Los “auténticos científicos” se lamentan de no poder llevar a los hoguera a los herejes como hacían en la Edad Media. A falta de combustible, se tienen conformar con insultar, de los que tienen un variado repertorio: magufos, negacionistas (como los del Holocausto), seudociencias, etc. Muestran las soberbia de quien está con la ideología dominante y pretende hacer pasar esa ideología como “ciencia”.
Los que se llenan la boca con su “ciencia” ocultan datos muy elementales sobre la manera en la que se ha burocratizado la medicina moderna, en la que los profesionales cuentan muy pooco. Las decisiones sobre enfermedades, etiología y terapias están reglamentadas por un conjunto de organismos, que van desde la OMS, hasta los ministerios respectivos en cada país, de los cuales los más conocidos son los gringos FDA y CDC, pasando por los Colegios Oficiales de Médicos, las agencias que legalizan los medicamentos, etc. Si en la Edad Media era la Inquisición quien diferenciaba la “autética ciencia” de la brujería, hoy la Inquisición tiene importantes continuadores en esas instituciones cuya naturaleza es claramente política, por más que las revistan con su “ciencia”.
Naturalmente que detrás de ellas están las multinacionales farmacéuticas. Cualquiera que visite un hospital se dará cuenta de que existen equipos de comerciales de esas multinacionales que para vender sus productos, como cualqueir vendedor ambulante de mercadillo, se pasan las horas en los despacos y oficinas (que son públicos) de los hospitales para “convencer a los médicos”. Esos traficantes de fármacos se llaman “visitadores médicos” y cada uno de ellos viaja con sus artículos “científicos” debajo del brazo para convencer al médico. Si no lo logra con “ciencia” tiene un sistema refinado de sorbornos (aunque se llame de otra forma) para que los médicos receten sus fármacos y convenzan a otros médicos para hagan lo propio. El método es conocido, aunque esté prohibido: regalan viajes, relojes de oro, pluses, etc.
¿Cómo funciona la burocracia seudocientífica?
Se pueden poner muchos ejemplos, pero los más conocidos llegan siempre de USA, que son los que controlan la medicina moderna, la única “científica”. En USA quien autoriza los medicamentos es la FDA, una institución aparentamente pública pero en realidad manejada por las famacéuticas, que son las que la financian. Por lo tanto, la FDA aparece como neutral pero es privada. Sus chanchullos “científicos” son bastante conocidos y uno de ellos, que tiene relación con este hilo, fue la aprobación del AZT en 1987, que no sólo lo hizo para USA sino para todo el mundo. Ellos siempre dejan bien claro quién manda y el papel que nos corresponde a los demás.
Llamado también azidotimidina o zidovudina, GlaxoSmithKline sigue comercializando hoy el AZT como retrovir. Es análogo a la timidina, el primer antirretroviral aprobado por la FDA, desarrollado originalmente en 1964 y usado como quimioterapia para el cáncer. Por su alta toxicidad, nunca se administró a seres humanos, sino sólo a ratas. A partir de 1987 se empezó a recetar a millones de personas etiquetadas oficialmente como seropositivos. Se utilizó como terapia única durante siete años (1987-1993) y aún se sigue utilizando hoy.
La reconversión de la industria del cáncer en la industrial del SIDA
Sin embargo, el AZT ni es un antiviral ni fue creado para el tratamiento del SIDA. Pero es que la industria del SIDA fue una reconversión de la industria del cáncer creada por Nixon en 1970. No sólo los “científicos” como Gallo, sino incluso los fármacos proceden de una década de investigación en torno al “virus que causa el cáncer”. Ese “virus que causa el cáncer” se reconvirtió en 1981 en el “virus que causa el SIDA”. El AZT es un subproducto de aquella reconversión industrial de la era Reagan. Los “científicos” made in USA creyeron (se autosugestionaron) que el cáncer estaba causado por un virus como ahora creen que ocurre con el SIDA. Antes fracasaron durante una década; ahora el chollo lo han alargado un poco más e insisten para que el negocio no se les acabe.
