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Cuatro dogmas de la izquierda anticapitalista que sirven para fortalecer al capitalismo
Habitualmente, los pensadores vinculados con la izquierda anticapitalista se han caracterizado por presumir de una actitud antidogmática, a la hora de analizar diferentes asuntos políticos, económicos, sociales o científicos. Esta actitud consistía en no dar nada por sentado y en cuestionarse absolutamente todo, incluidos los pilares de su propia ideología.
Hoy en día, para estos pensadores, existen ciertos temas que no se atreven a cuestionar por temor a sufrir el rechazo de una gran mayoría de la opinión pública, fuertemente manipulada (adoctrinada) por la maquinaria mediática; o debido a unos prejuicios cuasireligiosos, extendidos entre la izquierda anticapitalista por supuestos intelectuales progresistas, que han convertido ciertos asuntos en auténticos dogmas de fe. Todo esto, pensando bienintencionadamente y no suponiéndoles ninguna vinculación con el poder que dicen combatir; una vinculación que les impediría poner en duda ciertas creencias sociales.
Entre estos temas intocables, veamos cuatro en concreto: el terrorismo, el SIDA, el Calentamiento Global y el reciente fenómeno de las filtraciones de WikiLeaks.
El dogma del terrorismo
Para muchos pensadores de la izquierda anticapitalista, la lucha armada que utiliza la estrategia terrorista, como método exclusivo de lucha, es un fenómeno surgido como una contestación legitima a la violencia y la opresión ejercida por el Estado sobre los ciudadanos; o como una respuesta al saqueo perpetrado por las potencias occidentales, en los países con grandes riquezas naturales (Irak, Afganistán, Nigeria…). Esta respuesta violenta sería un fenómeno totalmente independiente y originario, sin ningún tipo de vínculo con el poder al que supuestamente se enfrenta.
Paradójicamente, esta versión, dada por la propia oposición al sistema, es de gran utilidad para el capitalismo, pues refuerza, ante las grandes masas, el mensaje de que existe un grupo minoritario de inadaptados sociales, dispuestos a perpetrar acciones violentas, legitimando de este modo, el uso, por parte del Estado, de todo tipo de medidas represivas destinadas supuestamente a mantener el orden, la paz social y el bienestar de la población, independientemente de que ello pudiera suponer el recorte de las libertades y de los derechos fundamentales de la mayoría. Del mismo modo, bajo la excusa de la lucha antiterrorista, el poder justifica el desplazamiento de cientos de miles de efectivos militares a países lejanos, con el consiguiente sacrificio de muchos de éstos. Todo ello, con el consiguiente aumento del presupuesto estatal para gastos militares y para medidas de “seguridad” ciudadana, en detrimento de necesidades básicas para la sociedad como la educación, la sanidad, el empleo, la vivienda, etc., y en beneficio de la industria y del complejo militar armamentístico. De este modo, el Estado se convierte en un instrumento exclusivamente policial y militar, con el consentimiento de las grandes mayorías, que ven que hasta la propia oposición al sistema reconoce la existencia del fenómeno terrorista (a pesar de que se trate de un fenómeno que les perjudica más que les beneficia) como original e independiente del propio sistema.
El dogma del SIDA
Sobre el SIDA, la mayor parte de los pensadores anticapitalistas tienen, curiosamente, la misma opinión que los ideólogos del capitalismo, es decir, el SIDA es una deficiencia del sistema inmunitario provocada por la intrusión en el organismo de un virus (desconocido antes de finales de los años 70 del pasado siglo), denominado VIH, que hace que el cuerpo humano quede expuesto a un grave riesgo para su supervivencia, siendo imposible la eliminación de dicho virus, de forma definitiva. Algunas de las soluciones que proponen estos pensadores son: destinar más fondos públicos a las investigaciones oficiales sobre el SIDA, liberar la patente a los actuales medicamentos contra el SIDA (para convertirlos en genéricos y que sea así más sencilla su distribución en los países pobres) o que el Estado se haga cargo por completo de la financiación de dichos medicamentos; unos medicamentos que en ningún caso consiguen destruir el virus, haciendo que el tratamiento se convierta en crónico, es decir, que se prolongue durante toda la vida del supuesto infectado.
