En las fuentes paganas (Tácito y Suetonio) sólo se encuentran algunas vagas referencias informando de que en el siglo II era común la creencia de que Jesús había sido un personaje real. En las fuentes judías antiguas, sólo se menciona brevemente a Jesús en el Talmud y en unos pocos pasajes de la obra del historiador Flavio Josefo —en los que no se aporta nada diferente de la imagen que dan de él los Evangelios—, pero son justamente unos pasajes sobre los que los expertos mantienen muy serias reservas acerca de su posible autenticidad, ya que parecen ser añadidos cristianos posteriores en busca del sello de autentificación histórica que dan los textos de Josefo. Quedan, por tanto, como fuentes exclusivas los cuatro Evangelios, que son obras muy dudosas, tal como ya hemos visto, y notablemente contradictorias entre sí.
Por tanto, sólo disponemos en efecto, los libros del Nuevo Testamento y, si se es católico, los dogmas de fe conciliares de la iglesia. Y es precisamente a partir de la lectura del Evangélio, en estos se demuestra sin lugar a dudas que Jesús fue un judío que no quiso fundar ninguna nueva religión ni Iglesia, que prohibió el sacerdocio profesional, que no se creyó hijo de Dios y que tuvo como mínimo seis hermanos carnales. Y que fue ejecutado cuando tenía entre 41 y 45 años, y no a los 33 como afirma la dogmática católica.
Los propios Evangelios cuestionan dogmas católicos básicos al mostrar que los apóstoles, por ejemplo, no creyeron en la divinidad de Jesús ni en la virginidad de María ni en la resurrección. La figura del Papa pierde su autoridad cuando se conocen las artimañas que la posibilitaron, máxime cuando Jesús repudió expresamente el sacerdocio profesional. Queda absolutamente claro, por tanto, que Jesús no quiso ocuparse más que de predicar a sus correligionarios judíos, que habían extraviado el auténtico camino de la fe según su modo de ver. Jesús pretendió consumar, eso es cumplir o realizar totalmente, la Ley hebrea escrita en el Antiguo Testamento, y jamás pudo ni imaginar que sus palabras y acciones sirvieran a nada ajeno al judaismo —y menos aún que se fundara sobre ellas una religión nueva y contraria a la del «pueblo de Israel». Unicamente el cristianismo adquiere otro tinte cuando se comprueba que sus fundamentos no proceden de Jesús sino de Pablo.
Las persecuciones del primer siglo fueron entre judíos: la sinagoga, dominada por los fariseos, perseguía a los cristianos como herejes, como secta heterodoxo. El que después cristianos y judíos se hayan matado por esos mundos no quiere decir nada respecto al dispar origen del cristianismo,Es el mismo caso que protestantes y católicos, que se mataron durante siglos y ello no quiere decir que no tengan un origen común. Los cristianos rezaron en las sinagogas durante más de dos siglos.
La lucha entre judíos y cristianos a nivel global no llegó hasta mucho más tarde, siglos después de la fundación cristiana, y no impedía que los cristianos siguieran leyendo la Biblia. Fue la lectura de la pasión de Jesús la que provocó el odio antijudío entre los neófitos cristianos que la oían de los sacerdotes y predicadores. Si la hubieran leído ellos con calma hubieran visto que sólo eran culpables, los fariseos y su partido, no el pueblo judío, pero no la leían y no hacían diferencias como es normal entre las masas. Esto fue el punto de partida de lo que después fue el antisemitismo cristiano.
En definitiva, los cristianos eran tan sólo una secta más de judíos en aquellos tiempos. Tácito nos dice que los cristianos son una secta judía de fanáticos. Claro que Vespasiano o Tito no perseguían a los cristianos o judíos por su religión sino por su acción política, por la sublevación de Judea y por negarse los cristianos a servir en las legiones y a aceptar la autoridad imperial.