La base de la teoría del usuario revisionista Danielovich no se haya en el manifiesto del partido comunista, ni en cualquier otra obra de los teóricos clásicos del comunismo, sino en la Wikipedia.
Wikipedia escribió:En los países coloniales y en los países dependientes la burguesía nacional es la clase dominante y la propietaria de los medios más importantes de producción. Muchas veces participa en la revolución antiimperialista junto a la clase obrera, campesinos, empleados e intelectualidad fomentando una verdadera Industria Nacional junto a un vigoroso mercado interno y a un Estado rector de la economía, pero, otras veces, a medida que se agudiza la lucha de clases en el interior del país, ésta burguesía comienza a asociarse con la Gran Burguesía Monopolista de los países Centrales. En los países en desarrollo, que se han liberado del colonialismo históricamente la burguesía nacional siempre osciló entre dichas variantes.
http://es.wikipedia.org/wiki/Burgues%C3%ADa_nacional
Pero con la propia definición de burguesía nacional de la Wikipedia, ahora resulta, para el revisionista usuario Danielovich, que en España no existe una clase social dominante propietaria de los más importantes medios de producción, que dicho clase dominante no está aliada y es dependiente, desde su configuración como clase dominante, del imperialismo, fundamentalmente el norteamericano en la actualidad, cuya mayor prueba de dependencia es la existencia de las bases militares norteamericanas en España.
Lo dicho la vanguardia pro-imperialista disfrazada de comunista no se cansa de ponerse en ridículo.
Este hecho, el de la dependencia de la oligarquía financiera española es la que ocultan todas las vanguardias pro-imperialistas, disfrazadas de comunistas.
La formación de la burguesía nacional española y sus rasgos históricos de dependencia del imperialismo extranjero;
- Karl Marx en La España revolucionaria:
La revolución en España ha adquirido ya el carácter de situación permanente hasta el punto de que, como nos informa nuestro corresponsal en Londres, las clases adineradas y conservadoras han comenzado a emigrar y a buscar seguridad en Francia. Esto no es sorprendente; España jamás ha adoptado la moderna moda francesa, tan extendida en 1848, consistente en comenzar y realizar una revolución en tres días. Sus esfuerzos en este terreno son complejos y más prolongados. Tres años parecen ser el límite más corto al que se atiene, y en ciertos casos su ciclo revolucionario se extiende hasta nueve. Así, su primera revolución en el presente siglo se extendió de 1808 a 1814; la segunda, de 1820 a 1823, y la tercera, de 1834 a 1843. Cuánto durará la presente, y cuál será su resultado, es imposible preverlo incluso para el político más perspicaz, pero no es exagerado decir que no hay cosa en Europa, ni siquiera en Turquía, ni la guerra en Rusia, que ofrezca al observador reflexivo un interés tan profundo como España en el presente momento.
Los levantamientos insurreccionales son tan viejos en España como el poderío de favoritos cortesanos contra los cuales han sido, de costumbre, dirigidos. Así, a finales del siglo XIV, la aristocracia se rebeló contra el rey Juan II y contra su favorito don Álvaro de Luna. En el XV se produjeron conmociones más serias contra el rey Enrique IV y el jefe de su camarilla, don Juan de Pacheco, marqués de Villena.
En el siglo XVII, el pueblo de Lisboa despedazó a Vasconcelos, el Sartorius del virrey español en Portugal, lo mismo que hizo el de Barcelona con Santa Coloma, favorito de Felipe IV. A finales del mismo siglo, bajo el reinado de Carlos II, el pueblo de Madrid se levantó contra la camarilla de la reina, compuesta de la condesa de Barlipsch y los condes de Oropesa y de Melgar, que habían impuesto un arbitrio abusivo sobre todos los comestibles que entraban en la capital y cuyo producto se distribuían entre sí. El pueblo se dirigió al Palacio Real y obligó al rey a presentarse en el balcón y a denunciar él mismo a la camarilla de la reina. Se dirigió después a los palacios de los condes de Oropesa y Melgar, saqueándolos, incendiándolos, e intentó apoderarse de sus propietarios, los cuales tuvieron, sin embargo, la suerte de escapar a costa de un destierro perpetuo.
