Me agrada saber que el sr. Thiago reconozca la autoría del texto.
Recuperemos el hilo del tiempo, un poco más aún:
VICTORIA EN UN SOLO PAÍS
No ha sido una disgresión inútil – aunque haya sido una repetición de conceptos ya expuestos, no obstante y sobre todo para martillear con el fin de dejar muy claro que la teoría de la guerra y de la paz es fija e inmutable desde hace más de cien años – aquella sobre la consideración de la guerra general que estalló en 1914, ya que está unida estrechamente al tema histórico de la revolución rusa, como se dijo en la introducción.
Clarificados los dos textos de Lenin encargados de la condena de dos aversiones históricas: los Estados Unidos de Europa y el desarme europeo y mundial, volvemos al punto que han tratado de distorsionar los estalinistas: la revolución en un solo país.
Nuestros textos se deben leer pensando que no nacieron para ir a rellenar un cierto vacío en una estantería de la biblioteca, añadiendo un capítulo en abstracto, para una materia y disciplinas abstractas, sino en lo vivo de una polémica que era la infraestructura histórica de una batalla real de fuerzas e intereses opuestos. Aquí estamos en lo vivo del choque entre Lenin y los fautores de las guerras. Es necesario seguir el nutrido diálogo que pronto se convertirá en una lucha con las armas en la mano sobre los más diversos frentes.
Los marxistas revolucionarios dicen: en ningún país puede ser apoyada esta guerra, ninguna defensa de la guerra, sino en todos los países sabotaje de la guerra y también de la defensa de la patria.
Los oportunistas e incluso los más peligrosos centristas responden hipócritamente: Estamos preparados para hacerlo. Pero con la condición de que con certeza matemática, al mismo tiempo que nosotros paramos el ejército de nuestro Estado; también este parado el otro. Si esta garantía falta, no haríamos más que defender la guerra del enemigo.
Está claro que tal objeción aparentemente lógica, entendida como lo son todas las tesis populares de los actuales desventurados activistas que se dirigen al proletariado, contiene la bancarrota de la revolución. Así por ejemplo, en la guerra con Austria se consiguió impedir, con esfuerzos sobrehumanos, que los parlamentarios socialistas italianos votasen los créditos de guerra, pero cuando tuvo lugar el desmoronamiento de Caporetto, solo en el momento que los burgueses nos hicieron el honor de atribuirlo a nuestra propaganda (¿Cómo trataría tal problema histórico un Togliatti? ¿Diría que es una infamia hacer hundirse al Veneto, gloria para Sicilia? Tanto es así, que por su obra nada se desmoronó), nuestros honorables querían lanzarse a votar los fondos para la defensa en el Grappa, e invocar la vía de alemanes y franceses de 1914. No se puede decir si estuvo bien o mal el haberlo impedido: lo cierto es que se reveló con meridiana claridad la peste oportunista, que sucesivamente se debió tratar con hierro candente.
No era Lenin un tipo que se echase atrás ante tal argumento. solo un imbécil no esta en condiciones de entender que es lo que se necesita para que todo partido revolucionario sabotee la guerra del propio Estado, dijo repetidamente. En verdad nuestra consigna era precisamente la más difícil y la menos banal, y el devenir ha enseñado mucho sobre este punto, sobre la imposibilidad de proceder siempre con frases cristalinas, y sobre la auténtica gloria de la "oscuridad revolucionaria" en la que mantenemos al gran Carlos como maestro.
De cualquier modo, Lenin se muestra aquí irreductible y él mismo escribe en sus duras demostraciones el inequívoco título: contracorriente.
La historia no quiso que él, en su grandeza, viese venir el peligro obsceno de volver a caer impotentes en el legamoso fondo de la corriente, que a todos nosotros nos parecía invertida pero que desgraciadamente no lo estaba.
Es necesario sabotear la guerra desde uno y desde el otro lado del frente SIN la condición de que el sabotaje sea de fuerzas parejas, sin preocuparse de que la otra parte sea por ventura inexistente. Es necesario igualmente, en tal situación, con un ejército enemigo que traspasa el desguarnecido frente, tratar de liquidar a la propia burguesía, al propio Estado, de tomar el poder, de instaurar la dictadura del proletariado.
Paralelamente, con la "confraternización", con la agitación internacional, con todos los medios a disposición del poder victorioso, se provocará el movimiento de rebelión en el país enemigo.
Para el centrismo, la respuesta es fácil: Pero si tal movimiento a pesar de todo fracasa, el Estado y el ejército enemigos siguen siendo eficientes, y vienen a ocupar el país revolucionario para derrocar al Estado del proletariado ¿Que haréis?
