Los procesos de Moscú
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Bujarin y Jruschov coincidían en defender que con el desarrollo del socialismo la lucha de clases se amortiguaba. Según afirma Jruschov en su Informe Secreto, como la lucha ideológica ya se había ganado, no era necesario pasar a la represión violenta contra la oposición.
Las evidencias son justamente las contrarias: a medida que el socialismo se fortaleció, la lucha de clases se intensificó, cambió de forma y de la lucha meramente ideológica hubo que pasar a la lucha armada. El punto final de ese proceso de tensión fue la II Guerra Mundial. Pero se trató justamente de un punto final que tuvo transiciones intermedias, la más importante de las cuales fue el ascenso del fascismo al poder en una serie de países en los años treinta.
También se descuida a menudo que el ascenso del fascismo al poder en varios países de Europa se llevó a cabo con la bandera del anticomunismo y que la alianza de Alemania, Italia y Japón ostentaba el lema de Pacto Anti-komintern, es decir, una alianza imperialista directamente dirigida contra la Internacional Comunista o, lo que para ellos era idéntico, contra la Unión Soviética. Ese proceso estuvo acompañado de una intensificación del bloqueo, el sabotaje y la injerencia interna contra la República Soviética, aunque no de forma exclusiva, porque también otros países vieron aumentar la labor de zapa de los fascistas; así, en 1934, Barthou, ministro francés de Asuntos Exteriores fue asesinado en Marsella.
Los Estados fascistas son Estados policiales y todas las policías del mundo han empleado la táctica de la infiltración para destruir a los partidos comunistas. Los fascistas fueron los iniciadores y maestros consumados de esta técnica de destrucción del enemigo desde dentro y la Unión Soviética fue siempre el campo de experimentación en el que esa técnica se ensayó. Lo había expresado el general fascista español Queipo de Llano durante la guerra civil cuando las hordas sublevadas cercaban Madrid. Cuatro columnas se habían lanzado al asalto de la capital y una quinta ya operaba desde su interior. De ahí viene la expresión quinta columna como sinónimo de traición. Una de las causas de la derrota de las fuerzas antifascistas durante la guerra civil española fue esa precisamente: la falta de vigilancia revolucionaria, el relajamiento de la lucha ideológica dentro del Frente Popular, la falta de depuración de los elementos vacilantes que abrigaba en su seno. Al final fue la traición la que abrió a Franco las puertas de Madrid. Y cabe añadir igualmente que, al final, fue también la traición la que hundió a la Unión Soviética, que jamás pudo ser tomada por asalto.
A falta de un análisis materialista, en la propaganda occidental abundan los análisis de la época soviética en términos de espionaje, pero se trata siempre del espionaje soviético sobre los países capitalistas. La infiltración de Blunt llevó al servicio secreto soviético hasta las habitaciones más íntimas de la realeza británica; al matrimonio Rosenberg se les fusiló en Estados Unidos por transmitir al Kremlin informaciones sobre su secreto mejor guardado, el de la bomba atómica; los todopoderosos tentáculos moscovitas también llegaron hasta el círculo más próximo a Hitler, etc. Pero toda esa propaganda nada dice de la infiltración en dirección inversa, de modo que no sabemos hasta dónde lograron penetrar los imperialistas a sus agentes en el Partido bolchevique o en las oficinas soviéticas.
Para los comunistas las masas son las únicas protagonistas de la historia. Nosotros no concedemos a las cuestiones de espionaje el carácter decisivo que le otorga la propaganda burguesa, porque la experiencia histórica demuestra que jamás ha tenido una influencia semejante sobre ningún acontecimiento. Pero los fascistas y los imperialistas creen en el individualismo, creen que hay superhombres capaces por sí mismos de cambiar el rumbo de la historia y eso distorsiona su punto de vista. Por ejemplo, Kennan afirmaba en un informe oficial al Departamento de Estado que el gobierno ruso es en realidad una conspiración dentro de la conspiración. Naturalmente esto es completamente falso, sin que pueda recorrerse el camino desde aquí hasta el extremo contrario, hasta afirmar que no existió ninguna conspiración para derrocar al poder soviético desde dentro aprovechando sus contradicciones internas.
Como Bujarin, el informe de Jruschov, al presentar una década en la que menguaban las contradicciones de clase, aparece en total oposición a los hechos históricos, que ponen de manifiesto la extraordinaria tensión a que se vieron sometidos todos los países en aquella época, tanto en su situación interior como en la exterior, tanto en la Unión Soviética como en los demás países.
El aspecto más calumnioso de la historiografía imperialista reincide sobre los procesos de Moscú, celebrados entre 1936 y 1939, con el propósito declarado de presentar al socialismo -y a Stalin en particular- como un sistema criminal, despótico y arbitrario que sometió por la fuerza bruta a millones de personas. Hasta el punto de que hablar de socialismo, singularizado en Stalin, es un sinómino casi exclusivo de terror, prisiones y depuraciones. Esta es una verdad inmutable. Cualquier panfleto burgués transmite y repite incansable todos y cada uno de estos principios:
— las luchas entabladas en el interior del Partido bolchevique tras la Revolución eran luchas de Stalin contra todos los demás dirigentes y en ellas el millón de militantes comunistas no tuvo ninguna intervención
— esas divergencias eran de tipo personal, fruto de la ambición por hacerse con el poder tras el vacío producido a la muerte de Lenin
— Stalin creó un gigantesco aparato represivo (policía, tribunales y cárceles) tanto para someter al conjunto de los ciudadanos soviéticos como para liquidar físicamente a sus oponentes dentro del Partido bolchevique
— la policía y los tribunales actuaron de manera arbitraria, sin justificación alguna y condenaban sin pruebas, apoyándose en confesiones arrancadas gracias a salvajes torturas sobre los detenidos (3).
Ante el entusiasmo mundial desatado por la Revolución de Octubre, el capitalismo no encontró otra vía para desmoralizar a las masas que desatar la más gigantesca campaña propagandística que ha existido en toda la historia de la humanidad: libros, cátedras, memorias, fotos, reportajes, películas... las publicaciones sobre este tema se cuentan por millones, hasta el punto de que se trata del acontecimiento histórico más publicitado, aunque la cantidad, en este caso, no tenga nada que ver con la calidad. Pero el imperialismo no tenía otro remedio si quería revocar la esperanza suscitada por el primer país socialista de la historia.
Frente a toda esta campaña, que no se ha detenido en ningún momento, pese a la caída del socialismo, hay que destacar que efectivamente la Unión Soviética fue un régimen de dictadura del proletariado y que el nuevo Estado, apoyado por las más amplias masas obreras y campesinas, se empeñó a fondo en reprimir a la burguesía zarista que trató de recuperar el poder perdido por todos los medios a su alcance: La revolución -escribió Stalin- no queda circunscrita a Octubre. Octubre no es más que el comienzo de la revolución proletaria [...] Mantenerse en el Poder al día siguiente de la revolución es tan importante como tomarlo (4). Los reaccionarios zaristas y el imperialismo no consintieron ni un solo minuto la estabilidad de los soviets y, por tanto, sí hubo una justificación -más que sobrada- para el uso intensivo de la policía, los tribunales y las cárceles frente a la contrarrevolción porque la burguesía no cesó ni un solo momento en atacar brutalmente a los soviets. La dictadura del proletariado -decía Stalin en las Cuestiones del leninismo- encierra forzosamente la idea de violencia contra su enemigo de clase, la burguesía.
