Izquierda Unida, ¿Podemos?
Izquierda Unida es hoy por hoy, y pese a su esclerosis teórica, confusión política y practica errática, la única alternativa de izquierdas realmente existente.
La fulgurante aparición de Podemos ha puesto en evidencia un hecho que estaba a la vista de todos los que quisieran ver: una parte mayoritaria de la ciudadanía, sacudida por la crisis económica y la corrupción sistémica, se había divorciado de sus tradicionales representantes políticos. La crisis del 2008, con sus terribles secuelas de paro, pobreza, exclusión social, etc. agravada por la corrupción sistémica, ha trastocado la percepción por la ciudadanía de las formas tradicionales de actuación política. Podemos nace tanto como reflejo del desafecto político, como del rechazo al régimen del 78. Y lo hace desde planteamientos populistas, que los mismos dirigentes reconocen, o al menos no rechazan. Populismo bueno, sin el habitual sentido peyorativo del término, inspirado en las teorías de Ernesto Laclau (La razón populista) y Chantal Mouffe (Hegemonía y estrategia socialista) Nos enfrentamos pues a un fenómeno novedoso cuya incidencia en la configuración política española no se puede ignorar o menospreciar. El joven equipo dirigente de Podemos supo captarlo y traducir su análisis en una propuesta de reconstrucción de esos vínculos rotos sobre nuevas bases. En este caso, siguiendo, de una manera más o menos estricta, las teorizaciones sobre el populismo de Ernesto Laclau. Es decir, una propuesta que busca aglutinar la protesta y el rechazo bajo unos significantes (flotantes o vacíos, en la terminología de Laclau) genéricos, asumibles por todos, opuestos o distintos de los términos habituales del discurso político oficial de los partidos tradicionales. Hasta aquí, pocas diferencias con otros movimientos de carácter transversal nacidos en Europa, como el 5 Stelle de Pepe Grillo, creador del término casta. Por todo ello, el éxito in crescendo de Podemos estaba cantado. Y sus consecuencias en el seno de la izquierda también.
Es lógico que, en mayor o menor medida, el desconcierto se apoderara de los partidos tradicionales que veían en Podemos un peligro, bien para su existencia, como ocurre con Izquierda Unida, bien para mantener su electorado. De ahí que la mayoría de los partidos trataran de imitar los exitosos aspectos formales del fenómeno, como el uso de las tecnologías digitales y las redes sociales de Internet; o adoptando alguna de sus propuestas más movilizadoras, como la lucha contra la corrupción. Y hemos visto como se fraguaba una lucha frontal contra Podemos y su patada al tablero electoral. En Izquierda Unida el desconcierto ha sido mayor porque Podemos era, y es todavía en gran medida, percibido como una opción de izquierdas con la que hay que confluir, aunque Podemos no se defina políticamente, sino que busque la centralidad socialdemócrata. Lo ilusorio de dicha política se hizo patente en cuanto se plantearon las primeras confrontaciones electorales, o se buscaron plataformas unitarias. Ahora todo es confusión y peleas dentro de la organización de izquierdas histórica en nuestro país. Pienso que será imposible salir del actual marasmo con medidas disciplinarias, o simplemente organizativas, que siempre provocan divisiones y fugas, como ya está ocurriendo. La cuestión debería abordarse, en mi opinión, plateándose con claridad y sin miedo la pregunta: ¿qué hemos hecho mal? Fase previa para responder a la cuestión clave: ahora, qué hacer. Responder adecuadamente es para Izquierda Unida sencillamente vital. Se juega lisa y llanamente su existencia como fuerza mayoritaria de la izquierda radical. Por eso, me gustaría contribuir a la solución de los actuales problemas de Izquierda Unida con unas reflexiones que atañen tanto a la naturaleza y posible evolución de Podemos, como a las tareas que definen hoy a una organización verdaderamente de izquierdas.
Cuando un partido de vanguardia (y lo es todo partido que se propone la transformación de la sociedad) se ve desbordado por los movimientos sociales, donde se supone que esta inmerso, es que está en la retaguardia. No debe extrañarle que una parte de dichos movimientos sociales o le ignoren o le rechacen. Por lo tanto, la pregunta es: somos un partido de vanguardia. Es decir, tenemos una propuesta de transformación social, una ruta hacia el socialismo que abarque lo económico, lo político y lo cultural? Y, si la tenemos, ¿la hemos defendido y propuesto con la suficiente claridad como para que, cuando las circunstancias sean favorables, como ocurre en una crisis global del sistema, pueda verse cono la única salida con futuro? ¿O nos hemos comportado, y eso en el mejor de los casos, como el pepito grillo de la socialdemocracia, sin mayor operatividad y con el peligro claro de terminar siendo identificados con ella? Eso por no hablar de los lastimosos casos de prácticas políticas oportunistas como ha ocurrido en Extremadura, posibilitando primero y permitiendo después un gobierno del Partido Popular.
