Las declaraciones:
Trotsky o la conspiración permanente
El esquema según el cual se desarrollan los tres procesos es casi rigurosamente idéntico. En el transcurso de su interrogatorio, los acusados, guiados por el fiscal, confirman las declaraciones y el acta de acusación, y aportan, a veces con complacencia, precisiones y complementos.
Zinoviev y Kamenev proclaman su culpabilidad
Las declaraciones de los principales acusados constituyen el fundamento del acta de acusación.
ZINOVIEV: Estábamos llenos de odio contra el Comité central del Partido y contra Stalin. Estábamos convencidos de que era necesario a cualquier precio que los dirigentes fueran sustituidos, y sustituidos por nosotros de acuerdo con Trotsky.
KAMENEV: El complot terrorista fue organizado y dirigido por mí, por Zinoviev y por Trotsky (...). Quedaban dos alternativas: o liquidar honesta y completamente la lucha contra el partido, o continuarla, pero sin utilizar el menor apoyo de las masas, sin plataforma política, sin bandera, es decir, por medio del terror individual. Escogimos el segundo camino. Lo que nos condujo hasta aquí era un odio sin límites contra la dirección del partido y del país.
El fiscal ayuda a Kamenev a precisar sus móviles:
VYCHINSKI: ...¿Los únicos motivos que le movieron a actuar fueron la bajeza y la sed de poder personal?
KAMENEV: Sí, la sed de poder de nuestro grupo.
VYCHINSKI: ¿No le parece a usted que esto no tiene nada que ver con los ideales sociales?
KAMENEV: Existe el mismo parecido que entre la revolución y la contrarrevolución.
VYCHINSKI: ¿Está usted a favor de la contrarrevolución?
KAMENEV: Sí.
Otros acusados confiesan haber contribuido a asegurar la conexión con Trotsky: Smirnov declara haber establecido contacto con Sedov en Berlín, en mayo de 1931; en otoño le sucedió Dreitser, entrevistándose con el hijo de Trotsky en un café. En 1932, Goltzman se entrevistó asimismo con Sedov y, a instancias suyas, se trasladó a Copenhague para encontrarse con Trotsky, habiendo concertado la cita con Sedov en el hotel Bristol. Un testigo, el periodista de Tass, Romm, declara asimismo haber servido de intermediario después de un encuentro con Trotsky en el Bois de Boulogne de París, a fines de julio de 1933.
Platakov y las relaciones de Trotsky con los nazis
Durante el segundo proceso Iuri Piatakov dará los detalles esenciales sobre la relación de los conspiradores con Trotsky y de éste último con los dirigentes hitlerianos.
PIATAKOV: En 1931, estaba en Berlín cumpliendo una misión de servicio. Varios trotskistas estaban conmigo, entre ellos Smirnov y Loguinov. También me acompañaban Moskalev y Chestov. A mediados del verano, Iván Nikitich Smirnov me informó en aquel momento se volvía a iniciar con nuevo empuje la lucha trotskista contra el gobierno soviético y la dirección del Partido; que él, Smirnov, había tenido una cita en Berlín con el hijo de Trotsky, Sedov, quien le había dado, por encargo de su padre, nuevas directrices, según las cuales era necesario renunciar a los métodos de lucha de masas; que el método esencial de lucha era el terrorismo.
(...) Smirnov ha declarado que una de las causas de la derrota de la oposición trotskista en 1926-1927 fue que nos habíamos limitado a un solo país, que no habíamos buscado el apoyo del exterior. Sobre este asunto, me informó que Sedov tenía grandes deseos de verme, y él mismo me recomendó encontrarme con Sedov en su nombre, dado que Trotsky le había encargado una misión especial para mí.
Acepté esta entrevista. Smirnov comunicó a Sedov mi teléfono, y por este procedimiento nos pusimos de acuerdo sobre la entrevista. El sitio elegido era el café "Am Zoo", no lejos del parque zoológico, en la plaza. Fui allí y vi a Lev Sedov sentado a una mesa. Ya de antiguo nos conocíamos bien. Me dijo que no me hablaba en su nombre sino en el de su padre, Trotsky; que Trotsky, al enterarse de que yo estaba en Berlín, le había pedido insistentemente que fuera a mi encuentro, me viera personalmente y hablara conmigo.
