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    ¿Por qué los comunistas no pueden adquirir los medios de producción de manera legal?

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    Mensaje por Randian Sáb Jul 12, 2014 1:17 pm

    Es decir, comprándolos. Es una cosa que no he entendido nunca. Los comunistas quieren los medios de producción para poner en marcha sus negocios, peeeeero, no quieren comprarlos, si no arrebatarlos por la fuerza, robando, vamos.

    ¿Por qué no se asocian y aportando cada uno de ellos un poquito, los adquieren por la vía legal?  bounce 

    Que alguien me explique qué es lo que legitima el robo y el uso de la violencia para adquirir algo por lo que ya hay una vía legítima y justa, tanto para comprador como vendedor.
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    Mensaje por MolotoK Sáb Jul 12, 2014 1:33 pm

    Aunque los trabajadores compraran el negocio legalmente y lo transformaran en una cooperativa, seguirían siendo explotados por la oligarquía, el imperialismo, y por el estado a través de impuestos. Y eso en el caso de que pudieran permitírselo, pues los beneficios económicos de una empresa siempre acaban en el mismo bolsillo. Lo único que cambiaría es que esa cooperativa no explotaría a sus trabajadores.

    La importancia del uso de la fuerza, es para destruir el estado burgués y construir uno proletario, en donde se legalice la propiedad pública de los medios de producción; para que la producción se base en cubrir necesidades sociales, y no para obtener el máximo beneficio como pasa cuando los medios de producción son privados.
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    Mensaje por Tripero Sáb Jul 12, 2014 1:47 pm

    Porque habría que pagar por lo que produjo la mano de la misma clase trabajadora, en algu que para colmo,estuvo por años a servicio de un tipo que se forraba a costa de que sus trabajadores sean explotados, cuando se es nesesaria ese dinero para educacion, generar otras empresas, y mantener el estado ploretario? por que tienen que tener beneficios esos burgueses, cuando lo que se quiere lograr es que se incorporen como trabajadores y no como privilegiados?
    se entiende que lo que está haciendo el burgues, es robar el producto del trabajo al obrero?
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    Mensaje por PequeñoBurgués Sáb Jul 12, 2014 1:57 pm

    Cuando el Estado expropia un terreno privado para que pase por ella una autopista, ¿no es algo legal?
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    Mensaje por Randian Sáb Jul 12, 2014 2:13 pm

    MolotoK escribió:
    Aunque los trabajadores compraran el negocio legalmente y lo transformaran en una cooperativa, seguirían siendo explotados por la oligarquía, el imperialismo, y por el estado a través de impuestos. Y eso en el caso de que pudieran permitírselo, pues los beneficios económicos de una empresa siempre acaban en el mismo bolsillo. Lo único que cambiaría es que esa cooperativa no explotaría a sus trabajadores.

    La importancia del uso de la fuerza, es para destruir el estado burgués y construir uno proletario, en donde se legalice la propiedad pública de los medios de producción; para que la producción se base en cubrir necesidades sociales, y no para obtener el máximo beneficio como pasa cuando los medios de producción son privados.
    ¿Podrías concretar un poco a qué te refieres con oligarquía e imperialismo? Tampoco entiendo qué quieres decir con lo de que el beneficio económico acaba en el mismo bolsillo. El beneficio acaba en el bolsillo de todos los trabajadores de la cooperativa, que para eso trabajan ahí. ¿O es que el trabajo no aporta beneficio ni riqueza?

    Por otra parte, es falso que las empresas quieran sacar el máximo beneficio a costa de cualquier cosa. La máxima de una empresa ha de ser "satisfacer al cliente al menor coste", y a partir de ahí, con un cliente contento, se obtienen los beneficios, nunca antes. Si algunos de vosotros es empresario sabréis que esto es así.


    PequeñoBurgués escribió:Cuando el Estado expropia un terreno privado para que pase por ella una autopista, ¿no es algo legal?
    Si es legal, no debería serlo. Nadie tiene derecho a robar a otros, y menos por motivos arbitrarios y en la mayoría de los casos inmorales.
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    Mensaje por PequeñoBurgués Sáb Jul 12, 2014 2:26 pm

    pero construir una autopista es un motivo arbitrario e inmoral?
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    Mensaje por Randian Sáb Jul 12, 2014 2:46 pm

    PequeñoBurgués escribió:pero construir una autopista es un motivo arbitrario e inmoral?
    Cuando no se atiende a las necesidades reales de mercado, sí es arbitrario e inmoral. Mira si no los aeropuertos y miles de kilómetros de AVE que se hicieron con dinero público. Nadie les da uso, no hay demanda para ese tipo de vías (o hay demanda, pero mucho menor) y sin embargo ahí están construidas. Es la personificación del despilfarro en España.
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    Mensaje por PequeñoBurgués Sáb Jul 12, 2014 2:56 pm

    Ya pero a ver, hay muchas autopistas que sí son muy útiles, para construirlas se expropió y no veo que sea criminal e inmoral hacerlo.
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    Mensaje por Randian Sáb Jul 12, 2014 2:59 pm

    PequeñoBurgués escribió:Ya pero a ver, hay muchas autopistas que sí son muy útiles, para construirlas se expropió y no veo que sea criminal e inmoral hacerlo.
    Aunque esas autopistas sean útiles, lo normal y justo hubiera sido negociar con los propietarios del terreno, y a partir mutuo acuerdo proceder a la construcción de las mismas. Expropiar es apropiarse violentamente del bien ajeno, cosa que considero inmoral.
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    Mensaje por Tripero Sáb Jul 12, 2014 3:28 pm

    Randian escribió:
    PequeñoBurgués escribió:pero construir una autopista es un motivo arbitrario e inmoral?
    Cuando no se atiende a las necesidades reales de mercado, sí es arbitrario e inmoral. Mira si no los aeropuertos y miles de kilómetros de AVE que se hicieron con dinero público. Nadie les da uso, no hay demanda para ese tipo de vías (o hay demanda, pero mucho menor) y sin embargo ahí están construidas. Es la personificación del despilfarro en España.


    Hay esta el fundamento errado de lo que vos planteas. Las cosas deben ser planteadas en función de lo que necesite el mercado, la patronal, y no de lo que necesite el pueblo, por eso bajo los intereses del mercado se puedensiertas cosas, pero cuando es en beneficio de por ejemplo, los trabajadores de las fábricas, o la gente que necesite transporte,se combierte en una tirania contra las libertades de propiedad. Y, si le sumas tu concepto tipico de "el fin nunca justifica las medios"...


    ¿Podrías concretar un poco a qué te refieres con oligarquía e imperialismo?

    no soy MolotoK como para responder,  aunque coinsido con los puntos que plantea.

    Las empresas,, estan condicionadas por los factores externos, no solo por su funcionamiento interno como "empresa privada", "PYME" "cooperativa". y en eso influyen los monopolios es decir, las oligarquias, los bancos, monopolios que tienen un caracter local y otros, un caracter internacional...


    Por otra parte, es falso que las empresas quieran sacar el máximo beneficio a costa de cualquier cosa. La máxima de una empresa ha de ser "satisfacer al cliente al menor coste", y a partir de ahí, con un cliente contento, se obtienen los beneficios, nunca antes. Si algunos de vosotros es empresario sabréis que esto es así.

    No, no es falso. Propones que los empresarios tienen una moral de de, complacer a sus clientes. De la misma forma que un arquitecto no busca complacer al dueño de la casa, los empresarios piensan en hacer mas dinero. Y en un principio no esta mal, por que es lo que nos hace comer. pero si eso hace que arruine a sus trabajadores, que pisoteen otras empresas mas chicas, que generen malestar en general, ya no esta tan bien.. Ya, vas a ver en cuanto se preocupa en complacer con sus productos Sony, que hace sus productos cada vez peores, para que se destruyan mas rapido.. o la leche de hoy, que cada vez m{as parece agua pintada de blanco...

    saludos
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    ¿Por qué los comunistas no pueden adquirir los medios de producción de manera legal? Empty Re: ¿Por qué los comunistas no pueden adquirir los medios de producción de manera legal?

    Mensaje por Randian Sáb Jul 12, 2014 4:11 pm

    Tripero escribió:
    Hay esta el fundamento errado de lo que vos planteas. Las cosas deben ser planteadas en función de lo que necesite el mercado, la patronal, y no de lo que necesite el pueblo, por eso bajo los intereses del mercado se puedensiertas cosas, pero cuando es en beneficio de por ejemplo, los trabajadores de las fábricas, o la gente que necesite transporte,se combierte en una tirania contra las libertades de propiedad. Y, si le sumas tu concepto tipico de "el fin nunca justifica las medios"...
    Tienes una visión errónea de lo que es el mercado. El mercado somos todos, toda la gente que demanda una serie de servicios y actúa en su beneficio de consumir los productos que necesita y que tiene el derecho de elegir entre unos y otros. No hay nada más democrático que atender y responder de esta manera a las necesidades de los ciudadanos. Nadie tiene (ni puede) decidir por otros cómo o qué necesitan para llevar una vida feliz, que al final eso a lo que todos aspiramos.


    Tripero escribió:No, no es falso. Propones que los empresarios tienen una moral de de, complacer a sus clientes. De la misma forma que un arquitecto no busca complacer al dueño de la casa, los empresarios piensan en hacer mas dinero. Y en un principio no esta mal, por que es lo que nos hace comer. pero si eso hace que arruine a sus trabajadores, que pisoteen otras empresas mas chicas, que generen malestar en general, ya no esta tan bien.. Ya, vas a ver en cuanto se preocupa en complacer con sus productos Sony, que hace sus productos cada vez peores, para que se destruyan mas rapido.. o la leche de hoy, que cada vez m{as parece agua pintada de blanco...
    Explícame entonces cómo puede, un empresario, hacer más dinero sin satisfacer al cliente. Como he dicho antes, si un cliente no está satisfecho, no hay beneficio. La única excepción es que la empresa no esté sometida al libre mercado ni a la libre competencia, es decir, si está subvencionada o mantiene un monopolio coercitivo (se le impide a los competidores entrar al mercado por medio del poder político). Si está subvencionada, ya no importa la satisfacción del cliente, si no la del político. Si la empresa se mantiene en monopolio coercitivo, entonces también da igual el cliente puesto que puede abusar de su posición monopolista.
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    ¿Por qué los comunistas no pueden adquirir los medios de producción de manera legal? Empty Re: ¿Por qué los comunistas no pueden adquirir los medios de producción de manera legal?

    Mensaje por Jordi de Terrassa Sáb Jul 12, 2014 4:23 pm

    Randian escribió:Es decir, comprándolos. Es una cosa que no he entendido nunca. Los comunistas quieren los medios de producción para poner en marcha sus negocios, peeeeero, no quieren comprarlos, si no arrebatarlos por la fuerza, robando, vamos.

    ¿Por qué no se asocian y aportando cada uno de ellos un poquito, los adquieren por la vía legal?  bounce 

    Que alguien me explique qué es lo que legitima el robo y el uso de la violencia para adquirir algo por lo que ya hay una vía legítima y justa, tanto para comprador como vendedor.
    Dijo el ladrón al robado.