El acontecimiento que provocó el levantamiento insurreccional en el siglo XV fue el tratado alevoso que el favorito de Enrique IV, el marqués de Villena, había concluido con el rey de Francia, y en virtud del cual, Cataluña había de quedar a merced de Luis XI.
Tres siglos más tarde, el tratado de Fontainebleau -concluido el 27 de octubre de 1807 por el valido de Carlos IV y favorito de la reina, don Manuel Godoy, Príncipe de la Paz, con Bonaparte, sobre la partición de Portugal y la entrada de los ejércitos franceses en España- produjo una insurrección popular en Madrid contra Godoy, la abdicación de Carlos IV, la subida al trono de su hijo Fernando VII, la entrada del ejército francés en España y la consiguiente guerra de independencia. Así, la guerra de independencia española comenzó con una insurrección popular contra la camarilla personificada entonces por don Manuel Godoy, lo mismo que la guerra civil del siglo XV se inició con el levantamiento contra la camarilla personificada por el marqués de Villena. Asimismo, la revolución de 1854 ha comenzado con el levantamiento contra la camarilla personificada por el conde de San Luis.
A pesar de estas repetidas insurrecciones, no ha habido en España hasta el presente siglo una revolución seria, a excepción de la guerra de la Junta Santa en los tiempos de Carlos I, o Carlos V, como lo llaman los alemanes. El pretexto inmediato, como de costumbre, fue suministrado por la camarilla que, bajo los auspicios del virrey, cardenal Adriano, un flamenco, exasperó a los castellanos por su rapaz insolencia, por la venta de los cargos públicos al mejor postor y por el tráfico abierto de las sentencias judiciales. La oposición a la camarilla flamenca era la superficie del movimiento, pero en el fondo se trataba de la defensa de las libertades de la España medieval frente a las ingerencias del absolutismo moderno.
La base material de la monarquía española había sido establecida por la unión de Aragón, Castilla y Granada, bajo el reinado de Fernando el Católico e Isabel I. Carlos I intentó transformar esa monarquía aún feudal en una monarquía absoluta. Atacó simultáneamente los dos pilares de la libertad española: las Cortes y los Ayuntamientos. Aquéllas eran una modificación de los antiguos concilia góticos, y éstos, que se habían conservado casi sin interrupción desde los tiempos romanos, presentaban una mezcla del carácter hereditario y electivo característico de las municipalidades romanas. Desde el punto de vista de la autonomía municipal, las ciudades de Italia, de Provenza, del norte de Galia, de Gran Bretaña y de parte de Alemania ofrecen una cierta similitud con el estado en que entonces se hallaban las ciudades españolas; pero ni los Estados Generales franceses, ni el Parlamento inglés de la Edad Media pueden ser comparados con las Cortes españolas. Se dieron, en la creación de la monarquía española, circunstancias particularmente favorables para la limitación del poder real. De un lado, durante los largos combates contra los árabes, la península era reconquistada por pequeños trozos, que se constituían en reinos separados. Se engendraban leyes y costumbres populares durante esos combates. Las conquistas sucesivas, efectuadas principalmente por los nobles, otorgaron a éstos un poder excesivo, mientras disminuyeron el poder real. De otro lado, las ciudades y poblaciones del interior alcanzaron una gran importancia debido a la necesidad en que las gentes se encontraban de residir en plazas fuertes, como medida de seguridad frente a las continuas incursiones de los moros; al mismo tiempo, la configuración peninsular del país y el constante intercambio con Provenza y con Italia dieron lugar a la creación, en las costas, de ciudades comerciales y marítimas de primera categoría.
En fecha tan remota como el siglo XIV, las ciudades constituían ya la parte más potente de las Cortes, las cuales estaban compuestas de los representantes de aquéllas juntamente con los del clero y de la nobleza. También merece ser subrayado el hecho de que la lenta reconquista, que fue rescatando el país de la dominación árabe mediante una lucha tenaz de cerca de ochocientos años, dio a la península, una vez totalmente emancipada, un carácter muy diferente del que predominaba en la Europa de aquel tiempo. España se encontró, en la época de la resurrección europea, con que prevalecían costumbres de los godos y de los vándalos en el norte, y de los árabes en el sur.
