Un excelente artículo de Rafael Poch (como siempre), y bastante objetivo, que no se corta en criticar a Corea del Norte, pero deja bien clarita la postura de los EEUU y su campaña de amenazas y provocaciones sobre Corea del Norte:
Crisis coreana: secretos, mentiras, omisiones
y el primer jefe militar que firmó un
“armisticio sin victoria"
por Rafael Poch
Han hecho informativamente incomprensible la crisis coreana, que ahora alcanza un nuevo hito de confusión con motivo del importante acuerdo alcanzado en Pekín
La crisis coreana ha tenido un desenlace sensacional esta semana. El principio de acuerdo alcanzado en Pekín significa que, después de tres años y medio, se regresa a una verdadera negociación. La clave ha sido un cambio radical en la actitud de Estados Unidos que, sencillamente, ha abandonado su negativa a mantener negociaciones directas con Corea del Norte, y ya no exige CVID como condición previa a cualquier negociación. CVID son las iniciales en inglés de desarme completo verificable e irreversible.
Desde el principio la información sobre esta crisis (y otras muchas, por supuesto) ha estado enormemente manipulada. Leyendo diarios o siguiendo el informe de las cadenas globales de televisión, ha sido completamente imposible comprender su origen, evolución e incidentes. "The Wall Street Journal" nos resume el gran contexto esta semana en su editorial, diciendo que, "tras unas cuantas décadas de promesas rotas, lanzamientos de misiles y pruebas nucleares, el norcoreano Kim Jong Il ha decidido finalmente ceder sus ambiciones nucleares a cambio de reconocimiento diplomático y ayuda". "The Economist" dice que, "para llegar al acuerdo se necesitaron tres años y medio de negociaciones, interrumpidas por prolongados accesos demenciales de Corea del Norte". Nuestros periódicos nacionales, que suelen escribir sus editoriales sacándole el promedio a este tipo de comentarios de los "maestros" anglosajones, no han ido mucho más lejos.
Lo más neutro que puede decirse sobre esta crisis es que sus responsabilidades son compartidas, sin embargo todo el asunto ha tendido a ser presentado como un mero problema norcoreano. Por eso, ahora, cuando el acuerdo alcanzado ha sido resultado directo de un cambio de actitud de Estados Unidos, la situación resulta poco comprensible.
Todo el complejo trasfondo histórico del conflicto, que arranca de la ausencia de un acuerdo de paz tras la desastrosa y cruel guerra de 1950/1953, ha tendido a reducirse al estalinismo del régimen de Pyongyang, un dato absolutamente verídico, pero no el único en esta película.
Una historia de medio siglo
Para el régimen de Kim Jong Il, la crisis no es más que un subproducto del intervencionismo americano en los asuntos coreanos, en el que el arma nuclear siempre estuvo presente, explica el académico norcoreano Kim Myong Chol. Para el régimen, que siempre ha jugado a la baja las responsabilidades nacionales coreanas en la guerra de los cincuenta y en la ulterior división de la nación, ese intervencionismo es la razón fundamental de que la división de Corea (un periodo de 50 años en una historia milenaria) continúe en el siglo XXI.
El conflicto coreano no se redujo a las barbaridades cometidas por el régimen comunista del norte. Cuando las fuerzas de Estados Unidos entraron en Corea en 1945, disolvieron el gobierno popular local, que consistía principalmente en antifascistas que resistieron a los japoneses, e instauraron una brutal represión, usando a la fascista policía japonesa y a coreanos que habían colaborado con ella durante la ocupación. Cerca de 100.000 personas fueron asesinadas en Corea del Sur antes de lo que llamamos guerra de Corea, incluyendo de 30.000 a 40.000 muertos durante la represión de una revuelta campesina en la isla de Cheju, explica Noam Chomsky.
La guerra propiamente dicha, fue total. Todas las ciudades norcoreanas fueron reducidas a cenizas por los bombardeos estratégicos americanos que arrojaron una enorme cantidad de bombas por kilómetro cuadrado y llevaron a cabo experimentos de campo con armas biológicas. Las venganzas entre coreanos adquirieron una violencia inusitada. Se sabe que las tropas norcoreanas se mezclaban con las masas de refugiados para introducirse en la retaguardia enemiga y se ha demostrado documentalmente que el ejército americano disparaba contra los refugiados para resolver ese problema (Beyond No Gun Ri: Refugees and the United Status Military in the Korean War. Diplomatic History, Vol. 29). Mi propia pequeña investigación sobre la matanza de Sinchún, entre octubre y diciembre de 1950, en la que 35.000 civiles fueron masacrados (el 25% de la población de ese distrito), un episodio que los norcoreanos presentan como su "pequeño Auschwitz", concluyó en una duda sobre cual de los dos bandos había matado más en Sinchún.