    Desde Marx se sabe que toda acumulación originaria de capital tiene su origen en el engaño, o en la estafa, o en el tráfico de influencias, o en la apropiación indebida, o en el robo, o en el expolio, o en el atraco, o en la piratería, o en el tráfico de esclavos, o en la guerra de conquista, o en la explotación entre otros medios o en una combinación de algunos o todos ellos, y que el único medio que seguro que no sirve al fin de crear capital es cualquier forma de trabajo propio. Estos fenómenos no son cosa del pasado, del capitalismo manufacturero o industrial, en la actualidad, en la fase del dominio de la usura, de la banca de reserva fraccionaria, la expropiación de las clases populares también se producen de forma igual o más violenta, aunque mucho más sibilina. Junto a la tradicional deuda pública, han aparecido nuevas formas de acumulación de capital como el robo de las acciones preferentes, o la no dación en pago de las hipotecas.
    Karl Marx en El Capital, tomo I, capítulo XXIV, \"la llamada acumulación originaria" escribió:1 El secreto de la acumulación originaria

    […] Esta acumulación originaria viene a desempeñar en la Economía política más o menos el mismo papel que desempeña en la teología el pecado original. Adán mordió la manzana y con ello el pecado se extendió a toda la humanidad. Los orígenes de la primitiva acumulación pretenden explicarse relatándolos como una anécdota del pasado. En tiempos muy remotos —se nos dice—, había, de una parte, una élite trabajadora, inteligente y sobre todo ahorrativa, y de la otra, un tropel de descamisados, haraganes, que derrochaban cuanto tenían y aún más. Es cierto que la leyenda del pecado original teológico nos dice cómo el hombre fue condenado a ganar el pan con el sudor de su rostro; pero la historia del pecado original económico nos revela por qué hay gente que no necesita sudar para comer. No importa. Así se explica que mientras los primeros acumulaban riqueza, los segundos acabaron por no tener ya nada que vender más que su pelleja. De este pecado original arranca la pobreza de la gran masa que todavía hoy, a pesar de lo mucho que trabaja, no tiene nada que vender más que a sí misma y la riqueza de los pocos, riqueza que no cesa de crecer, aunque ya haga muchísimo tiempo que sus propietarios han dejado de trabajar. Estas niñerías insustanciales son las que al señor Thiers, por ejemplo, sirven todavía, con el empaque y la seriedad de un hombre de estado a los franceses, en otro tiempo tan ingeniosos, en defensa de la propriété [propiedad]. Pero tan pronto como se plantea el problema de la propiedad, se convierte en un deber sacrosanto abrazar el punto de vista de la cartilla infantil, como el único que cuadra a todas las edades y a todos los grados de desarrollo. Sabido es que en la historia real desempeñan un gran papel la conquista, la esclavitud, el robo y el asesinato, la violencia, en una palabra. Pero en la dulce Economía política ha reinado siempre el idilio. Las únicas fuentes de riqueza han sido desde el primer momento el derecho y el «trabajo», exceptuando siempre, naturalmente, «el año en curso». En la realidad, los métodos de la acumulación originaria fueron cualquier cosa menos idílicos.

    Ni el dinero ni la mercancía son de por sí capital, como no lo son tampoco los medios de producción ni los artículos de consumo. Hay que convertirlos en capital. Y para ello han de concurrir una serie de circunstancias concretas, que pueden resumirse así: han de enfrentarse y entrar en contacto dos clases muy diversas de poseedores de mercancías; de una parte, los propietarios de dinero, medios de producción y artículos de consumo deseosos de explotar la suma de valor de su propiedad mediante la compra de fuerza ajena de trabajo; de otra parte, los obreros libres, vendedores de su propia fuerza de trabajo y, por tanto, de su trabajo. Obreros libres en el doble sentido de que no figuran directamente entre los medios de producción, como los esclavos, los siervos, etc., ni cuentan tampoco con medios de producción de su propiedad como el labrador que trabaja su propia tierra, etc.; libres y desheredados. Con esta polarización del mercado de mercancías se dan las condiciones fundamentales de la producción capitalista. Las relaciones capitalistas presuponen el divorcio entre los obreros y la propiedad de las condiciones de realización del trabajo. Cuando ya se mueve por sus propios pies, la producción capitalista no sólo mantiene este divorcio, sino que lo reproduce en una escala cada vez mayor. Por tanto, el proceso que engendra el capitalismo sólo puede ser uno: el proceso de disociación entre el obrero y la propiedad de las condiciones de su trabajo, proceso que, de una parte, convierte en capital los medios sociales de vida y de producción, mientras que, de otra parte, convierte a los productores directos en obreros asalariados. La llamada acumulación originaria no es, pues, más que el proceso histórico de disociación entre el productor y los medios de producción. Se la llama «originaria» porque forma la prehistoria del capital y del modo capitalista de producción.

    La estructura económica de la sociedad capitalista brotó de la estructura económica de la sociedad feudal. Al disolverse ésta, salieron a la superficie los elementos necesarios para la formación de aquélla.

    El productor directo, el obrero, no pudo disponer de su persona hasta que no dejó de vivir encadenado a la gleba y de ser siervo dependiente de otra persona. Además, para poder convertirse en vendedor libre de fuerza de trabajo, que acude con su mercancía adondequiera que encuentre mercado, hubo de sacudir también el yugo de los gremios, sustraerse a las ordenanzas sobre aprendices y oficiales y a todos los estatutos que embarazaban el trabajo. Por eso, en uno de sus aspectos, el movimiento histórico que convierte a los productores en obreros asalariados representa la liberación de la servidumbre y la coacción gremial, y este aspecto es el único que existe para nuestros historiadores burgueses. Pero, si enfocamos el otro aspecto, vemos que estos trabajadores recién emancipados sólo pueden convertirse en vendedores de sí mismos, una vez que se vean despojados de todos sus medios de producción y de todas las garantías de vida que las viejas instituciones feudales les aseguraban. Y esta expropiación queda inscrita en los anales de la historia con trazos indelebles de sangre y fuego.

    A su vez, los capitalistas industriales, estos potentados de hoy, tuvieron que desalojar, para llegar a este puesto, no sólo a los maestros de los gremios artesanos, sino también a los señores feudales, en cuyas manos se concentraban las fuentes de la riqueza. Desde este punto de vista, su ascensión es el fruto de una lucha victoriosa contra el poder feudal y sus indignantes privilegios, contra los gremios y las trabas que estos ponían al libre desarrollo de la producción y a la libre explotación del hombre por el hombre. Pero los caballeros de la industria sólo consiguieron desplazar por completo a los caballeros de la espada explotando sucesos en que no tenían la menor parte de culpa. Subieron y triunfaron por procedimientos no menos viles que los que en su tiempo empleó el liberto romano para convertirse en señor de su patrono.

    El proceso de donde salieron el obrero asalariado y el capitalista, tuvo como punto de partida la esclavización del obrero.

    En la historia de la acumulación originaria hacen época todas las transformaciones que sirven de punto de apoyo a la naciente clase capitalista, y sobre todo los momentos en que grandes masas de hombres son despojadas repentina y violentamente de sus medios de subsistencia y lanzadas al mercado de trabajo como proletarios libres y desheredados. Sirve de base a todo este proceso la expropiación que priva de su tierra al productor rural, al campesino. Su historia presenta una modalidad diversa en cada país, y en cada uno de ellos recorre las diferentes fases en distinta gradación y en épocas históricas diversas. Reviste su forma clásica sólo en Inglaterra, país que aquí tomamos, por tanto, como modelo. […]

    El sistema del crédito público, es decir, de la deuda del estado, cuyos orígenes descubríamos ya en Génova y en Venecia en la Edad Media, se adueñó de toda Europa durante el período manufacturero. El sistema colonial, con su comercio marítimo y sus guerras comerciales, le sirvió de acicate. Por eso fue Holanda el primer país en que arraigó. La deuda pública, o sea, la enajenación del estado —absoluto, constitucional o republicano—, imprime su sello a la era capitalista. La única parte de la llamada riqueza nacional que entra real y verdaderamente en posesión colectiva de los pueblos modernos es... la deuda pública. Por eso es perfectamente consecuente esa teoría moderna, según la cual un pueblo es tanto más rico cuanto más se carga de deudas. El crédito público se convierte en credo del capitalista. Y al surgir las deudas del estado, el pecado contra el Espíritu Santo, para el que no hay remisión, cede el puesto al perjurio contra la deuda pública.

    La deuda pública se convierte en una de las palancas más potentes de la acumulación originaria. Es como una varita mágica que infunde virtud procreadora al dinero improductivo y lo convierte en capital sin exponerlo a los riesgos ni al esfuerzo que siempre lleva consigo la inversión industrial e incluso la usuraria. En realidad, los acreedores del estado no entregan nada, pues la suma prestada se convierte en títulos de la deuda pública, fácilmente negociables, que siguen desempeñando en sus manos el mismísimo papel del dinero. Pero aun prescindiendo de la clase de rentistas ociosos que así se crea y de la riqueza improvisada que va a parar al regazo de los usureros que actúan de mediadores entre el Gobierno y el país —así como de la riqueza regalada a los arrendadores de impuestos, comerciantes y fabricantes particulares, a cuyos bolsillos afluye una buena parte de los empréstitos del estado, como un capital llovido del cielo—, la deuda pública ha venido a dar impulso a las sociedades anónimas, al tráfico de efectos negociables de todo género, al agio; en una palabra, a la lotería de la bolsa y a la moderna bancocracia.

    Desde el momento mismo de nacer, los grandes bancos, adornados con títulos nacionales, no fueron nunca más que sociedades de especuladores privados que cooperaban con los gobiernos y que, gracias a los privilegios que éstos les otorgaban, estaban en condiciones de adelantarles dinero. Por eso, la acumulación de la deuda pública no tiene barómetro más infalible que el alza progresiva de las acciones de estos bancos, cuyo pleno desarrollo data de la fundación del Banco de Inglaterra (en 1694). Este último comenzó prestando su dinero al Gobierno a un 8 por 100 de interés; al mismo tiempo, quedaba autorizado por el parlamento para acuñar dinero del mismo capital, volviendo a prestarlo al público en forma de billetes de banco. Con estos billetes podía descontar letras, abrir créditos sobre mercancías y comprar metales preciosos. No transcurrió mucho tiempo antes de que este mismo dinero fiduciario fabricado por él le sirviese de moneda para saldar los empréstitos hechos al estado y para pagar los intereses de la deuda pública por cuenta de éste. No contento con dar con una mano para recibir con la otra más de lo que daba, seguía siendo, a pesar de lo que se embolsaba, acreedor perpetuo de la nación hasta el último céntimo entregado. Poco a poco, fue convirtiéndose en depositario insustituible de los tesoros metálicos del país y en centro de gravitación de todo el crédito comercial. Por los años en que Inglaterra dejaba de quemar brujas, comenzaba a colgar falsificadores de billetes de banco. Las obras de aquellos años, por ejemplo, las de Bolingbroke muestran qué impresión producía a las gentes de la época la súbita aparición de este monstruo de bancócratas, usureros, rentistas, corredores, agentes y lobos de bolsa.