Cuando Carlos I volvió de Alemania, donde le había sido conferida la dignidad imperial, las Cortes se reunieron en Valladolid para recibir su juramento a las antiguas leyes y para coronarlo. Carlos se negó a comparecer y envió representantes suyos que habían de recibir, según sus pretensiones, el juramento de lealtad de parte de las Cortes. Las Cortes se negaron a recibir a esos representantes y comunicaron al monarca que si no se presentaba ante ellas y juraba las leyes del país, no sería reconocido jamás como rey de España. Carlos se sometió; se presentó ante las Cortes y prestó juramento, como dicen los historiadores, de muy mala gana. Las Cortes con este motivo le dijeron: «Habéis de saber, señor, que el rey no es más que un servidor retribuido de la nación».
Tal fue el principio de las hostilidades entre Carlos I y las ciudades. Como reacción frente a las intrigas reales, estallaron en Castilla numerosas insurrecciones, se creó la Junta Santa de Ávila y las ciudades unidas convocaron la Asamblea de las Cortes en Tordesillas, las cuales, el 20 de octubre de 1520, dirigieron al rey una «protesta contra los abusos». Éste respondió privando a todos los diputados reunidos en Tordesillas de sus derechos personales. La guerra civil se había hecho inevitable. Los comuneros llamaron a las armas: sus soldados, mandados por Padilla, se apoderaron de la fortaleza de Torrelobatón, pero fueron derrotados finalmente por fuerzas superiores en la batalla de Villalar, el 23 de abril de 1521. Las cabezas de los principales «conspiradores» cayeron en el patíbulo, y las antiguas libertades de España desaparecieron.
Diversas circunstancias se conjugaron en favor del creciente poder del absolutismo. La falta de unión entre las diferentes provincias privó a sus esfuerzos del vigor necesario; pero Carlos utilizó sobre todo el enconado antagonismo entre la clase de los nobles y la de los ciudadanos para debilitar a ambas. Ya hemos mencionado que desde el siglo XIV la influencia de las ciudades predominaba en las Cortes, y desde el tiempo de Fernando el Católico, la Santa Hermandad había demostrado ser un poderoso instrumento en manos de las ciudades contra los nobles de Castilla, que acusaban a éstas de intrusiones en sus antiguos privilegios y jurisdicciones. Por lo tanto, la nobleza estaba deseosa de ayudar a Carlos I en su proyecto de supresión de la Junta Santa. Habiendo derrotado la resistencia armada de las ciudades, Carlos se dedicó a reducir sus privilegios municipales y aquéllas declinaron rápidamente en población, riqueza e importancia; y pronto se vieron privadas de su influencia en las Cortes. Carlos se volvió entonces contra los nobles, que lo habían ayudado a destruir las libertades de las ciudades, pero que conservaban, por su parte, una influencia política considerable. Un motín en su ejército por falta de paga lo obligó en 1539 a reunir las Cortes para obtener fondos de ellas. Pero las Cortes, indignadas por el hecho de que subsidios otorgados anteriormente por ellas habían sido malgastados en operaciones ajenas a los intereses de España, se negaron a aprobar otros nuevos. Carlos las disolvió colérico; a los nobles que insistían en su privilegio de ser eximidos de impuestos, les contestó que al reclamar tal privilegio, perdían el derecho a figurar en las Cortes, y en consecuencia los excluyó de dicha asamblea.
Eso constituyó un golpe mortal para las Cortes, y desde entonces sus reuniones se redujeron a la realización de una simple ceremonia palaciega. El tercer elemento de la antigua constitución de las Cortes, a saber, el clero, alistado desde los tiempos de Fernando el Católico bajo la bandera de la Inquisición, había dejado de identificar sus intereses con los de la España feudal. Por el contrario, mediante la Inquisición, la Iglesia se había transformado en el más potente instrumento del absolutismo.
Si después del reinado de Carlos I la decadencia de España, tanto en el aspecto político como social, ha exhibido esos síntomas tan repulsivos de ignominiosa y lenta putrefacción que presentó el Imperio Turco en sus peores tiempos, por lo menos en los de dicho emperador las antiguas libertades fueron enterradas en una tumba magnífica. En aquellos tiempos Vasco Núñez de Balboa izaba la bandera de Castilla en las costas de Darién, Cortés en México y Pizarro en el Perú; entonces la influencia española tenía la supremacía en Europa y la imaginación meridional de los iberos se hallaba entusiasmada con la visión de Eldorados, de aventuras caballerescas y de una monarquía universal.