Un análisis riguroso de nuestra sociedad, sin anteojeras ideológicas reformistas ni voluntarismo pseudorevolucionario, evidencia que toda propuesta de avance real al socialismo, que es la razón de ser de la izquierda radical, será minoritaria mientras el sistema capitalista no entre en una de sus crisis profundas y sistémicas, como es la actual. Es decir, una crisis que afecte a todo el sistema social, de forma que la mayoría de la ciudadanía se plantee la necesidad de un cambio profundo del sistema económico y la representación política. ¿Debemos por ello renunciar a plantear dicho camino a la sociedad? Por supuesto que no. Alguien tiene que hacerlo. No debemos olvidar que ser vanguardia conlleva necesariamente ser inicialmente minoría. ¿Quiere esto decir que no se puede hacer política mientras no se alcance la mayoría política? Naturalmente que no. La izquierda radical construye su mayoría movilizando y presionando para que se realicen las mayores reformas y mejoras sociales posibles, lo que exige tener la capacidad de realizar una acción política hábil, pero sin olvidar los planteamientos estratégicos y la pedagogía transformadora. No tengo datos suficientes como para saber si esto es lo que se ha tratado de hacer en Andalucía durante el gobierno de coalición. En cualquier caso, la estancia en el gobierno andaluz de Izquierda Unida se ha saldado electoralmente con un sonoro fracaso. Por eso, en mi opinión, lo que Izquierda Unida debe analizar antes que nada es si tiene una propuesta clara, científicamente elaborada, de avance al socialismo, o si el pragmatismo del día a día de la actividad parlamentaria se ha impuesto, diluyendo sus presupuestos estratégicos. Sin complejos ni disfraces. Lo mismo que el neoliberalismo no los tiene cuando afirma, sin recato, que su política es la única posible.
Todo lo cual nos lleva al tema central de este artículo. ¿Cómo enfrentar el fenómeno Podemos? Y para hacerlo con garantías de éxito es necesario tener claro lo que es y significa Podemos en la actual situación de crisis de representación. Si no, el dilema puede ser: integrarse y desaparecer o convertirse en una organización marginal. Este es, en realidad, el debate que se está desarrollando en Izquierda Unida, en mi opinión de una manera desordenada, acuciados por la velocidad de los acontecimientos. Dice con razón Llamazares que hay que pasar página en la discusión de la convergencia con Podemos, entre otras cosas porque, con buena lógica, Podemos no quiere converger, salvo en las próximas elecciones municipales, y eso por cuestiones tácticas coyunturales. Hay que tener previsto lo que vamos a leer cuando pasemos página. Y eso obliga a una reflexión profunda y rigurosa sobre lo que queremos ser, de acuerdo a la evolución de nuestra sociedad desarrollada y los nuevos desafíos de la globalización y el capitalismo financiero. O, lo que es lo mismo, el modelo de sociedad que vamos a proponer. Tal vez la confusión venga de nuestra percepción del fenómeno Podemos. Confusión inexplicable ya que sus dirigentes han dejado bien claro cual es su propuesta y en que principios se basa. Parece que no queremos escuchar, entre otras cosas, porque muchos de esos mismos dirigentes proceden de las propias filas de Izquierda Unida. Son de izquierdas, aunque lo disimulen para aglutinar el mayor número de votos, por lo tanto será fácil converger. La negativa de Podemos ha debido de dejar a mas de uno en blanco, incluido Julio Anguita, que en el mitin de las elecciones en Andalucía afirmó rotundamente que ellos son de los nuestros, y había que tender la mano.
