesto, una profunda reforma fiscal.
La vía más sencilla pasaría por financiar el déficit a través del banco central nacional, como ocurre en Estados Unidos, Gran Bretaña, Japón, etc. Es posible crear un banco especial que pueda refinanciarse a través del banco central, pero dedicado principalmente a comprar bonos públicos (el BCE ha hecho lo mismo en la práctica).
Por supuesto que esto no es principalmente una cuestión técnica, sino que supone una ruptura con el orden europeo. Sin esta ruptura, cualquier política heterodoxa se vería frustrada de inmediato por un aumento del coste de la financiación de la deuda pública. Deshacerse de los mercados financieros y reestructurar la deuda. Sin embargo, este primer conjunto de medidas inmediatas no reduce la carga de la deuda acumulada ni los intereses de esta deuda. La alternativa a largo plazo es entonces la siguiente: o bien una austeridad interminable, o bien una política de cancelación de la deuda y una moratoria inmediata sobre la deuda pública. Un gobierno de izquierda debería decir: “No podemos pagar la deuda robando salarios y pensiones, y no lo haremos”. Después de declarar esta moratoria debería organizar una auditoría ciudadana para determinar la deuda ilegítima, que corresponde, de hecho, a cuatro elementos:
los “regalos fiscales” del pasado a los hogares más ricos, a las empresas y a los “rentistas”
los privilegios fiscales “ilegales”: evasión fiscal, optimización de impuestos, paraísos y amnistías fiscales
los rescates bancarios desde el estallido de la crisis
la deuda generada por la propia deuda a través del efecto “bola de nieve” derivado de la diferencia entre los tipos de interés y las tasas de crecimiento del PIB, menoscabado por la austeridad y las políticas de desempleo.
Esta auditoría abre la vía a la imposición de un canje de títulos de deuda cancelando gran parte de la misma, según haga falta. Esta es una segunda ruptura.
Sin embargo, las deudas soberanas están también totalmente imbricadas con la banca privada. Por eso el rescate de un país ha consistido en general en un rescate de los bancos. Hace falta una tercera ruptura con el orden neoliberal: el control de los movimientos internacionales de capitales, el control del crédito y la socialización de la banca. Este es el único medio racional de desenredar la madeja de las deudas. Después de todo, esta fue la opción tomada por Suecia en la década de 1990 (seguida, sin embargo, de su reprivatización).
En resumen, abrir una vía alternativa exige un conjunto coherente de tres rupturas:
financiación de las emisiones pasadas y futuras de deuda pública
cancelación de la deuda ilegítima
socialización de la banca para el control del crédito.
Estos son medios de transformación social. ¿Cómo lograrlos?
Hace falta un gobierno de izquierda
A fin de desarrollar estas tres rupturas principales, necesarias para resistir el chantaje financiero, necesitamos un gobierno de izquierda. Aunque las condiciones sociales y políticas para una estrategia de convergencia y la lucha por un gobierno de este tipo varían mucho de un país a otro, toda Europa contempló en el verano de 2012 la posibilidad de que Syriza ganara las elecciones y constituyera el eje de tal gobierno en Grecia. Entonces y después, Syriza lanzó una campaña en torno a los principales temas que defendemos en este manifiesto: un gobierno de izquierda es una alianza para cancelar el memorándum y reestructurar la deuda, protegiendo los salarios, las pensiones y los servicios públicos de sanidad, educación y seguridad social. Nuestro enfoque en este documento sintoniza con el de “ningún sacrificio por el euro” de Syriza.
La salida del euro no es una garantía de ruptura con el “euroliberalismo”
Es evidente que un gobierno de izquierda que aplique estas medidas ha de ser muy audaz, estar muy cohesionado en torno a un programa socialista y contar con un amplio apoyo popular. Este último solo se conseguirá si su programa es claro con respecto a la tarea principal de combatir los intereses financieros, reconstruir una economía de pleno empleo y asegurar la gestión social de los bienes públicos. No debemos desviarnos de esta estrategia. Si la cancelación de la deuda es el objetivo, no debemos desviarnos del objetivo. Ganar y merecer ganar dependen estrictamente de la coherencia y la claridad políticas. Las primeras medidas del gobierno de izquierda deben dirigirse contra la deuda y la austeridad. Para aplicar esta política efectiva contra la deuda, un gobierno de izquierda, siempre que cuente con el necesario apoyo popular, deberá estar dispuesto a utilizar todos los medios democráticos necesarios para enfrentarse a los intereses financieros, con inclusión de medidas de nacionalización de sectores estratégicos y de confrontación directa con el gobierno de Merkel, el BCE y la Comisión Europea. Deberá profundizar en la defensa de la democracia y los avances sociales a escala supranacional. Sin embargo, si la política de Bruselas se lo impide, esta defensa deberá asegurarse desde los marcos nacionales ya existentes. Esta confrontación no debería ver el euro como un tabú y debería contar con opciones alternativas, incluido el abandono del euro tanto si no queda otra alternativa en el marco europeo como si las autoridades europeas lo fuerzan. Sin embargo, esto no debería plantearse de entrada.
Cualquier gobierno de izquierda debería tener claras las difíciles consecuencias del abandono del euro. En primer lugar, no significaría necesariamente la recuperación de la soberanía democrática: la financiación del déficit escaparía al control de los mercados financieros, pero este control podría ejercerse mediante la especulación contra la nueva/antigua moneda si un país tiene un déficit por cuenta corriente.
