El informe secreto de JruschovLa leyenda negra sobre Stalin no sólo no terminó con su muerte en 1953 sino que fue justamente entonces cuando se infló con las más groseras falsificaciones históricas. Y de nuevo fueron quienes habían aparentado ser sus más próximos colaboradores los que, como buitres, se lanzaron a devorar su memoria.
No habían pasado tres años de su muerte cuando en febrero de 1956, en una sesión nocturna del XX Congreso del PCUS, Jruschov pronuncia por sorpresa un discurso conteniendo un balance de la etapa soviética anterior. Para pronunciar ese discurso, Jruschov obligó a salir a los delegados de otros partidos comunistas, aunque a algunos de ellos les dio una copia unos momentos antes de pronunciarlo, con ruego de no difundir su contenido. El informe jamás se aprobó previamente por ningún órgano de dirección del PCUS, ni tampoco fue luego sometido a votación. Ni siquiera fue publicado dentro de la URSS con posterioridad. El informe que denunciaba el culto a la personalidad fue una decisión
personal de Jruschov.
Sin duda, constituye un caso único en la historia del movimiento comunista internacional; muchos comunistas del mundo entero se enteraron de su contenido por la prensa burguesa y quedaron desagradablemente sorprendidos. El informe no se divulgó jamás en el interior de la URSS porque hubiera chocado con la arraigada simpatía de los obreros y campesinos soviéticos hacia Stalin.
Naturalmente que el secreto lo explica Jruschov de una manera bien distinta:
Especialmente la prensa no debe estar informada. Por esta razón examinamos esta cuestión aquí, en sesión del Congreso a puerta cerrada. Hay límites para todo. No debemos proporcionar municiones al enemigo; no debemos lavar nuestra ropa sucia ante sus ojos. Sucedió todo lo contrario: los comunistas del mundo entero se enteraron de un informe del Secretario General del PCUS al Congreso gracias al New York Times en junio. Era la segunda vez que la prensa imperialista reproducía documentos de esa trascendencia para los comunistas; la anterior fue el llamado
testamento de Lenin.
Nunca se quiso mantener secreto el informe, sino dosificar bien su mensaje. De ahí que se leyera su contenido en organizaciones de base del PCUS y que se entregara una copia a algunos dirigentes de otros partidos comunistas. Había que ir preparando el terreno, dejar correr el rumor. Las consecuencias son bien evidentes: el informe desarmó al proletariado y rearmó a la burguesía precisamente en un momento delicado presidido por la guerra fría, por el maccarthiysmo, en donde la guerra psicológica era imprescindible para destruir el prestigio que la URSS gozaba en todo el mundo. Por eso, a pesar de su secreto, fue divulgado por todos los medios occidentales a los cuatro vientos hasta el punto de convertirse en uno de los documentos históricos más mencionados, un verdadero punto de referencia para analizar Stalin y toda su etapa al frente de la URSS.
El origen del informe proviene de un acuerdo del Buró Político que encomendó a una comisión bajo la dirección de Pierre Pospelov la redacción de un informe sobre la etapa de Stalin al frente del Partido. Parece importante consignar aquí que Pospelov había presidido otra comisión que redactó una
Biografía Resumida de Stalin que se publicó poco antes de su muerte y Jruschov afirma en su informe que esa
Biografía fue retocada por el mismo Stalin para auto-halagarse. En cualquier caso, en el transcurso de muy pocos años, Pospelov redacta una biografía de Stalin hagiográfica y luego un informe totalmente opuesto, insultante y despectivo incluso en el aspecto personal. Pasa de un extremo al otro sin paradas intermedias, como quien escribe al dictado; no importa el contenido porque tanto se puede afirmar una tesis como su opuesta.
