Pero lo peor de todo era que Brienza decía lo de hacer caso a Cristina, para Randazzo. Lo trató de desobediente, de que le interesaba lo individual, de que no iba a continuar con las políticas K, todo lo mismo que decían de Scioli, pero cambiado de personaje. Y si, tenés razón sobre lo otro que decís, ahora se van a tener que fumar a Scioli puro, de la misma manera que Duhalde a los K cuando le dieron la espalda. Encima se atajan, porque después de casi diez años de pegarle a Scioli, posiblemente se venga una rodada de cabezas importante en esos lugares menores que ocupan los pseudo-intelectuales "progres".
De Julio Blanck, a este tipo no le creo nada, pero lo de que Zannini le bancaba la campaña a Randazzo, también lo escuché de otros lares:
Daniel Scioli tuvo que salir al aire por el canal amigo C5N a anunciar que le había propuesto a Cristina que Carlos Zannini fuese su candidato a vicepresidente. El operativo de difusión estuvo puntillosamente controlado por una delegada personal que colocó en esa señal de cable Hernán Reibel Maier, subsecretario de Comunicación Pública y viejo amigo santacruceño de Máximo Kirchner. Los allegados al gobernador y ahora único candidato kirchnerista todavía tratan de explicar que fue una iniciativa de Scioli y no una imposición de Cristina la instalación de Zannini en ese estratégico puesto de monitoreo y control. Igual Scioli está feliz: estaba dispuesto a aguantar lo que venga con tal de ser candidato. Le vino Zannini. Pero es candidato.
Florencio Randazzo se trenzó feo con el muy influyente camporista Eduardo De Pedro, secretario general de la Presidencia, cuando éste le anticipó el lunes que debía pensar en bajarse de la pelea con Scioli (ver página 5). Pero jamás imaginó que se enteraría horas después, a través de los medios, que el compañero de Scioli era Zannini. Fue una puñalada por la espalda. Porque había sido el mismo Zannini quien durante largos meses alentó, construyó y financió su aspiración de ser candidato a presidente y dar batalla en la PASO. Aún confiado en sus posibilidades y con un crecimiento personal indudable, Randazzo nunca dejó de ser el instrumento operado por Zannini para recortarle a Scioli el campo de acción; y evitar que un triunfo amplio en la interna le permitiera al gobernador escapar, antes o después, del control de Cristina.
El ultrakirchnerismo se embanderó con Randazzo. Por espanto a Scioli más que por amor al ministro ahora caído en módica desgracia. Era Randazzo con su verbo inflamado el que les acariciaba la oreja calificando a Scioli de candidato de las corporaciones, traidor a Néstor, tan parecido a Macri y Massa que no se podía distinguir entre ellos. Nada puso más en evidencia el fervor de los adoradores del capital simbólico del kirchnerismo que las expresiones de los intelectuales de Carta Abierta, que de tan patéticas terminaron resultando ridículas. Pero también esa militancia pasional recibió su cuota de escarnio. Ahora tienen que fumarse a Scioli, encontrarle méritos ocultos, descubrirlo como leal representante del modelo, aplaudirlo como aplaudieron estos años a todos los que les dijeron que había que aplaudir.
Los tres ejemplos, que son los más notorios pero no los únicos, reflejan de qué modo usa Cristina la humillación como una herramienta política. Así les demuestra a todos, del modo más cruel, que la que manda es solamente ella. Y que todos son instrumentos circunstanciales de su interés. Quien ejerce este método de mando debe confiar en que el poder nunca se le aleje. El día que eso suceda la fila de los humillados que irán por la revancha puede ser interminable. Pero Cristina espera que su lejanía del poder nunca suceda. Trabaja para eso.
Mientras tanto, su renovada demostración de poder intimida al peronismo y a sus propios seguidores. Es notable cómo llega Cristina al final de su mandato conservando intacta la capacidad de pasarle la guadaña a quien sea necesario para lograr la consecución de su objetivos.
Tan importante como el efecto que causa en los propios es el temor paralizante que suele despertar en los ajenos. Puede advertirse que buena parte de la oposición y los opositores todavía están pasmados por la brutal expresión de voluntad regia que fue estampar a Zannini en la fórmula con Scioli. Hubo pocas excepciones a esa reacción medrosa. Una vez más, Elisa Carrió encabezó la hilera de los que no se arrugaron.
De todos modos, la jugada de Cristina poniéndose a sí misma en la fórmula a través de Zannini no cierra el juego, sino que lo abre más que nunca. Actúa como catalizador de la polarización más extrema.
Scioli pretende expresar la continuidad con cambio, al menos en el estilo; y promete ejercer cierta autonomía futura respecto de la impronta de estos años. Esos atributos potenciales hicieron de él, hasta aquí, un candidato atractivo para la ancha franja de votantes que no son decididamente oficialistas ni opositores. Esa cualidad hoy queda por lo menos en cuestión.