En total, por lo menos 600.000 coreanos, más cerca de un millón de chinos y 54.000 americanos murieron en la guerra de Corea, explica Martín Walter en su historia de la guerra fría. Selig Harrison en "Korean Endgame" habla de; 800.000 coreanos de ambos bandos, 115.000 chinos y 36.400 americanos muertos en el conflicto.
La constante nuclear
El arma nuclear presidió esa violencia desde su mismo inicio. En dos ocasiones conocidas, Estados Unidos, con Truman y Eisenhower, amenazó con utilizar contra Corea del Norte la bomba atómica, que ya había usado cinco años antes contra dos ciudades japonesas. Después de la guerra, las tropas extranjeras abandonaron Corea del Norte en 1958, pero Estados Unidos que aun mantiene 35.000 soldados en Corea del Sur y 100.000 en la región, desplegó cerca de 2.000 armas nucleares, tanto estratégicas como tácticas, en Corea del Sur, es decir, alrededor de la mitad de su arsenal nuclear en Asia/Pacífico. En la península de Corea, en Asia nororiental en general, la cuestión nuclear no es solo un problema norcoreano. Como dice Gavan McCormack, de la Universidad Nacional de Australia, "el problema norcoreano nunca podrá ser entendido mientras sea definido únicamente en términos del programa nuclear de Corea del Norte. Ese país era objetivo nuclear mucho antes de que comenzara a moverse hacia la adquisición de armas nucleares. Su referencia a una "disuasión" debe ser tomada en serio" (En Japan Focus, 30/8/2005).
En 1991, Estados Unidos anunció la retirada de las armas nucleares tácticas de Corea del Sur, pero no hay pruebas concluyentes de que así fuera porque los misiles y la artillería desplegada en Corea del Sur siguen siendo capaces de operar con carga nuclear. Lo mismo ocurre con los aviones y submarinos que hacen regularmente escala en Corea del Sur. La presencia de los submarinos es una violación del artículo 1 del tratado de desarme ínter coreano de 1991, que, al igual que el acuerdo de desarme Start-I entre la Urss y Estados Unidos, define como arma nuclear cualquier sistema capaz de portar y lanzar tales armas. En 1992, tras la firma del acuerdo Start-II, el Presidente Bush padre, ordenó retirar las cabezas nucleares de los submarinos, pero, según documentos oficiales americanos, a partir de 1994 se empezaron a recargar armas nucleares, y desde el 29 de diciembre de 1995 la marina colocó en los misiles Tomahawk convencionales de los submarinos un dispositivo portátil que los transforma en nucleares. Esos documentos, y una investigación del periodista surcoreano Lee Si-woo, al que entrevisté en Seúl en noviembre del 2003 ("Las peligrosas armas de Corea (del Sur), La Vanguardia, 19/3/2003) sugieren que en la principal base de submarinos nucleares en Corea del Sur, (Jinhae, en el extremo sureste de la península) esos submarinos están armados con misiles "Tomahawk" con cabeza nuclear (TLAM-N), o que pueden ser armados con ellos si así se decide en un plazo muy breve, lo que a efectos militares es casi lo mismo.
Durante décadas, las maniobras con escenario de utilización de armas nucleares contra Corea del Norte han sido rutina en la región. Los operativos "OpPlan 5027" y "OpPlan 5026" contemplaban el lanzamiento de ataques nucleares preventivos contra Corea del Norte, con derrocamiento de su régimen y formación de un gobierno militar. Nixon, en 1976, y Clinton, en 1993, volvieron a formular la amenaza de un ataque militar contra el régimen. En el caso de Clinton, el plan era enviar un portaaviones y siete destructores y acorazados a la costa oriental de Corea del Norte para un "bombardeo quirúrgico" de las instalaciones de Yongbyon. El presidente surcoreano Kim Young-sam explicó, en enero de 2003, que logró impedirlo en el último momento ("Clinton estuvo a punto de atacar los centros nucleares de Corea del Norte en 1993", La Vanguardia, 18/1/2003).