En 1956 la comisión presidida por Pospelov no había llegado a ninguna conclusión o, si lo hizo, nunca se publicó y, en realidad, el informe de Jruschov tampoco parece existir porque lo que conocemos son las actas taquigráficas de su discurso. Jruschov parece no leer un texto escrito, sino improvisar sobre la marcha sobre la base de unas anotaciones previas y, conociendo la proverbial locuacidad y la frivolidad intelectual de Jruschov, su contenido debe tomarse con una cautela extraordinaria. Esa precaución es tanto más necesaria en cuanto que algunas de las versiones publicadas, por ejemplo las estadounidenses, han sido mutiladas parcialmente.
Así que no puede analizarse su contenido sin tener todo eso en cuenta y, además, sin dejar constancia de las groseras falsificaciones que contiene. La primera de ellas es una falsedad formal: Jruschov dice hablar en nombre del Comité Central, lo que no es cierto, pues ni siquiera tenía autorización del Buró Político. Habla en su propio nombre y no tiene otra legitimidad que la que le otorga su condición de Secretario General improvisando una intervención fuera del orden del día del Congreso.
Además, Jruschov lanza un ataque que, en definitiva, es una ofensa personal dirigida contra Stalin que, por su misma subjetividad (suspicaz, desconfiado, caprichoso, irritable, loco, arrogante, megalómano), lo inutiliza como fuente veraz para reconstruir los sucesos históricos. Lo mismo dice de otros personajes, como el juez Rodos, a los que califica de viles o de degenerados moralmente. Ese tipo de calificativos se los permite emitir alguien como Jruschov que critica la depuración, por ejemplo, de un dirigente del Partido como Kossior -al que por cierto se refiere en numerosas ocasiones- al tiempo que calla que fue él quien ocupó su lugar sin emitir protesta alguna. Por tanto, el informe no es sólo un relato personal de Jruschov sino que en su contenido todo está plagado de personalismos.
Otro dato importante que demuestra hasta qué punto Jruschov no es un observador ajeno e imparcial de los hechos, es la versión que ofrece de la batalla de Jarkov durante la guerra mundial. En mayo de 1942 tanto los soviéticos como los nazis se aprestaban a la ofensiva en los alrededores de Jarkov. Por la parte soviética, el plan de ofensiva se le propuso a Stalin por el Consejo Militar del frente de los que eran máximos responsables Timoshenko en lo militar y Jruschov como comisario político. El Gran Cuartel General, entre ellos Stalin, rechazó el plan y, en lugar de desistir del mismo, Timoshenko y Jruschov lo modificaron e insistieron en la ofensiva y equivocadamente, el Gran Cuartel General acabó aceptando la ofensiva. Aún modificado, el plan adolecía de graves defectos: la zona de ataque no era la más apropiada, los flancos y la retaguardia eran vulnerables, no existían reservas suficientes y ni tampoco superioridad sobre los fascistas que asegurara el buen fin del operativo. Muy rápidamente las tropas soviéticas se vieron en graves apuros, pero Timoshenko y Jruschov no suspendieron el ataque. Tuvo que ser el general Vasilievski, jefe del Estado Mayor, quien pidiera al Gran Cuartel General la paralización del ataque, que llegó muy tarde. Nada menos que cuatro generales soviéticos cayeron en combate, por no contar las innumerables pérdidas en combatientes (
cientos de miles según Jruschov) y armamento. En cualquier caso, el traslado a Stalin de sus propias responsabilidades demuestra a las claras el carácter falaz de un manipulador tan descarado como Jruschov.
Los marxistas nunca hemos creído que esas enemistades fuesen en ningún caso de tipo personal, sino que se trataba de una verdadera lucha de clases, y cuando Jruschov (y tras él todos los revisionistas y la misma burguesía) aluden a
cuestiones personales lo que tratan es de encubrir la lucha de clases que allí subyace. Esto conduce naturalmente a reconocer que cuando esos
ataques personales eran tan duros es porque la misma lucha de clases revestía la forma de un choque intenso, es decir, todo lo contrario del punto de partida de Jruschov, según el cual, la lucha de clases se atenuaba con el desarrollo de la sociedad socialista.