Piatakov relata seguidamente cómo tuvo conversaciones con Sedov sobre sabotaje y terrorismo, y el medio de hacer financiar sus actividades por empresas alemanas. Las instrucciones que le dio Sedov fueron confirmadas por cartas de Trotsky, y las llevó a la práctica, juntamente con los demás miembros del Centro paralelo. Después, a requerimiento de Vychinski, explica cómo se había encontrado con Trotsky.
VYCHINSKI (a Piatakov): Exponga en qué circunstancias se marchó al extranjero. ¿Cuál era el motivo oficial de este viaje y qué ocurrió extraoficialmente?
PIATAKOV: Ya he dicho que a finales de 1935, en una conversación que sostuve con Radek, se planteó la cuestión de la necesidad de entrevistarse con Trotsky por el procedimiento que fuese. Como ese año yo estaba encargado de una misión de servicio en Berlín que me ocuparía algunos días, se decidió que haría lo posible para ver a Trotsky; entonces Radek me recomendó dirigirme, en Berlín, a Bujartsev, que estaba en contacto con Trotsky, a fin de que me ayudara a organizar esta entrevista. Me trasladé a Berlín y me entrevisté con Bujartsev.
VYCHINSKI: ¿Cuándo sucedía esto, más o menos?
PIATAKOV: Era el 10 de diciembre. En la primera quincena de diciembre, este mismo día o al siguiente, encontré a Bujartsev que, aprovechando un momento oportuno en que no había nadie, me dijo que se había enterado de mi llegada, y que hacía algunos días se lo había comunicado a Trotsky, cuya opinión sobre el asunto esperaba aún. Al día siguiente, Trotsky mandó un enviado, con el que Bujartsev me puso en contacto, literalmente durante dos minutos, en una de las avenidas del Tiergarten. Me entregó una corta nota de Trotsky, que contenía sólo unas pocas palabras: "Y L., puede Vd. fiarse perfectamente del portador de esta nota." La palabra "perfectamente" estaba subrayada, por lo que comprendí que el hombre que venia de parte de Trotsky era de confianza. Ignoraba su auténtico nombre; se hacía llamar, aunque ahora no puedo precisarlo, Henri, o quizá Gustave, me parece que era Gustave, algo así como un apodo, o quizá Henri; me dijo que Lev Davydovich le había encargado que organizase mi encuentro y mi visita a Trotsky, dado que Trotsky tenía mucho interés en sostener una conversación conmigo. (... )
Me preguntó si estaba dispuesto a hacer el viaje en avión. Le dije que sí, aunque sabía que esta operación era muy arriesgada. (...)
Al día siguiente, muy de mañana, me fui a la entrada del aeropuerto; allí estaba y me invitó a seguirle; en primer lugar, me enseñó el pasaporte que se había preparado para mí. Era un pasaporte alemán. él se había ocupado de todas las formalidades aduaneras, de manera que yo s lo tuve que firmar.
Subimos al avión y nos fuimos; a las tres horas aproximadamente, bajamos, sin haber hecho escala, en el aeropuerto de Oslo. Nos esperaba un coche; subimos y arrancamos. El trayecto duró probablemente unos treinta minutos, y llegamos hasta las afueras. Bajamos del coche y entramos en una casa pequeña, bastante bien amueblada, donde se encontraba Trotsky a quien no había visto desde 1928. Allí tuvo lugar nuestra entrevista.
VYCHINSKI: ¿Asistió alguien más a esta entrevista?
PIATAKOV: Absolutamente nadie, ya que, tanto por su parte como por la mía, se habían mantenido estrictas medidas de seguridad, hasta tal punto que el que me había llevado hasta la puerta no entró. Allí no hubo nadie aparte de nosotros.
VYCHINSKI: ¿Cuánto tiempo duró la entrevista?
PIATAKOV: Unas dos horas.
VYCHINSKI: Dígame qué temas se abordaron en la entrevista.