De tan kirchnerista que se puso camino al cierre de listas, Scioli concluye hoy como portaestandarte del proyecto de continuidad. La reacción del sciolismo es tratar de presentar la noticia como una alegre conquista propia. Está muy bien que lo hagan. La cuestión es que el público les crea.
Algunos de sus argumentos son realmente notables. Por ejemplo, que Zannini es muy poco conocido y que frente al electorado masivo eso muestra a Scioli menos cautivo que si de vice le hubiesen puesto a Máximo Kirchner o a Axel Kicillof.
Por cierto, también Zannini candidato a vice es una expresión de debilidad de Cristina, que no encontró otra forma de condicionar a Scioli que jugar en el límite de la razonabilidad político-electoral. Así conformada, la fórmula oficialista se asegura todos los votos oficialistas. Pero ganar la Presidencia requiere de mayorías especiales, no alcanza con tener un voto más que el rival. Sin voto independiente no se llega a la Casa Rosada. Ahora, paradójicamente, Cristina depende más que nunca del encantamiento que Scioli pueda derramar sobre el votante sin anclaje predeterminado para que la fórmula llegue a la victoria.
Las paradojas también alcanzan a Randazzo. Su furibundo discurso ultrakirchnerista, sus ataques a Scioli, todo fue prolijamente al tacho de basura. Cristina decidió que para controlar a Scioli mejor ponerle a Zannini en la fórmula. Aunque al ministro del Interior le quedó el último, inusual gesto de dignidad, de rechazar la candidatura a gobernador y mantener su palabra de que iría por la presidencia o por nada. Y aunque quedó en zona difusa, todo indica que presentó su renuncia como ministro y Cristina no se la aceptó.
Las distinciones que ayer derramaron sobre Randazzo los dirigentes de la oposición, empezando por Mauricio Macri, se basan en una degradación de nuestra cultura cívica: el político que cumple lo que promete es un bicho raro y merece entonces ser reverenciado. Pero las lisonjas opositoras también son una artimaña de vuelo corto: ahora le descubren cualidades notables al ministro recién cuando Cristina lo mandó a la zanja.
Palabras poco amables sobre Randazzo se escuchan, en cambio, en la orilla kirchnerista. Su negativa a ser candidato a gobernador logró una curiosa coincidencia que podría hacerse permanente: lo criticaron tanto desde el sciolismo como desde La Cámpora. En el kirchnerismo liso y llano lo acusan de “individualista” y de ser “no pensar en el proyecto colectivo”. La desobediencia a Cristina no se perdona.
Funcionarios que pasaron los últimos tres días metidos en la Casa Rosada juran que “molestó mucho” el largo compás de espera que impuso Randazzo, el miércoles, para contestar –y para colmo negativamente– la intimación de Cristina para bajar a la Provincia.
En la estructura peronista Randazzo ya venía cuestionado por sus continuos ataques a Scioli. Según intendentes y gobernadores, eso no le hacía ganar puntos en la interna y en cambio desgastaba anticipadamente a quien sería candidato. “Le está haciendo gratis el trabajo a Macri”, decían los jefes territoriales.
En la Casa Rosada tampoco gustaba tanta inquina de Randazzo contra Scioli. “Varias veces le dijeron al Flaco que baje el tono y nunca hizo caso”, explican. Incluso hay quienes aseguran que la noche de las PASO en Capital, el domingo 26 de abril, Andrés “El cuervo” Larroque le comunicó al ministro que no tenía el apoyo de La Cámpora. Igual hay que entenderlo a Randazzo: operaba a tiempo completo con un salvoconducto firmado por Zannini. ¿Quién iba a pensar que Cristina podía querer algo distinto al azote sobre Scioli? Pero el viento cambió de repente y Randazzo quedó feamente desairado.
Con la candidatura a gobernador y todo el juego interno en la Provincia todavía abiertos, la gran duda que aún persiste es si Cristina y Máximo serán candidatos. Esa definición completará la escena electoral.
Mientras tanto, en reuniones informales del peronismo se empieza a avizorar el futuro. Si toca ganar en octubre, reteniendo el poder, ya se percibe a Zannini como el “presidente del Poder Legislativo” desde la comandancia del Senado. Y ni qué hablar si además Cristina termina de diputada.
Va a ser “un Congreso independiente del Poder Ejecutivo”, anticipan y temen referentes peronistas. Suponen que, entonces, habrá tensión política inevitable con gobernadores e intendentes que se agruparían en torno a Scioli y la Casa Rosada. Serían los protagonistas de la pelea por definir en el mediano plazo el contenido y la orientación de la continuidad que hoy se propone.
En ninguna cabeza kirchnerista hoy cruza siquiera lejanamente la idea de perder la elección. Pero aunque a veces no parezca, los demás también juegan. Y demasiada gente en el cuarto oscuro termina haciendo lo que quiere.
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