Lenin tuvo para esto dos respuestas: una está en la historia de la Comuna, que no habría dudado, pudiendo derrotar a la pandilla de esbirros burgueses de Francia, en recibir a cañonazos también a los prusianos, pero en ningún caso habría arriado la bandera roja de la revolución. La otra respuesta a los consortes apologistas de la guerra burguesa, imperialista y contrarrevolucionaria, fue precisamente: La guerra. Nuestra guerra, la guerra revolucionaria, la guerra socialista.
¿Entonces contra el mismo enemigo? ¿Entonces, la misma guerra que defendemos nosotros? sonríe maliciosamente el filisteo contradictor. No, porque la nueva guerra es una guerra de clase, porque no está dirigida conjuntamente con el Estado burgués y su estado mayor, ya derrotados; porque la suya no será la victoria de una coalición imperialista, sino de la revolución mundial.
EL PAPEL CAMBIADO
Este punto histórico considera la posibilidad de una maniobra revolucionaria de la Internacional opuesta a la de los traidores de 1914, totalmente opuesta a la que fue tomada en 1939 y 1941.
El oportunismo es el bill de la no-revolución, la tregua de clase interna concedida a todos los beligerantes, hasta que acabe la guerra.
Mostraremos que es un truco vulgar asimilar este vergonzoso y descarado expediente de traidores a la pretendida adhesión preventiva del movimiento a una teoría que impusiese la "revolución simultánea" en todos los países.
La fórmula de Lenin es la negación del bill, la negación de la tregua en todos los países tanto en guerra como en paz, y la presión hacia el evento revolucionario en la victoria y en la derrota del Estado, y sobre todo la utilización revolucionaria de esta.
En cualquier parte donde la derrota de la guerra le diese la posibilidad, el partido proletario debía tomar el poder: esta habría debido ser la política en Alemania, en Francia, como lo fue en Rusia.
Francia sin Alemania habría debido tener un gobierno socialista; o Alemania sin Francia. Ambos gobiernos tenían la posibilidad de instaurar medidas anticapitalistas resueltas y sobre todo de coger por el cuello a los industriales de guerra, e inmediatamente debían, desde la parte en la que se había vencido, no desarmarse sino organizar un ejército revolucionario, para detener al ejército enemigo, para impedir el estrangulamiento de la propia revolución.
La construcción del comunismo en Rusia, y en general en un "solo" país preponderantemente feudal y patriarcal, no tiene nada que ver con esta tesis, y no se puede apoyar en la misma: eso es harina de otro costal.
¿Qué debían hacer los revolucionarios en Rusia? Por Dios, se ha dicho mil veces en todos los sentidos: no el socialismo, sino una república democrática. La hipótesis del socialismo en un solo país es obvia, pero se escribe: país capitalista.
Helo aquí: el as ha salido de vuestra manga, señor fullero.
LA TEORÍA INVENTADA
Nos hemos extendido sobre la antítesis artificial entre dos teorías, la "vieja" y la "nueva", sobre las "cuestiones de la guerra, de la paz y de la revolución" pretextada en la Storia (oficial) del partito bolscevico editada en Rusia.
Autor de la nueva teoría sobre la "revolución en un solo país" habría sido Lenin, mientras la vieja teoría, propia de los viejos marxistas, sería la de la "revolución proletaria simultánea en todos los países civilizados".
Hemos dicho que tal teoría no es verdadera ni falsa: solamente es una pura invención porque nadie la ha defendido jamás. La vieja teoría coincide con la nueva. Marx ha establecido estos puntos como Lenin los ha reivindicado. Los marxistas (excluyendo a los que así se llaman, pero que no creen en la revolución) han estado siempre por el ataque revolucionario, incluso en un solo país, como estrategia política para luchar por la toma del poder.
En cuanto a la transformación de la estructura social en socialismo, que con expresión teóricamente no menos falsa que las otras se llama construcción del socialismo, y que se debería llamar destrucción del capitalismo, ésta se consideró siempre proponible y posible incluso en un solo país. Pero bajo dos condiciones de cristalina evidencia desde Marx a Lenin. Primera: que en el país en cuestión exista el capitalismo plenamente. Segunda: que el proletariado vencedor de dicho país sepa aplicar la consigna: no he venido a traer la paz, sino la guerra.
No existe otra teoría de la guerra, de la paz y de la revolución. Existen, y nace una en cada nueva generación, nuevas teorías, y son, como la de la Storia moscovita, las teorías de la contrarrevolución.