    Con la deuda pública surgió un sistema internacional de crédito, detrás del que se esconde con frecuencia, en tal o cual pueblo, una de las fuentes de la acumulación originaria. Así, por ejemplo, las infamias del sistema de rapiña seguido en Venecia constituyen una de esas bases ocultas de la riqueza capitalista de Holanda, a quien la Venecia decadente prestaba grandes sumas de dinero. Otro tanto acontece entre Holanda e Inglaterra. Ya a comienzos del siglo XVIII, las manufacturas holandesas se habían quedado muy atrás y Holanda había perdido la supremacía comercial e industrial. Por eso, desde 1701 hasta 1776, uno de sus negocios principales consiste en prestar capitales gigantescos, sobre todo a su poderoso competidor: a Inglaterra. Es lo mismo que hoy ocurre entre Inglaterra y los Estados Unidos. Muchos de los capitales que hoy comparecen en Norteamérica sin cédula de origen son sangre infantil recién capitalizada en Inglaterra. La gran parte que toca a la deuda pública, así como al sistema fiscal correspondiente, en la capitalización de la riqueza y la expropiación de las masas, ha inducido a una serie de escritores como Cobbett, Doubleday y otros a buscar erróneamente en aquélla la causa fundamental de la miseria de los pueblos modernos. […]
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    Mensaje por Jordi de Terrassa Sáb Jul 12, 2014 4:28 pm

    COMO FUE EXPROPIADA DEL SUELO LA POBLACIÓN RURAL

    En Inglaterra, la servidumbre había desaparecido ya, de hecho, en los últimos años del siglo XIV. En esta época, y más todavía en el transcurso del siglo XV, la inmensa mayoría de la población se componía de campesinos libres, dueños de la tierra que trabajaban, cualquiera que fuese la etiqueta feudal bajo la que ocultasen su propiedad. En las grandes fincas señoriales, el bailiff [gerente de finca], antes siervo, había sido desplazado por el arrendatario libre. Los jornaleros agrícolas eran, en parte, campesinos que aprovechaban su tiempo libre para trabajar a sueldo de los grandes terratenientes y, en parte, una clase especial relativa y absolutamente poco numerosa de verdaderos asalariados. Más también éstos eran, de hecho, a la par que jornaleros, labradores independientes, puesto que, además del salario, se les daba casa y labranza con una cabida de 4 y más acres. Además, tenían derecho a compartir con los verdaderos labradores el aprovechamiento de los terrenos comunales en los que pastaban sus ganados y que, al mismo tiempo, les suministraban la madera, la leña, la turba, etc... La producción feudal se caracteriza, en todos los países de Europa, por la división del suelo entre el mayor número posible de tributarios. El poder del señor feudal, como el de todo soberano, no descansaba solamente en la longitud de su rollo de rentas, sino en el número de sus súbditos, que, a su vez, dependía de la cifra de campesinos independientes. Por eso, aunque después de la conquista normanda el suelo inglés se dividió en unas pocas baronías gigantescas, entre las que había algunas que abarcaban por sí solas hasta 900 lorazgos anglosajones antiguos, estaba salpicado de pequeñas explotaciones campesinas, interrumpidas sólo de vez en cuando por grandes fincas señoriales. Estas condiciones, combinadas con el esplendor de las ciudades característico del siglo XV, permitían que se desarrollase aquella riqueza nacional que el canciller Fortescue describe con tanta elocuencia en su Laudibus Legum Angliae («La superioridad de las leyes inglesas»), pero cerraban el paso a la riqueza capitalista.

    El preludio de la transformación que había de echar los cimientos para el régimen de producción capitalista, coincide con el último tercio del siglo XV y los primeros decenios del XVI. El licenciamiento de las huestes feudales —que, como dice acertadamente Sir James Steuart, «llenaban inútilmente en todas partes casas y patios»— lanzó al mercado de trabajo a una masa de proletarios libres y desheredados. El poder real, producto también del desarrollo burgués, en su deseo de conquistar la soberanía absoluta aceleró violentamente la disolución de estas huestes feudales, pero no fue ésa, ni mucho menos, la única causa que la produjo. Los grandes señores feudales, levantándose tenazmente contra la monarquía y el parlamento, crearon un proletariado incomparablemente mayor, al arrojar violentamente a los campesinos de las tierras que cultivaban y sobre las que tenían los mismos títulos jurídicos feudales que ellos, y al usurparles sus bienes comunales. El florecimiento de las manufacturas laneras de Flandes y la consiguiente alza de los precios de la lana, fue lo que sirvió de acicate directo para esto en Inglaterra. La antigua aristocracia había sido devorada por las guerras feudales, la nueva era ya una hija de sus tiempos, de unos tiempos en los que el dinero es la potencia de las potencias. Por eso enarboló como bandera la transformación de las tierras de labor en terrenos de pastos para ovejas. En su Description of England. Prefixed to Holinshed's Chronicles («Descripción de Inglaterra. Antepuesta a las Crónicas Holinshed»), Harrison describe cómo la expropiación de los pequeños agricultores arruina al país. «What care our great encroachers!» (« ¡Qué se les da de esto a nuestros grandes usurpadores!») Las casas de los campesinos y los cottages (chozas) de los obreros fueron violentamente arrasados o entregados a la ruina.

    «Consultando los viejos inventarios de las fincas señoriales» —dice Harrison—, «vemos que han desaparecido innumerables casas y pequeñas haciendas de campesinos; que el campo sostiene a mucha menos gente; que muchas ciudades se han arruinado, aunque hayan florecido algo otras nuevas... También podríamos decir algo de las ciudades y los pueblos destruidos para convertirlos en pastos para ovejas y en los que sólo quedan en pie las casas de los señores».

    Aunque exageradas siempre, las lamentaciones de estas viejas crónicas describen con toda exactitud la impresión que producía en los hombres de la época la revolución que se estaba operando en las condiciones de producción. Comparando las obras de Tomás Moro con las del canciller Fortescue es como mejor se ve el abismo que separa al siglo XV del XVI. Como observa acertadamente Thornton, la clase obrera inglesa se precipitó directamente, sin transición, de la edad de oro a la edad de hierro.

    La legislación se echó a temblar ante la transformación que se estaba operando. No había llegado todavía a ese apogeo de la civilización en que la «Wealth of the Nation» [«la riqueza nacional»], es decir, la creación de capital y la despiadada explotación y depauperación de la masa del pueblo, se considera como la última Thule de toda sabiduría política. En su historia de Enrique VII, dice Bacon:

    «Por aquella época» (1489), «fueron haciéndose más frecuentes las quejas contra la transformación de las tierras de labranza en terrenos de pastos (pastos de ganado lanar, etc.), fáciles de atender con unos cuantos pastores; los arrendamientos temporales de por vida y por años» (de los que vivían una gran parte de los yeomen) «fueron convertidos en fincas dominicales. Esto trajo la decadencia del pueblo y, con ella, la decadencia de ciudades, iglesias, diezmos... En aquella época, la sabiduría del rey y del parlamento para curar el mal fue verdaderamente maravillosa... Dictaron medidas contra esta usurpación, que estaba despoblando los terrenos comunales (depopulating inclosures), y contra el régimen despoblador de los pastos (depopulating pasturage), que seguía las huellas de aquélla».

    Un decreto de Enrique VII, dictado en 1489, c. 19, prohibió la destrucción de todas las casas de labradores que tuviesen asignados más de 20 acres de tierra. Enrique VIII (el acto del año 25 de su reinado) confirma la misma ley. En este decreto se dice, entre otras cosas, que «se acumulan en pocas manos muchas tierras arrendadas y grandes rebaños de ganado, principalmente de ovejas, lo que hace que las rentas de la tierra suban mucho y la labranza (tillage) decaiga extraordinariamente, que sean derruidas iglesias y casas, quedando asombrosas masas de pueblo incapacitadas para ganarse su vida y mantener a sus familias».

    En vista de esto, la ley ordena que se restauren las granjas arruinadas, establece la proporción que debe guardarse entre las tierras de labranza y los terrenos de pastos, etc. Una ley de 1533 se queja de que haya propietarios que poseen hasta 24.000 cabezas de ganado lanar y limita el número de éstas a 2.000. Ni las quejas del pueblo, ni la legislación prohibitiva, que comienza con Enrique VII y dura ciento cincuenta años, consiguieron absolutamente nada contra el movimiento de expropiación de los pequeños arrendatarios y campesinos. Bacon nos revela, sin saberlo, el secreto de este fracaso. «El decreto de Enrique VII» —dice en sus Essays, civil and moral («Ensayos de lo civil y lo moral.), sect. 29— «encerraba un sentido profundo y maravilloso, puesto que creaba explotaciones agrícolas y casas de labranza de una determinada dimensión normal, es decir, les garantizaba una proporción de tierra que les permitía traer al mundo súbditos suficientemente ricos y sin posición servil, poniendo el arado en manos de propietarios y no de gentes a sueldo» («to keep the plough in the hand of the owners and not hirelings»)

    Precisamente lo contrario de lo que exigía, para instalarse, el sistema capitalista: la sujeción servil de la masa del pueblo, la transformación de éste en un tropel de gentes a sueldo y de sus medios de trabajo en capital. Durante este período de transición, la legislación procuró también mantener el límite de 4 acres de tierra para los cottages del jornalero del campo, prohibiéndole meter en su casa gentes a sueldo. Todavía en 1627, reinando Carlos I, fue condenado un Roger Crocker de Fontmill por haber construido en el manor (finca) de Fontmill un cottage sin asignarle como anejo permanente 4 acres de tierra; en 1638, reinando aún Carlos I, se nombró una comisión real encargada de imponer la ejecución de las antiguas leyes, principalmente la que exigía los 4 acres de tierra como mínimo; todavía Cromwell prohíbe la construcción de casas en 4 millas a la redonda de Londres sin dotarlas de 4 acres de tierra. Más tarde, en la primera mitad del siglo XVIII, se formulan todavía quejas cuando el cottage de un jornalero del campo no tiene asignados, por lo menos, de 1 a 2 acres. Hoy día, el bracero del campo se da por satisfecho con tal de tener una casa con huerto o de poder arrendar dos varas de tierra a regular distancia.

    «Terratenientes y arrendatarios» —dice el Dr. Hunter— «se dan la mano en este punto. Pocos acres de tierra bastarían para que el jornalero del campo disfrutase de demasiada independencia».

    La Reforma, con su séquito de colosales depredaciones de los bienes de la Iglesia, vino a dar, en el siglo XVI, un nuevo y espantoso impulso al proceso violento de expropiación de la masa del pueblo. Al producirse la Reforma, la Iglesia católica era propietaria feudal de una gran parte del suelo inglés. La persecución contra los conventos, etc., transformó a sus moradores en proletariado. Muchos de los bienes de la Iglesia fueron regalados a unos cuantos rapaces protegidos del rey o vendidos por un precio irrisorio a especuladores rurales y a personas residentes en la ciudad, quienes, reuniendo sus explotaciones, arrojaron de ellas en masa a los antiguos arrendatarios, que las venían cultivando de padres a hijos. El derecho de los labradores empobrecidos a percibir una parte de los diezmos de la Iglesia, derecho garantizado por la ley, había sido ya tácitamente confiscado. Pauper ubique jacet, exclama la reina Isabel, después de recorrer Inglaterra. Por fin, en el año 43 de su reinado, el Gobierno no tuvo más remedio que dar estado oficial al pauperismo, creando el impuesto de pobreza.

    «Los autores de esta ley no se atrevieron a proclamar sus razones y, rompiendo con la tradición de siempre, la promulgaron sin ningún preámbulo» (exposición de motivos).

    Por la ley promulgada al año 16 del reinado de Carlos I, 4, este impuesto fue declarado perpetuo, y sólo a partir de 1834 cobró una forma nueva y más rigurosa. Pero estas consecuencias inmediatas de la Reforma no fueron las más persistentes. El patrimonio eclesiástico era el baluarte religioso detrás del cual se atrincheraba el régimen antiguo de propiedad territorial. Al derrumbarse aquél, éste tampoco podía mantenerse en pie Todavía en los últimos decenios del siglo XVII, la yeomanry, clase de campesinos independientes, era más numerosa que la clase de los arrendatarios. La yeomanry había sido el puntal más firme de Cromwell, y el propio Macaulay confiesa que estos labradores ofrecían un contraste muy ventajoso con aquellos hidalgüelos borrachos y sus lacayos, los curas rurales, cuya misión consistía en casar las «mozas predilectas». Todavía no se había despojado a los jornaleros del campo de su derecho de copropiedad sobre los bienes comunales. Alrededor de 1750, desapareció la yeomanry y en los últimos decenios del siglo XVIII se borraron hasta los últimos vestigios de propiedad comunal de los agricultores. Aquí, prescindimos de los factores puramente económicos que intervinieron en la revolución de la agricultura y nos limitamos a indagar los factores de violencia que la impulsaron.