Los norcoreanos suelen decir que ellos infringieron a los americanos la primera debacle militar de su historia. En sus museos se cita, con orgullo y jactancia, la declaración del Comandante de las fuerzas americanas en Corea, General William Clark, al termino de la guerra; "tuve la poco envidiable distinción de ser el primer jefe militar de la historia de Estados Unidos que firmó un armisticio sin victoria". Para los halcones de Estados Unidos, Corea siempre fue una especie de asunto inconcluso, como Cuba, y tras el fin de la guerra fría, manifiestamente.
En el informe sobre esta crisis ha sido crucial la omisión de la exigencia histórica de Corea del Norte: "garantías de seguridad". Para presentar la ambición nuclear norcoreana como una especie de locura excéntrica, es necesario omitir toda esta historia.
Caricaturas
A continuación basta con citar algunas de las muchas y auténticas barbaridades cometidas por los servicios secretos del régimen de Pyongyang, como; el asesinato de la esposa del presidente surcoreano Park Chung Hi, el secuestro de por lo menos una docena de japoneses –la mayoría adolescentes- en los años setenta y ochenta para mantener fresco el japonés coloquial de sus espías, el mortal atentado contra cuatro miembros del gobierno surcoreano en Rangún, en 1983, o la voladura de un avión de las líneas aéreas de Corea del Sur en vísperas de los Juegos Olímpicos de Seúl, en 1988. Luego, si se quiere, uno puede apuntarse a las diversas ofertas publicísticas de la "leyenda negra" personal del régimen, cuyo principal problema, es que nunca se sabe qué parte tiene de realidad y qué de invención de los servicios de inteligencia surcoreanos, o norteamericanos.
En 1986 hizo titulares el "asesinato de Kim Il Sung", fundador de la república y padre del actual Caudillo, que murió en la cama en 1994. Luego vino el accidente de Kim Jong Il, arrollado por un camión con resultado de una grave "conmoción cerebral". O esa marca en la nuca que se le encontró al Caudillo, vendida como "tumor canceroso" del que, se dijo, estaba siendo tratado secretamente en una clínica de Rumania...
Cuantos artículos se han escrito sobre Kim hijo, presentándolo como un acomplejado, bebedor, aficionado a las orgías, histérico e inconsistente. Lo de bebedor es verdad –la mayoría de los norcoreanos de su generación, como los rusos y muchos asiáticos lo son-lo de las orgías no, señalan fuentes de su entorno. Es verdad que es aficionado al cine, que se hace traer todo tipo de películas del extranjero, pero no es verdad que sea tonto.
El Mariscal Dmitri Yazov, ex ministro de Defensa de la Urss, lo describe como un conversador agudo, el ex presidente surcoreano Kim Dae Jung lo juzgó como, "un hombre de habilidad intelectual y discernimiento orientado a la reforma, el tipo de persona con la que podemos hablar desde el sentido común". Tras una entrevista de seis horas, la Secretaria de Estado de EE.UU. (con Clinton), Madelaine Albright, dijo que es, "alguien que escucha bien, un buen interlocutor". "Me impresionó", dijo, "por ser muy ejecutivo, práctico y serio". Ninguna de estas cualidades son incompatibles con la jefatura de un régimen, duro, cerrado y dictatorial, pero si con las caricaturas de irracionalidad y caprichosa agresividad que se dan por supuestas en el informe mediático habitual a la hora de explicar una prueba nuclear, un lanzamiento de misiles, o la retirada de unas conversaciones. He aquí lo que escribió esta semana "The New York Times", en un artículo que fue reproducido, con la habitual ignorancia provinciana, por el principal diario de Madrid:
"Los distintivos trágicamente obsoletos y a veces ridículos de Corea del Norte y de su dirigente, Kim Jong-il, son bien conocidos. Basta con recordar las gafas a lo Elton John o el extraño corte de pelo de Kim y la más que errática escuela diplomática de Corea del Norte. Pero en octubre apareció otro tipo más peligroso de excentricidad norcoreana, un ensayo nuclear que ha obligado a las principales potencias mundiales a apresurarse para concebir un guión político que tenga en cuenta el nuevo juguete de Kim".