Así la libertad española desapareció en medio del fragor de las armas, de cascadas de oro y de las terribles iluminaciones de los autos de fe.
Pero, ¿cómo podemos explicar el fenómeno singular de que, después de casi tres siglos de dinastía de los Habsburgo, seguida por una dinastía borbónica -cualquiera de ellas harto suficiente para aplastar a un pueblo-, las libertades municipales de España sobrevivan en mayor o menor grado? ¿Cómo podemos explicar que precisamente en el país donde la monarquía absoluta se desarrolló en su forma más acusada, en comparación con todos los otros Estados feudales, la centralización jamás haya conseguido arraigar? La respuesta no es difícil. Fue en el siglo XVI cuando se formaron las grandes monarquías. Éstas se edificaron en todos los sitios sobre la base de la decadencia de las clases feudales en conflicto: la aristocracia y las ciudades. Pero en los otros grandes Estados de Europa la monarquía absoluta se presenta como un centro civilizador, como la iniciadora de la unidad social. Allí era la monarquía absoluta el laboratorio en que se mezclaban y amasaban los varios elementos de la sociedad, hasta permitir a las ciudades trocar la independencia local y la soberanía medieval por el dominio general de las clases medias y la común preponderancia de la sociedad civil. En España, por el contrario, mientras la aristocracia se hundió en la decadencia sin perder sus privilegios más nocivos, las ciudades perdieron su poder medieval sin ganar en importancia moderna.
Desde el establecimiento de la monarquía absoluta, las ciudades han vegetado en un estado de continua decadencia. No podemos examinar aquí las circunstancias, políticas o económicas, que han destruido en España el comercio, la industria, la navegación y la agricultura.
Para nuestro actual propósito basta con recordar simplemente el hecho. A medida que la vida comercial e industrial de las ciudades declinó, los intercambios internos se hicieron más raros, la interrelación entre los habitantes de diferentes provincias menos frecuente, los medios de comunicación fueron descuidados y las grandes carreteras gradualmente abandonadas. Así, la vida local de España, la independencia de sus provincias y de sus municipios, la diversidad de su configuración social, basada originalmente en la configuración física del país y desarrollada históricamente en función de las formas diferentes en que las diversas provincias se emanciparon de la dominación mora y crearon pequeñas comunidades independientes, se afianzaron y acentuaron finalmente a causa de la revolución económica que secó las fuentes de la actividad nacional. Y como la monarquía absoluta encontró en España elementos que por su misma naturaleza repugnaban a la centralización, hizo todo lo que estaba en su poder para impedir el crecimiento de intereses comunes derivados de la división nacional del trabajo y de la multiplicidad de los intercambios internos, única base sobre la que se puede crear un sistema uniforme de administración y de aplicación de leyes generales. La monarquía absoluta en España, que solo se parece superficialmente a las monarquías absolutas europeas en general, debe ser clasificada más bien al lado de las formas asiáticas de gobierno. España, como Turquía, siguió siendo una aglomeración de repúblicas mal administradas con un soberano nominal a su cabeza.
El despotismo cambiaba de carácter en las diferentes provincias según la interpretación arbitraria que a las leyes generales daban virreyes y gobernadores; si bien el gobierno era despótico, no impidió que subsistiesen las provincias con sus diferentes leyes y costumbres, con diferentes monedas, con banderas militares de colores diferentes y con sus respectivos sistemas de contribución. El despotismo oriental sólo ataca la autonomía municipal cuando ésta se opone a sus intereses directos, pero permite con satisfacción la supervivencia de dichas instituciones en tanto que éstas lo descargan del deber de cumplir determinadas tareas y le evitan la molestia de una administración regular.
Así ocurrió que Napoleón, que, como todos sus contemporáneos, consideraba a España como un cadáver exánime, tuvo una sorpresa fatal al descubrir que, si el Estado español estaba muerto, la sociedad española estaba llena de vida y repleta, en todas sus partes, de fuerza de resistencia.