    Bajo la restauración de los Estuardos, los terratenientes impusieron legalmente una usurpación que en todo el continente se había llevado también a cabo sin necesidad de los trámites de la ley. Esta usurpación consistió en abolir el régimen feudal del suelo, es decir, en transferir sus deberes tributarios al estado, «indemnizando» a éste por medio de impuestos sobre los campesinos y el resto de las masas del pueblo, reivindicando la moderna propiedad privada sobre fincas en las que sólo asistían a los terratenientes títulos feudales y, finalmente, dictando aquellas leyes de residencia (laws of settlement) que, mutatis mutandis, [con cambios correspondientes] ejercieron sobre los labradores ingleses la misma influencia que el edicto del tártaro Borís Godunov sobre los campesinos rusos.

    La «glorious Revolution» (Revolución gloriosa) entregó el poder, al ocuparlo Guillermo III de Orange y capitalistas-acaparadores. Estos elementos consagraron la nueva era, entregándose en una escala gigantesca al saqueo de los terrenos de dominio público, que hasta entonces sólo se había practicado en proporciones muy modestas. Estos terrenos fueron regalados, vendidos a precios irrisorios o simplemente anexionados a otros de propiedad privada, sin encubrir la usurpación bajo forma alguna. Y todo esto se llevó a cabo sin molestarse en cubrir ni la más mínima apariencia legal. Estos bienes del dominio público, apropiados de modo tan fraudulento, en unión de los bienes de que se despojó a la Iglesia —los que no le habían sido usurpados ya por la revolución republicana—, son la base de esos dominios principescos que hoy posee la oligarquía inglesa. Los capitalistas burgueses favorecieron esta operación, entre otras cosas, para convertir el suelo en un artículo puramente comercial, extender la zona de las grandes explotaciones agrícolas, hacer que aumentase la afluencia a la ciudad de proletarios libres y desheredados del campo, etc. Además, la nueva aristocracia de la tierra era la aliada natural de la nueva bancocracia, de la alta finanza, que acababa de dejar el cascarón, y de los grandes manufactureros, atrincherados por aquel entonces detrás del proteccionismo aduanero. La burguesía inglesa obró en defensa de sus intereses con el mismo acierto con que la de Suecia, siguiendo el camino contrario y haciéndose fuerte en su baluarte económico, el campesinado, apoyó a los reyes desde 1604 y más tarde bajo Carlos X y Carlos XI y les ayudó a rescatar por la fuerza los bienes de la Corona de manos de la oligarquía.

    Los bienes comunales —completamente distintos de los bienes de dominio público, a que acabamos de referirnos— eran una institución de viejo origen germánico, que se mantenía en vigor bajo el manto del feudalismo. Hemos visto que la usurpación violenta de estos bienes, acompañada casi siempre por la transformación de las tierras de labor en pastos, comienza a fines del siglo XV y prosigue a lo largo del siglo XVI. Sin embargo, en aquellos tiempos este proceso revestía la forma de una serie de actos individuales de violencia, contra los que la legislación luchó infructuosamente durante 150 años. El progreso aportado por el siglo XVIII consiste en que ahora la propia ley se convierte en vehículo de esta depredación de los bienes del pueblo, aunque los grandes arrendatarios sigan empleando también, de paso, sus pequeños métodos personales e independientes. La forma parlamentaria que reviste este despojo es la de los Bills for Inclosures of Commons (leyes sobre el cercado de terrenos comunales); dicho en otros términos, decretos por medio de los cuales los terratenientes se regalan a sí mismos en propiedad privada las tierras del pueblo, decretos de expropiación del pueblo. Sir F. M. Eden se contradice a sí mismo en el astuto alegato curialesco en que procura explicar la propiedad comunal como propiedad privada de los grandes terratenientes que recogen la herencia de los señores feudales, al reclamar una «ley general del Parlamento sobre el derecho a cercar los terrenos comunales», reconociendo con ello, que la transformación de estos bienes en propiedad privada no puede prosperar sin un golpe de estado parlamentario, a la par que pide a la legislación una «indemnización, para los pobres expropiados.

    Al paso que los yeomen independientes eran sustituidos por los tenants-at-will —pequeños colonos con contrato por un año, es decir, una chusma servil sometida al capricho de los terratenientes—, el despojo de los bienes del dominio público, y sobre todo la depredación sistemática de los terrenos comunales, ayudaron a incrementar esas grandes posesiones que se conocían en el siglo XVIII con los nombres de haciendas capitales o haciendas de comerciantes, y que dejaron a la población campesina «disponible» como proletariado al servicio de la industria.

    Sin embargo, el siglo XVIII todavía no alcanza a comprender, en la medida en que había de comprenderlo el XIX, la identidad entre la riqueza nacional y la pobreza del pueblo. Por eso en los libros de Economía de esta época se produce una violentísima polémica en torno a la «inclosure of commons»). Entresaco unos cuantos pasajes de los materiales copiosísimos que tengo a la vista, para poner de relieve de un modo más vivo la situación.

    «En muchas parroquias de Hertfordshire» —escribe una pluma indignada— «24 haciendas, cada una de las cuales contaba, por término medio, de 50 a 150 acres de extensión, se han fundido para formar sólo 3». «En Northamptonshire y Lincolnshire se ha impuesto la norma de cercar los terrenos comunales, y la mayoría de los lorazgos creados de este modo se han convertido en pastizales; a consecuencia de ello, hay muchos lorazgos que antes labraban 1.500 acres y que hoy no labran ni 50... Las ruinas de las viejas casas, cuadras y graneros», son los únicos vestigios de los antiguos moradores. «En algunos sitios, cien casas y familias han quedado reducidas... a 8 ó 10... En la mayoría de las parroquias, donde sólo se han comenzado a cercar los terrenos comunales desde hace quince o veinte años, los propietarios de tierra son en la actualidad poquísimos, en comparación con las cifras existentes cuando el suelo se cultivaba en régimen abierto. Es bastante frecuente encontrarse con lorazgos enteros recientemente cercados que antes se distribuían entre 20 ó 30 colonos y otros tantos pequeños labradores y tributarios, que hoy están usurpados por 4 ó 5 ganaderos ricos. Todos aquellos labradores fueron desalojados de sus tierras, en unión de sus familias y de muchas otras a las que daban trabajo y sustento».

    Los terrenos anexionados por el terrateniente colindante, bajo pretexto de cercarlos, no eran siempre tierras yermas, sino también, con frecuencia, tierras cultivadas mediante un tributo al municipio, o comunalmente.

    «Me refiero aquí al cercado de terrenos abiertos y de tierras ya cultivadas. Hasta los autores que defienden las inclosures reconocen que estos cercados refuerzan el monopolio de las grandes granjas, hacen subir el precio de las subsistencias y fomentan la despoblación... También al cercar los terrenos yermos, como ahora se hace, se despoja a los pobres de una parte de sus medios de sustento, incrementando haciendas que son ya de suyo harto grandes». «Si la tierra» —dice el Dr. Price— «cae en poder de un puñado de grandes colonos, los pequeños arrendatarios (en otro sitio los llama «una muchedumbre de pequeños propietarios y colonos que se mantienen a sí mismos y a sus familias con el producto de la tierra trabajada por ellos, con las ovejas, las aves, los cerdos, etc., que mandan a pastar a los terrenas comunales, no necesitando apenas, por tanto, comprar víveres para su consumo») «se verán convertidos en hombres obligados a trabajar para otros si quieren comer y tendrán que ir al mercado para proveerse de cuanto necesiten... Tal vez se trabaje más, porque la coacción será también mayor... Crecerán las ciudades y manufacturas, pues se verá empujada a ellas más gente en busca de trabajo. He aquí el camino hacia el que lógicamente se orienta la concentración de la propiedad territorial y por el que, desde hace muchos años, se viene marchando ya efectivamente en este reino».

    Y resume los efectos generales de las inclosures en estos términos:

    «En general, la situación de las clases humildes del pueblo ha empeorado en casi todos los sentidos; los pequeños propietarios de tierras y colonos se han visto reducidos al nivel de jornaleros y asalariados, a la par que se les hace cada vez más difícil ganarse la vida en esta situación».

    En efecto, la usurpación de las tierras comunales y la revolución agrícola que la acompañaba empeoraron hasta tal punto la situación de los obreros agrícolas que, según el propio Eden, entre 1765 y 1780, su salario comenzó a descender por debajo del nivel mínimo, haciéndose necesario completarlo con el socorro oficial de pobreza. Su jornal, dice Eden, «alcanzaba a duras penas a cubrir sus necesidades más perentorias».

    Oigamos ahora un instante a un defensor de las inclosures y adversario del Dr. Price.

    «No es lógico inferir que exista despoblación porque ya no se vea a la gente derrochar su trabajo en campo abierto... Si al convertir a los pequeños labradores en personas obligadas a trabajar para otros, se moviliza más trabajo, es ésta una ventaja que la nación» (entre la que no figuran, naturalmente, los que sufren la transformación apuntada), «tiene que ver con buenos ojos... El producto será mayor si su trabajo combinado se emplea en una sola hacienda, así se creará un sobrante para las manufacturas haciendo de este modo que las manufacturas, una de las minas de oro de nuestra nación aumenten en proporción a la cantidad de trigo producido».
    Sir F. M. Eden, matizado además de tory y de «filántropo», nos ofrece, por cierto, un ejemplo de la impasibilidad estoica con que los economistas contemplan las violaciones más descaradas del «sacrosanto derecho de propiedad» y la violencia más brutal contra la persona, cuando esto es necesario para echar los cimientos del régimen capitalista de producción. Toda la serie de despojos brutales, horrores y vejaciones que lleva aparejados la expropiación violenta del pueblo desde el último tercio del siglo XV hasta fines del siglo XVIII, sólo le inspira a nuestro autor esta «confortable» reflexión final:

    «Era necesario restablecer la proporción debida (due) entre la tierra de labor y la destinada al ganado. Todavía durante todo el siglo XIV y la mayor parte del XV, por cada acre dedicado a ganadería había dos, tres y hasta cuatro dedicados a labranza. A mediados del siglo XVI, la proporción era ya de dos acres de ganadería por dos de labranza y más tarde de dos a uno, hasta que por último se consiguió establecer la proporción debida de tres acres de pastizales por cada acre de labranza».

    En el siglo XIX se pierde, como es lógico, hasta el recuerdo de la conexión existente entre el agricultor y los bienes comunales. Para no hablar de los tiempos posteriores, bastará decir que la población rural no obtuvo ni un céntimo de indemnizaciones por los 3.511.770 acres de tierras comunales que entre los años de 1801 y 1831 le fueron arrebatados y ofrecidos como regalo a los terratenientes por el parlamento de terratenientes.

    Finalmente, el último gran proceso de expropiación de los agricultores es el llamado Clearing of Estates («limpieza de fincas», que en realidad consistía en barrer de ellas a los hombres).