Un lector que sepa un poco de medicina se dará cuenta de lo difícil que era reconvertir el negocio del cáncer en el negocio del SIDA porque el cáncer y el SIDA tienen principios patológicos opuestos: el cáncer es una multiplicación incontrolada de células mientras que el SIDA supone su desaparición. Lo mismo ocurre con el el AZT, un fármcaco que se creó para matar las células que proliferan incontroladamente. Pero en el SIDA se trata de aumentar el número de células T del sistema inmunitario. Pues bien, el AZT destruye las cálulas T del sistema inmunitario. Por eso solamente se debería administrar por periodos de tiempo muy limitados, no a “enfermos crónicos” o de larga duración, como son los seropositivos.
En 1964 los experimentos con AZT en ratas con cáncer mostraron que era tan eficaz para destruir células sanas que las ratas murieron de toxicidad extrema. Como resultado se cerró el asunto y jamás se suministró AZT a ningún ser humano. Pero 20 años después la multinacional farmacéutica Burroughs Wellcome (ahora GlaxoSmithKline) lanzó una campaña para sacar al mercado el AZT como un medicamento contra el SIDA basándose en que el AZT bloquea la formación de las cadenas de ADN del VIH y consiguió la aprobación de la FDA para el AZT como un tratamiento contra el SIDA.
¿Cómo toman las decisiones los burócratas de la “ciencia”?
El AZT es un ejemplo de cómo no se crea un medicamento para una enfermedad sino que se busca una enfermedad para un medicamento que ya existe y que ha fracasado anteriormente, de los que hay tantos ejemplos. Pero, ¿qué documentación científica aportó la multinaciónal famacéutica para que la FDA aprobara el uso de un medicamento tóxico abandonado hacía varias décadas por ser perjudicial para la salud humana?
La aprobación de una quimioterapia tóxica para pacientes con SIDA se basó en un único e incompleto informe que sugería (sólo sugería) que el AZT elevaba el número de células T. El incremento aparente en el número de células T se interpretó como evidencia indirecta (otra indirecta más) de que el AZT erradicaba el retrovirus VIH de esas células. Los defensores de AZT dijeron que, a pesar de su toxicidad, el tratamiento con AZT debía ser continuo y para toda la vida. Los seropositivos eran los enfermos perfectos: consumidores habituales de fármcos.
En contra de las conclusiones en las que se apoyó la FDA en 1987, algunos años después en Europa el estudio Concorde, el más amplio (1.749 sujetos) y más largo (tres años de duración) sobre los efectos del AZT, determinó que el AZT aumenta el número de células T sólo moderada y brevemente. La explicación es la siguiente: las células T que forman parte del sistema inmunitario están en la sangre, formando parte de los denominados “glóbulos blancos” y la sangre se regenera continuamente en la médula ósea. Aparentemente al principio el AZT aumenta el número de células T pero a la larga destruye la médula ósea en la que se forman y, por lo tanto, destruye el sistema inmunitario que se trata de reforzar en los pacientes con SIDA.
Aprueba el tóxico y echa a correr
El AZT se aprobó más rápidamente que ningún otro fármaco en la historia del FDA. Cuando la multinacional farmacéutica Burroughs Wellcome presentó su vacuna a los 11 burócratas de la FDA para su aprobación, había muy poca información sobre el remedio: un único estudio incompleto y nada fiable acerca de un viejo fármaco fracasado en la lucha contra el cáncer. Había mucha incertidumbre al respecto. Los médicos de la FDA sabían que el estudio era defectuoso y que los efectos a largo plazo eran desconocidos. Sin embargo, la multinacional presionaba para que aprobaran el AZT; los enfermos esperaban desesperados ante una supuesta muerte inminente. Para eso habían desatado la correspondiente campaña alarmista.
Como reconoció Ellen Cooper, una directora de la FDA, a la revista Spin de Nueva York: “Aprobarlo representaría dar un considerable y potencialmente peligroso giro con respecto a nuestras exigencias toxicológicas habituales”. A punto de aprobar el fármaco, uno de los doctores del grupo, Calvin Kunin, dijo que utilizar este fármaco de forma generalizada, en áreas en las que no ha sido demostrada su eficacia, con un agente potencialmente tóxico, podría resultar desastroso”.
“No sabemos que pasará de aquí a un año”, dijo entonces el presidente del grupo, Itzhak Brook a la revista. “Los datos son todavía prematuros y las estadísticas no están muy bien hechas, en verdad. El fármaco podría ser, de hecho, perjudicial”. Un poco más tarde, también dijo estar “impresionado por el hecho de que el AZT no detiene las muertes. Incluso aquellos a los que se les cambiaba al AZT seguían muriendo”.