PIATAKOV: Comencé por informarle. Le conté lo que había realizado hasta el momento el centro trotskista-zinovievista. Por aquellas fechas Trotsky ya había recibido una carta de Radek y estaba muy excitado. En el transcurso de la conversación, me interrumpía, lanzaba toda clase de palabras y réplicas virulentas contra el espíritu de conciliación, contra la incomprensión del actual estado de cosas, con frases de este tipo: "Vivís a la manera antigua" y otras similares. Manifestaba síntomas de descontento.
Cuando pasamos a tratar del sabotaje, lanzó una filípica, llena de hiriente sarcasmo, por ejemplo: "No podéis desprendemos del ombligo stalinista, confundís la edificación stalinista con la edificación socialista".
Entonces, muy violentamente, quizá por primera vez, formuló de manera clara y precisa su punto de vista sobre el sabotaje. Quizás ésta era la causa de que prodigara palabras desagradables. Declaró que era imposible edificar el socialismo en un solo país, y que el hundimiento del Estado stalinista era algo completamente inevitable. Por una parte, el capitalismo se reponía de la crisis, empezaba a fortalecerse, y naturalmente no podría tolerar por más tiempo la consolidación progresiva de la capacidad defensiva del Estado soviético, y sobre todo de su industria de guerra. Los conflictos militares serían inevitables; y si manteníamos una actitud pasiva a este respecto, la ruina del Estado stalinista arrastraría consigo a todos los cuadros trotskistas. Por este motivo, creía que el método de sabotaje no era simplemente un procedimiento de lucha aguda, que se puede aplicar o dejar de aplicar, sino una cosa absolutamente inevitable que se desprendía de la misma naturaleza de la situación. Se trataba de saber qué posición debían ocupar los cuadros trotskistas: ¿debían ligar su suerte a la del Estado stalinista, o pasar a la oposición y organizarse para llevar a cabo otras tareas, para tratar de derrocar al gobierno y preparar la subida al poder de otro gobierno, del gobierno trotskista?
Hasta aquí he repetido lo que me dijo sobre este asunto, que se puede considerar análogo a lo que expuse en la instrucción. En otros tiempos, nosotros, los socialdemócratas, y Struve, y Tugan-Baranovski, considerábamos el desarrollo del capitalismo, en su tiempo, como un fenómeno de progreso, como un hecho positivo. Pero existe una diferencia entre la posición de Struve, la de Tugan-Baranovski y la nuestra. Struve y Tugan-Baranovski recomendaban servir al capitalismo; mientras que para la socialdemocracia se trataba de otra cuestión, teníamos otras tareas: organizar la lucha contra el capitalismo, para preparar a sus enterradores. Y he aquí que hoy debemos ponernos precisamente al servicio del Estado stalinista, no para ayudar a edificar el Estado, sino para convertirnos en los sepultureros de este Estado: ésta es precisamente nuestra tarea.
Seguidamente, dijo que muchos de nosotros, trotskistas, habíamos sido arrastrados hasta aquella situación por la ilusión de que se podrían emplear ciertos métodos de lucha a fin de organizar a las masas. La organización de la lucha de masas era imposible, en primer lugar porque las masas obreras y las masas campesinas, esencialmente, se encontraban en aquellos momentos hipnotizadas por la prodigiosa transformación que se llevaba a cabo en el país, y que ellas consideraban como la edificación del socialismo. Cualquiera que fuera nuestra tentativa en esta dirección, sería una tentativa completamente desesperada; conduciría pronto al hundimiento total, a la liquidación de los cuadros trotskistas, relativamente poco numerosos, con que contábamos en el país. Por esto, se trataba de otra cosa; se trataba la plena aceptación de la palabra, de un golpe de Estado, con todas las consecuencias que pudieran desprenderse, tanto en el terreno de la táctica como en el de los procedimientos de lucha.