Los académicos y expertos del imperialismo silencian que en los primeros momentos de la Revolución, los criminales zaristas fueron inicialmente detenidos y liberados tras comprometerse por escrito a no agredir a los obreros y campesinos. Y que tras ser liberados incumplieron sus promesas y provocaron una sangrienta guera civil que se prolongó varios años en la que asesinaron a millones de proletarios y de campesinos pobres, quemaron sus cosechas y torturaron y secuestraron a sus familias. Naturalmente, también ocultan que por tres veces la Unión Soviética fue el primer país del mundo que trató de abolir la pena de muerte, algo que no se pudo conseguir entonces a causa de las constantes provocaciones del imperialismo.
A lo largo de la historia soviética las cifras de muertos son ciertamente espeluznantes: en la I Guerra Mundial murieron 1.800.000 rusos en los campos de batalla, más otros tres millones de hambre y enfermedades. Otros cinco millones de personas más murieron en la guerra civil. Según Raymond Hutchings, entre 1914 y 1923 la población descendió de 142 a 136 millones, cuando hubiera debido ser de 161'5 millones según el crecimiento demográfico normal de la población: Rusia perdió 25'4 millones de seres humanos a causa del imperialismo sufriendo los cambios más violentos desde la invasión mongola del siglo XIII (5).
Las agresiones llegaron hasta el punto de que la Cheka, la primera policía soviética, violando elementales normas internacionales, tuvo que asaltar en 1918 la embajada británica, verdadero nido de espías y criminales, capitaneados por Bruce Lockhart y Sidney Reilly. Se produjo un violento tiroteo dentro de las dependencias diplomáticas, ya que los espías trataban de ganar tiempo para quemar documentos comprometedores. Un chekista y un espía resultaron muertos y hubo varios heridos, entre ellos un juez de la Cheka. A mediados del año siguiente, la Cheka, tras movilizar a 15.000 obreros en Petrogrado, desata una redada registrado varios consulados y embajadas de la capital, en la que ocuparon más de 6.000 fusiles, bombas, ametralladoras, explosivos e incluso un cañón.
Tampoco narran que, tras fracasar en la guerra civil, los blancos siguieron conspirando desde el exilio y que se infiltraron en el nuevo Estado para sabotear los planes económicos, que incendiaron los koljoses, inundaron minas, descarrilaron trenes y derribaron fábricas. En su truculenta historia no hay sitio para relatar los numerosos asesinatos cometidos contra los comunistas ni sus incontables tentativas de golpe de Estado. El 1 de enero de 1918 Lenin y F.Platten, Secretario General del Partido Socialista Suizo, fueron ametrallados en Petrogrado; el 20 de junio del mismo año, se produce el asesinato de V.Volodarski, miembro del Presidium del Soviet de Petrogrado; el 30 de agosto, sucede lo mismo con M.Uritski, responsable de la Cheka en Petrogrado; ese mismo día, se produce el atentado contra Lenin en Moscú; al promulgarse la separación de la Iglesia y el Estado, aquella promueve más de 1.400 choques sangrientos en los que fueron asesinados 138 comunistas; el 25 de setiembre de 1919 un grupo anarquista detona un potente explosivo en la sede del Comité de Moscú del Partido bolchevique en el que murieron 12 comunistas, entre ellos el Secretario General, y resultaron otros 55 heridos; en 1927 fue asaltada en Londres la sede de la Sociedad Soviética para el Comercio con Inglaterra, y lo mismo sucedió en las embajadas en Berlín, Pekín, Shanghai y Tientsin; el 7 de julio del mismo año fue asesinado Pavel I.Voikov, embajador de la URSS en Polonia; esa misma noche arrojaron una bomba en Leningrado contra una sede del Partido bolchevique hiriendo a 30 personas; además, el 9 de junio Opanski, responsable de la GPU en Minsk fue acribillado a balazos; al día sigiente tres contrarrevolucionarios colocaron una bomba en sede de la GPU en Moscú, que no llegó a explotar, siendo detenidos y ejecutados los autores (Eduardo Opperput-Staunitz, Maria Schulz y Georghi Peters); en 1934, además del asesinato de Kirov, se produjeron también los de Menjinski y Kuibichev, y se sucedieron una serie de atentados contra dirigentes soviéticos: accidente de tráfico de Molotov, disparos contra Stalin en el Mar Negro y un intento de asesinato de Voroshilov en Moscú; el 23 de enero de 1937 se produjo en París el asesinato del economista soviético Dimitri Navachin por Jean Filiol, un pistolero de la Cagoule, una organización fascista francesa.
Se trata de un relato resumido de los atentados a algunos de los personajes más conocidos de la URSS; quedan sin enumerar los miles de ataques en los que cayeron asesinados numerosos ciudadanos, militantes de base, cooperativistas, sindicalistas o militares. El ingeniero americano John Littlepage, uno de los expertos extranjeros contratado por la URSS, que trabajó de 1926 a 1937 en la industria minera, principalmente en las mismas de oro, describe el sabotaje permanente de la oposición dentro del propio Partido bolchevique. En su libro En busca de las minas de oro (Payot, 1939), afirma: Nunca me han interesado las sutilezas de las ideas políticas. Estoy firmemente convencido que Stalin y sus asociados tardaron mucho tiempo en darse cuenta de que los comunistas expulsados eran sus más peligrosos enemigos. En 1931, Littlepage lo constató trabajando en las minas de cobre y plomo de Ural y Kazajstán. Esas minas formaban parte de un enorme complejo industrial bajo la dirección de Piatakov, trotskista y vicecomisario de industria pesada. Las minas estaban en un estado catastrófico tanto en cuanto a la producción como en cuanto a la seguridad de los obreros que allí trabajaban. De ahí Littlepage concluye que el sabotaje estaba bien organizado y provenía de la dirección misma del complejo industrial. En su libro Littlepage asegura también que los trotskistas se financiaban con los sabotajes. Utlizaban sus cargos para desviar fondos al extranjeros procedentes de compras de materiales para las fábricas. Las compras eran de muy mala calidad para el precio que había pagado el gobierno soviético. Las empresas que vendían esos productos entregaban el sobreprecio a Trotski mientras les siguieran haciendo pedidos.
Tras la Revolución salieron al exilio entre un millón y medio y dos millones de contrarrevolucionarios, que no descansaron ni un momento para derribar a los soviets. En sus planes contaron con la colaboración abierta de los presidentes de gobierno occidentales, especialmente en Francia y Alemania, así como con el apoyo técnico de militares especializados en operaciones de sabotaje. Pero a medida que el Estado soviético se fortalecía las conspiraciones no podían actuar únicamente desde fuera y la infiltración adquirió una importancia creciente. Pero la contrarrevolución no era sólo una cuestión de los exiliados; a la acción exterior se unió la acción interior, que permanecía agazapada.
