¿La traición de Tsipras, dice usted?
Mi viejo amigo Paco Rodríguez de Lecea ha publicado una importante reflexión sobre Grecia, tras la dimisión de Tsipras, y de paso llama la atención de una manera templada a las estridentes declaraciones de Teresa Rodríguez en Temblor de piernas. «La afirmación de la podemita andaluza Teresa Rodríguez de que a Tsipras le han temblado las piernas es una gansada. Y eso que Teresa sabe de lo que habla». Un servidor, impertinente viejo cascarrabias, le habría dicho algo con más pimienta. Pero Paco es hombre educado y sabe que las estridencias valen muy poca cosa en política, talabartería, marroquinería y otras ciencias inexactas. Dejémoslo, pues, en «gansada». En todo caso, parece evidente que la Rodríguez no tenía en su punto de mira a Tsipras sino al grupo dirigente de su partido. Lo que no es el caso del aguerrido Varoufakis que ha hablado explícitamente de «traición» en http://www.publico.es/internacional/varoufakis-acusa-syriza-traicionar-al.html.
No es que la Rodríguez y Varoufakis sean esencialmente unos echaos p´lante. A mi juicio, poco ducho en estas materias tan serias, son la expresión de la incompetencia de ese sector de las izquierdas que, siempre a las primeras de cambio, sólo tienen en la punta de la lengua esa palabra que ya ha entrado en el catálogo de las «palabras enfermas», que diría Alberto Moravia: la traición; la traición como obsesión patológica, que acaba siendo el avecrem de toda la cosmovisión de los personajes que la usan contra viento y marea. Se lo dijeron a Marx, Lenin, Togliatti, Carrillo, Marcelino Camacho y a no se cuántos más. Quienes la usan son incompetentes, porque están incapacitados para analizar el fondo de las cosas en cualquier momento y lugar. Vale la pena decir que esta palabra enferma no es usada y abusada solamente por sectores obreristas, también –como es el caso de Varoufakis-- les viene a la lengua a académicos de mayor o menor postín, incluso a la primera de cambio. A todos aquellos que siempre confunden la religión con la política: la fe como arma frente al razonamiento, el dogma como variable independiente de la realidad concreta.
En ese sentido, es posible que quienes las profieren están incapacitados para cualquier aportación sensata –esto es, con sentido-- en la dirección de rectificar el rumbo de aquello que se ha torcido. Es una incapacitación que, tal vez, tiene su origen en el dogmatismo y sectarismo de sus propietarios. Que, además, es un préstamo que toma la sedicente nueva política de su hermana mayor, la vieja política.
Desde el sambenito de «la traición» se impide la reflexión atinada sobre algunas cosas que han sucedido en Grecia, concretamente en el grupo dirigente del gobierno y de Syriza. Por ejemplo: ¿calcularon con realismo político hasta dónde llegaría la capacidad de chantaje de la Unión Europea? ¿tenían en la cabeza que algún que otro gobierno haría entrar en razones a la Unión? ¿pensaron, tal vez, en una mayor solidaridad de las organizaciones progresistas europeas? Y para no dejarnos ningún tema tabú en el tintero: ¿fue acertada la convocatoria del referéndum? ¿desplegaron desde el gobierno griego una acción diplomática multilateral, incluso con los Estados Unidos, con la idea de presionar a la Unión?
En lo que respecta a la Rodríguez y a quienes le rían sus gracias del «temblor de piernas», ¿no parece un tanto indecente que se hable de esa manera cuando se ha sido incapaz de poner en marcha a todas las izquierdas sociales españolas en solidaridad activa e inmediata (es decir, lo contrario del «aguanta, Alexis, que vamos llegando») con nuestros amigos griegos.
Finalmente, los sembradores de la palabra enferma están interfiriendo --sea o no sea su intención-- en lo que recomienda tan vivamente Paco Rodríguez de Lecea: «Grecia, Syriza, Alexis Tsipras, siguen necesitando de apoyos externos para poder llegar a alguna parte en su penosa travesía. Los necesitan ahora más que nunca. Pero esa es solo la mitad de la historia. La otra mitad es que nosotros seguimos necesitando a Grecia, a Syriza y a Tsipras, porque son la avanzadilla de la Europa con la que soñamos. Y a un destacamento avanzado nunca se le debe dejar aislado bajo el fuego enemigo».
Me permito el siguiente desahogo personal: he conocido a no pocos que siempre tuvieron en la boca la palabra traición, cual una colilla de tabaco caldogallina en los labios. Por lo general eran hijos de papá que hicieron una excursión a la clase obrera, tal vez porque pensaron que ésta iba al Paraíso. Tras comprobar que la carga y la cuesta de Sísifo eran demasiado para el cuerpo, deshicieron el escaso camino andado, diciendo digo donde antes dijeron Diego. No hace falta que recuerde dónde están ahora algunos de ellos. Por supuesto, no les llamaré traidores, simplemente son unos excursionistas con gastos pagados. De alto coturno, naturalmente.