El "Coming Collapse of North Korea", la tesis de que el régimen está a punto de desmoronarse, ha acompañado la crónica coreana desde que Nicholas Eberstadt la estrenara en "The Wall Street Journal" en junio de 1990. Han pasado 17 años y el régimen sigue ahí, pero la tesis sigue vendiendo y ha condicionado muchos años la actitud de fondo de las administraciones americanas.
El malogrado acuerdo de 1994
En 1994, cuando la administración Clinton firmó normalización de relaciones, promesas de no agresión, construcción de reactores nucleares sin posibilidad de uso militar (pagados por Japón y Corea del Sur) y suministros energéticos, a cambio de desnuclearización militar en Corea del Norte, el acuerdo se firmó en la general confianza de que el régimen norcoreano, "se iba a desmoronar en los próximos años", dijo el entonces Secretario de Defensa, William Perry. Para acabarlo de complicar, pocos días después de la firma, los republicanos lograron la mayoría del Congreso en las elecciones y comenzaron inmediatamente a denunciar el acuerdo como una bajada de pantalones.
"Para contrarrestarlos, la administración Clinton comenzó a tirar para atrás la aplicación de lo firmado. Apenas relajó las sanciones y la construcción de los reactores languidecía desde el principio. Pese a que se había comprometido a suministrar dos reactores para el 2003, las primeras obras de cimentación no empezaron hasta agosto de 2002. El combustible se suministraba sin cumplir los plazos y, sobre todo, Estados Unidos no cumplió su compromiso (articulo II del acuerdo) de, "avanzar hacia la plena normalización de relaciones políticas y económicas", es decir, acabar con la enemistad y levantar las sanciones económicas", se lee en el "Boulletin of the Atomic Scientists", una de las publicaciones americanas más competentes en este dossier (Leon V. Sigal, Negotiating with the North. Noviembre/Diciembre 2003).
[/b]Cuatro años después de la conclusión del acuerdo, en 1998, Pyongyang demostró buena fe, no sólo manteniendo la congelación de las instalaciones especificadas en el acuerdo, sino también suspendiendo unilateralmente sus pruebas de misiles, explica Selig Harrison el experto americano mas familiarizado con los entresijos de aquel acuerdo (en "Korean Endgame", Harrison 2002).[/b]
Seis años después del acuerdo, en el 2000, Clinton comenzó a normalizar las relaciones con Pyongyang y a levantar sanciones. Fue entonces cuando se produjo la visita de Albright a Pyongyang. Pero para entonces la situación en Corea del Norte había cambiado. Los halcones pro nucleares del régimen le decían a Kim Jong Il que los americanos le habían engañado, que Estados Unidos no estaba preparado para la amistad y que solo comprendía el lenguaje de la fuerza, por lo que había que continuar haciendo armas nucleares y misiles. En ese contexto fue cuando Pakistán ofreció tecnología para enriquecer uranio y los norcoreanos parece que la compraron. Nadie ha ofrecido pruebas de eso, pero parece que algo hubo. Lo decisivo era conocer cuanto. Para enriquecer uranio con fines militares se necesitan miles de centrifugadoras y muchos componentes y equipos sofisticados. Se sospecha que la CIA exageró el informe sobre el nivel que los norcoreanos habían alcanzado por esa vía, de la misma forma en que ocurrió con las armas de destrucción masiva de Irak. En cualquier caso, incluso si el presunto programa de uranio no alcanzó dimensiones peligrosas, es legítimo hablar de doble incumplimiento del acuerdo. Lo que no se sostiene es la presentación que el nuevo Presidente de Estados Unidos, George W. Bush, hizo del asunto y que los medios de comunicación globales han dado por buena:
"En un esfuerzo de buena fe, mi antecesor entró en un acuerdo marco con los norcoreanos. Estados Unidos cumplió su parte del acuerdo, Corea del Norte no lo hizo. Mientras nosotros creíamos que el acuerdo estaba en vigor, Corea del Norte estaba enriqueciendo uranio".
La crisis de octubre de 2002
Con ese argumento, Estados Unidos rompió la baraja en octubre del 2002, cuando el nuevo negociador americano, James Nelly, un "neocon" partidario del "cambio de régimen", denunció 15 días después de los hechos, que su homologo norcoreano, Kang Sog-ju había "admitido" la existencia del programa de enriquecimiento de uranio en la reunión que mantuvieron en Pyongyang en octubre del 2002. Según la cronología habitual, ese fue el inicio oficial de la actual crisis.