Por otro lado, es también evidente que esa lucha de clases se había trasladado al interior mismo del Partido Comunista. Ya no se trataba de combatir al zarismo, ni a los kulaks, ni a los mencheviques, ni a los trotskistas. El enemigo estaba al lado mismo, en el asiento contiguo, y el propio informe reconoce que poco antes de morir Stalin preparaba una nueva depuración en la dirección del PCUS, que quería acabar con todos los miembros del Buró Político y nombrar en su lugar a
personas menos experimentadas. Es posible que Jruschov atisbara entonces su reemplazo, aunque no se menciona a sí mismo sino a sus enemigos dentro de la dirección, entre ellos Molotov, Kaganovich y Voroshilov. Aquí parece indudable que Jruschov desvía la atención hacia terceras personas a las que trata de atraer en su crítica contra Stalin y, por tanto, ganar para su propia causa. Exponente de unas determinadas posiciones políticas vencidas en anteriores purgas, Jruschov no pudo imponer esas mismas posiciones sin proceder, a su vez, a depurar la dirección de los verdaderos comunistas y rehabilitar a sus predecesores. Es reveladora una carta de Molotov al Presídium del Comité Central muy pocos días después del XX Congreso en la que denuncia el aventurerismo derechista y concreta las divergencias que se venían manifestando dentro de la dirección del PCUS:
Alto secreto
A mis camaradas del Presídium
De V. Molotov
Una vez concluido el XX Congreso del Partido quiero advertir a mis colegas del peligro con que nos enfrentamos como resultado de nuestras acciones. Hablo libremente porque, como es bien sabido, acepté la decisión colectiva, denuncié mis propias ideas, expresadas con anterioridad y me uní a un esfuerzo que, no puedo ocultarlo, sigo considerando como aventurerismo derechista.
Recordemos las discusiones que han tenido lugar durante los años pasados y que han culminado ante el Congreso.
Algunos de nuestros camaradas adoptaron la siguiente posición:
1. En una reacción prolongada de la guerra de Corea, los Estados Unidos estaban dedicando sus esfuerzos de un modo primordial al desarrollo de un anillo de pactos militares.
2. Estos pactos eran impopulares y al mismo tiempo ineficaces. Los pueblos de los países afectados deseaban la paz, el desarrollo económico y un creciente desarrollo nacional, así como una posición mejor para sus naciones.
3. Por tanto, era el momento oportuno para asociarnos con estos sentimientos emocionales y desbordar a los americanos.
Yo encabecé a los que adoptaron una posición opuesta, entre los que se contaban los más experimentados de entre nosotros en esas cuestiones. Manteníamos la siguiente posición:
a) La táctica propuesta fortalecería a los Gobiernos burgueses existentes, concedería tiempo a dichas naciones para organizarse y fomentaría una fase prolongada de desarrollo burgués.
b) La influencia que obtendríamos con una táctica semejante sería superficial y no podría traducirse en una toma del poder seria por parte de los comunistas.
c) La táctica necesaria del Frente Popular dentro de esos países haría imposible el desarrollo de la táctica de guerrillas e infiltración que es la única que promete éxito en esas zonas.
d) Podríamos vernos arrastrados a una competencia económica costosa en un momento en que nuestros recursos son altamente necesarios para finalidades militares y económicas dentro de la Unión Soviética.
La única esperanza que cabía hacerse consistía en que sin ayuda americana esos países, con sus estúpidos métodos burgueses, fracasarían, en sus planes económicos y se volverían hacia nosotros.
Repito que considerábamos la táctica propuesta como una negación de todas las lecciones de nuestra experiencia, desde la victoria de Lenin, en octubre, a nuestro triunfo diplomático en Ginebra, en 1954, en la cuestión de Indochina. Hasta ahora nuestro movimiento no ha confundido nunca los síntomas superficiales del poder y de la influencia con su esencia. En último análisis, el poder es una cuestión de control físico, y la política propuesta no promete en modo alguno el control físico. Al contrario, hace más difícil el problema de su adquisición.