Para demostrarlo volvemos a exponer una vez más el pasaje que inventa la teoría antigua, e inventa la invención de Lenin, sistemáticamente degradado: de combatiente marxista integral a fantoche de altar y de monumento.
«Esta teoría [de Lenin, que, como decíamos, habría echado las bases en 1905 en su obra Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolutión democrática, según dice el texto que ensarta otra perla en el collar de pifias teóricas e históricas: ¿Cómo fundar una nueva teoría para un problema "atrasado" refiriéndose a Alemania en la época del Marx joven, y a Francia en la de Babeuf? Según estos falsarios, Lenin habría disertado sobre como construir el socialismo con la revolución democrática, y sería el más harapiento de los ultraderechistas] esta teoría difería radicalmente de la concepción difundida entre los marxistas del período preimperialista cuando los marxistas consideraban que el socialismo no habría podido triunfar en un solo país sino que habría triunfado al mismo tiempo en todos los países civilizados».
No repetimos la crítica de la definición civilizados. Si en lugar del adjetivo civilizados estuviese el de capitalistas (referido a la estructura económica) o democráticos (referido a la política) la fórmula estaría menos carente de sentido intrínseco, aunque seguiría siendo igualmente falsa. Aquellos "marxistas" no han existido nunca. Marx era indudablemente un marxista del período preimperialista. ¿Y qué se hace con él? O Marx es tonto y el marxismo una tontería, o quizás en el marxismo, teoría nacida en 1840, ya están dadas las leyes de la etapa (no período) imperialista del capitalismo. Y efectivamente, Lenin no las produjó por medio de una secreción de su cabeza, sino por la aplicación de las doctrinas del Capital. Basta leerlo. Volvió a demostrar, a través de los acontecimientos de la etapa imperialista, nuestra teoría del capital. Volvió a demostrar que la paz de los Estados y de las clases está excluida en ella, y que, como en los primeros albores, las llamas de la catástrofe social y de la explosión general de violencia dominan a la clausura del ciclo.
¡Fuera los nombres! Marxistas de aquel tipo no han existido. Iremos más allá: socialistas genéricos tampoco.
PAÍSES Y REVOLUCIONES
Ya desde su forma utópico-idealista el socialismo no fue pensado como internacional: ¡Ni siquiera nacional! Esta pensado como socialismo en una sola ciudad: en la República de Platón, en la Ciudad del Sol de Campanella, en la Utopía (o sea, ciudad que no tiene lugar) de Moro, en la Icaria de Cabet, en el país del soberano absoluto, el iluminado entre todos, de los grandes utopistas franceses, en la fábrica cooperativa de Owen, en el falansterio de Fourier, y si queremos en el monasterio medieval de Benedetto ¿Y esto se lo habría inventado Lenin como una "nueva teoría", so bobalicones?
Este primer ingenuo y noble socialismo fue pensado por sus (ellos sí) constructores, primero como un acto de opinión, y luego, de voluntad, trasmitido al pueblo por el sabio guía, o incluso por el gran rey. Está claro que nadie lo subordinará a la coincidencia de estas oleadas de iluminación de las mentes en diversos países al mismo tiempo; siempre que es utópico el socialismo, está previsto dentro de unas fronteras precisas, y en los más sugestivos de estos "proyectos" sociales es considerado como permanente (esta concepción no es dinámica, sino estática en sí misma, salvo las intuiciones de no pocos intelectos geniales, como el poderoso Saint-Simon) el estamento militar, el ejército estable y la defensa del país elegido contra enemigos envidiosos.
Se pasó del utopismo al marxismo no debido a una reflexión más refinada del tema, sino por el efecto de la aparición de la producción capitalista. El marxismo construye su doctrina y su programa sobre todo trabajando sobre Inglaterra. Este solo, solísimo país le da la trama para probar que la economía socialista, en un cierto estadio del desarrollo mercantil-industrial, no solo es posible y construible, sino que es determinadamente necesaria, como una condición no ya técnica, productiva y económica, sino solo histórica; es decir, que los vínculos antiguos, las relaciones de producción y propiedad, sean quebrantados y destruidos por las fuerzas productivas desbordantes, no por luminosas avanzadillas de la opinión.
Por consiguiente, cuando nacen las tesis sobre la economía capitalista y las más generales del materialismo histórico, nacen gracias a la dinámica de la sociedad inglesa de los siglos XVII y XVIII.
El programa socialista nace no como una profecía del milenio, sino como una posibilidad basada en condiciones ya adquiridas, pero en un SOLO país: Inglaterra en sentido estricto, sin Irlanda, donde se espera la revolución burguesa agraria, sin la mayor parte de Escocia.
