La Gran Purga (en ruso: Большая Чистка, transliterado como Bolshaya Chistka), aunque más comúnmente conocida en Rusia como Ежовщина (Yezhovshchina 'Era de Yezhov') fue el nombre dado a la serie de campañas de represión y persecución políticas llevadas a cabo en la Unión Soviética en el final de la década de 1930. Cientos de miles de miembros del Partido Comunista Soviético, socialistas, anarquistas y opositores fueron perseguidos o vigilados por la policía, además se llevaron a cabo juicios públicos, se enviaron a cientos de miles a campos de concentración y otros cientos de miles fueron ejecutados.
La campaña de represión desatada en la Unión Soviética fue crucial para consolidar en el poder a Iósif Stalin. Si bien los soviéticos justificaron posteriormente esta cruenta medida, argumentando que se limpió el camino de elementos «saboteadores» o disidentes para la futura guerra con la Alemania Nazi, una gran cantidad de las víctimas eran miembros del Partido Comunista y líderes de las Fuerzas Armadas. Otros sectores de la sociedad que sufrieron la persecución fueron los profesionales, los kulaks (campesinos burgueses) y las minorías, que fueron vistas como una potencial «quinta columna». La gran mayoría de estas detenciones fueron llevadas a cabo por el Comisariado del Pueblo para asuntos internos, también conocido como el NKVD.
Antecedentes
Antes de la Gran Purga, el término «purga» era utilizado para expresar la expulsión masiva de miembros del Partido, la purga más grande de este tipo había ocurrido en 1933 con 400.000 personas expulsadas. Entre 1936 y 1956 al término se le añadió no sólo la expulsión sino el arresto, el cautiverio, la deportación y en algunos casos la ejecución.
La Gran Purga se inició por la intención de la mayoría de los miembros del Politburó de eliminar toda posible fuente (según ellos) de oposición a la transición del socialismo al comunismo. De esta manera, se aseguraban que todos los miembros del partido seguirían las órdenes emanadas del centro. También eliminaron a posibles grupos subversivos como los kulaks, miembros de otros partidos, oficiales de la época zarista y finlandeses.
Procesos de Moscú
Entre 1936 y 1938 se llevaron a cabo tres juicios en Moscú donde fueron juzgados ex-miembros del Partido Comunista, que fueron acusados de conspirar con las naciones occidentales para asesinar a Stalin y a otros líderes soviéticos, así como para desintegrar la Unión Soviética y restaurar el capitalismo en Rusia.
En el primer juicio, llevado a cabo en agosto de 1936, fueron acusados 16 presuntos miembros del llamado «Centro Terrorista Trotsky-Zinóviev», cuyos supuestos líderes eran Grigori Zinóviev y Lev Kámenev, dos prominentes miembros del Partido. Éstos fueron acusados de planear el asesinato de Sergéi Kírov, así como el de Stalin. Después de pasar 10 meses en los calabozos de la policía secreta, donde se realizaron simulacros de juicio, finalmente fueron juzgados públicamente, donde estos «confesaron». Todos fueron sentenciados a muerte y ejecutados.
En enero de 1937, se llevó a cabo el segundo juicio en Moscú, donde fueron juzgados 17 miembros del Partido, de menor rango que los del juicio anterior, entre los juzgados se encontraban Karl Radek, Yuri Piatakov y Grigori Sokólnikov. Trece fueron sentenciados a muerte y fueron fusilados, mientras que el resto fueron enviados a campos de concentración, donde no sobrevivieron mucho tiempo.
En el tercer juicio, llevado a cabo en marzo de 1938, fueron juzgadas 21 personas, acusadas de pertenecer a un supuesto bloque de «derechistas y trotskistas» supuestamente liderado por Nikolái Bujarin, antigua cabeza del Comintern, el ex-primer ministro Alekséi Rýkov, Christian Rakovski, Nikolai Krestinsky y Génrij Yagoda, irónicamente Yagoda estuvo a cargo de las detenciones al inicio de la Gran Purga. Todos fueron encontrados culpables y fueron ejecutados.
También se desarrolló un juicio militar secreto en junio de 1937, donde varios generales del Ejército Rojo, como Mijaíl Tujachevsky, fueron sentenciados y ejecutados.
Si bien todos los acusados confesaron sus supuestos «crímenes», hoy en día es conocido que los métodos utilizados para obtener esas «confesiones» consistían en golpear a los acusados diariamente, mantenerlos de pie y sin comida durante días y amenazarlos con arrestar y ejecutar a sus familias. De esta manera se provocaba el colapso nervioso del acusado, que finalmente cedía. Por ejemplo, se sabe que el hijo adolescente de Lev Kamenev fue arrestado y acusado de terrorismo, todo esto con el objetivo de presionarlo a confesar.