“Estoy de acuerdo contigo”, respondió otro miembro del grupo al mismo medio: “Hay tantas lagunas... Una vez que un fármaco es aprobado, ya no se sabe hasta que punto se abusará de él. No hay marcha atrás”.
Burroughs Wellcome aseguró a los médicos de la FDA que podía proporcionar datos detallados de dos años de seguimientos, y que no permitirían que el fármaco sobrepasase los parámetros que habían prometido: un recurso provisional para los pacientes muy enfermos.
Afortunadamente Brook no se dejó engañar por la promesa: “Si lo aprobamos ahora no tendremos los suficientes datos. Tendremos los que nos han prometido”, predijo, “Pero a partir de ahí, la producción de datos será obstaculizada”. El voto de Brook fue el único en contra de la aprobación del fármaco. “No había los suficientes datos. No había seguimiento suficiente”, recuerda en una entrevista. “Muchas de las preguntas que hacíamos a la compañía eran respondidas con un “no hemos analizado todavía los datos”, o un, “No lo sabemos”. Pensé que algunos datos eran prometedores, pero estaba preocupado por el precio que habría que pagar por ellos. Los efectos secundarios eran tan severos... Era quimioterapia. Los pacientes necesitarían transfusiones de sangre. Eso es cosa seria.
Empiezan las presiones políticas
“El comité se sentía inclinado a darme la razón”, dice Brook,en que debían esperar un poco, ser más cautelosos. Pero empezaron las presiones políticas en cuanto la FDA se dio cuenta de que querían rechazarlo: ”Pasaron a la presión política. Sobre las 4 p.m., el jefe del centro del FDA de biología y farmacología, pidió permiso para hablar, lo cual es francamente inusual. Normalmente nos dejan solos, pero él nos dijo: “Mirad, si aprobáis el fármaco, os aseguramos que trabajaremos en conjunto con Burroughs Wellcome y nos encargaremos que se suministre a la gente adecuada”. Era como si estuviese diciendo “Por favor, decid que sí”. No sólo había que aprobarlo sino que había que hacerlo rápidamente.
Brad Stone, el jefe de prensa de la FDA, estaba presente. Dice no recordar ese discurso en concreto, pero no tiene nada de “inusual” el que los jefes de la FDA den ese tipo de discurso consultivo. “No había ninguna presión política” dice. “Las personas allí presentes aprobaron el fármaco porque los datos aportados por la compañía demostraban que estaba prolongando vidas. Por supuesto que era tóxico, pero llegaron a la conclusión de que los beneficios pesaban más que los riesgos”.
Una bomba de relojería
Todo fue muy rápido. La reunión finalizó. El AZT, sobre el cual algunos miembros de la FDA aún se sentían temerosos de que se convirtiese en una bomba de relojería, fue aprobado; sólo el doctor Brook votó en contra de su aprobación.
Como era de esperar las viejas precauciones se pasaron por alto. Brook señaló que el efecto tóxico más poderoso del AZT era el agotamiento de la médula ósea, lo cual hacía necesarias frecuentes transfusiones sanguíneas a los pacientes. Al ser una forma de quimioterapia, el fármaco debía ser prescrito exclusivamente por médicos que tuviesen experiencia en este tipo de tratamientos.
Otra de las principales recomendaciones era que se utilizase exclusivamente en casos críticos, debido a la extrema toxicidad del fármaco. Brook advirtió que el hecho de que el AZT fuese el único fármaco disponible para tratar a los pacientes de SIDA probablemente haría que su administración se descontrolase. Aprobarla prematuramente, dijo, sería como “dejar en libertad al genio de la botella”.
El genio de la botella se llamaba Anthony Fauci y era director de los Institutos Nacionales de la Salud de Estados Unidos y capo de la NAIAD. No tardó en presionar para extender el radio de las prescripciones. Fauci anunció orgullosamente un experimento que se venía realizando desde hacía “dos años” el cual había “mostrado claramente” que la temprana intervención mantenía el SIDA a raya. “Cualquier persona que tenga anticuerpos del VIH y menos de 500 células T-4, debe empezar a tomar AZT de inmediato”, dijo. Empezó la correspondiente campaña publicitaria en las cabeceras de todos los medios de comunicación del mundo: podemos respirar tranquilos; por fin se había descubierto la vacuna contra el SIDA. Los periódicos y cadenas de televisión publicaron en titulares sensacionalistas que el AZT había demostrado ser eficaz en portadores de anticuerpos del VIH. El AZT se comenzó a recetar indiscriminadamente. Habían descubierto el primer fármaco contra el SIDA; por consiguiente no había lugar para sospechar nada.