Mediante el tratado de Fontainebleau había llevado sus tropas a Madrid; atrayendo con engaños a la familia real a una entrevista en Bayona, había obligado a Carlos IV a anular su abdicación y después a transferirle sus poderes; al mismo tiempo había arrancado ya a Fernando VII una declaración semejante. Con Carlos IV, su reina y el Príncipe de la Paz conducidos a Compiègne, con Fernando VII y sus hermanos encerrados en el castillo de Valençay, Bonaparte otorgó el trono de España a su hermano José, reunió una Junta española en Bayona y le suministró una de sus Constituciones previamente preparadas. Al no ver nada vivo en la monarquía española, salvo la miserable dinastía que había puesto bajo llaves, se sintió completamente seguro de que había confiscado España. Pero pocos días después de su golpe de mano recibió la noticia de una insurrección en Madrid, Cierto que Murat aplastó el levantamiento matando cerca de mil personas; pero cuando se conoció esta matanza, estalló una insurrección en Asturias que muy pronto englobó a todo el reino. Debe subrayarse que este primer levantamiento espontáneo surgió del pueblo, mientras las clases «bien» se habían sometido tranquilamente al yugo extranjero.
De esta forma se encontraba España preparada para su reciente actuación revolucionaria, y lanzada a las luchas que han marcado su desarrollo en el presente siglo. Los hechos e influencias que hemos indicado sucintamente actúan aún en la creación de sus destinos y en la orientación de los impulsos de su pueblo. Los hemos presentado porque son necesarios, no sólo para apreciar la crisis actual, sino todo lo que ha hecho y sufrido España desde la usurpación napoleónica: un período de cerca de cincuenta años, no carente de episodios trágicos y de esfuerzos heroicos, y sin duda uno de los capítulos más emocionantes e instructivos de toda la historia moderna.
http://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/9-ix-54.htm
El período revolucionario de 1868-73, culmina con la instauración de la I República. Es la aparición del proletariado, en este último período como fuerza revolucionaria, el factor que aceleró la fusión comenzada durante el reinado de Isabel II (1833-1868) de los sectores más reaccionarios del capitalismo (el capital agrícola, el capital comercial y finalmente la usura) con la oligarquía estatal y terratenientes feudales, apoyadas por las potencias imperialistas de la época, en particular de Inglaterra y Francia, los cien mil hijos de San Luis, las guerras carlistas, etc. Potencias que se apoyaban en estos sectores precisamente para impedir el desarrollo de un capitalismo industrial autóctono, y por tanto rival, adueñándose de los transportes, la minería y otros sectores productivos.
Con el aplastamiento de la I República y la restauración de la Monarquía borbónica de Alfonso XII en 1874, se plasmó definitivamente la alianza entre los terratenientes, el capital industrial junto con el capital comercial bajo hegemonía de la banca. Esta alianza en el poder dará origen, mediante paulatinos cambios y reajustes, a la oligarquía financiera y terrateniente. De este modo se configura en sus líneas esenciales y se impone un tipo de desarrollo capitalista raquítico, especulativo y parasitario. La dictadura de está "Santa Alianza", reaccionaria y pro-imperialista, ha sometido al pueblo trabajador de las nacionalidades de España a la explotación y opresión, sumiendo a España en la pobreza, el atraso y la dependencia exterior.
La fase en que nos hayamos es la fase del imperialismo agonizante y la revolución comunista mundial. En la actualidad en España, el modo de producción dominante es el capitalismo en su última fase de desarrollo: el capitalismo monopolista de Estado. La estructura económica dominante en la formación social española es de capitalismo monopolista de estado, basado en el monopolio del dinero fiduciario y en la banca de reserva fraccionaria.
Es la dictadura terrorista de tipo fascista instaurada en 1939, tras la derrota del Frente Popular en la Guerra Revolucionaria, lo que permite a la oligarquía financiera realizar un rápido proceso de acumulación de capital, mediante una explotación sin límite de la clase obrera y de las masas trabajadoras y la privación de todo derecho, de toda posibilidad de organizarse y defender sus intereses a las otras clases populares.