La lucha contra los saboteadores fue analizada por Stalin en el Informe presentado al Pleno del Comité Central el 3 de marzo de 1937. Partía de la constatación de que el asesinato de Kirov en 1934 había sido el primer aviso serio de que, a partir de entonces, la burguesía se había agrupado en torno al bloque trostskista-zinovievista, que estaba desempeñando un doble juego: ya no hablaba de la lucha contra la revolución, sino de que ésta había sido traicionada y de que había que encauzarla por sus propios derroteros. No había que combatir a Stalin por revolucionario sino por contrarrevolucionario. Los auténticos revolucionarios y bolcheviques eran ellos. Ante el gigantesco prestigio de los soviets, la reacción había cambiado su lenguaje, e incluso había penetrado en las propias filas del Partido bolchevique. Por tanto, hablaba desembozadamente de revolución mientras continuaba practicando el sabotaje y colaboraba con la Gestapo.
Stalin recordó que inmediatamente después del asesinato de Kirov, la dirección del Partido había enviado una carta a todas las organizaciones locales advirtiendo de la nueva situación, sin que se hubiera tomado suficientemente en consideración. En dicha carta ya se tenía en cuenta algo que luego el Informe Secreto de Jruschov cambiaría en su contrario: mientras éste consideraba que los éxitos en la construcción del socialismo apaciguaba la lucha de clases, la carta estimaba que esos éxitos acentuarían aún más el combate. No era cierto que los trotskistas y demás intrigantes hubieran agotado todas sus reservas. La burguesía no podía arrojar la toalla y consentir de ningún modo la construcción pacífica del socialismo y daba pruebas cotidianas de que no cedería ante el empleo sistemático del terror y el asesinato en masa con tal de boicotear el cumplimiento de los planes quinquenales.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Stalin también leyó otra carta confidencial del Comité Central de 26 de julio del año anterior, en la que la dirección insistía en que la cualidad indispensable de todo bolchevique, en las condiciones presentes, debe ser la capacidad para reconocer al enemigo del Partido, por más que se enmascare.
Había una serie de circunstancias que Stalin ponía de manifiesto para explicar el terror burgués desatado bajo aquellas nuevas circunstancias: el cerco imperialista en el exterior y el encubrimiento de los saboteadores con su afiliación al Partido. El dirigente comunista establecía un paralelismo bien sencillo: si los países imperialistas se espían, maniobran los unos en contra de los otros y se matan entre ellos, cabe dededucir que utilizan y seguirán utilizando esos mismos métodos centuplicados en contra de la Unión Soviética.
También constataba el giro dentro del trotskismo y exigía, en consecuencia, cambiar correlativamente los métodos de lucha contra el trotskismo, que había dejado de ser una corriente política dentro del movimiento obrero para convertirse en una banda de saboteadores sin principios, de agentes del espionaje y de asesinos que actuaban al dictado de los Estados imperialistas.
Añadía Stalin otra circunstancia también decisiva en los métodos de actuación de los imperialistas contra la Unión Soviética. En los años veinte los saboteadores de Chajti y los miembros del Partido industrial, eran espías extranjeros ligados a sociedades anónimas que penetraron en la Unión Soviética gracias a la necesidad de técnicos y especialistas que eran necesarios para poner en marcha los planes quinquenales. No podían engañar a nadie. Su fracaso dio un giro a los planes terroristas de la burguesía. Ahora ya no tienen ninguna ventaja técnica sobre los cuadros técnicos soviéticos; su ventaja es exclusivamente política y consiste en que tienen el carnet del Partido que es el que abre las puertas de toda clase de pistoleros.
El dirigente bolchevique apuntaba las causas de esa relajación de la vigilancia revolucionaria dentro de las propias filas: se trataba de un relajamiento temporal a causa de que las tareas económicas habían absorbido la atención de los militantes del Partido y, adormecidos por los grandes éxitos logrados en ese terreno, han descuidado el trabajo político abriendo las puertas del Partido a toda clase de intrigantes.
El Informe acaba con una serie de recomendaciones, entre las cuales apuntaba que es necesario demoler y rechazar lejos de nosotros la podrida teoría según la cual, a cada paso que avanzamos, la lucha de clases entre nosotros debería, supuestamente, extinguirse cada vez más; que a medida que obtengamos éxitos, el enemigo de clase se extinguiría cada vez más... Por el contrario, cuanto más avancemos, cuantos más éxitos obtengamos, mayor será el furor de los ataques de las clases explotadoras, más recurrirán a las formas de lucha más agudas, más ahogarán al Estado soviético, más se apegarán a los métodos de lucha más desesperados, como último recurso de hombres abocados a su desaparición.
Finalmente apuntaba, entre otras consideraciones, hacia la perspectiva que le esperaba a la Unión Soviética ante el fracaso sucesivo de todas las intrigas de la burguesía y el imperialismo por derribar al régimen socialista: que para cometer sus actos, los saboteadores no eligen las épocas de paz sino las vísperas de una guerra o la guerra misma.
Este fenómeno es el que en 1936, ante la inminencia de la guerra y la intensficación del sabotaje, abrió los procesos de Moscú.
La levolución socialista no triunfó sólo en medio de un cerco exterior implacable y hostil, sino que también en el interior de sus propias filas, a causa de la falta de experiencias previas anteriores, se mostraron numerosas y continuas vacilaciones que alcanzaron a la dirección misma del Partido bolchevique. El comunismo de guerra, la Nueva Política Económica, la colectivización del campo, la posibilidad de construir el socalismo en un sólo país, fueron algunas de tantas propuestas innovadoras -y a veces chocantes- que no se abrieron paso fácilmente, sino en medio de enconadas discusiones y batallas ideológicas que pusieron a prueba hasta extremos inconcebibles la capacidad política de los comunistas soviéticos. La esperada revolución mundial se demoraba. Se habían cifrado muchas esperanzas en la insurrección alemana de 1923 y en la china de 1927, pero el imperialismo parecía omnipotente. Desmoralizados y confundidos, algunos dirigentes (Ioffé, Ordonikidzhe) se suicidaron, como la propia mujer de Stalin, y fueron muchos los que no pudieron seguir ese sinuoso recorrido, perdiendo completamente la brújula para acabar en brazos de la reacción. Sus divergencias ideológicas degeneraron progresivamente en intrigas para derrocar al poder soviético.
Buena prueba de ello es que mientras las depuraciones acaban en lo sustancial a finales de los años veinte, es sólo diez años después cuando se abren los procesos de Moscú. Los depurados habían pasado de la crítica en el interior del Partido, a la guerra abierta desde el exterior, y en ello coincidieron plenamente con los imperialistas en un mismo esfuerzo liquidacionista. Los imperialistas necesitaban un caballo de Troya para socavar el poderío socialista; los disidentes necesitaban un apoyo en el exterior que los comunistas y las masas les habían negado hasta la fecha desde el interior. Esta fue la situación que obligó al poder soviético, ante la inminencia de una guerra de enormes proporciones, a reaccionar recurriendo a la policía, los tribunales y las cárceles.