Es evidente que, como él había dicho anteriormente, al adoptar esta postura no podíamos renunciar a los procedimientos inherentes a su apreciación de la situación general y de la orientación general, procedimientos que debían permitir resolver del modo más efectivo este problema, es decir el de derrocar mediante un golpe de Estado al gobierno existente e instaurar otro gobierno. Insistió sobre este tema en varias ocasiones. Yo sólo puedo referir lo esencial de la conversación, pues en estos momentos me es muy difícil exponerla con exactitud estenográfica. Insistió varias veces sobre este tema, diciendo: diferís demasiado las cosas, no se nos han concedido muchos plazos; se trata de plazos relativamente cortos; si sobrepasamos estos plazos, si dejamos escapar el momento, se planteará, por una parte, el problema de la liquidación total del trotskismo en el país, y por otra la persistencia de la monstruosa existencia, así dijo, durante decenas de años, del Estado stalinista, que se apoya en ciertas realizaciones económicas y sobre todo en los nuevos cuadros jóvenes, que han crecido y se han educado en la idea de que este Estado es una cosa que funciona por sí misma, un Estado soviético socialista, y que nunca han soñado con otro Estado y no pueden imaginárselo; nuestra tarea consiste, pues, en oponernos nosotros mismos a este Estado.
Tal es la filosofía de Trotsky.
VYCHINSKI: ¿Y la práctica?
PIATAKOV: Ambas están estrechamente unidas. Trotsky decía que la guerra estaba próxima; que sabía perfectamente que la cuestión no se resolvería en cinco años, sino en un breve espacio de tiempo. Entonces me dijo que ocurriría en el año 1937; era evidente que él no se había inventado esta información. Por todo ello, los cuadros de saboteadores y de agentes de diversión no tenían que prepararse de una manera general, sino para trazar una línea de demarcación entre el Estado stalinista y la organización trotskista, para poder decir, llegada la ocasión: nosotros no somos el Estado soviético, ésta debe ser nuestra primera tarea; la otra -más práctica- debe consistir en formar cuadros para una guerra eventual, es decir, preparar agentes de diversión y de destrucción, auxiliares para la ofensiva fascista contra la Unión Soviética.
VYCHINSKI: ¿Era ésta la parte práctica?
PIATAKOV: En realidad, ambas son prácticas: sólo que la segunda parte es más infame. Sobre este tema, desarrolló dos nuevas variantes.
Esta vez me habló de un modo más concreto y abierto, ya que no se trataba de un documento escrito, sino de una exposición oral. Precisamente por este motivo me habló más abiertamente; sin embargo, me previno de que no juzgaba útil ni posible hacer público lo que iba a decirme, y ni siquiera comunicarlo a los medios trotskistas más o menos amplios; a su modo de ver, sólo, había que iniciar a un grupo de personas lo más restringido posible. Por otra parte, esto era evidente porque, como se verá con toda claridad por lo que voy a exponer, se trataba de una alta traición no disimulada.
VYCHINSKI: ¿De qué modo se manifestaba esto?
PIATAKOV: Voy a relatarlo. Quien conoce a Trotsky sabe que se complace en repetir ciertas frases que le encanta redondear. Me dijo: "¿se acuerda de nuestra discusión sobre la imposibilidad de construir el socialismo en un solo país? : está perfectamente claro que en estas discusiones éramos nosotros los que teníamos razón, y no Stalin."
En cuanto a la situación internacional, se trataba, en gran de liquidar el movimiento revolucionario proletario y triunfar el fascismo. En aquellos momentos las fuerzas reales estaban constituidas en primer lugar por los fascistas, y si teníamos la intención de llegar al poder, de todos modos tendríamos que entablar relaciones, de un modo u otro, con estas fuerzas, mantener estas relaciones y asegurarnos la actitud favorable de los demás países, llegado el caso de que consiguiéramos hacernos con el poder sin la guerra, y sobre todo en caso de guerra o de derrota de la U.R.S.S., cosa que Trotsky consideraba como segura. Después de esto, me declaró que estaba al corriente de las conversaciones que mantenían Radek y Sokolnikov. Trotsky se mostró descontento de que su actividad fuese insuficiente, de que hubiesen dado pruebas de excesiva prudencia; me comunicó las tareas que había emprendido especialmente.
VYCHINSKI: ¿De qué conversaciones habla usted? ¿Con quién?