La actual formación social española se configura tras el fracaso de la etapa de autarquía, producto del apoyo de la oligarquía a las potencias del Eje y al aislamiento que las potencias de la Alianza sometieron a la oligarquía tras la derrota del Eje a manos de los aliados, la oligarquía española se alía con los EEUU, la superpotencia hegemónica surgida de la II Guerra Mundial. Esta alianza militar se formalizó en el Pacto de Madrid de 1953, con lo que se pone fin al aislamiento internacional, en 1955 España es aceptada como miembro de las Naciones Unidas, y el presidente de EEUU, Eisenhower, visita España en 1959. La oligarquía ofrece al imperialismo el establecimiento de bases militares, y en lo económico mano de obra barata sin derechos sindicales. Las inversiones de capital por parte de multinacionales, junto a las divisas aportadas por la emigración y el turismo, permiten el desarrollo económico e industrial de la década de los sesenta.
Cambio de régimen. Tras la ruptura del movimiento comunista internacional, en el VI Congreso del PCE celebrado en 1960, Santiago Carrillo es elegido Secretario General siguiendo el camino hacia el revisionismo iniciado por el PCUS en la URSS, bajo la línea política de reconciliación nacional. Entre 1960 y 1964 más de mil opositores a la línea pro-soviética de Santiago Carrillo son detenidos, entre ellos los maquis y Julián Grimau. En 1964 los comunistas abandonan el PCE y forman el PCE (marxista-leninista) El PCE condena la invasión de Checoslovaquia por parte del Pacto de Varsovia en 1968, iniciando en camino hacia el revisionismo que se dio en llamar eurocomunismo, la URSS organizar la primera escisión de revisionismo pro-soviético. En el mismo año de 1968 se escindirá el Partido Comunista de España (VIII-IX congresos) La segunda en 1973 con el nombre de PCOE de Enrique Líster con el objetivo de influir en la transición democrática.
Entre 1971 y 1972 ante el estancamiento económico y la inminente derrota en la guerra de Vietnam, EEUU pasa a la defensiva estratégica y prepara una nueva táctica frente al avance de la URSS, fortalecer el vientre blando de Europa y sustituir las dictaduras militares, de corte fascista, por democracias europeas homologables, la Revolución de los Claveles de 25 de abril de 1974, fin de la Dictadura de los Coroneles en Grecia el 24 de julio de 1974.
En España ante la negativa a la transición democrática, por parte del sector dominante del régimen, Henry Kissinger visita España el 19 de diciembre de 1973. Luís Carrero Blanco, Presidente del Gobierno, muere en atentado reivindicado por ETA el 20 de diciembre de 1973. Carrero Blanco es sustituido por el vicepresidente Fernando Torcuato Miranda, que más adelante, tras la muerte de Franco, diseñará el fin de la dictadura. El 31 de diciembre de 1973 es nombrado presidente de gobierno Carlos Arias Navarro.
En el Congreso de Suresnes del PSOE celebrado entre los días 11 al 13 de octubre de 1974, estuvieron presentes Willy Brandt, ex canciller alemán y líder socialdemócrata de su país, François Mitterrand, líder socialista francés y Bruno Pittermann, presidente en ese momento de la Internacional Socialista, brazo interventor de Alemania. En este congreso es elegido el llamado "grupo de los sevillanos", encabezado por Felipe González, Alfonso Guerra y Manuel Chaves.
El modelo político anti-hegemonista de la transición. Carlos Arias Navarro se niega a encabezar la transición democrática e inicia una tímida reforma política del régimen. Henry Kissinger, en colaboración con Marruecos, organiza el 6 de noviembre de 1975 la Marcha Verde para ocupar el Sahara español. Franco muere el 20 de noviembre de 1975. Adolfo Suárez González es nombrado presidente de gobierno el 3 de julio de 1976, El 15 de diciembre de 1976 se aprueba mediante referéndum la ley de reforma política, Suarez establece con Carrillo un pacto anti-hegemonista y legaliza al PCE el 9 de abril de 1977, conocido como el Sábado Santo Rojo, iniciando el proceso de la transición democrática española. Producto de este pacto son, en el terreno político, las primeras elecciones democráticas se celebran el 15 de junio de 1977 y la Constitución se aprueba mediante referéndum celebrado el 6 de diciembre de 1978, junto con los pactos de la Moncloa el 25 de octubre de 1977 en el terreno económico.