Un envenenamiento preventivo
El 17 de agosto de 1989 el gobierno USA anunció que 1,4 millones de norteamericanos seropositivos sanos podrían “beneficiarse” del milagro AZT, incluso los que no mostraran síntomas de la enfermedad. Se propuso suministrar AZT a personas que ni siquiera tenían anticuerpos del VIH pero que eran “vulnerables”. Nuevos estudios habían “probado” que el AZT era eficaz a la hora de frenar la progresión del VIH en casos asintomáticos o en las primeras fases de la supuesta infección. Eso suponía aproximadamente 1,4 millones de norteamericanos que habían sido declarados oficialmente “portadores de anticuerpos del VIH”: al final puede que todos necesiten tomar AZT para no enfermar, sostuvo el genio Fauci.
La Burroughs Wellcome puso en marcha las pruebas de AZT en trabajadores asintomáticos en hospitales, mujeres embarazadas e incluso en niños; estos últimos lo tomaban en estado líquido. Cuando los efectos del AZT parecen tan vagos, resultó simplemente criminal recomendar la extensión de su uso a la gente sana con carácter preventivo, sobre todo si tenemos en cuenta que sólo un pequeño porcentaje de la población “infectada con VIH” ha llegado a desarrollar SIDA.
La noticia de que el AZT es recetado a personas asintomáticas, dejó a muchos de los más prestigiosos doctores del SIDA, anonadados y furiosos. Todos y cada uno de los médicos y científicos fueron entonces de la opinión de que era temerario anunciar un estudio sin datos, haciendo recomendaciones drásticas sobre la salud pública. “Tomar la decisión de decirle a la gente 'si eres seropostivo y tienes menos de 500 células T-4, comienza a tomar AZT' es algo de mucha trascendencia”, según un médico especialista que prefirió permanecer en el anonimato. “Conozco docenas de personas, a las cuales he atendido cada pocos meses a lo largo de varios años, que han permanecido en el mismo nivel durante más de cinco años y no han desarrollado ninguna enfermedad”.
Los enfermos se mueren pero los beneficios se disparan
Todo iba sobre ruedas. Cuando la aprobación del AZT se dio a conocer las acciones de Burroughs Wellcome se dispararon. A un precio de 8.000 dólares por paciente y por año (sin incluir transfusiones de sangre), el AZT se convirtió en el fármaco más caro en la historia del negocio famacéutico. Al año siguiente los beneficios brutos de la Burroughs Wellcome se estimaron en 230 millones de dólares. Los analistas del mercado de acciones predijeron que para la mitad de los 90 la Burroughs Wellcome vendería un promedio dos billones de dólares de AZT al año, bajo la marca Retrovir, lo que equivale a la venta total de todos sus productos en el último año.
La difusión del AZT sobrepasó con creces los parámetros que se pretendían en un principio. Muchos médicos entrevistados por el New York Times en 1987, revelaron que habían estado suministrando AZT a personas sanas con anticuerpos del VIH.
Un solo estudio “científico” provocó esta decisión de la FDA y ese estudio fue declarado inválido hace ya tiempo. Se pretendía que dicho estudio fuese un “estudio controlado de placebo doble ciego”, el único tipo de estudio que puede probar eficazmente si un fármaco funciona o no. En tal estudio, ni el paciente ni el médico saben si al primero se le está administrando fármaco o placebo. En el caso del AZT, el estudio se “descubrió” a las pocas semanas.
Ambas partes contribuyeron a descubrirlo. Para los médicos se hizo obvio quién estaba tomando placebo y quién AZT, debido a los serios efectos secundarios que provoca este último, y que el SIDA no tiene por si mismo. Además, el sistema utilizado habitualmente para las pruebas de sangre, conocido como MCV, que podía mostrar claramente quién tomaba el fármaco y quién no, fue omitido en los informes. Ambos hechos fueron admitidos tanto por la FDA como por Burroughs Wellcome, siendo esta última la que dirigió el estudio.
