¿Cómo superar la entropía?Una de las mayores tragedias de la especie humana (al menos en los llamados tiempos civilizados) es su tendencia a la entropía, que podría entenderse como una inclinación a vivir, exclusivamente, con el fin de tener una existencia lo más segura y cómoda posible, donde el espacio para la espontaneidad, para la aventura, para el arte, quede reducido a la nada; algo cuya consecuencia directa es que la existencia humana se acabe convirtiendo (tarde o temprano) en un auténtico infierno (depresión, ansiedad, estrés…).
Dejando al margen el análisis de si se trata de una tendencia natural o inducida, con el fin de evitar el desequilibrio del orden establecido (el sistema se caería por su propio peso, si todo el mundo abandonara su puesto de trabajo, debido a su falta de preocupación por su confort y seguridad materiales), la Fórmula ideada, hace ya miles de años para escapar de tal tendencia suicida, sigue siendo perfectamente válida aún hoy:
Perder la vida para poder salvarla.
¿Y cómo hacer esto?
Hace algún tiempo, alguien, muy amablemente, nos dejó una serie de ejercicios muy sencillos y eficaces con los que llevar a la práctica la anterior Fórmula, por ejemplo:
“No acumuléis tesoros en la tierra, donde los roen la polilla y la carcoma, donde los ladrones perforan paredes y roban” (Mateo 6:20), “si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, dáselos a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo” (Mateo 19:21), y es que “Nadie puede estar al servicio de dos señores, pues amará a uno y despreciará al otro. No se puede estar al servicio de Dios y del dinero” (Mateo 6:24), pues no hay nada que con tanta fuerza nos apegue a lo terrenal como la avaricia o la codicia; defectos que nos aferran a una vida condenada a la extinción, que nos impiden elevarnos para trascenderla, y que nos conducen derechos a la frustración y, por lo tanto, al dolor.
Otras recetas no menos eficaces podrían ser las siguientes:
“Ama al prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:39) o (siendo un poco más radicales) “Amad a vuestros enemigos, tratad bien a los que os odían; bendecid a los que os maldicen” (Mateo 6:27-28). Pues, ¿qué mejor forma de escapar del laberinto de Moloch, de trascender el circuito cerrado de nuestra egoicidad, que con las alas del amor desinteresado y soltando el pesado lastre del odio?
O también:
“Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos” (Mateo 18:4) o “quien quiera ser el primero que se haga el último y el servidor de todos” (Marcos 9:35), consejos ambos muy útiles para combatir la soberbia, el orgullo o la vanidad, caminos directos hacia la terrible cárcel del ego.
En tus manos está: aferrarte y sufrir, o intentar liberar tu mente de toda atadura (a través de éstos y otros ejercicios parecidos) para poder fluir en armonía a través de la corriente eterna.
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