Algo más que una suma
Eugenio ETXEBESTE «ANTTON» y Karlos IOLDI Militantes independentistas
El Palacio Euskalduna ha revelado una foto tan importante como deseada por un gran espacio social abertzale en la batalla política por construir la nación vasca. En mirada retrospectiva del proceso político, sólo Xiberta y Lizarra aparecen como enclaves referentes comparables.
Ateniéndonos a la coyuntura y a los protagonistas, el acto del 20-J constituye un faro guía que habrá de marcar la apertura de una renovadora fase política en la confrontación Estados-Euskal Herria mantenida en los dos últimos siglos de nuestra historia. Una fase innovadora dentro del proceso de liberación nacional y social.
Esta primera reflexión puede parecer exagerada, pero debe servirnos para situar la importancia del punto de inflexión que conlleva la convergencia de un amplio espacio social independentista. Única alternativa nacional y de progreso frente al agotado modelo de asimilación constitucionalista y autonomista planificado estratégicamente por el Gobierno español en Hego Euskal Herria.
Resulta evidente que no estamos ante una mera suma o convergencia programática de dos fuerzas políticas, sino ante el impulso de una amplia demanda de bases sociales independentistas, progresistas, socialistas, que requieren una estrategia política constructiva, ambiciosa, incluyente y potencialmente posible hacia la constitución del Estado Vasco. Hacia la consecución de esa «utopía imposibilista», pensamiento fervorosamente defendido por Alfonso Sastre, que significa luchar por posibilitar, no lo que es imposible, sino lo que está imposibilitado desde los estados español y francés.
Xiberta-Lizarra
En breve análisis comparativo, conviene situar dos referencias que han destacado en la andadura del movimiento abertzale.
En Xiberta, la opción política y de clase del PNV se alineó con la reforma franquista y su denominada «transición», abortando la posibilidad de un «frente nacional» sobre contenidos básicos de reconocimiento nacional y derechos democráticos, reclamados por abertzales y progresistas en la lucha contra la dictadura.
Frente al marco constitucional impuesto y sus apadrinados estatutos, la Izquierda Abertzale asumió la continuidad de una estrategia de resistencia política. Resistencia frente a lo que consideraba una transición trampa, pergeñada a modo de ley de punto final, para desterrar los legítimos anhelos soberanistas del pueblo vasco.
Xiberta marcó, pues, el devenir de las dos grandes corrientes del abertzalismo vasco. El PNV se convirtió en gestor del marco jurídico-político español y la Izquierda Abertzale se mantuvo como opositora resistente en el objetivo del reconocimiento de la nación vasca y su derecho a la autodeterminación.
Veintiún años después, en 1998, Lizarra-Garazi escenificó el comienzo de la agonía política del autonomismo-regionalista, generando expectativas de cambio político desde el reconocimiento de la realidad nacional vasca y el respeto a su voluntad democrática. No obstante, la confluencia abertzale sufrió el torpedeo de los «michelines» del PNV, incómodos ante la posibilidad de una estrategia común abertzale, originando fisuras en los acuerdos, especialmente tras los resultados electorales de junio de 1999.
La ruptura, al margen del reparto de responsabilidades, fue una oportunidad colectiva perdida, que favoreció la contraofensiva del unionismo y socavó nuevas zanjas en el movimiento abertzale. Sin embargo, tras Lizarra la política vasca adquirió un tótem incuestionable desde el Estado: el futuro pasa por el derecho a decidir del pueblo vasco.
A partir de Lizarra-Garazi se suceden los planes Ibarretxe, los señuelos de consultas, Anoeta, Loiola... Movimientos dispersos, ante los cuales el Estado español aúna filas estratégicas cerrando pactos para condicionar la evolución política vasca.
La respuesta del PNV es adaptarse al medio mendigando migajas institucionales a costa de renunciar a posturas políticas propias. La Izquierda Abertzale, por su parte, mantiene una línea estratégica que no incide en el desbloqueo de la situación, no favorece la modificación de la correlación de fuerzas sociales y políticas y, por ende, tampoco contribuye a la implementación del cambio político propugnado.
En este sentido, Lizarra y también Loiola son referencias donde nos tenemos que mirar de manera autocrítica para abordar los retos inmediatos y estratégicos. Las herramientas y apuestas políticas en relación al potencial social en un proceso de cambio político, el protagonismo y garantía de la sociedad vasca en el desarrollo y materialización de un proceso negociador, son cuestiones básicas que han ido madurándose a lo largo de esta fase contradictoria.
Pero al margen de la verborrea oficial, de la desinformación mediática y de los espejismos coyunturales, cabe constatar una realidad estructural en el escenario político vasco. La de un Estado español que carece de sucedáneos políticos para asimilar el abertzalismo e imposibilitar la pleamar del cambio político. El vigente statu quo de confrontación, violencia y sufrimiento sólo puede mantenerlo forzando leyes de excepción, pervirtiendo la voluntad popular con «pactos de Estado» maquillados en acuerdos de «salvación nacional» y contraviniendo sus propios preceptos democráticos.
Claves actuales
Una breve radiografía política nos refleja un Estado español afectado por una crisis económica de características específicas e inmerso en una crisis política derivada del modelo territorial ingeniado en la transición. Euskal Herria y Catalunya son reflejo de ese marco jurídico agotado, soportado sólo por estrategias de bloqueo acompañadas por arsenales represivos o judiciales violadores de la voluntad política de la sociedad vasca o catalana.