La mayoría de los pacientes que estuvieron en esa prueba han admitido haber analizado las cápsulas para saber si estaban tomando el fármaco o no. Algunos, al descubrir que les estaban administrando sólo placebo, compraban AZT en el mercado negro. También se suponía que las píldoras eran inidentificables por el sabor, pero sí lo eran. Aunque esto fue corregido más tarde, el daño ya estaba hecho. También hubo informes de que algunos pacientes iban recolectando píldoras para los otros enfermos por solidaridad con ellos. El estudio está tan plagado de faltas que sus conclusiones, bajo el punto de vista de las normas científicas más básicas, deben ser consideradas nulas.
Sin embargo, el problema más serio del estudio original es que nunca fue concluido. A las 17 semanas de comenzarse, cinco meses antes de lo estipulado, cuando habían muerto más pacientes en el grupo de placebo, se detuvo porque se consideró inmoral suministrar placebo a la gente cuando el fármaco podía permitirles vivir más tiempo. Debido a que el estudio se paró prematuramente, todas las conclusiones se atribuyeron al AZT.
En el estudio el único factor que desequilibró la balanza de la FDA fue que el grupo de AZT había sobrevivido al grupo de placebo por lo que parecía ser una aplastante mayoría. El triunfo del estudio, el que canceló el problema de la enorme toxicidad fue el hecho de que en el grupo de placebo habían muerto 19 personas, mientras que en el grupo del AZT sólo había muerto uno. Los receptores de AZT mostraban además menor incidencia de enfermedades oportunistas.
Pero poco después de paralizarse el estudio, el índice de muertes se aceleró en el grupo del AZT. Después de un tiempo no hubo gran diferencia entre el grupo tratado y el no tratado. “El estudio se realizó de una forma tan poco sistemática que en realidad es como si no se hubiese hecho”, dijo en una entrevista el doctor Joseph Sonnabend, uno de los médicos dedicados al SIDA más destacados de Nueva York.
Sólo para conspiranoicos...
No hay ningún original del estudio que permitió a la FDA aprobar el AZT sino sólo un artículo informal de dos páginas publicado por el NIH (Instituto Nacional de la Salud gringo). Cuando años después la revista Spin de Nueva York llamó al NIH solicitando una copia del estudio, les dijeron que “aún se estaba escribiendo”. Preguntaron por las cifras del estudio. Según la publicación oficial, los 3.200 pacientes se habían dividido en dos grupos: uno de AZT y otro de placebo, y se habían seguido durante dos años. Los dos grupos se distinguían por la cantidad de células T-4. Un grupo tenía menos de 500, el otro más de 500. Cada uno de estos dos grupos estaba dividido a su vez en otros tres: dosis alta de AZT, dosis baja de AZT y placebo.
En el grupo con más de 500 células T-4, el AZT no tuvo efecto. En el otros grupo se decidió que la dosis baja de AZT era la más eficaz, seguida de la dosis alta. En resumen, de 900 desarrollaron SIDA un total de 36 en los dos grupos y de los 450 del grupo de placebo lo desarrollaron 38. “Los pacientes seropositivos son dos veces más propensos a desarrollar SIDA si no ingieren AZT”, declaró la prensa. Pero esas cifras son engañosas. Al preguntar cuantos pacientes en realidad habían cumplido los dos años del estudio, el NIH contestó que no lo sabían, pero que le promedio de duración de la participación fue de un año, no de dos.
“La forma en que presentaron las cifras fue muy deshonesta”, dijo el doctor Sonnabend. “De haber habido 60 personas en ese experimento, las cifras hubiesen significado algo. Pero si calculamos el promedio de los 3.200, las diferencias entre los dos grupos resultan insignificantes. No es nada. Es hacerlo a la buena de Dios y a ver que pasa. Sin embargo, lo hacen parecer algo importantísimo”.
El estudio alardeaba de que el AZT es mucho más eficaz y menos tóxico a un tercio de la dosis que se ha venido utilizando durante los tres últimos años. Esas son las buenas noticias. Las malas son que miles de personas ya han sido bombardeadas con 1.500 miligramos de AZT, quizá incluso han muerto de envenenamiento tóxico y ¿Ahora nos enteramos de que un tercio de la dosis hubiera bastado?
