¿Por qué hay poca militancia comunista femenina en España?
Curiosamente, hace unos días le pregunté a un amigo militante de las Juventudes Comunistas por esta cuestión, de la que me percaté al asistir a un acto. Ahora me encuentro precisamente que más compañeros se han hecho la misma pregunta en este foro, con lo cual lo que pude percibir en ese acto en lo relativo a disparidad parece no ser una excepción.
Encuentro acertados algunos esbozos que he podido leer para explicar este hecho, aunque otros me lo han parecido menos. Pero en general se apunta en la buena dirección, al menos a mi entender.
Lógicamente el bagaje histórico ha apuntalado roles diferenciados entre géneros, dotando a la mujer de un papel de cuidadora familiar sin voz ni voto en asuntos propios de hombres. Históricamente eran únicamente ellos quienes cumplían las expectativas de formación y por lo tanto de acceso a la defensa de sus intereses en forma de pugnas políticas. Este rol masculino, como bien se apuntaba, consolidaba a su vez como propios –como masculinos- los valores de un buen político, esto es, el carisma, la capacidad de oración, de persuasión, la valentía..., escindiéndolos de la sumisión propia de las mujeres.
Esto es innegablemente cierto, pero cabe preguntarse por qué razón, cuando esta tendencia empezó a cambiar merced a la tesitura que, entre otros reconocimientos, llevó al sufragio universal y a la supuesta igualdad de oportunidades, no se produjo una verdadera revolución de la consciencia de la mujer, como sería presumible por la ley del péndulo. Óbviamente los procesos son graduales y quizá éste sólo se halle en sus fases iniciales, pero a pesar de ello -de los cambios-, o bien los roles históricos siguen encadenando a la mujer a posiciones conformistas, o bien existe alguna característica social -dadas las condiciones actuales- o incluso biológica que las disuade de un compromiso social y político. O bien ambas cosas.
Centrándome en este último punto, coincido en que la tendencia general de la mujer es de ser más alienable por el consumismo, la imagen y demás trivialidades. La opción masculina, por supuesto no exenta de alienación en muchos casos, tiene una propensión mayor a la beligerancia, a la lucha, al poder, no sólo por su vertiente cultural sino también por una proclividad biológica que se podría resumir en la acción de la hormona testosterona, hormona esencialmente masculina, que parece ser causante, entre otras, de algunas diferencias fisiológicas, morfológicas, y quizás también neurológicas -ergo conductuales-. Esta realidad, mezcla de componente biológico y el bastimento cultural resumen, al menos en parte, la cuestión.
Por otro lado, ¿Es la mujer la gran beneficiada del neoliberalismo? En términos reales, analizando la situación agudamente, evaluando libertad e igualdad, la respuesta es un rotundo ‘no’. Pero en términos relativos, sujetos a la lógica del sistema, la práctica nos demuestra que la mujer vive sometida y cegada por una sociedad que, en lo institucional y en lo particular, la integra y resguarda. Así pues, cuando en una familia, los progenitores se separan, se perpetra una discriminación positiva en favor de la mujer, otorgándole la vivienda familiar y la custodia de los hijos. Del mismo modo ocurre en casos de violencia comúnmente conocidos como “violencia de género”. Los casos de violencia de las mujeres hacia los hombres parecen no existir; entretanto, cualquier agresión de un hombre a una mujer se considera violencia de género, como si cualquier agresión de este tinte tuviera que ser forzosamente por motivos machistas.
No pretendo esconder casos en que la discriminación se lleva a cabo contra la mujer, como en el caso de los salarios, que a pesar de la legislación para eliminar esta injusticia, parece no haber desaparecido en la práctica. Aun contando con ejemplos como ese, la querencia actual es la de dotar a la mujer de un colchón jurídico en pro de la discriminación positiva. Además, -y esta es una opinión personal basada en la observación de mi entorno- las expectativas difieren sobremanera dependiendo del género. Esto es algo ya hablado, pero es importante como, en una sociedad –la actual- donde se nos supone igualdad de oportunidades entre sexos, la exigencia para el triunfo, la cota a alcanzar, parece ser mayor en los jóvenes masculinos, siendo las mujeres objeto de menor exigencia en sus metas y mayor clemencia en la no consecución de las mismas. Este nicho social dispar, unido a la ineficacia del sistema y a su verdadera naturaleza injusta, desactiva en la gran mayoría de casos las opciones de éxito esperado en los hombres, factor que conduce en muchos casos a la frustración y al cuestionamiento del sistema, que no da cobijo al talento. No es tanto así en las mujeres, que, partiendo de expectativas menores y dada esta asimetría sociocultural, logran en mayor proporción este relativo éxito, constituyéndose así como parte del engranaje del sistema en todas sus consecuencias.
Es importante también señalar que, dado el mercantilismo laboral y la cosificación del ámbito profesional, especialmente en el sector terciario -por su vocación de cara al público-, se le da una mayor preponderancia a dos características femeninas: por una parte, el propio hecho de la mujer como objeto sexual, así pues, tendremos amables camareras de discoteca con un gran escote dispuestas a servirnos el gintonic y nunca chicos con gafas y pelo graso. El empresario no es idiota; sabe que el escote vende más. Por otro lado, muchos coincidirán en que una de las grandes virtudes de la mujer es la constancia, ese aplomo para la dedicación firme y lineal a los estudios –de ahí la mayor proporción de estudiantes femeninas en las universidades españolas- y por ende al trabajo, rasgos mucho más atractivos para un empresario que la volubilidad y la inservidumbre de los hombres.
El sistema actual reduce, en todas sus expresiones, la capacidad de emancipación de la mujer, sometiéndola a un paisaje donde el objetivo es el saciar las ansias de consumo, y el medio para llegar a esa satifacción no es más que el acceder a un puesto de trabajo para poder gozar de la capacidad adquisitiva que les permita, al menos en su horizonte, hacerse con aquellas posesiones deseadas. El sistema mantiene a las mujeres en un estado 'confortably numb', como rezaría la canción. Esto es, plácidamente adormecidas, sedadas, linfáticas ante lo que ni siquiera pueden apercibir como injusto.
Para no extenderme más: esta expectativa vital, ya de por sí limitante y promovida por el propio sistema, unida al rol histórico sumiso de la mujer que la modernidad aún no ha sabido revocar, convergen dando como fruto a esclavas complacidas del hic et nunc, irreflexivas, con una personalidad arribista de bajos vuelos, conformista y por lo tanto nada fértil a la crítica social y a la inmersión en la cultura necesaria que confluiría en una posición anti statu quo.
No sería mi texto justo si no conciliase que este fenómeno es también generalizado entre los hombres. Pero respondiendo a la pregunta de por qué razón hay una reducida proporción de mujeres en los movimientos revolucionarios, este escrito es una aproximación humilde pero reflexionada.
En aras de, ya para acabar, darle otro enfoque al tema, me parece interesante analizar como punto más que plausible la aversión de las mujeres a esta preeminencia histórica de rasgos autoritarios en los líderes marxistas, frecuentemente asociados a dictadores genocidas, despóticos, y por supuesto, nada femeninos. Tal vez por esta razón sean más las féminas que simpatizan con movimientos anarquistas.
Última edición por Shareef Abdur-Rahim el Vie Ago 17, 2012 2:56 am, editado 13 veces