Por su parte, Zinóviev y Kámenev demandaron una garantía de parte del Politburó, de que si «confesaban», su vida y la de sus familiares sería respetada. En una reunión con Stalin, Kliment Voroshílov y Yezhov, estas garantías les fueron dadas. Sin embargo, Stalin rompió su promesa, ya que no sólo mandó ejecutar a los acusados, sino que varios familiares de los mismos también fueron fusilados. Nikolái Bujarin también «confesó» solicitando garantías, esta vez sólo para su familia. Si bien ningún familiar suyo fue ejecutado, su esposa Anna Lárina fue enviada a un campo de trabajo, aunque sobrevivió y escribió las memorias de ella y de su esposo bajo el título de Esto no lo puedo olvidar.
En mayo de 1937, se estableció en Estados Unidos la Comisión de Investigación de los cargos hechos contra León Trotsky en los Juicios de Moscú, también conocida como la «Comisión Dewey», presidida por John Dewey, cuya objetivo era el de limpiar el nombre de Trotsky. Aunque dicha comisión jamás fue imparcial, llevó detalles a la luz pública que demostraban que algunos cargos de los Juicios de Moscú no podían ser verdaderos. Por ejemplo, Georgi Piatakov había testificado que en diciembre de 1935 había viajado a Oslo para «recibir instrucciones terroristas» de Trotsky. La Comisión Dewey demostró que ese vuelo nunca tuvo lugar. Otro acusado, Iván Smirnov, «confesó» haber participado en el asesinato de Sergéi Kírov, pero luego se demostró que en esa fecha llevaba un año en prisión.
La Comisión Dewey publicó sus hallazgos en un libro de 422 páginas titulado Inocente. Sus conclusiones declaraban inocentes a todos los condenados en los Juicios de Moscú. En su sumario, la Comisión escribió: «Sin evidencia extrínseca, la Comisión encuentra:
Que la conducta de los Juicios de Moscú fue de tal manera que cualquier persona sin prejuicios queda convencida que no se intentó conocer la verdad.
Que mientras que las confesiones deben tomarse con la más seria consideración, la confesiones contienen imposibilidades que convencen a la Comisión de su falsedad, sin importar los medios bajo las que se obtuvieron.
Que Trotsky nunca instruyó a ninguno de los acusados en los Juicios de Moscú para entablar acuerdos con potencias extranjeras en perjuicio de la Unión Soviética [y] que Trotsky nunca recomendó, planeó, o intentó la restauración del capitalismo en dicho país».
La Comisión concluye: «Encontramos que los Juicios de Moscú fueron montajes». No obstante, el embajador de EE. UU. en Moscú afirmó que los juicios eran completamente legales y los cargos eran reales.
Purga del ejército
Caso de la Organización Militar Trotskista Anti-Soviética
La purga del Ejército Rojo se inició con la aparición de documentos que evidenciaban la existencia de correspondencia entre el Mariscal Mijaíl Tujachevsky y miembros del OKW (Oberkommando der Wehrmacht, Alto Mando de la Wehrmacht), el Alto Mando alemán. Actualmente se maneja la muy posible teoría de que dichos documentos fueron falsificados por orden de Reinhard Heydrich, el Carnicero de Praga. Dichos documentos falsos llegarían a manos soviéticas a través de Edvard Beneš, presidente de Checoslovaquia.
Sin embargo, para el momento en que los documentos supuestamente falsos fueron creados, dos miembros del grupo de Tujachevsky ya estaban presos, lo que debilita un poco la teoría de la correspondencia, restándole legitimidad a la purga. Además, en los juicios, las cartas no fueron utilizadas como evidencia, sino las confesiones de los militares. En total, 3 de los 5 mariscales, 13 de los 15 comandantes de ejércitos, 8 de los 9 almirantes, 50 de los 57 generales de los cuerpos de ejército, 154 de los 186 generales de división, todos los comisarios del ejército y 25 de los 28 comisarios de los cuerpos de ejército, de la Unión Soviética fueron juzgados y condenados. Esta purga dentro del Ejército Rojo, eliminó a comandantes con experiencia y puso en su lugar a leales pero torpes militares comunistas. El ejército quedó desorganizado completamente y, según los analistas, Hitler tomó nota de esta aparente debilidad organizativa soviética a la hora de trazar sus planes para la Operación Barbarroja, la invasión alemana de Rusia de 1941.