    Todos los métodos ingleses que hemos venido estudiando culminan en esta «limpieza». Como veíamos al describir en la sección anterior la situación moderna, ahora que ya no había labradores independientes que barrer, las «limpias» llegan a barrer los mismos cottages, no dejando a los braceros del campo sitio siquiera para alojarse en las tierras que trabajan. Sin embargo, para saber lo que significa esto del «clearing of estates» en el sentido estricto de la palabra, tenemos que trasladarnos a la tierra de promisión de la literatura novelesca moderna: las montañas de Escocia. Es aquí donde este proceso a que nos referimos se distingue por su carácter sistemático, por la magnitud de la escala en que se opera de golpe (en Irlanda hubo terratenientes que consiguieron barrer varias aldeas a la vez; en la alta Escocia se trata de extensiones de la magnitud de los ducados alemanes), y finalmente, por la forma especial de la propiedad inmueble usurpada.

    Los celtas de alta Escocia estaban divididos en clanes, y cada clan era propietario de los terrenos por él colonizados. El representante del clan, su jefe o «caudillo», no era más que un simple propietario titular de estos terrenos, del mismo modo que la reina de Inglaterra lo era del suelo de toda la nación. Cuando el Gobierno inglés hubo conseguido sofocar las guerras internas de estos «caudillos» y sus constantes irrupciones en las llanuras de la baja Escocia, los jefes de los clanes no abandonaron, ni mucho menos, su antiguo oficio de bandoleros; se limitaron a cambiarlo de forma. Por sí y ante sí, transformaron su derecho titular de propiedad en un derecho de propiedad privada, y como las gentes de los clanes opusieran resistencia, decidieron desalojarlas por la fuerza de sus posesiones.
    «Con el mismo derecho» —dice el profesor Newman— «podría un rey de Inglaterra atreverse a arrojar a sus súbditos al mar».

    En las obras de Sir James Steuart y James Anderson podemos seguir las primeras fases de esta revolución que en Escocia comienza después de la última intentona del pretendiente. En el siglo XVIII, a los gaeles lanzados de sus tierras se les prohibía al mismo tiempo emigrar del país, para así empujarlos por la fuerza a Glasgow y a otros centros fabriles de la región. Como ejemplo del método de expropiación predominante en el siglo XIX, bastará citar las «limpias» llevadas a cabo por la duquesa de Sutherland. Esta señora, muy instruida en las cuestiones de Economía política decidió, apenas hubo ceñido la corona de duquesa, aplicar a sus posesiones un tratamiento radical económico, convirtiendo todo su condado —cuyos habitantes, mermados por una serie de procesos anteriores semejantes a éste, habían ido quedando ya reducidos a 15.000— en pastos para ovejas. Desde 1814 hasta 1820 se desplegó una campaña sistemática de expulsión y exterminio para quitar de en medio a estos 15.000 habitantes, que formarían, aproximadamente, unas 3.000 familias. Todas sus aldeas fueron destruidas y arrasadas, sus campos convertidos todos en terreno de pastos. Las tropas británicas, enviadas por el Gobierno para ejecutar las órdenes de la duquesa, hicieron fuego contra los habitantes, expulsados de sus tierras. Una anciana pereció abrasada entre las llamas de su choza, por negarse a abandonarla. Así consiguió la señora duquesa apropiarse de 794.000 acres de tierra, pertenecientes al clan desde tiempos inmemoriales.

    A los naturales del país desahuciados les asignó en la orilla del mar unos 6.000 acres, a razón de dos por familia. Hasta la fecha, esos 6.000 acres habían permanecido yermos, sin producir ninguna renta a sus propietarios. Llevada de su altruismo, la duquesa se dignó arrendar estos eriales por una renta media de 2 chelines y 6 peniques cada acre a aquellos mismos miembros del clan que habían vertido su sangre por su familia desde hacía siglos. Todos los terrenos robados al clan fueron divididos en 29 grandes granjas destinadas a la cría de lanares, atendida cada una de ella por una sola familia; los pastores eran, en su mayoría, braceros de arrendatarios ingleses. En 1825, los 15.000 gaeles habían sido sustituidos ya por 131.000 ovejas. Los aborígenes arrojados a la orilla del mar procuraban, entretanto, mantenerse de la pesca; se convirtieron en anfibios y vivían, según dice un escritor inglés de la época, mitad en tierra y mitad en el mar, sin vivir entre todo ello más que a medias.

    Pero los bravos gaeles habían de pagar todavía más cara aquella idolatría romántica de montañeses por los «caudillos» de los clanes. El olor del pescado les dio en la nariz a los señores. Estos, barruntando algo de provecho en aquellas playas, las arrendaron a las grandes pescaderías de Londres, y los gaeles fueron arrojados de sus casas por segunda vez.

    Finalmente, una parte de los pastos fue convertida en cotos de caza. Como es sabido, en Inglaterra no existen verdaderos bosques. La caza que corre por los parques de los aristócratas es, en realidad, ganado doméstico, gordo como los aldermen [concejales] de Londres. Por eso, Escocia es, para los ingleses, el último asilo de la «noble pasión» de la caza.

    «En la montaña» —dice Somers en 1848— «se han extendido considerablemente los cotos de caza. A un lado de Gaick tenemos el nuevo coto de caza de Glenfeshie y al otro lado el nuevo coto de caza de Ardverikie. En la misma dirección, tenemos el Black Mount, un erial inmenso, recién crecido. De Este a Oeste, desde las inmediaciones de Aberdeen hasta las rocas de Oban, se extiende ahora una línea ininterrumpida de cotos de caza, mientras que en otras regiones de la alta Escocia se alzan los cotos de caza nuevos de Loch Archaig, Glengarry, Glenmoriston, etc. Al convertirse sus tierras en terrenos de pastos para ovejas..., los gaeles se vieron empujados a las comarcas estériles. Ahora la caza comienza a sustituir a las ovejas, empujando a aquéllos a una miseria todavía más espantosa... Los montes de caza no pueden convivir con la gente. Uno de los dos tiene que batirse en retirada y abandonar el campo. Si en los próximos veinticinco años los cotos de caza siguen creciendo en las mismas proporciones que en el último cuarto de siglo, no quedará ni un solo gael en su tierra natal. Este movimiento que se ha desarrollado entre los propietarios de las comarcas monstruosas se debe, en parte, a la moda, a la manía aristocrática, a la afición a la caza, etc., pero hay también muchos que explotan esto con la mira puesta exclusivamente en la ganancia, pues es indudable que, muchas veces, un pedazo de montaña convertido en coto de caza es bastante más rentable que empleado como terreno de pastos... El aficionado que busca un coto de caza no pone a su deseo más límite que la anchura de su bolsa... Sobre la montaña escocesa han llovido penalidades no menos crueles que las impuestas a Inglaterra por la política de los reyes normandos. A la caza se la deja correr en libertad, sin tasarle el terreno: en cambio, a las personas se las acosa y se las mete en fajas de tierras cada vez más estrechas... Al pueblo le fueron arrebatadas unas libertades tras otras... Y la opresión crece diariamente. Los propietarios siguen la norma de diezmar y exterminar a la gente como un principio fijo, como una necesidad agrícola, lo mismo que se talan los árboles y la maleza en las espesuras de América y Australia, y esta operación sigue su marcha tranquila y comercial»

    La depredación de los bienes de la Iglesia, la enajenación fraudulenta de las tierras del dominio público, el saqueo de los terrenos comunales, la metamorfosis, llevada a cabo por la usurpación y el terrorismo más inhumano de la propiedad feudal y del patrimonio del clan en la moderna propiedad privada: he ahí otros tantos métodos idílicos de acumulación originaria. Con estos métodos se abrió paso a la agricultura capitalista, se incorporó el capital a la tierra y se crearon los contingentes de proletarios libres y privados de medios de vida que necesitaba la industria de las ciudades.

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    ¿Por qué los comunistas no pueden adquirir los medios de producción de manera legal? Empty Re: ¿Por qué los comunistas no pueden adquirir los medios de producción de manera legal?

    Mensaje por Jordi de Terrassa Sáb Jul 12, 2014 4:30 pm

    LEGISLACIÓN SANGRIENTA CONTRA LOS EXPROPIADOS, A PARTIR DE FINES DEL SIGLO XV. LEYES REDUCIENDO EL SALARIO

    Los contingentes expulsados de sus tierras al disolverse las huestes feudales y ser expropiados a empellones y por la fuerza formaban un proletariado libre y privado de medios de existencia, que no podía ser absorbido por las manufacturas con la misma rapidez con que aparecía en el mundo. Por otra parte, estos seres que de repente se veían lanzados fuera de su órbita acostumbrada de vida, no podían adaptarse con la misma celeridad a la disciplina de su nuevo estado. Y así, una masa de ellos fue convirtiéndose en mendigos, salteadores y vagabundos; algunos por inclinación, pero los más, obligados por las circunstancias. De aquí que a fines del siglo XV y durante todo el siglo XVI se dictase en toda Europa Occidental una legislación sangrienta persiguiendo el vagabundaje. De este modo, los padres de la clase obrera moderna empezaron viéndose castigados por algo de que ellos mismos eran víctimas, por verse reducidos a vagabundos y mendigos. La legislación los trataba como a delincuentes «voluntarios», como si dependiese de su buena voluntad el continuar trabajando en las viejas condiciones, ya abolidas.

    En Inglaterra, esta legislación comenzó bajo el reinado de Enrique VII.

    Enrique VIII, 1530: Los mendigos viejos e incapacitados para el trabajo deberán proveerse de licencia para mendigar. Para los vagabundos capaces de trabajar, por el contrario, azotes y reclusión. Se les atará a la parte trasera de un carro y se les azotará hasta que la sangre mane de su cuerpo, devolviéndolos luego, bajo juramento, a su pueblo natal o al sitio en que hayan residido durante los últimos tres años, para que «se pongan a trabajar» (to put himself to labour). ¡Qué ironía tan cruel! El acto del año 27 del reinado de Enrique VIII reitera el estatuto anterior, pero con nuevas adiciones, que lo hacen todavía más riguroso. En caso de reincidencia de vagabundaje, deberá azotarse de nuevo al culpable y cortarle media oreja; a la tercera vez que se le coja, se le ahorcará como criminal peligroso y enemigo de la sociedad.

    Eduardo VI: Un estatuto dictado en el primer año de su reinado, en 1547, ordena que si alguien se niega a trabajar se le asigne como esclavo a la persona que le denuncie como holgazán. El dueño deberá alimentar a su esclavo con pan y agua, bodrio y los desperdicios de carne que crea conveniente. Tiene derecho a obligarle a que realice cualquier trabajo, por muy repelente que sea, azotándole y encadenándole, si fuera necesario. Si el esclavo desaparece durante dos semanas, se le condenará a esclavitud de por vida, marcándole a fuego con una S [S-Slave, esclavo, en inglés] en la frente o en un carrillo; si huye por tercera vez, se le ahorcará como reo de alta traición. Su dueño puede venderlo, legarlo a sus herederos o cederlo como esclavo, exactamente igual que el ganado o cualquier objeto mueble. Los esclavos que se confabulen contra sus dueños serán también ahorcados. Los jueces de paz seguirán las huellas a los pícaros, tan pronto se les informe. Si se averigua que un vagabundo lleva tres días seguidos haraganeando, se le expedirá a su pueblo natal con una V marcada a fuego en el pecho, y le sacarán con cadenas a la calle a trabajar en la construcción de carreteras o empleándole en otros servicios. El vagabundo que indique un falso pueblo de nacimiento será castigado a quedarse en él toda la vida como esclavo, sea de los vecinos o de la corporación, y se le marcará a fuego con una S. Todo el mundo tiene derecho a quitarle al vagabundo sus hijos y tenerlos bajo su custodia como aprendices: los hijos hasta los veinticuatro años, las hijas hasta los veinte. Si se escapan, serán entregados como esclavos, hasta dicha edad, a sus maestros, quienes podrán azotarlos, cargarlos de cadenas, etc., a su libre albedrío. El maestro puede poner a su esclavo un anillo de hierro en el cuello, el brazo o la pierna, para identificarlo mejor y tenerlo más a mano. En la última parte de este estatuto se establece que ciertos pobres podrán ser obligados a trabajar para el lugar o el individuo que les dé de comer y-beber y les busque trabajo. Esta clase de esclavos parroquiales subsiste en Inglaterra hasta bien entrado el siglo XIX, bajo el nombre de roundsmen (rondadores).