PIATAKOV: Me refiero a las conversaciones que Radek y Sokolnikov sostuvieron con personalidades representantes de ciertos Estados extranjeros, de los cuales me ha prohibido hablar el ciudadano Presidente.
VYCHINSKI: ¿Respecto a estas conversaciones?
PIATAKOV: Sí. Por su parte, Trotsky me dijo: es evidente que por ahí discutís demasiado toda clase de cuestiones internacionales-, en verdad, haríais mejor en ocuparas de los asuntos que van mal en nuestro país -se refería a los actos de terrorismo, sabotaje y diversión-. En cuanto a los asuntos internacionales, comprendo su alcance y haré más que todos vosotros en este sentido y me contó... no sé, no puedo garantizar que se me haya contado todo lo que había hecho, puedo sólo decir lo que él me dijo.
VYCHINSKI: ¿Le dijo a usted que hablaban y discutían mucho, en lugar de ocuparse prácticamente de actos de diversión y sabotaje?
PIATAKOV: Y de terrorismo...
VYCHINSKI: Así, pues, ¿trataron una vez más específicamente de la necesidad de que se ocuparan de esta actividad?
PIATAKOV: No se discutió especialmente este asunto; pero la conversación estuvo llena de toda clase de manifestaciones de descontento; y soltaba palabras e improperios que dejaban entender que, en este sentido, en lo referente a la actividad terrorista de sabotaje y diversión, no habíamos hecho gran cosa; esto me lo dijo en respuesta a mi información sobre lo que se hacía en nuestro país.
VYCHINSKI: Después de decir que se habían hecho pocas cosas, ¿de qué más habló?
PIATAKOV: En el plano internacional, Trotsky planteaba con una agudeza particular la cuestión relativa a la preparación de cuadros de activistas. Nos reprochaba el no ocuparnos con suficiente energía de actos de diversión, de sabotaje y terrorismo.
Dijo haberse puesto de acuerdo, de un modo muy preciso, con el gobierno fascista alemán y el gobierno japonés, en cuanto a su actitud favorable en caso de que el bloque trotskista-zinovievista llegase al poder. Luego hizo la reserva de que, evidentemente, esta actitud favorable no era producto de un amor especial por parte e estos gobiernos hacia el bloque trotskista-zinovievista. Era simplemente producto de los intereses reales de los gobiernos fascistas y de lo que habíamos prometido hacer por ellos, en caso de acceder al poder.
VYCHINSKI: ¿Y qué había prometido?
PIATAKOV: Ante todo, debo dar aquí una pequeña explicación. Trotsky declaró sin ambages que, bajo este ángulo -el de las negociaciones que llevaba a cabo y de los resultados que ya había conseguido-, lo más importante era aumentar las fuerzas activas concretas, reales. Me dijo entonces que desde hacía tiempo estaba en contacto con el vicepresidente del partido nacionalista alemán, Hess. En verdad, no puedo determinar si existía un acuerdo firmado por él o si se trataba simplemente de acuerdo verbal; Trotsky me hablaba de todo esto como de un acuerdo existente que, en verdad, aún debía establecerse oficialmente, por mediación de algunas otras personas de las que hablaré en la audiencia a puerta cerrada.
¿A qué se refería propiamente este acuerdo, para decirlo brevemente? Primer punto: los fascistas alemanes prometían al bloque trotskista-zinovievista una actitud favorable y su apoyo en caso de que el bloque ocupara el poder, tanto en tiempo de guerra como antes de ella. A cambio de eso, los fascistas recibirían la siguiente compensación: una actitud general favorable a los intereses alemanes y al gobierno alemán en todas las cuestiones de política internacional; se concretaban asimismo algunas concesiones territoriales, que deberían llevarse a cabo; se trataba, en particular, de concesiones territoriales bajo una forma velada, a saber, la "no resistencia a las fuerzas nacionales burguesas ucranianas, en caso de su autodeterminación".
VYCHINSKI: ¿Qué quiere decir esto?