“Si, el AZT es una forma de quimioterapia”, dice Jerome Horwitz, el hombre que inventó el compuesto hace un cuarto de siglo. “Es citotóxico y, como tal, provoca intoxicación de la médula ósea y anemia. Existen problemas con el fármaco. No es perfecto, pero no creo que nadie pueda decir que sea inútil. La gente puede vociferar hasta el día del juicio sobre su toxicidad, pero hay que fijarse también en los resultados”.
Veamos pues los resultados...
Algunos estudios sobre los efectos críticos del AZT -incluyendo el que fundamentó la aprobación de Burroughs Wellcome- han llevado a la misma conclusión: el AZT es eficaz durante unos meses, pero luego su efecto desciende vertiginosamente. Incluso el estudio original del AZT mostró que las células T-46 aumentaban durante un tiempo y luego caían a plomo. Los niveles de supuesto VIH disminuían y luego volvían a subir.
Este hecho es bien conocido por los que aprobaron el AZT, entre ellos Stanley Lemon, quien dijo en una reunión de entonces: “No me he quedado tranquilo después de haber visto algunas diapositivas, parece que tras 16-24 semanas -de 12 a 16 semanas, creo-, el efecto parece declinar”.
Dos años después se planteó una reunión de seguimiento del estudio original de la Burroughs Wellcome para discutir la amplia gama de efectos del AZT, así como las estadísticas de supervivencia. Tal y como recuerda uno de los doctores presentes en la reunión de mayo de 1988, “No hubo un seguimiento del estudio. Cualquier efecto beneficioso había desaparecido al medio año. Todo lo que tenían era algunas estadísticas de supervivencia de un promedio de 44 semanas. El nivel de p24 no resultó como se esperaba y no hubo una mejora persistente en las células T-4”.
Los niveles del supuesto VIH en la sangre se miden por medio de un antígeno llamado p24. Burroughs Wellcome afirmó que el AZT disminuía el nivel de p24, es decir, que disminuía la cantidad de VIH en la sangre. En la primera reunión con la FDA, Burroughs Wellcome hizo incapié en la manera en que el fármaco había “disminuido” los niveles de p24; en la reunión de seguimiento no mencionaron el asunto. Al final de la reunión, el doctor Michael Lange, director del programa de SIDA en el hospital Roosevelt de St. Luke en Nueva York, habló al respecto: “Las alabanzas al AZT se basan en la suposición de su efecto antivírico”, dijo dirigiéndose a la Burroughs Wellcome “Pero todavía no hemos visto ningún dato sobre eso... Hay un artículo en 'The Lancet' que dice que tras 20 semanas, más o menos, el p24 reaparece en muchos pacientes. ¿Tienen Vds. datos sobre esto?”. No los tenían. El doctor Lange sugirió que el fármaco quizás era aficaz en la forma en que lo es un antiinflamatorio, como lo es una aspirina, y que un fármaco como la Indometacina, podía servir a la misma función sin los efectos devastadores del AZT.
Sonnabend calificó el estudio de ridículo: “Es obvio que Margaret Fischl, la persona que realizó los dos estudios, no tiene ni la más vaga idea sobre experimentos clínicos. No me fio de ella. Ni de los otros. Sencillamente, no son lo bastante competentes. Hemos sido tomados como rehenes por científicos de segunda clase. Les dejamos escapar con el primer desastre. Ahora, lo están consiguiendo otra vez”.
En Francia al ciencia demostró otra cosa distinta
En diciembre de 1988 “The Lancet” publicó un estudio que ni Burroughs Wellcome ni el NIH facilitaron a la prensa. Era más completo que el estudio original y el seguimiento de los pacientes era más prolongado. No fue llevado a cabo en Estados Unidos sino en el Estado francés, en el hospital Claude Bernard de París, y llegaba a las mismas conclusiones sobre el AZT que el de la Burroughs Wellcome, excepto que esta compañía consideró sus resultados como “extraordinariamente positivos”, mientras que los doctores franceses llamaron a los suyos “decepcionantes”. El estudio francés encontró, una vez más, que el AZT era demasiado tóxico para ser tolerado en la mayoría de los casos, que no tenía efectos duraderos sobre los niveles de VIH en la sangre y que dejaba a los pacientes con menos células T-4 que al principio. A pesar de que al inicio habían constatado una notable mejoría, su opinión final era que “al cabo de seis meses, estos valores retornaban a los niveles anteriores al tratamiento y que tenían lugar diversas infecciones oportunistas, enfermedades y muertes”.