El oficial de inteligencia soviético Viktor Suvorov escribió en La Limpieza que el impacto de la Gran Purga en el ejército no fue tan grave como la propaganda soviética lo hizo ver. Aseguraba que sólo un tercio de las víctimas eran oficiales militares, el otro tercio eran comisarios políticos y el tercio restante eran agentes de la NKVD con rangos militares. Da por ejemplo el caso del Ministro de Asuntos Navales, Mijaíl Frinovsky, que llevaba el rango militar de Comandante de Ejército de Primer Rango, aunque nunca había prestado servicio militar.
Durante la Gran Purga, fueron ejecutados casi todos los bolcheviques que habían tenido un rol importante en la Revolución de octubre o en el gobierno de Lenin. De los seis miembros del Politburó original, sólo Stalin sobrevivió, cuatro fueron ejecutados y Trotsky fue asesinado en su exilio en México en 1940. Los seis miembros del Politburó de Lenin, cuatro fueron ejecutados, Mijaíl Tomsky se suicidó, mientras que Stalin, Molotov y Mijaíl Kalinin continuaron viviendo. De los 1.966 delegados del XVII Congreso del Partido Comunista celebrado en 1934, 1.108 fueron arrestados y casi todos murieron ejecutados o en prisión, tras sufrir dentro el brutal trato habitual.
Purga en el Komintern
Otro grupo que fue objeto prioritario de la represión estalinista fue el constituido por los numerosos dirigentes y simples miembros de partidos comunistas extranjeros refugiados en la URSS, así como los cuadros del Komintern (la Internacional comunista). Dirigentes como el húngaro Béla Kun (famoso por las atrocidades que cometió en Crimea durante la Guerra Civil rusa) o el alemán Heinz Neumann fueron ejecutados sin juicio en compañía de miles de camaradas anónimos, la mayoría de los cuales desaparecieron sin dejar rastro. Stalin llego al extremo de convocar en Moscú, con cualquier pretexto, a militantes que residían en el extranjero, con el objeto de arrestarles a su regreso y, acto seguido, ejecutarlos. Esta táctica fue utilizada igualmente para purgar a los miembros del NKVD que pertenecían a su sección exterior (los servicios de espionaje), y que, lógicamente, prestaban servicio (tanto con cobertura legal de tipo diplomático o periodístico como aquellos llamados ilegales) en los países donde desarrollaban su actividad de espionaje. Por lo que, en aquellos tiempos, normalmente una orden de regreso a la patria era la antesala de la muerte. Los que, desobedeciendo las órdenes recibidas, decidieron resistirse a acudir voluntariamente al matadero fueron perseguidos con saña por escuadrones especiales de asesinos del NKVD especialmente encargados de ejecutar en el extranjero a estos desertores, misión que normalmente culminaban con éxito, siendo ayudados en estas acciones por los aparatos locales del Partido Comunista del país donde se había refugiado el traidor perseguido.
Purga de veteranos de la Guerra Civil Española
Se puede mencionar otro grupo que fue especialmente diezmado por las purgas estalinistas, el constituido por todos aquellos comunistas que, de una forma u otra participaron en la Guerra Civil Española. En efecto, muchos asesores militares y políticos soviéticos enviados a España fueron ejecutados a su regreso a la URSS. Esto incluye desde Mijaíl Koltsov, el más famoso periodista soviético de su tiempo, llamado el favorito de Stalin; hasta el Embajador de la URSS ante la Segunda República Española, Marcel Rosenberg. Se supone que el motivo de este ensañamiento, con los que eran leales servidores de la URSS, fue hacer desaparecer a todos aquellos que conocían de primera mano la política de Stalin respecto a la República Española o que podían entrar fácilmente en contacto con extranjeros y revelar en España la real extensión y gravedad de las purgas soviéticas. También se eliminaban potenciales testigos que habian sido ejecutores de asesinatos y ajustes de cuentas (una purga en sí misma del movimiento antifascista internacional) que la NKVD realizó en España aprovechando la situación bélica (por ejemplo, el arresto y asesinato del izquierdista Andreu Nin y la represión sufrida violentamente por otros miembros del POUM y de modo más encubierto por la CNT-FAI), dirigiendo asimismo operaciones de espionaje y vigilancia contra todos aquellos, tanto españoles como extranjeros que habían venido a ayudar a la causa republicana, considerados, real o ficticiamente, trotskistas, anarquistas o «desviacionistas» de cualquier tipo por el régimen de Moscú.