PIATAKOV: Quiere decir, implícitamente, lo que ya ha señalado aquí Radek: que, si los alemanes instalaban un gobierno ukraniano -gobernando no por medio de un gobernador general alemán, sino quizá por medio de un atamán-, serían ellos los que "autodeterminarían" Ucrania, y el bloque trotskista-zinovievista no se opondrías ello. En el fondo, se trataba del inicio de la desmembración de la U.R.S.S.
El siguiente punto del acuerdo se refería a la forma en que el capital alemán tendría la posibilidad de explotar en la U.R.S.S. las fuentes de materias primas que necesita. Se trataba de la explotación de minas de oro, de petróleo, de manganeso, de los bosques, de la apatita, etc.
En una palabra, se había decidido, en principio, entre Trotsky y Hess, que el capital alemán sería admitido y recibiría la ayuda económica necesaria; pero que las formas concretas de esta participación serían, evidentemente, objeto de un estudio complementario.
El último punto que recuerdo trataba de las concesiones; sí, creo que era esto.
VYCHINSKI: ¿Y lo Concerniente a los actos de diversión, en caso de guerra?
PIATAKOV: Es el último punto. Lo recuerdo muy bien. Y, en fin, el punto más penoso, el que, de modo general, muestra a las claras nuestra fisonomía, sin disfraz, fue formulado igualmente al realizarse el acuerdo entre Trotsky y Hess. En realidad, hoy no puedo afirmar si entraba o no en los términos del acuerdo citado -era, desde luego, un acuerdo especial, aparte, pero el punto entraba, sin duda, en la concepción general del acuerdo, puesto que Hess y Trotsky habían discutido los temas de la guerra y de un golpe de Estado militar, el acceso al poder, es decir, la derrota de la U.R.S.S.-, mas era evidente que Hess había planteado la cuestión: vosotros dirigís la lucha allí, pero nosotros, en cualquier circunstancia, representamos a una fuerza mucho más organizada y mejor armada. La cosa está clara: en tanto que se trata de un acuerdo, debe haber entendimiento en todos los sentidos. En caso de agresión militar, hay que coordinar las fuerzas de zapa de la organización trotskista, que actuarán en el interior del país, y las fuerzas exteriores, que actuarán bajo la dirección del fascismo alemán. El trabajo de diversión y sabotaje que realiza en la U.R.S.S. la organización trotskista-zinovievista, debe hacerse siguiendo las indicaciones de Trotsky, las cuales deben concertarse con el estado mayor
general alemán.
Hacia el final de la entrevista se trató el siguiente tema: con la ayuda de tales o cuales fuerzas exteriores, el bloque trotskista-zinovievista accede al poder, y somos nosotros, por ejemplo, quienes ocupamos el poder. Entonces se plantearía el problema de las concesiones previstas, más algunas otras que también se habían examinado, junto a la necesidad de apaciguar de alguna manera las fuerzas que habríamos movilizado para llevar a cabo la lucha contra Stalin, es decir, las fuerzas hostiles. Se trata de las fuerzas hostiles, de la clase formada por los kulaks. Teniendo en cuenta esto, y por consideraciones de orden interno, sería necesario operar un notable retroceso, aparte de las concesiones exteriores. Radek tuvo razón al hablar de un cierto retroceso en la ciudad y en el campo, como la autorización del comercio capitalista, etc. En suma, Trotsky planteaba la cuestión de tal manera que se trataba de un retroceso muy serio; dijo exactamente: tú y Radek estáis aún bajo la influencia de las viejas ideas de 1925-1926 y no veis que, en el fondo, la llegada al poder significaría un fuerte retroceso hacia el capitalismo. A este respecto, Trotsky decía que, en el fondo, nuestro programa se confundía con el de los derechistas, en la medida en que ellos habían aceptado el programa de actos de diversión y de sabotaje y consideraban que había que retroceder hacia el capitalismo. Trotsky manifestó gran satisfacción cuando le conté las entrevistas que Sokolnikov, y más tarde yo mismo, habíamos sostenido con Tomski, y los contactos que teníamos Radek y yo con Bujarin. Dijo que esto no era sólo una medida táctica es decir, la unión en la lucha contra un único y mismo enemigo, sino que se trataba de una unión con cierta importancia en el terreno de los principios.