A veces los propagandistas arguyen el currículo de algunos de los comunistas que fueron depurados y, especialmente el informe secreto de Jruschov, exhibe la larga militancia revolucionaria como demostración de que se trataba de comunistas honestos que fueron injustamente expulsados, e incluso fusilados. Como si en un partido comunista pudiera utilizarse el pedigrí como argumento político. Esos mismos críticos acuden despectivamente al argumento de que en muchos de los procesos aparece la inculpación de espionaje como sinónimo de falsedad. Pero, por ejemplo, el mismo Kennan, que trabajaba en la embajada estadounidense en Moscú afirma en sus memorias que grandes intelectos del movimiento comunista internacional tales como Radek y Bujarin solían acudir a la sede diplomática a charlar con el embajador Willian C. Bullit. Pero el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre la Unión Soviética y Estados Unidos se llevó a cabo en 1933 y entonces Radek y Bujarin ya habían sido destituidos de sus cargos. Lamentablemente Kennan no concreta las cuestiones sobre las que charlaban Radek y Bujarin con el embajador estadounidense, aunque reconoce que entre los dirigentes soviéticos había tendencias pro-americanas (6).
Hay otro aspecto que los propagandistas del imperialismo silencian con gran tenacidad. Por ejemplo, en Estados Unidos en los tres años transcurridos entre 1929 y 1932, la policía asesinó a 23 antifascistas en actos de protesta organizados por el Partido Comunista. Sólo en setiembre de 1934, durante la huelga del textil, la policía asesinó a diez obreros e hirió a cientos de huelguistas. Esto es tan normal en un país capitalista que ni siquiera es noticia.
Lo más interesante es que los procesos de Moscú coinciden temporalmente con los procesos seguidos en los propios países occidentales contra la quinta columna fascista. Efectivmente, en todos los países del mundo la estrategia hitleriana fue la misma: hacerse con el poder desde el interor mismo del Estado, aprovechando la complicidad de los traidores dispuestos a aliarse con las potencias del Eje. Es el caso de Nedic en Serbia, Degrelle en Bélgica, Mussert en Holanda, el más conocido de Quisling en Noruega y, sobre todo, el de Petain en Francia, donde la burguesía casi en bloque y la burocracia traicionaron a su país abriendo las puertas a los ocupantes nazis.
La guerra civil española fue concebida inicialmente por los fascistas como un golpe de Estado planeado desde el interior mismo de las más altas esferas militares. Ya en 1934 el general Sanjurjo había preparado un asalto similar. A pesar de ello y de que se conocía la conspiración militar, el gobierno de la República no depuró a los sospechosos y la traición se consumó.
Si la potencias occidentales querían poner freno a Hitler debían liquidar también a sus propios traidores, y es lo que hicieron Churchill en Gran Bretaña y Roosvelt en Estados Unidos. En ambos países se promulgaron leyes condenando la traición con la pena de muerte y la policía organizó redadas contra los fascistas, registrando sus sedes, incautando armas y documentos comprometedores y deteniendo a miles de fascistas dispuestos a asaltar el poder. En Gran Bretaña se estableció por ley la pena de muerte contra los traidores y fueron detenidos el jefe del partido fascista Oswald Mosley, el diputado John Beckett, el capitán Ramsay y muchos otros quintacolumnistas. No sólo en la Unión Soviética sino en todo el mundo, los hechos demostraban que no era posible hacer frente al fascismo sin aplastar previamente a la quinta columna, que los fascistas contaban con sólidos apoyos dentro de las instituciones de cada país, dispuestos a dar un golpe de mano en cualquier momento.
Los procesos de Moscú se celebraron con una absoluta transparencia para la clase obrera. Todos pudieron en su momento conocer los debates, las pruebas, las declaraciones y las condenas ya que las actas se publicaron íntegramente. Para celebrar sus sesiones se habilitó la sala Octubre de la Casa de los Sindicatos, en la que cabían unas 300 personas. A ellas asistieron gran número de extranjeros residentes en Moscú, especialmente diplomáticos, periodistas y escritores.
Entre el cuerpo diplomático acreditado en la capital, presenció las sesiones del juicio el embajador checo Zdanek Firlinger, quien insistió ante su gobierno en que se estaban respetando las normas jurídicas habituales en los procesos. También fue asiduo de las sesiones judiciales el embajador de Gran Bretaña. Otro de los que asistieron a las sesiones de juicio fue el embajador americano Joseph E. Davies, que luego escribió un famoso libro al respecto Misión en Moscú, imposible de localizar hoy día en la librerías, en el que confirma lo que ya entonces puso de manifiesto en sus informes a Roosvelt: que las acusaciones eran absolutamente fundadas, que el proceso se estaba desarrollando de una manera impecable y legalmente equitativa para los acusados. No es por eso de extrañar que el artífice de la guerra fría, el diplomático norteamericano Kennan, utilice términos inusuales para referirse a quien fue su jefe en la embajada estadounidense en Moscú de 1936 a 1938 al conocer su nombramiento: desaliento, desconfianza, antipatía, conmoción,... Hasta el punto de estar dispuestos a dimitir en bloque al día siguiente de la presentación de credenciales. Con el embajador Davies no fue posible la manipulación que luego emprendió Kennan, quien se lamenta de la influencia soviética existente entre los funcionarios de asuntos exteriores (e incluso en la Casa Blanca) y de que el senador MacCarthy no se diera cuenta de ello años después (7).
Entre los escritores presentes en las sesiones destacó el danés Martin Andersen-Nexö. En uno de los procesos, un grupo de escritores, entre ellos algunos tan poco sospechosos de comunismo como Miguel Zochtchenko y Boris Pasternak, el autor del Doctor Zivago, pidieron: Exijimos del tribunal... que aplique a los enemigos del pueblo la medida suprema de defensa social, es decir, la pena de muerte.
También presente en las sesiones de juicio, Leon Feuchtwanger escribió lo siguiente: Los hombres que se presentaron ante el tribunal en ningún caso podían pasar por seres martirizados, desesperados que afrontaban a sus verdugos. Los acusados estaban aseados, bien vestidos, de maneras dulces y llenas de ternura. Bebían té, tenían periódicos en sus bolsillos y de buena gana miraban hacia el público. De manera general, eso hacía pensar más bien en una discusión que en un proceso criminal. Un debate sereno entre gentes de buena compañía deseosos de que resplandezca la verdad.
Este escritor entrevistó a Stalin en uno de los procesos, y observó lo siguiente: Habló de Radek con amargura y emoción, evocando la amistad que le profesaba a aquel hombre [...] Habló de la larga carta que le había enviado Radek asegurándole su inocencia, de los argumentos falaces en los que se apoyaba [...] pero la víspera misma, bajo el peso de los testimonios y de las pruebas, Radek terminó por confesar.