    Isabel, 1572: Los mendigos sin licencia y mayores de catorce años serán azotados sin misericordia y marcados con hierro candente en la oreja izquierda, caso de que nadie quiera tomarlos durante dos años a su servicio. En caso de reincidencia, siempre que sean mayores de dieciocho años y nadie quiera tomarlos por dos años a su servicio, serán ahorcados. Al incidir por tercera vez, se les ahorcará irremisiblemente como reos de alta traición. Otros estatutos semejantes: el del año 18 del reinado de Isabel, c. 13, y la ley de 1597.

    Jacobo I: Todo el que no tenga empleo fijo y se dedique a mendigar es declarado vagabundo. Los jueces de paz de las Petty Sessions quedan autorizados a mandar a azotarlos en público y a recluirlos en la cárcel, a la primera vez que se les sorprenda, por seis meses, a la segunda, por dos años. Durante su permanencia en la cárcel, podrán ser azotados tantas veces y en tanta cantidad como los jueces de paz crean conveniente... Los vagabundos peligrosos e incorregibles deberán ser marcados a fuego con una R en el hombro izquierdo y sujetos a trabajos forzados; y si se les sorprende nuevamente mendigando, serán ahorcados sin misericordia. Estos preceptos, que conservan su fuerza legal hasta los primeros años del siglo XVIII, sólo fueron derogados por el reglamento del año 12 del reinado de Ana, c. 23.

    Leyes parecidas a éstas se dictaron también en Francia, en cuya capital se había establecido, a mediados del siglo XVII, un verdadero reino de vagabundos (royaume des truands). Todavía en los primeros años del reinado de Luis XVI (Ordenanza del 13 de julio de 1777), disponía la ley que se mandase a galeras a todas las personas de dieciséis a sesenta años que, gozando de salud, careciesen de medios de vida y no ejerciesen ninguna profesión. Normas semejantes se contenían en el estatuto dado por Carlos V, en octubre de 1537, para los Países Bajos, en el primer edicto de los estados y ciudades de Holanda (l9 de marzo de 1614), en el bando de las Provincias Unidas (25 de junio de 1649), etc.

    Véase, pues, cómo después de ser violentamente expropiados y expulsados de sus tierras y convertidos en vagabundos, se encajaba a los antiguos campesinos, mediante leyes grotescamente terroristas a fuerza de palos, de marcas a fuego y de tormentos, en la disciplina que exigía el sistema del trabajo asalariado.

    No basta con que las condiciones de trabajo cristalicen en uno de los polos como capital y en el polo contrario como hombres que no tienen nada que vender más que su fuerza de trabajo. Ni basta tampoco con obligar a éstos a venderse voluntariamente. En el transcurso de la producción capitalista, se va formando una clase obrera que, a fuerza de educación, de tradición, de costumbre, se somete a las exigencias de este régimen de producción como a las más lógicas leyes naturales. La organización del proceso capitalista de producción ya desarrollado vence todas las resistencias; la creación constante de una superpoblación relativa mantiene la ley de la oferta y la demanda de trabajo y, por ello, l salario a tono con las necesidades de crecimiento del capital, y la presión sorda de las condiciones económicas sella el poder de mando del capitalista sobre el obrero. Todavía se emplea, de vez en cuando, la violencia directa, extraeconómica; pero sólo en casos excepcionales. Dentro de la marcha natural de las cosas, ya puede dejarse al obrero a merced de las «leyes naturales de la producción», es decir, puesto en dependencia del capital, dependencia que las propias condiciones de producción engendran, garantizan y perpetúan. Durante la génesis histórica de la producción capitalista, no ocurre aun así. La burguesía, que va ascendiendo, necesita y emplea todavía el poder del estado para «regular» los salarios, es decir, para sujetarlos dentro de los límites que benefician a la extracción de plusvalía, y para alargar la jornada de trabajo y mantener al mismo obrero en el grado normal de dependencia. Es éste un factor esencial de la llamada acumulación originaria.

    La clase de los obreros asalariados, que surgió en la segunda mitad del siglo XIV, sólo representaba por aquel entonces y durante el siglo siguiente una parte muy pequeña de la población y tenía bien cubierta la espalda por la economía de los campesinos independientes, de una parte, y, de otra, por la organización gremial de las ciudades. Tanto en la ciudad como en el campo, había una cierta afinidad social entre patronos y obreros. La supeditación del trabajo al capital era sólo formal; es decir, el modo de producción no presentaba aún un carácter específicamente capitalista. El elemento variable del capital predominaba considerablemente sobre el constante. Por eso, la demanda de trabajo asalariado crecía rápidamente con cada acumulación de capital mientras la oferta sólo le seguía lentamente. Por aquel entonces, todavía se invertía en el fondo de consumo del obrero una gran parte del producto nacional, que más tarde había de convertirse en fondo de acumulación de capital.

    En Inglaterra, la legislación sobre el trabajo asalariado, encaminada desde el primer momento a la explotación del obrero y enemiga de él desde el primer instante hasta el último, comienza con el Statute of Labourers [Estatuto de obreros] de Eduardo III, en 1349. A él corresponde, en Francia la Ordenanza de 1350, dictada en nombre del rey Juan. La legislación inglesa y francesa sigue rumbos paralelos y tienen idéntico contenido. En la parte en que los estatutos obreros procuran imponer la prolongación de la jornada de trabajo no hemos de volver sobre ellos, pues este punto ha sido tratado ya; parte 5 del capítulo 8.

    El Statute of Labourers se dictó ante las apremiantes quejas de la Cámara de los Comunes.
    «Antes» —dice candorosamente un tory— «los pobres exigían unos jornales tan altos, que ponían en trance de ruina la industria y la riqueza. Hoy, sus salarios son tan bajos, que ponen también en trance de ruina la industria y la riqueza, pero de otro modo y tal vez más amenazadoramente que antes».

    En este estatuto se establece una tarifa legal de salarios para el campo y la ciudad, por piezas y por días. Los obreros del campo deberán contratarse por años, los de la ciudad «en el mercado libre». Se prohíbe, bajo penas de cárcel, abonar jornales superiores a los señalados por el estatuto, pero el delito de percibir tales salarios ilegales se castiga con mayor dureza que el delito de abonarlos. Siguiendo esta norma, en las sec. 18 y 19 del Estatuto de aprendices dictado por la reina Isabel se castiga con diez días de cárcel al que abone jornales excesivos; en cambio, al que los cobre se le castiga con veintiuno. Un estatuto de 1360 aumenta las penas y autoriza incluso al patrono para imponer, mediante castigos corporales, el trabajo por el salario tarifado. Todas las combinaciones, contratos, juramentos, etc., con que se obligan entre sí los albañiles y los carpinteros son declarados nulos. Desde el siglo XIV hasta 1825, el año de la abolición de las leyes anticoalicionistas, las coaliciones obreras son consideradas como un grave crimen. Cuál era el espíritu que inspiraba el estatuto obrero de 1349 y sus hermanos menores se ve claramente con sólo advertir que en él se fijaba por imperio del estado un salario máximo; lo que no se prescribía ni por asomo era un salario mínimo.

    Durante el siglo XVI, empeoró considerablemente, como se sabe, la situación de los obreros. El salario en dinero subió, pero no proporcionalmente a la depreciación del dinero y a la correspondiente subida de los precios de las mercancías. En realidad, pues, los jornales bajaron. A pesar de ello, seguían en vigor las leyes encaminadas a hacerlos bajar, con la conminación de cortar la oreja y marcar con el hierro candente a aquellos «que nadie quisiera tomar a su servicio». El Estatuto de aprendices del año 5 del reinado de Isabel, c. 3, autorizaba a los jueces de paz a fijar determinados salarios y modificarlos, según las épocas del año y los precios de las mercancías. Jacobo I hizo extensiva esta norma a los tejedores, los hilanderos y toda suerte de categorías obreras, y Jorge II extendió las leyes contra las coaliciones obreras a todas las manufacturas.

    Dentro del período propiamente manufacturero, el régimen capitalista de producción sentíase ya lo suficientemente fuerte para que la reglamentación legal de los salarios fuese tan impracticable como superflua, pero se conservaban, por si acaso, las armas del antiguo arsenal. Todavía el reglamento publicado el año 8 del reinado de Jorge II prohíbe que los oficiales de sastre de Londres y sus alrededores cobren más de 2 chelines y 7 peniques y medio de jornal, salvo en casos de duelo público; el reglamento del año 13 del reinado de Jorge III, c. 68, encomienda a los jueces de paz la reglamentación del salario de los tejedores en seda; todavía en 1796, fueron necesarios dos fallos de los tribunales superiores para decidir si las órdenes de los jueces de paz sobre salarios regían también para los obreros no agrícolas; en 1799, una ley del parlamento confirma que el salario de los obreros mineros de Escocia se halla reglamentado por un estatuto de la reina Isabel y dos leyes escocesas de 1661 y 1671. Un episodio inaudito, producido en la Cámara de los Comunes de Inglaterra, vino a demostrar hasta qué punto habían cambiado las cosas. Aquí, donde durante más de 400 años se habían estado fabricando leyes sobre la tasa máxima que en modo alguno podía rebasar el salario pagado a un obrero, se levantó en 1796 un diputado, Whitbread, para proponer un salario mínimo para los jornaleros del campo. Pitt se opuso a la propuesta, aunque reconociendo que «la situación de los pobres era cruel». Por fin, en 1813 fueron derogadas las leyes sobre reglamentación de salarios. Estas leyes eran una ridícula anomalía, desde el momento en que el capitalista regía la fábrica con sus leyes privadas, haciéndose necesario completar el salario del bracero del campo con el tributo de pobreza para llegar al mínimo indispensable. Las normas de los Estatutos obreros sobre los contratos entre el patrono y sus jornaleros, sobre los plazos de aviso, etc., las que sólo permiten demandar por lo civil contra el patrono que falta a sus deberes contractuales, permitiendo, en cambio, procesar por lo criminal al obrero que no cumple los suyos, siguen en pleno vigor hasta la fecha.