El informe del equipo francés terminaba diciendo: “Los beneficios del AZT se limitan a unos pocos meses en los pacientes de SIDA y ARC”. Tras unos meses, el AZT era completamente ineficaz.
Varios estudios han llegado a la conclusión de que el AZT no tiene efecto alguno sobre las dos infecciones oportunistas más comunes en el SIDA: la neumonía por pneumocystis carinii (NCP) y el sarcoma de Kaposi (SK). La abrumadora mayoría de los pacientes de SIDA mueren de NPC, pera la cual existe tratamiento eficaz desde hace décadas.
La FDA aprobó la Pentamidina Aerosolizada para tratar el SIDA. Un estudio del Memorial Sloan Kettering terminaba con la siguiente observación: durante 15 meses, el 80% de los pacientes bajo tratamiento con AZT que no recibieron Pentamidina, presentaron eppsodios recurrentes de pneumocystis. De los que tomaron pentamidina sólo la mitad presentó episodios recurrentes.
¿Ha alargado la vida el AZT?
Al principio se decía que el AZT prolongaba la vida. En realidad, no hay pruebas concluyentes de que el AZT haya prolongado la vida de nadie. En un estudio extraoficial sobre supervivientes del SIDA a largo plazo se hizo un seguimiento de 24 pacientes que habían sobrevivido más de seis años a la enfermedad. Sólo uno de ellos había empezado recientemente a tomar AZT. Uno de los pacientes que más ha vivido desde el experimento inicial del AZT, de acuerdo con la Burroughs Wellcome, ha muerto recientemente. Cuando murió, había estado bajo tratamiento con AZT durante tres años y medio. En un estudio de conjunto, resulta que el paciente que más tiempo ha sobrevivido al SIDA ha sido alguien que no estaba bajo tratamiento con AZT y ha sobrevivido ocho años y medio.
“En mi opinión el AZT alarga la vida de la mayoría de las personas que lo toman”, dice el doctor Bruce Montgomery de la Universidad del estado de Nueva York en Sony Brook, quien está completando un estudio sobre el AZT. “No hay demasiados pacientes que sobrevivieron durante mucho tiempo, y la verdad es que no sabemos por que sobrevivieron. Podría ser suerte. Pero la mayoría de la gente no tiene tanta suerte”.
“Parece que el AZT ayuda a muchos pacientes”, dice el Doctor Bernard Bahari, médico e investigador del SIDA de la ciudad de Nueva York, “pero es muy difícil determinar si realmente prolonga la vida o no”.
“Muchos de los pacientes a los que atiendo escogen no tomar AZT”, dice el Doctor Don Abrams del Hospital General de San Francisco. “Me ha llamado la atención el hecho de que la supervivencia y la esperanza de vida están aumentando en las personas con SIDA. Creo que eso tiene mucho que ver con la Pentamadina aerosolizada (un fármaco que trata la neumonía pneumocystis carinii). Está también el denominado efecto plaga: La gente se va fortaleciendo cada vez más cuando una enfermedad afecta a toda una población. Los pacientes que atiendo hoy en dia, no son tan frágiles como los pacientes del principio”.
“El hecho de que mueras o no de SIDA, va en función de lo bien que te atienda tu médico, no del AZT”, dice el doctor Joseph Sonnabend, uno de los más reputados expertos en SIDA de Nueva York, entre cuyos pacientes se incluyen muchos supervivientes a largo plazo, a pesar de no haber prescrito jamás AZT. Sonnabend fue uno de los primeros en hacer la sencilla observación de que los pacientes de SIDA deberían ser tratados por sus enfermedades y no por su infección de VIH.
Se desploma el fraude del AZT
Si los pacientes de SIDA soportan problemas como la inmunodepresión, la intoxicación de la médula ósea y la anemia, el hecho de agravar estos trastornos con el AZT ¿Constituye una mejora?