Durante la depuración del grupo de Bujarin, se desató una fuerte discusión en la dirección del Partido bolchevique, entre los partidarios de la benevolencia y los de las medidas extremas. Stalin propuso constituir una comisión compuesta de 36 miembros que bajo la presidencia de Mikoyan se encargó de estudiar el expediente. De ellos, 20 propusieron ejecutar a Bujarin y a Rikov. La postura de Stalin no fue la mayoritaria, ya que propuso reenviar el caso al NKVD.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Ya durante el primer proceso contra Zinovev y Kamenev, tanto la Liga Internacional de los Derechos Humanos y la Asociación Jurídica Internacional, no sólo no pronunciaron crítica alguna sobre los procesos, sino que los apoyaron públicamente. La segunda de ellas era muy prestigiosa en aquella época porque formaban parte de ella personalidades como el laborista británico Harold Laski y el ministro de la República española Álvarez del Vayo, entre otros parlamentarios y ministros de todo el mundo, que envió una comisión para informarse, publicó un comunicado de apoyo, aprobado unánimemente:
Estimamos absolutamente injustificada la afirmación según la cual el proceso ha sido sumario e ilegal. Se les ha propuesto a los acusados designar abogados, y cada abogado es en la Unión Soviética independiente del gobierno. Pero los acusados han preferido asegurarse ellos mismos su defensa.
No es éste el único Estado en el que los individuos implicados en actos de terrorismo son condenados a muerte. En numerosos países, incluida Gran Bretaña, no se admite apelar estas sentencias y como, en este proceso los acusados han confesado su delito, no se puede plantear la interposición de una apelación.
Afirmamos categóricamente que han sido condenados de manera absolutamente legal. Se ha demostrado plenamente que había un vínculo entre ellos y la Gestapo. Se merecen la pena capital.
Por su parte, el británico Denis Nowell Pritt, diputado de la Cámara de los Comunes, también estuvo presente en los juicios. En aquellos momentos era un personaje muy conocido en todo el mundo. Era periodista y juez, un hombre de amplia cultura. Había estudiado derecho en Wincherters y en la Universidad de Londres y luego amplió sus conocimientos de derecho procesal en Alemania, Suiza, e incluso en España y en la Unión Soviética. Por tanto, conocía bien el sistema legal soviético. Acudió a los juicios como corresponsal del diario londinense News Chronicle y en sus artículos confirmó la imparcialidad del tribunal que juzgó a los acusados, defendió la credibilidad de los procesos y, lo mismo que el tribunal, él también quedó convencido de que la culpabilidad de los acusados había quedado suficientemente demostrada. Una de sus crónicas manifestaba:
La primera cosa que me chocó, en tanto que jurista británico, es el comportamiento totalmente libre y espontáneo de los acusados. Todos tenían buen aspecto [...] Por mi parte, estoy convencido de que no hay el menor motivo para suponer ninguna irregularidad en el orden o en la forma del proceso. Considero el conjunto del proceso y el trato a los acusados como un modelo ofrecido al mundo entero para un caso en el que los acusados sean perseguidos por conspiración para asesinar a dirigentes de Estado y a derrocar al gobierno, que es lo que los acusados han confesado. Mi opinión es que en tales circunstancias la justicia de cualquier país hubiera pronunciado sentencias de muerte y los habría ejecutado.No fueron los únicos casos. Lo mismo sostuvo entonces el historiador británico Bernard Pares, que consideró irrefutablemente demostrada la traición de Zinoviev, Kamenev, Piatakov, Radek y los demás. Un comité parlamentario anglo-soviético, en su rendición de cuentas, confirmó que las acusaciones estaban bien fundadas y resultaban incuestionables. Su presidente, el laborista Neil Maklin, reconoció que había quedado impresionado por las confesiones sinceras de los acusados.
Para tener una comprensión más cercana de los procesos Moscú, vamos a reproducir una pequeña parte de la actas del proceso contra los derechistas, contra el trío formado por Bujarin, Tomski y Rikov. De este proceso formaba parte también Krestinski, cuya declaración en el juicio es muy interesante y la vamos a extractar porque en ese momento Krestinski se desdice de su anterior declaración ante la policía, defiende su inocencia frente al tribunal y el fiscal Vychinski le pregunta:
Vychinski: Acusado Krestinski, ¿se reconoce Usted culpable de los hechos que se le imputan?
Krestinski: No me reconozco culpable. Yo no soy trotskista. Nunca he formado parte del bloque de los derechistas y de los trotskistas, cuya existencia ignoraba. Tampoco he cometido uno solo de los crímenes que se me imputan a mí personalmente, y sobre todo no me reconozco culpable de haber mantenido relaciones con el servicio de espionaje alemán.
Vychinski: ¿Confirma Usted las confesiones que hizo en la instrucción previa?
Krestinski: Sí, en la instrucción previa reconocí mi culpabilidad, pero yo nunca he sido trotskista.
Vychinski: Repito mi pregunta: ¿se reconoce Usted culpable?
Krestinski: Antes de mi detención, yo era miembro del Partido bolchevique de la URSS, y lo sigo siendo hasta ahora.
Vychinski sigue interrogando a los demás acusados. Krestinski impugna la veracidad de la declaración de Besonov, antiguo consejero de la embajada de la URSS en Berlín:
Vychinski: ¿Así pues, Besonov dice una mentira y Usted dice la verdad? ¿Dice Usted siempre la verdad?
Krestinski: No.
Vychinski: No siempre. Acusado Krestinski, tendremos que examinar con Usted algunas cuestiones serias, y no pierda la calma. ¿De modo que Besonov no dice la verdad?
Krestinski: Eso mismo.
Vychinski: Pero Usted tampoco. Usted no dice siempre la verdad. ¿Es cierto?
Krestinski: Yo no siempre dije la verdad en la instrucción.
Vychinski: Y en otros casos, ¿dice Usted siempre la verdad?
Krestinski: Digo la verdad.
Vychinski: ¿Por qué esa falta de respeto por la instrucción? ¿Usted no dice la verdad durante la instrucción? Explíquese.
[Krestinski guarda silencio]
Vychinski: No oigo su respuesta. No tengo preguntas que hacerle.
[...]
Vychinski: Acusado Krestinski, ¿recuerda Usted haber tenido de esas entrevistas diplomáticas con Besonov?
Krestinski: No, no hemos tenido tales entrevistas.
Vychinski: ¿De una manera general, no han existido esas entrevistas diplomáticas?
Krestinski: No he oído bien lo que ha dicho Besonov en el último minuto. Desde aquí, se oye mal.
Vychinski: Sin embargo, está Usted sentado muy cerca de él.
Krestinski: Detrás. Se oye mal lo que dice Besonov.
Vychinski: Camarada Presidente, quisiera rogarle tuviese la bondad de colocar a Krestinski más cerca de Besonov, para que oiga bien pues me temo que en los momentos más graves el oído le falla a Krestinski.
[Krestinski se sienta más cerca de Besonov]
Vychinski: Pido a Besonov que repita especialmente para Krestinski lo que ha dicho, y ruego a Krestinski que escuche atentamente, que aguce bien el oído.
Besonov: Repito. La misión de que me encargó entonces Krestinski era la siguiente: en mi calidad de consejero de la Embajada de la URSS en Berlín, donde yo disponía, evidentemente, de ciertas posibilidades para llevar a cabo esta tarea, debía, por todos los medios posibles, entorpecer, retrasar, impedir el establecimiento de relaciones normales entre la Unión Soviética y Alemania por la vía diplomática normal, obligando así a los alemanes a buscar medios ilegales, no diplomáticos, secretos, clandestinos, para un entendimiento con la organización trotskista.
Vychinski: ¿Ha oído Usted esta vez?
Krestinski: Sí.
Vychinski: ¿Tuvo Usted entrevistas con Besonov en mayo de 1933?