    Las crueles leyes contra las coaliciones hubieron de derogarse en 1825, ante la actitud amenazadora del proletariado. No obstante, sólo fueron derogadas parcialmente. Hasta 1859 no desaparecieron algunos hermosos vestigios de los antiguos estatutos. Finalmente, la ley votada por el parlamento el 29 de junio de 1871 prometió borrar las últimas huellas de esta legislación de clase, mediante el reconocimiento legal de las tradeuniones. Pero otra ley parlamentaria de la misma fecha (An act to amend the criminal law relating to violence, threats and molestation) («Acto para enmendar la criminal ley acerca de la violencia, las amenazas y las vejaciones») restablece, en realidad, el antiguo estado de derecho bajo una forma nueva. Mediante este escamoteo parlamentario, los recursos de que pueden valerse los obreros en caso de huelga o lockout (huelga de los fabricantes coaligados, para cerrar sus fábricas), se sustraen al derecho común y se someten a una legislación penal de excepción, que los propios fabricantes son los encargados de interpretar, en su función de jueces de paz. Dos años antes, la misma Cámara de los Comunes y el mismo señor Gladstone, con su proverbial honradez, habían presentado un proyecto de ley aboliendo todas las leyes penales de excepción contra la clase obrera. Pero no se le dejó pasar de la segunda lectura, y se fue dando largas al asunto, hasta que, por fin, el «gran partido liberal», fortalecido por la alianza con los tories, tuvo la valentía necesaria para votar contra el mismo proletariado que le había encaramado en el poder. No contento con esta traición, el «gran partido liberal» permitió que los jueces ingleses, que tanto se desviven en el servicio a las clases gobernantes, desenterrasen las leyes ya prescritas sobre las «conspiraciones» y las aplicasen a las coaliciones obreras. Como se ve, el parlamento inglés renunció a las leyes contra las huelgas y las tradeuniones de mala gana y presionado por las masas, después de haber desempeñado él durante cinco siglos, con el egoísmo más desvergonzado, el papel de una tradeunión permanente de los capitalistas contra los obreros.

    En los mismos comienzos de la tormenta revolucionaria, la burguesía francesa se atrevió a arrebatar de nuevo a los obreros el derecho de asociación que acababan de conquistar. Por decreto del 14 de junio de 1791, declaró todas las coaliciones obreras como un «atentado contra la libertad y la Declaración de los Derechos del Hombre», sancionable con una multa de 500 libras y privación de la ciudadanía activa durante un año. Esta ley, que, poniendo a contribución el poder policíaco del estado, procura encauzar dentro de los límites que al capital le plazcan la lucha de concurrencia entablada entre el capital y el trabajo, sobrevivió a todas las revoluciones y cambios de dinastía. Ni el mismo régimen del terror se atrevió a tocarla. No se la borró del Código penal hasta hace muy poco. Nada más elocuente que el pretexto que se dio, al votar la ley para justificar este golpe de estado burgués. «Aunque es de desear —dice el ponente de la ley, Le Chapelier— que los salarios suban por encima de su nivel actual, para que quienes los perciben puedan sustraerse a esa dependencia absoluta que supone la carencia de los medios de vida más elementales, y que es casi la esclavitud», a los obreros se les niega el derecho a ponerse de acuerdo sobre sus intereses, a actuar conjuntamente y, por tanto, a vencer esa «dependencia absoluta, que es casi la esclavitud», porque con ello herirían «la libertad de sus cidevant maîtres [anteriores dueños] y actuales patronos» (¡la libertad de mantener a los obreros en la esclavitud!), y porque el coaligarse contra el despotismo de los antiguos maestros de las corporaciones equivaldría —¡adivínese!— a restaurar las corporaciones abolidas por la Constitución francesa.
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    ¿Por qué los comunistas no pueden adquirir los medios de producción de manera legal? Empty Re: ¿Por qué los comunistas no pueden adquirir los medios de producción de manera legal?

    Mensaje por Randian Sáb Jul 12, 2014 4:35 pm

    Jordi de Terrassa escribió:Dijo el ladrón al robado.

    Desde Marx se sabe que toda acumulación originaria de capital tiene su origen en el engaño, o en la estafa, o en el tráfico de influencias, o en la apropiación indebida, o en el robo, o en el expolio, o en el atraco, o en la piratería, o en el tráfico de esclavos, o en la guerra de conquista, o en la explotación entre otros medios o en una combinación de algunos o todos ellos, y que el único medio que seguro que no sirve al fin de crear capital es cualquier forma de trabajo propio. Estos fenómenos no son cosa del pasado, del capitalismo manufacturero o industrial, en la actualidad, en la fase del dominio de la usura, de la banca de reserva fraccionaria, la expropiación de las clases populares también se producen de forma igual o más violenta, aunque mucho más sibilina. Junto a la tradicional deuda pública, han aparecido nuevas formas de acumulación de capital como el robo de las acciones preferentes, o la no dación en pago de las hipotecas.
    No sé lo que ocurría hace 100 o 200 años, y tampoco me importa. Yo te hablo de ahora, de la situación actual. Te hablo de máquinas de precisión alemanas de producción industrial, que cuestan una pasta, que han sido producidas en Alemania por ingenieros y obreros cualificados, todos ellos muy bien pagados (de los mejores pagados del mundo, de hecho). Estas cosas cuesta producirlas. Mi pregunta es por qué los comunistas consideran que tienen derecho a apropiarse de esto por la fuerza. Si el mundo funcionase así, ¿quién iba después a trabajar para producir estos bienes para que después un tercero se los arrebate?
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    ¿Por qué los comunistas no pueden adquirir los medios de producción de manera legal? Empty Re: ¿Por qué los comunistas no pueden adquirir los medios de producción de manera legal?

    Mensaje por Razion Sáb Jul 12, 2014 4:39 pm

    Muy buena intervención Jordi. La mayoría de los defensores del libre mercado, se olvidan como la burguesía se hizo fuerte mediante la apropiación por la fuerza (y otras tramoyas) de los medios de producción.
    Sin ir más lejos, cuando triunfan las revoluciones burguesas, se expropia a los defensores del feudalismo (parte de la nobleza, a la iglesia, etc). Se expropia también al pequeño campesino (explicado por Marx en el capítulo citado).
    En el caso (Latino) Americano, cuando se sucedieron las revoluciones de la independencia se expropió a los realistas. Luego, cuando se procedió a conquistar a sangre y fuego (de manera genocida) el "desierto" (es decir, a someter a los nativos), se expropió a comunidades enteras y esas tierras fueron a parar a pocas manos -Incluso en el caso yanqui se fue más benévolo ya que se repartió la tierra entre "farmers" y demás-. Esas mismas familias conformaron las denominadas oligarquías nacionales, íntimamente ligadas al imperialismo de turno.
    Pero no solo eso, hoy a través del Estado, se vive expropiando al trabajador en beneficio de los grandes capitales. La crisis capitalista golpea primero al trabajador; los grandes capitalistas que desmantelan y funden empresas para "salvarse" -o simplemente enriquecerse y re-posicionarse- nunca pagan las deudas que mantienen con los trabajadores (algo común en las empresas que presentan quiebra), e incluso son los primeros en exigir la ejecución de la pequeña propiedad del trabajador (ya que el gran capital industrial y el bancario están fusionados). Eso sin detenernos en la apropiación de trabajo ajeno impago que a diario se realiza sobre los trabajadores. La expropiación de los principales expropiadores y explotadores, es uno de los mayores actos de justicia.
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    ¿Por qué los comunistas no pueden adquirir los medios de producción de manera legal? Empty Re: ¿Por qué los comunistas no pueden adquirir los medios de producción de manera legal?

    Mensaje por Randian Sáb Jul 12, 2014 4:53 pm

    Razion escribió:Pero no solo eso, hoy a través del Estado, se vive expropiando al trabajador en beneficio de los grandes capitales. La crisis capitalista golpea primero al trabajador; los grandes capitalistas que desmantelan y funden empresas para "salvarse" -o simplemente enriquecerse y re-posicionarse- nunca pagan las deudas que mantienen con los trabajadores (algo común en las empresas que presentan quiebra), e incluso son los primeros en exigir la ejecución de la pequeña propiedad del trabajador (ya que el gran capital industrial y el bancario están fusionados). Eso sin detenernos en la apropiación de trabajo ajeno impago que a diario se realiza sobre los trabajadores. La expropiación de los principales expropiadores y explotadores, es uno de los mayores actos de justicia.

    Madre mía, qué cantidad de demagogia. Pensaba que estábamos tratando un debate serio y plural, pero veo que al final todos los caminos llevan al mismo lugar. :facepalm:
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    ¿Por qué los comunistas no pueden adquirir los medios de producción de manera legal? Empty Re: ¿Por qué los comunistas no pueden adquirir los medios de producción de manera legal?

    Mensaje por Jordi de Terrassa Sáb Jul 12, 2014 4:56 pm

    Randian escribió:
    Jordi de Terrassa escribió:Dijo el ladrón al robado.

    Desde Marx se sabe que toda acumulación originaria de capital tiene su origen en el engaño, o en la estafa, o en el tráfico de influencias, o en la apropiación indebida, o en el robo, o en el expolio, o en el atraco, o en la piratería, o en el tráfico de esclavos, o en la guerra de conquista, o en la explotación entre otros medios o en una combinación de algunos o todos ellos, y que el único medio que seguro que no sirve al fin de crear capital es cualquier forma de trabajo propio. Estos fenómenos no son cosa del pasado, del capitalismo manufacturero o industrial, en la actualidad, en la fase del dominio de la usura, de la banca de reserva fraccionaria, la expropiación de las clases populares también se producen de forma igual o más violenta, aunque mucho más sibilina. Junto a la tradicional deuda pública, han aparecido nuevas formas de acumulación de capital como el robo de las acciones preferentes, o la no dación en pago de las hipotecas.
    No sé lo que ocurría hace 100 o 200 años, y tampoco me importa. Yo te hablo de ahora, de la situación actual. Te hablo de máquinas de precisión alemanas de producción industrial, que cuestan una pasta, que han sido producidas en Alemania por ingenieros y obreros cualificados, todos ellos muy bien pagados (de los mejores pagados del mundo, de hecho). Estas cosas cuesta producirlas. Mi pregunta es por qué los comunistas consideran que tienen derecho a apropiarse de esto por la fuerza. Si el mundo funcionase así, ¿quién iba después a trabajar para producir estos bienes para que después un tercero se los arrebate?

    Los fenómenos no son cosa del pasado, del capitalismo manufacturero o industrial, en la actualidad, en la fase del dominio de la usura, de la banca de reserva fraccionaria, la expropiación de las clases populares también se producen de forma igual o más violenta, aunque mucho más sibilina. Junto a la tradicional deuda pública, han aparecido nuevas formas de acumulación de capital como el robo de las acciones preferentes, o la no dación en pago de las hipotecas.

    Las máquinas las comprarían las mismas empresas que las compran ahora, solo que una vez expropiados los ladrones actuales los beneficios los disfrutan íntegramente los ingenieros y obreros, que han producido dichas máquinas, y no los ladrones actuales que se apropian del trabajo de los ingenieros y obreros que como usted bien sabe han producido dichas máquinas.

    Saludos.
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    ¿Por qué los comunistas no pueden adquirir los medios de producción de manera legal? Empty Re: ¿Por qué los comunistas no pueden adquirir los medios de producción de manera legal?

    Mensaje por Tripero Sáb Jul 12, 2014 4:59 pm

    Randian escribió:
    Jordi de Terrassa escribió:Dijo el ladrón al robado.

    Desde Marx se sabe que toda acumulación originaria de capital tiene su origen en el engaño, o en la estafa, o en el tráfico de influencias, o en la apropiación indebida, o en el robo, o en el expolio, o en el atraco, o en la piratería, o en el tráfico de esclavos, o en la guerra de conquista, o en la explotación entre otros medios o en una combinación de algunos o todos ellos, y que el único medio que seguro que no sirve al fin de crear capital es cualquier forma de trabajo propio. Estos fenómenos no son cosa del pasado, del capitalismo manufacturero o industrial, en la actualidad, en la fase del dominio de la usura, de la banca de reserva fraccionaria, la expropiación de las clases populares también se producen de forma igual o más violenta, aunque mucho más sibilina. Junto a la tradicional deuda pública, han aparecido nuevas formas de acumulación de capital como el robo de las acciones preferentes, o la no dación en pago de las hipotecas.
    No sé lo que ocurría hace 100 o 200 años, y tampoco me importa. Yo te hablo de ahora, de la situación actual. Te hablo de máquinas de precisión alemanas de producción industrial, que cuestan una pasta, que han sido producidas en Alemania por ingenieros y obreros cualificados, todos ellos muy bien pagados (de los mejores pagados del mundo, de hecho). Estas cosas cuesta producirlas. Mi pregunta es por qué los comunistas consideran que tienen derecho a apropiarse de esto por la fuerza. Si el mundo funcionase así, ¿quién iba después a trabajar para producir estos bienes para que después un tercero se los arrebate?