Como sabéis muy bien, ninguno de los que abogaban por la política propuesta fue capaz de explicarnos cómo se pasa de los pactos económicos y de los collares de flores para nuestros colegas a la adquisición seria del poder. Pero nuestro inteligente y flexible camarada Mikoyan dejó bien sentada la cuestión con sus dos famosas proposiciones:
1. Lo que es malo para los Estados Unidos es bueno para la Unión Soviética.
2. Mikoyan puede obtener beneficios de la ayuda económica soviética.
Estos dos conceptos superficiales y, si se me permite, casi cosmopolitas, dejaron bien sentada la cuestión; y nos unimos todos para enunciar las doctrinas del XX Congreso: coexistencia prolongada, frentes populares y todo la demás.
¿Por qué vuelvo ahora a estas cuestiones dolorosas, tras de haber aceptado de buena gana la decisión colectiva? Lo hago porque en este momento creo que bien pronto veremos cómo se dispara la trampa americana sobre nosotros. Estamos comprometidos en esas posiciones y políticas altamente fluidas. Cada día llevamos a cabo algunas medidas, y fortalecemos en algún modo a Gobiernos no comunistas sobre los que no tenemos ningún control real. En tanto que los americanos prosiguen su política actual podemos influir indudablemente sobre esos Gobiernos, para que actúen en nuestro interés. ¿Pero están obligados los americanos a seguir concentrándose estúpidamente en sus pactos militares? ¿Son sus círculos dirigentes (que pueden achacar los cambios a excusas tan absurdas como unas elecciones a la opinión pública mercurial), son sus círculos dirigentes -os pregunto- incapaces de cambiar su política económica exterior? Y si lo hacen, ¿qué controles dignos de confianza poseemos sobre los Gobiernos medioorientales y asiáticos para asegurarnos de que, una vez fortalecidos, no volverán a adherirse al bloque americano?
Siempre hemos sabido que el margen de éxito o fracaso del segundo plan quinquenal indio era una cuestión de unos cuantos miles de millones de dólares en divisas extranjeras. Esto llegó a excitar incluso a algunos de nuestros camaradas. Recordad que sólo con grandes esfuerzos logré persuadir a algunos camaradas para que no hiciesen de este plan un éxito de Nehru prestándole ese dinero. Pero, ¿creéis que los americanos, que han estado fingiendo estupidez en esta cuestión, son incapaces de realizar la oferta ahora, una vez que nos hemos lanzado al aventurerismo derechista? El dinero significa poco para ellos; y si prolongan el auge del automóvil, como nos decía ese gran experto en capitalismo americano que es Mikoyan, tendrán que hacer préstanos al extranjero en el próximo año si quieren mantener el pleno empleo.
Y lo mismo puede decirse de Birmania, Indonesia, Pakistán y -tomad nota de mis palabras- de Oriente Medio.
Camaradas: estamos jugando con fuego burgués y acabaremos por quemarnos. Se nos ha tendido un cepo. Bien pronto los americanos volverán a esas zonas pobres con dinero, técnicos e intereses y misioneros; y los pueblos estarán contentos al volverles a ver. La India obtendrá Goa con apoyo americano y con un gran crédito para América gracias a la inteligencia de Dulles. Pronto tendremos que volver a los principios auténticos de Lenin y Stalin- sí, de Stalin- y más nos valdría empezar a pensar sobre lo que tendríamos que hacer en ese caso.
V. Molotov, 29 de febrero de 1956.
Molotov no podía ser más claro acerca de las divergencias y su pronóstico resultó plenamente certero. La Unión Soviética siguió jugando con el
fuego burgués y acabó cayendo en la trampa que le habían tendido los imperialistas.
La experiencia del derrumbe de los países socialistas ha demostrado la exactitud de la
fórmula Stalin: quienes han restaurado el capitalismo han sido los propios
comunistas. Ni el socialismo se ha venido abajo por sí mismo, ni lo derribó el imperialismo por más guerras que desató. En todos los países la caída del socialismo ha sido obra de la quinta columna, del caballo de Troya, lo que confirma plenamente la tesis de Stalin y desmiente a Jruschov.