En los albores del s. XVIII, Francia no es una isla, sino la locomotora de Europa, su tarea histórica es la de extender a Occidente la llama de la gran revolución. Solamente entre 1831 y 1848, el proletariado inicia sus épicas luchas, que no son todavía para construir socialismo, sino para difundir la revolución hacia Oriente: planteémonos por audaz que sea, la hipótesis de que los obreros de París hubiesen vencido en 1848; habría sido preeminente respecto a la tarea de destruir el capitalismo interno, la de una guerra revolucionaria contra la reacción en Europa: todavía, en un sentido amplio, el problema histórico de las Dos Tácticas, y no la cuestión de si es posible una Francia socialista. Pero esto, por razones históricas, que nada tienen en común con la misma necesidad de esperar que haya una trama económica socialista más allá del Rhin, más allá del Danubio o más allá de los Alpes.
A LA RAÍZ: ¡MANIFIESTO!
Sin embargo, llegados al maduro 1848, nosotros tenemos lo que irónicamente llaman "Biblia de los comunistas": el Manifiesto de Marx y Engels. El problema de la revolución proletaria ya esta plena e insuperablemente planteado: no solo no hay un plan de la revolución simultánea en todos los países, atribuida a los marxistas de los viejos tiempos, sino que evidentemente es propuesta la revolución socialista incluso en un solo país. No solo es propuesta o admitida, sino que está contenida en toda la poderosa construcción unitaria, y no podría ser de otra manera.
En sus últimos años, en 1893, Federico Engels redactó la introducción a la edición italiana del Manifiesto. Pues bien, en esta breve introducción hay algunos pasajes históricos, como aquel que dice: el Manifiesto le hace plena justicia a la acción revolucionaria que tuvo el capitalismo en el pasado. La primera nación capitalista ha sido Italia. Y Engels data el traspaso del medioevo feudal a la era moderna en el 1300, en la época de Dante.
Sin embargo, volviendo a la situación de 1848, y recordando como desde Milán a Berlín y a París estuvieron los primeros obreros en las barricadas en toda Europa, y en remachar este lapso de "simultaneidad" europea de la revolución como guerra de todas las clases, añade las significativas palabras:
«Sólo los obreros de París, derrocando al gobierno, tenían la intención bien decidida de derrocar al régimen de la burguesía. Pero, por más que ellos tuviesen conciencia del fatal antagonismo que existía entre la propia clase y la burguesía, ni el progreso económico del país, ni el desarrollo intelectual de las masas francesas habían llegado al grado que habría permitido una reconstrucción social. Los frutos de la revolución fueron, por lo tanto, en última instancia recogidos por la clase capitalista».
Se pueden sacar diversos corolarios, aparte del habitual que hemos desflorado de la enorme estupidez de la lucha antimedieval en la Italia de 1945, o en las... elecciones sicilianas de 1955. Errorcitos de seis siglos y medio. En Sicilia, más que en ningún otro lugar, en la ciudad de Palermo bajo el reinado de Federico II se dio la primera metrópolis burguesa.
¡En 1848, Engels piensa que la transformación económica socialista no es posible en la burguesísima Francia! ¡El, que había extraído esta perspectiva segura en sus estudios juveniles sobre la economía inglesa!
Por lo tanto, la maldita construcción del socialismo ha sido vista por los más antiguos marxistas como cuestión de un solo país, y Lenin no debía descubrirlo ni en 1905, ni en 1914.
Por lo demás: ¿Fue inútil quizás la lucha socialista parisina de 1848? ¡Jamás! Engels dice que la utilización capitalista de la revolución condujo a las formaciones nacionales de Italia y Alemania, recuerda que, según Marx, los que habían abatido la revolución de 1848 fueron ejecutores testamentarios.
Por consiguiente, la noción del proletariado que lucha por la revolución capitalista, que debe luchar por ella, que lo debería hacer si estuviese en el punto de elegir su vía, tampoco es esta una invención de Lenin en 1905.
Lo que les reservó la historia a los obreros franceses de 1848, se lo reservo a los obreros rusos de 1917: Lenin lo vio y lo teorizó decididamente y con anticipación; los hechos históricos lo demuestran hoy con deslumbrante luz: batirse con una organización de clase y conciencia socialista de partido desarrolladas en una revolución proletaria, mientras los frutos de tal revolución consisten en la instauración del capitalismo.
Pero reclamamos el contenido del Manifiesto a este respecto, por conocidísimo que sea.