    Estas hablando ahora? claro, como si no fuera el hoy un producto de la historia, como si los latifundios no tuviesen que ver con tierras expropiadas..

    Igual, podemos habar de todas formas del ahora. las fabricas son construidas, desde el principio, POR OBREROS. Te basas con el principio de que por estar bien pagos dejan de estar explotados. Te pregunto, Para invertir en comprar esas maquinas, de donde carajo sacaron ese dinero? ahoorraron mucho? les fue bien con una PYME?
    te pregunto tambien, con la logica de "que importa lo que haya pasado hace un tiempo". ¡qué carajo importa el que la fabricó? si el que la trabaja, es el tipo que está todos los dias en la maquina, y hay un tipo lucrandose con eso, con el obrero y su trabajo...  que tiene que hacer el burgues ahi? no es mas que un parásito..



    Madre mía, qué cantidad de demagogia. Pensaba que estábamos tratando un debate serio y plural, pero veo que al final todos los caminos llevan al mismo lugar. :facepalm:

    Razionse empeño en hacer una respuesta que esta entrando en el debate... lo minimo que podes hacer, es responderle con coherencia, no hacer caritas bobas insinuando una falta de argumento, cuando vos sos el que no tiene ninguno. Te invito a hacer intervenciones haciendonos ver que estamos equivocados, no textos como el ultimo, troll.
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    Mensaje por Razion Sáb Jul 12, 2014 5:01 pm

    Randian escribió:
    Razion escribió:Pero no solo eso, hoy a través del Estado, se vive expropiando al trabajador en beneficio de los grandes capitales. La crisis capitalista golpea primero al trabajador; los grandes capitalistas que desmantelan y funden empresas para "salvarse" -o simplemente enriquecerse y re-posicionarse- nunca pagan las deudas que mantienen con los trabajadores (algo común en las empresas que presentan quiebra), e incluso son los primeros en exigir la ejecución de la pequeña propiedad del trabajador (ya que el gran capital industrial y el bancario están fusionados). Eso sin detenernos en la apropiación de trabajo ajeno impago que a diario se realiza sobre los trabajadores. La expropiación de los principales expropiadores y explotadores, es uno de los mayores actos de justicia.

    Madre mía, qué cantidad de demagogia. Pensaba que estábamos tratando un debate serio y plural, pero veo que al final todos los caminos llevan al mismo lugar.  :facepalm:

    Claro, como Ud no comparte la opinión, en lugar de contraargumentar se dedica a descalificar. Bien anti-democrática su actitud.
    Como Argentino que soy, todo lo que menciono, lo hago en base a la experiencias recientes de la crisis que tuvimos en el 2001. No hace 200 o 100 años.
    Por otro lado, la mayor inversión en el área privada la hace el Estado a través de innumerables subsidios y de políticas económicas que benefician al sector más concentrado, pero que deprecian la calidad de vida -concretamente los salarios- de la mayoría del Pueblo.
    Pero bueno, Usted entró en este foro supuestamente a debatir, y lo que hace es cercenar el debate con comentarios que nada aportan. Estamos acostumbrados al ingreso de provocadores.
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    Mensaje por Randian Sáb Jul 12, 2014 5:03 pm

    Jordi de Terrassa escribió:
    Las máquinas las comprarían las mismas empresas que las compran ahora, solo que una vez expropiados los ladrones actuales los beneficios los disfrutan íntegramente los ingenieros y obreros, que han producido dichas máquinas, y no los ladrones actuales que se apropian del trabajo de los ingenieros y obreros que como usted bien sabe han producido dichas máquinas.

    ¿Y esos ladrones son... ?  Rolling Eyes 

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    ¿Por qué los comunistas no pueden adquirir los medios de producción de manera legal? Empty Re: ¿Por qué los comunistas no pueden adquirir los medios de producción de manera legal?

    Mensaje por Tripero Sáb Jul 12, 2014 5:15 pm

    Randian escribió:
    Jordi de Terrassa escribió:
    Las máquinas las comprarían las mismas empresas que las compran ahora, solo que una vez expropiados los ladrones actuales los beneficios los disfrutan íntegramente los ingenieros y obreros, que han producido dichas máquinas, y no los ladrones actuales que se apropian del trabajo de los ingenieros y obreros que como usted bien sabe han producido dichas máquinas.

    ¿Y esos ladrones son... ?  Rolling Eyes 



    Acá se ve que tu actutud es meramente de troll, de agitador y de provocador... si leiste, el capital, el manifiesto, un resumen de resumen de "marx para principiantes", o, si prestaste atencion a cualquier intervencion de un forero de acá, sabes perfectamente de que ladrones está hablando.
    Si no, no se que carajo estas haciendo aca hablando de lo que no tenés idea.... ¿de que carajo se estuvo hablando todo el topic? respondiendo eso responderas a tu pregunta, que no es mas que una forreada como la que venis haciendo en tu corto estar en el foro.. si seguis así, va a ser todavía mas corto.
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    ¿Por qué los comunistas no pueden adquirir los medios de producción de manera legal? Empty Re: ¿Por qué los comunistas no pueden adquirir los medios de producción de manera legal?

    Mensaje por Randian Sáb Jul 12, 2014 5:18 pm

    Razion escribió:
    Claro, como Ud no comparte la opinión, en lugar de contraargumentar se dedica a descalificar. Bien anti-democrática su actitud.
    Como Argentino que soy, todo lo que menciono, lo hago en base a la experiencias recientes de la crisis que tuvimos en el 2001. No hace 200 o 100 años.
    Por otro lado, la mayor inversión en el área privada la hace el Estado a través de innumerables subsidios y de políticas económicas que benefician al sector más concentrado, pero que deprecian la calidad de vida -concretamente los salarios- de la mayoría del Pueblo.
    Pero bueno, Usted entró en este foro supuestamente a debatir, y lo que hace es cercenar el debate con comentarios que nada aportan. Estamos acostumbrados al ingreso de provocadores.
    Como comprenderás, yo pregunto por una cosa y tú me sales con desahucios y demás, tengo que calificarlo como demagogia. No es por trollear ni nada personal, es como lo veo yo.

    Estoy de acuerdo en que el Estado no debería subsidiar nada. Es lo que expliqué antes. Si el Estado otorga privilegios a ciertas empresas, éstas ya no se preocuparán por el cliente, si no por el político. El Estado no debe entrometerse de ninguna manera en la función empresarial. De hecho, no debería entrometerse en prácticamente ningún asunto.

    Tripero escribió:
    Estas hablando ahora? claro, como si no fuera el hoy un producto de la historia, como si los latifundios no tuviesen que ver con tierras expropiadas..

    Igual, podemos habar de todas formas del ahora. las fabricas son construidas, desde el principio, POR OBREROS. Te basas con el principio de que por estar bien pagos dejan de estar explotados. Te pregunto, Para invertir en comprar esas maquinas, de donde carajo sacaron ese dinero? ahoorraron mucho? les fue bien con una PYME?
    te pregunto tambien, con la logica de "que importa lo que haya pasado hace un tiempo". ¡qué carajo importa el que la fabricó? si el que la trabaja, es el tipo que está todos los dias en la maquina, y hay un tipo lucrandose con eso, con el obrero y su trabajo... que tiene que hacer el burgues ahi? no es mas que un parásito..
    ¿Qué burgués ni qué niño muerto? La empresa que produce esa maquinaria está formada por ingenieros, obreros cualificados, etc. Cada uno recibe su remuneración de acuerdo a su aportación al proceso productivo. ¿Dónde está ahí el parásito?
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    ¿Por qué los comunistas no pueden adquirir los medios de producción de manera legal? Empty Re: ¿Por qué los comunistas no pueden adquirir los medios de producción de manera legal?

    Mensaje por Hectito Sáb Jul 12, 2014 5:21 pm

    Randian escribió:
    Razion escribió:
    Claro, como Ud no comparte la opinión, en lugar de contraargumentar se dedica a descalificar. Bien anti-democrática su actitud.
    Como Argentino que soy, todo lo que menciono, lo hago en base a la experiencias recientes de la crisis que tuvimos en el 2001. No hace 200 o 100 años.
    Por otro lado, la mayor inversión en el área privada la hace el Estado a través de innumerables subsidios y de políticas económicas que benefician al sector más concentrado, pero que deprecian la calidad de vida -concretamente los salarios- de la mayoría del Pueblo.
    Pero bueno, Usted entró en este foro supuestamente a debatir, y lo que hace es cercenar el debate con comentarios que nada aportan. Estamos acostumbrados al ingreso de provocadores.
    Como comprenderás, yo pregunto por una cosa y tú me sales con desahucios y demás, tengo que calificarlo como demagogia. No es por trollear ni nada personal, es como lo veo yo.

    Estoy de acuerdo en que el Estado no debería subsidiar nada. Es lo que expliqué antes. Si el Estado otorga privilegios a ciertas empresas, éstas ya no se preocuparán por el cliente, si no por el político. El Estado no debe entrometerse de ninguna manera en la función empresarial. De hecho, no debería entrometerse en prácticamente ningún asunto.

    Tripero escribió:
    Estas hablando ahora? claro, como si no fuera el hoy un producto de la historia, como si los latifundios no tuviesen que ver con tierras expropiadas..

    Igual, podemos habar de todas formas del ahora. las fabricas son construidas, desde el principio, POR OBREROS. Te basas con el principio de que por estar bien pagos dejan de estar explotados. Te pregunto, Para invertir en comprar esas maquinas, de donde carajo sacaron ese dinero? ahoorraron mucho? les fue bien con una PYME?
    te pregunto tambien, con la logica de "que importa lo que haya pasado hace un tiempo". ¡qué carajo importa el que la fabricó? si el que la trabaja, es el tipo que está todos los dias en la maquina, y hay un tipo lucrandose con eso, con el obrero y su trabajo... que tiene que hacer el burgues ahi? no es mas que un parásito..
    ¿Qué burgués ni qué niño muerto? La empresa que produce esa maquinaria está formada por ingenieros, obreros cualificados, etc. Cada uno recibe su remuneración de acuerdo a su aportación al proceso productivo. ¿Dónde está ahí el parásito?

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    Mensaje por Randian Sáb Jul 12, 2014 5:23 pm

    Tripero escribió:
    Acá se ve que tu actutud es meramente de troll, de agitador y de provocador... si leiste, el capital, el manifiesto, un resumen de resumen de "marx para principiantes", o, si prestaste atencion a cualquier intervencion de un forero de acá, sabes perfectamente de que ladrones está hablando.
    Si no, no se que carajo estas haciendo aca hablando de lo que no tenés idea.... ¿de que carajo se estuvo hablando todo el topic? respondiendo eso responderas a tu pregunta, que no es mas que una forreada como la que venis haciendo en tu corto estar en el foro.. si seguis así, va a ser todavía mas corto.
    Pues no, nosé a qué ladrones se refiere. Desde mi punto de vista solo veo un ladrón: el Estado. En España, el Estado se lleva cerca del 50% de la riqueza del trabajador medio en impuestos. Eso sí es robar.

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