De nuevo, en este caso, el sistema capitalista es el gran beneficiado, pues al defender la idea de que el colapso del sistema inmunitario, entre una parte de la población de los países pobres, especialmente en África, es provocado por un virus indestructible, y no por la desnutrición crónica, por enfermedades curables no tratadas (tuberculosis, malaria, cólera…), o por la ausencia de condiciones sanitarias e higiénicas básicas, factores todos ellos asociados a la pobreza, se consigue evitar poner sobre la mesa la verdadera causa de todo lo anteriormente citado, es decir, el expolio de los recursos naturales de estos países, perpetrado por las grandes multinacionales capitalistas. Pero, sin duda alguna, las compañías farmacéuticas occidentales son las primeras grandes beneficiadas por la teoría VIH-SIDA, pues, debido a las reivindicaciones y al clamor de Organizaciones No Gubernamentales (algunas de ellas con probados vínculos con transnacionales farmacéuticas), convenientemente difundido a través de las grandes corporaciones mediáticas, los gobiernos tercermundistas (y todos en general) se ven obligados a dilapidar su, ya de por sí, deficitario erario público en unos medicamentos de dudosa eficacia y probada toxicidad, como el AZT. En este sentido, el gobierno de Sudáfrica llegó a elevar una demanda a la Corte Penal Internacional de la Haya, en el año 1999, acusando al AZT y a las ONG´s que promocionaban su consumo, de ser los auténticos responsables de las miles de muertes atribuidas oficialmente al VIH.
Por otra parte, la idea extendida, en las sociedades del capitalismo desarrollado, de que el VIH (un virus que, desde su aparición, no ha podido volver a ser aislado por ningún científico) es el responsable de la destrucción del sistema inmunitario y no el uso abusivo de drogas (como el poper, muy consumido entre los homosexuales) u otros hábitos de vida insanos, refuerza la tesis de que el SIDA, debe ser combatido exclusivamente a base de retrovirales, aún en poder de las grandes compañías farmacéuticas.
El dogma del calentamiento global
Según muchos pensadores de la izquierda anticapitalista, las temperaturas del planeta estarían experimentando un aumento sin precedentes, lo cual podría tener consecuencias catastróficas e irreversibles para el medio ambiente y por ende, para la continuidad de la vida sobre el planeta tierra. Este aumento de las temperaturas, al que se le ha denominado “Calentamiento Global”, habría sido provocado de una forma artificial, por las elevadas emisiones a la atmósfera de CO2, principalmente por aquéllas que tienen su origen en la combustión de los hidrocarburos. La propuesta de estos pensadores, para combatir este nuevo fenómeno ambiental, es la de reducir drásticamente tales emisiones y sustituir los combustibles fósiles por las denominadas energías alternativas, entre las que incluyen la energía nuclear.
Gracias a estas demandas, los países occidentales lograrían evitar su dependencia de los países productores de petróleo, en su gran mayoría árabes; impulsar el desarrollo de la energía nuclear (para muchos auténtico responsable de la actual epidemia de cáncer que sufre la humanidad), y de las llamadas energías alternativas, cuya patente está en manos de las grandes potencias capitalistas; frenar el desarrollo industrial de los países pobres y en vías de desarrollo, de tal forma que no llegaran nunca a constituir una amenaza para las economías de los países ricos, al imponerles un límite a su sistema productivo, condenándolos, de esta forma, a la dependencia de por vida con respecto a estos últimos. Además, gracias al mecanismo de los bonos de carbono, que se pretende imponer, para regular las emisiones de CO2 que cada país puede verter al medio, las instituciones internacionales (bajo mando de las potencias occidentales) se harían con el control definitivo de las fuentes de energía del planeta. Por si todo esto fuera poco, la compra-venta de los bonos de emisiones de carbono, entre los distintos estados, daría la posibilidad a los bancos de crear un nuevo mercado especulativo, con el que seguir saqueando las diferentes economías nacionales y supeditarlas aún más a sus intereses.
La apocalíptica teoría del Calentamiento Global se ha revelado también como un método muy útil para ocultar dos terribles lacras, que sin tenernos que ir a un hipotético futuro, ya están asolando a la humanidad desde hace mucho tiempo: la pobreza y la guerra.