No es la única coincidencia, porque el tratamiento que Jruschov ofrece sobre el conflicto con la Yugoslavia de Tito,
inflado artificialmente, proporciona la clave sobre la naturaleza de las pretensiones revisionistas, que eran las mismas de Tito, a saber, la restauración capitalista en la URSS. Por eso tampoco es coincidencia que Tito fuera uno de los primeros en disponer de una copia del informe.
Sin embargo, ni el informe ni los
Recuerdos de Jruschov son en absoluto veraces, por más que coincidan los relatos ideológicos aparentemente alejados. Eso sólo demuestra que las leyendas, por fantásticas que sean, no son sólo propias de la prehistoria sino de acontecimientos bien cercanos. En el caso de los
Recuerdos, publicados en 1970 en Estados Unidos, el propio Jruschov jamás los reconoció como propios, lo que no ha sido óbice para que se extraiga de ellos buena parte de la leyenda negra que persigue a Stalin.
Pero el informe de 1956 no es apócrifo y, en consecuencia, hay que analizarlo como un episodio más de la lucha de clases en la URSS, desenvuelto en el interior mismo del Partido Comunista que se salda esta vez con la derrota de las posiciones revolucionarias. Por eso mismo el informe no es veraz, porque la verdad es siempre revolucionaria y los revisionistas hubieron de recurrir a la calumnia para imponerse.
Curiosamente el informe comienza reconociendo los méritos de Stalin, que es justamente la parte del informe mutilada en algunas ediciones estadounidenses. Pero esa parte de la biografía de Stalin es muy conocida y no interesa -dice Jruschov- porque quiere centrarse en el
culto a la personalidad. E inmediatamente rechaza, con diversas citas de Marx, Engels y Lenin, dicha práctica, de la que responsabiliza exclusivamente al propio Stalin. Eso es obviamente falso porque es conocido que Stalin repudió tanto el halago hacia sí mismo como los halagos provenientes de terceros. El culto a la personalidad fue practicado por quienes le rodearon, especialmente el propio Jruschov. Por sí mismo esto demuestra la doblez de este personaje. Pero es que, además, en aquella época era muy frecuente que ciudades, fábricas, koljoses o escuelas llevasen el nombre no solamente de Stalin sino el de cualquier otro dirigente del Partido en activo. Por lo demás, fue muy característico el empleo de todo tipo de menciones honoríficas, como condecoraciones, medallas, insignias y distinciones de lo más diversas que ostentaban millones de personas. No era una falta de modestia, como dice Jruschov, sino una forma de promocionar determinadas actitudes, los estímulos morales, de dar ejemplo, de agitar y movilizar en definitiva. Desde luego, para los comunistas ese es un sistema preferible a los estímulos materiales que Jruschov comenzó a introducir en el sistema económico soviético y que se convirtieron en otros tantos factores de disgregación capitalista. Por lo demás, es un gesto demagógico y grotesco afirmar, como hace el informe, que poner el nombre de Stalin a un sovjós, por ejemplo, sea una forma de regresar a la propiedad privada, pero es indicativo de la pobreza ideológica del informe.
Además, Jruschov desgrana otras supuestas cualidades de Stalin que resultan de utilidad para sus propios fines: omnipotencia, violaciones de la legalidad, despotismo unipersonal, facultades ilimitadas, etc. El objetivo es responsabilizar a Stalin de todos los problemas, hasta el punto de sostener que en realidad el problema era el mismo Stalin, no solamente como dirigente comunista sino incluso personalmente. Stalin era brutal, no consultaba con nadie, exigía sumisión absoluta:
él solo decidía sobre todos los asuntos, nos quiere hacer creer Jruschov.