Voladura del modelo político de la transición. La URSS invade Afganistán el 24 de diciembre de 1979, rompiendo el estatus quo surgido de la II Guerra Mundial. Ante los fracasos de la línea de apaciguamiento representada por Carter y la consiguiente pérdida de áreas de influencia por parte EEUU, y el avance de la URSS en la esfera mundial, los EEUU con la elección de Reagan inician una nueva línea de confrontación con la URSS. El objetivo para España de EEUU es convertirla en la retaguardia estratégica de la OTAN en Europa, y pasa a ser prioritario el ingreso en la OTAN a la consolidación de la democracia. Ante la negativa de Suarez de cumplir con estos objetivos es sometido a una campaña de acoso y derribo, y una seria amenaza de golpe de estado, que culmina con su dimisión y el “fracasado” golpe de estado del 23 de febrero de 1981 durante la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo. España entra formalmente en la OTAN el 5 de junio de 1981. Felipe González engaño a los dirigentes del Kremlin haciéndoles creer de sus inclinaciones pro-soviéticas, el PCOE pide el voto para el PSOE en las elecciones de 1979 y se presenta en las de 1982 para restar votos al PCE. La representación del pacto anti-hegemonista queda reducida a 4 diputados del PCE de Carrillo y 2 del CDS de Suarez. Felipe González hizo creer a la dirección de la URSS que sacaría a España de la OTAN, y ésta fomenta una tercera escisión en el PCE, entre el 13 y el 15 de enero de 1984 se forma el PCPE.
El modelo político pro-hegemonista. Por exigencias del imperialismo, vinculación de la entrada en la CEE a la permanencia en la OTAN, el Gobierno de González desmantela los sectores industriales. Desde 1981 el Banco Europeo de Inversiones había iniciado la concesión de importantes préstamos a España para facilitar una adaptación de sus estructuras, que inicialmente se preveía finalizar en la fecha antes referida del 1 de enero de 1984, pero que fue sucesivamente postergada por los estados miembros, especialmente por Francia, que ante la competencia de los productos españoles, presionaron para revisar la Política Agrícola Común previa al ingreso. Existían dos capítulos, agricultura y pesca, que prácticamente no habían sido abordados, por otro lado, la reconversión industrial de los sectores siderúrgico, naval, bienes de equipo, etc… España ingresa en la CEE el 1 de enero de 1986 y confirma su pertenencia a la OTAN mediante referéndum celebrado el 12 de marzo de 1986. En las elecciones de junio de 1986 quedaba establecido el modelo político de vinculación completa al hegemonismo de los EEUU el bipartidismo imperfecto, dos grandes partidos estatales, PSOE y PP con el apoyo de minorías nacionales. Este modelo permite un enriquecimiento sin precedentes de la oligarquía y del gran capital financiero.
La fusión entre los grandes usureros, el gran capital, los terratenientes y los grandes intereses del imperialismo extranjero con el estado, ha llegado a tal extremo que el papel fundamental de este último es arbitrar, regularizar y fortalecer los intereses de los distintos grupos financieros y monopolistas. El estado español es el poder de la minoría oligárquica y de los grandes intereses imperialistas, en particular los norteamericanos y alemanes, poder que se impone no sólo contra los trabajadores asalariados, sino también contra el resto de los trabajadores, la pequeña burguesía y los sectores no monopolistas de la burguesía.
La oligarquía financiera y terrateniente es una alianza de clases completamente hegemónica en la formación social española; en estrecha vinculación con la banca internacional, en particular con el imperialismo norteamericano, ejerce el monopolio del poder estatal y explota y oprime al proletariado y a las demás clases trabajadoras. Controla el 80 % de los recursos económicos. A través de diversos mecanismos políticos y económicos también lesiona los intereses de la burguesía no monopolista. Está compuesta por unos 200.000 individuos; los políticos profesionales, los cuadros dirigentes del ejército, los grandes usureros, los cuadros dirigentes de la banca, de la industria, del comercio y los grandes terratenientes, unidos entre sí por una maraña de vínculos históricos e intereses familiares.
PODEMOS no deja de representar el enésimo intento de la burguesía nacional española por construir un modelo económico y político autónomo y soberano. Por lo que todas las vanguardias pro-imperialistas, independientemente del imperialismo que defienden, se alían contra el proyecto de soberanía nacional que representa PODEMOS, resultando una alianza vergonzante de vanguardias abiertamente pro-imperialistas o disfrazados de comunistas en contra del enemigo común; un proyecto económico y político de independencia nacional para España.
Saludos.