VYCHINSKI: Entonces, ¿qué novedades había en lo que dijo Trotsky en 1935, en comparación con lo que le había dicho antes y que les servía de inspiración en su actividad criminal?
PIATAKOV: La novedad, si usted quiere, fue formulada de una manera bastante clara: la organización trotskista se transformaba, en el fondo, en apéndice del fascismo.
Karl Radek y el programa de los trotskistas
Las declaraciones de Radek, en el mismo proceso, son más políticas. A diferencia de Piatakov, se remonta a la época en que era uno de los dirigentes de la oposición de izquierda.
VYCHINSKI: Cuéntenos brevemente su actividad trotskista pasada.
RADEK: En 1923, durante la lucha en el seno del partido, me adherí a la oposición trotskista; formé parte de esta oposición y de su dirección hasta que fui deportado en enero de 1928. Una vez deportado, me mantuve en la oposición trotskista hasta que hice mi declaración al Comité central del partido comunista de la U.R.S.S., en julio de 1929. Durante todo este tiempo pertenecía al centro político de la organización trotskista.
VYCHINSKI: ¿Qué motivó su declaración?
RADEK: Mi declaración fue motivada, en primer lugar, por la convicción que se creó en mí cuando mi deportación, durante la cual pude meditar respecto a todo el pasado y los errores de la plataforma general del programa de Trotsky. En lo relativo a las bases de principio del trotskismo sobre la imposibilidad de edificar el socialismo en un solo país, abandoné desde entonces estas posiciones.
La segunda razón que me indujo a declarar fue la convicción de que la acusación lanzada contra el Comité central del Partido de conducir el país hacia un Thermidor no tenía fundamento, y que el programa del plan quinquenal significaba un gran paso hacia adelante.
Pero debo decir que continuaba estando en desacuerdo con el Partido, sobre todo respecto a las cuestiones relativas a la democracia interna; cuando volví de nuevo al Partido, ya no me planteé, provisionalmente, estas cuestiones, aunque me parecía que no se habían resuelto en el curso de los acontecimientos. Estaba convencido de que, en el futuro, el desarrollo del plan quinquenal llevaría consigo un aumento de la democracia interna del Partido, impulsada de buen grado por la voluntad de la dirección, o, en caso contrario, conduciría a la ruptura del Partido.
Así, al hacer un balance de mi vuelta al seno del Partido, debo reconocer que, dado que mi regreso no se basaba en la plena concordancia de mis concepciones con las de la dirección, encerraba elementos de reticencia, de duplicidad, a pesar de que al reingresar en el Partido no tenía la intención de combatirlo.
VYCHINSKI: En consecuencia, ¿volvió usted al partido, manteniendo parte de sus antiguas convicciones trotskistas? ¿Y no lo dijo?
RADEK: No. En la declaración firmada por mí, por Smilga y Preobrajenski aludíamos a esto. La dirección del Partido nos o entonces y nos indicó estas alusiones. Tienen ustedes aquí pequeñas ligaduras y, de no cortarlas, permanecerán atados a ellas. Se nos dijo literalmente esto. Para precisar, debo decir que estos vestigios subsistían, pero yo volvía sin intención de luchar contra el Partido.
VYCHINSKI: ¿Hasta cuándo continuó esto así?
RADEK: Al volver, cometí un error, que fue la base de todo lo que siguió. Una corriente de una suma de concepciones implica una serie de relaciones humanas, y no se puede romper con una corriente sin romper con los hombres junto a los cuales se ha combatido para lograr fines hostiles al Partido.
Durante el período en que pertenecí al bloque trotskista, había entablado relaciones muy estrechas con un gran número de participantes en esta lucha; algunas de ellas se remontaban a un período mucho más antiguo, pero entonces se fortalecieron. Por ejemplo, mis relaciones con el acusado Piatakov. Después de nuestra vuelta al Partido, mantuvimos nuestras relaciones, sin ocultarlo a nadie; nunca las he negado; al contrario, íbamos constantemente uno a casa del otro y esto se transformó en una dificultad imprevista, pues gran número de trotskistas ingresados en el Partido trabajaban en los principales sectores y en las distintas regiones del país, en el momento en que la lucha por el plan quinquenal se había agravado y tomado -en ciertas partes del país- un carácter de conflicto agudo con los kulaks y con los elementos del campesinado que actuaban guiados por ellos; entonces me empezaron a llegar informes muy pesimistas, procedentes de mis antiguos compañeros de lucha, informes que repercutieron de un modo nefasto sobre mi apreciación de la situación del país.