La demostración de todo ello es volver sobre el
testamento de Lenin que Jruschov difundió junto con su informe a los delegados del XX Congreso. Lo que Jruschov dice es lo siguiente: si en vida de Lenin Stalin se permitió tratar de manera tan poco delicada a su mujer, podemos imaginarnos cómo trataba a todos los demás y cómo con el tiempo ese carácter suyo se agravó aún más. El mismo Jruschov que coincidió con él desde que ingresó en 1934 en el Comité Central, no pone más ejemplos de brutalidad que ése, de manera que basta un solo supuesto para endosar un rasgo sicológico a una persona para todo el resto de su vida y extender ese rasgo personal y privado a su actuación pública. Es muy chocante porque, además, Jruschov afirma que inicialmente Stalin acertó al combatir las diversas desviaciones dentro del Partido, pero que a partir del XVII Congreso celebrado en 1934, el problema se agravó. Por tanto, justamente en el momento en el que Jruschov es elegido miembro de la dirección es cuando se agrava el problema, si bien él no tiene responsabilidad alguna en ello, ni pone ejemplo ninguno de abuso o intolerancia, ni siquiera su propia experiencia como dirigente.
En esto, como en otros extremos, las afirmaciones de Jruschov no coinciden con las memorias de otras personas que trabajaron junto a Stalin, memorias incluso publicadas con posterioridad al informe secreto y que ofrecen un retrato personal de Stalin bien diferente al que dibuja Jruschov.
Las falsedades y
olvidos comienzan cuando el informe dice que a lo largo de toda la guerra mundial no se reunió nunca el Comité Central, lo cual no es cierto porque se celebró al menos una el 27 de enero de 1944. Otro tipo de falsedades muestran bien a las claras el tipo de calumnias vertidas por Jruschov, como la que afirma que Stalin analizaba las batallas de la guerra mundial en un globo terráqueo o mapamundi como los que utilizan los niños en la escuela primaria. Otra afirmación del mismo carácter es aquella que dice que Stalin se informaba sobre la situación de la agricultura a través del cine. Este tipo de falsedades prueba que lo que pretendía Jruschov no era tanto convencer intelectualmente como denostar emocionalmente la figura de Stalin, de ridiculizar, quebrar la imagen de que entonces gozaba Stalin en todo el mundo, extremo éste en el que coincide puntualmente con el maccarthysmo imperante entonces en Estados Unidos, del que es un complemento imprescindible. El informe falsea también la realidad cuando afirma que Stalin
nunca admitió haber cometido ni un solo error, pues en sus obras constan numerosas rectificaciones y autocríticas.
Para rematar todo el cúmulo de contradicciones, Jruschov introduce una última, que constituye un halago hacia Stalin que choca con todo lo anteriormente expuesto y vuelve sobre la apología expresada al comienzo:
Stalin estaba convencido que eso era necesario para la defensa de los intereses de la clase obrera contra las intrigas de los enemigos y contra los ataques del campo imperialista [...] No podemos decir que sus actos fueran los de un déspota lleno de vértigo. Estaba convencido de que eso era necesario en interés del Partido, de las masas trabajadoras, para defender las conquistas de la revolución. ¡Ahí es donde reside la tragedia!Ni aquellos insultos ni estos halagos son creíbles. Su objeto es tratar de suavizar el ataque para que el mensaje de fondo penetrara con mayor fuerza. Es frecuente que alguien cometa errores con una intención opuesta a la que realmente consigue, pero es imposible cometer errores de la naturaleza de los que Jruschov denuncia con el propósito de defender a la revolución, al Partido Comunista y a la clase obrera. Los errores que el informe consigna sólo se pueden cometer deliberada e intencionadamente; si no existe esa mala intención, como dice Jruschov, no son posibles esos errores. No es posible defender al Partido Comunista depurando a los comunistas honestos; o los comunistas no eran tan honestos o Stalin no tenía esa intención.
Para los comunistas lo importante es que el informe secreto forma parte de una dura lucha de clases en el interior del Partido Comunista de la Unión Soviética que, además, no se circunscribía a aquel momento sino que venía de atrás. Los revisionistas como Jruschov tampoco lo tuvieron fácil para imponerse en la dirección sino que se produjeron diversas alternativas, avances y retrocesos. El informe fue desmentido bien pronto por resoluciones posteriores del Partido Comunista de la Unión Soviética, la principal de las cuales es la de 30 de junio de aquel mismo año, que decía:
Sus enemigos enviaron a la URSS un gran número de espías y de agentes provocadores esforzándose por todos los medios por dislocar el primer estado socialista del mundo [...]