No discuto que, en lo personal, los dirigentes de Podemos sean de izquierdas, o mejor dicho, pretendan ser de izquierdas. Pero su planteamiento no lo es, algo que se encargan a menudo de recordar, aunque sea por su insistente negación de la dicotomía derecha-izquierda. Como saben -al fin y al cabo son profesores de políticas en la universidad- que en España (y en el conjunto de Europa) la mayoría social se ubica, a lo sumo, en el centro izquierda, y que esa mayoría ni siquiera es suficiente para un cambio de paradigma social, se acogen a la teoría del populismo elaborada por Ernesto Laclau para construir su alternativa mediante un discurso performativo (que no se limita a describir un hecho sino que la misma acción de expresarlo lo realiza[1]) capaz de abarcar a todos los afectados por la crisis: indignados, decepcionados, incluso disgustados, creando un nuevo sujeto político. De ahí que su planteamiento sea de todo o nada, de mayorías absolutas que garanticen su acceso al gobierno. Y en ese proyecto no cabe Izquierda Unida, precisamente por ser claramente de izquierdas. Y encima parte del régimen del 78. De Izquierda Unida solo quiere, y necesitan, sus cuadros y organizaciones convenientemente disueltas. Aquí quien se engaña es porque quiere. Naturalmente, Izquierda Unida puede apostar también por el modelo populista de Laclau (con toques de Lacan, y una mala interpelación de Gramsci y su concepto de hegemonía) en cuyo caso lo mejor es apoyar a Podemos con todas sus consecuencias. Consecuencias que significan la disolución de Izquierda Unida y de cualquier otra alternativa de izquierdas en nuestro país. En pocas palabras, el triunfo de Podemos significa la desaparición de Izquierda Unida o su transformación en un partido residual, como ya ha empezado apuntarse en Andalucía, precisamente uno de los bastiones de Izquierda Unida.
Todo mi respeto para los que así piensan de buena fe, hartos de la inoperancia de la izquierda clásica. Yo creo, y trato de demostrarlo en mi próximo trabajo La sinrazón del populismo, que Podemos es, en el mejor de los casos, un epifenómeno, obligado tras las elecciones a optar por una configuración de partido normal, aunque sea con métodos participativos avanzados, dotado de una ideología populista y propuesta concretas reformistas en línea con las socialdemocracias de los países nórdicos, que ha conseguido dar cauce político a la indignación, sacando de la abstención crónica a colectivos marginados o desengañados. No está mal y puede rendir frutos progresistas. Pero en las sociedades complejas, de intereses cruzados, la transversalidad dura poco: lo que tarda en tener que dar soluciones concretas a problemas inversos no lineales[2]. Es decir, hasta que se empieza a hacer política práctica. La hegemonía, necesaria para conquistar el poder político, no consiste en diluir los diferentes intereses de clase y grupo en un planteamiento general vago (vacío) sino en ganar a la mayoría de la población, para una salida política concreta, el socialismo, porque encarna la superación del capitalismo, sus crisis cíclicas y su desigualdad crónica. Para construir la hegemonía es necesario plantear, sin disfraces tácticos, un modelo de sociedad socialista para nuestro tiempo y lugar, como hacen el conservadurismo liberal y la socialdemocracia. Y es lo que debe hacer Izquierda Unida.
Mientras, Podemos se encuentra ante una encrucijada, una vez fallido su intento populista de mayoría social: puede optar por configurarse como una forma renovada de socialdemocracia (no debe extrañar su llamamientos a los antiguos votantes de Felipe González, cuyo papel en 1980 tratan de emular) o preferir convertirse en un partido nítidamente de izquierdas, como lo es Syriza en Grecia, en cuyo caso Izquierda Unida debe jugar un papel importante en el necesario proceso de unidad. Pero para eso hace falta que cuando llegue el momento, tras la elecciones generales, Izquierda Unida siga viva y entera.
El problema para Izquierda Unida, y la izquierda en general, no estriba tanto en que los presupuestos y las expectativas de Podemos sean irreales unos y exageradas otros, lo que las próximas elecciones pondrán de manifiesto, como en su incidencia, que puede ser catastrófica para un planteamiento serio de avance al socialismo, es decir marxista. Podemos puede generar confusión, división y frustración. Lo que no significa negar los efectos beneficiosos de su aparición, así como de su posible papel positivo, impulsando reformas, cuando conquiste parcelas de poder. Pero, insisto, pretender construir una mayoría de cambio (salvo que sea cosmético) sobre significantes vacíos (un oxímoron tan disparatado como el Yo subconsciente de la pseudociencia psicoanalista) como casta, arriba y abajo, gente común, dignidad nacional, etc., es una utopía en el mejor de los casos, y una traba para la verdadera emancipación en el peor.
Resumiendo, Izquierda Unida es hoy por hoy, y pese a su esclerosis teórica, confusión política y practica errática, la única alternativa de izquierdas realmente existente. Y solo por eso, merece la pena defenderla, ayudándola en el urgente e inevitable proceso de revisión, reorganización y cambio necesarios para que pueda enfrentarse al desafío que ha supuesto la aparición de Podemos. Y para no dejar huérfanos a los trabajadores de una opción política socialista.
http://www.nuevatribuna.es/articulo/politica/izquierda-unida-podemos/20150406130548114439.html