El dogma de Wikileaks
Según muchos sesudos intelectuales de izquierda, un habilísimo y altruista hacker informático, llamado Julian Assange, habría sido capaz de hacerse, el solito, con cientos de miles de documentos confidenciales de varios gobiernos del mundo, en concreto, del gobierno que precisamente más recursos económicos y humanos gasta en seguridad cibernética, los Estados Unidos; para posteriormente filtrarlos a través de un portal de internet (invento creado, y totalmente controlado, por el propio pentágono estadounidense). Estas filtraciones habrían servido supuestamente para revelar el comportamiento poco ético, no sólo del gobierno de los Estados Unidos, sino también de un buen número de otros estados, gracias a su publicitación masiva a través de los grandes medios de comunicación, principalmente por cinco, habitualmente dedicados a encubrir tal comportamiento. Este supuesto acto filantrópico, le habría costado a su autor una terrible persecución policial, que, por otro lado, no le impidió aparecer en varias cadenas de TV occidentales, antes de su arresto, y, posteriormente, salir en libertad condicional, a los pocos días.
Por más eco mediático que han tenido las filtraciones de WikiLeaks, en realidad éstas no han servido para despertar, entre el gran público, una repulsa masiva hacia sus gobernantes, pues en realidad no se han revelado importantes escándalos, ya que nada dicen de los miles de asesinatos selectivos de líderes políticos, estudiantiles, sindicales, etc. (como los asesinatos de sindicalistas colombianos, de científicos iraníes vinculados al programa nuclear, o de líderes de Hamas y Hezbollah), perpetrados en los últimos tiempos por Israel, Colombia o los propios Estados Unidos; ni del impulso que la ocupación militar yanqui de Afganistán ha dado a la producción y al tráfico de opio; ni del lavado de dinero, procedente de esta misma droga, que las grandes entidades financieras llevan a cabo con total impunidad; y, ni mucho menos, de las múltiples evidencias que vinculan al aparato militar armamentístico estadounidense e israelí con los atentados del 11-S y con la red al-Qaeda en general.
Por otro lado, las filtraciones de WikiLeaks, bien gestionadas por los grandes medios a quienes fueron entregadas por su fundador, Julian Assange, han servido para fortalecer las falsas matrices de opinión con la que el Imperio viene justificando el hostigamiento político de Irán, Corea del Norte, Venezuela, Cuba, China o Rusia, es decir, los cuentos de siempre sobre el programa nuclear iraní con fines bélicos, los vínculos de estos países con el terrorismo o la vulneración de los derechos humanos. Además, las filtraciones de WikiLeaks están sirviendo para dotar a los regímenes occidentales de una falsa apariencia democrática, al dar la impresión de que permiten, sin poner demasiados problemas, la revelación de supuestos secretos de Estado, por parte de ciudadanos particulares, algo que, a su vez, será utilizado como excusa para justificar un futuro mayor control y censura en internet, con el suficiente consenso social.
Quienes sí hemos decidido cuestionar estos “dogmas” (o mitos sociales), debido a las múltiples evidencias que demuestran la participación del stablishment capitalista en la construcción de los mismos, nos hemos encontrado con una resistencia y una oposición por parte de intelectuales y militantes de izquierda, propias de fanáticos religiosos, que se han lanzado a impulsar y promover campañas demonizadoras en nuestra contra, que en nada tienen que envidiar a los autos de fe, impulsados en otro tiempo por la inquisición.
Es sospechoso que la interpretación que de estos fenómenos realiza la izquierda, autodenominada anticapitalista, sea curiosamente igual a la que, previamente, hace el stablishment capitalista sobre los mismos. Esto demuestra, una de dos: o la muerte del pensamiento crítico en la izquierda o la infiltración masiva de agentes del sistema en dicha izquierda. Una infiltración que tendría la misión de reforzar, desde una supuesta oposición ideológica, las tesis del sistema, dotándolas de una mayor credibilidad ante el gran público, al dar la apariencia de haber sido aceptadas tanto por el régimen como por los opositores al mismo. A todo lo dicho, se podría añadir, que gracias a la introducción de estos y otros dogmas, entre la oposición al capitalismo, se consigue poner a salvaguarda los mitos en los que éste se sustenta, al alejar las críticas de los opositores de estos asuntos.
Además de estos cuatro dogmas defendidos por la izquierda anticapitalista existen muchos otros, entre ellos el de las lapidaciones en Irán, muy útil para seguir justificando la campaña mediática contra el país persa, a pesar de tratarse de un hecho completamente inventado; o el de la crisis económica, muy rentable al gran capital internacional para justificar un recorte sin precedentes de los derechos sociales y laborales, conquistados tras largos años de dura lucha.