Krestinski: Tuve entrevistas con Besonov antes de su envío a Berlín.
Vychinski: Bien. ¿Y sobre qué asunto? ¿No se acuerda Usted ya?
Krestinski: No recuerdo ya los detalles.
Vychinski: ¿No recuerda Usted ya los detalles y Besonov sí los recuerda?
Vychinski: Usted ha dicho: Formalmente yo no formaba parte del centro trotskista. ¿Es eso verdad o no es verdad?
Krestinski: No formaba parte de él en absoluto.
Vychinski: Dice Usted que formalmente no formaba parte de él. ¿Qué hay aquí de cierto? ¿Y qué es falso? ¿Acaso todo es cierto y acaso todo falso? ¿O hay en ello una mitad de verdad? ¿Qué proporción, cuántos gramos de verdad hay ahí?
Krestinski: Yo no formaba parte del centro trotskista porque yo no era trotskista.
Vychinski: ¿No era Usted trotskista?
Krestinski: No.
Vychinski: ¿No lo ha sido Usted nunca?
Krestinski: Sí, fui trotskista hasta 1927.
Presidente: Al comienzo de la vista ha respondido Usted a una de mis preguntas diciendo que no había sido nunca trotskista.
Krestinski: Yo he declarado que no soy trotskista.
Vychinski: ¿De modo que hasta 1927 era Usted trotskista?
Krestinski: Sí.
Vychinski: Y en 1927, ¿cuando dejó Usted de ser trotskista?
Krestinski: Antes del XV Congreso del Partido [diciembe de 1927].
Vychinski: Recuérdeme la fecha.
Krestinski: Mi ruptura con Trotski y con los trotskistas yo la sitúo el 27 de noviembre de 1927, fecha en que envié a Trotski, por conducto de Srebriakov, que volvía de América a Moscú, una carta redactada en términos violentos y que contenía una violenta crítica...
Vychinski: ¿Por qué pues, cuando yo le pido a Usted que diga la verdad, se obstina en decir mentiras, hace Usted que las registre el juez de instrucción y las firma Usted después? ¿Por qué?
Krestinski: Anteriormente, antes de que Usted me interrogase, hice declaraciones falsas en la instrucción previa.
Vychinski: ¿Y las ha mantenido Usted?
Krestinski: Luego las he mantenido porque -estaba convencido de ello por propia experiencia- no podría ya, hasta la vista de la causa ante el Tribunal -si es que la había- invalidar esas declaraciones que había hecho.
Vychinski: Y ahora, ¿cree Usted que ha conseguido invalidarlas?
Krestinski: No, no es eso lo importante. Lo importante es que declaro no reconocerme trotskista. Yo no soy trotskista.
[Rikov dice en voz alta que Krestinski embrolla la verdad]
Vychinski: Acusado Krestinski, ¿ha oído Usted?
Krestinski: Sí, he oído.
Vychinski: ¿Confirma Usted eso?
Krestinski: No confirmo el no haber dicho la verdad y no confirmo lo de querer embrollar la verdad.
Vychinski: Tengo una pregunta que hacer a Krestinski. ¿Pero sabía Usted que Rikov sostenía una lucha clandestina?
Krestinski: No.
Vychinski: ¿No lo sabía Usted?
Krestinski: Es decir, lo sabía por las comunicaciones efectuadas al Plenum del Comité Central.
Vychinski: ¡Ah!, ¿sólo de esa manera?
Krestinski: De esa manera sólo.
Vychinski: ¿Qué dice Usted a eso, acusado Rikov?, ¿cómo podía conocer Krestinski la posición de Usted en aquella época?
Rikov: En primer lugar, si se manda una comunicación al Plenum del Comité Central sobre el trabajo ilegal de un miembro de dicho Comité Central, este miembro del Comité Central cesa de ser miembro del Comité Central. Nosotros tuvimos con él, a este respecto, conversaciones suficientemente francas para que todos supiésemos exactamente con quién se entendía. Que yo sepa, esto ocurría en 1932, 1933, no recuerdo ya las fechas exactas.
Vychinski: Acusado Rikov, ¿confirma Usted haber sabido que Krestinski era trotskista y miembro del bloque de los derechistas y los trotskistas?
Rikov: Es decir, en aquel período, no existía aún un bloque cristalizado; pero que era miembro de la organización trotskista, eso sí lo sabía.
Vychinski: ¿Y tenía entrevistas con Usted?
Rikov: Se entrevistaba conmigo en su calidad de miembro de una organización ilegal.
Vychinski: ¿Hablaban ustedes de asuntos de carácter ilegal?
Rikov: Hablábamos de asuntos ilegales.
Vychinski: Afirma Usted que Krestinski estaba también al corriente de los asuntos de Usted en el partido ilegal, y Krestinski lo niega; ¿se sigue de ello que Rikov, ahora, no dice la verdad mientras que Usted, Krestinski, sí la dice?
Krestinski: Yo digo la verdad.
Vychinski: ¿Y desde cuándo ha empezado Usted a decir la verdad?
Krestinski: ¿A propósito de este asunto?
Vychinski: Sí.
Krestinski: Hoy estoy diciendo la verdad.
Presidente: ¿Desde este mediodía?
Krestinski: Sí, en la vista de la causa.
[Sigue el interrogatorio de otros acusados y al día siguiente, por mediación de Rakovski, vuelve Vychinski al ataque contra Krestinski]
Vychinski: Acusado Rakovski, ¿se ha reconocido Usted culpable de los crímenes que se le imputan?
Rakovski: Sí.
Vychinski: Ha oído Usted aquí también la respuesta de Krestinski que, interrogado por el Tribunal, ha declarado que no era trotskista y no había cometido los crímenes por él confesados durante instrucción previa, ¿no es así? Quisiera preguntarle a Usted, que fue uno de los representantes y de los dirigentes más visibles de la acción trotskista clandestina en la URSS, lo que sabe Usted de la actividad trotskista de Krestinski durante el último período.
Rakovski: En primer lugar, debo detenerme en las declaraciones que ayer hizo Krestinski.
Vychinski: Sí, de eso es exactamente de lo que hablo.
Rakovski: Para probar que se ha apartado del trotskismo, Krestinski ha declarado que a fines de 1927 envió una carta a Trotski en la que se desligaba de las posiciones trotskistas, si no me equivoco. ¿No es ése el sentido de la declaración que hizo Krestinski, ayer, aquí mismo?
Vychinski: Así es como todos lo hemos entendido.
Rakovski: Yo conozco esa carta de Krestinski.
Vychinski: ¿La conoce Usted?
Rakovski: Trotski me la dio a leer. Y no solamente a mí. Pero para aclarar el sentido de esta carta debo indicar antes que nada un hecho. Al volver a Moscú, semanas antes de que esa carta fuera remitida por Krestinski, en la víspera del Plenum del Comité Central que precedió el XV Congreso, me había yo detenido, en 1927, en Berlín, como siempre, en la Embajada donde trabajaba entonces Krestinski. Kamenev estaba conmigo. Acababa de regresar de Roma y se dirigía, también él, al Plenum del Comité Central. Entre Kamenev, Krestinski y yo, todos partidarios de la misma idea, tuvo lugar en Berlín un intercambio de puntos de vista.