VYCHINSKI: ¿En qué año era esto?
RADEK: Era en 1930, 1931. Y todos estos pecados, que habrían justificado mi procesamiento aunque no me hubiese adherido al bloque, contribuyeron a que, debido a las conversaciones sostenidas y al conocimiento que tenía de sus dudas -que ya eran más que dudas- no juzgase posible informar de ello a la dirección del Partido. Así, si me preguntan sobre mi responsabilidad, por ejemplo, en el asesinato de Serge Mironovich Kirov, debo decir que esta responsabilidad no empieza en el momento en que pasé a formar parte de la dirección del bloque, sino en el momento en que, en 1930, un hombre personalmente próximo a mí, Safarov, intentó convencerme, con cara compungido, de que el país caminaba hacia su perdición. Y no dije nada; ¿cuáles fueron las consecuencias? Safarov estaba ligado a Kotolynov; si yo hubiese dicho al Partido el estado de ánimo en que se hallaba Safarov, el Partido hubiera podido localizar al grupo de ex dirigentes de las juventudes comunistas de Leningrado, que más tarde se convirtieron en los instigadores del asesinato de Kirov. Afirmo, pues, que mi responsabilidad no se remonta sólo al momento en que me adherí al bloque, sino que este crimen tiene sus raíces en las concepciones trotskistas de las que no había podido librarme del todo y con las cuales volví al Partido; tiene sus raíces en las relaciones que conservé con los cuadros trotskistas-zinovievistas.
VYCHINSKI: ¿Con qué trotskistas guardó relaciones?
RADEK: Era amigo de Mrachkovski; una vieja amistad me ligaba a I. N. Smirnov; estaba ligado a Dreister y a su ayudante más cercano, Gaievski, sin hablar de mis viejos amigos personales: Piatakov, Preobrajenski, Smilga, Serebriakov. A los que más unido estaba era a los que, entre nosotros, en el centro trotskista, llamábamos -en el período 1924-1927- el "segundo piso".
VYCHINSKI: ¿Era en 1930, 1931?
RADEK: Sí, era en 1930 y 1931. Yo veía la situación de la siguiente manera: las conquistas del plan quinquenal son enormes, se ha dado un paso muy serio hacia la industrialización, los koljoz son ya, en cierta medida, una realidad; pero, al mismo tiempo, basándome en las informaciones de que disponía y en la apreciación de la situación que había recibido a través de los economistas que me eran próximos -voy a citar a Smilga y Preobrajenski- consideraba que la ofensiva económica se llevaba a cabo en un frente excesivamente amplio, que las fuerzas materiales de que se disponía: número de tractores, etc., no permitirían una colectivización general; que si no se frenaba esta ofensiva general, sucedería lo que definíamos con una frase de moda: "esto acabará como la marcha sobre Varsovia": la industrialización, emprendida a un ritmo rápido, no daría resultados, y ocasionaría enormes gastos.
Ya en aquella época, 1931, creía que era necesario frenar la ofensiva, que era necesario concentrar los recursos sobre determinados sectores del frente económico. En una palabra, no estaba de acuerdo en la cuestión fundamental, es decir, en la continuación de la lucha para la realización del plan quinquenal. Si hay que dar a este desacuerdo una caracterización social, es evidente que la táctica que yo consideraba justa era la mejor táctica comunista. Pero si se me pide la explicación social de semejante fenómeno, debo decir que, por ironía de la historia, sobreestimaba la fuerza de resistencia y la capacidad de los kulaks, e incluso de los campesinos medios, para llevar a cabo una política independiente; tuve miedo de las dificultades, reflejando así la existencia de fuerzas hostiles al proletariado.
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