Para conseguir estos fines, más alineados con la política interna de la URSS que con las necesidades bélicas de la Segunda República Española, los asesores soviéticos de la NKVD lograron hacerse, con la connivencia expresa o tácita de altos cargos del gobierno republicano, con prácticamente el control total de los servicios de contraespionaje y de seguridad interior de la República Española, de tal forma que, en un grado rara vez visto hasta entonces, la policía política soviética utilizó y manipuló los servicios de seguridad del gobierno republicano español para actuar libremente en el territorio de éste último sin considerar soberanía nacional alguna, asesinando y secuestrando tanto a ciudadanos soviéticos como a españoles y extranjeros, y sin estar sometidos estos actos a ningún tipo de control por las impotentes autoridades de la República Española. Entre las consecuencias más conocidas de esta situación se pueden mencionar las sacas de las cárceles de Madrid con destino a las ejecuciones masivas de Paracuellos del Jarama en noviembre de 1936 y el embarque del tesoro nacional español ese mismo año para su traslado a la URSS (el denominado «Oro de Moscú»).
Purga de refugiados
Para acabar de reflejar la doblez y la traición que imperaban en la mente de Stalin, y que impregnaban la irrespirable atmósfera de la URSS en los años 30, mencionaremos la ignominiosa entrega en 1939 a la Gestapo nazi de todos aquellos refugiados comunistas alemanes, polacos y húngaros que habían buscado refugio en la Unión Soviética. Esta entrega, que constituye por sí sola una de las más vergonzosas traiciones de la historia, fue un resultado colateral del pacto de no agresión nazi-soviético, así como la ocupación conjunta de Polonia, la ocupación soviética de los países bálticos, de la Besarabia y Bucovina rumana y el ataque a Finlandia por la URSS y supuso, para sus desdichadas víctimas, pasar del gulag siberiano y de las garras del NKVD (los entregados eran los supervivientes no ejecutados de las purgas del Komintern, en muchos casos familiares de dirigentes ya fusilados) a los campos de concentración nazis dirigidos por las SS, donde la mayoría de ellos terminaron siendo ejecutados o víctimas de las espantosas condiciones de vida reinantes en los mismos. La militante comunista alemana Margarette Buber-Neumann, superviviente de este proceso, relata en un estremecedor libro de memorias sus experiencias como prisionera en los campos de concentración de ambas dictaduras.
Caída de Yezhov
Para 1938, Stalin y su camarilla ya se habían dado cuenta de que las purgas estaban descontroladas. Yezhov fue sustituido de su puesto como jefe de la NKVD, aunque siguió siendo Comisario del Agua y Transporte. El nuevo jefe de la NKVD fue Lavrenti Beria, paisano de Stalin, e inmediatamente inició una purga dentro del NKVD, siendo sustituidos de sus cargos los hombres de confianza de su antecesor. El propio Yezhov y la gran mayoría de sus más cercanos colaboradores, todos altos oficiales del NKVD, fueron a su vez ejecutados antes de acabar el año. EL 17 de noviembre de ese mismo año, el Sovmin y el Comité Central del PCUS de la Unión Soviética emitieron un decreto, que fue firmado por Beria, que puso fin a las persecuciones masivas. Sin embargo, las persecuciones a pequeña escala no se detuvieron hasta la muerte de Stalin en 1953.
Reacción internacional
Si bien la persecución de los altos líderes soviéticos encontró mucho eco en la propaganda soviética, la purga en la población civil fue escondida a la prensa nacional y extranjera. En el Occidente se empezó a conocer la verdadera extensión de la Gran Purga cuando ex-prisioneros de los gulags lograron escapar hacia estos países. Sin embargo, en muchos casos, los movimientos comunistas de estas naciones intentaron callar estos testimonios.
En el libro El gran terror, de Robert Conquest, se afirma que intelectuales comunistas de la talla de Jean-Paul Sartre negaron continuamente la existencia de la Gran Purga, ya que el reconocimiento de esta persecución en la Unión Soviética, desanimaría a los comunistas franceses. También se critica la actuación de los escritores del New York Times de la época, incluyendo al ganador del Pulitzer Walter Duranty, que al igual que Sartre negó o ignoró la existencia de la Gran Purga, incluso cuando la existencia de los campos de trabajo soviéticos ya había sido comprobada. La reformadora social Beatrice Webb y su esposo Sidney se cuentan entre los negadores de las purgas estalinistas. Por otro lado, uno de los mayores críticos de la Gran Purga fue el diario Manchester Guardian, a pesar de su tendencia izquierdista.
Si bien dentro de los círculos socialistas y comunistas de los Estados Unidos siempre existió la duda acerca de la existencia de la Gran Purga, tras la muerte de Stalin, la publicación del «Discurso secreto» de Nikita Jrushchov y la llegada del Mccarthismo al país norteamericano, obligó a cientos de intelectuales europeos y americanos a desligarse del comunismo soviético, si bien continuaron apoyando esta ideología.
Bibliografía
Furr, Grover, Stalin y la lucha por la reforma democrática
Martens, Ludo, Otra mirada sobre Stalin