La realidad es que en aquella reunión, en la que Kang Sog-ju dice no haber admitido nada de eso, aunque si, seguramente, afirmó el "derecho" del régimen a hacerlo, la apuesta de la administración Bush hacia Corea del Norte estaba perfectamente perfilada; el país había sido metido en el "eje del mal" e incluido en la lista de países susceptibles de ataque nuclear preventivo de la doctrina militar (la "Defense Posture Review"). La apuesta ya no era por la negociación, sino por el cambio de régimen. Sin aportar pruebas sobre el programa de uranio (se carece de ellas hasta el día de hoy y los norcoreanos no tienen el menor interés en desvelar el misterio), la baraja se rompió y comenzó un rearme militar contra el régimen cuyo movimiento más significativo fue el regreso de los bombarderos estratégicos B-52 a las base de Guam, a tiro de Pyongyang, por primera vez desde la guerra del Vietnam.
La nueva dialéctica de la administración Bush dio argumentos actualizados a la antigua ambición nuclear del régimen y a los halcones de Pyongyang. Entre tanto, la distensión entre las dos coreas, se fue a pique, después de que la histórica cumbre presidencial ínter coreana de junio del 2000, concluyera con una declaración cuyo primer punto decía; "el Sur y el Norte acuerdan resolver la cuestión de la reunificación de forma independiente, mediante los esfuerzos conjuntos de los pueblos coreanos que son los dueños del país". También se hundió el deshielo coreano-japonés, con dos visitas a Pyongyang del primer ministro Koizumi, sin precedentes. El restablecimiento de relaciones diplomáticas de los países de la Unión Europea, quedó sin consecuencias.
En octubre del 2002 comenzó una nueva fase de militarización de la crisis en la que ambas partes alimentaban mutuamente su hostilidad. Estados Unidos intentó implicar a la "comunidad internacional" en el asunto, pero con el abuso de la ONU en la crisis de Irak muy fresco, China transformó ese esfuerzo diseñado para aplicar sanciones contra el régimen en un foro multilateral: las conversaciones a seis bandas de Pekín, iniciadas en agosto de 2003 con participación de Rusia, China, Japón, las dos coreas y Estados Unidos.
El esfuerzo moderador de China
En las conversaciones de Pekín, la administración Bush solo ofrecía el mencionado CVID (desarme completo verificable e irreversible) como condición para cualquier cosa y rechazaba de plano las negociaciones directas que Pyongyang le pedía. Washington, y detrás el informe mayoritario de los medios de comunicación, presentaba las conversaciones como un foro de cinco países presionando, unidos, contra Corea del Norte, exclusiva responsable de la crisis. La realidad era la desunión entre los cinco y que la responsabilidad era, como mínimo, compartida. Eso era tan evidente que, tras la primera sesión de las conversaciones, su presidente, el chino, Wang Yi, replicó a un periodista; "el principal problema ante el que nos encontramos es la política americana hacia Corea del Norte" ("South Korea, Russia wants diplomatic push, China blames US Policy", AFP, 1/9/2003). Entre tanto se filtraban nuevas mentiras como la de que Corea del Norte había exportado a Libia dos toneladas de uranio hexafluorido. Fue un infundio de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) difundido por "The New York Times" (2/2/2005) que la administración Bush transmitió oficialmente a chinos, surcoreanos y japoneses, en un intento de intensificar la presión contra Corea del Norte ("US Misled allies about Nuclear Export", The Washington Post, 20/3/2005).
En septiembre del 2005, el voluntarismo de los chinos logró un primer resultado en las conversaciones de Pekín; una declaración sobre el terreno a negociar en la que se citaban los términos del problema; por un lado desnuclearización de Corea del Norte, por el otro garantías de que el régimen no sería atacado militarmente. Días después de ese avance, Estados Unidos bloqueó las cuentas mediante las que Corea del Norte realizaba los pagos de su comercio exterior y el régimen se retiró, con portazo, de las conversaciones. Diez meses después, Pyongyang respondió con un lanzamiento de misiles, el 6 de julio, y tres meses mas tarde, el 9 octubre, con su primera prueba nuclear, lo que dio lugar a sanciones de la ONU que fueron apoyadas, por primera vez, por China y Rusia, con la condición de que excluyeran el uso de la fuerza militar.