Vychinski: ¿Partidarios de la misma idea?
Rakovski: Un intercambio de puntos de vista entre partidarios de la misma idea, eso ni qué decir tiene. Hasta ese momento, Krestinski no había manifestado ningún indicio de su abandono de la oposición. En nuestra entrevista de Berlín, discutimos juntos la cuestión de saber lo que la oposición habría de acometer en el próximo Plenum. Krestinski se quedaba en Berlín. Él era de la opinión de que había que continuar maniobrando.
Vychinski: ¿Maniobrando?
Rakovski: Sí, maniobrando.
Vychinski: ¿Es decir, desarrollando un doble juego?
Rakovski: Esa expresión no era corriente en aquella época.
Vychinski: ¿Y el sentido?
Rakovski: El sentido es idéntico.
Krestinski: Pero acaso yo...
Presidente: Ya le llegará su turno, acusado Krestinski.
Vychinski: Yo le rogaría, acusado Rakovski, que nos dijera lo que el acusado Krestinski le escribió a Usted, en 1929, a Saratov, donde estaba Usted deportado.
Rakovski: En aquella carta, Krestinski me invitaba a volver al partido, naturalmente con vistas a continuar la actividad trotskista.
Vychinski: ¿Cuáles eran sus proyectos?
Rakovski: En aquella carta no escribía nada que fuera manifiestamente ilícito.
Vychinski: ¿De suerte que Usted sitúa en ese momento el hecho de su relación con Usted, aunque en su caso se tratara de un trotskista deportado?
Rakovski: Sí. Y su deseo, como el de todos los demás trotskistas, de conservar los cuadros trotskistas penetrando en el Partido lo más posible.
Vychinski: ¿Así pues, trató de persuadirle a Usted de que volviese al Partido, por consideraciones tácticas, en interés de la labor trotskista?
Rakovski: Así es, por supuesto, como yo lo entendí.
Vychinski: Permítame que le haga una pregunta al acusado Krestinski. Acusado Krestinski, ¿comprendió bien el acusado Rakovski el contenido de su carta?
Krestinski: Sí.
Vychinski: Tengo una petición que formular ante el Tribunal. Acabo de mandar comprobar ahora mismo los documentos recogidos durante el registro efectuado en casa de Krestinski. Entre dichos documentos, figura copia de su carta a Trotski, con fecha del 27 de noviembre de 1927, esa misma carta a la que ayer se refirió Krestinski y de la cual habla Rakovski. Pido que se me permita presentar a Rakovski y a Krestinski la copia de esa carta y preguntarles si es de esa carta a Trotski, en efecto, de la que ambos hablan. Tras de lo cual solicito permiso para hacer algunas preguntas más.
[Presentan a Krestinski, y luego a Rakovski, la copia de la carta de 27 de noviembre de 1927]
Krestinski: De esa carta se trata, desde luego.
Vychinski: Pido que se presente la copia de esa carta al acusado Rakovski.
Rakovski: El autor de esa carta se acuerda de ella mejor que yo.
Vychinski: Nos va a llevar dos minutos, pero el hecho quedará probado.
[Rakovski lee la carta]
Rakovski: Sí, que yo recuerde, de esa carta se trata.
Vychinski: Solicito permiso para mostrar a Rakovski un extracto del diario Ekonomicheskaia Zin del 8 de abril de 1928, donde se dice: Extracto de la carta de Krestinski del 22 de marzo de 1928. ¿No es en eso en lo que él pensaba al hablar de la carta que Krestinski dirigió al Comité Central, tras el envío de su carta a Trotski?
Rakovski: Sí.
Vychinski: Así pues, todos los hechos están probados.
Rakovski: Lo leí en Pravda o en Izvestia, pero eso ha podido publicarse en los periódicos.
Krestinski: Era el 8 de abril.
Vychinski: ¿Y la carta lleva fecha del 22 de marzo?
Krestinski: No recuerdo la fecha de la carta.
Rakovski: Yo recuerdo que había dos cartas expedidas por los embajadores trotskistas: Antonov-Ovseienko y Krestinski.
Vychinski: Así pues, todos los hechos están probados. Acusado Rakovski, ¿recuerda Usted si el comienzo de la carta de que Usted acaba de hablar era idéntico al comienzo de esta copia: Querido Lev Dadidovich [Trotski]?
Rakovski: Esa era la fórmula habitual.
Vychinski: Acusado Rakovski, ¿no se acuerda Usted del párrafo siguiente de la carta personal de Krestinski a Trotski, tal y como se expresa en la copia? Krestinski escribe: Mi convicción profunda es que la táctica de la oposición, en los seis últimos meses, ha sido profundamente errónea, perniciosa para los objetivos de la propia oposición, trágicamente equivocada, podríamos decir. ¿Permite concluir ese párrafo que en todo ello se encierre la menor condenación del trotskismo?
Rakovski: No. Krestinski razona como un hombre que forma parte de la organización trotskista. Parte de un punto de vista trotskista. Habla en interés de la organización trotskista. Es lo mismo que declaró en Berlín, como ya he dicho.
Vychinski [dirigiéndose a Krestinski]: Ha oído Usted la circunstanciada explicación de Rakovski sobre su presunto abandono del trotskismo. ¿Estima Usted exacta esta explicación de Rakovski?
Krestinski: Lo que él ha dicho es exacto.
Presidente: ¿Confirma Usted lo que ha dicho Rakovski?
Krestinski: Sí, lo confirmo.
Vychinski: Si lo que ha dicho Rakovski es exacto, ¿va Usted a continuar engañando al Tribunal y negando la exactitud de las declaraciones que hizo Usted en la declaración previa?
Krestinski: Confirmo enteramente las declaraciones por mí efectuadas en la instrucción previa.
Vychinski: No tengo más preguntas que hacer a Rakovski. Tengo una pregunta que hacer a Krestinski. ¿Qué significa entonces su declaración de ayer, que no podría considerarse entonces sino como una provocación trotskista en el proceso?
Krestinski: Ayer, bajo el efecto de un sentimiento agudo y fugitivo de falsa vergüenza, debido a este ambiente y al hecho de hallarme en el banquillo de los acusados, tanto como a la penosa impresión que dejó el acta de acusación en mi ánimo, agravado todo ello por mi estado enfermizo, no me fue posible decir la verdad, decir que era culpable. Y en vez de decir: sí, soy culpable, respondí casi maquinalmente: no, no soy culpable.
Vychinski: ¿Maquinalmente?
Krestinski: No me sentí capaz de decir la verdad ante la opinión pública mundial, decir que había sostenido una lucha trotskista desde el principio al fin. Ruego al Tribunal que tome nota de mi declaración, que me reconozco culpable, enteramente y sin reservas, en todos los puntos de la acusación, y que reivindico la plena responsablidad por mi felonía y mi traición.
En su confesión, Radek dijo lo siguiente sobre su interrogatorio ante la policía: Cuando llegué a la comisaría del pueblo de Interior, el funcionario que dirigía la investigación me dijo: ‘Usted no es un niño. He aquí quince testimonios contra Usted, no puede ignorar esta causa, y si es razonable, no puede pretender eso...’ Durante dos meses y medio atormenté a aquel investigador. Si aquí se nos pregunta si los investigadores nos han torturado, tengo que afirmar que no he sido yo quien ha sido torturado, sino yo mismo quien ha torturado a los investigadores, obligándoles a realizar un trabajo inútil.