En segundo lugar, no se reduciría la carga global de la deuda, sino que ésta aumentaría en proporción al porcentaje de la devaluación, puesto que la deuda se denomina en euros. En este caso, el gobierno se vería forzado a redenominar la deuda pública en la nueva moneda nacional, lo que equivaldría a una cancelación parcial de la deuda. El Estado tiene el poder de hacerlo, aunque quepa prever una disputa judicial internacional, pero las empresas privadas y la banca no tienen el mismo poder soberano; por consiguiente, el valor de la deuda privada y financiera aumentaría con la nueva moneda nacional. En este contexto, finalmente será preciso nacionalizar la banca debido simplemente a la quiebra de todo el sector crediticio, pero esto también significa que aumentará la deuda pública a favor del sector financiero internacional.
En tercer lugar, la devaluación pondría en marcha un proceso inflacionario y por tanto los tipos de interés tenderían al alza, generando nuevos problemas de deuda interior y de redistribución desigual de la renta.
En cuarto lugar, la salida del euro suele presentarse como una estrategia encaminada a conquistar cuota de mercado mediante la devaluación competitiva. Este tipo de enfoque no rompe con la lógica de la competencia de todos contra todos y abandona la estrategia de lucha común europea contra la austeridad.
Finalmente, continuar la lucha sin proponer la salida del euro y de la UE como alternativa aumenta el margen de maniobra y el poder de negociación de un gobierno de izquierda, así como las posibilidades de que la resistencia se extienda a otros países de la UE. Por eso esta estrategia es progresista e internacionalista en vez de aislacionista y nacional.
Por una estrategia de ruptura unilateral y extensión
En contraste con la visión neoliberal de la competencia, las soluciones progresistas se basan en la cooperación y funcionarán mejor si se generalizan a un mayor número de países. Por ejemplo, si todos los países europeos redujeran la jornada laboral y aplicaran un impuesto uniforme sobre las rentas del capital, dicha coordinación evitaría la repercusión que tendría esta misma política en caso de que se adoptara en un único país. Para allanar el camino a la cooperación, un gobierno de izquierda debería seguir una estrategia unilateral que combinara:
“buenas” medidas aplicadas unilateralmente, como por ejemplo el rechazo de la austeridad o la aplicación de un impuesto sobre las transacciones financieras;
planes de protección simultáneos, como controles de capitales;
habrá que reconocer el riesgo político de desafiar las normas de la Unión Europea para poner en práctica esta política a escala inicialmente nacional. La idea es extender esta política a escala europea para que estas medidas sean adoptadas por los Estados miembros, por ejemplo con la extensión del estímulo fiscal, o un impuesto europeo sobre las transacciones financieras.
Sin embargo, no será posible evitar la confrontación política con la UE y las élites de otros países europeos, en especial el gobierno alemán, por lo que no cabe descartar la amenaza de salida del euro como alternativa viable.
Este planteamiento estratégico reconoce que la refundación de Europa no puede ser condición necesaria para poner en práctica una política alternativa. Las eventuales represalias contra un gobierno de izquierda deberán neutralizarse a base de contramedidas que incluyen efectivamente el recurso a medidas proteccionistas si fuera preciso. Sin embargo, no es una estrategia proteccionista en el sentido habitual del término, ya que defiende una transformación social que emerge del pueblo y no de los intereses del capitalismo nacional en su competencia con otros capitalistas. Se trata, por tanto, de un “proteccionismo de extensión”, cuya lógica de fondo es desaparecer una vez que las medidas sociales a favor del empleo y contra la austeridad se hayan generalizado a toda Europa.
La ruptura con las normas de la UE no se basa en una posición de principio, sino más bien en un criterio de eficacia, justicia y legitimidad de unas medidas que responden a los intereses de la mayoría y que también se proponen a los países vecinos. Este reto estratégico puede apoyarse entonces en la movilización social en otros países y de este modo generar una relación de fuerzas capaz de desafiar a las instituciones de la UE. La experiencia reciente de los planes de rescate neoliberal aplicados por el BCE y la Comisión Europea ha demostrado que es muy posible pasar por encima de una serie de disposiciones de los tratados de la UE, y que las autoridades europeas no dudan en hacerlo para mal. Por tanto, reivindicamos la misma capacidad de adoptar medidas en el sentido correcto, incluida la imposición de controles de capitales y otros instrumentos en defensa de los salarios y las pensiones. En este planteamiento, la salida del euro es una amenaza o un arma de último recurso, como ya hemos señalado.
Esta estrategia se apoya en la legitimidad de las soluciones progresistas que se deriva de su naturaleza de clase cooperativa. Es una estrategia cooperativa de ruptura con el marco actual de la UE porque se aplica en nombre de otro modelo de desarrollo basado en una nueva arquitectura para Europa: un presupuesto europeo más amplio, financiado mediante un impuesto común sobre el capital que impulse fondos de armonización e inversiones sociales y ecológicamente útiles. Pero no esperamos de brazos cruzados a que se produzca el cambio: la lucha contra la deuda y la austeridad está en el orden del día, del mismo modo que las medidas justas de defensa de los salarios, las pensiones y los servicios sociales y bienes públicos.
En suma, una estrategia popular de un gobierno de izquierda debe estar abierta a hacer lo que sea necesario por esta lucha democrática. Nosotros defendemos esta estrategia.