ESTRUCTURAS ARMÓNICAS
¿Es preciso recordar lo "sistemático" de nuestro código histórico? El primer personaje que aparece en escena es la burguesía, de la que el peor enemigo escribe sin igual la "chanson de geste". Combate y recorre el mundo, sacude desde sus cimientos las instituciones seculares, desencadena las enormes fuerzas de la actividad de los hombres, diabólicamente suscita a sus enterradores, los proletarios.
Las clásicas enunciaciones sobre la "organización de los proletarios en clase, y por consiguiente, en partido político", se refiere al cuadro nacional de un "solo país". Y en efecto, existe la conocida observación: la lucha del proletariado contra la burguesía es ante todo nacional, pero más por su forma que por su contenido. El proletariado de un país debe naturalmente desembarazarse primero de su propia burguesía.
Esta celebre tesis, más adelante es remachada por las no menos conocidas frases, que siguen al pasaje que dice que los obreros no tienen patria: "puesto que el proletariado primero debe conquistar el poder político [los socialtraidores leían: ¡El sufragio universal!], elevarse a clase nacional, aunque no en el sentido burgués".
El sentido de tales palabras, tan discutidas y falseadas al estallar la primera conflagración [1914], contiene en sí mismo la teoría del poder y del Estado. La burguesía tenía como meta construir el Estado nacional – el proletariado no tiene como fin ni la construcción permanente del Estado, ni la de la nación, sino que debiendo empuñar el arma del poder y del Estado, precisamente cuando sólo haya obtenido el hundimiento de la propia burguesía ("ante todo") y del propio Estado burgués, edifica su propio Estado, su dictadura, se constituye en nación, o sea, defiende su territorio contra las burguesías del exterior, en espera de que a su vez las derroque el proletariado.
Por todo esto, desde los primeros documentos tenemos que en el curso del advenimiento revolucionario, se desarrolla la hipótesis de la victoria en un solo país, no como excepción sino como norma, y la teoría existe desde los albores del marxismo.
¿Cómo leer de otra manera todo lo que durante un siglo los filisteos han tratado de leer al revés, o sea, la parte programática ulterior:
«El proletariado se servirá del poder político para arrancar poco a poco a la burguesía todo el capital, para concentrar todos los medios de producción en manos del Estado, o sea, el proletariado mismo organizado como clase dominante, y para acrecentar lo más rápidamente posible la masa de las fuerzas productivas»?
Esto no es más que el inicio de la "transformación de todo el sistema de producción" y se trata de "intervenciones despóticas" y de "medidas económicamente insuficientes e insostenibles". Cosas viejas, cierto. Pero debemos probar, precisamente, que es vieja y no nueva la teoría de la toma del poder político y de la preparación de la transformación social. ¿Cómo si no continuaría el texto: "Estas medidas serán distintas según los distintos países"?
¿Y añadiría un elenco para los más avanzados de la época de 1848?
¿Y como el capítulo final trataría nación por nación la perspectiva de la conquista revolucionaria del poder, si no es fundándose en el concepto, que guía todo, de que la revolución podrá comenzar en cualquier país donde se haya formado, con el desarrollo productivo, un moderno proletariado, y finalmente antes en Alemania que en Inglaterra y en Francia, porque allí esta encima la revolución burguesa "con un proletariado mucho más desarrollado, que no tuvo Francia en el s. XVIII e Inglaterra en el s. XVII"?.
DE 1848 A LA COMUNA
Después de la grave derrota de 1848, las perspectivas de la conquista proletaria del poder en los países europeos se alejaron. En el largo período sucesivo, Estados y naciones burguesas se sistematizan en una serie de guerras, los partidos proletarios no tienen posiciones de primer plano, la política marxista se orienta hacia aquellas guerras que conducen a la derrota de las reservas reaccionarias, por turno, Austria, Alemania, y Francia, y sobre todo y en todo momento Rusia, como tantas veces se ha expuesto.
La nueva sistematización nace del grandioso episodio de la Comuna de París. Esta vez el proletariado no solo se compromete a derrocar a la burguesía nacional, sino que esto sucede todavía bajo el peso de dos fuerzas enemigas: el ejército prusiano como vencedor, y las fuerzas armadas del Estado burgués convertido en república.
Aquí se eleva el memorable análisis de Marx en las obras clásicas: ¿Queréis comprender lo que era la revolución proletaria, la dictadura del proletariado, el Estado socialista? Ahí esta el primer ejemplo histórico: ¡La Comuna!