El profundo significado de estas depuraciones internas no se ha acabado de comprender y, por tanto, tampoco su absoluta necesidad.
Otra de aquellas conocidas depuraciones, la última, fue la del del marsical Tujachevski y los altos oficiales del Ejército Rojo. A partir del informe de Jruschov de 1956 esa depuración viene siendo interpretada como un debilitamiento del Ejército Rojo en los primeros días de la II Guerra Mundial, que habría sido decapitado por las purgas de valiosos jefes y cuadros. La propaganda imperialista alude también a que fueron depurados la mitad de los oficiales del Ejército Rojo, es decir, una verdadera sangría de experimentados militares. Sin embargo, el historiador Roger Reese en su libro sobre las depuraciones en el Ejército Rojo, demuestra que el número de oficiales y comisarios políticos era de 144.300 en 1937 y que esta cifra pasó a 282.300 dos años después. Durante las depuraciones de 1937-1938 fueron expulsados 34.300 oficiales y comisarios políticos de las filas del Ejército, pero 11.596 de ellos fueron rehabilitados en mayo de 1940 y reincorporados a sus puestos anteriores. Esto significa que fueron expulsados definitivamente 22.705 oficiales y comisarios políticos, con el siguiente desglose: 13.000 oficiales, 4.700 oficiales de la Aviación y 5.000 comisarios políticos. En porcentajes, se trata de un 7'7 por ciento del total; de ellos, sólo una ínfima minoría fueron ejecutados por traición mientras que el resto regresó a la vida civil.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]El Ejército Rojo ya no podía depender a los antiguos oficiales zaristas. Muchos de ellos nunca abandonaron sus viejas ideas y sólo esperaban el momento propicio para actuar. En toda la guerra mundial no se repitió un caso como el del general Vlassov, un alto oficial soviético que traicionó a su país y se puso al servicio del ejército hitleriano. Sólo ocurrió con un mando del Ejército Rojo porque también dentro de sus filas se había producido una depuración a fondo. En consecuencia, la depuración militar no deblitó sino que fortaleció al Ejército Rojo. Sacó del Ejército a elementos, como Vlassov, dispuestos a desertar a la primera ocasión propicia, incluso al golpe de Estado. Como afirma Rayond L. Ghartoff, esta severa sacudida de la nueva case militar contribuyó, con el correr del tiempo, a que emergiera un grupo más homogéneo (
. En su relato de la guerra mundial, escribió Churchill igualmente:
Durante el otoño de 1936, el Presidente Benes recibió un mensaje de una alta personalidad militar alemana informándole de que, si quería beneficiarse del ofrecimiento de Hitler, debía apresurarse porque pronto iban a sucederse en Rusia, acontecimientos que permitirían a Alemania pasar de la ayuda de los checos.
Mientras Benes meditaba sobre el sentido de esta alusión inquietante, comprendió que el gobierno alemán estaba en contacto con importantes personalidades rusas por el canal de la embajada soviética en Praga. Formaba parte de lo que se ha llamado la conspiración militar y el complot de la vieja guardia comunista, que pretendían derrocar a Stalin e introducir en Rusia un nuevo régimen cuya política fuera pro-alemana. Sin perder un instante, el Presidente Benes dio parte a Stalin de todas las informaciones que pudo reunir. Poco después, se practicó en la Rusia soviética una purga implacable, pero útil sin duda, que depuró los medios políticos y militares; se abrieron toda una serie de procesos en los cuales en enero de 1937, Vychinsky, el acusador público, desempeñó un papel magistral (9).
Incluso un trotskista como Isaac Deutscher reconoce la existencia de una conspiración dentro del Ejército Rojo para asesinar a Stalin e imponer una dictadura militar. Los oficiales depurados y ejecutados preparaban una operación militar contra el Kremlin y los acuatelamientos militares más importantes de otras ciudades clave, como Leningrado. Según Deutscher el golpe lo dirigía Tujachevski con la ayuda de Gamarnik, comisario político jefe del Ejército, el general Iakir, comandante en jefe de Leningrado, el general Uborevitch, comandante de la Academia Militar de Moscú, así como el general Primakov, un comandante de caballería.
Pero lo importante no es el golpe de Estado en sí sino las razones que condujeron a él, que están en el inminente ataque de la Alemania nazi. Uno de los grandes tópicos que se lanzan contra Stalin es que a pesar de las advertencias que le llegaron acerca del mismo, hizo caso omiso de ellas, ya que confiaba en el pacto que había firmado con Hitler. Como consecuencia de ello, dejó la frontera desguarnecida y el feroz ataque alemán causó estragos y pérdidas irreparables. La propaganda imperalista trata de hacernos creer que la postura de Stalin fue de mera desidia, de una inactividad pasmosa.
Efectivamente, a la dirección soviética le llegaron informaciones previas acerca de un inmimente ataque alemán, y no pocas sino innumerables y por conductos muy distintos. Muchas de las filtraciones sobre el inminente ataque alemán provenían de la propia Alemania; no eran sino provocaciones que tenían por objeto buscar un pretexto para la agresión. También es cierto que, a pesar de ello, no reforzaron sus defensas ni concentraron sus tropas en la frontera con Alemania. En los años previos al ataque alemán, el Estado soviético estuvo sometido a una tensión extrema, a un grado tal de presión quizá como ningún otro Estado ha conocido a lo largo de la Historia porque de todos era conocida la potencia de fuego de la Wehrmacht, el formidable Ejército puesto en pie por Hitler. Ante esta situación extrema, sin la cual no se pueden entender los procesos de Moscú, toda una corriente del Ejército Rojo se manifestó partidaria de reforzar las defensas, concentrar tropas, e incluso de un ataque preventivo contra Alemania. Frente a ella, la posición mayoritaria, la que Stalin defendía, era ganar cada minuto de paz para los trabajadores, campesinos y soldados soviéticos como medida mejor para reforzar la defensa del país. Hasta la fecha los nazis siempre habían buscado una excusa para atacar a otros países, o bien los habían provocado para desatar el conflicto. Cualquier medida soviética en la frontera occidental hubiera servido como pretexto para adelantar el ataque alemán y en ese caso la propaganda imperialista lo hubiera justificado diciendo que Hitler se defendía de una previa agresión soviética. La experiencia de la guerra con Finlandia ha quedado así. La inactividad de la Unión Soviética ante la inminencia de un ataque alemán permitió dejar bien claro que no hubo más que un agresor, la Alemania nazi, y que dicha agresión fue totalmente injustificada. Pero lo que es más importante, permitió alargar el inicio de la guerra. Cada día minuto ganado para la paz prolongaba la guerra entre los imperialistas, los debilitaba y, en consecuencia, reforzaba a la Unión Soviética. Por eso cuando se presenta al Pacto Molotov-Ribbentrop como una alianza entre Stalin y Hitler se falsifican los hechos groseramente: no se trataba de una alianza sino un acuerdo de no agresión. La diferencia es cualitativa.
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