Los manejos de la reacción internacional eran tanto más peligrosos cuanto que en el interior del país una cruel lucha de clases proseguía hacía mucho tiempo para resolver la cuestión de saber ‘quién vencerá’.
Tras la muerte de Lenin, se manifestaron tendencias aún más sediciosas en el Partido: los trotskistas, oportunistas de derecha, nacionalistas burgueses que reprobaban la teoría leninista según la cual el socialismo podía nacer en un solo país, reprobación que de hecho habría conducido a la restauración del capitalismo en la URSS. El Partido llevó una lucha sin descanso contra esos enemigos del leninismo [...]
Esas circunstancias interiores y exteriores complejas exigían una disciplina de hierro y una vigilancia reforzada, la centralización más rigurosa de la dirección, lo que forzosamente debía tener consecuencias negativas en el desarrollo de ciertas formas de democracia [...]
Todas esas dificultades sobre la vía de la edificación del socialismo fueron superadas por el pueblo, bajo la dirección del Partido Comunista y de su Comité Central que han seguido constantemente la línea general trazada por Lenin [...]
Stalin ocupó mucho tiempo el puesto de secretario general del Comité Central del Partido y, con otros dirigentes, luchó por realizar los preceptos de Lenin. Se consagró al marxismo-leninismo y, en tanto que teórico y gran organizador, tomó la dirección de la lucha del Partido contra los trotskistas, los oportunistas de derecha, los nacionalistas burgueses, contra los manejos de los países capitalistas que cercaban a la URSS.
En esta lucha política e ideológica, Stalin adquirió una gran autoridad y una gran popularidad.
Esta posición, aunque insuficiente, es correcta y, como decimos, indica que en la dirección del PCUS estaba desatada una sorda batalla entre dos líneas irreconciliables. El día de Nochevieja, Jruschov da marcha atrás y afirma en un discurso:
Si se trata de luchar contra el imperialismo, podemos afirmar que todos nosotros somos stalinistas [...] Desde este punto de vista, me siento orgulloso de que seamos stalinistas. Este discurso no fue publicado por la prensa soviética, pero el 17 de enero repetirá en la embajada china:
Como el propio Stalin, el stalinismo es inseparable del comunismo. Como suele decirse, quiera Dios que cada comunista luche como Stalin lo hizo. Este discurso lo publicó Pravda dos días después y muestra, por un lado, la nula fiablidad de Jruschov como político y, por el otro, que la cuestión de Stalin distaba de resultar algo pacíficamente admitido.
Esas vacilaciones de Jruschov se producían a pesar de la intensa sustitución de dirigentes en todos los organismos del Partido Comunista. Las cifras de depurados dan cuenta de la batalla que supuso el cambio de línea política en el interior del Partido Comunista. Hasta 1962 Jruschov había expulsado al 70 por ciento de los miembros del Comité Central elegidos en el Congreso de diez años antes, y en el XXII Congreso, celebrado en 1960, a casi la mitad de los elegidos en 1956. Poco antes del XXII Congreso, so pretexto de la rotación de cuadros, sustituyó al 45 por ciento de los miembros de los comités centrales de los partidos de las repúblicas federadas, de los comités regionales y provinciales. Además también fueron depurados el 40 por ciento de los militantes de los comités urbanos del Partido. En 1953 otra nueva depuración, esta vez con el pretexto de reorganizar la producción, sustituyó a más de la mitad de los miembros de los comités centrales y provinciales de las repúblicas federadas.