La consecuencia de esta política, mantenida a lo largo de cinco años, ha sido un desastre: el bloqueo diplomático de la crisis fundamentalmente por Estados Unidos y el inquietante acceso norcoreano a la bomba. A lo largo de los tres años y medio de las conversaciones de Pekín, la crónica de la crisis ha puesto el énfasis en la intransigencia irracional de Pyongyang. Ahora, después de que el acuerdo de esta semana haya abierto por primera vez en cinco años un marco de negociación sin que Pyongyang haya cambiado un ápice sus posiciones fundamentales, resulta complicado explicar a qué se debe el avance. Tampoco se entiende por qué el acuerdo de principio alcanzado el día 13 en Pekín, ni siquiera menciona el presunto programa de enriquecimiento de uranio, que fue el motivo aducido por la Casa Blanca para romper la baraja en octubre de 2002.
Por qué ha habido acuerdo
El cambio ha sido Irak. El acuerdo de Pekín es resultado directo de la monstruosa labor de la insurgencia irakí (monstruosa por su falta de escrúpulos al matar a sus propios conciudadanos en atentados indiscriminados), del desastre de centenares de miles de muertos que la administración Bush ha provocado allá, y del avance demócrata en las cámaras de Washington, así como de la salida de la administración de hombres como Donald Rumsfeld y John Bolton que habían determinado la política hacia Corea todos estos años.
"Las cosas han cambiado porque la administración Bush ha regresado al terreno de la realidad, lo que supone un fuerte desmarque de su previa y fallida actitud", dice Graham Allison, director del Centro Belfer para Ciencia y Asuntos Internacionales de la John F. Kennedy School de Harvard. La mayor parte de los grandes especialistas americanos en Corea del Norte (Selig Harrison, Bruce Cumings, Leon Sigal y John Feffer, entre otros) comparten este diagnóstico.
"Con el Presidente Bush buscando algún éxito exterior que compense las malas noticias de Irak, Hill ha obtenido la aprobación de la Casa Blanca para una actitud negociadora más flexible", dice Harrison.
Apenas nada de eso se ha destacado en el informe mediático sobre este acuerdo. La perspectiva que abre es complicada: este acuerdo es un principio, y solo prosperará si las dos partes vencen su profunda desconfianza mutua.
Miseria del informador
Secretos, mentiras, omisiones. Esas tres grandes instituciones de la política internacional ayudan, juntas, a sostener una versión teológica de la historia, según la cual los conflictos se reducen a un mero pulso entre el "bien" y el "mal", siendo el nuestro el campo del bien, por supuesto. Ellos, los norcoreanos, los chinos, los rusos, los cubanos, los iraquíes, los iraníes, los serbios (la lista es larga y va cambiando según la coyuntura) tienen siempre el monopolio de la maldad, gracias a esos tres recursos de la propaganda. Por eso, en la prehistoria informativa en la que vivimos, la labor del genuino informador es, ante todo, combatir la teología, complicar la burda propaganda con contrapuntos sacados de los hechos cuya verdad se oculta debajo de la alfombra, se deforma o se omite.
La búsqueda de la verdad y de la justicia -dos conceptos hermanos cada vez más borrosos para el sentido común de la civilización de la codicia- no puede no ser el impulso esencial del informador que se mueve en la jungla de los monopolios informativos de las grandes empresas e intereses oligárquicos de occidente, esa coalición de poder y dinero que anula lo más básico de la democracia. Los teólogos, la poderosa minoría de conservadores que dan por buena y correcta esa situación, los primitivos para quienes solo existe blanco o negro, suelen confundir esa labor de elemental contrapunto con una propaganda de signo contrario, "a favor de" o al servicio de otros intereses corruptos. Esa era la lógica de la guerra fría, del macartismo y de la caza de brujas estaliniana. Hoy es la lógica del pensamiento único, que, muerto el "comunismo", pretende prolongar eternamente esa prehistoria con nuevos recursos tan ilusos y poco convincentes como el "conflicto de civilizaciones" o la "guerra contra el terrorismo". Que la crisis coreana resulte hoy incomprensible leyendo diarios o viendo la tele, es consecuencia directa de esa enorme anomalía de nuestro tiempo.
La Vanguardia es.