El pacto unionista en Gasteiz e Iruñea no refleja fortaleza estratégica del Estado, sino debilidad democrática. Es la prueba de una posición resistencialista frente al inevitable cambio político. Una estrategia caducada, basada en la maquinaria fáctica del Estado, en la conculcación de derechos civiles y políticos. Una estrategia, abanderada por el patriotismo constitucional del PP y un PSOE fagocitado por el marco ideológico impuesto desde la centro-ultraderecha, con expresiones aniquiladoras de valores culturales, experimentos mediáticos de lavados de cerebros, saqueos de simbologías...
Esas debilidades del unionismo, sus contradicciones entre la fuerza y la razón, son las que deben servirnos de impulso para modificar variables del escenario político, aplicando estrategias, líneas de acción e instrumentos consecuentes para encarrilar las condiciones objetivas y subjetivas por el cambio político y social en el conjunto de Euskal Herria.
En este contexto, el PNV, tras Lizarra y la amortización de Ibarretxe, sigue oscilante entre la corriente asimiladora del Estado y la propuesta independentista. La búsqueda y encuentro de la centralidad, de la que siempre ha hecho gala y de la que se ha servido para equilibrar sus contradicciones innatas, no tiene márgenes de adaptación ante las posiciones del Estado y los retos del propio movimiento abertzale.
Como dice George Lakoff, el centro ideológico no existe. En el caso vasco y en la fase política actual, un hipotético carril central en el pulso Euskal Herria-Estado carece de contenidos e incentivos sociales. El centro-trampa instaurado a modo de reclamo patriótico, está ocupado por el «vasquismo» del PSE-EE y el «foralismo» del PP, renovados defensores del statu quo autonómico como garante de la unidad territorial española. La postura tradicional del PNV carece, pues, de proyección estratégica. Eso se ha acabado.
Por tanto, tras Lizarra y el golpe de Estado unionista no hay espacio para medias tintas. Fuera de las propuestas soberanistas y del horizonte independentista no existe alternativa abertzale, sino regionalista. La reciente sentencia del Estatut, tras el laberinto jurídico impuesto a la voluntad catalana, es fiel reflejo de que supuestas «reformas» estatutarias son un viaje al mismo punto de partida.
Ante todo ello, el independentismo ha madurado asumiendo en sus reflexiones y en sus propuestas políticas la gravedad de un contexto que, erróneamente interpretado y gestionado, podía dilapidar el capital político acumulado durante los últimos 50 años. De ahí el paso al frente brindado con la propuesta «Zutik Euskal Herria» y, como primera consecuencia, el acuerdo estratégico establecido entre la Izquierda Abertzale y EA.
Nueva fase, nuevas estrategias, nuevos instrumentos
Desde la evaluación del proceso político y la constatación de las claves que lo caracterizan, la Izquierda Abertzale ha abierto y viene impulsando una nueva fase política, situando estrategias e instrumentos que permitan avanzar en el proceso de liberación nacional y social.
Ha sido un proceso de redefinición ideológica y política contrastado en la propia evolución del proyecto político estratégico. En este sentido, la Izquierda Abertzale ha ratificado su compromiso histórico de continuar dinamizando un movimiento de acumulación de fuerzas políticas, sindicales y sociales en aras a construir una alternativa real a los problemas y reivindicaciones nacionales y sociales de la mayoría social trabajadora. Una alternativa de lucha por el cambio político y social en la senda hacia la Independencia y el Socialismo. Una alternativa constructiva y de progreso, rompedora de las inercias de resistencia existencialista planteadas desde las estrategias desafiantes del Estado y las políticas de bloqueo unionistas.
La Izquierda Abertzale ha sido y vamos a seguir siendo, por compromiso, firmeza y convicción, la columna vertebral de un espacio soberanista e independentista cuya vocación es la de convertirse en el eje central del movimiento abertzale durante la presente década. No estamos, pues, ante politiquerías tácticas o poses coyunturales. No abordamos la iniciativa por intereses electorales. Tampoco es un capote para lidiar la coyuntura de ilegalizaciones.
El proceso democrático y la apuesta unilateral por vías democráticas es el instrumento de opción y oposición para afrontar una nueva fase de lucha política, una fase de acumulación de fuerzas desde el voluntariado independentista. Una fase política pivotada en la trasformación de la correlación de fuerzas por el cambio político y social, por situar al soberanismo como motor de la solución al conflicto, por cambiar la agenda política del Estado en Euskal Herria.
El objetivo es abrir los actuales diques políticos para que los afluentes soberanistas, independentistas, confluyan en un caudaloso río que acabe regando el conjunto de la geografía vasca, haciendo brotar una nueva realidad política, social e institucional. Son tiempos de alternativas, de propuestas para ganar el cambio político, para conseguir un escenario democrático y un modelo social justo y solidario.
En una coyuntura donde el mapa europeo sigue modificándose a gran velocidad, el independentismo tiene que resituarse en el pulso político por el reconocimiento de la nación vasca. En la senda de los nuevos Estados surgidos y de las demandas nacionales de pueblos como Escocia, Groenlandia, Flandria, Països Catalans... Euskal Herria también debe perfilarse como Estado potencial en el universo europeo.
El acuerdo firmado en el Euskalduna abre horizontes y compromisos renovados. El independentismo debe abordar esta década vertebrando un modelo de construcción nacional y social vital para afrontar los retos económicos, demográficos y sociales. Estamos ofreciendo una alternativa ganadora. Una oferta mirando cara a cara a la sociedad vasca, ligada a sus convicciones y a sus deseos mayoritarios pero, al mismo tiempo, ambiciosa para sus trasformaciones y progreso.
Ongi etorri Euskalduna.
GARA