¿Acaso Marx, o uno solo de los marxistas de la época, al ponerse al lado de la Comuna, soñó con condenarla a causa de que, a diferencia de 1848, en las otras capitales de Europa, el proletariado no se movió, y mucho menos en Berlín, ya que estaba claro que el ejército alemán pleno de fuerza intervendría contra el Estado socialista de París, si no bastasen las fuerzas burguesas de Francia?
Por lo tanto, ¿no estaba ya totalmente en pie (en plena fase preimperialista del capitalismo) y en pie solo esta, la teoría de la revolución en un solo país, y la de los primeros pasajes, clásicamente elevados a ejemplo por Marx y sobre sus exactísimas huellas por Lenin, de la transformación social con decretos y edictos famosos?
¿Qué marxista, incluso de las tendencias menos ardientes, ha excomulgado a la Comuna, o le ha aconsejado entregar las armas, porque o se hace la revolución en toda Europa, o no se hace en Francia?
En aquel momento había dos posiciones en la Primera Internacional, la marxista y la bakuninista; hay dos "versiones" de la Comuna, ambas en el sentido de exaltar sin reservas su insurrección, su breve ciclo de vida, y la gloriosísima caída, deshonra y vergüenza de los regímenes "civilizados".
Ninguna de estas corrientes puede volver a acercarse a la inventada teoría de la revolución contemporánea en toda Europa.
En la visión libertaria, el París de la Comuna no es un Estado político, sino que responde al mito del municipio local que en su estrecho ciclo se libera levantándose contra la tiranía estatal y contra la opresión social, fundando una colectividad autónoma de libres e iguales. Es conocido el por qué, según los marxistas, esto es un sueño, por no decir algo peor, pero lo recordamos para excluir que este ala de los socialistas (socialistas anarquistas, se les llamaba) nunca haya creído en la revolución simultánea: lejos de esto, ellos ni tan siquiera habrían admitido la revolución nacional, sino la de una ciudad, o un municipio.
Algunos años después combatían para fundar la anarquía en España y en alguna de sus provincias, afirmando tortuosamente no tener ejércitos ni gobiernos, cayendo bajo la inexorable demolición crítica de Engels y Marx.
Sean cuales fueren los errores, tampoco en esta dirección pescamos a los partidarios del: nada de revolución si no se produce en diez países.
Tenemos luego la versión ortodoxa, marxista, de la Comuna, la versión, a despecho de los manipuladores de patrañas, con un digno sentido leninista.
La Comuna no sólo es la municipalidad de París asediada dos veces; es Francia, el proletariado francés constituido finalmente en clase, que ha plantado en las riberas del Sena la bandera de su constitución en clase dominante, erigido el Estado revolucionario de la nación francesa. Nación no en el sentido burgués y contra la nación alemana, sino en el sentido de que con sus cañones intenta estrangular al traidor Thiers en el sillón desde donde controla todo el territorio francés, y derrama por este objetivo la generosa sangre del París rojo, aun sabiendo que, mientras el verdugo indigno avanza, el obrero de Berlín, de Viena, de Milán no ha cogido la escopeta. Es la teoría la que en el fulgor llameante se convierte en ardiente historia. Y se convierte en patrimonio y en contenido de la revolución mundial, su victoriosa conquista, incluso después de que callaran las últimas descargas contra el muro de Père Lachaise, en la conciencia general de los marxistas de que un día nacerá de una primera comuna nacional victoriosa, el incendio progresivo e imparable del mundo del capital.
REVISIONISMO SOCIALDEMÓCRATA
Fueron los odiados enemigos de Lenin, los que desde 1900 fundaron una "nueva teoría" que ellos pretendían marxista, o versión moderna del marxismo; y con ella prepararon la catástrofe de 1914, que según dicen los falsificadores de Moscú, habría inducido a Lenin a volver a rehacer toda la terminología marxista sobre la Guerra, la Paz, y la Revolución.
Mientras en el campo obrero Berstein y todos los otros elaboran el reformismo gradualista – a su vez, nada nuevo, sino el brebaje de las herejías contra las que Marx consumió toda su vida, desde los socialistas prusianos de Estado, al lassalleanismo, al socialradicalismo francés, al tradeunionismo inglés, y así sucesivamente – la burguesía elabora su teoría de la guerra y de la paz, volviendo a levantar el mito del desarme, del arbitraje y de la paz universal. También esta antigua historia esta ya triturada por los golpes de mazo de Marx, desde que después de 1848 se las tuvo que ver con la izquierda radical burguesa, Mazzini, Blanc, Garibaldi, Kossuth y similares, de los que sabemos con que furiosa indignación se ocupó.