Aunque hoy se sigue utilizando, el mito del AZT no tardó muchos años en caer. “Estoy convencido de que si diésemos AZT a un atleta en perfecto estado de salud, moriría en cinco años”, dice Gene Fedorko, presidente de la “Health Education AIDS Liaison” (HEAL; Coordinadora del SIDA para la Educación de la Salud). “Estoy totalmente convencido de que el que no toma AZT tiene mayor calidad de vida y sobrevive más tiempo”, dijo. “Pienso que es horrible la forma en que la gente es forzada por sus médicos a tomar la droga. La gente viene a nosotros temblando y llorando porque sus médicos les han dicho que morirán irremediablemente si no toman AZT. Eso es mentira”. Fedorko llegó a esta conclusión tras años escuchando (en el grupo semanal de apoyo organizado por HEAL) las historias de personas luchando por sobrevivir al SIDA.
“No tomaría AZT aunque me pagasen”, dice Michael Callen, cofundador de la coalición PWAde Nueva York, de la Iniciativa de Investigación de la Comunidad, y editor de diversas revistas sobre SIDA. Callen ha sobrevivido al SIDA durante siete años sin ayuda del AZT. “Me han dado mucho la vara por decir esto, pero mi opinión es que utilizar el AZT es como apuntar a un mosquito con una cabeza termonuclear. La aplastante mayoría de los supervivientes a largo plazo que he conocido han elegido no tomar AZT”.
Pero el presidente del Gay Men's Health Crisis, Richard Dunne, opinaba de forma distinta. Dijo que ahora la GMHC urgía a “todo el mundo a hacerse pruebas” y, por supuesto, todos aquellos que diesen positivo “debían empezar el tratamiento con AZT”. Duesberg comentó que “esta gente se está precipitando a las cámaras de gas”, dice Duesberg. “Qué feliz se hubiese sentido Himmler si los judíos hubiesen cooperado así”.
Uno de los principales investigadores del SIDA, que formó parte de la FDA, dice: “El AZT ¿Está haciendo algo? Si, algo está haciendo. Pero no existen pruebas de que esté haciendo algo contra el VIH”.
”Siempre ha habido fármacos que utilizamos sin saber exactamente como funcionan”, dijo el Premio Nobel Walter Gilbert. “Lo que primero hay que mirar es el efecto clínico del fármaco y preguntarnos. ¿Está ayudando o no?”.
“Todas esas muertes del estudio del AZT eran tratables”, dice Sonnabend. “No fueron muertes de SIDA, fueron muertes de estados tratables. Ni siquiera hicieron autopsias en ese estudio. ¿Cómo puede uno tener fe en esta gente?”.
”Me siento avergonzado de mis colegas”, se lamenta Sonnabend. “Estoy abochornado. Esta es una ciencia de tres al cuarto. Parece mentira que nadie proteste. Malditos cobardes. El juego se llama -protege tu subvención, no abras la boca-. Se trata de dinero... el pretexto para seguir la línea del partido y no ser críticos, cuando es obvio que hay fuerzas políticas y económicas dirigiendo todo esto”.
“Si existe alguna resistencia al AZT entre la población, es la de la comunidad gay de Nueva York”, dice un doctor acerca de la aprobación del AZT, que preferió permanecer en el anonimato. “El resto del país se ha dejado lavar el cerebro y cree que el fármaco es efectivamente tan beneficioso como dicen. Todos los datos han sido manipulados por personas que han conferido demasiadas virtudes al AZT”.
“Si el SIDA no fuera una enfermedad tan popular -una fábrica de dinero y carreras-, esta gente no hubiera conseguido salir adelante con esta ciencia de pacotilla”, dice el doctor Bialy. “En todos los años que he dedicado a la ciencia jamás había visto algo tan atroz”. Al preguntarle si era posible que algunas personas hubiesen muerto envenenadas por el AZT y no por causa del SIDA, respondió: “Es más que posible”.
Aquí no sólo estamos hablando de ciencia (mejor dicho, de seudociencia) sino de algo aún más serio que concierne a seres humanos enfermos. A la vista de la experiencia ¿alguien cree que la probación del AZT por la FDA tuvo algo que ver con la ciencia? ¿O con otro tipo de asuntos inconfesables que se irán descubriendo con el tiempo? ¿Se descubrirán cuando el asunto ya no interese a nadie? ¿Cuándo ya no pueda ser noticia de cabecera?