Además de la lectura del informe secreto, el PCUS introdujo en el Congreso de 1956 toda una batería de concepciones extrañas al marxismo-leninismo, a saber:
— la posibilidad de una transición pacífica al socialismo
— la sustitución de la dictadura del proletariado por el Estado de todo el pueblo donde desaparece la lucha de clases
— el cambio en la concepción del internacionalismo proletario, de la coexistencia pacífica y la negación de la inevitabilidad de las guerras bajo el imperialismo
— la absolutización de la contradicción entre el capitalismo y el socialismo
— la introducción de los incentivos materiales en el sistema económico como elemento de corrupción de la clase obrera
— la emulación socialista según la cual, la URSS adelantaría a los países capitalistas hacia 1970 en tecnología y bienestar
Así que no es de extrañar que Jruschov se reconciliara con los revisionistas yugoslavos: ambos sustentaban las mismas posiciones ideológicas. Entre Tito y Stalin, los nuevos dirigentes del PCUS optaban por el primero. También Tito había sido injustamente perseguido. De ese modo los revisionistas de todos los partidos levantaron cabeza e incluso en Hungría intentaron un golpe de Estado aquel mismo año.
Es indudable que después de la guerra la situación internacional había cambiado sustancialmente y que existían condiciones muy favorables para el desarrollo del socialismo y la superación de las deficiencias existentes. Pero todo ello debía hacerse sobre la base del marxismo-leninismo. Sin embargo, lo que hizo Jruschov fue liquidar el marxismo-leninismo y sustituirlo por el revisionismo.
El imperialismo aupó a Jruschov, como antes había hecho con Tito y luego haría con Gorbachov. Para los propagandistas del imperialismo, Stalin había sido muy perverso, pero Jruschov era totalmente diferente. Así como con Stalin era imposible entenderse, Jruschov aparecía como alguien dialogante y sensato. En primer lugar, a diferencia de Stalin, Jruschov nos fue presentado como un pacifista auténtico, porque mientras el primero preconizaba la lucha antimperialista, el segundo comenzó a viajar por Estados Unidos (setiembre de 1959) y otros países pronunciando discursos bien diferentes, más gratos a los oidos imperialistas.
Naturalmente que también aquí la presentación del problema no tiene nada que ver con su contenido real. Stalin fue un consecuente defensor de la paz mundial, antes y después de la guerra. Pero él siempre señaló dónde radicaba el riesgo para la paz, en el imperialismo, de manera que sin combatir al imperialismo no se puede garantizar la paz y que la paz universal sólo se logrará con la derrota del imperialismo. Según los comunistas, las guerras son guerras imperialistas y, en consecuencia, sólo hay una forma de luchar contra ellas que es luchar contra el imperialismo. Los países socialistas no pueden exportar la revolución, que es un asunto interno del proletariado de cada país; deben practicar una política de paz, lo que no significa nunca una política de claudicación frente al imperialismo. Por lo demás, es evidente que el principio de coexistencia pacífica en una norma que concierne sólo al Estado, porque los partidos comunistas nos guiamos por el principio del internacionalismo proletario, que Lenin definió de la forma siguiente:
Sólo hay un internacionalismo efectivo que consiste en entregarse al desarrollo del movimiento revolucionario y de la lucha revolucionaria dentro del propio país y en apoyar (por medio de la propaganda, con la ayuda moral y material) esta lucha, esta línea de conducta y sólo ésta en todos los países sin excepción.
Por el contrario, Jruschov entendía que la paz mundial era posible como consecuencia de un acuerdo entre Estados Unidos y la URSS y entendía la coexistencia pacífica como una política de conciliación, de compromisos y de concesiones con el imperialismo que, además, no concernía sólo a los países socialistas, sino también al proletariado de los países capitalistas y a los pueblos oprimidos por el imperialismo.
Los revisionistas crearon la ilusión de que el peligro de guerra provenía del desacuerdo con Estados Unidos, de que como consecuencia de ello se había desatado una carrera de armamentos y que era eso lo que ponía a la humanidad ante el riesgo de una nueva guerra. Para alcanzar la paz había que lograr el desarme total. El rearme o era un problema técnico (las armas de destrucción masiva) o era un problema voluntarista: los halcones de Washington, el complejo militar-industrial, etc., que están interesados en el rearme. De ahí a exponer que todas las guerras eran iguales y, por tanto, que todas ellas eran malas, no había más que un paso, que también recorrieron los revisionistas.