El revisionismo legalitario desmonta la visión marxista pedazo a pedazo. Son rechazados ante todo la insurrección, la violencia, las armas, y la dictadura: se admite durante un breve espacio de tiempo una desnicotinizada "lucha de clase" que es obligada a desarrollarse dentro de los límites de la legalidad estatal, con la conquista electoral de los escaños en las asambleas políticas. El modelo es la socialdemocracia alemana, monstruosa máquina para las elecciones, y se hace una baja utilización de una de las últimas frases de Federico Engels: la distancia del poder ahora se puede calcular por las estadísticas de los últimos progresos electorales. ¡Pero Engels había dicho claramente que una vez obtenido tal objetivo, el capitalismo mismo desencadenaría el terror!
No tenemos que repetir la crítica de esta tendencia y de su perspectiva. Mayoría en la Cámara, gobierno legal socialista, serie de leyes progresivas que atenúan la explotación proletaria y los beneficios burgueses, hasta poner en marcha una mutación gradual del capitalismo en socialismo: no nos hace falta recordar aquí como poco a poco en Francia, Bélgica y en otras partes la misma lucha de clase en forma de papeletas de voto fue cambiada al admitir que los partidos obreros pudiesen entrar como minorías dentro de gobiernos burgueses, fundando aquello que fue llamado ministerialismo, posibilismo y millerandismo. Lo condenó – en periodo de paz – la Segunda Internacional, pero luego le abrió las puertas vergonzosamente en la guerra, desencadenando el anatema de Lenin. No sabía él que la Tercera Internacional lo admitiría y ensalzaría no solo en la guerra sino también en la paz, para agradar a los Nenni de turno.
¿Sea lo que sea de esta unión de gentilhombres, se pueden descubrir en sus filas a los misteriosos marxistas preimperialistas, que querían la conquista del poder el mismo día en todos los países civilizados?
Evidentemente, si el acceso al poder no deriva ya de una acción con las armas y por las calles, ni de un hundimiento en el vacío de las bases del capitalismo, sino solo de la subida de la masa de los votos "socialistas", precisamente no importa nada que el día luminoso de la llamada al poder de un premier socialista sea en todas partes el mismo, por el contrario, es cierto y seguro que llegarán tiempos muy irregulares y nada impedirá que convivan diez regímenes, capitalista al cien por cien, socialista al diez por ciento, al veinte por ciento, etc., sonriéndose, arbitrándose, desarmándose, dándose premios Nobel, a través de las fronteras.
Tampoco en este campo encontramos a alguien que esté contra la construcción del socialismo en un solo país. Si éste se construye poco a poco por medio de las leyes del Estado burgués, cambiando únicamente el partido que gobierna, la exigencia de la simultaneidad europea no la imagina ni la imaginará nadie.
SOLAMENTE ES NUEVO EL OPORTUNISMO
No fue Lenin quien hizo la nueva teoría de la guerra, la paz y la revolución, sino precisamente los renegados a los que él fustigó durante los acontecimientos de 1914. Estos que no dejaron ni una sola palabra de la vieja teoría, de la única teoría de Marx.
Marx decía que la revolución proletaria sobreviene con la guerra civil entre las clases, y con el derrocamiento del Estado. Ellos lo negaron.
Marx decía que la guerra entre Estados solo desaparecerá con la caída del capitalismo y jamás con un acuerdo general entre Estados burgueses. Los renegados lo negaron.
Marx decía que la guerra entre Estados capitalistas y precapitalistas puede tener un contenido que le interese al proletariado, debiendo tomar parte en ella, pero que en el área del capitalismo de occidente, desde 1871, todos los ejércitos están contra el proletariado, y éste está contra todas las guerras europeas e intercapitalistas. Los renegados negaron la primera y la segunda concepción, y dijeron que en toda guerra entre dos Estados el proletariado debe ayudar al suyo, por poco que este amenazado de sucumbir. Fueron pacifistas mientras que no hubo guerra, guerreros intervencionistas apenas estalla.
Lenin volvió a colocar los procesos de paz, guerra y revolución en el lugar donde el marxismo los había mantenido siempre. Y tal y como el marxismo había dicho siempre, se reivindicó derrotismo y revuelta proletaria en todas partes, incluso unilateralmente y en un solo país, en el área y en el curso histórico que la guerra civil de 1871 había abierto.
Él no generó ninguna nueva teoría, sino que quiso destrozar la nueva teoría del socialpatriotismo.
Cuando de este imponente trabajo histórico de restaurador de la doctrina no vieja, sino única, se quiso hacer surgir como algo original la obvia estrategia del ataque a la burguesía en el campo nacional incluso unilateralmente, enunciada en el Manifiesto y en todos los textos marxistas, entre ellos los referentes a la Comuna, básicos y sacrosantos para Lenin en todas sus páginas; y cuando se tradujo esta tesis que no era nueva por aquella de que sin revolución europea podía haber en Rusia una transformación social en un sentido comunista, la buena vista de la comadrona del Kremlin intento un verdadero cambio de guardia, atribuyéndole al que consideran el Pequeño Padre de la revolución en Rusia un pestilente bastardo; no le convirtieron en el destructor de una antigua teoría de inexistentes viejos marxistas, sino en destructor de aquella que él mismo, sobre la espina dorsal del sistema general, había levantado con verdadera genialidad: en una revolución que no se extienda fuera de Rusia, el proletariado deberá tomar el poder, pero para llevar a cabo la revolución democrática y para favorecer con esto el advenimiento y el desarrollo del sistema capitalista de producción, sólo superable con la revolución proletaria vencedora en otros países de Europa.
Teoría que Lenin construyó con una plenitud verdaderamente maravillosa, y cuya verificación vio realizarse; teoría de la que nunca renegó o se retractó.
Es inútil insultarlo insinuando, con osadas falsificaciones, que lo haya hecho, dado que la historia después de él, ha demostrado con evidencia las fases ulteriores, en el orden por él construido.
LA TRANSFORMACIÓN SOCIALISTA
La cuestión acerca del paso a una economía socialista en Rusia, con una república que ya no está controlada por la burguesía, sino por el proletariado vencedor, y con un programa social de nacionalización agraria y estatalización industrial, no es correctamente situado en su lugar si se plantea en el momento del problema, totalmente prejudicial, de la liquidación de la guerra. En el momento del hundimiento de la Segunda Internacional la perspectiva rusa – incluso cuando a Lenin no le consta que muchos socialistas de varias tendencias también le han traicionado – no se plantea más favorable que antes de la guerra. Hasta 1914, Lenin cuenta mucho con el movimiento obrero marxista de los países más desarrollados para abreviar el curso del capitalismo en Rusia, que ahora ya no se puede eludir, ya no se cree posible. Pero en el momento en que la potente socialdemocracia alemana, junto con los otros grandes partidos de los países industriales caen pavorosamente en la ruina del oportunismo, deviene más difícil la previsión de que a la revolución democrática antizarista rusa le suceda una revolución proletaria en países europeos, sobre la que pueda hacer palanca una transformación socialista de Rusia menos lejana.
Con este giro de 1914, hemos visto, pues, como Lenin recapitula el programa en las siete tesis.
En Rusia, trabajar en profundidad por la derrota, por el hundimiento del ejército y de la dinastía. El programa posterior sigue siendo el mismo: no gobernar con partidos burgueses y pequeño-burgueses, sino dirigir la república con la dictadura democrática del proletariado y de los campesinos. Socialmente, tal república, llevará a cabo la nacionalización de la tierra, las ocho horas, la banca de Estado y otras medidas que no salen aún de los límites del capitalismo.
En Europa: lucha para eliminar a los oportunistas, organización de una nueva Internacional proletaria, nuevos grupos y partidos que dirijan la lucha derrotista contra la guerra. Allí donde sea posible, intentar la toma del poder político con la consigna de la dictadura proletaria confiada al partido comunista.
Sólo después de que la guerra haya arruinado al poder burgués, al menos en parte de Europa, se planteará el problema de la transformación socialista europea y de su apoyo a la evolución económica y técnica en Rusia.
Por lo tanto, el problema de hacer socialista a Rusia aisladamente no se planteó en el momento en el que la historia oficial asume que fuese planteado por Lenin por primera vez, y por primera vez resuelto de manera positiva: construir socialismo en una Rusia recién salida del feudalismo y encerrada entre países capitalistas.
Un giro similar en el pensamiento de Lenin es necesario indagarlo después, y lo haremos: en el momento de la caída del zarismo, a su llegada a Rusia, en la lucha por el poder para el partido bolchevique en solitario, en el período sucesivo a la conquista del poder, en el de las primeras medidas económicas y en el giro fundamental de la NEP, aunque tiene tan poco de nueva, que un titulo similar no fue nunca dado por Lenin.
El solo hecho de haber inventado esta conversión de Lenin fuera de la época histórica y del cuadro teórico propio, anticipándola con astucia, demuestra la falsa posición que está en la base de toda la política del Estado ruso, como se evidenció después de la muerte de Lenin y de los conocidos acontecimientos.